Discursos 1981 28


AL SR. JOHANNES PROKSCH, NUEVO EMBAJADOR


DE AUSTRIA ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 10 de enero de 1981



Muy estimado Señor Embajador:

Con esta visita oficial al Vaticano comienza usted hoy su nueva misión, llena de responsabilidad, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Austria ante la Santa Sede. Le doy por ello mi felicitación y mi cordial bienvenida. Le agradezco sinceramente las afectuosas palabras con que ha ponderado, con motivo de la entrega de sus Cartas Credenciales, las relaciones tan amistosas que desde hace tanto tiempo han existido entre su país y la Santa Sede. Asimismo le devuelvo la expresión del aprecio y de los buenos deseos que en nombre del Excmo. Sr. Presidente me acaba de manifestar.

Usted representa a un país, cuya historia ha estado decisivamente marcada por una confiada colaboración mutua entre el Estado y la Iglesia. Precisamente en la situación cambiante de nuestro tiempo, a la que usted ha hecho una breve alusión, la Iglesia se siente llamada de un modo singular, incluso en la sociedad pluralista de hoy, a aportar su contribución específica, en responsabilidad solidaria y común con las autoridades competentes del Estado, para tender a la consecución del bienestar general en cada una. de las naciones y para lograr una comunidad internacional entre los pueblos.

Como subrayó una vez más el Concilio Vaticano II, "la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas; cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre" (Gaudium et spes GS 76). No cálculos políticos o intereses económicos, no pretensiones de poder externo u otros motivos egoístas, sino únicamente la misión universal de evangelización al servicio del hombre y de la comunidad humana es lo que motiva la inserción de la Iglesia y de la Santa Sede en el ámbito de relaciones oficiales y diplomáticas, así como la colaboración política internacional con los Estados en función del bienestar común de la humanidad, en función de la' paz y de un orden social justo para cada una de las naciones y para todos los pueblos entre sí.

Como manifesté en el discurso ante las Naciones Unidas, la legitimación de toda política está en realidad en "el servicio al hombre, en la asunción, llena de solicitud y responsabilidad, de los problemas y tareas esenciales de su existencia terrena, en su dimensión y alcance social, de la cual depende a la vez el bien de cada persona" (Nb 6 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 2). Este servicio exige hoy especialmente la defensa de la dignidad inviolable del hombre y de sus derechos fundamentales, el fomento de su desarrollo completo —incluido el de su responsabilidad ética—, el interés por los pueblos necesitados y la garantía de la paz entre las naciones, así como también el esfuerzo conjunto por la progresiva unificación de los pueblos de Europa y de todas las familias humanas, en espíritu de solidaridad y fraternidad mundial. En este servicio al hombre y a las naciones, precisamente ante las múltiples amenazas de hoy, tanto internas como externas, la autoridad responsable del Estado y de la sociedad, y la comunidad internacional de los pueblos, encuentran en la Iglesia y en la Santa Sede un aliado siempre leal y un compañero siempre disponible a cooperar.

Como ha subrayado usted en su saludo, muy estimado Sr. Embajador, también su país se siente comprometido a seguir estos altos ideales en la vida nacional e internacional. Austria, como miembro distinguido de la Comunidad Internacional de naciones, presta hoy, mediante iniciativas políticas y diplomáticas, e incluso mediante ayudas humanitarias, una contribución considerable a la comprensión y colaboración mundial de los pueblos al servicio de la paz y de un progreso social cada vez más amplio y más justo en todas las naciones. Esto queda subrayado también por el hecho de que importantes Organizaciones internacionales hayan elegido como sede propia a la capital de Austria.

Gustosamente le expreso mi deseo de que, mediante su actividad diplomática de intermediario, actividad que ahora comienza oficialmente en cuanto Embajador ante la Santa Sede, se robustezca todavía más y se sigan desarrollando fructuosamente las buenas relaciones existentes entre su país y la Santa Sede, así como el esfuerzo común por un mundo más pacífico y justo, en el futuro, para todos los hombres y pueblos de buena voluntad. Con este fin quiero acompañar con mis mejores deseos su futura labor aquí en la Ciudad Eterna, y pido para usted y sus colaboradores la protección y la asistencia singular de Dios, de modo que puedan llevar a cabo felizmente tan responsable tarea.

29 *L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 5 p.15.












AL SR. MASAMI OTA, NUEVO EMBAJADOR DE JAPÓN


ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 8 de enero de 1981



Señor Embajador:

Agradezco a Su Excelencia los férvidos votos que acaba de manifestarme y le doy mi cordial bienvenida a esta casa.

Japón, al que representa aquí como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario, ha entablado felices relaciones con la Santa Sede ya hace años. Ha querido usted subrayar los constantes esfuerzos de ésta en favor de la fraternidad de los pueblos dentro de la paz y del respeto de los derechos de la persona humana. Bien sabe usted que esta actitud está inmune de todo móvil económico o político; esta actitud es para la Santa Sede y para el conjunto de la Iglesia católica un deber ligado a su misión espiritual, a las exigencias del mensaje que proclamamos: amor a todos los hombres y servicio concreto a cada uno, como reflejo del amor a Dios en quien creemos.

Por su parte, la Santa Sede mira con gran estima a la nación de la que usted es representante. Aprecia las cualidades humanas del alma japonesa, los dones naturales que tanto han desarrollado sus compatriotas con tenaz decisión en medio de las adversidades más duras, con fuerte disciplina y con un dinamismo que les impulsa a entablar contactos con las demás civilizaciones del mundo entero, como lo atestiguan, entre otras cosas, los numerosos visitantes que hacen una parada cultural en Roma. El ideal de la coexistencia de los pueblos en la paz se ha convertido también en tema predilecto de su Gobierno; y la Santa Sede no puede menos de alegrarse, puesto que Asia tiene gran necesidad, a su vez, de artífices de paz. Japón es consciente del papel que puede desempeñar en esa parte tan importante del mundo para conseguir que los focos de tensión no degeneren en conflictos devastadores y mortíferos, y sean respetados de verdad la soberanía de los Estados, la libertad y el sentimiento nacional de los pueblos.

Sí, el hombre tiene necesidad de la paz. Esta quedará más segura si se toma en consideración el problema del hambre, a fin de que todos dispongan de los bienes necesarios para subsistir; aquí la solidaridad internacional debe encontrar un terreno propicio donde llevarse a la práctica. Y los países más favorecidos han de ser más sensibles a esta ayuda mutua desinteresada. Y en fin, el hombre no vive sólo de pan. Tiene necesidad de libertad entre sus semejantes, para desarrollarse integralmente y vivir según su conciencia y su fe. Tiene necesidad de relacionarse con el Invisible, con Dios, el único que puede dar sentido a su vida y colmar sus esperanzas y su necesidad de amor. Precisamente bajo estos aspectos se propone la Iglesia católica aportar una contribución específica al progreso, y espera encontrar en ello un amplio consenso y una auténtica cooperación de los pueblos.

Dentro de unas semanas tendré la alegría de emprender una breve visita a su hermoso país. Me gozo en ello. Allí me encontraré con mis hermanos japoneses de la comunidad católica; es poco numerosa, pero su conocida irradiación cultural se integra bien en el servicio del país y honra a la Iglesia entera con su profundidad espiritual. Allí me encontraré con las autoridades civiles, que han dado facilidades a este viaje y a quienes saludo respetuosamente ya desde ahora, rogándole transmita mis sentimientos especialmente deferentes a Su Majestad el Emperador Hiro Hito. Me encontraré con el pueblo japonés, al que expreso mi cordial simpatía y ruego a Dios le colme de sus bienes.

Señor Embajador: Usted mismo puede estar seguro de que aquí hallará la acogida y ayuda que su alta misión merece. Le expreso mis mejores deseos para su desempeño.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 6 p.8.










A LA III ASAMBLEA GENERAL DEL INSTITUTO SECULAR


MISIONERAS COMBONIANAS


Sábado 3 de enero de 1981



30 Queridísimas hermanas:

Con ocasión de la asamblea general del instituto secular Misioneras Combonianas, las delegadas y representantes de varios grupos esparcidos por Italia y el exterior, habéis deseado vivamente este encuentro con el Papa para escuchar su palabra. Os doy las gracias sinceramente por este gesto vuestro de deferencia filial tan espontáneo y significativo; y al recibiros con gran gozo y afecto, os presento mi saludo cordial que deseo extender a todos los miembros del instituto.

Erigido canónicamente en 1969, vuestro instituto tiene como finalidad la animación misionera en la patria y el trabajo directo en las misiones, siguiendo la espiritualidad de mons. Daniele Comboni, el intrépido misionero de Verona, fundador de los misioneros y misioneras del Corazón de Jesús, quien con el célebre "Plan para la regeneración de África" (1864) tuvo estupendas y modernas intuiciones para "promover la conversión de África por medio de África". En la sede central de Carraia (Luca), habéis pensado estos días en revisar el camino realizado en los cinco años últimos, renovar los cargos directivos y programar el trabajo futuro. Formulo los votos más cordiales y os animo vivamente en esta obra de animación con el fin de que siga creciendo siempre vuestro fervor por la causa misionera, tan noble y esencial para la fe cristiana. Pues conocéis bien el mandato expreso de Jesús a sus Apóstoles y seguidores: "Enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado" (
Mt 28,19-20).

Por ello os exhorto a dedicaros con empeño creciente y generosidad a vuestra obra de animación misionera, viviendo plenamente la espiritualidad ardorosa y valiente de mons. Daniele Comboni, para ser de verdad luz que ilumina al mundo y fuego de fe y de amor.

El cardenal Guglielmo Massaia, que conocía bien a Comboni y fue su amigo e inspirador, en su obra monumental "Mis treinta y cinco años de misión" lo definía "lleno de celo, fervor y virtud", y afirmaba que aprendía en su doctrina y. en la firmeza de su carácter (Vol. VIII). En una carta al cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación de "Propaganda Fide", escribía: "Yo me había dedicado a la salvación de los Galla y creía haber hecho algo; en cambio, he encontrado un corazón mucho más grande, que lleva el peso de toda África y quisiera verla convertida" (10 de febrero de 1865), y expresaba su admiración por él. Cuando tuvo noticia de que Comboni había sido elegido obispo y nombrado vicario apostólico de África Central (31 de julio de 1877), al manifestarle con gozo su estima y consideración, le escribía: "Sabed que os quiero no por vuestra bella presencia, sino por vuestro gran corazón y por el amor a Dios que os arde dentro; y os baste esto...".

Queridísimas hermanas: Tened vosotras también un gran corazón y sentid que arde en vosotras un inmenso amor a Dios y a las almas. Hay que dar a conocer el Evangelio a todas las criaturas y hacerlo amar, ¡ésta es nuestra gran tarea de cristianos! Para esto nació Jesús en Belén, para esto murió en la cruz. Sea vuestra preocupación constante la de estudiar y ahondar la fe a fin de vivirla intensamente y testimoniarla con valentía a través del ideal misionero. Y os deseo de corazón que vuestra obra de "animación misionera" en las parroquias, diócesis, escuelas, comunidades eclesiales y filas de la Acción Católica, sea fecunda tanto en la formación de auténticas personalidades cristianas, como en la promoción de muchas vocaciones que se consagren totalmente a Dios y a la salvación de las almas.

Os ayude e inspire María Santísima, a quien tanto amó y predicó Comboni. La Madre celestial os comunique cada día. sobre todo en las dificultades, su caridad, su fe y su espíritu, recordándoos que el sacrificio es el precio de la redención.

Os acompañe mi bendición apostólica.












A LA FAMILIA DEL AMOR MISERICORDIOSO


Viernes 2 de enero de 1981



Es motivo de alegría para mí reunirme con vosotros al alba de este año nuevo, para celebrar juntos el gozo y la munificencia del amor misericordioso del Señor, fuente única e inagotable de nuestra profunda confianza en un porvenir más cristiano y, por ende, más correspondiente a la altísima dignidad del nombre.

Os ofrece ocasión para esta audiencia especial el cincuentenario de fundación de las religiosas Esclavas del Amor Misericordioso, que comenzaron su vida religiosa junto a la gruta del Salvador divino en las dulzuras del ambiente navideño de 1930, para dedicarse con obras de caridad verdadera al testimonio generoso del mensaje divino de bondad y misericordia que constituye la nota dominante y característica de la congregación.

31 Vosotras, Esclavas del Amor Misericordioso, juntamente con los Hijos del Amor Misericordioso, formáis la Familia del Amor Misericordioso, dedicada enteramente a llegar a muchos corazones con una palabra persuasiva que diga lo bueno que es el Señor y cuán grande su amor al hombre y, en particular, al hombre de hoy.

"La mentalidad contemporánea... parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a dejar al margen de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de misericordia" (Dives in misericordia
DM 2). Pero todos vosotros estáis dedicados a anunciar a Jesucristo y dar testimonio de El, Verbo de Dios e Hijo de María, que ha hecho visible en Sí la misericordia de Dios y es la misma personificación y encarnación de este sublime atributo, amoroso y humanísimo, de la divinidad. En Jesús se hace particularmente visible Dios como Padre, rico en misericordia (cf. Ef Ep 2,4).

Vosotros os presentáis, en efecto, con un emblema, el de Cristo crucificado y Cristo hostia, que plasma las expresiones más sublimes de la entrega y amor de Jesús; y habéis hecho particularmente vuestra su invitación: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

El hombre tiene íntimamente necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy más que nunca, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; y sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese Amor que acoge, vivifica y resucita a vida nueva. En las varias formas de vuestro apostolado, en la acogida de toda clase de pobreza espiritual y material, y precisamente por vuestro carisma de profesión religiosa, deseáis fomentar dicho encuentro del hombre moderno con la bondad del Señor. También en vuestra actuación en favor del clero, que incluye formas concretas de atención y promoción cultural y formativa, os movéis con este espíritu de fondo, con esta marca de nacimiento —diría yo—, la de ayudar a los otros a experimentar la bondad divina para 6er fervientes propagadores de la misma. En efecto, es más aplicable aún al sacerdote lo que cíe dice para todo hombre: "Experimentando él la misericordia, es también en cierto sentido el que manifiesta contemporáneamente la misericordia" (Dives in misericordia DM 8).

Habéis querido reiterar varias veces vuestro júbilo por la reciente Encíclica, en la que habéis encontrado como una ratificación y confirmación de vuestra vocación de Familia del Amor Misericordioso. A la vez que os doy las gracias por vuestros sentimientos de fidelidad, estoy agradecido al Señor con vosotros por los motivos de aliento, estímulo y alegría que recibís de tal documento, por circunstancia providencial.

Ánimo, queridos hermanos y hermanas. El mundo está sediento de la misericordia divina, aun sin saberlo; y vosotros estáis llamados a proporcionar esta agua prodigiosa y curativa de alma y cuerpo.

La Madre de la Misericordia, que veneráis con el título particular de "María Mediadora", os haga cada vez más conscientes de su maternidad, que "perdura sin interrupción desde el momento de su asentimiento fielmente prestado en la Anunciación", y os haga a todos, Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso, apóstoles, artífices y servidores de la bondad y misericordia divinas.

Os acompaño con mi bendición.









                                                                                  Febrero de 1981



VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LAS PERSONALIDADES QUE ACUDIERON A RECIBIRLE


AL AEROPUERTO DE ROMA


Viernes 27 de febrero de 1981



Señor Ministro,
32 Señores Cardenales,
Señores Embajadores,
queridísimos hermanos y hermanas:

Al finalizar este largo viaje, siento, ante todo, la necesidad de dar gracias a Dios por la singular experiencia eclesial que me ha permitido realizar. He podido llevar el anuncio del Evangelio a las lejanas regiones de Extremo Oriente, donde he recogido los testimonios de fe de las florecientes comunidades cristianas que, en diversos países, viven en la comunión de la única Iglesia de Cristo.

Mi pensamiento se dirige a las autoridades civiles de los pueblos visitados, para reiterarles la expresión de mi sincera gratitud: no olvidaré las muchas demostraciones de consideración y solicitud que han querido ofrecerme en los varios lugares adonde he ido. Que el Señor favorezca cada una de sus útiles iniciativas orientadas a la promoción del bien común y a la seguridad de la verdadera paz.

El recuerdo afectuoso y emocionado se dirige, además, a los venerados hermanos en el Episcopado, que me han acogido en sus Iglesias con efusión de caridad, dándome pruebas tangibles de lo intensa y sentida que es la comunión con la Iglesia de Roma, a pesar de la distancia geográfica. Debo decir lo mismo de los fieles. ¿Cómo resumir en pocas palabras la cantidad de impresiones vivísimas experimentadas durante los numerosos encuentros con los cristianos de Filipinas, de la Isla de Guam, de Japón, como también de Karachi y de Anchorage? Sólo hablaré de la profunda alegría que me ha proporcionado el contacto directo con la viveza espontánea y con el entusiasmo genuino de esas Iglesias que, en contextos socio-culturales notablemente diversos, me han parecido generosamente comprometidas para traducir en la vida los valores perennes de una misma fe. He visitado comunidades jóvenes, con las dificultades propias de todo comienzo; y he visto comunidades antiguas, que tienen en su haber un rico patrimonio de tradiciones cristianas, sellado por el testimonio supremo del martirio. A este glorioso pasado y a las esperanzas que abre para el futuro, he querido rendir homenaje, condescendiendo a la petición de presidir allí mismo el solemne rito de beatificación del filipino Lorenzo Ruiz y compañeros mártires, cuyo ejemplo de impávida fortaleza permanece en la historia de aquellas Iglesias como luminoso punto de referencia, al que deben remitirse las generaciones de hoy.

Una impresión particularmente profunda ha dejado en mi espíritu la estancia en Hiroshima y en Nagasaki, en los lugares que conservan todavía las huellas de la terrible explosión atómica de 1945. En ese momento he sentido latir en mi corazón con intensidad desgarradora la angustia de los pueblos sobre los que gravita el terror de la posible repetición de una parecida catástrofe. Quiera Dios escuchar la oración que le he dirigido, para que en toda la humanidad el amor venza sobre el odio, la vida triunfe sobre la muerte, la concordia y la paz prevalezcan definitivamente sobre toda forma de división y de guerra.

Estoy seguro de que compartís estos deseos míos todos los que, con tanta amabilidad, habéis querido venir a recibirme. Al daros las gracias por este gesto tan atento, quiero dirigir mi saludo deferente, en primer lugar, a usted, Señor Ministro Adolfo Sarti, cuyas nobles palabras he apreciado vivamente, al Presidente de la República Italiana, y al Gobierno que usted representa. Mi saludo se extiende también a los señores Cardenales, a los hermanos en el Episcopado, a las personalidades del Cuerpo Diplomático, al representante del Alcalde de Roma, a las autoridades civiles, militares y del aeropuerto, que han querido darme su cordial bienvenida, a todos un sincero y respetuoso "gracias". Finalmente, quiero dirigir una palabra de gratitud y despedida a los dirigentes de las Compañías Aéreas, a los pilotos, al personal y a todos los que se han afanado para el feliz éxito del viaje: les soy deudor de una travesía confortable y segura.

Al elevar de nuevo un pensamiento de alabanza y de gratitud a Dios, que en su Providencia ha vuelto a dirigir felizmente mis pasos a esta hospitalaria tierra de Italia y de Roma, le pido abundantes bendiciones para todos vosotros, para vuestros seres queridos y para cuantos me acompañado generosamente con su oración en esta tarea apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


EN LA CASA DE LOS FRANCISCANOS CONVENTUALES


FUNDADA POR EL BEATO MAXIMILIANO KOLBE


Nagasaki, jueves 26 de febrero de 1981



1. Deseaba especialmente hacer esta corta visita a la casa fundada por un compatriota mío, el padre Maximiliano María Kolbe. Mi programa de la tarde ha comenzado hoy con una visita a la Colina de los Mártires, donde hace siglos muchos cristianos dieron testimonio de Cristo. Aquí nos viene a la memoria un mártir moderno, el Beato Maximiliano, que no dudó en dar testimonio de este amor al prójimo que Cristo presentó como el signo distintivo del cristiano. El dio su vida en el campo de concentración de Auschwitz para salvar a un hombre casado y padre de dos hijos. Entre los mártires y el padre Kolbe existe una íntima conexión, y esta conexión radica en su disposición a dar testimonio del mensaje del Evangelio.

33 Permitidme apuntar otra conexión que descubro hoy aquí: la conexión entre el sublime sacrificio del Beato Maximiliano y su trabajo como misionero en Nagasaki. ¿Acaso no fue la misma convicción de fe, el mismo compromiso con Cristo y el Evangelio los que le trajeron a Japón y le llevaron después a la cámara de muerte? No hubo división en su vida, ninguna incoherencia, ningún cambio de dirección, sólo la expresión del mismo amor en circunstancias diferentes.

2. Vosotros que proseguís el trabajo emprendido por él sois conscientes del celo misionero que llenó este valiente corazón. Al llegar a Japón el año 1930, quiso llevar a cabo inmediatamente en tierra japonesa lo que había descubierto como su especial misión: promover la devoción a Nuestra Señora y ser un instrumento de evangelización a través de la palabra impresa. La fundación de la "Ciudad de la Inmaculada" y la publicación del "Seibo No Kishi" formaban parte, para él, de un mismo proyecto principal: llevar a Cristo, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, a todos los hombres. Vosotros sabéis que sus proyectos no estaban marcados o limitados por los cálculos humanos, sino que fueron llevados a cabo con una inquebrantable confianza en la Providencia Divina. Dios no ha defraudado esta confianza. El proyecto que él comenzó aquí en esta vieja imprenta ha adquirido nuevas e insospechadas dimensiones: la fuerza alentadora que brota de su sacrificio.

3. Su misión debe ser llevada a cabo, la evangelización ha de continuar. En una nación en que los católicos son una minoría tan pequeña, no puede ponerse en duda la necesidad de usar la palabra escrita, y los demás medios de comunicación social al servicio del Evangelio. La Iglesia tiene el encargo, recibido de Cristo, de proclamar el Evangelio y llevar la salvación a todos los hombres. Así, pues, predicar la Buena Noticia con la ayuda de los poderosos medios de comunicación forma parte de su respuesta.

Pero existe además otro elemento relacionado con la evangelización en la vida del Beato Maximiliano: su devoción a María. ¿Acaso no escogió Dios, para alentarnos, venir a nosotros a través de la Virgen Inmaculada, concebida sin pecado? Desde el comienzo de su existencia no estuvo nunca bajo el poder del pecado, mientras que nosotros estamos llamados a ser purificados del pecado por la apertura de nuestros corazones al misericordioso Redentor a quien Ella trajo a este mundo. No existe mejor camino para acercarse a su Hijo que el que pasa a través de Ella.

Que sus oraciones y las de su gran servidor, el Beato Maximiliano Kolbe, sirvan para traer el Evangelio de Cristo, de un modo cada vez más efectivo, al pueblo de Japón.







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE LA VISITA A LA COLINA DE LOS MÁRTIRES DE NAGASAKI


Jueves 26 de febrero de 1981



Queridos amigos:

1. Quiero ser hoy uno de los muchos peregrinos que vienen aquí, a Nagasaki, a la Colina de los Mártires, al lugar en que unos cristianos sellaron su fidelidad a Cristo con el sacrificio de sus vidas. Ellos triunfaron sobré la muerte en un acto inigualable de alabanza al Señor. En reflexión orante ante el monumento a los mártires, quisiera penetrar en el misterio de sus vidas, dejarles que me hablen a mí y a toda la Iglesia, y escuchar su mensaje que permanece vivo aún, después de cientos de años. Como Cristo, ellos fueron llevados a un lugar donde los criminales comunes eran ejecutados. Como Cristo, también ellos dieron su vida para que todos nosotros podamos creer en el amor del Padre, en la misión salvadora del Hijo, en la infalible guía del Espíritu Santo. El 5 de febrero de 1597 veintiséis mártires dieron testimonio en Nishizaka del poder de la cruz; ellos fueron los primeros de una rica falange de mártires, pues muchos más consagrarían después este suelo con sus sufrimientos y su muerte.

2. "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15,13). "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto" (Jn 12,24). Algunos cristianos murieron en Nagasaki, pero la Iglesia en Nagasaki no murió. Tuvo que caminar en la clandestinidad, y el mensaje cristiano fue transmitido de padres a hijos hasta que la Iglesia volvió a la luz. Enraizada en esta Colina de los Mártires, la Iglesia en Nagasaki creció y floreció, hasta convertirse en un ejemplo de fe y fidelidad para los cristianos de todas partes, una expresión de la esperanza fundada en el Cristo resucitado.

3. Vengo hoy a este lugar como un peregrino para dar gracias a Dios por la vida y la muerte de los mártires de Nagasaki —por aquellos veintiséis y por los que les siguieron después— incluyendo los héroes de la gracia de Cristo recientemente beatificados. Doy gracias a Dios por las vidas de todos aquellos que sufren, dondequiera que estén, por su fe en Dios, por causa de su adhesión a Cristo, el Salvador; por su fidelidad a la Iglesia. Cada época —la pasada, la presente y la futura— proporciona, para la edificación de todos, resplandecientes ejemplos del poder que reside en Jesucristo.

Vengo hoy a la Colina de los Mártires para dar testimonio de la primacía del amor en el mundo. En este santo lugar, hombres de todas las clases sociales dieron prueba de que el amor es más fuerte que la muerte. Encarnaron la esencia del mensaje cristiano, el espíritu de las bienaventuranzas, para que todos los que alcen su vista hacia ellos se vean impulsados a conformar su vida por el amor desinteresado a Dios y al prójimo.

34 Yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, vengo hoy a Nishizaka a orar para que este monumento hable al hombre moderno del mismo modo que las cruces clavadas en esta colina hablaron a aquellos que fueron testigos oculares hace siglos. ¡Que este monumento hable siempre al mundo acerca del amor, acerca de Cristo!







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LAS RELIGIOSAS


Catedral de Nagasaki, Japón

Jueves 26 de febrero de 1981



Queridas hermanas en Cristo Jesús:

1. Hablar de Nagasaki a los cristianos japoneses significa evocar los heroicos y gloriosos comienzos de la implantación de la Iglesia en este país. Significa, especialmente, evocar la memoria de numerosos mártires que, por la gracia de Jesucristo, le dieron, en este lugar, el testimonio supremo de su amor.

Por eso Nagasaki es un lugar muy especial, un lugar perfectamente apropiado para nuestro encuentro de hoy; pues, desde los primeros siglos del cristianismo, la vida religiosa ha sido comparada a menudo con el martirio. Al igual que el martirio, la vida religiosa está inspirada por un profundo amor al Señor por encima de todo, manifestado en un libre y generoso abandono de auténticos valores —la propiedad, una familia, la propia libertad— con el fin de ofrecer un don pleno a Cristo. Por ello me siento particularmente contento de encontrarme aquí con vosotras y de saludaros como uno de los más preciosos tesoros de la noble y digna Iglesia en Japón, una Iglesia que es a la vez venerable por su antigüedad y plenamente joven por su vitalidad misionera.

2. Se puede decir verdaderamente que en este gran país, que posee muchos millones de hombres trabajadores y cultos, la Iglesia es como el grano de mostaza, o como la pequeña porción de levadura que una mujer coloca en algunas medidas de harina para hacer fermentar toda la masa. Vuestra tarea es menos visible y más escondida que en muchos países en los que el catolicismo está más difundido; pero no es menos importante, incluso aunque los métodos de evangelización hayan de ser muy diferentes.

En esta situación, el testimonio de vuestras vidas adquiere un valor y una importancia particulares: aunque no sea siempre posible proclamar la Buena Noticia de palabra, siempre es posible presentarla a través de la propia vida. Es más, muchos valores ancestrales del pueblo japonés son escalones para llegar al Evangelio: el amor al trabajo, la apertura hacia los demás, el elevado nivel de la cultura humana, y sobre todo el sentido innato del recogimiento y la contemplación, que es el signo distintivo de los pueblos del Este.

3. La dimensión contemplativa es el verdadero secreto de la renovación de toda vida religiosa, y es un elemento al que vuestros conciudadanos son particularmente sensibles. Fomentad siempre esta dimensión. Haced de vuestras casas centros de oración, de recogimiento, de conversación persona] y comunitaria con el Único con quien debéis hablar más ahora y siempre a lo largo de vuestras intensas jornadas. No os dejéis arrastrar por las tentaciones del activismo y la dispersión que lleva consigo la moderna sociedad de consumo con todas sus exageraciones materialistas.

Sin la oración, vuestra vida religiosa carece de sentido. Pierde contacto con su fuente, se vacía de su sustancia y no puede alcanzar su meta. La oración os mantiene en contacto con Cristo, vuestro Esposo. Merecen ser meditadas las incisivas palabras de la Evangelica testificatio: "No olvidéis, por lo demás, el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa" (Nb 42).

4. Recordando estas palabras, dirijo un especial saludo y una palabra de ánimo a todas las religiosas que llevan una vida de clausura en este país. Vosotras vivís profundamente "en el corazón de la Iglesia". Vuestra oración intensa e incesante, basada en una rica herencia espiritual y doctrinal, es a la vez para el mundo un don y un reto. Es también una respuesta para todos aquellos que hoy buscan ansiosamente métodos y experiencias de contemplación.

35 5. El testimonio evangélico que dais a través de vuestra consagración, vivido en la puesta en práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y a través del testimonio del espíritu de oración que anima vuestras comunidades, halla una expresión lozana y particularmente fructífera en vuestras actividades apostólicas. Pienso especialmente en vuestro trabajo entre los pobres, los enfermos, los niños y sus familias, en el amplio campo de la enseñanza y la catequesis. Vuestra dedicación a la instrucción de los jóvenes es siempre muy importante. Estas actividades vuestras son un modo especial de evangelización, de verdadero progreso humano. El ejercicio de este apostolado, por mandato de vuestras congregaciones y en colaboración plena con las comunidades eclesiales locales, os confiere un puesto claro en la Iglesia, que tiene su tarea específica. Sed siempre fieles a vuestra misión, a pesar de las tentaciones, y vivid alegres para conservar vuestra identidad interior y para ser reconocidas exteriormente por lo que sois.

6. Mantened cuidadosamente, al mismo tiempo, el respeto constante y la docilidad amorosa que siempre habéis manifestado hacia el Magisterio y la jerarquía. Como sabéis, la vida religiosa carece de significado fuera de la Iglesia y de la fidelidad a sus directrices. Estad, por tanto, siempre dispuestas a acoger las enseñanzas del Magisterio y, en consonancia con vuestro carisma particular, estad dispuestas a colaborar en el trabajo apostólico de la diócesis local, bajo la dirección de vuestros obispos unidos al Sucesor de Pedro y en unión con Cristo. La Palabra de Cristo fielmente proclamada por la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, será para vosotras una verdadera fuente de santidad y libertad. Jesús nos asegura: "Conoceréis la verdad, y la verdad os librará" Un 8, 32).

7. Quisiera también exhortaros a acrecentar vuestra colaboración apostólica en el servicio a las familias, que son el ámbito especial de la evangelización, y en la formación de los jóvenes. Actuando de este modo estaréis en concordancia con las conclusiones del reciente Sínodo de los Obispos.

8. Para terminar, os encomiendo a la intercesión de todos los santos mártires de Nagasaki, y especialmente a la protección de María, Reina de los Mártires y Madre de la Iglesia. Ella es, realmente, la Madre de todos los cristianos, en especial de aquellos que abrazan la vida religiosa; Ella, que es tan venerada en Japón bajo la advocación de Edo no Santa María y de Nuestra Señora de Otome-tôge. Ella fue a quien Pablo VI presentó como la Virgen oyente, la Virgen orante, la Virgen que engendró a Cristo y lo ofreció para la salvación del mundo. Que Ella sea vuestra guía a lo largo del sendero, a veces difícil pero siempre gozoso, hacia el ideal de la completa unión con Cristo. Esta es mi oración a María por cada una de vuestras comunidades. Os imparto mi bendición apostólica rogando para que vuestra alegría sea plena.







Discursos 1981 28