Discursos 1980 515


A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL


DE DERECHO CANÓNICO CELEBRADO EN FRIBURGO


Lunes 13 de octubre de 1980



1. Queridos hijos, venerados maestros y vosotros todos que os dedicáis al estudio del derecho eclesiástico:

Con profunda cordialidad os saludo a vosotros que habéis terminado, hace poco, en Suiza el IV Congreso internacional de derecho canónico, y que, movidos por vuestro amor y devoción hacia el Sucesor de Pedro, habéis hecho este largo viaje hasta Roma, para escuchar personalmente mis palabras y exhortaciones.

2. Los Congresos internacionales de derecho eclesiástico después del Concilio Vaticano II han sido otros tantos documentos y testimonios de vuestra perseverante actividad. Además, estos Congresos aportan gran utilidad a la Iglesia; por lo que os felicito. Efectivamente, os reunisteis en Roma, el año 1968, y nuevamente en 1970 [1], luego en Milán, el 1973 [2], posteriormente en Pamplona en 1976, y otra vez en Roma el 1977 [3]. Mi insigne predecesor Pablo VI, muchas veces deseó contemplar con vosotros el misterio de la Iglesia, y también el lugar y la función del derecho en ella. Repetidamente subrayaba la importancia de la renovación del derecho canónico; y explicaba con qué espíritu convenía llevar a cabo esta renovación. Se interesaba, además, por un trabajo más coordinado entre las disciplinas sagradas [4] y, de acuerdo con las orientaciones del Concilio Vaticano, afirmaba la necesidad de una auténtica teología del derecho eclesiástico [5]. También yo quiero alentar esta tarea común; quiero confirmar de nuevo la misma enseñanza tan valiosa; igualmente quiero también, por medio de vosotros y a vuestro lado, proseguir por el mismo camino.

3. Al exponeros las categorías eclesiales, entre las que se situaba el derecho canónico, Pablo VI veía como un cierto derecho de comunión, una cierta obra del Espíritu y un derecho de caridad [6]. Vosotros habéis seguido estas enseñanzas, al elegir el tema de vuestro Congreso de Friburgo. Muy frecuentemente puso de relieve la importancia de los derechos fundamentales del hombre [7] y situó en su justa luz los principales derechos del cristiano; de ahí que se haya podido elaborar, después del Concilio, el nuevo código de derecho de la Iglesia [8].

4. No hace falta decir que vuestro Congreso ha suscitado mi interés y mi atención. En efecto, ¿qué puede realmente interesar más, sino que se definan mejor los derechos fundamentales de los cristianos, para que puedan ser respetados mejor? ¿Qué hay más necesario que respetar y tutelar los derechos primarios del hombre, especialmente en estos tiempos?

En este campo, la Iglesia tiene una misión importantísima, que debe cumplir. Pues en su propio misterio de comunión, la Iglesia puede comprender al hombre y circunscribir más cuidadosamente los principales derechos que ponen de manifiesto su naturaleza y, sin duda, tutelan su dignidad. Así también el tema de vuestro Congreso de Friburgo responde a los principales afanes de la Iglesia y, a la vez, a las más profundas aspiraciones de los hombres de nuestro tiempo [9].

5. Ciertamente, hay una realidad por la cual es necesario que la Iglesia se preocupe cada vez más, a saber: la comunión. La Iglesia realiza esta comunión, cuando reconoce la dignidad de la persona humana en la libertad, que exigen su origen divino y su vocación eterna.

¡Por lo tanto, si el mundo anhela su liberación, ésta ya se encuentra en Cristo! Cristo vive en la Iglesia. La liberación, pues, del hombre se realiza plenamente a través de la experiencia de comunión eclesial [10]. Más aún, esta comunión eclesial consiste en la "comunión íntima y siempre renovada con la fuente misma de la vida que es la Santísima Trinidad; comunión de vida, de amor, de imitación, de seguimiento de Cristo, Redentor del hombre, que nos inserta íntimamente en Dios" [11].

Y "la medida del hombre es Dios. Por esto, el hombre debe retornar siempre a esta fuente, a esta medida única, que es Dios encarnado en Jesucristo". A El debe referirse continuamente, "si quiere ser hombre y si el mundo debe ser humano" [12].

516 Por lo cual, la dignidad del hombre hay que verla en Cristo; así como en este mismo Cristo total, que es la Iglesia, conviene reconocer la naturaleza del derecho eclesial y sus necesarias conexiones, así como los derechos primarios de sus miembros [13].

6. El orden eclesial bien entendido es el orden jurídico en el foro externo. Ese mismo orden intenta establecer la paz en la comunión: para que esto se realice, esta paz será caridad [14]. En esto nadie debe equivocarse: el derecho no se opone a la caridad. Más bien al contrario; la caridad requiere el derecho para poder significar y poner a salvo en esta tierra sus necesarias exigencias. A su vez, estas exigencias se comprenderán mejor, si están conformes con la mente de Dios y con las necesidades fundamentales de su amor, así como con las estructuras vivientes de su Iglesia. Esta es —por decirlo así— como una prolongación de la Encarnación del Verbo [15], que se hizo hombre para salvar a los hombres y conducirlos de nuevo al Padre como hijos adoptivos, después de haberlos liberado, para que participasen en la libertad y en la gloria de los hijos de Dios [16]. En Jesucristo, y por El, ellos forman el Cuerpo místico y la comunión santa, es decir, la Iglesia [17].

7. En esta comunión, que es también jerárquica, debemos ver al hombre bautizado. Cada cristiano tiene en ella su propio grado y orden, y una función propia. Además, esta comunión es obra del Espíritu, la cual mantiene su solidez gracias al sacerdocio de los obispos quienes, mediante la sucesión apostólica, enseñan, gobiernan y santifican al Pueblo de Dios y lo conservan en la unidad de la fe y en la caridad. Por lo tanto, su misma comunión sacerdotal es ministerial; sirve a la comunión eclesial y protege su cohesión en torno a Pedro que, como punto central, preside en la caridad de esta unidad.

8. Estos principios constituyen el fundamento del derecho eclesiástico; y forman también una verdadera teología del derecho. Además, iluminan y corroboran la dignidad del hombre y sus derechos principales. Nunca ha dejado la Iglesia de proteger estos derechos; más aún, establecía penas canónicas para quienes atentan contra la vida misma y para quienes actúan contra la dignidad del hombre, o dañan su fama o le privan de libertad [18]. Del mismo modo, la Iglesia nunca ha dejado de predicar el deber, tanto de los hombres privados, como de las autoridades públicas, de respetar y promover los derechos de la persona humana. La Iglesia ha favorecido el orden entre las naciones; ha afirmado el derecho de todas las naciones a la libertad; ha invocado la fidelidad a los pactos convenidos; ha sugerido que se cree una autoridad de todo el orbe, que fomente la comunidad humana, observando esos mismos derechos [19].

9. Es misión de la Iglesia salvar a los hombres. Por tanto, ella debe procurar conocer cada vez mejor los derechos fundamentales del hombre y afanarse para que se respeten y se pongan en práctica; hablo de los derechos fundamentales de la familia, de las corporaciones sociales, de las comunidades religiosas [20]. Es necesario, pues, que estos derechos sean reconocidos por la sociedad civil y protegidos por los mismos Estados. Además, todos los cristianos deben cumplir estos derechos viviendo a la luz de Cristo. Y en la actual época histórica todos los cristianos están obligados por el deber grave y urgente de que en las costumbres y en la leyes públicas se afirmen y respeten estos derechos. De aquí brota, en quienes sois laicos cristianos y juristas, la función propia de concurrir con vuestras dotes específicas de sabiduría, erudición técnica y de amor por el hombre, a conseguir que las normas jurídicas de la ciudad terrena manifiesten y expresen plenamente la ley de la Sabiduría divina escrita en el corazón de los hombres, y a que las leyes que violan los derechos fundamentales y deben, por lo tanto, ser repudiadas por una motivación moral, se cambien en normas que respeten totalmente estos derechos: a la vida, desde su concepción hasta su fin natural, a la dignidad, a la integridad y a la libertad [21]. Ha sido, pues, muy oportuno que hayáis profundizado en todos estos temas y derechos con mentalidad y método ecuménicos.

10. Por lo que se refiere a los derechos primarios de los cristianos, su definición comporta ciertamente un arduo trabajo. Este trabajo que comenzó ya, no sin grandes dificultades, el Concilio Vaticano II, debe continuar absolutamente. El derecho renovado de la Iglesia contribuirá indudablemente, por su parte, a que esos derechos sean tutelados y llevados a la práctica; esto es tanto más necesario, cuanto que esos derechos de los cristianos requieren como fundamento los derechos primarios del hombre. Por lo demás, estos derechos fundamentales de los hombres no sólo han sido solemnemente proclamados en la Declaración de las Naciones Unidas, sino ulteriormente definidos en otros documentos sucesivos [22], entre los cuales es digna de mención la Declaración de los Derechos del Niño, incluso todavía no nacido. Pero es preciso que todos estos derechos sean comprendidos con mayor perfección, más profundamente analizados y valorados. Sin embargo, por desgracia, falta mucho para que se respeten en todas partes [23]. El derecho eclesial no puede olvidar esos derechos, más aún, el derecho eclesiástico ayudará a que estos derechos se apliquen y así los incrementará y ennoblecerá.

11. Si en otros tiempos algunos defendieron la separación absoluta entre Iglesia y Estado —instituciones que ciertamente tienen su propia autoridad y poderes propios—, esto no puede llevar consigo la separación entre comunión eclesial y comunidad de los hombres.

Muy justamente se ha dicho que todos los problemas que se presentan hoy a los hombres, no pueden en modo alguno resolverse con la ayuda o la acción exclusiva de instituciones meramente humanas. Cada vez se percibe mejor que la suerte futura de los hombres desborda ya el orden político y, por lo tanto, se corre el riesgo de que la materia y la tecnología lo opriman, y todo esto afecta necesariamente al mundo espiritual. Esta opinión reitera lo que no hace mucho dije en París: "El hombre es la medida de las cosas y de los hechos en el mundo creado; sin embargo. Dios mismo es la medida del hombre" [24].

12. He aquí, pues, la razón por la que —como afirmé en Washington el año pasado— nuestra misión nos impulsa a dar testimonio de la verdadera grandeza del hombre en todo el conjunto de su vida y de su existencia. Esta superioridad del hombre fluye del amor de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha dado la vida eterna [25].

Queridos hijos: Vuestros trabajos y esfuerzos, y ahora también vuestro congreso de Friburgo os han unido íntimamente con esta misión mía. ¡Os exhorto, pues, a proseguir con alegría y firmeza esta obra de ayuda y colaboración! El derecho eclesiástico puede y debe penetrar y promover el derecho humano, ¡Al indagar los derechos fundamentales de los cristianos, hacéis realmente que los derechos primarios de los hombres se conozcan mejor y se respeten con mayor plenitud: según el designio de Dios, vosotros hacéis que aumenten ceda vez más la comprensión y la tutela de la auténtica dignidad de la persona humana!

Estos son los deseos y los mejores votos que os expreso.

517 Que Dios mismo sostenga vuestros trabajos, y os ayude siempre y conforte la bendición apostólica que confiadamente me habéis pedido.




NOTAS -

£[1] AAS 60 (1968), 337-342; 62 (1970), 106-111.

[2] Cf. Communicationes, 5 (1973), 123-131.

[3] Cf. AAS 69 (1977), 208-212.

[4] Cf. Communicationes, 5 (1973), 123-124.

[5] Cf. ib., 130-131.

[6] Cf. AAS 65 (1973), 98; Communicationes, 5 (1973), 126-127; AAS 69 (1977), 209.

[7] Cf. AAS 69 (1977), 147-148; AAS 60 (1968), 338-339.

[8] Cf. AAS 69 (1977), 149.

[9] Cf. Alocución del 6 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de noviembre de 1979, pág. 6.

[10] Alocución del día 31 de marzo de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de abril de 1979, pág. 13; cf. Homilía en Bourget, 1 de junio de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, págs. 11. 16.

[11] Cf. ib., 31 de marzo de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de abril de 1979, pág. 13.

518 [12] Alocución del 31 de mayo de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, pág. 6.


£[13] AAS 65 (1973), 102-103.

£[14] AAS 69 (1977), 148.

[15] Cf. Lumen gentium, 8, a.

[16] Cf. Rom 8, 19-21.

[17] Cf. Col 1, 15-20.

[18] Cf. CXC., can. 2350, par. 1; 2352-2355.

[19] Cf. Mensaje radiofónico de Navidad de 1944; AAS 37 (1945), 17-21; cf. Enc. Summi pontificatus; AAS 31 (1939), 437; Alocución al Congreso de Juristas Católicos; AAS 45 (1953), 800; Alocución al Congreso para construir la unión europea; AAS 49 (1957), 629.

[20] Cf. Alocución 6 octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de noviembre de 1979, págs. 5-8.

[21] Cf. Alocución tenida en Aquila; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 7 de septiembre de 1980, págs. 1. 12.

[22] Cf. Mensaje a la Asamblea de las Naciones Unidas, 2 de diciembre de 1978; Juan Pablo II: Enseñanzas al Pueblo de Dios, I, 1978, págs. 367 y ss.

[23] Mensaje a la ONU, 2 de diciembre de 1978; Juan Pablo II: Enseñanzas al Pueblo de Dios, I, 1978, págs. 367 y ss.; Alocución tenida al comienzo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano; AAS 71 (1979), 201-202; Encíclica Redemptor hominis, 17; AAS 71 (1979), 295-300; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de marzo de 1979; Alocución del día 14 de diciembre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 20 de enero de 1980, págs. 1-2.

[24] Cf. Alocución del 31 de mayo de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, pág. 8.

519 [25] Cf. Alocución del 6 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de noviembre de 1979, pág. 6.






A UN GRUPO DE OBISPOS DE RITO GRECO-MELQUITA CATÓLICO


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 13 de octubre de 1980



Beatitud y venerables hermanos:

Habéis venido juntos de varias diócesis del Patriarcado greco-melquita católico a visitar al Papa, siguiendo una costumbre eclesial venerable y beneficiosa. Ahora que estáis muy cerca de la tumba del Príncipe de los Apóstoles, que recibió el poder inalienable de guiar y confirmar a todos sus hermanos en la fe y la caridad, me siento particularmente dichoso de daros la bienvenida.

Esta acogida fraterna es la del Obispo de Roma, del Sucesor de Pedro, "que es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles" (Lumen gentium LG 23). Al recibiros me complazco en repetir las palabras del Apóstol Pablo, compañero de Pedro en los sufrimientos padecidos por Cristo: "Dios os llamó por medio de nuestra evangelización para que alcanzaseis la gloria de Nuestro Señor Jesucristo. Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las enseñanzas que recibisteis" (2Th 2,14-15).

Mi saludo se dirige en primer lugar, y de modo del todo especial, a la persona de Su Beatitud el Patriarca Máximos V, que pronto celebrará, en la sede patriarcal de Damasco, los cincuenta años de ordenación sacerdotal. Ya desde ahora elevamos todos juntos a Cristo, Sumo Sacerdote y Redentor de los hombres, nuestras oraciones y fervientes deseos.

La Iglesia greco-melquita católica que aquí representáis ha acogido a lo largo de los siglos a fieles de lengua y origen griegos, y también sirios, egipcios, y asimismo a fieles de origen árabe unidos a la fe católica a partir del siglo V, pertenecientes a los Patriarcados de Antioquia, Alejandría y Jerusalén. No obstante ciertas vicisitudes históricas y políticas ya muy lejanas, y a pesar de las consecuencias recientes de guerras fratricidas que siguen turbando la paz de Oriente Medio, el Patriarcado melquita está floreciente. Y por ello, para mí es ésta una feliz ocasión para expresar a Su Beatitud y a todos los obispos del Patriarcado, mi satisfacción y aliento para continuar este buen trabajo pastoral siguiendo el ejemplo del mismo Señor Jesús y las abundantes enseñanzas de los Padres de la Iglesia de Oriente, entre ellos San Basilio el Grande (cf. Moralia, LXXX, 12-21; PG , 864, b-868, b).

Muchos fieles greco-melquitas católicos y otros de diferentes ritos orientales se han visto obligados —incluso recientemente— a abandonar sus casas y la tierra de sus antepasados. Parte de ellos han atravesado los océanos, y otros, en cambio, han logrado encontrar hospitalidad más próxima en Europa. Para los fieles de la diáspora, la Santa Sede ha erigido una eparquía en Estados Unidos, y otra en Brasil, y acaba de erigir un exarcado apostólico en Canadá y ha establecido visitas apostólicas en Europa Occidental, Argentina, Venezuela, Colombia, México y Australia, de acuerdo con las normas fijadas por el Concilio Vaticano II, a fin de reforzar la predicación de la Palabra de Dios y la atención espiritual a todas las comunidades de fieles emigrados.

Por otra parte, es motivo de consuelo para la Sede de Roma, conocer el trabajo que se va realizando a la luz de las enseñanzas del Concilio en los Sínodos presididos por el Patriarca, donde también toman parte los superiores mayores de las Ordenes masculinas en lo que concierne, por ejemplo, a la puesta al día de textos litúrgicos, pastoral y catequesis, con interés particular por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

El empeño de la jerarquía en la formación espiritual e intelectual responde a las necesidades de nuestro tiempo. Conocemos, además, la actividad que desplegáis en el marco del diálogo ecuménico con los hermanos separados, convencidos como estáis de que la comunión verdadera y estable se construye en la verdad y la caridad en colaboración con la Sede Apostólica.

Vuestro encuentro de hoy es expresión del vínculo de colegialidad con el Sucesor de Pedro. Ojalá recuerde a todos la unidad de acción pastoral que es necesaria en todos los países donde estáis llamados a guiar al Pueblo de Dios, como dice el Concilio a propósito de los obispos esparcidos por el mundo, "manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro" (Lumen gentium LG 25).

520 Al igual que a los obispos de rito caldeo en su reciente visita, os aliento a seguir celebrando encuentros en forma de asambleas episcopales a nivel nacional, a fin de garantizar la unidad de acción entre las varias Iglesias, y asegurar la armonía y entendimiento fraterno entre los diferentes ritos, sin perjudicar en absoluto los derechos del Patriarca y de su Sínodo, de acuerdo con el derecho vigente.

No puedo terminar sin manifestar otra vez mi vivo afecto, en primer lugar, a Su Beatitud, a vosotros todos, venerables hermanos en el Episcopado, a todos vuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas que se preocupan de actuar la renovación en su vida espiritual y en su consagración a Dios y a la Iglesia, y lo hacen meritoriamente en los sectores de pastoral, sanidad y caridad; y en fin, mí pensamiento afectuoso vuela a los fieles de toda la Iglesia greco-melquita católica. Confiándoos a todos a la protección y desvelos maternales de María, la Santísima Madre de Dios y siempre Virgen, os doy de todo corazón la bendición apostólica.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN


NACIONAL FRANCESA DE DIRECTORES DE PEREGRINACIONES


Viernes 17 de octubre de 1981



Queridísimos amigos:

Llegáis de Loreto, donde acabáis de celebrar unas Jornadas de amistad, reflexión y oraciones, que os han dado nuevas energías para cumplir la misión especial que vuestros respectivos obispos os han confiado. No esperéis del Papa, en esto breve encuentro, una exposición sobre la manera de ser hoy director diocesano de peregrinaciones. Pero dejadme al menos claros las más cordiales gracias por esta visita y deciros que participo en vuestras alegrías y en vuestras preocupaciones pastorales.

1. Nunca os sentiréis lo suficientemente dichosos y agradecidos al Señor por tener que guiar a vuestros hermanos cristianos por los altos lugares de espiritualidad y en momentos privilegiados de su existencia. Amad apasionadamente ese servicio eclesial, que, quizá un poco eclipsado en estos últimos años, vuelve a encontrar ahora felizmente casi por todas partes su justa expresión, a menudo bien revalorizada. Si pudiera conversar con alguno de entre vosotros, estoy seguro de que me haríais partícipe de gozos sacerdotales profundos y numerosos a causa de las maravillas realizadas por el Señor en el alma de los peregrinos.

2. Os sentís también muy felices por haber contribuido a ensanchar y preparar bien vuestros equipos diocesanos o regionales de la pastoral de peregrinaciones. En este sentido, vuestros predecesores tienen derecho a vuestro respeto y a vuestra gratitud. Habéis podido buscar, formar y sostener numerosos colaboradores, tanto entre los laicos como entre vuestros hermanos sacerdotes, y entre los religiosos y religiosas. Estad seguros de que el Papa aprueba vuestras tareas y os alienta. Para que vuestro gozo conserve su lozanía evangélica, mantened ante todo en el interior de vuestros equipos los lazos de una fe y una oración ardientes, conjugad con frecuencia vuestras capacidades de reflexión y vuestras experiencias, compartid las responsabilidades, convertidas incesantemente en prueba de feliz imaginación. Que ningún equipo diocesano se vanaglorie de haber encontrado al fin la fórmula ideal, sino que todos sigan vigilantes y ayuden con su dinamismo apostólico a los que a veces tengan dificultades.

3. Os alegra también, y debe alegraros siempre, el superar los problemas de organización, transporte, alojamiento, presupuestos —que ciertamente tienen su importancia— y de ingeniaros para orientar las almas y los corazones de vuestros peregrinos por un camino de conversión. En este aspecto, vuestro ejemplo personal, como el de vuestros colaboradores, es capital. Tenéis ante todo la responsabilidad del ambiente que hace caminar a las almas hacia la luz de Dios. Incluso jóvenes y adultos, más o menos alejados de la fe, quedan impresionados por las asambleas de cristianos que oran y cantan. Sabemos que San Agustín, en Milán, se sintió conmovido por la melodía de los Salmos y que Paul Claudel fue tocado por la gracia durante las Vísperas de Navidad en Nuestra Señora de París. Vuestra alegría de organizadores es sencillamente una participación del gozo de Dios, Pastor de su pueblo, que brilla a través de la Biblia y el Evangelio.

4. Vuestro gozo, finalmente, se basa en comprobar que la peregrinación es como avanzar o descubrir la misión que incumbe a todo cristiano. Numerosas confidencias personales, como los testimonios o los retiros espirituales que se hacen cada vez más durante las peregrinaciones o después de ellas, os permiten conocer y admirar a los adultos y jóvenes que se abren a una fe mejor integrada en su vida concreta, a responsabilidades precisas en la Iglesia o en su propio modo de vida, mientras algunos comienzan a percibir la llamada de Cristo a la donación total.

5. Yo quisiera, por último, ayudaros en vuestras preocupaciones pastorales. Conozco vuestra inquietud por encauzar o al menos orientar un "turismo religioso" que tiende a desarrollarse paralelamente a la expansión de verdaderas peregrinaciones, con el único objetivo de visitar los supremos lugares espirituales. En este aspecto, conviene mantener o suscitar, con los responsables y promotores de ese turismo, relaciones y diálogo que puedan fructificar con el tiempo.

6. Lleváis igualmente, de una peregrinación a otra y de un año pastoral a otro, la preocupación de alimentar doctrinalmente a las muchedumbres que reunís. Medid cada vez más vuestra responsabilidad en este sector concreto. Hay temas doctrinales y apostólicos de gran importancia, que conviene tocar y ahondar con valentía. Las peregrinaciones se han convertido, antes, durante y después de su realización, en un momento especial de la catequesis en la Iglesia (cf. Catechesi tradendae CTR 47). Podéis contribuir singularmente a un aumento del ansia doctrinal en el pueblo de Dios, la cual sigue siendo condición absolutamente esencial para su vitalidad espiritual y apostólica. Se podrían citar hermosos ejemplos de temas de peregrinación, muy cuidadosamente preparados, vividos e integrados seguidamente en la vida cotidiana.

521 7. Pienso también que acierto al subrayar vuestra preocupación por la calidad de las ceremonias que estructuran las jornadas de la peregrinación, sobre todo por las celebraciones de la Eucaristía y del Sacramento de la Reconciliación, del que importa mucho mantener su dimensión personal. Ya se ha hecho no poco en este aspecto. Sabemos que incluso muchos organismos, entre ellos el Centro pastoral de acogida a peregrinos de lengua francesa, contribuyen a ello. Vigilad mucho y constantemente para que toda ceremonia sea digna, vivida, devota, fiel a las normas sabiamente prescritas por el Papa y los obispos; en una palabra, ejemplar. Las celebraciones, realizadas a lo largo de una peregrinación, pueden causar mucho bien —o, desgraciadamente, demasiado poco— a los participantes generalmente bien dispuestos. Acordaos también que tales ceremonias hacen frecuentemente escuela a través de las comunidades parroquiales de las diócesis. Medid vuestra responsabilidad.

8. Queridos amigos: Tenéis en las manos una llave para el porvenir religioso de nuestro tiempo: las peregrinaciones cristianas que se vuelven a descubrir y vivir en todas sus dimensiones y exigencias, y que pueden corresponder a esa ansia más o menos consciente de hombres y de creyentes insatisfechos por el ambiente materialista actual. Las concentraciones religiosas, demasiado despreciadas por algunos, podrían evitarles la aventura de una adhesión a grupos que buscan en fuentes equívocas cierto calor humano y religioso. Es el momento de adjudicar a la pastoral popular de la peregrinación un puesto igual, al menos, del que se debe dar a la indispensable formación de una élite. Sería muy de desear la promoción de ambas, no oponiéndolas una a otra, sino en forma complementaria y dinámica. Con esta esperanza os bendigo de corazón a vosotros y a todos vuestros devotos colaboradores.





DISCURSO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II


A SU MAJESTAD BRITÁNICA ISABEL II


Y A SU ALTEZA REAL EL PRÍNCIPE FELIPE, DUQUE DE EDIMBURGO*


Viernes 17 de octubre de 1980



Majestad,
Alteza Real:

Hace diecinueve años mi predecesor Juan XXIII acogía a Su Majestad y a Su Alteza Real en el Vaticano. Hoy me tocan a mí este gozo y placer, y desearía acogeros a los dos con la misma cordialidad y respeto que caracterizaron la bienvenida que os dio mi predecesor.

En aquella ocasión Juan XXIII habló de la gran sencillez y dignidad con que Su Majestad lleva el peso de sus muchas responsabilidades. Dos decenios después, estas observaciones son igualmente justas, y es patente que las responsabilidades que os incumben están lejos de disminuir. Las necesidades de la humanidad han crecido dramáticamente, al igual que los problemas presentes en tantas áreas vitales.

En el contexto de la colaboración en nuestro común ideal de servicio, me complazco en la oportunidad de nuestro encuentro para hablaros de algunos de estos temas. Los contactos entre la Sede Apostólica de Roma y Gran Bretaña no son ni mucho menos de origen reciente; pues abarcan un período de casi mil cuatrocientos años desde los días en que Gregorio I envió a Agustín, monje benedictino, a anunciar el Evangelio de Cristo al pueblo de vuestro país. Otras influencias benedictinas incidieron en la vida del pueblo de Bretaña, y desde vuestras playas se expandió por Europa a través de la actividad de San Bonifacio, por ejemplo, que ha sido llamado "el inglés más grande", cuyo XIII centenario de nacimiento se está celebrando este año.

En la persona de Su Majestad rindo homenaje a la historia cristiana de vuestro pueblo y a sus logros culturales. Los ideales de libertad y democracia anclados en vuestro pasado, siguen desafiando a cada generación de ciudadanos íntegros de vuestra tierra. Durante este siglo, vuestro pueblo se ha propuesto repetidamente la defensa de estos ideales contra la agresión. Elevo oraciones para que estos grandes bienes se garanticen a las generaciones futuras. La influencia de vuestro laborioso pueblo en algunos otros campos también, y la difusión de su lengua, han sido instrumentos providenciales del ensanchamiento de la hermandad por el mundo. Ojalá llegue a plenitud esta aportación al progreso de la humanidad en esta coyuntura de la historia, y asimismo al fomento del progreso integral de cada hombre, mujer y niño, en un mundo en paz.

Ante la Organización de las Naciones Unidas tuve oportunidad de hablar el año pasado de la relación existente entre el desarrollo auténtico y la paz, y el cultivo de los valores espirituales. A este respecto afirmé: "La primacía de los valores del espíritu define el significado propio y el modo de servirse de los bienes terrenos y materiales, y se sitúa por esto mismo en la base de la paz justa. Tal primacía influye por otra parte en lograr que el desarrollo material, técnico y cultural y el progreso de la civilización, estén al servicio de lo que constituye al hombre" (Nb 14 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 14). En presencia de Su Majestad y de Su Alteza Real expreso mi esperanza firme de que vuestra noble nación afronte este gran desafío espiritual con nuevo entusiasmo y lozano vigor moral.

En las dos décadas transcurridas desde la última visita de Su Majestad a la Santa Sede, se nota con profunda satisfacción que las cordiales relaciones existentes entre los distintos grupos cristianos y entre los hombres y mujeres religiosos de buena voluntad, han crecido. Esto es verdadero en grado eminente con referencia a la situación de vuestra tierra; con la gracia de Dios, ello es debido a la paciencia y esfuerzo perseverante de tantas personas rectas, impulsadas por razones de caridad y hondamente convencidas de las palabras pronunciadas por Cristo hace tiempo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). A este respecto es digno de mención especial el celo con que representantes de la Iglesia católica y de la Comunión anglicana han perseguido esta noble meta de acercarse juntos a la unión cristiana y al servicio eficiente de la humanidad.

522 Con gran anticipación estoy pensando en la oportunidad de hacer una visita pastoral a los católicos de Gran Bretaña. En tal ocasión espero encontrarme con ellos en cuanto hijos e hijas de la Iglesia católica y, a la vez, en cuanto ciudadanos leales de su nación; al mismo tiempo espero saludar con respeto fraterno y amistad a los demás cristianos y hombres de buena voluntad.

Entre tanto, a Su Majestad y a Su Alteza Real reitero mis sentimientos de personal estima. Pido a Dios que os sostenga en todas vuestras actividades de servicio y os conserve con buena salud. Imploro el favor de Dios sobre los dos, junto con toda la familia real y él pueblo británico en su totalidad. Dios bendiga a Gran Bretaña y le conceda, cumplir su alto destino en la justicia y la paz.

*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n. 51 p.13.






A LOS REPRESENTANTES DE LA ASOCIACIÓN ITALIANA


DE PADRES DE FAMILIA


Sábado 18 de octubre de 1980

¡Queridos dirigentes y pertenecientes a la Asociación Italiana de Padres de Familia!


Os doy las gracias por esta visita, que me permite encontrarme personalmente con vosotros, beneméritos fautores de la promoción de la familia, primaria e insustituible institución natural, en la cual el hombre nace y se forma, encontrando en ella todas las premisas que son necesarias para el desarrollo armónico de su personalidad.

Doy a todos mi cordial bienvenida, mientras expreso mi gratitud a vuestro presidente por el deferente saludo que, interpretando también vuestros pensamientos, ha querido dirigirme tan gentilmente.

1. Sé que os habéis congregado en Roma para vuestro congreso nacional, cuyo tema es precisamente "Familia años 80: sus tareas", me complazco por la elección de este tema, que se armoniza bien con la amplia y ardua temática que los padres sinodales están desarrollando en estos días para devolver a la institución familiar todas esas prerrogativas queridas por el Señor, pero que, desgraciadamente, hoy son puestas en peligro por ciertas ideologías. También he examinado la documentación referente a los principios, finalidades y campos de acción de vuestra Asociación, que tiende a individuar todo lo que concierne al bien y el interés de los hijos bajo el perfil sicológico, educativo, cultural y social; quiere contribuir al cumplimiento de la obra educadora de los padres de familia, con referencia particular a sus responsabilidades en orden a la instrucción escolar, estimulando la creación de todos esos organismos destinados a hacer participar a la familia en la vida de la escuela y de la comunidad social; e intenta intervenir ante las autoridades competentes para proponer las soluciones más adecuadas a fin de que los padres puedan defender sus propios derechos con los medios que les son ofrecidos por las instituciones civiles. En una palabra, vuestro esfuerzo tiende a prestar voz a los padres de familia como tales, en todos los problemas que conciernen al crecimiento humano y espiritual de sus hijos, de manera particular en la escuela estatal, frecuentada por la inmensa mayoría de los jóvenes italianos.

2. He visto con satisfacción todo esto y expreso mi augurio por la actividad y los métodos que guían vuestros trabajos serios, positivos, importantes y urgentes. Pero no quiero adentrarme más en estos problemas específicos que, por otra parte, vosotros ya estáis estudiando.

No puedo, sin embargo, dejar de poner de relieve cómo vuestro congreso ha concentrado sus intervenciones sobre un aspecto realmente importante de la vida de vuestra Asociación, es decir el concerniente al papel que ella puede y debe realizar en el seno de las diversas instituciones, para infundir en ellas esos reflejos de vida cristiana que les confieran la posibilidad de ser verdaderamente educativas. Esto significa que vosotros sois realmente conscientes de la prioridad que la función formativa tiene en el conjunto de todo el proceso que es propio de las asociaciones juveniles y, de manera particular, de la escuela. Esta vuestra presencia, activa y generosa, tendente a desarrollar las relaciones entre familia y escuela en el ámbito de la participación social, es más que nunca providencial, en un momento en que se advierte más agudamente su significado. Pues bien, tened siempre un concepto elevado de vuestro servicio en defensa de los pequeños, de los niños y de la nueva generación. No os avergoncéis jamás de llamaros cristianos. Esta cualidad no debilita la fuerza de vuestra función; al contrario, la refuerza y le confiere su cohesión, su identidad. Pero a condición de que sintáis siempre en vuestros ánimos la resonancia fortalecedora del nombre cristiano, no sólo como fuente de fervor interior, sino también como un empeño en la cualificación rigurosa de la función que cumplís y, al mismo tiempo, un estímulo para distinguiros en vuestro ambiente por el fiel y leal cumplimiento de todos vuestros deberes de ciudadanos.

3. Una última exhortación es ésta: Como pertenecientes a vuestra Asociación, que en pocos años ya actúa en los países de la Comunidad Europea, ¡permaneced unidos! Mantened compacta la Asociación con vuestra personal adhesión y con la apertura hacia nuevos socios, sobre todo hacia los matrimonios jóvenes que tengan los mismos sentimientos en la promoción solidaria de vuestros ideales y vuestros intereses. De esa manera vuestra presencia en las escuelas, en los barrios, en los consultorios, se fortalecerá y podrá hacer oír más eficazmente su voz ante las fuerzas que se inspiran en ideologías contrarias a la familia y a la auténtica promoción de la persona en su plena y verdadera libertad. Sólo de esta manera, vosotros, padres y madres, seréis capaces de conseguir que en vuestras familias, en la escuela, en el mundo del trabajo, en todo momento y lugar de la vida social, vuestros hijos sean educados, desde la más tierna edad, en el respeto hacia las personas, las cosas, las opiniones de los demás.


Discursos 1980 515