Discursos 1980 523

523 Os deseo que el empeño voluntario que ha caracterizado la formación y la afirmación de esta Asociación, continúe con incisividad cada vez mayor para hacer sentir aún más su peso en favor de la familia, que está en el centro de las atenciones y preocupaciones de la Iglesia.

Que el Señor sea el aliento, el consuelo y el premio de vuestras meritorias actividades. Con estos votos os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras personas queridas y a todos los pertenecientes a la Asociación.






A LA PEREGRINACIÓN DE LA ACCIÓN CATÓLICA


DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE SENIGALLIA


Sábado 18 de octubre de 1981



¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Os expreso mi alegría al acoger hoy en esta Aula a vuestra peregrinación, que representa la entera diócesis de Senigallia. Mi cordial saludo se dirige ante todo a vuestro obispo y hermano mío, que os ha conducido a Roma ante el Sucesor de Pedro. Y os saludo a todos vosotros, aquí presentes, con particular referencia a los numerosos y queridos muchachos y a los jóvenes catequistas parroquiales. A todos va mi bienvenida paterna y afectuosa, en la esperanza cierta de que el encuentro de hoy sea realmente una ocasión propicia para renovar nuestra común fe en Cristo Señor y nuestro mutuo amor, como las tumbas cercanas de los gloriosos Apóstoles nos estimulan a hacer.

2. Sé que el motivo de vuestra peregrinación ha sido el XC aniversario del nacimiento de Santa María Goretti, nacida en Corinaldo, una parroquia de vuestra diócesis, donde adquirió los primeros elementos de la fe y tuvo las primeras experiencias de vida parroquial, aunque luego tuvo que seguir a su familia en su traslado al campo pontino del Lacio. Habéis querido rendir homenaje de esta manera a la singular figura de una santa la cual, si por una parte constituye un orgullo para vuestra comunidad diocesana, por otra brilla como ejemplo de virtud válido para proponer a la sociedad entera.

María Goretti, en efecto, fue una mártir de la castidad, es decir de un específico comportamiento moral virtuoso que en la historia del cristianismo ha sido siempre altamente apreciado, aunque en nuestro tiempo como en otros, se le hayan infligido muchos atentados para disminuir su valor. Sin duda, el mensaje que procede de la historia de María Goretti no es de orden maniqueo, de desvalorización del cuerpo y de la sexualidad, puesto que es propia de la revelación bíblica toda una profunda y sana teología del cuerpo. Se trata más bien de un mensaje concerniente tanto a la dignidad personal a nivel sólo humano, que debe ser defendida de todo abuso y toda violencia, como a la consagración de las propias energías, incluso físicas, al Señor y a la Iglesia, en obediencia radical de la ley de Dios. El cristiano no cultiva la castidad o cualquier otra virtud sólo por sí misma, convirtiéndola en un fin aislado o un ideal absoluto. San Pablo nos advierte: "... Si entregare mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha" (1Co 13,3). La castidad es un valor nobilísimo si se ordena hacia Cristo Señor y se inserta en todo el contexto de la típica vida cristiana, a la cual el Espíritu Santo confiere su propio sello fundamental e inconfundible, teniendo entre sus frutos también "el dominio de sí mismo" (Ga 5,22), precedido y rodeado de muchos otros.

3. Por tanto, la invitación que proviene de María Goretti a todos nosotros, y de manera particular a los jóvenes y las jóvenes, es que cuidemos en profundidad nuestra identidad bautismal e introduzcamos en el cuadro de esta formación, como uno de sus componentes, también el cultivo alimentado y celoso de nuestra íntegra dignidad no sólo cristiana, sino también humana, de la que la castidad es una expresión de primera importancia.

En este sentido, queridos hermanos y hermanas, no debéis hacer otra cosa que continuar e intensificar todas las actividades de vida diocesana, que ya son vuestra contraseña. En efecto, estoy informado de que está floreciente entre vosotros la Acción Católica de muchachos, con sus diversas y fecundas iniciativas pedagógicas, que estimulan a experiencias comunitarias de gozo y compromiso, y preparan a una vida de responsabilidad, tanto eclesial como civil.

Un sector decisivo también cuidado por vosotros, es el de los catequistas. A ellos les quiero recordar la gran seriedad de esta función, muy determinante para el crecimiento de los jóvenes en la fe. Todo lo que se hace para los catequistas y por los catequistas es sin duda digno de las más escogidas gracias v recompensas celestiales. Seguramente la fuerza de María Goretti hundió sus raíces también en esa enseñanza catequética que tuvo la suerte de recibir en la propia familia.

Y a vosotros, padres y madres, y no sólo a los aquí presentes, se dirige mi apremiante y alentadora invitación a que dediquéis vuestra inteligencia cristiana a la familia y a los hijos. María Goretti, que salió analfabeta de Corinaldo, encontró precisamente en su padre y su madre su mejor escuela, puesto que se habían formado con la asidua participación en la catequesis parroquial y en la vida litúrgica del pueblo de origen. Se trata de un ejemplo que se inserta bien en el marco del actual Sínodo de los Obispos, que precisamente en estos días está estudiando los varios aspectos y problemas de la familia en el mundo contemporáneo.

524 4. Me alegra, por tanto, desearos a todos vosotros todo bien en el Señor, a quien os aseguro mi recuerdo en la oración, para que "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabezá" (Ep 4,15). Que sea El quien os acompañe siempre con su gracia, de la que quiere ser prenda mi bendición apostólica, que de corazón imparto a todos vosotros y extiendo a vuestras personas queridas y a toda la amada diócesis de Senigallia.






DURANTE LA INAUGURACIÓN DEL NUEVO «AUDITORIUM»


DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD URBANIANA


Domingo 19 de octubre de 1980



De muy buen grado he subido hoy aquí, al Janículo, para un encuentro que reviste evidentes características de la universalidad, ante la presencia de los padres sinodales venidos a Roma de todas partes del mundo, a fin de estudiar los problemas de la familia en nuestro tiempo.

Tal encuentro se realiza significativamente en coincidencia con la Jornada Misionera mundial, instituida con sabia previsión por mi predecesor Pío XI, justamente denominado el "Papa de las misiones"; jornada que me ha ofrecido la consoladora ocasión de entregar, en la basílica de San Pedro, el crucifijo a numerosos misioneros y misioneras, dispuestos, con todo el ardor que la nobilísima causa exige, a trasladarse al campo todavía amplísimo de la evangelización.

Subo a esta colina recordando que Pablo VI, mi gran predecesor, realizó también él, y precisamente coincidiendo con la Jornada Misionera mundial de 1974, durante el Sínodo de aquel año, ante la presencia de los padres sinodales de entonces, una memorable visita al Colegio Urbano, tan antiguo y tan glorioso, justamente para subrayar su providencial, perenne, insustituible función.

Es para mí motivo de especial gozo encontrarme aquí, mientras conservo en el alma el recuerdo de la visita hecha a la sede del dicasterio en la Plaza de España el pasado año, dentro del marco de encuentros, directos y personales, con mis más cercanos y directos colaboradores en los organismos de la Curia Romana.

Hallándome en este nuevo "Auditorium", puedo comprobar con mis ojos que se trata de una construcción felizmente realizada, con sentido del arte y con criterios de racional funcionalidad. Es una nueva obra que viene a enriquecer, junto a la biblioteca recientemente inaugurada y a la cercana sede del ampliado "Foyer Pablo VI", las estructuras propias de la Pontificia Universidad Urbaniana.

Deseo expresar al sacro dicasterio misionero, y en particular a su activo Prefecto; toda mi complacencia y reconocimiento.

Formulo por tanto el deseó de que también este nuevo instrumento sea un medio realmente válido, que la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos y, en particular, la Pontificia Universidad Urbaniana sepan utilizar con oportunas iniciativas para continuar las nobles tradiciones que la distinguen.

Precisamente en esta sede, rodeado de los padres sinodales, entre los cuales muchos cardenales y obispos procedentes de sedes de los continentes donde todavía se extiende la evangelización misionera, me complazco en manifestar, con renovada confianza, mi deseo de que dicha Congregación, animada por el mandato recibido de la Sede Apostólica, sepa adoptar "con acierto una oportuna flexibilidad de las formas del anuncio del Evangelio para hacer el mensaje divino, no sólo comprensible, sino aceptable por las poblaciones de cualquier cultura".





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PROFESORES Y ALUMNOS


DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD URBANIANA


Domingo 19 de octubre de 1980



525 Venerados hermanos y queridos hijos:

1. Debo manifestaros, ante todo, con gran sinceridad mi profunda alegría por esta visita a la Pontificia Universidad Urbaniana, visita que es continuación de las otras que ya realicé a las Pontificias Universidades de Santo Tomás de Aquino, Gregoriana y Lateranense.

En tales visitas he podido encontrarme con los dirigentes, profesores y alumnos, a quienes he podido expresar la sincera estima, el profundo afecto y la ansiosa solicitud que la Iglesia y el Papa nutren por los centros culturales que tienen su sede en la Ciudad Eterna y que son verdaderas forjas de ciencia y de formación humana, cristiana y sacerdotal.

Hoy, en la significativa circunstancia de la "Jornada Misionera mundial", me encuentro aquí, en la sede de la Pontificia Universidad Urbaniana, que debe su nombre a mi predecesor Urbano VIII, el cual, con la Carta Apostólica Inmortalis Dei Filius, erigía canónicamente el 1 de agosto de 1627, el Pontificio Seminario Urbano, en el que piadosos y doctos clérigos seculares se educaban y formaban para ser enviados a cualquier parte del mundo, con el fin de propagar la fe católica, aun a costa de la vida.

Me encuentro aquí en este Ateneo, que acoge hoy, en feliz unión y emblemática concordia, a estudiantes que proceden de todas las partes del mundo, traen a Roma las múltiples riquezas de las culturas de sus pueblos y el desbordante entusiasmo de su juventud ofrecida a Cristo y a la Iglesia, y que volverán luego a sus lejanas naciones para hacer partícipes a sus hermanos del magnífico y misterioso don de la fe.

Me agrada recordar que el 1 de mayo de 1931, mi predecesor Pío XI inauguraba personalmente aquí, sobre el Janículo, la nueva sede del Colegio; mientras que el 1 de octubre de 1962 Juan XXIII, con el "Motu proprio" Fidei Propagandae, confería al Ateneo el título de "Universidad" y, en el transcurso de la visita que realizó a esta sede, pronunciaba aquellas espléndidas palabras que quiero hacer mías: "Nuestras dos residencias del Vaticano y del Janículo se miran frente a frente; se miran, se hablan, se entienden; una misma inspiración, una misma oración por la redención del mundo entero en Cristo".

2. Carísimos superiores, profesores, alumnos: En este nuestro encuentro quisiera brevemente presentar a vuestra consideración las notas específicas que deben caracterizar la vida de esta Pontificia Universidad Urbaniana.

La primera debe ser la de la eclesialidad. Pertenecéis a la Iglesia, sois la Iglesia; especialmente vosotros, estudiantes, os formáis en el estudio severo, en la ordenada disciplina, en la oración continua, para trabajar a fin de que la Iglesia se extienda cada vez más en el mundo, manifestando con eficacia siempre creciente su esencial e intrínseca catolicidad. Vuestra vida está enlazada y unida con la de toda la Iglesia. Con las Iglesias jóvenes que os esperan ansiosamente para recibir de vosotros luz, consuelo, esperanza; con esos miembros de la Iglesia que han realizado no pocos sacrificios para poder contribuir, incluso económicamente, a vuestra preparación y formación; con esas iglesias más antiguas que esperan de vosotros una nueva fuerza y una juvenil energía que se difunda en toda la articulación de la Iglesia universal.'

El amor a la Iglesia —Cuerpo místico de Cristo, Esposa de Cristo, Pueblo de Dios, Edificio de Dios— debe estar profundamente arraigado en vuestro corazón. Volvamos a escuchar y meditemos las conocidas y emotivas palabras del gran obispo y mártir de Cartago, San Cipriano: "Habere non potest Deum Patrem qui Ecclesiam non habet matrem"; y, hablando de la unidad de la Iglesia, añade: "hanc unitatem qui non tenet, non tenet Dei legem, non tenet Patris et Filii fidem, vitam non tenet et salutem" (De catolicae Ecclesiae unitate, 6: CSEL, 3, 1, 214).

Vuestra vida cultural, que se desarrolla a través de serios y metódicos cursos académicos, como también vuestra formación espiritual preparatoria para el sacerdocio, deben estar animadas por la dimensión eclesial.

La teología, que es el corazón de los estudios propios de esta Universidad, es una ciencia eclesial; crece en la Iglesia, habla de la Iglesia, se desarrolla a la luz del Magisterio de la Iglesia. "In doctrina catholica investiganda et docenda —he afirmado en la Constitución Apostólica Sapientia christiana— fidelitas erga Ecclesiae Magisterium semper eluceat. In docendi munere explendo, praesertim in ciclo institutionali, ea imprimís tradantur, quae ad patrimonium acquisitum Ecclesiae pertinent. Probabiles et personales opiniones, quae ex novis investigationibus oriantur, nonnisi ut tales modeste proponantur" (Pars I, art. 70).

526 Esto lleva consigo un estudio detenido, una investigación apasionada, una gran seriedad científica, el empeño conjunto de la específica preparación de los profesores y del trabajo personal de los alumnos. Esa sed de verdad y de lo absoluto que es típica del hombre de todo tiempo y de toda civilización, y que se encuentra de manera singular en las concepciones religiosas y en otras tantas tradiciones ancestrales de vuestros pueblos, debe ser un continuo estímulo para el estudio cada vez más profundo de las diversas disciplinas teológicas, evitando las fáciles sugestiones de la superficialidad y del conformismo.

Pero el estudio, si se separa de la vida espiritual, no puede plasmar verdaderos teólogos y mucho menos auténticos apóstoles de Cristo. Por eso, la formación espiritual —basada y enraizada en la fe viva, en la serena esperanza y en la operante caridad— debe ser la primera meta de las diversas fases de la vida de esta Universidad y de los Colegios que en la Urbe os hospedan con tanto amor. Y tal formación debe ser típicamente "eclesial", porque os preparáis a ser obreros fieles, que den dignos frutos en la viña del Señor, que es la Iglesia.

La oración constante —tanto personal como comunitaria— os ayudará a profundizar en la doctrina teológica y a vivir los misterios de la Revelación cristiana.

3. Otra nota que caracteriza esta Universidad es su romanidad.

Todos vosotros, hijos carísimos, os sentís felices de poder completar vuestros estudios en Roma, en esta ciudad hecha sagrada por la fe y por la sangre de los Apóstoles Pedro y Pablo y de tantos mártires, que nos han dejado como tesoro y como herencia el ejemplo luminoso de su testimonio de Cristo; en esta ciudad que, no sin disposición divina, es el centro de la catolicidad, la sede del Sucesor de Pedro, hacia la cual se orientan el corazón y la fe de millones de creyentes.

Entre vuestros condiscípulos y vuestros profesores os encontráis personas de toda nación, de lenguas diversas, pero unidos todos por la misma fe y en la misma fe; podéis vivir aquí en Roma la experiencia exaltante de la unidad y de la catolicidad de la Iglesia; unidad y catolicidad en las que debéis continuamente formar vuestras respectivas Iglesias particulares. "Cuanto más ligada-—ha dicho Pablo VI— esté una Iglesia particular por vínculos sólidos a la Iglesia universal —en la caridad y la lealtad, en la apertura al Magisterio de Pedro, en la unidad de la lex orandi, que es también la lex credendi, en el deseo de unidad con todas las demás Iglesias que componen la universalidad—, tanto más esta Iglesia... será evangelizadora de verdad, es decir, capaz de beber en el patrimonio universal para lograr que el pueblo se aproveche de él, así como de comunicar a la Iglesia universal la experiencia y la vida de su pueblo, en beneficio de todos" (Evangelii nuntiandi
EN 64 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de diciembre de 1975, pág. 10).

4. ¡Sí, hijos carísimos! Cada Iglesia particular debe ser "evangelizadora", es decir, debe vivir en una continua tensión misionera. Es precisamente la misionalidad la tercera característica de la Pontificia Universidad Urbaniana, en cuanto que está abierta a muchos grupos culturales diversos.

Podemos decir que vuestra universidad es como un signo concreto y visible de la universalidad de la Iglesia, que acoge en sí, en la propia unidad la diversidad de todos los pueblos. Unidad y diversidad que San Agustín, comentando el Salmo 44, descubre en el vestido precioso de la Iglesia-Reina, que es presentada al Rey-Cristo: "Vestitus reginae huius quis est? Et pretiosus est, et varius est; sacramenta doctrinae in linguis omnibus variis. Alia lingua afra, alia siria, alia graeca, alia hebraea, alia illa et illa; faciunt istae linguae varietatem vestis reginae huius. Quomodo autem omnid varietas vestis in unitate concordat, sic et omnes linguae ad unam fidem. In veste varietas sit, scissura non sit. Ecce varietatem inteleximus de diversitate linguarum et vestem intelleximus propter unitatem... Eamdem quippe sapientiam, eamdem, doctrinam et disciplinam omnes linguae, praedicant" (Enarr. in , , Ps 24, PL Ps 36,253).

De modo absolutamente especial surge en esta sede, siempre vivo y actual, el problema de la relación entre el mensaje cristiano, y las culturas diversas. La fuerza del Evangelio debe penetrar en el corazón mismo de las diversas culturas y de las diversas tradiciones. En tal contexto —como he recordado en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis— hay que tener presentes dos principios: "Por una parte, el mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislar de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el mundo cultural en que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos... Por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura, ¿quién podrá sorprenderse de que cambien en ella algunos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas" (Catechesi tradendae CTR 53 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de noviembre de 1979, pág. 11).

Y en mi reciente viaje a África, dirigiéndome en Kenia a los hermanos en el Episcopado, les decía: "La culturización o inculturación, que promovéis con razón, será verdaderamente un reflejo de la Encarnación del Verbo, cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio, genere de su propia tradición, expresiones originales de vida, celebración y pensamiento cristianos. Respetando, preservando y fortaleciendo los valores particulares y ricos de herencia cultural de vuestro pueblo, estaréis en posición de conducirlos hacia una mejor comprensión del misterio de Cristo, que ha de ser vivido en las experiencias nobles, concretas y cotidianas de la vida africana" (Discurso a la Conferencia Episcopal, 7 de mayo de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de mayo de 1980, pág. 13).

La Facultad de Teología, con sus varias disciplinas, el Instituto Misionero Científico y el Instituto de Catequesis Misionera, canónicamente erigido hace algunos meses, deberán profundizar, con rigor científico, en el problema de la inculturación del Evangelio y deberán formar adecuadamente los futuros heraldos que en todas las naciones sepan difundir el mensaje de Cristo, sin adultefarlo o desvirtuarlo, sino llevándolo hasta el corazón mismo de la vida y de las tradiciones de los diversos pueblos, para elevarlos a Cristo, camino, verdad y vida del hombre (cf. Jn Jn 14,6).

527 Para hacer esto, es necesario embarcarse valientemente por el mar sin límites de la evangelización, sobre la nave de Pedro, que es la Iglesia. "Nec... vilis est navis —nos advierte San Ambrosio— quae ducítur in altum. Cur enim navis pligitur —se pregunta el Santo Doctor— in qua Christus sedeat, turba doceatur, nisi quia navis Ecclesiae est, quae pleno Dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo?" (De virginitate, 18: PL 16, 297). A todos vosotros os encomiendo a María Santísima, la Estrella de la evangelización, y al confirmaros mi aplauso, mi estímulo y mi afecto, os imparto de corazón mi bendición apostólica.





SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PROFESORES Y ESTUDIANTES EN LA CAPILLA


DEL COLEGIO DE PROPAGANDA FIDE


Domingo 19 de octubre de 1980



Carísimos profesores y estudiantes:

En esta jornada tan intensa de espiritualidad misionera y tan densa de encuentros y de emociones, me siento feliz de encontrarme con vosotros y reservaros en exclusiva un poco de mi tiempo, para dirigiros mi más cordial y afectuoso saludo y manifestaros lo muy unido que está a vosotros el Vicario de Cristo. Míos son vuestros problemas, vuestros deseos, vuestros ideales; mías también vuestras alegrías y vuestras satisfacciones.

Venís de muchas regiones de la tierra, habláis diversas lenguas, representáis diversas culturas; sin embargo, sois "una sola cosa" aquí en Roma, en el centro de la cristiandad, unidos en la fe y en el amor de Cristo, para volver a vuestras tierras con más profunda y convencida conciencia de la verdad del misterio escondido por tantos siglos y revelado en Cristo Jesús (cf. Col Col 1,26).

Me complazco vivamente con cada uno de vosotros y os deseo de corazón una formación intelectual y moral completa, profunda, irradiante, que os dé fuerza y consolación para toda la vida. Y a tal respecto, quiero haceros una especial exhortación.

En esta "Jornada mundial de Misiones" hemos meditado sobre el valor siempre actual y auténtico de la palabra del Divino Maestro: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes... enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado" (Mt 28,19-20). ¡El mundo sigue estando necesitado de evangelización, de catequesis, de conversión!

Pero para lograr el plan propuesto, Jesús nos prescribió también la condición necesaria e indispensable: ¡la unidad! Así lo dice Jesús en la "oración sacerdotal": "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

Son palabras impresionantes, porque hacen depender la credibilidad del Evangelio, es decir, del amor de Dios Creador y Redentor, de nuestra unidad en la verdad, en la caridad y en la disciplina. Y son palabras determinantes e irreversibles, porque son divinas.

Por tal motivo, carísimos, os exhorto a tender, en estos años de estudio y de formación, al amor de la verdad, como ha sido revelada por la "Palabra de Dios" y enseñada por el Magisterio de la Iglesia. ¡Tended constante y seriamente a la unidad en la verdad, siguiendo los ejemplos de los grandes santos y de los heroicos misioneros! ¡Esa es la consigna que os dejo; ese es mi augurio!

Que el amor ardiente a Jesús Eucaristía y a María Santísima sea el centro propulsor para vuestra formación en la unidad, para ser todos y pronto apóstoles y testigos de la verdad y de la caridad.

528 Os acompañe siempre mi oración y mi bendición.






EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN CANÓNICA


DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DEL CAMINO


19 de octubre de 1980



Amadísimos hermanos y hermanas,

Es para mí un motivo de gran satisfacción estar hoy con vosotros y unir mi voz a la vuestra, en sintonía de sentimientos y de afecto, para rendir homenaje de amor filial a la Santísima Virgen, en este quincuagésimo aniversario de la Coronación canónica de su imagen - imagen evocadora de “la Piedad” - venerada en ese hermoso Santuario, bajo la advocación popular de “La Virgen del Camino”. A todos los queridísimos hijos de León y de las regiones vecinas, llegue mi más cordial saludo de bendición en el Señor: Que la paz de Cristo tenga siempre en vuestro interior la última palabra. Sed agradecidos.

Mis sentimientos son pues de sincero parabién para vosotros que, siguiendo los pasos de vuestros mayores en la fe, camináis al encuentro diario con Cristo, nuestra paz, traído de manera especial por la Virgen a esas laboriosas tierras. El pueblo de León está viviendo feliz esta presencia de la Madre y del Hijo en su suelo, particularmente durante estas jornadas de dilatado respiro espiritual, condensando en la plegaria, a la espera de renovar hoy su ofrenda, generosa y confiada a la que canta como “Reina y Madre” con espontáneo fervor y gratitud.

Sé muy bien lo que esto significa y doy por ello gracias a Dios. Significa que desde ese lugar bendito, hogar espiritual de la familia leonesa y remanso acogedor para devotos y peregrinos, se ha difundido en el tiempo y en el espacio y ha prendido en los corazones el misterio de amor, que la Virgen del Camino, teniéndolo visible entre sus brazos, ha hecho realidad más fructuosa y cercana: Cristo Salvador nuestro, Cristo nuestro hermano.

La Virgen del Camino, mostrando y poniendo al alcance de vuestros ojos la humanidad yaciente y redentora de su divino Hijo, ha sido durante siglos un evangelio viviente: ha anunciado sin cesar que las heridas, las dolencias y hasta la misma muerte, así como la soledad, la división de los espíritus y los males morales no son para sus hijos la última palabra. Ella os está diciendo y atestiguando que la suerte definitiva del hombre es Cristo, la Palabra encarnada, el Amor hecho perdón, gracia y alegría de Dios en medio de su pueblo. ¡Cuántos, junto a su imagen, se han sentido bienaventurados porque, al igual que Ella, “han creído”, dejándose acercar de este modo a las fuentes de la salvación! De verdad, Ella os ha manifestado, y vosotros lo habéis experimentado, “el don de Dios”, ese deseo íntimo de redención que ha inundado el alma de esa región española y que expresáis felizmente como una súplica anhelante dirigida a la Virgen: “muéstranos a Jesús, vivo y glorioso, que herencia nuestra es”.

Sí, Jesús vivo y glorioso, herencia nuestra insustituible: he ahí en resumen el evangelio perenne de la Virgen del Camino. Es sumamente consolador para mí, saber que este mensaje mariano no ha quedado en silencio baldío, sino que ha encontrado terreno propicio para enraizarse en un corazón nuevo y en un espíritu nuevo que os tiene unidos en la esperanza y en el amor fraterno. Sea un eco vivo de esta solidaridad en Cristo por María, la Residencia para minusválidos que va a surgir a la sombra protectora de ese Santuario, encomendada a la Caritas diocesana; nada mejor que estos hermanos nuestros, cuya existencia dolorida les hace más semejantes al Siervo de Dios, para hacer actual y familiar, es decir, eclesial, la presencia de Cristo, camino de verdad y de vida, que “nos transformará en cuerpo glorioso como el suyo”.

Todo esto os recuerda; a todo esto os llama la Virgen del Camino en su figura de la “Piedad”. Y de vuestra generosidad espera también que os ofrezcáis a continuar proclamando su propio mensaje. Lo espera de todos, pero singularmente de los sacerdotes, de los religiosos y de las personas consagradas, quienes con su “fiat” asumen como propia la gozosa misión de dar la vida por los hombres, por Cristo palabra definitiva y herencia nuestra.

A vosotros, a vuestras familias, a los ancianos y enfermos, a los niños y jóvenes mi más cordial Bendición Apostólica, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.






A UN GRUPO DE OBISPOS DE COREA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 23 de octubre de 1980



529 Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

1. En la unión especial de que hacemos experiencia hoy, nuestro corazón se goza y nuestro espíritu se regocija. Juntos estamos percibiendo, con sentido más perfecto, lo que significa estar "en Cristo". Para mí personalmente constituye una alegría particular recibir al cardenal Kim y a los demás obispos hermanos míos, ya que en el misterio profundo de la colegialidad, la Divina Providencia nos ha reservado a vosotros y a mí una vinculación vital con la historia de la salvación que se actúa en la vida del pueblo coreano. Vuestra presencia aquí demuestra asimismo que sois conscientes del valor inestimable de la comunión eclesial. Vuestra presencia junto a las tumbas de los Apóstoles se convierte en acto público de acción de gracias —solemne himno de alabanza— por la acción salvadora de Dios que se despliega día a día en la Iglesia de toda Corea, y que ha tenido influencia decisiva en la vida de generaciones de antepasados vuestros. Con las palabras del Salmo podemos proclamar juntos: "Bendito sea todos los días Yavé. El lleva nuestra carga, el Dios de nuestra salvación. Dios es Dios nuestro para salvarnos..." (
Ps 68,20-21).

2. Está claro que toda la historia de la evangelización de Corea está recapitulada en este momento dinámico que estáis viviendo, de fidelidad a la predicación de Pedro y Pablo. Vuestra visita consolida esta historia, desde la primera mención del nombre de Jesucristo en vuestra tierra, y especialmente desde aquella implantación carismática de la fe hace casi dos siglos, que se llevó a efecto por medio del laico Yi Sung-hun. Llamados a "la obediencia de la fe" (Rm 1,5) por la acción del Espíritu Santo, vuestros antepasados dieron un testimonio heroico de la fe que alcanzó su punto álgido en la fortaleza de los Mártires de Corea.

3. Este mismo Espíritu Santo está actuando hoy, y la gracia de Cristo sigue dando frutos de justicia y santidad de vida. ¡Cómo no alabar a Nuestro Dios Salvador por los signos de vitalidad católica existentes en vuestras Iglesias locales, por el don de la fe y el bautismo constantemente renovados para edificación de la Iglesia universal! Todavía, recuerdo con gozo que en la vigilia pascual de este año bauticé y confirmé a algunos de los que habían sido celosamente preparados para la iniciación cristiana en su patria de Corea. La Iglesia de Dios que está entre vosotros, ha sido capaz de realizar grandes obras de fe y caridad, y todo ello en nombre del mismo Jesús.

4. Habéis desempeñado vuestra misión cristiana de servicio con fidelidad y perseverancia, dando respuesta auténtica al mandamiento del amor de Cristo. En escuelas y hospitales, a través de múltiples obras de caridad y con la dedicación al progreso humano, vuestras comunidades han llegado a dar respuesta cristiana verdadera a las necesidades humanas.

5. Si bien sois numéricamente pocos en comparación con vuestros hermanos y hermanas, habéis prestado servicio importante y celoso con la cooperación al bien común. En el campo religioso y en el social, los ciudadanos católicos han contribuido individual y colectivamente con prestaciones valiosas y altamente estimadas. La Iglesia debe seguir dedicando total solicitud a la persona humana, a los derechos de cada hombre, mujer o niño. Por eso la Iglesia ha de estar siempre atenta al reto pastoral que se le presenta en el campo de los derechos humanos, en el que no debe fallar su respuesta dentro del contexto de su propia misión, la cual estará siempre relacionada con la dimensión ética y humana de cuanto se refiere a la existencia humana, reconociendo claramente que según las enseñanzas de Jesús, la justicia y la paz se hallan entre "lo más grave de la ley" (Mt 23,23).

6. Al mismo tiempo la Iglesia ofrecerá su aportación distintiva y original, la más grande que tiene: la proclamación del Evangelio de salvación y elevación de Jesucristo en su totalidad. Un aspecto de su acción, que es al mismo tiempo derecho y deber especial e inalienable del laicado y merece atención particular, es la acción de los laicos en la renovación de todo el orden temporal (cf. Apostolicam actuositatem AA 7). Hay muchas facetas de esta gran tarea —metas precisas que proponerse y medios específicos que adoptar— y no es posible tratarlas todas ahora. Pero recuerden siempre nuestros laicos católicos esto: que tienen un papel principal en la orientación de lo creado a la alabanza de Dios, y en hacer penetrar el mundo del espíritu de Cristo (cf. Lumen gentium LG 36).

7. En 1984 celebraréis en Corea el II centenario de vuestra evangelización. No hay duda de que va a ser un momento de gracia, fortalecimiento y renovación. En conexión con este gran aniversario, estáis preparando celosamente un plan pastoral nacional para los años 80. En esta coordinación de esfuerzos no hay duda de que tenéis una oportunidad providencial para impulsar fuertemente la unión de vuestras Iglesias locales. En todos los aspectos de nuestra actividad eclesial Dios nos llama a ser uno en El. Porque todo lo que se hace en favor de la unión del Episcopado y de la unión del clero redundará en la unión del Cuerpo de Cristo y en la eficacia de la misión de la Iglesia. Ojalá estén unidos en la acogida a la Palabra de Dios todos los segmentos vitales de la Iglesia, todos los grupos parroquiales, todas las comunidades de religiosos y laicos; y sean "perseverantes en oír las enseñanzas de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración" (Ac 2,42).

La preparación de un plan pastoral es una oportunidad excelente para asumir de nuevo y con vitalidad creciente —y con prioridad absoluta— la misión evangelizadora de la Iglesia. El fundamento, centro y cénit dinámico de esta evangelización, consiste en la "proclamación clara de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres como don de la gracia y la misericordia de Dios" (Evangelii nuntiandi EN 27). Y, ¿qué mejor ofrenda puede presentarse al Padre por medio del Hijo, con ocasión del II centenario, que la oblación de la unión de acuerdo cada uno con el mandato de San Pablo: "concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir" (1Co 1,10)?

8. Muy queridos hermanos: Los obstáculos y dificultades que afronta el Evangelio y ponen en peligro la vida y dignidad humanas, son muchos. Pero tengamos fe en la acción de Jesucristo. Confiemos en su gracia que nos sostiene.

Dignos de vuestro afecto especial y atención pastoral particular son vuestros seminarios y seminaristas. Con la ayuda del Espíritu Santo muchos jóvenes han respondido a la invitación divina. De parte nuestra, asegurémonos de que su formación doctrinal y espiritual sea sólida y digna de Cristo que les ha llamado a una fidelidad de por vida. Si su formación fuera defectuosa, todo lo demás fallaría. El único fundamento de la vida sacerdotal y del ministerio es la palabra escueta de la verdad revelada por Dios. Custodiemos este tesoro y transmitámoslo con toda su vitalidad a nuestros seminarios. Es difícil imaginar una responsabilidad más tremenda que esta carga impuesta por Cristo, Pastor Supremo, a nosotros los obispos.

530 Os ruego aseguréis a todos vuestros sacerdotes, tanto a los diocesanos como a los religiosos, que les amo en Cristo. Urgidles a tener confianza en Cristo y en su presencia permanente cuando afrontan los problemas pastorales de cada día, incluidos los de la sociedad de emigrados en zonas urbanas. Su mayor fuerza residirá siempre en la unión con el Señor, sobre todo a través de la oración y la Eucaristía.

Ante todos los religiosos y religiosas icemos el ideal de la santidad y sabiduría de la cruz. La medida de su eficiencia no se juzga según niveles humanos; reside en su capacidad de amar a Dios y a los hermanos.

Os encomiendo a todos a la gracia salvadora de Cristo Nuestro Señor, y os exhorto a llenaros de confianza y a ir adelante con esperanza. Jesús nos está diciendo actualmente: "No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino" (
Lc 12,32). Envío un saludo cordial y respetuoso, junto con mi estima y amor fraterno, a todos vuestros hermanos no cristianos con quienes vivís y trabajáis. Asimismo elevo oraciones por todas las autoridades de vuestra nación y por todos los ciudadanos de buena voluntad, y les deseo todo lo mejor.

9. En estos momentos mi pensamiento vuela en particular a vuestros hermanos y hermanas que viven en Corea del Norte, especialmente a cuantos han padecido tribulaciones por causa del nombre de Jesús y por la fidelidad a El. Sepan que ciertamente no están olvidados. La Iglesia universal les promete oraciones y les asegura su solidaridad y amor indefectibles. A la vez que os hablamos de ellos ante el mundo, los confiamos con esperanza a Dios que "es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos" (Ep 3,20).

10. Y aun cuando nos esforzamos por cumplir nuestra pesada responsabilidad pastoral, tenemos la profunda convicción de que los destinos del Pueblo de Dios están en el poder de su gracia, que es distribuida abundantemente por manos de su bendita Madre María. Mucho tiempo ha presidido Ella la evangelización de vuestro pueblo, y seguirá llevándoos a todos a Cristo Jesús, Hijo suyo, y por El al Padre, a quien en la unidad del Espíritu Santo sea gloria y acción de gracias por siempre jamás.





Discursos 1980 523