Discursos 1980 530


CLAUSURA DE LA V ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina

Sábado 25 de octubre de 1980



Venerables hermanos:

1. Acabamos de escuchar al Apóstol San Pablo, que da gracias a Dios por la Iglesia de Corinto, "porque en Cristo Jesús habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en todo conocimiento" (cf. 1Co 1,4-5). También nosotros en este momento nos sentimos impulsados, antes de nada, a dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el momento de clausurar este Sínodo de los Obispos; tanto los miembros como los colaboradores de esta Asamblea nos hemos reunido, para celebrarlo, en el misterio de esa suprema unidad propia de la Santísima Trinidad. A Ella, pues, elevamos nuestros corazones agradecidos por haber llevado a cabo este Sínodo, que es un signo sobresaliente de la vitalidad de la Iglesia y que tiene gran importancia para la vida eclesial. El Sumo Pontífice Pablo VI, siguiendo los deseos del Concilio, instituyó el Sínodo de los Obispos —por usar las palabras del mismo Concilio— "como representación de todo el Episcopado católico y para significar a la vez que todos los obispos en comunión jerárquica participan de la solicitud de la Iglesia universal" (Christus Dominus CD 5).

Damos también las gracias por estas cuatro semanas que hemos dedicado al trabajo. Porque ya durante este tiempo, antes incluso de la formulación de los últimos documentos, es decir, el Mensaje y las Proposiciones, ese trabajo ha fructificado en nosotros mismos, en cuanto que la verdad y el amor han ido sin duda madurando y progresando cada vez más en nuestras 'almas a medida que iban pasando los días y las semanas.

Hay que poner de relieve este progreso y describir en pocas palabras sus características más sobresalientes. En ellas aparece con cuánta rectitud y sinceridad se han manifestado en el Sínodo la libertad y el afán de responsabilidad en torno al tema tratado.

531 Queremos hoy, ante todo, dar gracias a Aquel "que ve lo oculto" (Mt 6,4) y que actúa como "Dios escondido", por haber dirigido nuestros pensamientos, nuestros corazones y nuestras conciencias, y por habernos concedido actuar con paz fraterna y gozo espiritual, de tal modo que apenas hemos sentido el peso del trabajo y del cansancio. Y, sin embargo, ¡qué grande ha sido realmente la fatiga! Pero vosotros no habéis escatimado ningún esfuerzo.

2. Debemos también darnos las gracias unos a otros. Ante todo hay que decir que ese progreso que madurando poco a poco nos ha llevado a "realizar la verdad en la caridad", todos nosotros debemos atribuirlo a las oraciones intensas que toda la Iglesia, unida a nosotros, ha elevado durante este tiempo. Se ha rezado por el Sínodo y por las familias: por el Sínodo en cuanto que se refería a las familias, y por las familias en lo relativo a la misión que deben cumplir en la Iglesia y en el mundo actual. El Sínodo se ha beneficiado de estas oraciones quizás de un modo especial.

Se han dirigido a Dios preces asiduas e insistentes, sobre todo el 12 de octubre, día en que los matrimonios, que representaban a las familias de todo el mundo, se dieron cita en la basílica de San Pedro para celebrar los sagrados ritos y orar con nosotros.

Debemos darnos las gracias unos a otros, pero debemos darlas también a tantos bienhechores desconocidos, que en todo el mundo nos han ayudado con sus oraciones y han ofrecido también sus dolores por este Sínodo.

3. Ahora queremos manifestar nuestro agradecimiento personalmente a todos los que han colaborado en la celebración de esta Asamblea: los Presidentes, el Secretario General, el Relator general, todos los padres sinodales, el Secretario especial y sus ayudantes, los auditores, las auditoras, los encargados de los medios de comunicación social, los dicasterios de la Curia Romana, y especialmente el Comité para la Familia, y las demás personas, es decir, los que ayudaban en la sala y también los técnicos, los tipógrafos y otros.

Todos estamos agradecidos por haber podido concluir este Sínodo, que ha sido una manifestación singular de la solicitud colegial de los obispos de todo el mundo por la Iglesia. Estamos agradecidos porque hemos podido proyectar nuestra atención sobre la familia tal como es realmente en la Iglesia y en el mundo contemporáneo, teniendo en cuenta las múltiples y diversas situaciones en las que se encuentra, las tradiciones que dimanan de las diferentes culturas y que influyen sobre ella, los condicionamientos propios del desarrollo a los que se ve sometida y por los que se ve afectada, y otras cosas semejantes. Estamos agradecidos porque, con fidelidad a la fe, hemos podido escrutar de nuevo el designio eterno de Dios sobre la familia, manifestado en el misterio de la creación y confirmado con la sangre del Redentor, Esposo de la Iglesia; y finalmente porque hemos podido precisar, según el plan sempiterno sobre la vida y el amor, la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo.

4. El fruto inmediato que este Sínodo de 1980 ha producido ya está contenido en las Proposiciones aprobadas por la Asamblea, la primera de las cuales trata: "Sobre cómo conocer la voluntad divina en la peregrinación del Pueblo de Dios. El sentido de fe".

Acogemos ahora, como fruto valiosísimo de los trabajos del Sínodo, este rico tesoro de Proposiciones, que son en total 43.

Al mismo tiempo manifestamos nuestra alegría porque la Asamblea misma ha hablado a toda la Iglesia dirigiéndole un Mensaje. La Secretaría general se preocupará de enviar este Mensaje a todos los interesados, con la ayuda de los organismos de la Sede Apostólica y también por medio de las Conferencias Episcopales.

5. Lo que el Sínodo de este año 1980 ha estudiado intensamente y ha enunciado en las citadas Proposiciones, nos permite comprender mejor la misión cristiana y apostólica de la familia en el mundo contemporáneo, deduciéndola, en cierto modo, de la gran riqueza de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Hay que actuar eficazmente de forma que las propuestas doctrinales y pastorales de este Sínodo encuentren una concreta realización; éste es el camino a seguir.

Por lo demás, el Sínodo de este año empalma muy bien con los Sínodos anteriores y es como su continuación —hablamos de los Sínodos celebrados en 1971 y, sobre todo, en 1974 y 1977—, que han servido y deben seguir sirviendo para aplicar en la vida concreta el Concilio Vaticano II. Estos Sínodos hacen que la Iglesia se presente a sí misma de modo auténtico, cual conviene que sea en la situación del mundo actual.

532 6. Entre los trabajos de este Sínodo hay que dar la máxima importancia al examen atento de aquellos problemas doctrinales y pastorales que lo estaban exigiendo de un modo especial, y, en consecuencia, dar un juicio cierto y claro sobre cada una de esas cuestiones.

En la riqueza de las intervenciones, de las relaciones y de las conclusiones de este Sínodo —que se ha movido sobre dos ejes: la fidelidad al plan de Dios acerca de la familia y la "praxis" pastoral, caracterizada por el amor misericordioso y el respeto debido a los hombres, abarcándolos en toda su plenitud, en lo referente a su "ser" y a su "vivir"—, en esa gran riqueza, decíamos, que ha sido para nosotros motivo de gran admiración, hay algunas partes que han llamado la atención de los padres de un modo especial, porque tenían conciencia de ser intérpretes de las expectativas y de las esperanzas de muchos esposos y familias.

Entre los trabajos de este Sínodo es útil recordar esas cuestiones y más útil aún conocer el estudio profundo que sobre ellas se ha realizado: pues se trata del examen doctrinal y pastoral de problemas que, aunque no sean los únicos tratados en los debates del Sínodo, sin embargo han tenido un relieve especial, puesto que se han afrontado de un modo sincero y libre. De ahí la importancia especial que hay que atribuir a los juicios dados por el Sínodo de un modo claro y valiente sobre esas cuestiones, manteniendo al mismo tiempo la visión cristiana según la cual el matrimonio y la familia han de ser considerados como dones del amor divino.

7. Por eso, el Sínodo, al tratar del ministerio pastoral referente a los que han contraído nuevo matrimonio, después del divorcio, alaba con razón a aquellos esposos que, aunque encuentran graves dificultades, sin embargo, testimonian en la propia vida la indisolubilidad del matrimonio; pues en su vida se aprecia la buena nueva de la fidelidad al amor, que tiene en Cristo su fuerza y su fundamento.

Además, los padres sinodales, confirmando de nuevo la indisolubilidad del matrimonio y la "praxis" de la Iglesia de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que, contra las normas establecidas, han contraído nuevo matrimonio, exhortan, al mismo tiempo, a los Pastores y a toda la comunidad cristiana a ayudar a estos hermanos y hermanas para que no se sientan separados de la Iglesia, ya que, en virtud del bautismo, pueden y deben participar en la vida de la Iglesia orando, escuchando la Palabra, asistiendo a la celebración eucarística de la comunidad y promoviendo la caridad y la justicia. Aunque no se debe negar que esas personas pueden recibir, si se presenta el caso, el sacramento de la penitencia y después la comunión eucarística, cuando con corazón sincero abrazan una forma de vida que no esté en contradicción con la indisolubilidad del matrimonio, es decir, cuando el hombre y la mujer, que no pueden cumplir la obligación de separarse, se comprometen a vivir en continencia total, esto es, absteniéndose de los actos propios sólo de los esposos y al mismo tiempo no se da escándalo; sin embargo, la privación de la reconciliación sacramental con Dios no debe alejarlos lo más mínimo de la perseverancia en la oración, en la penitencia y en el ejercicio de la caridad, para que puedan conseguir finalmente la gracia de la conversión y de la salvación. Conviene que la Iglesia se muestre como madre misericordiosa orando por ellos y fortaleciéndolos en la fe y en la esperanza.

8. Los padres sinodales conocían muy bien las graves dificultades que muchos esposos sienten en sus conciencias acerca de las leyes morales relativas a la transmisión y a la defensa de la vida humana. Conscientes de que todo precepto divino lleva consigo la promesa y la gracia, los padres sinodales han confirmado abiertamente la validez y la verdad firme del anuncio profético, dotado de un profundo significado y en consonancia con la situación actual, contenido en la Carta Encíclica Humanae vitae. El Sínodo mismo ha invitado a los teólogos a unir sus esfuerzos con la labor del Magisterio jerárquico para esclarecer cada vez más los fundamentos bíblicos y las razones "personalistas", como hoy se dice, de esta doctrina, con el fin de que todos los hombres de buena voluntad la acepten y comprendan cada vez mejor.

Los padres sinodales, dirigiéndose a los que ejercen el ministerio pastoral en favor de los esposos y de las familias, han rechazado toda separación o dicotomía entre la pedagogía, que propone un cierto progreso en la realización del plan de Dios, y la doctrina propuesta por la Iglesia con todas sus consecuencias, en las cuales está contenido el precepto de vivir según la misma doctrina. No se trata del deseo de observar la ley como un mero "ideal", como se dice vulgarmente, que se podrá conseguir en el futuro, sino como un mandamiento de Cristo Señor a superar constantemente las dificultades. En realidad no se puede aceptar un "proceso de gradualidad", como se dice hoy, si uno no observa la ley divina con ánimo sincero y busca aquellos bienes custodiados y promovidos por la misma ley. Pues la llamada "ley de gradualidad" o camino gradual no puede ser una "gradualidad de la ley", como sí hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina, para los diversos hombres y las distintas situaciones. Todos los esposos están llamados a la santidad en el matrimonio, según el plan de Dios, y esta excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se encuentra en condiciones de responder al mandamiento divino con ánimo sereno, confiando en la gracia divina y en la propia voluntad. Por tanto, los esposos a quienes no unen las mismas convicciones religiosas, no pueden limitarse a aceptar de forma pasiva y fácil la situación, sino que deberán esforzarse, con paciencia y benevolencia, por llegar a una voluntad común de fidelidad a los deberes del matrimonio cristiano.

9. Los padres sinodales han llegado a un conocimiento más profundo y a una mayor conciencia de las riquezas que se encuentran en las diversas formas de cultura de los pueblos y de los bienes que ofrece cada una de las culturas, en orden a una mayor comprensión del inefable misterio de Cristo. Además, se han dado cuenta de que, también en el ámbito del matrimonio y de la familia, se abre un vasto campo a la investigación teológica y pastoral, para facilitar mejor la adaptación del mensaje evangélico a la índole de cada pueblo y para percibir de qué modo las costumbres, las tradiciones, el sentido de la vida y la índole peculiar de cada cultura humana pueden armonizarse con aquellas realidades a través de las cuales se manifiesta la Revelación divina (cf. Ad gentes divinitus, 22). Esta investigación aportará sus frutos a la familia si se realiza según el principio de la comunión de la Iglesia universal y bajo el estímulo de los obispos locales, unidos entre sí y con la Cátedra de San Pedro, "que preside la asamblea universal de la caridad" (Lumen gentium
LG 13).

10. El Sínodo ha hablado de la mujer con palabras oportunas y persuasivas, con respeto y con mucha gratitud; ha hablado de su dignidad y de su vocación como hija de Dios, como esposa y madre. Y ha puesto de relieve también la dignidad de la madre, rechazando todo lo que lesiona su dignidad humana. Por eso ha afirmado con razón que la sociedad debe organizarse de tal modo que las mujeres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa por razones de retribución, o como se dice hoy por razones profesionales, sino que es necesario que la familia pueda vivir con holgura también cuando la madre se dedica plenamente a ella.

11. Hemos recordado estos problemas principales y las respuestas que a ellos ha dado el Sínodo; pero no queremos infravalorar las otras cuestiones afrontadas por él; pues tal como lo han manifestado las numerosas intervenciones de estas semanas útiles y fecundas, se trata de problemas importantes, que tanto en la enseñanza como en el ministerio pastoral de la Iglesia deben ser tratados con gran respeto, amor y misericordia hacia los hombres y las mujeres, hermanos y hermanas nuestros, que miran a la iglesia para recibir una palabra de fe y de esperanza. Ojalá los Pastores, siguiendo el ejemplo del Sínodo y con la misma atención y voluntad, afronten estos problemas tal como se presentan realmente en la vida conyugal y familiar, para que todos "realicemos la verdad en la caridad".

Queremos añadir ahora, como fruto de los trabajos a los que nos hemos dedicado durante más de cuatro semanas, que nadie puede construir la caridad sin la verdad. Este principio vale tanto para la vida de cada familia como para la vida y la acción de los Pastores que intentan ayudar realmente a las familias.

533 El fruto principal de esta sesión del Sínodo es que la misión de la familia cristiana, cuyo corazón viene a ser la misma caridad, no puede realizarse sino viviendo plenamente la verdad. Todos aquellos a quienes en cuanto miembros de la Iglesia se les ha confiado esta tarea de colaboración —bien sean laicos, clérigos, religiosos y religiosas—, no pueden realizarla sino en la verdad. Pues es la verdad la que libera; la verdad es la que pone orden y la verdad es la que abre el camino a la santidad y a la justicia.

Hemos podido comprobar cuánto amor de Cristo y cuánta caridad se ofrece a todos los que en la Iglesia y en el mundo forman una familia: no sólo a los hombres y a las mujeres unidos en matrimonio, sino también a los niños y a las niñas, a los jóvenes, a los viudos y a los huérfanos, a los abuelos y a todos aquellos que de algún modo participan en la vida de la familia.

Para todas estas personas la Iglesia de Cristo quiere ser y quiere permanecer testigo y como puerta de esa plenitud de vida de la que San Pablo habla en la Carta a los Corintios: porque en El (en Cristo) todos hemos sido enriquecidos, en toda palabra y en todo conocimiento (cf.
1Co 1,5).

Ahora os anunciamos que hemos designado para ayudar a la Secretaría general del Sínodo de los Obispos, los tres prelados cuyo nombramiento corresponde al Romano Pontífice, y que se añaden a los doce que vosotros habéis elegido. Son:

— el cardenal Wladyslaw Rubín, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales;

— Paulos Tzadua, arzobispo de Adis Abeba ;

— Carlo María Martini, arzobispo de Milán.

Os deseamos finalmente todo bien en el Señor.






AL SEÑOR LUCIANO NOGUERA MORA.


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA


ANTE LA SANTA SEDE*


Lunes 27 de octubre de 1980



Señor Embajador:

Al recibir las cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Venezuela ante la Santa Sede, me es muy grato dar a Vuestra Excelencia mi más cordial bienvenida.

534 Asume en el día de hoy, al iniciar la misión que le ha confiado el Gobierno de su país, la noble tarea de representar a un querido pueblo, el venezolano, de cuyo afecto y religiosa adhesión a esta Sede Apostólica y al Sucesor de Pedro he tenido ya numerosos y confortables testimonios a los que deseo corresponder desde aquí con gratitud y afecto sinceros.

Este sentir común de los venezolanos —de sus laboriosas gentes del campo y de la industria, de las pequeñas poblaciones y de las ciudades— es reflejo, sin duda alguna, de una probada raigambre de fe y costumbres cristianas, que prendidas y cultivadas bajo la guía constante y experimentada de la Iglesia, han contribuido a dar a Venezuela una configuración propia, de avanzada madurez humana y espiritual, no sólo en el ánimo de los individuos, sino también en el amplio tejido de la sociedad.

Sé muy bien que su país es una comunidad nacional próspera y pacífica, deseosa de conseguir metas más altas y más extensas, accesibles a todos, tanto en el plano del bienestar material, como en el campo de la convivencia —dicho con palabras de Vuestra Excelencia— “participativa y solidaria”.

Esto supone, naturalmente, un propósito firme de coordinar de manera clara y consistente toda la gama de servicios y responsabilidades, conforme a un proyecto inequívoco que ponga de relieve la prioridad de la persona humana, cuya dignidad sacra, la misma en todos y para todos, le hace acreedora a todos los bienes y a toda clase de asistencia adecuada a su promoción integral. En este sentido es altamente esperanzador comprobar cómo en Venezuela, al igual que en el seno de toda la comunidad humana, se va adquiriendo mayor conciencia de tal prioridad, como lo demuestra la voluntad expresa de respetar y defender los llamados derechos humanos fundamentales; bien sabido que el derecho inalienable a la vida desde sus comienzos; el derecho al propio sustento mediante un trabajo congruamente retribuido; el derecho a la educación y a la cultura, fuente natural de tantas marginaciones, etcétera, no son de ningún modo bienes catalogables entre los bienes de consumo, sino patrimonio propio de la dignidad personal.

Si me he permitido enumerar someramente alguno de estos valores que, por sí solos y más aún en conjunto, ennoblecen la existencia humana, es por su intrínseca conexión con una institución, básica para la sociedad y para la Iglesia tan entrañable que le dedica sus mejores desvelos: la familia. Bien sea la vida —desde su primer palpitar hasta su final—, bien sea el trabajo y el sustento, la educación y la cultura tienen manifiestas repercusiones en el hogar, donde se hace palpable su falta dolorosa o su fructuosa vigencia.

Para quien vea en el hombre una “imagen y semejanza de Dios” será fácilmente inteligible que la Iglesia tenga una peculiar preferencia por el ámbito familiar que es también hogar del espíritu y escuela de principios morales, capaces de redimir y orientar con esperanza segura.

Señor Embajador: En esta singular circunstancia, formulo mis mejores votos para que la Nación venezolana mantenga y promueva siempre estos valores esenciales, derivados de un auténtico humanismo y de la inspiración cristiana, a fin de que consolide cada vez más las bases de un integral bienestar y progreso, en la paz y la justicia. A estos votos uno los mejores deseos para el Señor Presidente de Venezuela, para Vuestra Excelencia, la nueva misión que hoy inicia, su familia, sus conciudadanos y Autoridades del País, sobre todos los cuales invoco la constante protección del Altísimo.

*AAS 72 (1980), p. 1123-1124.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. III, 2 1980 pp.999-1001.

L'Attività della Santa Sede 1980 pp. 708-709.

L’Osservatore Romano 27-28.10.1980 pp.1, 4.

535 L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.44 p.15.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE DOCTORES Y CIRUJANOS

Lunes 27 de octubre de 1980



1. Con viva satisfacción os doy mi bienvenida, ilustres representantes de la Sociedad italiana de Medicina Interna y de la Sociedad Italiana de Cirugía General que, coincidiendo con la celebración de vuestros respectivos congresos nacionales, habéis tenido la grata idea de hacerme una visita. Considero, en efecto, vuestra presencia especialmente significativa no sólo por la calificada actividad médico-científica a la que cada uno de vosotros se dedica, sino también por el implícito, pero patente, testimonio que esa actividad da en favor de los valores morales y humanos. ¿Qué es lo que os ha inducido a pedir esta audiencia sino la conciencia vigilante y atenta a las más altas razones del vivir y del obrar, razones que, como muy bien sabéis, forman parte de la cotidiana solicitud del Sucesor de Pedro?

Así, pues, vaya a todos vosotros, a la vez que mi reconocimiento, el saludo más sincero y cordial, con especial agradecimiento a los presidentes de vuestras dos Sociedades, el profesor Alessandro Beretta Anghissola y el profesor Giuseppe Zanini. Quiero también saludar a los colaboradores, discípulos y familiares que os han acompañado aquí, juntamente con el celoso y benemérito obispo, mons. Fiorenzo Angelini.

2. Habéis venido a Roma, ilustres señores, para examinar algunos aspectos particularmente actuales de las disciplinas de vuestra competencia. Las artes médicas han realizado en estos años significativas conquistas, que han aumentado de modo notable las posibilidades de la intervención terapéutica. Ello ha favorecido una lenta modificación del concepto mismo de medicina, extendiendo su papel desde la primitiva función de lucha contra la enfermedad al de la promoción global de la salud del ser humano. Consecuencia de ese nuevo enfoque ha sido la progresiva evolución de la relación entre médico y enfermo hacia formas organizativas cada vez más complejas, tendentes a tutelar la salud del ciudadano desde el nacimiento hasta la vejez.

Tutela de la infancia y de la vejez, medicina escolástica, medicina de fábrica, prevención de las enfermedades profesionales y de los accidentes de trabajo, higiene mental, tutela de los minusválidos y de los tóxico-dependientes, de los enfermos mentales, profilaxis de las enfermedades de contaminación, control del territorio, etc..., constituyen otros tantos capítulos del actual modo de concebir el "servicio al hombre" a que está llamada vuestra ciencia.

Hay motivos para alegrarse de ello, ya que muy bien puede decirse que, bajo este aspecto, ;el derecho del hombre sobre su vida no ha tenido jamás un reconocimiento más amplio. Es uno de los rasgos calificadores de la singular aceleración de la historia que más caracterizan nuestra época. Por ese su extraordinario desarrollo, la medicina cumple un papel de primer orden en la configuración del rostro de la sociedad de hoy.

Un examen sereno y atento de la situación actual en su conjunto debe, sin embargo, inducir a reconocer que no han desaparecido realmente algunas formas insidiosas de violación del derecho a vivir de modo digno, propio de todo ser humano. Más aún; en cierto modo podría decirse que han surgido aspectos negativos, como he escrito en mi Encíclica Redemptor hominis: "Si nuestro tiempo... se nos revela como tiempo de gran progreso, aparece también como tiempo de múltiples amenazas para el hombre... Por esto es necesario seguir atentamente todas las fases del progreso actual: es necesario hacer, por decirlo así, la radiografía de cada una de las etapas... En efecto, existe ya un peligro real y perceptible de que, mientras avanza enormemente el dominio por parte del hombre sobre el mundo de las cosas, de ese dominio suyo pierda los hilos esenciales, y de diversos modos su humanidad esté sometida a ese mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación, aunque a veces no directamente perceptible" (Nb 16).

3. La verdad es que el desarrollo tecnológico característico de nuestro tiempo, padece una ambivalencia de fondo: mientras por una parte consiente al hombre tomar las riendas de su propio destino, por otra lo expone a la tentación de sobrepasar los límites de un razonable dominio de la naturaleza, poniendo en peligro la misma supervivencia e integridad de la persona humana.

Pensemos, para seguir en el ámbito de la biología y de la medicina, en la implícita peligrosidad que en orden al derecho del hombre a la vida emerge de los mismos descubrimientos en el campo de la inseminación artificial, del control de nacimientos y de la fertilidad, de la hibernación y de la "muerte retardada", de la ingeniería genética, de los productos farmacéuticos para la siquis, de los trasplantes de órganos, etc. Ciertamente, el conocimiento científico tiene sus propias leyes a las que atenerse. Sin embargo, debe también tener en cuenta, sobre todo en medicina, un límite insuperable en el respeto de la persona y en la tutela de su derecho a vivir de un modo digno del ser humano.

Si un nuevo método de investigación, por ejemplo, lesiona o corre el peligro de lesionar ese derecho, no debe considerarse lícito sólo porque aumenta nuestros conocimientos. La ciencia, en efecto, no es el valor más alto, al que todos los demás deban ser subordinados. Más alto, en la escala de valores, está precisamente el derecho personal del individuo a la vida física y espiritual, a su integridad síquica y funcional. La persona, en efecto, es medida y criterio de bondad o de culpa en toda manifestación humana. El progreso científico, por tanto, no puede pretender situarse en una especie de. terreno neutro. La norma ética, fundada en el respeto a la dignidad de la persona, debe iluminar y disciplinar tanto la fase de investigación como la de aplicación de los resultados adquiridos mediante ella.

536 4. Desde hace algún tiempo se oyen en vuestro campo voces alarmadas que denuncian las consecuencias dañosas derivadas de una medicina más preocupada de sí misma que del hombre al que debería servir. Pienso, por ejemplo, en el campo farmacológico. Es indudable que en la base de los prodigiosos éxitos de la terapia moderna están la riqueza y la eficacia de los productos farmacéuticos de que disponemos. Sin embargo, es un hecho que, entre los capítulos de la patología de hoy, se ha añadido uno nuevo: el iatrogénico.

Cada vez son más frecuentes las manifestaciones morbosas imputables al empleo indiscriminado de medicinas: enfermedades de la piel, del sistema nervioso, del aparato digestivo, y sobre todo enfermedades de la sangre. No es cuestión sólo de un uso inconveniente de las medicinas y ni siquiera de su abuso; muchas veces se trata de una verdadera y propia intolerancia del organismo.

Es un peligro que no hay que dejar de tener en cuenta; porque los más cuidadosos y concienzudos estudios farmacológicos no excluyen totalmente un riesgo, potencial: el ejemplo trágico de las talidomidas es aleccionador. Incluso en el intento de ayudar, el médico puede, por tanto, lesionar involuntariamente el derecho del individuo a la propia vida. La investigación farmacológica y la aplicación terapéutica deben, por tanto, estar sumamente atentas a las normas éticas, antepuestas en defensa de ese derecho.

5. Lo dicho hasta aquí nos lleva a tocar un tema muy discutido, como es el de la experimentación. También en ese campo el reconocimiento de la dignidad de la persona y de la norma ética que de ella se deriva, como valor superior que debe tener en cuenta la investigación científica, tiene consecuencias precisas a nivel deontológico. La experimentación farmacológico-clínica no puede ser afrontada sin que se hayan tomado todas las cautelas necesarias para garantizar la inofensividad de la intervención. La fase preclínica de esa investigación debe, por tanto, proporcionar la más amplia documentación fármaco-toxicológica.

Es obvio, por otra parte, que el paciente debe ser informado de la experimentación, de su finalidad y de sus eventuales riesgos, de modo que pueda dar o negar su propio consentimiento con pleno conocimiento de causa y plena libertad. El médico, en efecto, tiene sobre el paciente únicamente el poder y los derechos que el paciente mismo le confiere.

Pero el consentimiento por parte del enfermo no deja de tener sus límites. Mejorar las propias condiciones de salud sigue siendo, salvo casos particulares, la finalidad esencial de la colaboración por parte del enfermo. La experimentación, en efecto, se justifica "in primis" con el interés de cada uno, no con el de la colectividad. Lo cual no excluye, sin embargo, que el paciente, quedando a salvo la propia integridad sustancial, pueda legítimamente asumirse una parte del riesgo, para contribuir con su iniciativa al progreso de la medicina y, de ese modo, al bien de la comunidad. La ciencia médica se encuadra ciertamente en la comunidad como fuerza que libera al hombre de las enfermedades que le afligen y de las fragilidades sico-somáticas que le humillan. Dar algo de sí mismos, dentro de los límites trazados por la norma moral, puede constituir un testimonio de caridad altamente meritorio, así como una ocasión de crecimiento espiritual tan significativo, que pueda compensar el riesgo de una eventual minoración física no sustancial.

6. Las consideraciones respecto a la investigación farmacológica y a la terapia médica pueden extenderse a otros campos de la medicina. En el mismo ámbito de asistencia al enfermo puede lesionarse, más frecuentemente de cuanto se piense, su derecho personal a la integridad sicofísica, ejerciendo de hecho una violencia: en la indagación del diagnóstico mediante procedimientos complejos y no pocas veces traumatizantes, en el tratamiento quirúrgico que se lanza ya a poner en práctica las más atrevidas intervenciones de demolición y reconstrucción, en los casos de trasplantes de órganos, en la investigación médica aplicada, en la misma organización de los centros sanitarios.

No podemos afrontar ahora detalladamente semejante temática, cuyo examen nos llevaría muy lejos, obligándonos a preguntarnos sobre el tipo de medicina al que se nos quiere orientar: si el de una medicina a medida del hombre o si, por el contrario, el de una medicina bajo la enseña de la pura tecnología y de una eficiencia de carácter puramente organizativo.

Es necesario comprometerse en una "personalización" de la medicina que, llevándonos nuevamente a una consideración más unitaria del enfermo, favorezca la instauración de una relación con él más humanizada, es decir, capaz de no lacerar el vínculo entre la esfera sico-afectiva y su cuerpo dolorido. La relación enfermo-médico debe volver a basarse en un diálogo hecho de escucha, de respeto, de interés; debe volver a ser un auténtico encuentro entre dos hombres libres o, como alguien ha dicho, entre una "confianza" y una "conciencia".

Eso permitirá al enfermo sentirse considerado por lo que realmente es: un individuo que tiene dificultades en el uso del propio cuerpo o en el despliegue de sus propias facultades, pero que conserva intacta la íntima esencia de su humanidad, cuyos derechos a la verdad y al bien, tanto en el aspecto humano como en el religioso, espera ver respetados.

7. Ilustres señores: Al proponeros estas reflexiones, me viene espontáneo el recuerdo de las palabras de Cristo: "Estaba enfermo y me visitasteis" (
Mt 25,36). ¡Qué gran estímulo para la deseada "personalización" de la medicina puede venir de la caridad cristiana, que hace descubrir en los rasgos de cada enfermo el rostro adorable del grande y misterioso Paciente que continúa sufriendo en aquellos sobre quienes se inclina, sabia y providente, vuestra profesión!

537 Hacia El se dirige ahora mi oración para invocar sobre vosotros, sobre vuestros seres queridos y sobre todos vuestros enfermos la abundancia de los favores celestiales, en prenda de los cuales os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica.






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