Discursos 1980 537


A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS DE DON ORIONE


Lunes 27 de octubre de 1980



Recibid mi saludo afectuoso, religiosos y religiosas de Don Orione, superiores, sacerdotes, hermanos y hermanas, que con razón os alegráis hoy y sentís muy cercana e íntima la figura dulce y austera de vuestro fundador. Don Orione, que con su inteligencia previsora comprendió perfectamente las características y necesidades de este siglo nuestro, ahora, después de su beatificación quiere iluminaros, alentaros y confortaros de modo especial, para que seáis siempre dignos hijos suyos, testigos intrépidos de la fe cristiana, consoladores solícitos de la humanidad en sus miserias siempre presentes, apóstoles fieles y concretos de la caridad de Cristo. Los tiempos son difíciles y, a veces, el ánimo se siente turbado y deprimido. Pues para este tiempo nuestro precisamente y para estos momentos os dice Don Orione desde la felicidad que ya ha alcanzado: "Animo, hijos. Y sentíos felices incluso de sufrir; sufrís con Jesús crucificado y con la Iglesia; no podéis hacer nada más agradable al Señor y a la Santísima Virgen. Sed felices de sufrir y dar la vida por amor a Jesucristo" (Carta del 21 de agosto de 1939).

Os deseo de corazón que la alegría experimentada por la exaltación de vuestro fundador esté siempre en vuestros espíritus, para consuelo perenne y como una irradiación de vuestro amor a Dios y a las almas, siguiendo sus huellas.

En este encuentro nuestro en el que casi nos parece ver hoy aquí con nosotros al mismo Don Orione con su sonrisa bondadosa y alentadora, con su rostro sereno y enérgico, deseo dejaros una sola exhortación que nace del ansia pastoral de quien preside a toda la Iglesia: ¡Conservad su espíritu! Mantenedlo íntegro y ardiente en vosotros, en vuestra congregación, en todos los lugares donde estáis llamados a trabajar.

Lo que San Pablo recomendaba a los Tesalonicenses: "No apaguéis el Espíritu" (1Th 5,19), os lo repito a vosotros, lo digo también a vosotros.

Mantened vivo y fervoroso su espíritu, no obstante las adversidades y tentaciones, recordando lo que él mismo decía: "Para nosotros no hay otra escuela, ni otro maestro, ni otra cátedra sino la de la cruz. Vivir la pobreza de Cristo, el silencio y la mortificación de Cristo, la humildad y obediencia de Cristo, con pureza y santidad de vida; pacientes y mansos, perseverantes en la oración, unidos todos con la mente y el corazón a Cristo; en una palabra, vivir a Cristo" (Carta del 22 de octubre de 1937). Son palabras maravillosas, síntesis perfecta de doctrina y de práctica; pero son al mismo tiempo palabras impresionantes y exigentes, que caracterizan de una forma decisiva y definitiva la vida del cristiana

El espíritu del Beato Don Orione inunde vuestras almas y las renueve, las enardezca de propósitos santos y las lance a los ideales sublimes que él vivió con constancia heroica. Os ayude, conforte y asista siempre María Santísima que fue constantemente estrella luminosa del camino de Don Orione, Madre con quien confiarse e ideal vivido y predicado con afecto inmenso. "Fe y valor, hijos míos —os digo yo con él—. Ave María y ¡adelante! María, danos un alma grande, un corazón grande y magnánimo que llegue a todos los dolores y a todas las lágrimas.. Nuestra Madre celestial nos espera, nos quiere a todos en el paraíso" (Desde el santuario de Itatí, 27 de junio de 1937). Y os acompañe siempre la bendición apostólica, prenda de mí afecto constante.





                                                                                  Noviembre de 1980




A LOS PARTICIPANTES EN EL "MARATÓN ECOLÓGICO"


Festividad de Todos los Santos

Sábado 1 de noviembre de 1980



538 (A las 9 de la mañana el Papa salió a la ventana de su despacho para saludar y bendecir a los participantes en esta marcha "ecológica" que salía de la Plaza de San Pedro)

Queridísimos:

Me siento feliz al daros mi bienvenida y mi felicitación, mientras os estáis preparando para comenzar el segundo "Maratón Ecológico" que, desde esta plaza de San Pedro, a través de las sugestivas calles de Roma, os llevará hasta la plaza de Siena.

Deseo que podáis pasar algunas horas de sana actividad deportiva, en espíritu de auténtica solidaridad, de respeto recíproco, y de amor fraterno, recordando, en esta solemnidad de Todos los Santos, que la vida cristiana es un camino que no carece de dificultades, una carrera que supone un adecuado y continuo entrenamiento espiritual.

Os saludo afectuosamente a todos vosotros, a vuestras familias y, en particular, a los jóvenes "minusválidos" del Centro traumatológico ortopédico "Stella Polare" de Ostia-Lido.

Os acompañe siempre mi bendición apostólica.








A LA COMUNIDAD NEOCATECUMENAL DE LA PARROQUIA


DE NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO


Y DE LOS MÁRTIRES CANADIENSES


Domingo 2 de noviembre de 1980

1. Sobre todo quiero deciros que os amo. Veo que sois muchos y estáis juntos adultos, jóvenes, muchachos y niños, con vuestros sacerdotes. Os quiero. He seguido con interés las informaciones dadas por vuestro presbítero. Os diré que no es la primera vez que le oigo hablar y veo su entusiasmo por el Movimiento neocatecumenal que, por ser "camino", es también movimiento. Y asimismo he seguido con interés los testimonios de vuestro primer catequista.

¿Qué puedo deciros? Sobre todo esto: la palabra que ha salido una y otra vez ha sido la palabra fe, fe. Todos sois fieles, es decir, tenéis fe. Pero hay algo más. Pues muchos poseen la fe, pero vosotros habéis recorrido un camino para descubrir vuestra fe, para descubrir el tesoro divino que lleváis en vosotros, en vuestras almas; y habéis hecho este descubrimiento profundizando el misterio del bautismo. Es verdad que son muchos en el mundo los bautizados; aunque son minoría entre los ciudadanos del mundo, sin embargo son muchos. Entre estos bautizados no sé cuántos serán conscientes de su bautismo, no del simple hecho de estar bautizados, sino de lo que ello significa, de lo que quiere decir bautismo.

El camino o vía para descubrir la fe por medio del bautismo es el camino que encontramos en las enseñanzas de Cristo, en el Evangelio. Lo encontramos y con profundidad —diría yo— por medio de la reflexión sobre las Cartas de San Pablo. El nos enseña la profundidad inmensa del misterio del bautismo, el significado de la inmersión en el agua bautismal, haciendo el paralelo entre inmersión en el agua bautismal e inmersión en la muerte de Cristo, muerte que nos trajo la redención y muerte que nos trae la resurrección. De modo que todo el misterio pascual está como resumido en el sacramento, en el misterio del bautismo.

Descubrir la dinámica profunda de nuestra fe es descubrir todo el contenido de nuestro bautismo. Si he entendido bien, vuestro camino consiste esencialmente en descubrir el misterio del bautismo, descubrir su contenido pleno, y de este modo llegar a descubrir qué significa ser cristiano, creyente. Esté descubrimiento, podemos decir, se halla en la línea de la Tradición, tiene raíces apostólicas, paulinas, evangélicas; y es al mismo tiempo original. Siempre ha sido así y seguirá siéndolo. Cada vez que un cristiano descubre la profundidad del misterio de su bautismo, realiza un acto completamente original, y esto sólo se puede hacer con la ayuda de la gracia de Cristo, con la ayuda de la luz del Espíritu Santo, pues es misterio, es realidad divina, realidad sobrenatural, y el hombre natural no es capaz de comprenderla, descubrirla y vivirla. Concluyendo os digo: vosotros que habéis obtenido la gracia de descubrir la profundidad, la realidad plena de vuestro bautismo, debéis estar muy agradecidos al Dador de gracia, al Espíritu Santo que os ha dado esa lió y la ayuda de la gracia para obtener este don una vez, y luego continuarlo. Esta es la conclusión de la primera parte de la reflexión.

539 2. Ahora la segunda parte brevemente. Descubrir el bautismo en cuanto comienzo de la vida cristiana, de nuestra inmersión en Dios, en el Dios vivo y en el misterio de la redención, en el misterio pascual; descubrir el bautismo en cuanto comienzo de nuestra vida sencillamente cristiana, debe ser comenzar a descubrir toda nuestra vida cristiana paso a paso, día a día, semana tras semana, en cada etapa de la vida, porque la vida cristiana es proceso dinámico. Se comienza con el bautismo, normalmente de los pequeños, de los niños al poco de nacer; y luego, al crecer el hombre, debe crecer asimismo el cristiano. Y ha de proyectar en toda la vida, en todos los aspectos de la vida, el descubrimiento del bautismo; sobre la base de este comienzo sacramental se debe enfocar toda la dimensión sacramental de la vida, porque la vida entera tiene una dimensión sacramental pluriforme.

Están los sacramentos de la iniciación: el bautismo y la confirmación, hasta llegar a la plenitud, a la cumbre de esta iniciación en la Eucaristía. Pero también sabemos que los Padres de la Iglesia han hablado del sacramento de la penitencia como nuevo bautismo, como segundo bautismo, segundo, tercero, décimo, etc. Podemos hablar incluso del último bautismo de la vida humana, el sacramento de los enfermos. Luego están los sacramentos de la vida comunitaria: el. sacerdocio y el matrimonio. La vida cristiana tiene toda una estructura sacramental, y hay que encuadrar el descubrimiento de nuestro bautismo en dicha estructura, que es esencialmente santificante, porque los sacramentos abren el camino al Espíritu Santo. Cristo nos ha dado el Espíritu Santo en su plenitud absoluta. Basta sólo abrirle el corazón, darle entrada. Los sacramentos abren camino al Espíritu Santo que actúa en nuestras almas y nuestros corazones, en nuestra humanidad, en nuestra personalidad; nos construye de nuevo, crea un hombre nuevo.

Este camino de fe, camino de descubrimiento de nuestro bautismo, debe ser el camino del hombre nuevo; éste capta cuál es la verdadera proporción o, mejor, desproporción de su entidad creada, de su condición de criatura, respecto de Dios creador, respecto de su majestad infinita, respecto de Dios redentor, de Dios santo y santificador; y hasta procura realizarse según esta perspectiva. Entonces se impone el aspecto moral de la vida, que debe ser otro fruto o el mismo —diría yo— si se descubre de nuevo la estructura sacramental de nuestra vida cristiana, pues sacramental quiere decir santificante. Se debe descubrir al mismo tiempo la estructura ética, porque lo que es santo es bueno siempre, no admite mal ni pecado: Sí, el Santo, el más Santo de todos, Cristo, acepta a los pecadores, los acoge, pero para hacerlos santos. En todo esto consiste el programa. Hemos llegado a la segunda conclusión: descubriendo el bautismo en toda su profundidad como comienzo de nuestra vida cristiana, llegamos a descubrir después sus consecuencias en toda nuestra vida cristiana paso a paso. Debemos recorrer un camino, debemos caminar.

3. Tercer punto. Este descubrimiento debe hacerse levadura en nosotros; una levadura que aparece, se hace carne, se hace vida en la realización de nuestro cristianismo personal, en la construcción —por así decir— de un hombre nuevo. Pero también se realiza esta levadura en la dimensión apostólica; somos enviados; la Iglesia es apostólica no sólo porque está fundada sobre los Apóstoles, sino porque todo su cuerpo está penetrado de espíritu apostólico, de un carisma apostólico.

No hay duda de que este espíritu apostólico debe estar coordinado siempre dentro de la dimensión social, comunitaria, de todo el cuerpo, y para ello ha constituido Cristo la jerarquía. La Iglesia tiene su estructura jerárquica, como lo recuerda el Concilio Vaticano II en su documento fundamental, la Lumen gentium. Problema de levadura y apostolado: éste es el punto tercero.

4. Ultimo punto. Habría muchos otros, pero quiero terminar con éste. Queridísimos: Vivimos en unos momentos en que se percibe y se experimenta una confrontación radical —y lo digo porque esta experiencia la he hecho desde hace años—, confrontación radical que se impone en todas partes.

Y no hay una sola edición de ella, sino muchas por el mundo: fe y anti-fe, Evangelio y anti-Evangelio, Iglesia y anti-Iglesia, Dios y anti-Dios, si así se puede decir; no existe un anti-Dios, no puede existir un anti-Dios, pero puede darse un anti-Dios en el hombre, puede surgir en el hombre la negación radical de Dios. Hoy estamos viviendo esta experiencia histórica, y más que en épocas anteriores. En estos tiempos necesitamos volver a descubrir la fe radical, la fe entendida radicalmente, vivida radicalmente y radicalmente realizada. Tenemos necesidad de una fe así.

Espero que vuestra experiencia tenga esta perspectiva y lleve a una sana radicalización de nuestro cristianismo, de nuestra fe, a un auténtico radicalismo evangélico. Para ello necesitáis mucho espíritu, mucho auto-control y también, como ha dicho vuestro primer catequista, gran obediencia a la Iglesia. Así se ha hecho siempre. Los santos han dado testimonio de ello. San Francisco ha dado pruebas de ello, y también varios carismáticos de distintas épocas de la Iglesia. Se requiere este radicalismo, esta radicalización de la fe; y siempre debe estar encuadrada en el conjunto de la Iglesia, en la vida de la Iglesia, en la guía de la Iglesia; porque la Iglesia, en su conjunto, ha recibido de Cristo al Espíritu Santo en la persona de los Apóstoles después de la resurrección.

Os he visto en varias parroquias de Roma, pero me parece que aquí está el grupo más numeroso; por ello me estoy extendiendo al hablaros, y lo hago con una preparación que no puede llamarse especifica, pero que siempre he tenido en la mente y el corazón. No es un discurso magisterial —diríamos—, sino un discurso pastoral ocasional. Esta alegría que se encuentra en vuestros ambientes, cantos y actitudes, esta alegría, es verdad que puede ser expresión del temperamento meridional; pero espero que sea fruto del Espíritu Santo y os auguro que lo sea. Sí, la Iglesia tiene necesidad de alegría, porque ésta en sus diferentes expresiones revela felicidad; y en este punto el hombre se encuentra ante su vocación fundamental, natural casi, podríamos decir: el hombre ha sido creado para ser feliz, para la felicidad; si se palpa esta felicidad, si se la encuentra en las expresiones de gozo, puede comenzar un camino.

Y aquí debo deciros: sí, los cantos, bien; las distintas manifestaciones de alegría, bien; pero en este camino, el Espíritu es quien inicia.

Aquí tenéis más o menos lo que he querido y podido deciros en esta ocasión; bastante, me parece; y hasta demasiado, quizá.

540 Os doy la bendición con los cardenales y obispos presentes.










A LA COMISIÓN «FE Y CONSTITUCIÓN»


DEL CONSEJO ECUMÉNICO DE LAS IGLESIAS


Lunes 3 de noviembre de 1980



Queridos hermanos en Cristo:

Bienvenidos seáis. Mi cordial saludo va a cada uno de vosotros, a los que trabajan habitualmente con vosotros y a los cristianos de las Iglesias que representáis. Bendito sea el Señor que os ha reunido y os concede actuar ya juntos con lealtad para escrutar su designio sobre su Iglesia y sobre la salvación del mundo, y para expresarla de modo mejor.

Me siento feliz de recibiros hoy y tener ocasión de deciros expresamente todo el interés que presto a vuestros trabajos. Al estudiar juntos el Bautismo, la Eucaristía y el ministerio, no sólo estáis tratando realidades que se hallan en el corazón mismo del misterio de la Iglesia y de su estructura, sino que además abordáis cuestiones que si no fueron la causa de nuestras divisiones, sí figuraban entre los temas principales objeto de oposición. Por tanto, no puede haber restauración auténtica y duradera de la unión sin que lleguemos a expresar juntos y con claridad nuestra fe en estos aspectos del misterio sobre los que existe oposición entre nosotros. La cuestión del ministerio sigue siendo la cuestión-clave en orden a la restauración de la comunión plena.

Como dije el 31 de mayo último en París, todos estamos llamados a prestar nuestra aportación al servicio del hombre. "Pero hoy, quizá más que nunca, el primer servicio que hay que hacer al hombre es el de testimoniar la verdad, toda la verdad", "confesando la verdad en el amor. No debemos descansar hasta que no seamos capaces de nuevo de confesar juntos toda la verdad".

Vuestro esfuerzo humilde, fraterno y perseverante ha obtenido ya resultados de los que damos gracias a Aquel que nos ha sido dado para guiarnos a la verdad completa (cf. Jn Jn 16,13). Hay que continuar. Hay que llegar hasta el final. Tocará a la autoridad eclesiástica competente el examen de estos resultados. Pero ya este esfuerzo es testimonio importante que juntos rendís a Cristo y al misterio de su Iglesia. Os lo agradezco, os aseguro mi simpatía y mi oración para que dichos trabajos sigan profundizándose y produzcan frutos plenamente conformes a la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, el cual sea bendito por siempre.

En esta labor necesitáis escrutar las Escrituras; necesitáis ver el modo cómo los cristianos, ya desde los orígenes y en unión con sus Pastores, recibieron estas enseñanzas y las interpretaron no sólo en el plano intelectual, sino en el existencial, en la vida de cada día, en la profesión de fe, en las instituciones; cómo estas enseñanzas suscitaron una vida espiritual más intensa. Pero antes de nada, necesitamos todos ponernos continuamente a disposición de Dios, buscando su voluntad con oración ardiente, que es bueno elevar a Dios en común. ¿Queréis que oremos juntos con las palabras del Señor? "Padre nuestro...".










AL SACRO COLEGIO CON MOTIVO DE SU ONOMÁSTICO


Fiesta de San Carlos Borromeo

Martes 4 de noviembre de 1980



Venerados hermanos del Sacro Colegio:

541 1. Con gesto de exquisita cortesía habéis querido hoy reuniros en torno a mí, para presentarme vuestra felicitación con motivo de mi fiesta onomástica. El queridísimo cardenal Decano se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes con palabras nobles y gentiles, que han suscitado un eco vivo y profundo en mi corazón.

Os quedo cordialmente agradecido por tan delicada atención y, mientras felicito, a mi vez, al señor cardenal Confalonieri que celebra también hoy su día onomástico, deseo testimoniaros la intensa alegría que este encuentro me proporciona. El clima de intimidad familiar, que se respira en una circunstancia como ésta, contribuye eficazmente a consolidar los vínculos de comunión fraterna que, por la acción del Espíritu Santo, median entre nosotros. Suben espontáneamente a los labios las jubilosas palabras del Salmo: "Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum" (
Ps 132 [133] 1).

2. Me es grato renovaros en esta circunstancia la expresión de mi gratitud por la colaboración asidua e inteligente que me ofrecéis en el desempeño de las graves tareas, a las que ha querido llamarme la Providencia. En particular, deseo daros las gracias por el consuelo espiritual que me viene de vuestra oración, en cuyo indispensable apoyo confío especialmente: es necesario que como por el Apóstol Pedro, "la oración de la Iglesia se eleve incesantemente a Dios" (cf. Act Ac 12,5), también por su Sucesor, ya que las dificultades de hoy no son menos complejas y graves que las de ayer.

Continuad estando cercanos a mí con la entrega generosa de vuestra mente y de vuestro corazón. Tenéis delante a San Carlos con el testimonio estimulante de un servicio tan parecido al vuestro. Efectivamente, él estuvo junto al Papa Pío IV, al que ofreció la aportación de su prudente solicitud en el desempeño de los graves cargos de gobierno y sobre todo en la histórica obra de la nueva convocación y feliz conclusión del Concilio de Trento. Lo recuerda un biógrafo suyo autorizado, haciendo notar que el Pontífice "negotium Borromaeo dedit ut rem, consiliis suis inceptam sollicitudine sua perficeret. Ita quidquid difficile ac periculosum incideret, Legati ad ipsum per litteras deferebant. Idque tam saepe fiebat, ut ne nocturnae quidem quietis certa tempora haberet" (Giussano, De rebus gestis S. Caroli, Mediolani, 1751, pág. 35).

3. Vemos con admiración el ejemplo prestigioso de este incomparable servidor de la Iglesia, cuyo infatigable dinamismo asombraba a los contemporáneos, obligados a reconocer que "impares tot laboribus plures fore, quibus unus Borromaeus eo tempore sufficeret" (testimonio de los obispos de Lanciano y de Módena, en: Lettere di S. Carlo all'Ambrosiana circa il Concilio, vol. IV, pág. 35). ¿Cómo no aceptar el estímulo, que de él nos viene, para que asumamos con renovado impulso el "pondus diei et aestus", vinculado con el cumplimiento, de las tareas que nos ha confiado el "Padre de familia" en la mística viña de su Iglesia?

Quiera San Carlos, que no fue solamente el protagonista de la fase conclusiva del Concilio de Trento, sino también el artífice principal de su realización práctica, darnos ampliamente su protección, para que el período postconciliar, tan rico de fermentos y de perspectivas, que la Providencia nos ha concedido vivir también a nosotros, nos encuentre como ministros clarividentes e intrépidos en el cotidiano servicio eclesial, para beneficio del Pueblo de Dios, por el cual Cristo murió y resucitó.

Con estos deseos imparto de corazón a todos la bendición apostólica, prenda de todo deseado bien celeste.










A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO


POR LA "CONFÉDÉRATION FISCALE EUROPÉENNE


Viernes 7 de noviembre de 1980


Señoras, señores:

Me ha impresionado el deseo habéis manifestado de encontraros conmigo al término de vuestro congreso. Y aprecio ahora el modo con que habéis evocado vuestras tareas profesionales y el ideal que os anima. Gracias os sean dados por ello. Recibid mi más cordial bienvenida.

Comprendo que el ámbito de intervención de los consejos fiscales es muy amplio, tanto entre los contribuyentes de toda índole, como con las administraciones de los órganos nacionales e internacionales, y que sus modalidades son muy complejas. Formulo mis mejores votos para el cumplimiento de vuestra noble profesión que se articula sobre el derecho. Creo que tres palabras maestras podrían resumir sus exigencias: la equidad, la libertad y el bien común.

542 Ante todo, la equidad en el reparto de los impuestos y de las prestaciones. Al asumir la colectividad cada vez más los servicios sociales —bien por petición de los individuos, bien porque tal es el sistema político o económico— se plantea por doquier el problema de una más amplia participación en las cargas comunes y hay que reconocer que el impuesto legal y justo es cosa difícil. No todas las sociedades pueden presumir de haberlo resuelto acertadamente. Desde el tiempo en que la exacción de impuestos estaba confiada a la libertad de los publicanos —que tenían en ello un gran margen de iniciativa— hasta la época actual, se ha recorrido un largo camino. Hoy, existen disposiciones jurídicas e instancias administrativas que realizan esta función de un modo quizá más riguroso y más anónimo.

Vosotros, en cambio, vigiláis para que los individuos cumpliendo totalmente sus deberes al respecto, no sean víctimas de injusticias en el cobro de impuestos; les ayudáis a proteger y garantizar sus derechos, con toda vuestra competencia jurídica. Eso no puede hacerse más que en un clima de libertad, que vosotros justamente fomentáis. La libertad, en este campo, consiste en que los individuos y las compañías intermediarias tengan la posibilidad de hacer valer sus derechos y defenderlos frente a otras administraciones, y sobre todo frente a las del Estado, según procedimientos que permitan un arbitraje o un juicio pronunciado en conciencia, conforme a las leyes establecidas y, por tanto, con toda independencia del poder. Este es un ideal que hay que desear para todos los países.

Por último, esto no contradice el sentido del bien común y de los deberes respecto a la colectividad y del Estado, que deben ser promovidos al mismo tiempo. “Dad al Cesar lo que es del César”, decía ya Cristo, aunque fuese para añadir: “Y a Dios lo que es de Dios”. Los ciudadanos, que deben ser defendidos de sus derechos, deben ser al mismo tiempo educados para participar justamente en las cargas públicas, bajo forma de tasas o impuestos, porque es también una forma de justicia, cuando se obtienen beneficios de los servicios públicos y de las múltiples condiciones de una vida apacible en común; y es igualmente una forma equitativa de solidaridad hacia los otros miembros de la comunidad nacional o internacional, o hacia las otras generaciones. Pero esas obligaciones tienen necesidad también de una protección legal.

En resumen: existe un justo equilibrio entre derechos y deberes de los ciudadanos contribuyentes, entre su libertad individual y el bien común, entre las compañías intermediarias y el Estado y, por tanto, un diálogo libre entre los individuos y la administración, que conviene tratar constantemente de realizar lo mejor posible. Es un problema de educación, un problema de vigilancia, un problema de justicia. ¡Que vosotros, como consejeros fiscales, podáis aportar en ello una eficaz ayuda! Y que pueda vuestra Confederación extender su esfuerzo de armonización entre los derechos fiscales nacionales para llegar a una práctica más equilibrada de la fiscalidad dentro de los países europeos. Esto forma también parte del progreso que hay que realizar en este continente.

Que Dios os asista en esta obra de consejo y de justicia. ¡Y que os bendiga y bendiga a cada una de vuestras queridas familias!








A UNA PEREGRINACIÓN DE CARPI, CON MOTIVO DEL SEGUNDO


CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA DIÓCESIS



Sábado 8 de noviembre de 1980




¡Hermanos y hermanas carísimos!

1. Estoy sinceramente contento por encontrarme hoy con vosotros, que habéis querido concluir aquí en Roma la "gran misión", con la que habéis celebrado el segundo centenario de la fundación de vuestra diócesis, que tuvo lugar —como es sabido— en 1779 por obra de mi predecesor Pío VI, de venerada memoria.

A todos va dirigido mi emocionado agradecimiento por vuestra presencia, tan llena de entusiasmo y de afecto.

En este año de misión habéis profundizado y meditado el papel y el significado eclesiológico que la diócesis asume, tanto en el ámbito de la vida de todo el Pueblo de Dios, como en el de la experiencia de cada fiel cristiano. "La diócesis —afirma el Concilio Vaticano II— es una porción del Pueblo de Dios, que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y de la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica" (Christus Dominus CD 11).

En estas pocas líneas hay una profunda presentación teológica de esa "Iglesia particular" que es la diócesis, en cuanto "parte" de la Iglesia universal: en ella, el obispo, los sacerdotes, los fieles, animados todos por el Espíritu Santo, tienen en el mensaje evangélico la guía básica para su comportamiento, y en la Eucaristía el alimento espiritual para el camino y la peregrinación que ellos realizan juntos en medio de los diversos acontecimientos del mundo.

2. El cristiano es el que "cree en Cristo", es decir, cree que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios encarnado; es el Salvador del hombre; es Aquel que ha dado todo su ser por nuestra auténtica liberación; que ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado por nuestra justificación (cf. Rom Rm 4,25). El primero y fundamental anuncio del cristianismo es éste; nuestra primera gran profesión de fe es ésta. Por eso el Evangelio, que nos presenta la vida y la enseñanza de Jesús, sigue siendo para quien quiere adherirse a Cristo el punto constante de referencia y de orientación para toda la vida. Es el Evangelio lo que debe transformar nuestra mentalidad, nuestras tendencias, nuestras inclinaciones, nuestros deseos. Conservar, alimentar, .acrecentar, proteger, manifestar la fe es, pues, para el cristiano, una constante e ineludible exigencia.

543 Vosotros, hermanos y hermanas carísimos, habéis venido a Roma para orar sobre las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo, y de los mártires quienes, para permanecer fieles a Cristo, prefirieron la muerte. Habéis venido, también, para recibir del Sucesor de Pedro aliento y conforte para vuestra fe, que debe expresarse y realizarse a menudo en situaciones de particulares dificultades, tanto por la difusión de ideologías que se proclaman o indiferentes o abiertamente contrarias a cualquier concepción religiosa y, de manera particular, cristiana, como por el crecimiento continuo y preocupante de comportamientos prácticos en los cuales dominan el individualismo, el egoísmo, la búsqueda de bienestar y del éxito terreno a cualquier precio.

En estas situaciones, que pueden provocar la tentación del desaliento, del desánimo o del decaimiento sicológico, quiero exhortaros hoy, recordando la gran tradición cristiana de vuestros padres, a que reafirméis con valentía y con empeño vuestra fe; a que la guardéis en el corazón; a que la profeséis, sin temor y sin debilidad, públicamente, con la palabra, con el ejemplo, siempre en radical coherencia con las exigencias, a veces duras, de la concepción cristiana. "El fiel —nos advierte San Agustín— no ha de creer simplemente con el corazón mientras, por temor, impide a los labios anunciar aquello en lo que cree. Hay cristianos que tienen la fe en el corazón, (...), pero temen profesarla con los labios, casi prohíben a sus labios hacer resonar lo que saben, lo que tienen dentro (...). Que digan, pues, los labios lo que tiene el corazón: esto contra el temor. Que tenga el corazón lo que dicen los labios: esto contra la simulación (...). Que tus labios estén siempre en sintonía con tu corazón" (cf. Enarr. in
Ps 39,16, PL 36, 444). Para el cristiano, la coherencia es la manifestación más hermosa de la autenticidad de su fe.

3. Deseo, por tanto, que siempre unidos con filial afecto y con serena docilidad a vuestro obispo, forméis una Iglesia particular, que sirva de admiración y de ejemplo para todo el Pueblo de Dios. Vosotros, sacerdotes, en leal colaboración y obediencia a vuestro Pastor y en fraternal comunión entre vosotros, intentad emplear todas vuestras energías para el bien de las almas. Vosotros, padres y madres, con la fuerza del sacramento del matrimonio, sed conscientes de vuestras delicadas responsabilidades y educad a vuestros hijos en el amor y la apertura hacia los demás. Vosotros, jóvenes, que soñáis con la felicidad y la transformación de la sociedad, preparaos con dedicación, en el estudio y la oración, a las tareas que la Providencia os confíe, tanto en el ámbito de la Iglesia como en el de la comunidad civil. Y vosotros, queridísimos enfermos, que estáis marcados en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu por los estigmas de la pasión de Cristo, ofreced a Dios vuestros sufrimientos para que vuestra diócesis sea un centro luminoso de vitalidad cristiana.

En este encuentro no puedo menos de recordaros la extraordinaria figura de un hijo de vuestra noble tierra: San Bernardino Realino, nacido en Carpi en 1530, y que vivió en tiempos tan difíciles como los actuales. Joven inteligente y brillante, apasionado de la verdad, estudió historia, filosofía, medicina, derecho civil y eclesiástico. Fue alcalde, abogado, pretor, lugarteniente general de Nápoles. Precisamente en esta ciudad, respondiendo dócilmente a la llamada de Dios, entró en la Compañía de Jesús, y vivió durante muchos años en Lecce, donde murió, bendecido, amado y venerado por todos, en 1616. En 1947 fue canonizado por mi gran predecesor Pío XII.

A la luz de la experiencia espiritual de vuestro San Bernardino, quiero dirigirme a todos vosotros, fieles de la diócesis de Carpi, para que imitéis sus eminentes virtudes cristianas; de manera particular deseo invitar a los jóvenes a que sean cada vez más generosos con Jesús también, y especialmente, cuando El llama a seguirlo en una vida de total consagración. Espero y ruego que el número de seminaristas y de novicios religiosos de vuestra diócesis aumente cada vez más para que ella pueda tener siempre muchos y santos sacerdotes.

Con estos deseos invoco sobre vosotros y sobre los fieles de Carpi la continua asistencia de Dios, por la materna intercesión de la Virgen Santísima.

Mi bendición apostólica os acompañe siempre.










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