Discursos 1980 543


A LOS PARTICIPANTES EN EL «II COLLOQUIUM ROMANUM»


SOBRE LOS «VALORES HUMANOS Y EL ACTA DE HELSINKI»


Sábado 8 de noviembre de 1980



Señor cardenal,
señoras y señores:

1. Saludo con gran alegría a todos los ilustres participantes en el "II Colloquium Romanum" del "Movimiento Internacional para la promoción de los valores y del desarrollo humano", organizado en esta ciudad de Roma en colaboración con la Asociación de los Periodistas Europeos. Con vuestra presencia aquí hoy. en la casa del Papa, habéis querido poner de particular relieve la importancia del tema escogido para vuestro encuentro: "Los valores humanos y el Acta Final de Helsinki".

544 Al declararos deseosos de venir a escuchar la palabra del Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, no pretendéis pedir colaboración en vuestras reflexiones a la Santa Sede, que por otra parte es uno de los 35 firmantes del Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, a quienes os proponéis entregar el fruto de vuestro trabajo al término del coloquio. Habéis venido por un motivo de fidelidad a lo que constituye la finalidad del Movimiento "Nova Spes" y de vuestro mismo encuentro: hacer surgir al hombre como protagonista necesario e insustituible, y no como mero objeto o instrumento, en la problemática afrontada por los 33 Estados en Helsinki en 1975, en Belgrado en 1977-78 y que volverá a ser considerada en estos días en Madrid, i Se trata de una finalidad loabilísimal Por tanto, me gusta unirme con vosotros, organizadores, relatores y participantes, para augurar un éxito pleno a vuestros esfuerzos: que realmente puedan servir al hombre y a todo lo que es humano.

2. Precisamente en este ámbito deben encontrarse las aspiraciones y los compromisos de todos: en la promoción del hombre, de su dignidad y de su primacía. Sin duda sabéis que la Santa Sede ha utilizado todo el peso de su autoridad espiritual y moral en una sincera colaboración en el Acta Final. Y lo ha hecho de manera especial, teniendo en cuenta dos intenciones fundamentales: ante todo, asegurar una base ética a todos los esfuerzos en favor de la seguridad y la cooperación en una Europa que sabe que está dividida en ideologías y posiciones de fuerza; por otra parte, poner en el centro de las relaciones entre las naciones y los pueblos, no sólo europeos, el valor indivisible y la garantía inquebrantable del respeto de los derechos de la persona humana: de todos los derechos fundamentales, y del derecho a la libertad religiosa en primer lugar, como garantía de los demás.

La Santa Sede no podía ni puede actuar de distinta manera; en efecto, si el hombre es el valor fundamental, entonces tal valor ha de ser salvaguardado y realizado efectivamente en todos los campos y en todos los espacios de la convivencia social. Si el hombre —y de manera particular el hombre europeo— hoy está expuesto a riesgos y perspectivas negativas, es necesario reafirmar su dignidad: una dignidad que encuentra su raíz y su razón en la humanidad misma, creada y llamada a imagen y semejanza de Dios.

3. El hombre debe ser colocado realmente en el centro de vuestras reflexiones, pero también de las de todos aquellos que llevan la responsabilidad de un futuro pacífico y próspero del continente europeo. En efecto, él es la verdadera puesta en juego entre las naciones. Considerado demasiado a menudo como simple objeto en los procesos políticos o económicos, bajo la presión de promesas y proyectos materialistas, el hombre corre el riesgo de quedarse pasivo o llegar a serlo ante las múltiples manipulaciones que lo asaltan. Pero el hombre es el único criterio para juzgar la validez y la aplicación de los acuerdos internacionales: sí, con la condición de que se trate del hombre en su totalidad, porque sólo a él Dios le concede comprenderse y vivir en la plenitud de lo que realmente él es. En efecto, ¿acaso no es cierto que el hombre alcanza todas sus dimensiones y se dispone a ser verdaderamente creador en la historia y operador de paz, de mutua comprensión y solidaridad fraterna, sólo cuando se abre a Dios? El hombre —hay que repetirlo siempre— no encontrará su fuerza creadora completa más que en Aquel que lo trasciende y le confiere su significado pleno.

4. La iniciativa que habéis tenido en estos días en vuestras reflexiones y en vuestros debates, implicará también necesariamente el dar todo su valor a un imperativo ético que apela tanto al individuo en su comportamiento y su testimonio personales, como al ciudadano y al hombre político en sus actos públicos dirigidos a la realización de estructuras de dimensión humana. Es un imperativo ético que tiende a impedir a cualquiera que dimita de su propia responsabilidad para asegurar la primacía de lo humano. Precisamente de una conciencia moral incesantemente renovada surge una nueva esperanza, la "Nova Spes". Y sólo ella será capaz de movilizar todas las fuerzas vivas, todos los hombres de buena voluntad, para exaltar juntos lo más humano del hombre, y para trabajar juntos con el fin de afirmarlo en la praxis histórica y en la realidad de las relaciones entre los pueblos.

Confío estos cordiales deseos a la omnipotente gracia de Dios, y a El encomiendo también a todos vosotros y vuestros esfuerzos, mientras con afecto paterno os imparto a todos vosotros y a vuestras personas queridas la propiciadora bendición apostólica.








A LOS PARTICIPANTES EN EL V CONGRESO INTERNACIONAL


DE LA FAMILIA



Sábado 8 de noviembre de 1980




Señoras, señores:

1. Es para mi una alegría recibir a tantas familias de diversos países, poco después del Sínodo consagrado a la misión de la familia. Sed bienvenidos a esta casa que os ha acogido ya muchas veces.

Sois cristianos y cristianas convencidos, decididos a promover y sostener la familia como el lugar primero y natural de la educación. Alimentáis esta convicción con una fe sólida y a la luz de las enseñanzas de la Iglesia; mientras tanto, los textos del Concilio Vaticano II contribuyen a guiar acertadamente vuestra reflexión y vuestra acción. Desarrolláis un determinado número de iniciativas de gran envergadura para ayudar a los padres de familia en su labor educativa; así les invitáis a profundizar su formación a este respecto, apelando a lo mejor de ellos mismos y a los consejos de expertos competentes. Para asegurar un testimonio y una colaboración más eficaz y más universal, habéis constituido la Fundación Internacional de la Familia hace ya dos años.

Por entonces tuve ocasión de evocar ante vosotros todo cuanto puede contribuir a la educación humana y cristiana en la familia. El reciente Sínodo de los Obispos ha tratado ampliamente este tema y el mensaje final de los padres se hizo eco de ello, hasta el punto de que no tengo necesidad de volver esta mañana sobre la cuestión.

2. Para este V Congreso habéis estudiado el tema: “La familia y la condición de la mujer”. Una parte notable estaba reservada a las conferencias tenidas por mujeres expertas, sobre temas de los que ellas pueden hablar con experiencia.

545 Me alegro mucho de que hayáis abordado ese tema capital y delicado porque merece ser tratado en profundidad, con acierto, realismo y sin miedo. No sólo nuestra civilización es muy sensible a él, y a veces incluso hipersensible, sino que dicho tema responde a una necesidad real, porque los cambios bruscos de la vida social y el movimiento de ideas suscitan en este campo muchas discusiones y gran pasión. De hecho, gracias a Dios muchas mujeres han demostrado plenamente sus cualidades en la vida concreta y han contribuido al desarrollo en su radio de acción; en el Sínodo hemos tenido maravillosos ejemplos de ello. Pero un considerable número de mujeres siente, con toda razón, la necesidad de que sean más reconocidos su dignidad de persona, sus derechos, el valor de sus tareas habituales, su aspiración a realizar plenamente su vocación femenina en el seno de la familia y también en la sociedad. Algunas se sienten cansadas e incluso agobiadas con tantas preocupaciones y cargas, sin encontrar suficiente comprensión y ayuda. Otras, sufren y se lamentan por estar relegadas a tareas que se consideran secundarias. Otras se ven tentadas a buscar una solución en los Movimientos que pretenden “liberarlas”, aunque convendría preguntarse de qué liberación se trata y no llamar con esta palabra el alejamiento de lo que constituye su vocación específica de madre y de esposa, ni la imitación uniforme del modo en que se comporta su compañero masculino. Sin embargo, toda esta evolución y estas inquietudes manifiestan claramente que hay que intentar una auténtica promoción femenina en muchos aspectos. Ciertamente la familia, pero también toda la sociedad y las comunidades eclesiales, necesitan las aportaciones específicas de la mujer.

3. Es, por tanto, capital el comenzar por confortar a la mujer, profundizando en cierto número de consideraciones: su igualdad sustancial de dignidad con el hombre en el plan de Dios, como lo ha hecho el Sínodo y como yo he insistido cada miércoles; lo que la califica como persona humana lo mismo que al hombre para vivir en comunión personal con él, su vocación de hija do Dios, de esposa, de madre; su llamada a participar, de modo libre y responsable, en las grandes tareas de hoy, aportando en ellas lo mejor de sí misma; y para esto, su capacidad y su deber de alcanzar la plena maduración de su personalidad: aprendizaje de competencias, formación en el espíritu de servicio, profundización de su fe y de su oración, con lo que logrará beneficiar a las demás.

Hacéis muy bien en examinar las múltiples posibilidades de la aportación calificada de la mujer en los diversos sectores de la vida social y profesional, donde su presencia resultará muy benéfica para un mundo más humano y donde ella misma encontrará una ocasión de desarrollar sus cualidades, especialmente en determinadas épocas de su vida. El problema continúa abierto y ofrece, en cada país, ocasión a muchos debates sobre las modalidades prácticas cuando se trata del trabajo de la mujer fuera de su hogar. Aquí entran en juego muchos aspectos. Es preciso examinarlos serenamente. Sin detenernos más hoy en este tema complejo, debemos al menos tener en cuenta otras dos consideraciones.

4. Conviene vigilar para que la mujer no se vea, por razones económicas, forzada obligatoriamente a un trabajo demasiado pesado y a un horario excesivamente cargado que se añadan a todas sus responsabilidades de dueña del hogar y de educadora de sus hijos. La sociedad, dijimos al final del Sínodo, debería hacer un esfuerzo para organizarse de otro modo.

Pero sobre todo, según acaba de subrayar vuestro congreso, conviene tener muy en cuenta que las obligaciones de la mujer en todos los niveles de la vida familiar constituyen también una aportación singular al futuro de la sociedad y de la Iglesia, y que no podrá ser descuidada esa aportación sin grave daño para ambas, así como para la mujer misma, bien se trate de las condiciones en torno a la maternidad, o de la intimidad necesaria con los pequeños, o de la educación de los niños y de los jóvenes, o del diálogo atento y prolongado con ellos, o de la atención que hay que prestar a las múltiples necesidades del hogar para que siga siendo acogedor, agradable, confortante en el plan afectivo, formador en el aspecto cultural y religioso. ¿Quién podrá negar que en muchos casos, la estabilidad y el éxito de la familia, su florecimiento humano y espiritual, deben mucho a esa presencia materna en el hogar? Es, pues, un auténtico trabajo profesional que merece ser reconocido como tal por la sociedad; por otra parte, es una llamada al valor, a la responsabilidad, al ingenio, a la santidad.

Se trata, por tanto, de ayudar a las mujeres a que tomen conciencia de esa responsabilidad y de todos los dones de feminidad que Dios ha puesto en ellas, para el mayor bien de la familia y de la sociedad. Hay que pensar también en las mujeres que padecen frustraciones o condiciones precarias, para ayudarlas a afrontar su difícil situación, con la gracia de Dios y la ayuda de quienes las rodean.

5. En fin, queridos amigos, lo que vosotros tratáis de hacer dentro de la Fundación que habéis constituido, otras muchas Asociaciones o Movimientos familiares intentan realizarlo también, de modo complementario. Por otra parte, la familia, célula de la sociedad e “iglesia doméstica”, no es un objetivo en sí misma, sino que debe permitir la inserción poco a poco, de los jóvenes en comunidades educativas más amplias. Es decir, que no deben ignorarse las iniciativas ya existentes en este campo y mucho menos cerrarse a ellas, sino que hay que trabajar en el mismo sentido, en unión y confianza con los Pastores de la Iglesia, a fin de que las familias desarrollen plenamente su papel e integren el dinamismo de sus riquezas en la vida pastoral y en el apostolado de las comunidades cristianas, así como el testimonio profético que hay que dar ante el mundo.

¡Que vuestras familias, en la alegría igual que en las pruebas, sean un reflejo del amor de Dios! ¡Que la Virgen Madre, a través de la contemplación y la oración dentro de cada familia cristiana, os conduzca en el camino hacia su Hijo y os consiga la luz y la fuerza del Espíritu Santo, en la paz! Yo bendigo de todo corazón a todos los miembros de vuestras familias, esposos o esposas, niños o jóvenes, y también a los abuelos. Y bendigo asimismo a las parejas que os son queridas y que cuenta con vuestro testimonio.









DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN`PABLO II


AL SR. MOUSTAFA KAMAL EL-DIWANI


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ÁRABE DE EGIPTO


ANTE LA SANTA SEDE*


Lunes 10 de noviembre de 1980



Señor Embajador:

Me complace dar a Su Excelencia la bienvenida al Vaticano, con motivo de la presentación de las Cartas que lo acreditan como Embajador de Egipto ante la Santa Sede. Le doy las gracias por el cordial mensaje que me ha dirigido, en especial por las amables palabras de encomio de mis esfuerzos por promover la paz y comprensión entre pueblos y naciones.

546 Le ruego en esta ocasión que transmita mis mejores votos a Su Excelencia el Presidente Sadat. Tengo confianza de que bajo su liderazgo la República Árabe de Egipto dará todavía mayores pasos en los caminos del progreso y el desarrollo, y todo el pueblo de su país vivirá en armonía.

He seguido de cerca los esfuerzos por construir una paz duradera que han realizado el Presidente Sadat y el Gobierno egipcio. Y me alegra oír de usted la confirmación de que estos esfuerzos proseguirán, a pesar de todas las dificultades. De hecho y precisamente porque las tensiones y peligros han aumentado en los últimos tiempos, la obra de la paz debe avanzar, como usted mismo ha dicho. Y no hay duda de que se debe intensificar hasta alcanzar una paz amplia, una paz que dé solución justa a todos los aspectos de la crisis de Oriente Medio, incluido el problema palestino de Jerusalén. Toda supuesta paz que no tenga en cuenta todos los elementos de la divergencia y no abarque en fin de cuentas a todas las partes afectadas, correría peligro de ser estéril y podría encender conflictos todavía más agudizados.

Como Su Excelencia sabe, los católicos de Egipto están deseando contribuir como ciudadanos leales al progreso futuro de su país,, y junto con sus hermanos y hermanas de fe cristiana quieren colaborar con todos sus compatriotas de fe musulmana, dentro del respeto mutuo y en igualdad de condiciones.

En su permanencia aquí, que confío será fecunda, puede estar seguro del interés y cooperación de la Santa Sede en él desempeño de su tarea.

Para Su Excelencia y la noble nación que representa pido favores abundantes al Todopoderoso.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1981 n.3 p.8.








A UN GRUPO DE OBISPOS CHINOS


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 11 de noviembre de 1980



Venerables y amados hermanos en Cristo:

1. Estoy muy contento de tener este encuentro con vosotros, obispos de Taiwán, para hablar con vosotros de los progresos que se están verificando en vuestras diócesis, de los problemas que habéis de afrontar diariamente como Pastores en la evangelización de la grey que estáis llamados a guiar, y sobre vuestras preocupaciones actuales y esperanzas para el futuro. Como sabéis, esto forma parte de la misión específica confiada por Jesús a Pedro y a sus Sucesores: el cuidado de todas las Iglesias, "Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas" (Jn 21,15-17), y la tarea de confirmar a sus hermanos (cf. Lc Lc 22,32).

2. La visita ad Limina Apostolorum es una expresión del vínculo que une a los obispos individualmente y como cuerpo al Obispo de Roma, que por voluntad de Cristo es también Pastor de la Iglesia universal.

En efecto, el Concilio Vaticano II reafirma claramente la doctrina constante e inmutable de la Iglesia católica: "El Romano Pontífice es, como Sucesor de Pedro, el principio y fundamento perpetuo visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales, y a base de las cuales, se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso, cada obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad" (Lumen gentium LG 23).

547 3. El pueblo chino esparcido por el continente en Taiwán, Hong Kong y Macao, así como también en la diáspora, es un gran pueblo formado por una cultura milenaria, constituida por los pensamientos de filósofos eminentes y sabios de tiempos antiguos, y por tradiciones familiares tales como la referente al culto de los antepasados. Y es harto conocida la característica de bondad y finura que lo distingue.

De acuerdo con los diferentes modos de pensar de cada tiempo, la Iglesia se ha propuesto respetar estas tradiciones y valores culturales según el espíritu del Evangelio y según la línea de- pensamiento expresada por San Pablo cuando exhorta a los Filipenses a valorar "cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de laudable, de virtuoso y de digno de alabanza" (
Ph 4,8).

Por tanto, el mensaje cristiano ilumina y enriquece los valores positivos espirituales y humanos contenidos en cada cultura y tradición; la Iglesia trata de conseguir que haya acuerdo armónico entre la cultura y tradiciones de un pueblo, por una parte, y la fe en Cristo, por otra (cf. Gaudium et spes GS 57-62). Es éste un reto constante para la Iglesia, que debe encontrar en la cultura y tradiciones del pueblo a evangelizar un punto importante y sin duda esencial en el que encuadrar el método de proclamación del mensaje evangélico, de acuerdo con las necesidades del momento. El ejemplo de los grandes misioneros y apóstoles de China, como por ejemplo el jesuita Mateo Ricci, debieran servir a todos de guía e inspiración.

El cristiano no es meramente una persona de fe, sino alguien llamado a ser levadura y sal de la sociedad civil y política en que él o ella viven. Por ello, la Iglesia inculca en sus fíeles profunda conciencia de amor y de obligaciones hacia sus compatriotas y tierra natal. Les exhorta a vivir como ciudadanos íntegros y ejemplares, y a trabajar lealmente por el progreso pleno de la nación a la que se enorgullecen de pertenecer.

4. Sé que vosotros, obispos de Taiwán, estáis fuertemente empeñados no sólo en la tarea de evangelización, sino también en obras de educación y prosperidad social. Ello es prueba, por una parte, del celo que os anima a vosotros y a vuestros colaboradores, clero diocesano, religiosos o religiosas, y laicado. Por otro lado, honra la libertad religiosa de que goza la Iglesia en vuestro territorio.

La Santa Sede tiene en gran aprecio esta actitud y alienta a todos los miembros de la Iglesia de Taiwán, a hacer buen uso de la situación de libertad y respeto de que disfruta para entregarse con fervor creciente a la evangelización del pueblo chino y a todas las demás obras buenas que dependen de las Iglesias locales.

Yo, por mi parte, espero un aumento creciente de eclesiásticos y apóstoles laicos en la viña del Señor, aumento que será fruto, sobre todo, de la sana formación cristiana recibida en la familia y en las instituciones educadoras católicas. Al mismo tiempo expreso mi fuerte deseo de que a estos apóstoles se les dé formación sólida y bien cimentada en las ramas del conocimiento necesarias o útiles para su futuro trabajo pastoral, y también en la disciplina de las virtudes cristianas, a fin de que sean colaboradores eficientes del Espíritu Santo en la edificación de China, porción elegida del Reino de Dios.

5. Entre las preocupaciones que me habéis manifestado ocupa lugar especial la situación religiosa actual de la Iglesia católica en el continente. Os aseguro que estas preocupaciones son muy mías también. Recibo información de distintas partes de ese territorio inmenso, que dan constancia de la perseverancia en la fe, la oración y la práctica religiosa de muchísimos católicos, y hacen patente su adhesión firme a la Sede de Pedro. Estas noticias me han impresionado hondamente y me mueven a ofrecer oraciones junto con vosotros, obispos hermanos míos, por esta Iglesia heroica, para que el Señor derrame sobre estos hermanos estupendos y sobre el pueblo fiel, dones de fortaleza y perseverancia, alimentando en ellos la llama ardiente de la esperanza que no defrauda (cf. Rom Rm 5,5).

Y en fin, queridos hermanos, confío la evangelización de China a la maternal protección de María, Reina de China. Pido prosperidad y progreso para todo el pueblo chino, a quien recuerdo con cariño cada día en mis oraciones y solicitud pastoral. Con inmensa confianza en el poder de la muerte y resurrección del Señor Jesús, os repito con el Apóstol Pedro: "Paz a todos vosotros los que estáis en Cristo" (1P 5,14).

Es también gran gozo para mí recibir, junto con los obispos, a los sacerdotes y religiosos chinos residentes en Roma. En vosotros rindo homenaje a la fidelidad de los sacerdotes y religiosos chinos que siguen al Señor Jesús con generosidad y alegría, participando diariamente en su misterio pascual de muerte y resurrección.

Nuestra unión en Cristo y en su Iglesia católica es, sin duda alguna, un don maravilloso del Padre, don que encuentra su expresión temporal suprema en la Eucaristía, y nos dispone a esperar con esperanza entusiasta la venida de Nuestro Salvador Jesucristo.

548 Queridos hermanos y hermanas: Que vuestros pensamientos y propósitos se centren hoy en la gran fidelidad a que sois llamados: fidelidad a la unidad, fidelidad a la Eucaristía, fidelidad a la esperanza. Esta fidelidad es esencial en nuestro llamamiento bautismal, en nuestra vocación, en nuestra consagración. Esta fidelidad abarca todas las actitudes, todos los programas de vida; además, es base indispensable de todo apostolado al servicio del Evangelio. Y María, Virgo fidelis, os sostenga en vuestra fidelidad manteniéndoos siempre fíeles a Jesús.










A LOS ALUMNOS DE LAS ESCUELAS CENTRALES


ANTI-INCENDIOS DE ITALIA


Patio de San Dámaso

Miércoles 12 de noviembre de 1980



Hermanos queridísimos: Siento gran alegría por este encuentro que me da la posibilidad de manifestar mi afecto cordial a todos vosotros, alumnos de las Escuelas centrales Anti-incendios, que con el estudio y la disciplina os proponéis ofrecer a la sociedad contemporánea la aportación de vuestro dinamismo y juventud.

Deseo manifestaros ante todo mi beneplácito y mi aprecio por el interés de que dais prueba al prepararos, con auténtica seriedad, a las futuras tareas que se os confíen. Tratad de concebir y realizar vuestra vida en una visión que esté animada y orientada por el mensaje cristiano, o sea, no como manifestación de egoísmo o individualismo o como búsqueda exclusiva de bienestar material o, peor aún, como dominio físico o sicológico de los otros, sino como comprensión vigilante, entrega generosa, disponibilidad diligente hacia todos, en particular hacia cuantos están necesitados o tienen dificultades.

Además, sabed profesar con alegría y constancia la fe cristiana, recibida en si bautismo y consolidada por la enseñanza y los ejemplos de vuestros amadísimos padres y de los sacerdotes, que han sido vuestros educadores en el espíritu; se manifieste esta fe vuestra en el afán constante con que cumplís vuestros deberes civiles y religiosos; en la reflexión continua sobre el Evangelio; en la pureza límpida de vuestra conducta; en la oración, que inspire y sostenga los momentos culminantes de vuestra vida diaria.

Os deseo que seáis siempre ciudadanos honrados y trabajadores, de los que se pueda enorgullecer legítimamente la nación italiana, y lleguéis a ser también protagonistas de su progreso en el orden y de su prosperidad en la paz.

Con estos deseos invoco sobre vosotros, por la intercesión maternal de la Virgen Santísima, la ayuda continua de Dios, y en confirmación de mi afecto os imparto la propiciadora bendición apostólica que extiendo a vuestros familiares, superiores y capellán jefe.








A LOS OBISPOS DE BOLIVIA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


13 de noviembre de 1980



Amadísimos Hermanos en el Episcopado,

Con profundo gozo os recibo hoy, Pastores del Pueblo de Dios en Bolivia, que tras un aplazamiento sugerido por especiales acontecimientos en vuestro País, habéis venido a Roma para realizar vuestra visita ad limina Apostolorum. Siento cercanos a vosotros a todos los miembros de vuestras respectivas comunidades eclesiales y también a ellos se dirige mi afectuoso pensamiento, asegurándoos con palabras del Apóstol San Pablo que “no ceso de dar gracias por vosotros y de hacer de vosotros memoria en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo... os conceda espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El”.

549 Este fraterno encuentro del Sucesor de Pedro con vosotros, es el momento culminante de vuestra venida a Roma y la expresión alargada de esa comunión eclesial que se ha manifestado ya en los coloquios separados con cada uno de vosotros. Un hermoso camino para hacer cada vez más íntimos los vínculos de unión en el amor eclesial que mutualmente nos ligan.

Doy pues gracias a Dios por todo ello y por la ocasión que se me ha deparado de compartir con vosotros las esperanzas y problemas de vuestras diócesis, así como de alentaros en vuestra generosa entrega a la causa del Señor. Por esto deseaba veros “para comunicaros algún don espiritual, para confirmaros, es decir, para consolarme con vosotros con la mutua comunicación de nuestra fe”.

Deseo expresaros ante todo la íntima satisfacción que me produce constatar la sólida unión de miras y de sentimientos que existe entre los diversos miembros del Episcopado boliviano, aquí moralmente presente en su conjunto y guiado por el Presidente y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal. Os exhorto a mantener y consolidar esa comunión, premisa indispensable para una labor pastoral eficaz y sin tensiones comunitarias debilitantes.

Otro motivo de alegría es para mí el empeño puesto por el Episcopado de Bolivia en la promoción de una catequesis acomodada a las circunstancias concretas de vuestro propio ambiente, siguiendo las directrices marcadas por la “Catechesi Tradendae”. No es pues necesario que insista en tal punto, que tanta importancia tiene para lograr esa evangelización profunda y generalizada a la que la Iglesia en Latinoamérica, y en Bolivia en particular, ha dedicado y dedica tan generosas energías.
Precisamente para dar una respuesta válida a esa necesidad evangelizadora sé que os estáis ocupando con renovado interés de la pastoral de las vocaciones nativas a la vida sacerdotal y a la vida consagrada en general. Se trata de un capítulo de importancia decisiva para la animación y mantenimiento en la fe de las comunidades eclesiales. Por este motivo, todas las iniciativas que emprendáis para potenciar tan fundamental sector de la pastoral cuentan con mi más complacido aplauso y mi más cordial aliento.

Para preparar adecuadamente el terreno en el que germinen esas vocaciones, sabéis bien cómo sea imprescindible atender con todo esmero el apostolado de la familia, al que el reciente Sínodo de los Obispos ha justamente consagrado su diligente estudio. En sus reflexiones e indicaciones podréis encontrar inspiración para dar un nuevo impulso a la pastoral familiar.

Esta labor deberá hallar su natural complemento en el esfuerzo educativo de las nuevas generaciones, para que se vayan consolidando en el conocimiento y vivencia de los principios cristianos y sean capaces de llevarlos luego a los diversos ambientes del entramado social. Las realizaciones logradas y la positiva contribución ofrecida por la Iglesia en Bolivia y por las escuelas católicas -de modo singular por la Universidad Católica de La Paz- son un elocuente testimonio del espíritu que anima a la Jerarquía y demás responsables, para educar en la fe y colaborar a la vez al bien de la sociedad entera.

Aunque la misión a realizar es muy amplia y quedan por obtener múltiples objetivos, veo asimismo con agrado que la Iglesia en Bolivia no ha olvidado en ningún momento las iniciativas encaminadas a favorecer la promoción también humana de los sectores más necesitados de la población. Os aliento a intensificar los esfuerzos en tal dirección, con la mirada puesta en la atención prioritaria, no exclusiva ni excluyente, a los pobres, de la que repetidamente yo mismo y los Obispos de Latinoamérica no hemos ocupado.

No desconozco igualmente que, en cumplimiento de vuestro deber y misión de responsables y guías de la comunidad eclesial en Bolivia, se ha elevado vuestra voz en momentos delicados para la pacífica convivencia en nivel nacional. Fieles a vuestro oficio de Pastores y guiados por una visión cristiana del ser humano, conscientes asimismo de la obligación de servir a la verdad en sus múltiples implicaciones, os habéis pronunciado en favor de “la dignidad del hombre y la libertad del Evangelio”. Es ésta una dimensión del propio magisterio, al que la Iglesia no puede renunciar, como parte indivisible de su servicio a Dios y al hombre.

Queridos Hermanos: Gustosamente me entretendría con vosotros acerca de otros temas concretos, pero no podemos alargar más este encuentro.

Seguid trabajando con renovado entusiasmo en la porción eclesial que os ha sido confiada. Quiera Dios que vuestro empeño y la eficaz colaboración de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, laicos comprometidos y la de tantas otras personas de buena voluntad hagan disponibles, con el favor del Dueño de la mies que trasciende toda capacidad humana, las fuerzas necesarias para un fiel y continuado servicio a la Iglesia y al hombre hermano. Con mi plegaria por todos los hijos de vuestro querido País, os aseguro mi cordial benevolencia y os doy mi afectuosa Bendición.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS JEFES DE ESTADO DE LOS PAÍSES FIRMANTES


DEL ACTA FINAL DE HELSINKI





550 Los derechos del hombre

1. La Iglesia católica, dado el carácter universal de su misión religiosa, se siente profundamente obligada a ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo en la tarea de hacer progresar las grandes causas de la paz y de la justicia social, en orden a la construcción de un mundo cada vez más acogedor y más humano. Estos son los nobles ideales a los que ardientemente aspiran los pueblos y que, de modo especial, constituyen el objeto de la responsabilidad de los gobiernos de los diferentes países; pero al mismo tiempo, a causa de los cambios de las situaciones históricas y sociales, su realización, para ser cada vez más efectiva, necesita de la continua aportación de nuevas reflexiones y nuevas iniciativas, que tanto más valor tendrán cuanto más aparezcan como consecuencia de un diálogo multilateral y constructivo.

Si se reflexiona sobre los múltiples factores que contribuyen a la paz y la justicia en el mundo, llama la atención la progresiva importancia que va tomando, en este aspecto, la aspiración general a ver garantizada una dignidad igual de todo hombre y de toda mujer por lo que respecta a la participación en los bienes materiales y en el disfrute efectivo de los bienes espirituales y, por esto mismo, de los inalienables derechos correspondientes.

Al tema de los derechos del hombre, y en particular al de la libertad de conciencia y de religión, ha dedicado la Iglesia católica en estos últimos decenios una seria reflexión, estimulada por la experiencia diaria de la vida de la misma Iglesia y de los creyentes de toda región y de todo medio social. Sobre este tema, la Iglesia desea presentar a las altas autoridades de los países que firmaron el Acta Final de Helsinki algunas consideraciones particulares, que favorezcan un serio examen de la situación actual de esta libertad, a fin de que pueda ser eficazmente garantizada en todas partes. Lo hace consciente de responder al compromiso común, contenido en el Acta Final, de "promover y alentar el real ejercicio de las libertades y derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y otros, que se desprenden todos ellos de la dignidad inherente a la persona humana y que son esenciales para el desarrollo libre e integral de todas sus posibilidades"; es consciente también la Iglesia de que, al hacerlo, se inspira en el criterio que reconoce "la importancia universal de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales, cuyo respeto es un factor esencial de la justicia, de la paz y del bienestar necesarios para asegurar el desarrollo de las relaciones amistosas y de la cooperación entre ellos, así como entre todos los Estados".

La dignidad de la persona humana

2. Se observa con satisfacción que, en el curso de los últimos decenios, la Comunidad internacional, que manifiesta un creciente interés por la salvaguardia de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales, ha tomado en atenta consideración el respeto de la libertad de conciencia y de religión en algunos documentos bien conocidos, como por ejemplo:

a) la Declaración universal de la ONU sobre los Derechos del Hombre, del 10 de diciembre de 1948 (artículo 18);

b) el Pacto internacional sobre los derechos civiles y políticos, aprobados por las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 1966 (artículo 18);

c) el Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, firmado el 1 de agosto de 1975 ("Cuestiones relativas a la Seguridad en Europa, 1, a, Declaración sobre los principios que rigen las relaciones mutuas entre los Estados participantes: VII. Respeto de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales, incluida la libertad de conciencia, de pensamiento, de religión o de convicción").

Además, en este Acta Final, en el sector de la cooperación que se refiere a los "contactos entre personas", hay un parágrafo, en virtud del cual los Estados participantes "confirman que los cultos religiosos y las instituciones y organizaciones religiosas, —actuando en el marco constitucional de los Estados participantes—, y sus representantes pueden, en el campo de su actividad, tener entre sí contactos y reuniones e intercambiar informaciones".

Estos documentos internacionales reflejan, por lo demás, la convicción que se ha ido manifestando cada vez más en el mundo con la progresiva evolución de la problemática que se refiere a los derechos del hombre en la doctrina jurídica y en la opinión pública del los diversos países, así como reflejan también que el principio del respeto de la libertad de conciencia y de religión es reconocido hoy, en su formulación fundamental, lo mismo que el principio de igualdad entre los ciudadanos, en la mayor parte de las Constituciones de los Estados.

551 Según el conjunto de formulaciones que se encuentran en los instrumentos jurídicos, nacionales e internacionales mencionados más arriba, es posible poner de relieve los elementos que dan a la libertad religiosa un marco y una dimensión adaptados a su pleno ejercicio.

Aparece claramente, en primer lugar, que el punto de partida para el reconocimiento y el respeto de esta libertad es la dignidad de la persona humana, que experimenta la exigencia interior, indestructible, de actuar libremente "según los imperativos de su propia conciencia" (cf. el texto del Acta Final anteriormente citada en la letra c). El hombre, fundándose sobre sus propias convicciones, ha de reconocer y seguir una concepción religiosa o metafísica en la que queda implicada toda su vida por lo que se refiere a las opciones y comportamientos fundamentales. Esta reflexión íntima, aunque no desemboque en una afirmación de fe en Dios explícita y positiva, no puede dejar de ser en todo caso objeto de respeto en nombre de la dignidad de la conciencia de cada uno, cuyo misterioso trabajo de búsqueda no podría ser juzgado por otros hombres. Así, por una parte, todo hombre tiene el derecho y el deber de comprometerse en la búsqueda de la verdad, y, por otra parte, los demás hombres y la sociedad civil tienen obligación de respetar el libre crecimiento espiritual de las personas.

Esta libertad concreta encuentra su fundamento en la naturaleza misma del hombre de quien es propio el ser libre, y, —según los términos de la Declaración del Concilio Vaticano II— esta libertad permanece "también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y adherirse a ella; y no puede impedirse su ejercicio con tal de que se respete el justo orden público" (Dignitatis humanae
DH 2).

Un segundo elemento, no menos fundamental, viene constituido por el hecho de que la libertad religiosa se expresa a través de actos que no son solamente interiores ni exclusivamente individuales, ya que el ser humano piensa, actúa y se comunica en relación con los otros hombres; la "profesión" y la "práctica" de la fe religiosa se expresan a través de una serie de actos visibles, sean personales o colectivos, privados o públicos, que hacen brotar una comunión con las personas de la misma fe, estableciendo un vínculo de pertenencia del creyente con una comunidad religiosa orgánica; esta vinculación puede tener diferentes grados, diferentes intensidades, según la naturaleza y los preceptos de la fe o convicción a la que se adhiere.

Doctrina del Concilio y de los Papas

3. La Iglesia católica ha sintetizado el fruto de su reflexión sobre este tema en la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Ecuménico Vaticano II, promulgada el 7 de diciembre de 1965, documento que para la Sede Apostólica tiene un particular valor de obligación. Esta Declaración fue precedida por la Encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII, fechada el 11 de abril de 1963, que insistía solemnemente en el hecho de que "cada uno tiene el derecho de honrar a Dios siguiendo la norma justa de su conciencia".

La misma Declaración del Concilio Vaticano II ha sido recordada después en diversos documentos del Papa Pablo VI, en el mensaje del Sínodo de los Obispos de 1974 y, más recientemente, en el mensaje dirigido a la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas con ocasión de la visita del Papa, realizada el 2 de octubre de 1979, y que recogía su contenido esencial:

"Por razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad" (Dignitatis humanae DH 2).

"El ejercicio de la religión, por su propia índole, consiste ante todo en los actos internos voluntarios y libres, con los que el hombre se ordena directamente a Dios; actos de este género no pueden ser mandados ni prohibidos por un poder meramente humano. Y la misma naturaleza social del hombre exige que éste manifieste externamente los actos internos de la religión, que se comunique con otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria" (Dignitatis humanae DH 3).

"Estas palabras —se añadía aún en el discurso a la ONU— tocan la sustancia del problema. Demuestran también de qué modo la misma confrontación entre la concepción religiosa del mundo y la agnóstica o incluso atea, que es uno de los 'signos de los tiempos' de nuestra época, podría conservar leales y respetuosas, las dimensiones humanas, sin violar los esenciales derechos de la conciencia de ningún hombre o mujer que viven en la tierra" (Discurso a la XXXIV Asamblea General de la ONU , núm. Nb 20 'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 15).

En esta misma ocasión se expresaba la convicción de que "el respeto de la dignidad de la persona humana parece pedir que cuando sea discutido o establecido, a la vista de las leyes nacionales o de convenciones internacionales, el justo sentido de la libertad religiosa, sean consultadas también las instituciones, que por su naturaleza sirven a la vida religiosa". Y esto porque, cuando se trata de dar cuerpo al contenido de la libertad religiosa, si se omite la participación de quienes son los más interesados en ella y tienen una experiencia y una responsabilidad particulares, se corre el peligro de determinar aplicaciones arbitrarias y de "imponer unas normas o restricciones en un campo tan íntimo de la vida del hombre, que son contrarias a sus verdaderas necesidades religiosas" (Discurso a la XXXIV Asamblea General de la ONU , núm. Nb 20 'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 15).

552 Código o elementos específicos de la libertad religiosa

4. A la luz de las premisas y de los principios indicados hasta ahora, la Sede Apostólica estima que es su derecho y su deber intentar un análisis de los elementos específicos que corresponden al concepto de "libertad religiosa" y que constituyen su campo de aplicación, en la medida en que son conclusión lógica de exigencias de las personas y de las comunidades, o en la medida en que son requeridos por sus actividades concretas. En la expresión y en la práctica de la libertad religiosa, se observa, en efecto, la presencia de aspectos individuales y comunitarios, privados y públicos, estrechamente ligados entre sí, de suerte que el derecho a la libertad religiosa lleva consigo otras dimensiones complementarias:

a) En el plano personal, hay que tener en cuenta:

— la libertad de adherirse o no a una fe determinada y a la comunidad confesional correspondiente;

— la libertad de realizar, individual y colectivamente, en privado y en público, actos de oración y de culto, y de tener iglesias o lugares de culto según lo requieran las necesidades de los creyentes:

— la libertad de los padres para educar a sus hijos en las convicciones religiosas que inspiran su propia vida, así como la posibilidad de acudir a la enseñanza catequética y religiosa dada por la comunidad;

— la libertad de las familias de elegir las escuelas u otros medios que garanticen esta educación para sus hijos, sin tener que sufrir, ni directa ni indirectamente, cargas suplementarias tales que impidan de hecho el ejercicio de esta libertad;

— la libertad para que todos puedan beneficiarse de la asistencia religiosa en cualquier lugar en que se encuentren, sobre todo, en las residencias sanitarias públicas, clínicas, hospitales, en los cuarteles militares y en los servicios obligatorios del Estado, así como en los lugares de detención;

— la libertad de no ser obligado, en el plano personal, cívico o social, a realizar actos contrarios a la propia fe, ni a recibir un tipo de educación, o a adherirse a grupos o asociaciones, cuyos principios estén en oposición con las propias convicciones religiosas;

—l a libertad para no sufrir, por razones de fe religiosa, limitaciones y discriminaciones respecto de los demás ciudadanos, en las diversas manifestaciones de la vida (en todo lo que se refiere a la carrera, sean estudios, trabajo, profesión; participación en las responsabilidades cívicas y sociales, etc.).

b) En el plano comunitario, hay que considerar que las confesiones religiosas, al reunir a los creyentes de una fe determinada, existen y actúan como cuerpos sociales que se organizan según principios doctrinales y fines institucionales que les son propios.

553 La Iglesia, como tal, y las comunidades confesionales en general, necesitan para su vida y para la consecución de sus propios fines, gozar de determinadas libertades, entre las cuales hay que citar particularmente:

— la libertad de tener su propia jerarquía interna o sus ministros correspondientes, libremente elegidos por ellas, según sus normas constitucionales;

— la libertad, para los responsables de comunidades religiosas —sobre todo, en la Iglesia católica, para los obispos y los demás superiores eclesiásticos—, de ejercer libremente su propio ministerio, de conferir las sagradas órdenes a los sacerdotes o ministros, de proveer los cargos eclesiásticos, de tener reuniones y contactos con quienes se adhieren a su confesión religiosa;

— la libertad de tener sus propios centros de formación religiosa y de estudios teológicos, donde puedan ser libremente acogidos los candidatos al sacerdocio y a la consagración religiosa;

— la libertad de recibir y de publicar libros religiosos sobre la fe y el culto, y de usarlos libremente;

— la libertad de anunciar y de comunicar la enseñanza de la fe, de palabra y por escrito, incluso fuera de los lugares de culto, y de dar a conocer la doctrina moral sobre las actividades humanas y la organización social: esto, en conformidad con el compromiso contenido en el Acta Final de Helsinki, de facilitar la difusión de la información, de la cultura, intercambios de conocimientos y de experiencias en el campo de la educación, y que se corresponde además, en el campo religioso, con la misión evangelizadora de la Iglesia;

— la libertad de utilizar con el mismo fin los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión);

— la libertad de realizar actividades educativas, de beneficencia, de asistencia, que permiten poner en práctica el precepto religioso del amor hacia los hermanos, especialmente hacia aquellos que están más necesitados.

Además:

—en lo que se refiere a comunidades religiosas que, como la Iglesia católica, tienen una Autoridad suprema, como lo prescribe su fe, que detenta en el plano universal la responsabilidad de garantizar, por el magisterio y la jurisdicción, la unidad de la comunión que vincula a todos los Pastores y a los creyentes en la misma confesión; la libertad de tener relaciones recíprocas de comunicación entre esta Autoridad y los Pastores y las comunidades religiosas locales, la libertad de difundir los documentos y los textos del Magisterio (Encíclicas, Instrucciones...):

—en el plano internacional, la libertad de intercambios de comunicación, de cooperación y de solidaridad de carácter religioso, sobre todo con la posibilidad de encuentros y de reuniones de carácter multinacional o universal:

554 —en el plano internacional igualmente, la libertad de intercambiar entre las comunidades religiosas informaciones y contribuciones de carácter teológico o religioso.

Derecho primario e inalienable de la persona

5. La libertad de conciencia y de religión, con los elementos concretos ya indicados, es, como se ha dicho, un derecho primario e inalienable de la persona; más aún, en la medida en la que esta libertad atañe a la esfera más íntima del espíritu, se puede decir incluso que, por estar íntimamente anclada en cada persona, constituye la razón de ser de las otras libertades. Naturalmente, tal libertad no puede ser ejercida sino de una manera responsable, es decir, de acuerdo con los principios éticos, y respetando la igualdad y la justicia, pudiendo éstas ser reforzadas por el diálogo ya mencionado con las instituciones que, por su naturaleza, están al servicio de la vida religiosa.

La paz social y el bien común

6. La Iglesia católica —que no está limitada a un territorio determinado ni tiene fronteras, sino que está formada por hombres y mujeres que viven en todas las regiones de la tierra— sabe, por una experiencia multisecular, que la supresión, la violación o las limitaciones de la libertad religiosa han provocado sufrimientos y angustias, dolorosas pruebas morales y materiales, y que incluso hoy hay millones de personas que sufren a causa de ello; por el contrario, el reconocimiento de dicha libertad, su garantía y su respeto son fuentes de serenidad para las personas y de paz para la comunidad social y constituyen un factor nada despreciable para reforzar la cohesión moral de un país, para aumentar el bien común del pueblo y para enriquecer en un clima de confianza la cooperación entre las diferentes naciones.

Por lo demás, una sana aplicación del principio de la libertad religiosa servirá también para favorecer la formación de ciudadanos que, reconociendo plenamente el orden moral, "obedezcan a la autoridad legítima y sean amantes de la genuina libertad; hombres que juzguen las cosas con criterio propio a la luz de la verdad, que ordenen sus actividades con sentido de responsabilidad y que se esfuercen por secundar todo lo verdadero y lo justo, asociando de buena gana su acción a la de los demás" (Dignitatis humanae
DH 8).

La libertad religiosa bien comprendida servirá también para garantizar el orden y el bien común de cada país, de cada sociedad, pues los hombres, cuando se sienten protegidos en sus derechos fundamentales, están mejor dispuestos a trabajar por el bien común.

El respeto de este principio de la libertad religiosa servirá, finalmente, para reforzar la paz internacional, que, como se puede leer en el discurso a las Naciones Unidas anteriormente citado, está amenazada en cualquier violación de los derechos del hombre, en particular en la injusta distribución de los bienes materiales y en la violación de los derechos objetivos del espíritu, de la conciencia humana, de la creatividad humana, incluida la relación del hombre con Dios. Únicamente la plenitud de los derechos realmente garantizada a todo hombre sin discriminación puede asegurar la paz desde sus cimientos.

Iglesia y Estado

7. En esta perspectiva, la Santa Sede, a través de la exposición que precede, entiende prestar un servicio a la causa de la paz, deseando que esto contribuya a mejorar un sector tan significativo de la vida humana y social, y, como consecuencia, de la vida internacional. ¿Es necesario decir que la Sede Apostólica de ninguna manera piensa ni pretende ignorar las prerrogativas soberanas de los Estados? Al contrario, la Iglesia siente una profunda solicitud por la dignidad y por los derechos de cada una de las naciones, a cuyo bien desea contribuir y se compromete a ello.

La Santa Sede quiere invitar de esta manera a la reflexión, a fin de que las autoridades civiles responsables de los diversos países vean en qué medida las consideraciones expuestas hasta aquí deben constituir el objeto de un serio examen. Si la reflexión puede llevar a reconocer la posibilidad de mejorar la situación presente, la Santa Sede se declara absolutamente disponible, con espíritu abierto y sincero, para entablar a este objeto un diálogo fecundo.

555 Vaticano, 1 de septiembre de 1980.


Discursos 1980 543