Discursos 1980 570

570 3. La profundidad y riqueza de nuestra común herencia se nos revelan especialmente en el diálogo lleno de buena voluntad y en la colaboración plenamente confiada. Me alegro de que se tome conciencia de todo esto en este país y se procure eficazmente. Muchas iniciativas públicas y privadas en el campo pastoral, académico y social sirven a este propósito, incluso en ocasiones muy solemnes, como el reciente Katolikentag en Berlín. Un signo esperanzador fue también la sesión del Comité Internacional de contacto entre la Iglesia católica y el judaísmo, que tuvo lugar el año pasado en Ratisbona. En todo esto no se trata solamente de rectificar una falsa concepción religiosa del pueblo judío, que ha sido en parte causa de malentendidos y persecuciones en el curso de la historia, sino ante todo, del diálogo entre las dos religiones, que —con el Islam— debían dar al mundo la fe en el único, inefable Dios que nos interpela, y se proponen servirle en representación de todo el mundo.

La primera dimensión de este diálogo, esto es, el encuentro entre el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que nunca fue rechazada, por Dios, y el de la Nueva, es asimismo un diálogo interior a la Iglesia misma, como si fuera entre la primera y segunda parte de nuestra Biblia. A esto se refieren las orientaciones para la aplicación de la Declaración conciliar Nostra aetate (
Nb 4): "Se debe hacer un esfuerzo para comprender mejor lo que en el Antiguo Testamento conserva su valor propio y perenne, porque este valor no ha sido anulado por la posterior interpretación del Nuevo Testamento, que le da su significado pleno, de tal manera, que se dé una mutua iluminación y clarificación" (II).

Una segunda dimensión de nuestro diálogo -—la verdadera y central— es el encuentro entre las actuales Iglesias cristianas y el actual pueblo de la Alianza concluida con Moisés. A esto se refiere el "que los cristianos —según las orientaciones postconciliares— procuren entender mejor los elementos fundamentales de la tradición religiosa del judaísmo, y capten los rasgos esenciales con que los judíos se definen a si mismos a la luz de su actual realidad religiosa" (Introducción). El camino para llegar a este conocimiento mutuo es el diálogo. Os agradezco, estimados hermanos, que también vosotros lo llevéis adelante con "aquella apertura y grandeza de ánimo", con aquel "tacto" y con aquella "prudencia", que a nosotros los católicos nos son encarecidos por las mencionadas Orientaciones (I). Un fruto de tal diálogo y a la vez una orientación para su provechosa prosecución es la Declaración, mencionada al principio, de los obispos alemanes "Sobre la Relación de la Iglesia con el judaísmo", de abril de este año. Es mi ardiente deseo que esta Declaración llegue a ser bien espiritual de todos los católicos en Alemania.

Aún quisiera hablar brevemente sobre una tercera dimensión de nuestro diálogo. Los obispos alemanes dedican el capítulo final de su Declaración al cometido que tenemos en común, judíos y cristianos están llamados como hijos de Abraham a ser bendición para el mundo (cf . Gén Gn 12, 2, s.), en cuanto se dedican conjuntamente a la paz y la justicia entre todos los hombres, y por cierto con la plenitud y profundidad que Dios mismo les atribuye para nosotros, y con la disposición para el sacrificio, que tan alta misión puede exigir. Cuanto más marcado esté nuestro encuentro por este sagrado deber, tanto más redundará en bendición también para nosotros mismos.

4. A la luz de esta promesa y vocación abrahamíticas quiero mirar con ustedes el destino y papel de vuestro pueblo entre los pueblos. Con gusto oro con ustedes por la plenitud de la Shalom para todos vuestros hermanos de fe y pueblo, así como también para aquella tierra que todos los judíos contemplan con espacial veneración. A nuestro siglo tocó vivir el primer viaje de peregrinación de un Papa a Tierra Santa. Quisiera acabar repitiendo las palabras de Pablo VI al entrar en Jerusalén: "Implorad con nosotros en vuestras ansias y oraciones la armonía y la paz para esta tierra singular visitada por Dios. Pidamos juntos aquí la gracia de una verdadera y profunda fraternidad entre todos los hombres, entre todos los pueblos... Sean dichosos quienes te aman. ¡La paz habite dentro de tus muros, la prosperidad en tus palacios. Te deseo la paz, te deseo la dicha!" (cf. Sal Ps 122,6-9).

Ojalá pronto todos los pueblos sean reconciliados en Jerusalén y bendecidos en Abraham. El, el inefable, del que nos habla su creación; El, que no fuerza, sino que conduce la humanidad que creó hacia el bien; El, que se revela y a la vez calla en nuestro destino; El, que nos ha elegido para todos como su pueblo; El nos conduzca por sus caminos hacia el futuro que nos reserva.

Sea ensalzado su nombre. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA


A LOS OBREROS EXTRANJEROS


Plaza de la catedral de Maguncia

Lunes 17 de noviembre de 1980



Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro esta mañana entre vosotros que de diversos países y continentes habéis venido a Alemania para trabajar, para estudiar o para poner nuevas bases a vuestra existencia y la de vuestras familias.

571 1. El lugar de nuestro encuentro, la ciudad de Maguncia sobre el Rin, nos trae a través de su historia el recuerdo del tema principal de este encuentro: "Hombres en camino". Maguncia pertenece a las viejas ciudades que se fundaron en el curso de la extensión del antiguo Imperio Romano a lo largo del Rin. Con los soldados y los comerciantes, desde Italia vino también el cristianismo por primera vez a esta tierra. Consta que ya en el año 200 había en Maguncia una comunidad cristiana con un obispo. Más tarde, cuando en el siglo VIII los misioneros anglosajones —esta vez por el norte— comenzaron a extender vigorosamente la fe entre las tribus alemanas, uno de ellos, el gran Bonifacio, llegó a ser obispo de Maguncia. Partiendo de aquí comenzaron a fundar él y sus discípulos numerosas sedes episcopales, hasta Zurich, en el Sur, y hasta Praga y Olmütz, por el Este. Desde Praga el santo obispo Adalberto introdujo la luz del Evangelio en Polonia, y la llevó hasta el Báltico. Sí, es cierto: esta ciudad con su catedral románica de seis torres nos habla del nacimiento y de las raíces espirituales de muchas de nuestras patrias; nos habla de la fuerza unificante y orientadora de nuestra fe católica. Y esta fe encontró el camino hacia los corazones de nuestros antepasados siempre a través de "hombres en camino", a través de misioneros y de hombres y mujeres que salieron de sus patrias con el fin de buscar nuevas posibilidades de vida en otros países, para ellos muchas veces totalmente desconocidos, y para testimoniar al mismo tiempo con su vida el liberador mensaje de nuestra redención en Jesucristo.

También a mí la Providencia Divina me ha llamado de mi tierra patria. A través de mi elección por los cardenales como Supremo Pastor de la Iglesia, me ha sido confiada de un modo especial la responsabilidad de la unidad de la Iglesia. Hasta el día de hoy también yo, como vosotros, he sido más de una vez viajero en países lejanos. Por eso os saludo con gran comprensión y particular cordialidad a todos vosotros, a los que os habéis congregado aquí, en esta plaza, y a los que a través de la radio y de la televisión estáis en conexión con nosotros o más tarde seréis informados acerca de este encuentro. ¡La paz del Señor esté siempre con vosotros!

2. No fue fácil para vosotros, queridos hermanos y hermanas, tomar la decisión de salir de vuestros países para buscar en la República Federal de Alemania un trabajo que ofreciera mejores posibilidades de vida a vosotros y a vuestras familias. Disteis este paso porque vivía en vosotros la fundada esperanza, de que los hombres del país que os hospeda mostraran comprensión hacia vosotros y os acogieran en espíritu de justicia social y de caridad cristiana. Ojalá se hayan cumplido en alguna medida estas esperanzas para la mayoría de vosotros. En este tiempo habéis prestado con vuestras manos un trabajo y unas aportaciones que han sido importantes para el bienestar de los habitantes de este país, razón por la cual os habéis hecho merecedores de su reconocimiento y respeto. Muchos de vosotros os encontráis en Alemania ya desde hace cinco, diez o más años, con lo que habéis llegado a ser casi del lugar, especialmente vuestros niños y vuestros jóvenes que ya nacieron aquí.

Pero la vida de un trabajador emigrante está unida también a graves problemas y dificultades. Ya lo han recordado vuestros portavoces en sus palabras de saludo. Algunos no saben por cuánto tiempo podrán vivir y trabajar aquí, y sufren por esa inseguridad. Muchos debieron, al menos en los primeros tiempos, dejar su familia en la tierra de origen. Pero aun en el caso de que con gran esfuerzo hayan conseguido traer aquí a su mujer, a sus hijos y a sus padres, encuentran a menudo muchas dificultades para proporcionarles una vivienda humanamente digna. Surgen dificultades para procurar a los hijos un término adecuado a sus estudios, y posteriormente encontrar trabajo para ellos. Pero sufrís sobre todo por no saber cómo en vuestro corazón y en vuestro espíritu podéis permanecer fieles al estilo peculiar de vuestra cultura patria con sus costumbres y sus valores, con su lengua y sus canciones, y al mismo tiempo acomodaros al estilo de vida de vuestro nuevo ambiente. No os convirtáis en hombres desarraigados, que están desgajados de las raíces espirituales de su vieja patria y que todavía no han echado raíces en la nueva. A causa de ello, podría correr un riesgo especial vuestra fe católica y vuestra vida religiosa; se haría entonces para vosotros sumamente difícil o casi imposible introducir a vuestros hijos, desde el seno materno, en las verdades fundamentales de la fe y en la vida de la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas: Tengo clara conciencia de estos importantes problemas de vuestra vida cotidiana, y sé también que muchos responsables de la Iglesia y del Estado, juntamente con vuestros representantes, se esfuerzan constantemente para suavizar las asperezas, para proyectar soluciones duraderas, y para llevarlas efectivamente a cabo.

3. ¿Qué podéis hacer vosotros mismos desde ahora? ¡Comenzad con vuestras familias! ¡Atended y amad a vuestras esposas y a vuestros maridos como las más importantes y apreciables de todas las personas que conocéis! ¡Sedles fieles en todo y con toda transparencia! Haced que de igual modo vuestros padres y vuestros hijos participen en esta sólida unión que procede del amor sincero y de la manifiesta solidaridad. Entonces tendréis en vuestras familias un núcleo, pequeño pero vivo y sólido, de comunidad, un trozo de patria para el cuerpo y para el alma, un lugar de recogimiento y de valoración, que no puede ser sustituido por ninguna otra cosa. Vosotros mismos habéis tenido de varios modos esta experiencia en vuestros países de origen: cuando la administración estatal falla o es insuficiente, cuando los medios de ayuda social están muy poco desarrollados, entonces queda todavía la familia, que ayuda a encontrar una salida en los momentos de necesidad o que al menos ayuda a llevar en común el peso de esa necesidad. Esto mismo vale también aquí, en vuestro nuevo ambiente de vida, con sus problemas e incertezas.

Me dirijo especialmente a los jóvenes que hay entre vosotros: ¡Aprovechad todas las posibilidades de educación que se os ofrezcan; ayudad a vuestros familiares mayores con vuestros nuevos conocimientos, especialmente en el campo de la lengua! ¡Haced que vuestros padres sientan que los entendéis y que permanecéis junto a ellos, aunque quizás vosotros os sintáis mejor que ellos en la nueva patria! ¡Respetad su origen, su cultura, su lengua nativa y su propio dialecto! Ellos han afrontado muchas dificultades y han tenido el coraje de dar el paso destinado a hacer que vuestra vida sea más plena y más rica. En medio de todas las alegrías y de las ventajas económicas, no olvidéis los valores espirituales de la cultura y de la fe, pues sólo a través de ellos se puede lograr el verdadero progresó de vuestra personalidad y de vuestra 'humanidad.

A todos vosotros quisiera animaros a que os acerquéis los unos a los otros, tanto entre los diversos grupos nacionales, como con cada conciudadano alemán; intentad comprenderos recíprocamente y comunicaos vuestras vidas con sus alegrías y preocupaciones. ¡Esforzaos también por levantar puentes entre los diversos grupos nacionales, piedra a piedra y con paciencia! Muchos pasos pequeños realizados en esta dirección pueden contribuir al mutuo acercamiento o incluso a haceros amigos y a proporcionar a vuestras familias unos contactos mutuos más cordiales.

4. En este momento quisiera dirigirme también a los habitantes nativos de este país. En los últimos veinte años vosotros no sólo habéis disfrutado de las ventajas económicas aportadas por millones de trabajadores emigrantes, sino que también les habéis ayudado a utilizar las diversas seguridades de índole social y jurídica que existen en este país. Les habéis permitido traer consigo a sus familias y enviar a sus niños a vuestras escuelas. Os habéis esforzado por tomar conciencia de las especiales dificultades que encontraban vuestros huéspedes. Muchos de vosotros habéis solicitado, a diversos niveles, la comprensión de vuestros conciudadanos hacia estas necesidades. También las iniciativas caritativas de las Iglesias cristianas de Alemania han participado abundantemente en estos esfuerzos. Todo lo que en este terreno se ha realizado hasta ahora merece nuestro agradecimiento y nuestro reconocimiento.

Pero el desarrollo realizado muestra que todavía sería de desear una más clara toma de conciencia del problema en una gran parte de la población nativa. Durante demasiado tiempo han creído muchos que los trabajadores extranjeros vendrían sólo a las regiones industriales; su presencia era valorada casi exclusivamente desde una óptica económica, como una cuestión del mercado del trabajo. Ahora se ha hecho claro el hecho de que una gran parte de estos trabajadores se han hecho nativos de aquí y quisieran vivir permanentemente entre vosotros. Esto significa un profundo cambio para la estructuración de la vida y de la población de la República Federal de Alemania, así como para algunos otros países de Europa Occidental. De ello deberían tomar cuenta la política, la economía y la sociedad; y por ello deberían colocarse todos en una disposición, tanto interior como práctica, que trate de llevar adelante un proceso que no se realiza fácil ni rápidamente. Yo sé que la Iglesia alemana está dispuesta a contribuir vigorosamente a ello. La correspondiente conclusión del Sínodo conjunto de las diócesis de la República Federal de Alemania del año 1973 es seguramente una buena base para ello. En todos estos esfuerzos se debe tender siempre a no juzgar a los hombres de otros países que se encuentran entre nosotros sólo como trabajadores en virtud de planteamientos económicos sino que se debe ver detrás de ellos a unos semejantes con sus derechos y su dignidad, con sus preocupaciones por la familia, con sus aspiraciones; deben ser tomados en serio en todos los ámbitos de su existencia y debe proporcionárseles una justa participación en el bienestar social.

5. Ciertamente en los últimos tiempos se han agravado amenazadoramente los esfuerzos de buena voluntad para solucionar estas dificultades: el desarrollo económico se ha estancado, nuevas corrientes de prófugos se dirigen hacia muchos países y mares a la búsqueda de zonas de refugio, muchos hombres se sienten perseguidos o discriminados por razones políticas y buscan un asilo donde poder respirar. Millones de hombres tienen hoy, en esta hora, ante los ojos, la muerte por hambre. Esta circunstancia exigirá en medida creciente a las autoridades unos esfuerzos que puedan permitir ampliar los límites de lo que se puede alcanzar y obtener. Todavía no hemos llegado a tal extremo, pero debemos prepararnos espiritualmente para ello. ¿No se encuentra aquí un desafío para los políticos al que deberían corresponder en un esfuerzo común que supere intereses nacionales o de partido? Ante todo, debería tenerse mucho cuidado con cualquier hostilidad a los extranjeros, aun de modo sólo germinal, para prevenir —con ayuda de los medios de comunicación y con todas las formas de la opinión pública— ciegos sentimientos de angustia e instintivas reacciones de rechazo, actuando con un justo realismo, pues sólo éste puede hacer ver que ha terminado el tiempo del crecimiento ilimitado y prepara a la población para una necesaria limitación en las posibilidades del tenor de vida de cada uno. A la larga, ningún país bienestante podría escapar a la embestida de tantos hombres, que tienen muy poco o absolutamente nada para vivir.

572 Así será cada vez más imposible en el futuro que el habitante nativo no preste atención a sus prójimos extranjeros que viven en el mismo país o o que deje para Cáritas o para los Servicios Sociales la preocupación por sus intereses. Cada uno debe probar su propia disposición hacia los extranjeros que habitan en sus cercanías y debe dar cuenta en conciencia de si ha descubierto realmente en ellos al hombre que tiene la misma nostalgia por la paz y la libertad, por el descanso y la seguridad, que tan claramente reclamamos para nosotros mismos.

6. La Iglesia católica como totalidad y también en concreto las Iglesias particulares de cualquier país, tienen conciencia de este problema, que reclama una respuesta plena y permanente. Vosotros sabéis, queridos hermanos y hermanas, cómo la Iglesia ha ofrecido a los cristianos que hay entre vosotros ya desde hace tiempo, un hogar para la fe y una protección para los derechos humanos; en este sentido ha designado para cada nacionalidad capellanes de vuestro país de origen para que os ayuden a vivir y a testimoniar vuestra fe en un nuevo ambiente. La Iglesia ha instituido Organizaciones sociales que os aconsejen en las cuestiones jurídicas y que os presten la primera ayuda en los casos de necesidad. Así, pues, quiero hoy desde aquí dirigir mi palabra de agradecimiento y de reconocimiento a ese gran número de sacerdotes, religiosas y laicos colaboradores que están a vuestro lado cumpliendo la misión de Cristo y de su Iglesia. Habéis asumido sobre vosotros la suerte de los extranjeros, para ser sostén de la fe de vuestros compatriotas; sois como el buen pastor que sigue su rebaño para prestarle apoyo. De este modo vivís en el seguimiento de Cristo, el Buen Pastor. ¡El bendecirá y premiará vuestros esfuerzos! Quisiera al mismo tiempo animaros a una colaboración llena de confianza con las diócesis alemanas y a una afectuosa cooperación con los sacerdotes y religiosos del país. A esto debéis conducir en último término a vuestro rebaño: la comunidad de los católicos, tal como se presenta en las parroquias de los respectivos lugares de residencia, ofrece el espacio suficiente para una pluralidad de hombres, unidos por la misma fe en Nuestro Señor Jesucristo.

Pero no son cristianos todos los extranjeros de este país; un grupo particularmente numeroso confiesa la fe del Islam. ¡También para vosotros va dirigido mi cordial saludo y mi bendición! Si vosotros, con sincero corazón, habéis traído vuestra fe en Dios desde vuestra patria hasta este país extranjero, y si aquí rezáis a Dios como vuestro Creador y Señor, entonces también vosotros pertenecéis a la numerosa peregrinación de hombres que una y otra vez, desde Abraham, han dejado sus países para buscar y encontrar al verdadero Dios. Si vosotros no tenéis miedo de rezar en público, nos daréis a los cristianos un ejemplo que merece la más alta estima. ¡Vivid también vuestra fe en un país extraño, y no os dejéis manipular por intereses humanos o políticos!

7 Queridos hermanos y hermanas:

Espero que la mayor parte de vosotros dominéis ya en tal modo la lengua alemana que hayáis podido comprender mis palabras. Procedían del corazón y de la comprensión del Supremo Pastor de la Iglesia que sabe cuán difícil puede resultar la vida lejos del hogar, pero que está asimismo convencido de la fuerza unificante y acogedora de nuestra fe católica para que podáis encontrar un nuevo hogar entre los hermanos de la misma fe nativos de este país.

El encuentro de los cristianos con una tal plenitud de formas diversas de expresar la misma fe, puede incluso conducir al enriquecimiento y a la participación, a una nueva actitud de admiración ante la plenitud de Dios, que aún no está completa, pero que ya actúa tan abundantemente en la Iglesia que vive como una entre muchos pueblos. ¡Ojalá sea tan vivo y tan vigoroso el testimonio de la fe de todos nosotros, que nos sea dada siempre de nuevo esta magnífica experiencia de verdadera catolicidad! .

Me es grato dirigiros un saludo especial, queridos trabajadores italianos en Alemania, que ciertamente conserváis vivo en el corazón el pensamiento de vuestra tierra de origen, de la que traéis con vosotros las nobles tradiciones familiares entretejidas de valores humanos y religiosos, que no pueden menos de contribuir también al bienestar del país que os acoge.

Efectivamente, vosotros, mientras contribuís al desarrollo económico de esta nación, aspiráis, al mismo tiempo, a ser acogidos como personas y a integraros plenamente en la vida social de este pueblo (cf. Gaudium et spes
GS 66). Sin embargo, es claro que estas legítimos intenciones van acompañadas de otros tantos deberes: de honestidad, laboriosidad, colaboración, amistosa convivencia. Ahora bien, el ejercicio sereno y perseverante de estas responsabilidades encuentra apoyo y sustento principalmente en la fe.

A este propósito, deseo dirigiros una triple, paterna exhortación. Ante todo, haced cada vez más sólida la unión familiar, defendiéndola de tantas insidias que sobrevienen, conscientes de que entre los muros domésticos brota y crece la vida, y madura igualmente la verdadera felicidad de los cónyuges. Secundad, además, el trabajo de vuestros sacerdotes con participación constante en la Misa dominical y en los diversos encuentros de instrucción religiosa. Sentíos cada vez más cenáculo de creyentes, que en la oración y en la fraternidad recorren juntos el camino terreno hacia la vida sin fin. Finalmente, reavivad cada día vuestra devoción a la Virgen Santísima, tan venerada en cada comarca y pueblo de vuestra Italia, y a la que vosotros habéis aprendido a amar desde vuestra frecuentemente atribulada niñez. Mientras os saludo cordialmente, confío a María vuestros pensamientos, vuestros proyectos, vuestras familias.

En este encuentro en la plaza de la catedral de Maguncia, no quiero dejar de saludar con gran afecto a vosotros, queridos trabajadores españoles de esta ciudad y de toda la República Federal de Alemania. Es un recuerdo que extiendo de corazón a vuestras esposas e hijos, tanto si viven con vosotros como si están lejos.

Sé bien que vuestra condición de emigrantes os coloca en circunstancias particulares, que comportan a veces no pequeños esfuerzos y sacrificios para vosotros mismos y vuestras familias. Quiero, por ello deciros que comprendo y comparto vuestras ansias y esperanzas de personas que buscáis honradamente labraros un futuro mejor, personal y familiar.

573 Permitidme que os aliente a no reducir esa noble tarea a la sola esfera material o económica, sino a extenderla también al campo espiritual y religioso. En efecto, es toda vuestra persona, de hombres y de cristianos, la que lleva en sí una dignidad peculiar, que arranca de la vocación sublime a la que Dios os llama. Sed, pues, fieles a esos valores que recibisteis en vuestros lugares de origen y que debéis desarrollar ahora, en un espíritu de mutua solidaridad. Ello os hará los primeros promotores de vosotros mismos, abriéndoos a todos los demás.

A los sacerdotes, religiosos y religiosas que atendéis a los emigrantes, os animo a considerar la gran importancia y el valor eclesial y humano de vuestro cometido, difícil pero valiosísimo. No os desalentéis, pues, ante las dificultades. Y sabed todos que el Papa os acompaña siempre con la plegaria y os bendice.

Mis queridos croatas:

Os saludo también con satisfacción a vosotros que en número tan grande vivís aquí en Alemania. Mientras trabajáis aquí, estén vuestros pensamientos junto a vuestros padres, vuestras familias y vuestros niños, que han quedado en Croacia y piensan tanto en vosotros y rezan por vosotros. Permaneced siempre fieles a ellos. Continuad, con vuestra asidua frecuencia a la iglesia y con la observancia del precepto dominical, siendo ejemplo a los demás católicos de este país. Repitiendo las palabras del Salmista, que oraba: "Que se me paralice la mano derecha si no me acuerdo de ti, Jerusalén" (
Ps 137,5), decid también vosotros: "Que se me paralice la mano derecha, oh Dios, si no me acordase de mi santa Iglesia, de mi familia y de mi pueblo croata".

Que mi bendición acompañe a cada uno de vosotros y a todas vuestras familias.

Un saludo cordial también a vosotros, queridos eslovenos que vivís y trabajáis aquí.

Os exhorto a permanecer fieles a vuestra patria y a sus ricas tradiciones espirituales y culturales. Con toda vuestra vida dad testimonio de vuestra fe y honradez. Procurad estar al mismo tiempo abiertos a los valores que os ofrece —si bien a veces a través de pruebas— la tierra que os hospeda. También con ellos enriquecéis vuestro espíritu.

Mi bendición llegue hasta vosotros, carísimos, a vuestras familias en la patria y en el extranjero, y a vuestros Pastores de almas.

¡Dios esté con todos vosotros!







VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA


Seminario de Fulda

Lunes 17 de noviembre de noviembre



574 ¡Venerables y queridos hermanos en el Episcopado!

1. Nuestro memorable encuentro junto a la tumba de San Bonifacio tiene como trasfondo la grande y rica historia del pueblo alemán, marcada de manera decisiva por el cristianismo. Caracterizada por múltiples fuerzas, ha dado a lo largo de los siglos, más allá de sus fronteras, múltiples impulsos de carácter religioso, cultural y político. Basta recordar aquí el glorioso nombre históricamente significativo de "sacro romano imperio de la nación alemana".

Siete Papas ha dado a la Iglesia vuestro pueblo, incluida la actual Holanda; de ellos narra la historia que ejercieron a conciencia su servicio como supremos Pastores de la cristiandad —en medio incluso de grandes perturbaciones externas e internas—. Un propósito común a casi todos ellos, durante su pontificado, con frecuencia breve, fue la renovación de la Iglesia. Una especial mención merece el solícito esfuerzo del Papa Adriano VI por el mantenimiento y la recomposición de la unidad de la cristiandad. Varios de ellos hicieron una visita personal, como Papas, a su patria alemana y a sus antiguas diócesis.

La renovación interna de la vida religiosa y eclesial, y el esfuerzo ecuménico por el acercamiento y mutua comprensión de los cristianos separados, constituyen también la preocupación central de mis viajes apostólicos a los diferentes continentes e Iglesias locales. Esta preocupación está presente también en mi visita pastoral a la Iglesia de vuestro país y en este encuentro de hoy. La renovación espiritual de la Iglesia y la unidad de los cristianos constituyen la tarea encomendada por el Concilio Vaticano II, que obliga en igual medida al Papa, a los obispos, a los sacerdotes y a los fieles. Asumir esta tarea como responsabilidad común, es la exigencia más apremiante del momento actual. Es el gran desafío y deber, ante todo, de nuestra responsabilidad colegial como Pastores de la Iglesia. A ella se refieren las reflexiones y consideraciones que voy a hacer.

Desde el primer momento de mi pontificado, entendí la función de Pastor Supremo, especialmente como servicio a la colegialidad de los obispos unidos con el Sucesor de Pedro, y entendí, por otro lado, la "collegialitas effectiva et affectiva" de los obispos como una ayuda importante para mi propio servicio.

Por eso la visita a vuestro país me estimula a manifestar mi cercanía a vosotros y mi communio con vosotros para fortalecerlas con mi testimonio. Mis pensamientos vuelven ahora a septiembre de 1978 cuando, aquí mismo, en Fulda, pasé un tiempo entre vosotros en intercambio fraterno entre los Episcopados de mi patria, Polonia, y de vuestro país. Me alegra ver de nuevo los mismos rostros, y al mismo tiempo, mi recuerdo acompañado de la plegaria, va a los que desde entonces el Señor ha llamado a Sí. Finalmente quisiera también saludar especialmente a los hermanos que, entre tanto, han sido elegidos en vuestro país para formar parte del Colegio de los Sucesores de los Apóstoles.

2. Animosos para el testimonio común.

"Si nos dirigimos justamente a todo hombre y, de manera especial, a todo cristiano con la palabra 'hermano', 'esta palabra'. —tal como he escrito en mi Carta a todos los hermanos obispos del mundo con ocasión del Jueves Santo de 1979— asume un significado muy especial con respecto a nosotros obispos y a nuestras recíprocas relaciones: se remonta directamente en cierto sentido al espíritu de fraternidad que reunió a los Apóstoles en torno a Cristo".

Estoy contento y agradecido de haber experimentado en varias ocasiones, con vuestra Conferencia, esta unidad con el Sucesor de Pedro y esta mutua unanimidad. Yo quisiera expresamente confirmaros en esta actitud. Y así os digo: no os dejéis engañar por la opinión, frecuentemente repetida, de que una gran medida de unanimidad en una Conferencia Episcopal se da a costa de la vitalidad y credibilidad del testimonio de los obispos. Sucede en realidad lo contrario. Sin duda, todos deben encontrarse en una atmósfera fraterna sin miedo ni prevención; evidentemente, cada uno, con su propia contribución, debe ayudar a la construcción de la unidad del Cuerpo, que comprende muchos miembros, muchos servicios, muchos carismas. Pero la fecundidad de estos servicios y carismas depende de que se inserten en una única vida animada por un solo espíritu.

3. Preocupados con amor por la unidad del presbiterio en cada diócesis.

Las expectativas y exigencias respecto de los sacerdotes han crecido en los últimos decenios de una forma gravosa. A causa del menor número de sacerdotes les incumben más tareas. A causa de los múltiples servicios profesionales y gratuitos de los laicos en la vida pastoral, se les exige más a los sacerdotes en su tarea de dirección espiritual. En una sociedad envuelta en una red cada vez más tupida de comunicación, el sacerdote necesita un intercambio espiritual siempre mayor. Muchos sacerdotes se consumen en el trabajo, pero están solos y se desorientan. Por ello es tanto más importante que la unidad del presbiterio sea vivida y perceptible. Apoyad todo lo que favorece el encuentro y la mutua ayuda entre los sacerdotes, así como lo que les ayuda a vivir juntos de la palabra y del espíritu del Señor.

575 Tres cosas me preocupan especialmente:

1) Los seminarios. Estos deben ser semilleros de genuina comunidad y amistad sacerdotal, así como ámbito de una clara y factible decisión para la vida.

2) La teología debe capacitar para el testimonio de fe y conducir a la profundización de la fe, de manera que los sacerdotes comprendan los problemas de los hombres, pero también las respuestas del Evangelio y de la Iglesia.

3) Hay que ayudar a los sacerdotes a cumplir la gran exigencia de la vida en celibato y de la entrega a Cristo y a, los hombres, así como a dar testimonio mediante la sencillez sacerdotal, lá pobreza y la disponibilidad. Precisamente la unidad espiritual puede contribuir mucho a esto.

4. Considerad la oración de Cristo, Sacerdote Supremo, "que todos sean uno", como una exhortación urgente a superar fa división de los cristianos.

Vivís en el país donde nació la Reforma. Vuestra vida eclesial y social están profundamente marcadas por la división eclesial que tiene ya más de cuatro siglos y medio. No debéis resignaros a que los discípulos de Cristo no den ante el mundo el testimonio de unidad. Se requiere una inquebrantable fidelidad a la verdad, una atenta apertura a los demás, una sobria paciencia en el camino y un amor lleno de delicadeza. Los compromisos no sirven; sólo vale aquella unidad que el Señor mismo ha fundado: la unidad en la verdad y en el amor.

Se oye ahora decir una y otra vez que el movimiento ecuménico entre las Iglesias está estancado, que después del despunte primaveral del Concilio ha venido una época de frialdad. A pesar de algunas dificultades que hay que lamentar, no puedo estar de acuerdo con este juicio.

La unidad que proviene de Dios se nos ha dado en la cruz. No nos está permitido querer sortear la cruz a fin de procurar intentos de rápida armonización de las diferencias, poniendo entre paréntesis la cuestión acerca de la verdad. Sin embargo, no nos está permitido renunciar unos a otros, prescindir unos de otros, porque el paciente y sacrificado amor del Crucificado exige de nosotros que nos acerquemos. No nos dejemos apartar del fatigoso camino, sea para detenernos, sea para escoger aparentes atajos que no son sino extravíos.

El movimiento ecuménico, el esfuerzo por la unidad, no puede limitarse solamente a las Iglesias nacidas de la Reforma; también en vuestro país, el diálogo y la fraterna relación con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, por ejemplo, las Iglesias ortodoxas, es de gran importancia. Con todo, el 450 aniversario de la Confessio augustana es una llamada especial al diálogo con la cristiandad marcada por la Reforma, que tanta parte tiene en la población y en la historia de vuestro país.

5. Congregad al Pueblo de Dios, desechad un falso pluralismo, fortaleced la auténtica comunión.

He hablado ya del gran valor de la unidad fraterna en el Colegio Episcopal y en el presbiterio. Esta unidad tiene que ser el alma de la cual viva la unidad de todo el Pueblo de Dios en todas las comunidades. No se trata, de ninguna manera, de reducir o limitar la legítima multiplicidad de las formas de expresión de la espiritualidad, de la piedad, de las escuelas teológicas. Pero todo esto debe ser una manifestación de la plenitud, y no de la pobreza de la fe.

576 La predicación y la vida eclesial se pueden desarrollar también exteriormente, libremente, en vuestra sociedad, gracias a Dios. Sin embargo, la confrontación a que estáis llamados, está llena de exigencias. A veces los hombres se encuentran, espiritualmente, como en un mercado, donde se ofrecen en autoservicio toda clase de bienes. Así, en la visión de la vida de muchos hombres entre vosotros se mezclan elementos de tradición cristiana con concepciones completamente diferentes. La libertad externa de pensar y decir lo que uno quiere se confunde así, a veces, con el deseo interno de convencer; en vez de una clara orientación, se produce la indiferencia frente a tantas opiniones e interpretaciones.

¿Cuáles son, en conjunto, vuestras tareas y vuestras posibilidades frente a la situación descrita?

Quisiera deciros dos cosas. Primero: ¡Anunciad la Palabra con toda claridad, indiferentes al aplauso o al rechazo! En definitiva, no somos nosotros quienes promovemos el éxito o el fracaso del Evangelio, sino el Espíritu de Dios. Los creyentes y los no creyentes tienen derecho a escuchar inequívocamente el auténtico anuncio de la Iglesia.

Segundo: Anunciad la Palabra con todo el amor del Buen Pastor, que se da, que busca, que comprende. Escuchad las preguntas de quienes piensan no encontrar ya ninguna respuesta en Jesucristo y su Iglesia. Creed firmemente que Jesucristo se ha unido igualmente con cada hombre, y que cada hombre puede reencontrarse en El a sí mismo, con sus valores y preguntas genuinamente humanos (cf. Gaudium et spes
GS 22 Redemptor hominis RH 13).

Dos clases de personas quisiera encomendar especialmente a vuestro cuidado pastoral: aquellos que, de las orientaciones del Concilio Vaticano II han sacado la falsa conclusión de que el diálogo en que ha entrado la Iglesia es incompatible con la clara obligatoriedad de las enseñanzas y normas eclesiales, y con la plena potestad de la indeclinable función jerárquica fundada en la misión dada por Cristo a la Iglesia. Mostrad que las dos cosas son compatibles: fidelidad a la misión indeclinable y proximidad a los hombres, con- sus experiencias y preguntas.

Los otros son aquellos que —en parte porque han extraído consecuencias impropias o apresuradas del Concilio Vaticano II— ya no encuentran en la Iglesia de hoy su hogar, o incluso amenazan separarse de ella. Aquí se trata de anunciar a estos hombres, con toda decisión y a la vez con todo tacto, que la Iglesia del Concilio Vaticano II y la del Vaticano I y del Tridentino y de los primeros Concilios es una y la misma.

No podría valorar más la importancia de una recta mediación de la fe. ¡Cuán agradecido estoy de que, entre vosotros, en la así llamada catequesis comunitaria, se haya tenido en cuenta esto: son los creyentes quienes dan testimonio de la fe, quienes la transmiten a otros.

La situación de la fe que hemos descrito, se presenta ciertamente de modo especial como un desafío a los mismos sacerdotes. ¿Se anunciará realmente, en el curso de unos años, en todas partes, todo el depósito de la fe, tal como la Iglesia lo enseña? ¡Dedicaos a eso, preocupaos por ello! Y procurad asimismo, en la medida de lo posible, que la enseñanza de la religión y la catequesis abran el camino de la fe y de la vida con la Iglesia a los que crecen en una, a menudo tan diferente, experiencia cotidiana.

6. Comprometeos con todas las fuerzas a que los criterios y normas inviolables del actuar cristiano adquieran validez en la vida del creyente de manera clara y persuasiva.

Entre las costumbres de una sociedad secularizada y las exigencias del Evangelio, media un profundo abismo. Hay muchos que querrían participar en la vida eclesial, pero ya no encuentran ninguna relación entre su propio mundo y los principios cristianos. Se cree que la Iglesia, sólo por rigidez, mantiene sus normas, y que ello choca contra la misericordia que nos enseña Jesús en el Evangelio. Las duras exigencias de Jesús, su palabra: "Vete y no peques más" (Jn 8,11), son pasadas por alto. A menudo se habla de recurso a la conciencia personal, olvidando, sin embargo, que esta conciencia es como el ojo que no posee por sí mismo la luz, sino solamente cuando mira hacia su auténtica fuente.

Es más: ante la tecnificación, funcionalización y organización de la vida, nace una profunda desconfianza, precisamente en la generación más joven, ante toda institución, toda norma y toda regla. Se opone a la Iglesia con su constitución jerárquica, su ordenada liturgia, sus dogmas y sus normas, al Espíritu de Jesús. Pero el Espíritu necesita instrumentos que lo conserven y lo transmitan. Cristo mismo es el origen de la misión y plena potestad de la Iglesia, en la cual se cumple su promesa: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20).

577 Queridos hermanos: Tened presentes en vuestro corazón todas las necesidades e interpelaciones de los hombres, y proclamad precisamente en eso, sin ambigüedad, las exigencias de Jesús en su totalidad. Hacedlo porque os importa el hombre. Sólo el hombre que es capaz de una decisión total y definitiva, el hombre en quien concuerdan cuerpo y alma, el hombre que está dispuesto a dedicar toda su energía a su salvación, sólo este hombre es inmune contra la secreta disgregación de la fundamental substancia humana.

Por eso, atended especialmente a la juventud, en la que se registra un despertar tan prometedor, pero a la vez un tal alejamiento de la iglesia. Dirigíos a los matrimonios y familias con especial solicitud y cordialidad; el Sínodo Episcopal que acaba de finalizar ahora en Roma, no debe quedar en teoría, sino que tiene que llenarse de vida. La lejanía de gran parte de la población trabajadora respecto de la Iglesia, la distancia creada entre ella y los intelectuales, la necesidad de la mujer de ser plenamente aceptada, plenamente realizada y planificada desde el punto de vista cristiano y humano en circunstancias tan cambiadas: estos temas que enunciamos ensanchan el campo de nuestra común preocupación, para que mañana también los hombres crean.

Estoy convencido de que un renacimiento de la conciencia moral y de la vida cristiana va estrecha e indisolublemente unido a una determinada condición: a la revitalización de la confesión personal. ¡Haced de esto una prioridad de vuestro empeño pastoral!

7. Poned especial atención en el futuro de las vocaciones y de los servicios pastorales.

Según la previsión humana, el número de los sacerdotes dedicados al servicio pastoral habrá disminuido de un tercio dentro de una década. Comparto de corazón la preocupación que esto os crea. Estoy convencido, como vosotros, de que es bueno fomentar, con todas las energías, el ministerio del diaconado permanente y también el servicio, a veces honorario pero también profesionalizado, de los laicos en las tareas de la pastoral. Con todo, el ministerio del sacerdote no puede ser sustituido por otros ministerios. Vuestra tradición pastoral no se puede sin más equiparar con las condiciones en África o Latinoamérica. Y sin embargo me da que pensar el haber encontrado allí, respecto a Europa Occidental, un mayor optimismo, a pesar del número sensiblemente menor de agentes pastorales disponibles. Tengo como una de las más importantes obligaciones el hacer todo lo posible con la total dedicación a la oración y al testimonio espiritual, para que la llamada de Dios a los jóvenes a entregarse al servicio indiviso del Señor, pueda dejarse oír y para que se den en esto las necesarias condiciones en la familia, en las comunidades, en las asociaciones de jóvenes. Pero el pánico ante la difícil situación enturbiaría la visión sensata de lo que el Señor quiere de nosotros. El que desaparezca en gran medida el sentido de los consejos evangélicos y del celibato sacerdotal implica igualmente un estado de carencia espiritual, tanto como la falta de sacerdotes. Por supuesto que la suprema ley es la salvación de las almas. Pero esta salvación de las almas exige precisamente de nosotros que activemos las mismas comunidades, que animemos a cada bautizado y a cada confirmado en orden al testimonio de la fe, que fomentemos la vitalidad espiritual en nuestras familias, grupos, comunidades y movimientos. Entonces hablaría y llamaría el Señor, y nosotros le escucharíamos.

Me he referido al gran significado del presbiterio en torno al obispo. ¿No se podría hacer más efectivamente perceptible el servicio espiritual mediante una unión más estrecha de los sacerdotes? Quisiera referirme de nuevo aquí a la gran importancia de la comunidad espiritual de los sacerdotes, la cual puede liberar a cada uno de la sobrecarga y del aislamiento. En la medida en que vosotros, con sentido espiritual, aboguéis clara y unívocamente por el testimonio común del presbiterio en el celibato y por una forma de vida inspirada en los consejos evangélicos, el Señor a su vez no escatimará sus carismas.

8. Cuidad que vuestros fieles tengan un corazón y una visión a la medida del mundo.

Permitidme que vuelva a mi llamamiento del Katholikentag de Berlín: Colaborad en la construcción de una universal "civilización del amor". ¡Quisiera ante todo referirme a la dimensión "universal"! Ser cristiano y ser hombre exige hoy ser universal, ser "católico". A vuestra disposición para ayudar materialmente, unid también el don de vuestras energías espirituales y religiosas en favor de todos, y estad igualmente dispuestos a recibir y a aprender. ¡Hay tanta humanidad desaprovechada, tanta experiencia religiosa, un tan edificante testimonio de fe en las jóvenes Iglesias, que a partir de ahí puede renovarse y rejuvenecerse nuestro cansado Occidente!

Ciertamente no podemos prescindir de una realidad dolorosa. En muchas partes del mundo la Iglesia es perseguida, muchos cristianos, muchos hombres son impedidos en el ejercicio de su pleno derecho a la libertad. No deis por sentada la libertad de vuestra sociedad, como si fuera algo evidente, sino vedla más bien como una obligación para con aquellos que no tienen esa libertad.

Vuestro país es parte de Europa. Con muchos de vosotros tuve ocasión, cuando era arzobispo de Cracovia, de colaborar repetidamente por una revitalización de Europa, por una cimentación de su unidad sobre los básicos fundamentos espirituales y religiosos. Pensad que Europa sólo puede renovarse y unirse a partir de esas raíces que precisamente hicieron Europa. ¡Pensad finalmente en vuestro mismo país: Europa comprende no sólo Norte y Sur, sino también Oeste y Este!

Una parte de Europa, una parte del mundo, estará cada vez más presente en vuestro país a través de los muchos extranjeros que viven y trabajan entre vosotros. Ahí tenéis una agobiante tarea, tanto eclesial como social. Pensad en Quien ha muerto por todos y nos hace a todos hermanos y hermanas.

578 9. Empeñaos en pro de los derechos del hombre y de los sólidos fundamentos de la convivencia humana en vuestra sociedad.

Vivís en una sociedad en la que se asegura un alto grado de defensa de la libertad y de la dignidad humana. Estad agradecidos por ello, pero no permitáis que, en nombre de la libertad, se propague una laxitud que permita disponer de la inviolabilidad de la vida de cada hombre, Incluido el que aún no ha nacido. ¡Empeñaos Igualmente en pro de la dignidad y el derecho del matrimonio y de la familia! ¡Sólo el respeto de los indeclinables derechos y valores fundamentales garantiza aquella libertad que no desemboca en la auto-destrucción! Pensad en esto: ya que derecho y moralidad no son lo mismo, tanto más urgente es la protección jurídica de las fundamentales convicciones morales.

La Iglesia de vuestro país tiene una plétora de instituciones de formación y educación, de Cáritas, de Servicio Social. Defended la posibilidad de brindar vuestra contribución cristiana a la conformación de la sociedad. Pensad, por otra parte, que sólo de una interior radicación en Jesucristo, y no de un mero alineamiento externo con otras fuerzas de la sociedad, nace un testimonio digno de crédito.

10. Presentad frente a un deseo de poseer y a una actitud consumista, la alternativa de una vida en el Espíritu de Cristo.

Por una parte surge el deseo de poseer y consumir, de manera que el tener vale más que el ser (cf. Redemptor hominis
RH 16). Por la otra, chocamos contra el límite del crecimiento económico y técnico. ¿Estamos quizás construyendo en nuestro mundo, en lugar de la ruta hacia el progreso, otra que conduce hacia la ruina y la corrupción de la vida? Es necesario el ejemplo de los cristianos, cuyo corazón, en virtud de la esperanza en los bienes futuros, no se apoye en los pasajeros, y realicen así una civilización del amor. Como se requiere la indispensable disponibilidad para el ser cristiano del sacrificio y la renuncia, por eso precisamente reconocemos enseguida también el valor de los consejos evangélicos para la sociedad entera.

11. "No nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza" (2Tm 1,7).

¡Venerables y queridos hermanos en el servicio episcopal! Vuestra tarea es dura. Para que los Apóstoles, de quienes somos sucesores, pudieran cumplirla, les ha enviado el Señor su Espíritu Santo. Queremos a este mismo Espíritu hacer lugar en nosotros - y entre nosotros. Sus distintivos son: fortaleza, sabiduría, amor. Fortaleza: para dejar hablar y actuar al Señor mismo, despreocupados del consenso y oposición; fuerza, cuya más profunda medida es la debilidad de la cruz. Sabiduría, que mira inequívocamente a la verdad de Jesucristo, pero que igualmente escucha sin prevenciones las preguntas e inquietudes de los hombres de hoy. Finalmente, y por encima de todo, el amor que todo lo emprende, lo soporta y lo espera; amor que produce unidad, pues va con Jesucristo hasta la cruz, une el cielo y la tierra, y reúne a todos los separados. Yo os prometo toda mi solidaridad fraterna en vuestras pesadas tareas; pido a mi vez de vosotros la inquebrantable y siempre más profunda unidad en este Espíritu. María, la Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, esté en medio de vosotros para que se prepare un nuevo Pentecostés.









Discursos 1980 570