Discursos 1980 578


VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA


A LOS LAICOS COLABORADORES EN EL MINISTERIO ECLESIAL


Catedral de Fulda

Martes 18 de noviembre de 1980



Hermanos y hermanas en Cristo,
queridos colaboradores en el ministerio eclesial:

579 Tenía un deseo especial, después de mi encuentro con los hermanos en el ministerio sacerdotal y episcopal junto la tumba de San Bonifacio, encontrarme en este memorable lugar junto a vosotros, que con ellos a través de la colaboración en la misión de la Iglesia compartís ampliamente la carga de cada día. Me alegro por vuestra presencia tan numerosa y os saludo de todo corazón.

1. Desde su fundación la Iglesia de Jesucristo ha tenido como nota distintiva de sus discípulos el que éstos sean un solo corazón y una sola alma. Asimismo, ya en las primeras comunidades se desarrollaron abundantes servicios, dones y funciones. San Pablo utiliza repetidas veces la imagen de un cuerpo que tiene muchos miembros. Estos servicios de ningún modo se limitan a la función que se comunica por la consagración sacramental. En la construcción de la comunidad, en la atención al prójimo, en el testimonio de la fe surgen múltiples tareas que, en principio, pueden ser asumidas por todos aquellos que han recibido el bautismo y la confirmación y conviven activamente en la unidad de la Iglesia.

Justamente en las Iglesias jóvenes sólo puede crecer el Evangelio cuando muchos se ponen en disposición con total entrega a estos múltiples servicios. Pero, ¿no es necesario esto mismo en la vieja Europa, donde la Iglesia está cada vez más inmersa en un mundo secularizado? También la vida de la Iglesia en vuestro país necesita personas que hagan suyas las cosas de la Iglesia, que pongan en juego su fuerza y su tiempo, para que la Iglesia tenga más vida y sea más digna de confianza. En primer lugar el peso principal radica en el servicio cualificado de innumerables personas que con grandes sacrificios unen el trabajo eclesial a su trabajo profesional. Pero es un signo del dinamismo de la Iglesia que haya hombres que se entreguen a ésta con todo su saber y con todo su tiempo, así como también por razones de vocación. Muchas de las obras y trabajos en el campo social, pastoral y de formación, que son característicos de la Iglesia de vuestro país, no podrían ser hechos sin colaboradores vocacionados. Es una gran alegría para mí el encontrarme con este grupo que colabora decisivamente en el servicio de la Iglesia. El gran numero de personas que trabajan por vocación en el servicio de la Iglesia es una característica de vuestro país. Y conozco el trabajo de avanzada que justamente las mujeres han desempeñado en este país ante todo en Cáritas y en la pastoral.

Quisiera, ya desde el principio, expresar mi sincera gratitud y reconocimiento a todos aquellos colaboradores cualificados y vocacionados en servicio eclesial, a través del cual toman parte efectiva en la misión salvadora de la Iglesia. Mi gratitud y reconocimiento se dirigen a todos sin excepción —dondequiera que trabajen— aunque por razones de tiempo no me puedo dirigir sucesivamente a cada grupo de una manera especial y expresa.

Desempeñar como laicos un ministerio eclesial significa a menudo hacer una confesión clara de fe en la Iglesia frente a las costumbres normales de vida y poner en común las exigencias de la vocación eclesial, exigencias familiares y exigencias personales de la vida de cada uno. Esto solamente puede dar buen resultado a través de una vida consciente desde la fuente, desde el Espíritu Santo, que habéis recibido en el bautismo y en la confirmación. Quisiera animaros en esto y daros algunas indicaciones en orden a comprender y realizar este importante servicio vuestro desde el Espíritu. Lo que el Señor dijo a Pedro: "confirma a tus hermanos", lo siento como un cometido mío para con vosotros. ¿Qué significa confirmaros? Significa animaros a vivir desde el Espíritu, que llevó a su plenitud la obra de Cristo, que conduce a la Iglesia y capacita para este mandato que también a vosotros se os ha dado en el bautismo y en la confirmación y es fuente de fuerza para vuestro servicio. Es el Espíritu del amor, el Espíritu del testimonio, el Espíritu de los hijos de Dios, el Espíritu de unidad.

2. Pablo escribe en su Carta a la comunidad de Roma: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (15, 30). El Espíritu de Dios se manifiesta en primer lugar como amor. El amor es asimismo su fruto y la nota distintiva de que El está actuando; es el más alto y sublime de los dones de la gracia, el carisma que sobrepuja a todos los otros.

La Iglesia es enviada a anunciar y comunicar este amor, que en última instancia es Dios mismo, a todos los hombres por medio de la palabra y la acción. Ella solamente puede cumplir su servicio si el contenido salvador de su mensaje se hace ya de alguna manera palpable en este mundo. Desde el principio, la proclamación de la palabra fue acompañada por la acción del amor; el Señor mismo sanó a los enfermos y se preocupó de los hambrientos en el erial; y de los tiempos de la Iglesia primitiva, sabemos por ejemplo que se daba la asistencia especial a los pobres en Jerusalén o la cooperación y comunicación entre comunidades ricas y pobres. La diaconía en todas sus formas pertenece irrenunciablemente a la proclamación del Evangelio. Tal diaconía indica el tono fundamental de todos los servicios en la Iglesia. El amor es asimismo el fundamento y cumplimiento de toda vocación, de todo carisma y de toda misión.

Quisiera en este contexto dirigir una palabra especial a aquellos que entre vosotros están en el servicio de la Cáritas eclesial. El trabajo de Cáritas tiene en vuestro país una gran historia desde la fundación de la asociación de Cáritas alemana por Lorenzo Werthmann. Este árbol que él plantó a finales del siglo pasado, ha producido realmente ricos frutos. En todas las regiones y lugares de la sociedad de la República Federal Alemana están presentes los miembros de esta asociación: están para atender a jóvenes y viejos, a niños y familias, a impedidos y enfermos. Con casi 300.000 hombres y mujeres en el servicio caritativo, un ejército de ayudantes está en disposición de constituir un soporte para la vida social de la República Federal Alemana.

Propiamente no necesito acentuar que esta entrega es para mí un motivo de gran alegría. En primer lugar sencillamente porque hacéis mucho bien; porque enjugáis lágrimas y dais de comer al hambriento; porque acompañáis la soledad, aliviáis el dolor y posibilitáis la convalecencia. Pero también porque vuestro servicio muestra que "todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre" (Redemptor hominis
RH 14).

Se da testimonio de un instintivo conocimiento de la bondad de Dios y de la adhesión de la Iglesia al mensaje de Dios, cuando también los así llamados grupos ateos o arreligiosos buscan en nosotros, en la Iglesia, la experiencia de la bondad y del amor de Dios. Para vosotros esto significa en el servicio eclesial una responsabilidad muy grande. Vosotros os colocáis asimismo como pilastras en la corriente de una sociedad cambiante, que amenaza cada vez más la dignidad del hombre, la del futuro hombre, la de los ancianos, la de. los enfermos incurables, como amenaza también la capacidad de comunicar la vida. A la larga, la protección de todos estos valores está confiada a vuestras manos. De vuestro servicio depende para muchos la credibilidad de la Iglesia, en la que quieren encontrar el servicial amor de Cristo. En efecto a ello se debe orientar vuestro trabajo. De ello se deducen casi espontáneamente algunas consecuencias que quiero señalar aquí brevemente. La ayuda al prójimo exige un conocimiento de causa, una formación cualificada, un empleo de las mejores fuerzas y medios. Por otra parte el hombre necesita algo más que perfección técnica. Tiene un corazón y quiere encontrar la ayuda también de otro corazón. La humanidad no puede ser sustituida por aparatos y sistemas administrativos. Esta es la razón por la que a pesar de la importancia de los especialistas y de los mejores instrumentos, el colaborador apostólico debe tener un puesto en el servicio caritativo. Ciertamente se necesita la instrucción. Pero lo decisivo es actitud de ayuda; la atención a la necesidad; la paciencia con que se escucha; la delicadeza sin rutina, que no sólo entrega su saber, sino ante todo se entrega a sí mismo.

Nadie se haga ilusiones: también el servicio al prójimo puede convertirse en una mera costumbre. Qué pobre es aquél que considera este servicio como una manera de ganar la vida con sueldo suficiente y tiempo de trabajo reglamentado, sin que el Evangelio y el amor al prójimo puedan llevarle más allá del tiempo dedicado a sus tareas. Sin embargo, también a aquel que ha querido gastarse en este servicio a la bondad, porque la aceptación del mensaje de Jesús está vinculada a la credibilidad de la Iglesia, también para éste llega la monotonía de la vida diaria. La compasión pasa, la bizarría se agota y el corazón se desanima. ¿De dónde toma entonces la fuerza para continuar en este servicio? En primer lugar tomará conciencia de que su opción supera su fuerza propia. Se volverá a la fuente que produce amor. ¿Le negará Dios la fuerza de su Espíritu si se la pide? Puesto que el Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, puede resultar arrogante el que alguien que trabaja en el servicio de amor al prójimo, renuncia a este Espíritu, porque se conforma sólo con el amor de su propio corazón. ¿No es cierto que todos los que son considerados en la Iglesia como modelos diligentes del amor al prójimo han recibido del Espíritu la capacidad para este trabajo? Muchos de ellos han dado vida a movimientos y han fundado asociaciones. En ellos se mantuvo un largo tiempo como natural el espíritu del tiempo fundacional. Esto resultó fácil porque se trataba la mayoría de las veces de comunidades religiosas que por la fuerza de la estructura pueden conservar más que otras instituciones su herencia espiritual. Aproximadamente unos 30.000 colaboradores apostólicos en el servicio caritativo son aún hoy miembros de órdenes religiosas. Y nadie dirá que se pueda prescindir de ellos; pues ellos son la expresión perfecta de la vinculación íntima del servicio a los hombres con la posibilidad de este servicio de Dios. Nadie puede prescindir de aquellos de los que esperamos tanta ayuda para remediar las necesidades más grandes: para la continua renovación y fortalecimiento de nuestra capacidad de amor a través de aquel amor del que Dios nos ha hecho partícipes en su Espíritu Santo.

580 3. El Espíritu, que ha dado Cristo a nuestros corazones, es el espíritu del testimonio. Solamente en el Espíritu Santo podemos nosotros testimoniar que "Jesús es el Señor" (1Co 12,3). Todos los cristianos están capacitados y llamados a este testimonio. Con especial apremio están llamados aquellos que no solamente en su vida privada sino también en su vida profesional se hallan vinculados con la Iglesia, son "hombres de Iglesia". Cada uno de nosotros se debe preguntar si su testimonio personal de vida y su comportamiento público y profesional corresponde a aquello que los hombres esperan de la Iglesia y la Iglesia de los hombres.

El testimonio de la fe es para muchos de vosotros el contenido de vuestra profesión. Quisiera dirigirme entre estos en primer lugar de una manera especial a los profesores de religión y a los catequistas. Considerado superficialmente, parece que muchos hombres están contentos con un trabajo eficiente, con un mero servicio útil. Sin embargo, si miramos profundamente en el corazón de los hombres, entonces veremos frecuentemente gran incertidumbre personal, deseos de comprensión e iluminación del sentido de la vida. En el fondo muchos hombres, cada vez más, quieren ante todo intentar encontrarse a sí mismos.

No lo pueden conseguir sin que alguien les muestre el camino, sin que ellos, mientras son aún jóvenes, sean conducidos al descubrimiento de la verdad sobre los hombres, la verdad sobre el mundo y todo aquello que la produce. Vosotros, los que por encargo de la Iglesia en escuelas e institutos impartís la asignatura de religión, contribuís a ello en gran medida. Estáis en esa situación, porque vuestra Iglesia con prudencia y eficacia para con el Estado y la sociedad ha podido mantener hasta ahora la posibilidad de la enseñanza obligatoria de la religión. ¡Qué posibilidad para la salvación de los jóvenes de vuestro país! ¡Qué posibilidad para el conocimiento del Evangelio en vuestro país! ¡Una posibilidad por la que os envidia el pedagogo y cura de almas no alemán! ¡Ojalá que con la ayuda de Dios consigáis hacerlo bien!

Esto exige de vosotros en primer lugar un alto grado de preparación: el arte de guiar a los hombres y sólida teología. La fe apremia desde su dinámica interna hacia la comprensión de la fe: fides quaerens intellectum. Ella es en un determinado sentido como un tema que exige y mantiene la dedicación a una continua investigación. Es un contenido, que como muchos otros —e incluso más que otros— atrae a los que se preguntan y ofrece a la aguda inteligencia siempre nuevas posibilidades para acrisolarse. Comprendo perfectamente que muchos de vosotros se entreguen a la teología, que en vuestro país se dediquen tantos laicos a esta ciencia. El estudio teológico tiene ya en el plano del saber su fascinación. ¿Puede ofrecerse a nuestro espíritu en actitud de búsqueda algún objeto tan apasionante y que merezca más la pena que la Palabra, la Palabra de Dios y en definitiva El mismo que se nos ha comunicado en esta Palabra?

Ciertamente el contenido de esta Palabra es tan importante que el resultado de dicha investigación no puede dejar de tener interés. Lo que decide en el hombre sobre el sentido de su vida, no puede ser al mismo tiempo "sí" y "no". Dondequiera se pregunte por la verdad, hay que encontrarla; hay que encontrarla en todo caso en las dimensiones que se nos revelan a los hombres; hay que anunciarla en todo caso en la manera que nos es posible a los hombres.

Opiniones, puntos de vista privados, especulaciones no son suficientes para aquel que valora su acción pensando en el sentido de la vida del hombre y en quien está vivo el respeto hacia este hombre. No pueden con razón satisfacer a aquel que es consciente de poder llegar a través de las respuestas teológicas a la causa primera de la verdad misma. Dios nos ha revelado su Palabra, que no podemos encontrar y percibir con la mera fuerza de nuestro intelecto, más bien a nuestra razón se le da y encomienda el aclarar la credibilidad de esta palabra y su correspondencia con las preguntas humanas. Está dentro de la lógica interna de la Revelación el que la salvaguarda e interpretación de esta Palabra necesita siempre de un especial don del Espíritu. Por ello el estudio de la teología católica debe estar acompañado de una actitud de disposición a escuchar el vinculante testimonio de la Iglesia y a aceptar las decisiones de aquellos que como Pastores de la Iglesia tienen la responsabilidad ante Dios de salvaguardar el bien de la fe. "La verificación, la aprobación o el rechazo de una doctrina corresponde a la misión profética de la Iglesia", como escribí en mi carta a los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana el 15 de mayo de este año. Sin la Iglesia la Palabra de Dios no habría llegado a ser transmitida y conservada; no es posible querer tener la Palabra de Dios sin la Iglesia.

La comprensión intelectual de la fe debe ciertamente ser completada aún desde otro prisma: la fe más que conocida exige ser vivida. Precisamente en el Nuevo Testamento se rechaza como perversión una fe que sólo consiste en conocer; por ejemplo la Carta de Santiago hace notar que también los demonios conocen al único Dios; y como sin embargo no sostienen con todo su ser este saber, sólo les queda temblar ante este Dios; participan en el castigo no en la salvación (cf. Jc 2,19).

Cuando Dios nos dirige su Palabra, no da noticias sobre cosas o sobre terceros, no nos comparte "algo" sino a sí mismo. Jesús es Dios mismo en cuanto Palabra sólida e insuperable de la auto-comunicación de Dios. La Palabra de Dios exige una respuesta que hay que dar con toda nuestra persona. La realidad de Dios se le escapa a aquel que se ha limitado a considerar su Palabra y su verdad como un objeto neutro de investigación. Por el contrario, la manera adecuada de acercamiento a Dios en cuanto Dios es la oración. El maestro Eckehart, uno de los más grandes místicos de vuestro pueblo, ha exigido por esto a sus oyentes que lleguen a la paz del pensamiento de Dios. El Dios, que permanece como un mero "El", nos deja solos y vacíos. Dios nos trata de "tu" a nosotros. Nosotros encontramos a Dios solamente si le tratamos de "tu". Se debe —como dice Eckehart— tener presente a Dios "en el espíritu, en el afán y en el amor". Reacciona adecuadamente sólo aquel que se deja penetrar '"'última y espiritualmente por la presencia de Dios.

Jesús también pretendió para sí esta concentración de toda la persona, cuando comunica el mensaje del Padre, Su Palabra no se comprende como la comunicación de una mera información objetiva, sino como una llamada al seguimiento. Su predicación se orienta al testimonio, que alcanza su más claro sentido en la adhesión vital de los primeros discípulos. Su mensaje, más que la comunión en el saber, busca la adhesión personal a El, o como dice la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, "la unión de vida con Jesucristo" (Nb 5).

Así también, queridos colaboradores en nuestra Iglesia, vuestro testimonio es indispensable para la comunicación del mensaje de Jesús. "Verba docent, exempla trahunt", que decían ya los romanos; y expresado brevemente se puede leer en una Carta pastoral de los obispos africanos: "Los niños aprenden más por los ojos que por los oídos". En el testimonio está el servicio más importante que vosotros como profesores de religión podéis hacer a vuestros alumnos para que ellos en el trato con vosotros experimenten la afabilidad del Señor; que el respeto a Dios y la unión a la Iglesia lo aprendan de vuestro comportamiento; que comuniquéis el gran valor de la oración y de la Eucaristía no sólo con palabras, sino también' con vuestro personal testimonio de vida.

4. El Espíritu, que nos ha comunicado el Hijo de Dios, nos hace a nosotros también hijos e hijas de Dios. Dios no nos ha dado el espíritu de esclavitud, sino el de filiación (cf. Rm 8,15 Ga 4,6). Esto se debe notar en nosotros y debe irradiar de nuestro servicio. La Iglesia debe ser presentada por nosotros fascinante y atractivamente como la familia de Dios. Esto ciertamente exige también que no manifestemos ninguna esclavitud ni meros cálculos o disputas. Exige al mismo tiempo que los responsables en la Iglesia tomen en consideración en relación con los colaboradores el nuevo estilo evangélico.

581 Especialmente tengo presentes a dos grupos de servicio: aquellos que trabajan en la administración eclesial y determinan en gran manera la imagen externa de la Iglesia en su relación de cara al público, y además el gran número de aquellos que están en el servicio pastoral, en el servicio a la familia de Dios como comunidad, y a los agentes de pastoral como son asistentes y asistentas pastorales.

A vosotros, queridos colaboradores en la pastoral, quiero dirigirme precisamente ahora. Comparados con los dirigentes de otras tareas eclesiales sois muy pocos en número. Sin embargo, vuestro servicio tiene entre todos los servicios laicales un rango especial; pues ayudáis a la construcción de la comunidad, con el testimonio del Evangelio en los diversos grupos de la comunidad y en las diversas situaciones de la vida, lleváis a la Iglesia a los que viven lejos y participáis en la formación de colaboradores cualificados.

La opción por el compromiso de los laicos para el servicio salvífico a otros hombres da un mentís a todos los pesimistas. ¡Cuántos hombres jóvenes están dispuestos, realmente, a emprender este servicio! Nadie que vea esto debía afirmar que el Evangelio haya perdido su fuerza de atracción. Pues todo aquel que se orienta a este servicio tiene ya su propia historia. Habéis emprendido este camino sin tener casi el apoyo de la opinión pública, sino más bien bajo las observaciones críticas de vuestros compañeros de clase y a veces incluso de vuestros oyentes. Según opinión de muchos no se puede realizar por vocación la tarea de estar dispuestos a dar a la vida de los hombres un soporte desde la fe. Esto es absolutamente anacrónico. Y si los perfiles futuros de este servicio no son nada claros, muchas veces incalculables, la elección de este camino a los ojos de muchos roza la irracionalidad.

Pero presentisteis que la Palabra de Dios y la tarea de la Iglesia necesita de hombres y que vosotros no os debíais desentender de esta necesidad. Y estoy seguro que vosotros mientras tanto no sólo habéis experimentado el peso de tales obligaciones, sino que también os habéis encontrado con la gratitud de muchos hombres. Tal gratitud es la más bella confirmación de lo lleno de sentido que está nuestro trabajo.

Hay que mantenerse firmes aunque la iluminación de vuestra imagen vocacional haga aún necesaria la reflexión de alguien; si no experimentáis de parte de todos en las comunidades aquella aceptación y confirmación que os habíais esperado. Me parece importante que vosotros —sobre todo en las situaciones más duras— procedáis con sabiduría y os recordéis del idealismo del principio, que intentéis persuadir gradualmente tanto a los otros colaboradores como a la comunidad. Creemos todos que un mismo Espíritu conduce la comunidad y los corazones de los hombres, y un mismo Espíritu es el que ha dado vida a vuestro servició en la Iglesia. Justamente en los momentos de mayor dificultad estad dispuestos a abandonaros a este Espíritu.

Sé que este consejo mío exige mucho de vosotros. Esto significa que nadie debe tener una preocupación excesiva por llevar constantemente cuenta de sus horas de trabajo, pensando en su derecho al tiempo libre, aunque de esto se hable cada día en los periódicos; esto exige que renuncie a la mentalidad del escalafón que gradualmente conduce a la promoción, aunque se trate de algo que esté muy vivo y presente en nuestra sociedad; de esta forma se logrará una identificación cada vez mayor, no con la Iglesia sin pecado que todos soñamos, sino con la Iglesia concreta de hoy que no deja de estar cargada de debilidades humanas.

Tal identificación que no es ciega sino que nos da una visión recta, esto es, dirigida hacia el bien, sólo se descubre con el corazón, esto es, con los ojos de la misericordia. Así se consigue felizmente descubrir lo positivo y predicar dando testimonio: puede uno intentar comprender las decisiones de los que llevan la responsabilidad eclesial, los obispos y sacerdotes, aunque otros no hagan más que criticarlas; el lema no es la duda, el cultivo de la distancia interior, sino la entrega de confianza.

Finalmente se da en la pastoral también el servicio del diácono permanente, que se abre desde la llamada de Dios a los carismas sacramentales para estar próximo al altar como centro espiritual de la Iglesia que ayuda y da testimonio a los hombres. Liturgia y predicación, pastoral. y diaconía muestran aquí su íntima vinculación. Si vosotros experimentáis la llamada de Dios, os ruego que os abráis a ella.

5. El Espíritu, que vosotros habéis recibido, es finalmente el Espíritu de la unidad. Los muchos servicios son expresión y don del único Espíritu. Cada uno debe tener ánimo y humildad para decir su especial don y tarea. Esto significa asimismo: yo debo tomar en serio la fe y el cometido de mi prójimo y debo estimarlos y considerarlos como cosas mías. Cooperar, hacer revisión periódicamente, estar dispuestos a la nueva conciliación para comenzar juntamente de nuevo, esto no es menos importante que la fidelidad a la propia tarea. Unidad quiere decir en último lugar colaboración abierta, llena de bondad, paciente y comprensiva entre sacerdotes, diáconos y laicos. Solamente si todos se esfuerzan en esto puede lograrse el testimonio de aquella unidad, para que "el mundo crea" (Jn 17» 21).

Una especialísima súplica se añade aquí: haced, vuestra también la preocupación de la Iglesia por la vocación de los hijos al sacerdocio y a la vida religiosa.

Todos vosotros debéis estar seguros de mi solidaridad con vuestro servicio. Ayudadme a llevar el mío. Después el Espíritu del Señor a través de nosotros renovará la faz de la Iglesia y de la tierra.









VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA


A LOS REPRESENTANTES DEL COMITÉ CENTRAL


DE LOS CATÓLICOS ALEMANES


582

Seminario de Fulda

Martes 18 de noviembre de 1980



Muy estimadas señoras y señores,
queridos hermanos y hermanas:

En primer lugar quiero expresarle a usted, muy estimado Señor Presidente, mi sincero agradecimiento por su cordial saludo. Este encuentro con usted y con el Comité Central durante mi estancia en Alemania supone para mí una alegría particular. Como ustedes saben, siendo yo arzobispo de Cracovia, estuve por largos años en la Conferencia Episcopal de Polonia como Presidente de la comisión para asuntos del laicado. En el Sínodo diocesano de Cracovia, una de mis preocupaciones primordiales fue también la colaboración con los laicos. Por experiencias de diversa índole, en mi conciencia ha quedado grabada de una manera imborrable la decisiva importancia que tiene la participación de los laicos en la configuración de la vida eclesial y en el testimonio del mensaje cristiano en el mundo. Con el surgimiento de muchas organizaciones católicas en medio de arduas pruebas de los combates sostenidos por la Iglesia en el último siglo, con el Comité Central de los católicos alemanes, con las 86 celebraciones hasta ahora del "Día de los católicos alemanes", el apostolado laico en Alemania ha adquirido una impronta inconfundible. Me alegro, pues, de poder contemplar en este círculo aquí reunido la presencia viva, por así decirlo, de esta historia: los representantes del Comité Central, los representantes de diversas asociaciones y de los consejos diocesanos de católicos. Finalmente, se han sumado también a este círculo la representación del "Día de la Iglesia evangélica alemana", estrechamente unida al Comité Central y al "Día de los católicos" mediante una ya larga colaboración.

Usted ha aludido, Señor Presidente, a mi mensaje en el 86 "Día de los católicos alemanes", celebrado en Berlín. Este "Día de los católicos" me da también a mí, con su lema, el punto de partida para mi breve respuesta a su cordial saludo, —¡"El amor de Cristo es más fuerte"!— ¿No podría compendiarse en esta frase la experiencia del largo siglo de historia que tiene ya este sólido y compacto apostolado laical en su país? El amor de Cristo fue más fuerte que todas las tendencias secularizantes en el campo político y cultural; ellas no pudieron debilitar ni destrozar la fuerza vital que configuraba socialmente la Iglesia católica de Alemania. El amor de Cristo se manifestó más fuerte que todo lo que en la historia de su país hubiera podido separar al Papa y los obispos por un lado y a los laicos católicos por otro. El catolicismo alemán tiene un peso importante y memorable en la empresa restauradora de su patria después de la guerra. Todo lo que han llevado a cabo los laicos católicos en el campo cultural, educativo, social o político constituye no sólo una parte de la historia de la Iglesia, sino una parte incluso de la historia nacional y de la historia europea. ¿Cuál es la fuerza para una entrega tan sublime? ¿Cuál es la fuerza que ha contribuido también a tantos y tan importantes pasos en la reconciliación entre Alemania y sus países vecinos del Este y del Oeste? Para los cristianos la respuesta es clara; es la respuesta del lema en el "Día de los católicos": el amor de Cristo es más fuerte.

Ciertamente, ustedes no han elegido este lema para expresar sus propias experiencias del pasado. Ustedes han mirado con toda razón, y éste es nuestro deber, hacia adelante; han entrevisto las tareas que a todos se nos presentan. La serie de tareas que en su información me han indicado son un reto a abrir espacio para ese amor más fuerte de Cristo, un reto a encontrar desde él, de un modo valiente, decidido y tenaz, soluciones incluso para esos problemas que humanamente parecen casi insolubles. Sólo la fe en ese amor más fuerte de Cristo puede darnos serenidad e imparcialidad para anunciar todo el mensaje del Evangelio frente a la indiferencia, la resignación, la desorientación, el miedo a la vida y la insolencia. Donde nosotros hagamos esto, donde anunciemos con claridad y sin rodeos el Evangelio, avalándolo con nuestra propia vida, allá habrá también hoy hombres que lo escuchen y precisamente jóvenes. Debemos formar espacios vivos en que los creyentes proclamen con su palabra y con su ejemplo el carácter profundamente liberador del seguimiento de Cristo. Es cierto que no van a desaparecer los problemas como por arte de magia, pero crecerá de nuevo el valor para ponerse a caminar y, a pesar de toda aversión a normas, instituciones y tradiciones, crecerá también el valor para confiarse a la Iglesia, a su comunidad, a su ejemplo y su mensaje, pero igualmente a su magisterio y a su servicio pastoral.

El trabajo de ustedes se dirige correctamente a los más diversos sectores: a la política y a la sociedad, a la formación y la cultura, a la convivencia de los pueblos y al mundo del trabajo y de la economía. Su punto de mira abarca también los problemas actuales en el matrimonio y en la familia, el servicio social e incluso el arte y el mundo de los medios. Para la solución de las cuestiones que aquí se plantean ustedes intentan conseguir, desde el Evangelio y la enseñanza social de la Iglesia, un criterio adecuado y la fundamentación sólida del actuar cristiano. Esto es precisamente lo que, de una manera nueva y universal, quiso poner en juego el Concilio Vaticano II al hablar sobre todo de la misión de los laicos en el mundo. No dejen de poner todos sus esfuerzos en este campo y no se limiten a lo ya conseguido. Si el Evangelio debe ser en este mundo levadura que penetra la masa de la realidad terrena, si el amor de Cristo ha de manifestarse más fuerte también aquí, es necesario emprender nuevos desarrollos y crear situaciones nuevas. ¿Qué presencia tiene el cristianismo en su país: por citar algún ejemplo, en la literatura, en el teatro, en el arte de hoy? ¿Cuál es la presencia de la Iglesia: y de los cristianos en el ámbito de la prensa, de la radio y de la televisión? ¿Hay un comportamiento cristiano ejemplar en la convivencia —hasta ahora inhabitual— de extranjeros y alemanes en las grandes ciudades y en el trabajo? ¿Hasta qué punto es comprensible para ustedes la solidaridad de los diversos pueblos y culturas en un mundo único? ¿Con qué seriedad se plantean cuestiones tan apremiantes como las de la energía y el medio ambiente? Sé que ustedes no pasan por alto todos estos problemas y les estoy agradecido. Pero yo quisiera animarles al mismo tiempo a emprender valientemente y con plena decisión nuevos caminos que posibiliten a muchos, tanto dentro como fuera de su país, unirse al grito de Berlín:. Sí, en verdad el amor de Cristo es más fuerte.







VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PROFESORES DE TEOLOGÍA


Convento de los capuchinos de Altötting

Martes 18 de noviembre de 1980



Distinguidos señores profesores,
583 queridos hermanos:

Es para mí una gran alegría poderme reunir con vosotros al final de esta jornada. Tenía un deseo personal de tener un encuentro con los representantes de la teología de vuestro país. No en vano la ciencia teológica forma parte, hoy más que nunca, de las más importantes tareas de la vida de la Iglesia. Os saludo de todo corazón, y en vosotros quiero saludar también a todos los teólogos. Sólo con pensar en San Alberto Magno, en Nicolás de Cusa, en Mohler y Scheeben, en Guardini y Przywiara, me doy cuenta que os halláis inmersos en una gran corriente de tradición. Menciono a estos destacados teólogos como representantes de muchos otros que, tanto en el pasado como en el presente, han enriquecido y siguen enriqueciendo no sólo a la Iglesia de lengua alemana, sino a la teología y a la vida de toda la Iglesia.

Por eso quiero daros las gracias de todo corazón a vosotros y a cuantos representáis por esta tarea que estáis realizando. El trabajo científico es casi siempre una labor silenciosa y abnegada. Esto puede afirmarse de manera especial de la elaboración de textos famosos y de la investigación de las fuentes de la teología. A esta desinteresada labor de investigación que desarrolláis en vuestro país, debemos nosotros numerosas ediciones de textos patrísticos, medievales y modernos. Cuanto más amplio llega a ser el saber global de la teología, tanto más urgente se hace la tarea de realizar una síntesis. En numerosos léxicos, comentarios y manuales, habéis sido capaces de abrir útiles y certeras perspectivas sobre el momento científico de casi todas las disciplinas. Precisamente en esta época postconciliar, todas esas orientaciones básicas se han manifestado particularmente importantes como mediadoras entre la herencia del pasado y las ideas del presente. Gracias a esto se ha llegado, sobre todo en el ámbito de la interpretación de la Biblia, a una satisfactoria labor común de quienes se dedican a la exégesis, tarea que ha dado un impulso enriquecedor a los esfuerzos en el ámbito ecuménico, y que ciertamente seguirá todavía dando. Os invito a que continuéis en esta sólida investigación teológica. Para esto habréis de escuchar con atención y haceros eco de las preguntas y necesidades del hombre de hoy; pero no os dejéis turbar por las corrientes pasajeras y coyunturales del espíritu humano. El conocimiento científico, y sobre todo el teológico, necesita del coraje del riesgo y de la paciencia de la madurez. Tiene sus propias leyes, como para no permitir que se le impongan desde fuera.

Si la investigación teológica forma parte de las genuinas riquezas de la Iglesia de vuestro país, se debe, sin duda, en parte a la inclusión de la teología en los programas de las universidades estatales. La relación entre la libertad de la teología científica y su vinculación a la Iglesia, según está establecido en los Concordatos, ha podido confirmarse como modelo a pesar de algunos conflictos. Tenéis la oportunidad de poder cultivar filosofía y teología en su contexto y en colaboración con todas las ciencias de una universidad moderna. Esta situación ha dejado también su huella en las peculiaridades de los centros filosófico-teológicos de diócesis y de órdenes religiosas, en las escuelas superiores y facultades de pedagogía, así como en los institutos de investigación de la Iglesia. Además, la publicación de los resultados de la investigación teológica no sería posible sin editoriales católicas verdaderamente eficaces. En mi agradecimiento quisiera incluir a todos los que fomentan la ciencia teológica de las maneras más diversas.

Quien mucho ha recibido tiene grandes tareas que realizar. En la actual situación, de la teología, donde a veces afloran crisis, vosotros tenéis una gran responsabilidad. Por eso quisiera aprovechar la oportunidad para recordaros tres perspectivas que ocupan un lugar especial en mi corazón.

1. La abundancia de tareas y planteamientos, métodos y disciplinas, se nos presenta en el marco de la complejidad y especialización del saber actual. Este ha proporcionado valiosos conocimientos y nuevos enfoques. Pero existe el peligro de que, con tal cantidad de saberes particulares, se difumine ocasionalmente el sentido y la meta de la teología. Por otra parte, en un mundo secularizado, las huellas de Dios se van borrando; por este motivo, la concentración en el Dios Trino como origen y base firme de nuestra vida y de todo el mundo, constituye la tarea más urgente de la teología actual. Toda la pasión que ponemos en el conocimiento teológico debe conducir, en definitiva, a Dios mismo. Todavía durante el Concilio Vaticano II se pensaba que había que dar por supuesta la respuesta a la problemática de Dios. Con el tiempo uno constata que precisamente la relación del hombre con Dios ha llegado a ser tan frágil que necesita ser reforzada. Por eso, quisiera pediros que trabajéis con todas vuestras fuerzas en la renovación de la comprensión de Dios, y en este campo desearía resaltar la Trinidad de Dios y la idea de la creación.

Concentración en Dios y en su salvación dirigida a los hombres, significa orden interno de las verdades teológicas. En el centro se encuentran Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo. La Palabra de la Escritura, la Iglesia y los Sacramentos constituyen los grandes fundamentos históricos de la salvación ofrecida al mundo; pero la "jerarquía en las verdades" solicitada por el Concilio Vaticano II (Decreto sobre el Ecumenismo , núm.
Nb 11), no significa una simple reducción de la amplitud de la fe católica a unas pocas verdades básicas, como algunos han pensado. Cuanto más profunda y radicalmente se capta el centro, tanto más claras y convincentes resultan las líneas que enlazan el centro divino con aquellas verdades que parecen más bien estar situadas al margen. La profundidad de la concentración se manifiesta también en el alcance de su irradiación a toda la teología.

La tarea del teólogo al servicio de la doctrina sobre Dios constituye, al mismo tiempo, según la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, un acto de amor hacia el hombre (cf. S. Th., 11-11, q. 181, a. 3, c; 182, a. 2, c; I, q. 1, a. 7, c). Entonces es cuando esa tarea le hace consciente, del modo más profundo y pleno posible, que él es el Tú de todo el hablar de Dios y de toda acción divina, y le descubre y aclara su propia dimensión definitiva y eterna, que supera todo límite.

2. Toda teología está basada en la Sagrada Escritura, cimienta todas las tradiciones teológicas en la Sagrada Escritura y torna nuevamente a ella. Permaneced fíeles, por tanto, a la doble tarea de toda interpretación de la Escritura: custodiad el incomparable Evangelio de Dios, no hecho por hombres, y tened al mismo tiempo el coraje de presentarlo en su pureza una vez más al hombre. Como dice la Constitución sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II, el estudio de la Sagrada Escritura constituye siempre "el alma de la teología" (Nb 24). Ella nutre y mantiene joven nuestra búsqueda teológica. Si vivimos de la Escritura, podremos acercarnos a nuestros hermanos separados, a pesar de todas las diferencias que todavía pueda haber.

El teólogo católico no puede tender el puente entre la Escritura y las preocupaciones de nuestro presente sin tener en cuenta la mediación de la Tradición. Esta no reemplaza a la Palabra de Dios en la Biblia; más bien da testimonio de ella, en el transcurso de épocas históricas, mediante nuevas interpretaciones. Permaneced siempre en diálogo con la Tradición viva de la Iglesia. Extraed de ella los tesoros a menudo no descubiertos aún. Haced ver a los hombres de la Iglesia que, obrando así, no os abandonáis a reliquias del pasado, sino que nuestra gran herencia, que se extiende desde los Apóstoles hasta nuestros días, encierra en sí un rico potencial capaz de dar respuesta a los interrogantes actuales. Si somos capaces de descubrir el valor de la Sagrada Escritura y de percibir el eco que ha dejado en la Tradición viva de la Iglesia, podremos entonces transmitir mejor el Evangelio de Dios. Nos haremos más críticos y sensibles de cara a nuestro propio presente. Este no constituye ni la única ni la última medida del conocimiento teológico.

No es fácil poner en marcha el empeño por la gran Tradición de nuestra fe. Para explorarla necesitamos utilizar lenguas extrañas, cuyo conocimiento hoy en día disminuye desgraciadamente. No sólo se trata de investigar sobre las fuentes desde el punto de vista histórico, sino dejar que tomen parte en el diálogo de nuestro tiempo con sus exigencias objetivas. La Iglesia católica, que abarca todas las épocas culturales, está convencida de que cada época ha conquistado una faceta de la verdad, faceta que también nos es útil. Es quehacer de la teología la renovación profética a partir de estas fuentes, que constituyen, al mismo tiempo, una ruptura y una continuidad. Tened el coraje de conducir a los tesoros de nuestra fe a cuantos jóvenes os han sido confiados en el estudio de la filosofía y la teología.

584 3. La teología es una ciencia que tiene a su disposición todas las posibilidades del conocimiento humano. Es libre en el uso de sus métodos y análisis. Pero, al mismo tiempo, debe tener en cuenta su relación con la fe de la Iglesia. La fe no es algo que nos debemos a nosotros mismos; más bien "está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús" (Ep 2,20). También la teología debe dar por supuesta la fe, pero no puede producirla. Y el teólogo está siempre apoyado en los padres en la fe. El sabe que su especialidad no se compone de una serie de objetos o materiales históricos mezclados en un alambique artificioso, sino que se trata de la fe viva de la Iglesia. No en vano el teólogo enseña en nombre y por encargo de la comunidad de fe eclesial. Debe ineludiblemente hacer nuevas propuestas dirigidas a la comprensión de la fe, pero éstas no son más que una oferta a toda la Iglesia. Muchas cosas deben ser corregidas y ampliadas en un diálogo fraterno hasta que toda la Iglesia pueda aceptarlas. La teología, en el fondo, debe ser un servicio enormemente desinteresado a la comunidad de los creyentes. Por ese motivo, de su esencia forman parte la discusión imparcial y objetiva, el diálogo fraterno, la apertura y la disposición de cambio de cara a las propias opiniones.

El creyente tiene derecho a saber en qué debe fiarse en asuntos de fe. La teología debe hacer ver al hombre la frontera ante la que debe detenerse. No en vano la Iglesia ha recibido el don del Espíritu de verdad. El Magisterio existe sólo en orden a constatar la verdad de la Palabra de Dios, sobre todo cuando se ve amenazada por desfiguraciones y malentendidos. En este contexto hay también que situar la infalibilidad del Magisterio eclesiástico. Desearía repetir lo que ya escribí en mi Carta del 15 de mayo del presente año dirigida a los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana: "La Iglesia debe... ser muy humilde y al mismo tiempo debe estar segura de permanecer en la misma verdad, en la misma doctrina de fe y moral que ha recibido de Cristo, que en esta esfera la ha dotado con el don de una 'infalibilidad' específica" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, pág. 17). A decir verdad, la infalibilidad no ocupa un puesto central, de privilegio, en la jerarquía de las verdades, pero es "en cierto modo la clave de esa certeza con la que se confiesa y se anuncia la fe, y también la clave de la vida y conducta de los creyentes. Si perturbamos o demolemos este fundamento esencial, empiezan, al mismo tiempo, a desmembrarse también las más elementales verdades de nuestra fe".

El amor a la Iglesia concreta, que encierra en sí también la fidelidad al testimonio de la fe y al Magisterio eclesial, no enajena al teólogo de su tarea, ni resta a ésta nada de su irrenunciable autonomía. Magisterio y teología tienen distintas tareas que cumplir. Por eso, no puede ser reducida la una a la otra. No obstante, ambas sirven a una sola totalidad. Precisamente en esta estructura, debéis permanecer siempre abiertos a un diálogo mutuo. En los años posteriores al Concilio habéis ofrecido numerosos ejemplos de una buena colaboración entre teología y magisterio. Profundizad en esta base y seguid adelante, a pesar de los conflictos que siempre pueden surgir, con vuestra tarea común en el espíritu de una fe común, de la misma esperanza y de un amor que asocie a todos.

Quería reunirme con vosotros esta tarde para confirmaros en vuestra tarea actual y para alentaros a emprender nuevas tareas. No olvidéis vuestra importante misión en la Iglesia de nuestros días. Trabajad con diligencia y esmero. Sed meticulosos, pero impulsando una teología no sólo de la razón, sino también del corazón. San Alberto Magno (recuerdo que he venido a Alemania con motivo del 700 aniversario de su muerte) señaló siempre la necesidad de armonizar ciencia y piedad, penetración intelectual y hombre total. Sed para los numerosos estudiantes de teología de vuestro país, sobre todo hoy en día, modelos de una fe viva. Sed creativos en la fe, para que todos unidos podamos acercar Cristo y su Iglesia, utilizando un nuevo lenguaje, a todos los hombres que ya no forman parte de la vida de la Iglesia. No olvidéis nunca vuestra responsabilidad para con todos los miembros de la Iglesia; pensad sobre todo en la importante tarea de la proclamación de la fe que realizan los misioneros en todo el mundo.

Aunque todavía no los conozco personalmente, os pido que transmitáis mis fraternales saludos y la bendición de Dios a todos vuestros colegas, colaboradores y estudiantes, hombres o mujeres. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Co 13,13).









Discursos 1980 578