Discursos 1980 599

599 Vuestro instituto secular ha encontrado después, en las orientaciones y en las perspectivas teológicas y pastorales del Concilio Vaticano II, nuevos caminos y nuevo impulso para irradiar en el mundo, por medio de una unión más íntima con Dios, la luz de la verdad y el calor de la caridad.

Como ha afirmado el citado Concilio, los institutos seculares comportan una verdadera y completa profesión de los consejos evangélicos en el siglo, reconocida por la Iglesia; y, hablando de vuestra especial forma de vida consagrada, ha subrayado claramente su carácter de apostolado, que se desarrolla en medio del mundo y, por decirlo así, a partir del mundo; éste es el fin específico para el que surgieron en la Iglesia los institutos seculares. "Sepan, sin embargo —así continúa el texto conciliar— que no podrán realizar una misión tan importante, si sus miembros no reciben una formación en las cosas divinas y humanas tan esmerada que sean realmente como fermento en el mundo, para robustecimiento e incremento del Cuerpo de Cristo" (Perfectae caritatis
PC 11).

2. Vosotros queréis con tal dedicación, mediante las obras del apostolado y vuestra experiencia personal y profesional en el ámbito de la sociedad civil, dar vuestra activa, concreta y generosa aportación a la "consecratio mundi", a la cual todos los laicos, por su participación en la función sacerdotal de Cristo, están llamados y destinados en virtud del bautismo y de la confirmación (cf. Lumen gentium LG 34). La "sequela Christi" es exigencia fundamental para todo cristiano; lo es, de modo especial, para vosotros, que habéis querido denominar a vuestro instituto secular "Cristo Rey". ¡Sí! ¡Cristo es vuestro Maestro! ¡Cristo es vuestro camino! ¡Cristo es vuestra vida! Pero su "realeza" es totalmente diversa de la del poder mundano; se manifiesta y triunfa solemnemente sobre la cruz y desde la cruz; es una realeza de humildad, de pobreza, de ocultación, de disponibilidad, de donación, de sacrificio hasta la muerte. ¡Y su corona real está formada por espinas punzantes y dolorosas!

Este es Cristo "Rey", a quien vosotros os habéis comprometido a seguir mediante la profesión de los consejos evangélicos, los cuales, en vez de empobrecer al hombre, lo enriquecen incomparablemente, porque lo hacen capaz de acoger en plenitud el don de Dios.

Por tanto, deseo que la oración continua y la profundización personal y comunitaria en la Palabra de Dios alimenten y nutran vuestra fe, para hacerla penetrar en lo profundo de vuestro ser y para transfundir su fuerza en todos los momentos de vuestra vida, consagrada al abierto y límpido testimonio de Cristo y de la Iglesia, y además al compromiso de ordenar la realidad temporal según el designio de Dios.

Con las mismas palabras que os dirigió en abril de 1968 mi gran predecesor Pablo VI, que tanto amó y estimuló a vuestro instituto secular, deseo animaros a "llevar hasta las últimas lógicas consecuencias este compromiso de vida, que es estilo exterior de bondad, de delicadeza, de amistad, de apostolado a través de la cultura y el prestigio personal, y se alimenta interiormente de las linfas vivificantes de la piedad bíblica, eucarística, litúrgica" (Insegnamenti di Paolo VI, VI, 1968, 170.

Os estoy y estaré muy cercano con mi oración por todos vosotros, para que la Iglesia pueda miraros siempre con total confianza. Con estos deseos os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO


A SU SANTIDAD DIMITRIOS I


PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA




El año pasado celebramos juntos la festividad de San Andrés, el Apóstol que fue llamado primero, y hermano de Pedro. La oración constituyó el centro de aquel encuentro caluroso y fraterno. El tiempo transcurrido no ha debilitado los sentimientos experimentados entonces ni el recuerdo de aquel acontecimiento; por el contrario, los ha profundizado y reavivado este año, la celebración del Santo Patrono de vuestra Iglesia me ofrece de nuevo la oportunidad de enviaros una Delegación, presidida por nuestro querido hermano el cardenal Willebrands; él transmitirá a Vuestra Santidad, a su Santo Sínodo, al clero y a todo el pueblo fiel mi saludo afectuoso y el de la Iglesia de Roma: "La gracia del Señor Jesucristo, y la caridad de Dios, y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Co 13,13).

Con una alegría y una esperanza renovada cada año, celebramos las festividades de los dos hermanos, los Santos Apóstoles Pedro y Andrés. Estoy plenamente convencido de que esta unión en la oración ayudará a nuestras Iglesias hermanas a celebrar el día en que se restablezca entre ellas la plena comunión. La alegría de esta celebración común es un anticipo de la que experimentaremos entonces, cuando podamos testimoniar juntos nuestra fidelidad al Señor y, de este modo, dar al mundo un ejemplo de verdadera reconciliación y una contribución a la paz entre los hombres.

El diálogo teológico que la comisión mixta entre las Iglesias católica y ortodoxa ha iniciado este año en la Isla de Palmos, tan rica en recuerdos apostólicos y en sugerencias proféticas, constituye un acontecimiento de la más alta importancia para las relaciones entre nuestras Iglesias. La atmósfera de ardiente caridad fraterna que ha caracterizado este encuentro, así como el compromiso tomado ante el Señor de trabajar por el restablecimiento de la unidad, nos permiten pensar que se realizarán sustanciales progresos. Las antiguas divergencias que habían conducido a las Iglesias de Oriente y Occidente a dejar de celebrar juntas la Eucaristía van a ser abordadas de forma nueva y constructiva, como lo atestigua tanto el tema escogido para la primera fase del diálogo cuanto sus perspectivas generales.

Nuestra oración acompañará el diálogo teológico para que esté siempre más profundamente enraizado en la verdad, conducido con sinceridad y con una fidelidad recíproca sin sombras, animado por el Espíritu de Dios y fecundo, de este modo, para la vida de la Iglesia. Con este fin he solicitado la oración de todos los fieles católicos y, para poder crecer juntos en Cristo, he deseado que, allí donde vivan cercanos, católicos y ortodoxos lleven a cabo relaciones fraternas y una colaboración desinteresada que prepararán progresivamente la rearticulación de nuestra unidad.

600 Queridísimo hermano, he aquí algunos de los pensamientos, algunas de las esperanzas y de los sentimientos que inundan mi corazón y que he tenido a bien expresaros en estas líneas. Con ellos trato de manifestaros, con mi firme voluntad de fidelidad a todas las exigencias del Señor, mi profunda y fraterna caridad.

Vaticano, 24 de noviembre de 1980



IOANNES PAULUS PP. II








VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE POTENZA


EN EL HOSPITAL DE POTENZA


Martes 25 de noviembre de 1980



Quiero agradecer las palabras con que he sido recibido en esta circunstancia. He sentido como un deber, como un impulso del corazón y de la conciencia a venir aquí para estar más cerca de los que sufrís, al menos de una parte de los que habéis sufrido y sufrís. Esta necesidad interior está motivada por el deseo de compartir vuestras penas, no por una sensación; por compasión humana y cristiana. Vosotros los damnificados, los heridos, los que os habéis quedado sin casa, y con vosotros vuestros muertos, estáis ciertamente rodeados de la compasión humana y cristiana de todos vuestros compatriotas de toda Italia, y especialmente de la compasión de la Iglesia. Yo vengo, queridísimos hermanos, para mostraros el significado de esta cercanía, para deciros que estamos junto a vosotros, y daros un signo de esa esperanza que un hombre debe ser para otro hombre; para el hombre que sufre, el hombre sano; para un herido, un médico, un asistente, un enfermero; para un cristiano, un sacerdote. Así un hombre para otro hombre; y cuando muchos hombres sufren, se necesitan muchos hombres, muchísimos, que estén al lado de los que sufren.

Continuando las palabras de vuestro pastor y obispo, yo diría: No puedo daros nada más que esta presencia; pero con esta presencia y esta visita, relativamente breve y parcial, se expresa todo. Yo os ruego que veáis en esta visita parcial una actitud total, una respuesta total a vuestro sufrimiento.

He dicho que cuando sufren los hombres, cuando un hombre sufre, es necesario que otro hombre esté al lado del que sufre, le esté cercano, y así se actúa la presencia de Cristo en los dos; en el hombre que sufre y en el que está a su lado y le atiende. Y con la presencia de Cristo el mundo estigmatizado por la cruz lleva en sí la esperanza de la resurrección. Un mundo estigmatizado por la muerte —son tantos los muertos aquí, se habla ya de 3.000— lleva en sí la esperanza de la vida. Un mundo estigmatizado por la ruina, lleva en sí la esperanza de vida nueva, de reconstrucción, porque la vida y la caridad no pueden permanecer indiferentes ante la destrucción; tratan de reconstruir, de rehacer, de devolver el carácter humano y la dimensión humana al ambiente humano.

Estos son los sentimientos y las palabras que me brotan del corazón. Y ya veis que me vienen con dificultad, porque la emoción es mayor que la posibilidad de hablar y formular bien las ideas.

Quiero hablaros sólo con mi presencia y con este servicio de presencia. A veces nos queda sólo o sobre todo este modo de prestar nuestro servicio, nuestro ministerio humano, cristiano, sacerdotal. Nos queda sólo esto, la presencia. Sí, y también mi bendición. Quisiera bendecir a todos los presentes, especialmente a los que sufren, a los enfermos; y asimismo a los doctores, médicos, enfermeros y enfermeras, y a cuantos atienden a los enfermos y afligidos, y a cuantos siguen trabajando en los pueblos afectados por el terremoto a la búsqueda de personas que están todavía bajo los escombros.

A todos quiero bendecir de corazón con las palabras y con la gracia que lleva en sí la bendición del Sucesor de Pedro.







VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE POTENZA


EN EL PUEBLO DE BALVANO


Martes 25 de noviembre de 1980



¡Alabado sea Jesucristo!

601 Mis queridísimos hermanos y hermanas:

No he venido aquí por curiosidad, sino como hermano vuestro y vuestro Pastor; vengo por solidaridad humana, para compartir el sufrimiento, por caridad. Estáis rodeados de la compasión de todos, de todos vuestros compatriotas, de todos los cristianos. Quiero que mi venida a vuestro pueblo de Balvano, sea signo de esta solidaridad humana y de esta caridad cristiana. Cuanto digo a vuestro pueblo, quiero hacerlo extensivo a los pueblos vecinos, como por ejemplo, uno que no recuerdo en este momento cómo se llama, y tantos otros cuyo nombre no sé repetir ahora. Sabed que vengo para todos. Alguno me ha dicho: Esta gente no puede rezar ya. Mi respuesta es ésta: Queridísimos, vosotros oráis con vuestro sufrimiento. Y espero, estoy convencido de que oráis mucho más que otros que rezan, porque presentáis al Señor vuestro enorme padecimiento, vuestras víctimas, especialmente los jóvenes y los niños que han muerto en la iglesia. He visto cuánto está sufriendo vuestro párroco; acabo de verlo hace un momento. He venido a deciros que estoy cerca de vosotros. Cristo dijo al Apóstol Pedro: Confirma a tus hermanos. No puedo confirmaros con mis fuerzas humanas, con mis posibilidades humanas; pero puedo confirmaros tratando juntos de recibir fuerzas de Jesús, en Jesús, en nuestra fe y en nuestra esperanza, en su caridad que es más grande que todos los sufrimientos, y también mayor que la muerte, porque con la muerte su amor nos abre el horizonte de la vida. Este horizonte de la vida que nos abre Jesús sufriendo en la cruz y Jesús resucitado, se debe abrir también ante vosotros que habéis padecido la muerte de tantos seres queridos, de vuestros hijos y de vuestros ancianos, y habéis pasado por una cruz tan dolorosa.

Queridísimos: No quisiera hablar más, no quisiera prodigar palabras. Sobre todo os traigo el testimonio vivo de mi presencia, de mi compasión, de mi corazón. Quiero llevarme un recuerdo especial de este pueblo y de los pueblos de alrededor, de los que sufren, de toda esta zona, del ambiente tan probado, de vuestra patria tan probada en estas regiones, de todos vosotros como cristianos y como hermanos.

Al terminar os ofrezco mi bendición, bendición de vuestro Papa, Sucesor de Pedro, y bendición de vuestro hermano en el sufrimiento.







DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN`PABLO II


AL SR. EUGÉNE RITTWEGER DE MOOR


EMBAJADOR DE BÉLGICA ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 27 de noviembre de 1980



Señor Embajador:

Su Excelencia acaba de manifestarme los elevados sentimientos que le embargan en el umbral de su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Su Majestad el Rey de los belgas, ante la Santa Sede. Se lo agradezco vivamente y también doy las gracias a Sus Majestades el Rey Balduino I y la Reina Fabiola, cuyo saludo me ha transmitido. Quisiera expresarles yo también mis cordiales y respetuosos sentimientos.

Su misión ante la Santa Sede estará guiada por los principios que ha mencionado: el amor a la paz y la justicia que orienta la acción de su país. ¿Hay necesidad de asegurarle que encontrará siempre aquí comprensión y apoyo? Hoy día los hombres tienen cada vez más conciencia de que la prioridad de la acción en favor de la paz no es deseo platónico o ritual, por así decir, sino cuestión de exigencia planteada a la humanidad por la toma de conciencia de los peligros que la amenazan y por la misma necesidad de sobrevivir. El desarrollo de tal sentimiento llevará, así lo esperamos, actitudes cada vez más decididas a este respecto. Por ello, cuando los países firmantes del Acta Final de Helsinki se esfuerzan por garantizar a ésta todo su alcance y su plena puesta en práctica; en vísperas de la reunión de Madrid, quise recordar la dimensión espiritual, que considero indispensable para llegar a una atmósfera de auténtica seguridad, cooperación y paz en Europa. Mi llamamiento fue plenamente comprendido por las altas autoridades de su país y en ello me complazco mucho.

En este contexto la obra de Bélgica en Europa cobra todo su significado. Al tratar de forjar de modo nuevo una unidad fundada en la comunidad de origen y destino, los países que forman este continente no deben ceder a la tentación de replegarse sobre sí mismos, sino que deben por el contrario actuar formas nuevas de cooperación internacional.

He tenido ocasión de subrayar con frecuencia que el concepto de hombre implicado necesariamente en la base de todo esfuerzo desinteresado de cooperación —concepto fundado en los derechos inherentes a la persona humana—, exige que ésta sea tomada en todas sus dimensiones espirituales y. por tanto, también en su dimensión religiosa. Por ello las convergencias existentes en una nación entre las preocupaciones humanitarias de sus responsables y las de la Iglesia, no son de ningún modo accidentales ni carecen de relación entre sí. La historia de Bélgica demuestra que la vitalidad cristiana de que da testimonio tan felizmente su país, está íntimamente ligada a su irradiación universitaria y al ideal humanista que anima a sus conciudadanos.

Por todo ello, formulo votos fervientes para Bélgica, para su Soberano, Su Majestad el Rey Balduino I, y para todos sus dirigentes, de prosperidad y éxito de sus esfuerzos al servicio de la comunidad de los pueblos. A Su Excelencia, Señor Embajador, deseo que su misión ante la Santa Sede sea feliz y provechosa, y pido al Señor abundantes bendiciones para su persona y para su querido país.

602 *L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1981 n.3 p.8.












A LOS OBISPOS DE TAILANDIA


EN «VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 27 de noviembre de 1980



Venerables y queridos hermanos obispos de Tailandia:

1. El aspecto más importante de nuestro encuentro de hoy es el amor que nos une en el nombre de Jesucristo y en el servicio de su Evangelio. Este amor constituye la base de nuestra collegialitas affectiva; es también este amor el que nos ayuda a perseverar en nuestra tarea de realizar cada vez con mayor perfección la collegialitas effectiva a la que constantemente nos llama el Señor.

Habéis venido también para expresarme el amor que me profesa vuestro pueblo como Pastor y siervo de la Iglesia universal. Me siento profundamente agradecido, y aprovecho esta ocasión para ofreceros a todos vosotros todo mi amor en Cristo Jesús nuestro Señor.

Verdaderamente supone para mí un gran placer saludaros hoy como obispos de un gran pueblo con tres siglos de experiencia cristiana, en medio del cual la Palabra de Dios va echando raíces como en tierra fértil (cf. Mt Mt 13,23); esta misma Palabra de Dios continúa siendo hasta el presente la fuente de vuestra fortaleza y la causa de vuestra alegría.

2. Con especial satisfacción, he advertido vuestro compromiso en la promoción de la unidad eclesial. Se patentiza este compromiso en vuestras diferentes actividades y programas encaminados al fomento de la solidaridad, de la colaboración y de una responsabilidad compartida, rasgos que deberían caracterizar a cuantos forman una familia en Cristo y son llamados a ser sus testigos "hasta el extremo de la tierra" (Ac 1 Ac 8). Todo esfuerzo por mantener y alimentar la unidad católica es importante, sobre todo porque va dirigido a manifestar la unidad de la Santísima Trinidad, suprema revelación de Dios. Como discípulos de Cristo, somos llamados a ser uno, al igual que El es uno con su Padre Eterno. Más aún, la credibilidad de la misión de Cristo ante el mundo está vinculada para siempre a la unidad de su Iglesia (cf. Jn Jn 17,21 s.).

3. Con razón vuestra solicitud pastoral os empuja a dedicar vuestra atención a la construcción de diversas comunidades cristianas, en las que vuestro pueblo pueda hallar un efectivo apoyo para su fe. Estas comunidades, por su misma naturaleza, están edificadas sobre la Palabra de Dios, que se convierte en el criterio de todas las acciones de la humanidad redimida. Cada comunidad debe ser consciente de un nuevo nacimiento, que según San Pedro tiene lugar "mediante la palabra del Señor que permanece para siempre" (1P 1,23). Cada núcleo del Pueblo de Dios regenerado por el agua y el Espíritu Santo es llamado a dar gloria, mediante el testimonio de las buenas obras, al Padre que está en los cielos (cf. Mt Mt 5,17). Cada comunidad es llamada a ser una comunidad de oración y acción de gracias; y cada comunidad halla su plenitud en el Sacrificio eucarístico, al que está orientada toda la vida cristiana.

4. Por esta razón, todo cuanto hagáis, como obispos, por promover vocaciones al sacerdocio, es de vital importancia para vuestro pueblo. Es especialmente necesario que a todos los seminaristas se les forme en una profunda comprensión de la naturaleza de la Iglesia, llamada a irradiar la luz de Cristo y a ser "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1). Contad con mis especiales oraciones por vuestro seminario nacional Lux Mundi, para que cumpla siempre con dignidad su sublime misión de la evangelización. Más aún, me da mucha alegría saber que van aumentando en vuestra tierra las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Verdaderamente esto tiene que ser para todos nosotros motivo de alabanza y de acción de gracias. . Este hecho nos invita a todos a aceptar la invitación del salmista: "Cantad a Yavé un cántico nuevo, alabadle en la asamblea de los piadosos" (Ps 149,1).

5. Del mismo modo, os animo fraternalmente a que continuéis esforzándoos por promover la participación del laicado en la misión salvífica de la Iglesia. Estoy seguro de que una toma de conciencia, por parte del laicado, de su distintivo e indispensable papel, producirá abundantes frutos en años venideros. Al mismo tiempo, el laicado puede ir haciéndose más consciente de su configuración sacramental con Cristo y de su vocación personal a la santidad en la comunidad de una Iglesia evangelizadora y catequizante. Todo el Cuerpo de la Iglesia universal es solidario de la Iglesia de Tailandia en la ardua tarea de llevar el Evangelio al mundo de los niños, de los jóvenes y de los adultos. Y toda la Iglesia concuerda con vosotros cuando proclamáis a vuestro pueblo la meta de toda educación católica, que San Pablo resume sucintamente en: donec formetur Christus in vobis (Ga 4,19).

Que el Señor sostenga la generosidad de todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, tanto tailandeses como de fuera, que, junto con sus hermanos y hermanas laicos, luchan por ser fieles al Evangelio del Reino de Dios en momentos de alegría y de sufrimiento, de esperanza y de decepción.

603 6. Entre las numerosas buenas obras de testimonio cristiano y de servicio en el amor que confieren honor a la entera comunidad de vuestro pueblo, están las ejercitadas en favor de los refugiados y de aquellas personas cuyas vidas están profundamente marcadas por ese problema. La recompensa que prometió Cristo por las buenas obras realizadas en favor del hambriento y del sediento, de los extranjeros y de cuantos se encuentran necesitados, es nada más y nada menos que la vida eterna (cf. Mt Mt 25,31 ss.).

Que esta seguridad os anime a seguir ejerciendo el ministerio entre aquellos necesitados del momento presente, suministrando toda ayuda espiritual y material que podáis con los socorros ofrecidos por los católicos de todo el mundo a través de diversas organizaciones caritativas. Pido al Señor Jesús que se muestre una vez más en esta generación, a través de vuestros programas de asistencia pastoral; que se muestre como el Buen Pastor de toda la humanidad. Que a través de la actividad caritativa de vuestro pueblo, se manifieste nuevamente la Iglesia de Cristo como un signo de esperanza y un signo de misericordia. Y que María, Madre de la misericordia y del amor hermoso, interceda por cuantos muestran o reciben misericordia, por cuantos se revisten a sí mismos o son revestidos de compasión y bondad (cf. Col Col 3,12).

7. Aprovecho esta ocasión para expresar mis mejores deseos a las autoridades de vuestro país y a todos vuestros hermanos no cristianos. En particular, envío mis respetuosos saludos a vuestros conciudadanos budistas. Las cordiales relaciones que tratáis de mantener con ellos están en total conformidad con el Concilio Vaticano II, que nos presenta la exhortación de la Iglesia a que sus hijos e hijas "con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos existen" (Nostra aetate NAE 2). Esta exhortación es, por supuesto, normativa para toda la Iglesia, pero tiene un significado especial aplicada a la Iglesia en Tailandia, que busca ser fiel a Cristo convirtiéndose en heraldo de su Evangelio y en sierva de todos sus hermanos y hermanas.

8. Queridos hermanos: La advertencia de la Carta a los Hebreos tiene un profundo significado para nosotros en todas nuestras actividades de cara al Evangelio: "Pongamos los ojos en el autor y consumador de la fe, Jesús" (He 12,2). Creemos con todas nuestras fuerzas en el poder del misterio pascual, en la gracia salvadora de Cristo, que es capaz de sostener a su Iglesia hasta que venga en gloria para presentarnos a su Padre. En el amor de Cristo, os pido que llevéis este mensaje de esperanza a cuantos construyen vuestras Iglesias locales, "a todos los que nos aman en la fe" (Tt 3,15).

¡Alabado sea Jesucristo!






AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS PADRES DE SCHÖNSTATT


Viernes 28 de noviembre de 1980

Queridos hermanos:

Habéis deseado tener un encuentro cordial en Roma con el Sucesor de Pedro, después de la conclusión del segundo capítulo general de vuestra comunidad de los Padres de Schönstatt. He accedido gustosamente a vuestro anhelo y os saludo a todos con inmenso afecto. El superior general, cuyas palabras agradezco sinceramente, acaba de referirse al sentido e importancia de nuestro encuentro. Para mí es ésta una ocasión propicia en orden a expresaros a vosotros y a toda la Obra internacional de Schönstatt mi alegría por el desarrollo tan fecundo que desde los años de su fundación ha experimentado este conjunto de instituciones fundadas por el padre Kentenich como "Movimiento apostólico para la promoción, defensa y profundización de la vida cristiana". Frente a ciertos signos de crisis en algunos ámbitos de la vida religiosa y eclesial, el Movimiento de Schönstatt se distingue, también hoy, en sus diversas ramas y agrupaciones, por una especial vitalidad espiritual y un apostolado muy fecundo, impregnados por el espíritu del fundador en su gran amor a la Iglesia y su profunda devoción a la Santísima Virgen María. En agradecido reconocimiento por su herencia espiritual a la Iglesia quise mencionar expresamente al padre Kentenich en Fulda con ocasión de mi reciente visita a Alemania como una de las grandes figuras sacerdotales de los últimos tiempos y honrarlo así de una manera particular.

Las promesas que el padre Kentenich, personalmente y en nombre de su Obra de Schönstatt, hizo a mis predecesores, el Papa Pío XII y el Papa Pablo VI —la promesa de trabajar decididamente por la reconstrucción de un orden social cristiano, y también la de colaborar con todas sus fuerzas en la realización del Concilio Vaticano II— mantienen aún su actualidad y urgencia.

Por eso con tanta mayor gratitud recibo de vosotros, sus hijos espirituales, la renovación de estas promesas y os aliento a vosotros y a toda la familia de Schönstatt a que continuéis y aun acrecentéis vuestro compromiso corresponsable por la renovación moral de la sociedad a través de la revitalización y profundización de la vida religiosa y eclesial, según el espíritu del Concilio, en las familias, parroquias y comunidades eclesiales.

Esta palabra de aliento vale especialmente para vuestra comunidad de los Padres de Schönstatt, que se define como "parte motriz y central" de toda la Obra de Schönstatt. Vosotros mismos habéis puesto como finalidad de vuestro instituto, junto con las demás comunidades de Schönstatt, colaborar "en la educación de un hombre nuevo en una nueva comunidad, según la imagen de María, siendo levadura e instrumentos en las manos de Dios para la renovación de la sociedad".

604 En el espíritu de vuestro fundador, colocáis vuestro sacerdocio y acción pastoral bajo el especial amparo de la Santísima Virgen María, a la que llamé "Madre del sacerdote" en mi Carta del Jueves Santo de 1979.

Con referencia explícita a esta Carta habéis venido a Roma para consagraros solemnemente a la Madre de Cristo y de la Iglesia, respondiendo así a la llamada que hice en la mencionada Carta. Os agradezco sinceramente esta decidida y generosa respuesta a mi fraternal invitación.

Precisamente el Concilio Vaticano II ha señalado luminosamente la destacadísima posición de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la ha mostrado como "miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, y como su tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad", a quien la Iglesia católica venera "como a Madre amantísima, con afecto de piedad filial" (Lumen gentium
LG 53).

Como legado espiritual de nuestro encuentro de hoy con motivo de vuestra consagración a María os quiero dejar, a manera de reflexión final, lo dicho en la Carta a todos los sacerdotes: "Vuestra tarea (como sacerdotes) es anunciar a Cristo, que es su Hijo; ¿y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿y quién puede haceros más conscientes de lo que realizáis, sino la que lo ha alimentado?... se da a nuestro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo. Tratemos pues de vivir en esta dimensión" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de abril de 1979, pág. 12).

El Concilio Vaticano II ha destacado también que la Santísima Virgen María "fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (Lumen gentium LG 65).

Con vosotros encomiendo vuestra vida y acción sacerdotal al especial amparo de la Santísima Virgen María, a quien honráis bajo la advocación de "Tres Veces Admirable", y acompaño de corazón el apostolado de vuestra comunidad y de todos el Movimiento de Schönstatt. Con mi bendición apostólica.










A LA IX SESIÓN DEL CONSEJO GENERAL DE LA


PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA


28 de noviembre de 1980



Señor Cardenal Presidente,
Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos,
Amadísimos hermanos y hermanas,

Me alegro mucho de poder tener este encuentro con vosotros, en el marco de la Novena Sesión del Consejo General de la Pontificia Comisión para América Latina, que os ve reunidos en Roma.

605 A la gran satisfacción que me proporciona la presencia de tantas y tan escogidas personas, unidas por un mismo espíritu de servicio a la Iglesia, se suma en mis adentros la firme convicción de que os halláis también “concordes en el mismo pensar y sentir” respecto al cometido y a los métodos de actuación en la específica tarea eclesial que os ha sido confiada.

Quiero ante todo rendir, en unión con vosotros, público homenaje a mi inolvidable predecesor, el Papa Pablo VI: su visión y su talante apostólicos supieron dar vida e impulso a este Consejo, con el fin de poner más de relieve el interés de la catolicidad por el Continente Latinoamericano; no menos sus enseñanzas y directrices, en todo momento imbuidas de un manifiesto y constante propósito evangelizador, han sido hitos particularmente orientadores en precedentes sesiones de este mismo Consejo General. Vayan pues a él nuestra admiración, nuestro recuerdo y nuestro agradecimiento.

Siguiendo la pauta de esa dimensión evangelizadora marcada por Pablo VI, han sido la experiencia adquirida por las diversas Comisiones institucionales y la propia intuición pastoral de la Jerarquía ante las situaciones cambiantes de la sociedad las que han ido sugiriendo los temas de reflexión y planificación para estas reuniones periódicas del Consejo.

Una somera referencia de algunas de las cuestiones abordadas - tales como la distribución del personal apostólico, la asistencia a estudiantes y sacerdotes en el extranjero, la sustentación del clero, etcétera - ponen de manifiesto una sensibilidad peculiar, solícita y adecuada a las necesidades, a veces tan amplias como acuciantes, que se imponen de manera más acusada en el desarrollo de la vida de la Iglesia.

Os ponéis ahora a dar un paso adelante prestando atención a las fuerzas vivas del apostolado, entre ellas a los laicos voluntarios enviados a América Latina. Para ello, habéis querido echar una mirada retrospectiva a la labor realizada en estos años: una mirada, sin duda indispensable, para descubrir posibles carencias o deficiencias involuntarias en la aplicación de las resoluciones tomadas; pero no menos básica a la hora de comprobar los buenos resultados obtenidos y definir nuevos objetivos a conseguir. Es esta serena actitud de ánimo, presente en el curso de la sesión actual, la que me impulsa a deciros con San Pablo: “Cualquiera que sea el punto al que hemos llegado, sigamos en la misma línea”.

A este respecto me es grato poner de relieve un aspecto que considero primordial y que ciertamente sentís vibrar en vuestro interior como deber ineludible: hacer efectiva la comunión de las Iglesias y sus instituciones, de las que sois dignos y cualificados representantes. Vuestro Organismo cuenta afortunadamente con numerosos especialistas y técnicos, conocedores directos de las exigencias pastorales. Pero esta condición de expertos no puede ofuscar mínimamente - al contrario, ha de constituir el auténtico testimonio de conjunto -, lo que ha sido el núcleo y el alma de vuestras actividades: buscar la verdadera “concordia” entre las Iglesias particulares, es decir, un corazón común, una disposición que sobrepasa el mero sentimiento para convertirse en presencia mutua y servicio recíproco.

De esto os está reconocido el Papa y la Iglesia entera. Gracias a esa presencia intereclesial, gracias también a vuestro esfuerzo y colaboración con la Iglesia en América Latina ésta presenta hoy un rostro rejuvenecido: el rostro de la esperanza cristiana que se mira y se refleja nítidamente en el espejo de una humanidad hecha solidaridad eclesial por la misma comunión en Cristo.

Sean estas mis palabras un testimonio de gratitud a las Conferencias episcopales, a los Institutos religiosos, a los organismos y personas que con espíritu de genuina “concordia” dan su contribución o, más aún, se desviven - como levadura dentro de la masa - por el bien de la Iglesia.

Con mi más cordial Bendición Apostólica.










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