Discursos 1980 613

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Sábado 6 de diciembre de 1980



Señoras, señores:

Me siento muy feliz de poder recibir a los miembros del nuevo comité director de la Organización mundial de las antiguas y antiguos alumnos de la enseñanza católica. Al daros la bienvenida esta mañana, deseo animaros a que sigáis adelante en la consecución de los objetivos que han motivado la fundación de vuestra Organización.

Esta Organización, todavía relativamente joven, ha nacido de la consciente estima de los valores recibidos, "en la primavera de la vida", en las instituciones católicas. Existe en ello, con razón, un reconocimiento del valor del sistema educativo que os ha formado y de sus principios fundamentales. La enseñanza católica, en efectos trata siempre de unir el acceso al saber, la formación moral y la iniciación religiosa. Para los que han sabido aprovecharla, esta educación cristiana es la fuente de un compromiso, pues no es un patrimonio inerte, sino una concepción dinámica de la existencia. Es precisamente este tipo de educación la que queréis desarrollar en vosotros mismos y en vuestro medio ambiente, y asegurarla asimismo a la juventud actual.

¿Cómo, pues, no reafirmar una vez más el derecho de las familias católicas a educar a sus hijos en escuelas e instituciones que correspondan a su concepción de la vida?

En el mundo pluralista en que vivimos, tenéis que afirmar y cultivar vuestra identidad cultural religiosa propia, fundada sobre una concepción del hombre y de su relación con la verdad que halla su plenitud en el conocimiento del Verbo de Dios. Sabiduría eterna, que revela el sentido último de la realidad. Aprended a situaros cada vez mejor en esta verdad total que os permitirá, al mismo tiempo, estar abiertos a los diversos valores culturales de nuestro mundo y a trabajar en él de una manera adecuada a lo que sois.

Precisamente habéis tomado la iniciativa de estudiar un cierto número de problemas importantes relacionados, de forma especial, con la educación y la familia. Deseo que, de este modo, contribuyáis a la reflexión y al testimonio de muchos padres y educadores, y que influyáis felizmente en las diversas instancias a las que conciernen estos problemas, tanto en el plano nacional como en el internacional. Se trata de una estimable contribución a la inmensa tarea que se le presenta a la Iglesia en estos ámbitos tan cruciales. Yo os animo de todo corazón.

Que la oración al Señor, Maestro Interior, y a la Virgen, modelo de educadoras, os sostenga en vuestros esfuerzos, así como mi bendición apostólica, que imparto a todos vosotros, a quienes representáis y a todas vuestras familias.






A LA UNIÓN DE JURISTAS CATÓLICOS ITALIANOS


Sábado 6 de diciembre de 1980

¡Ilustres señores y hermanos carísimos!

1. Ha sido para mí motivo de especial alegría el enterarme de que este año vuestra asamblea nacional de estudio tendría como tema el arduo binomio violencia y derecho. En efecto, así como en el plano de los acontecimientos históricos, la dolorosa crónica cotidiana nos presenta el primer término como extremadamente actual, en el terreno doctrinal las controversias que han vuelto a surgir también entre católicos después del Concilio apenas se han atenuado, podríamos decir, mientras sigue densa la confusión de las ideas, derivante de la pluralidad de las disciplinas viejas y nuevas, de la diversidad de las escuelas y de la oposición de las ideologías políticas. Y hay que poner enseguida de relieve que hoy hay muchos, en las actuales sociedades que se dicen en transformación, que intentan y quieren sustituir la eterna dialéctica entre posiciones conservadoras y movimientos renovadores que tienen por objeto principios, valores o instituciones particulares, con la oposición entre los que piensan que se pueden y se deben reformar pacíficamente las estructuras y los que creen que sólo después de la anulación total y violenta de las mismas el hombre podrá llegar a construir una sociedad más justa y más humana. Fruto muy amargo de esta confusión de las ideas es la ideología de la violencia. No se puede dudar en reconocer a los juristas una competencia más directa, más penetrante y más adecuada no sólo con el fin empírico de la necesaria represión de cada una de las manifestaciones antisociales de la violencia, y tampoco con el de su prevención mediante leyes e instituciones idóneas para eliminar las ocasiones, sino también con el fin de sacar de la amplísima y múltiple experiencia jurídica las razones no de cualquier relación de oposición práctica, sino de verdadera antítesis, radical y sistemática, entre derecho y violencia; antítesis por eso mismo reveladora de la esencia íntima de la segunda.

614 2. Toda una enciclopedia jurídica está llamada a contribuir a esta investigación. En las varias disciplinas, la antítesis violencia-derecho se presenta ora en determinaciones, es decir, en comportamientos y con consecuencias particulares, ora de manera más amplia y general. ¿Estamos entonces frente a una antítesis entre los mismos términos radicales, o frente a situaciones no reducibles a un fondo común? A esta pregunta, los juristas, amaestrados por el análisis del lenguaje, de la historia y de la comparación de los ordenamientos jurídicos, pueden dar, y sustancialmente ya han dado, una respuesta en el sentido de la primera alternativa.

Un primer paso, preliminar pero indispensable, puede considerarse generalmente adquirido y está en la precisa distinción entre fuerza y violencia. En efecto, no obstante la misma raíz semántica (vis, hybris)y la identidad física de la actividad (fuerza individual y colectiva), se ha precisado que la fuerza es más bien medio o instrumento esencial para el derecho positivo, pero también que cuando es organizada y ejercida ordenadamente para los fines del derecho, ya no es mera fuerza física, sino que es sobre todo justicia en concreto. Esto no vale sólo para la fuerza pública, sino también para la privada, en el caso de legítima defensa. La fuerza es pues una realidad netamente diferente de la violencia. Y querríamos añadir una verdad aún más ennoblecedora de la fuerza usada rectamente. El individuo que impide con la fuerza que un infeliz se suicide no comete violencia contra él, sino que realiza una obra de caridad.

3. El segundo paso, decisivo, es el que lleva, en primer lugar, a afirmar la antítesis radical entre violencia y derecho y, luego, a construir precisamente sobre tal antítesis una definición universal válida de la violencia. Hay que distinguir estos dos momentos de la indagación, puesto que, mientras en el primero encontramos entre los historiadores del derecho, entre los cultivadores de la filosofía y de la historia general, y entre los mismos estudiosos de cada rama del ordenamiento jurídico, una intuición general difundida e incluso una profunda convicción, en cuanto al segundo, la diversidad de criterios propuestos hasta ahora para distinguir la fuerza de la violencia basándose en la idea del derecho no sólo pone de relieve la insuficiencia de cada uno de ellos, sino también su conexión con la concepción personal que cada proponente tiene del derecho en general.

Ahora bien, es aquí donde vosotros, juristas católicos, podéis llevar vuestra contribución específica a una definición de la violencia más racionalmente válida y más prácticamente utilizable, puesto que, aun en el estudio profundo del derecho positivo y en el más sincero respeto hacia el ordenamiento jurídico en el que obráis, no estáis oscurecidos por el falso dogma del positivismo estatualístico, ni por permanentes falsas interpretaciones contra el derecho natural. Veamos brevemente cuál es el camino más claramente abierto.

4. La violencia, quizá también etimológicamente, aparece como una violación. Se ha hablado de violación de cada valor humano o considerado por sí mismo, o en cuanto protegido por el derecho positivo. Pero el primer criterio es esencialmente moral, y no parece consentir una definición general universalmente válida. El segundo (llamado institucional) es el propio del derecho penal; pero, por regla general, choca contra la ineludible dificultad de que, mientras en las actuales sociedades en transformación son constante objeto de discusión precisamente las instituciones, o derecho positivo, la historia antigua, moderna e incluso contemporánea nos muestra regímenes despóticos, totalitarios e inhumanos, cuyas leyes, si bien según la recta filosofía deberían llamarse más propiamente "monstra legum" que "leges", formalmente no dejan de ser leyes e instituciones positivas.

Con una intuición más acertada de la verdad sustancial, juristas y moralistas, sobre todo católicos, han recurrido al valor supremo de la vida asociada: la dignidad de la persona humana. Pero aparte del hecho de que tal valor considerado en sí y por sí, es decir, en su abstracción desnuda, no está libre de falsas interpretaciones (hasta tal punto que se le invoca para justificar incluso las más indudables violencias de las revoluciones, de las guerrillas), no puede decirse que cualquier violencia prohibida por las leyes para obtener el respeto de un orden exclusivamente positivo (piénsese en el procesual) constituya propiamente violación de la dignidad de la persona humana. Añádase que tal dignidad tiene contenidos históricos diferentes en los diversos contextos históricos.

Lo cierto es que en la definición más general de la violencia, no se puede prescindir de la idea del derecho como aquel sistema concreto en el que los valores humanos, incluido el supremo, están ordenados entre sí y en relación con el fin común de los sujetos. El verdadero concepto de derecho, el concepto fundamental de todo derecho, es el de "orden de justicia entre hombres". El primero, más radical y también embrionario, orden de justicia entre los hombres, es el derecho natural, que hace de la persona humana el fundamento primero y el fin último de toda la vida humana políticamente asociada. Ese derecho del que brotan, en la variedad y en la mutabilidad de las situaciones históricas, los varios ordenamientos positivos. Ese derecho que antes y aún más que la fuerza pública, asegura a tales ordenamientos su validez ética, su continua capacidad de perfeccionamiento, y su creciente comunicabilidad en orden a civilizaciones cada vez más amplias, hasta la universal. Ahora bien, la violencia en general no puede ser definida de otra manera que como violación de dicho orden de justicia.

5. Otro punto debe ser considerado, al menos sumariamente, para completar el cuadro de las relaciones entre violencia y derecho, sobre todo a vosotros que no sois sólo juristas, sino también y sobre todo católicos. ¿Cómo hay que valorar, en el cuadro del derecho en general y del canónico en particular, el nobilísimo "principio de la no violencia"? Hay que observar, ante todo, que este principio, que ya aparece en el Antiguo Testamento, ha sido enseñado y practicado al máximo por el mismo Redentor, que tanto las Profecías como los Evangelios nos presentan como "cordero conducido injustamente al matadero, sin ninguna, rebelión o lamentación por su parte". Frente a los actos de violencia El dice incluso: "Al que te hiere en una mejilla, ofrécele la otra" (
Lc 6,29). Pero en el sistema del pensamiento cristiano, el principio de la no violencia no se presenta sólo bajo un aspecto negativo (no oponer violencia a violencia), sino también positivo, y de manera muy superior. En efecto, se puede decir que la más cristiana de las máximas que nos ha inculcado el Redentor con el ejemplo y con un explícito precepto es ésta: "No te dejes vencer del mal, antes vence al mal con el bien" (Rm 12,21), es decir, con un bien aún mayor (que por contraste resulta ser el amor).

Si, como juristas, vosotros comprendéis que no se puede construir una sociedad fundada sólo sobre el principio negativo de la no violencia, como juristas católicos querríamos confiaros también a vosotros el estudio de los medios para realizar, o por lo menos tender cada vez más concreta y sistemáticamente a poner las condiciones para que se realice el gran ideal humano, propugnado por mi gran predecesor Pablo VI: la civilización universal del amor. Como él decía, este ideal no es en absoluto una utopía, porque la ley del amor está enraizada en el corazón de cada hombre, creado a imagen de Dios, que es amor, y por tanto de todos los hombres.

Vuestra insustituible contribución, una vez que todos los pueblos han reconocido que el fundamento primero y el fin último de la vida humana políticamente asociada es la dignidad de la persona que concierne a todos los hombres, no es sólo la de combatir la monstruosa concepción del derecho como fuerza, en lo cual siempre habéis sobresalido, sino también la de rechazar la concepción formalista, que ve en los ordenamientos jurídicos unos simples reglamentos externos de las libertades individuales, o de los grupos, es decir, una simple garantía de los bienes que cada uno posee. De la misma manera que el hombre no está destinado sólo a vivir con los demás, sino también para los demás, encontrando en ello la más alta perfección de su misma personalidad, cada pueblo no puede pensar exclusivamente en su propio bienestar, sino que también debe contribuir al de los demás pueblos, verificando así la auténtica humanidad de su misma civilización particular. El deber de la solidaridad, y por tanto del amor, no puede ser extraño al derecho, puesto que aquél, al estar inscrito en la misma realidad existencia! del hombre, es el primer precepto del derecho natural, después del amor a Dios.

El concepto del derecho, según la antiquísima institución, debe ser reducido al de justicia, pero no sólo al de la justicia parmenidiana que, distinguiendo lo "mío" de lo "tuyo", separa el "yo" del "tú", sino al de la iustitia maior predicada por Cristo, que es la caridad.

615 En conclusión: Así como con el solo principio negativo de la no violencia no se puede construir una sociedad, tampoco se puede construir una "sociedad sin derecho y sin Estado", como prometen ciertas utopías contemporáneas. Pero sí se puede construir una sociedad fundada en el amor; sí se puede y se debe tender a una civilización universal del amor. Aquí la violencia estará excluida, por ser contraria al derecho que es caridad: plenitudo legis dilectio (Rm 13,10).

Invocando sobre los trabajos de vuestra asamblea la abundancia de los favores celestiales, os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica, que extiendo a vuestros familiares y personas queridas.






A LOS PARTICIPANTES EN EL III CONGRESO ITALIANO


DEL MOVIMIENTO CRISTIANO DE TRABAJADORES


Sábado 6 de diciembre de 1980



1. Estoy contento de encontrarme con vosotros, dirigentes y miembros del Movimiento Cristiano de Trabajadores, que habéis venido a Roma con ocasión de vuestro III congreso nacional, para profundizar, de forma concreta y decidida, en las tareas que, tanto en el ámbito de la comunidad eclesial, como en el amplísimo mundo del trabajo, conciernen a un grupo católico como el vuestro.

Al mismo tiempo que reflexionáis y estudiáis con empeño y responsabilidad los temas del congreso, no habéis querido dejar de visitar al Papa para manifestarle a él, Vicario de Cristo, vuestra sincera devoción, renovando al mismo tiempo el propósito de un testimonio cualificado y específico, coherente con el Evangelio y fiel a las orientaciones del Magisterio de la Iglesia. Por esto, deseáis también una palabra de aliento que sostenga vuestro esfuerzo y vuestra actividad.

2. Habéis asumido tareas de gran importancia y a menudo no sin grandes dificultades, por la amplitud de los problemas que implican y sobre todo por la habitual debilidad moral del hombre al enfrentarse con ellos. La sociedad actual está marcada por una profunda ambigüedad; es una sociedad que, por una parte, tiende a condiciones mejores de convivencia civil, pero, por otra, está sometida a un esfuerzo productivo que corre el riesgo de ser dirigido por completo hacia un ideal de mero bienestar material, obstruyendo las perspectivas y exigencias de un orden humano, espiritual y sobrenatural; pues bien, en esta sociedad vuestro Movimiento quiere afirmar, en el seno del mundo del trabajo, la presencia de Cristo, la vitalidad de Cristo. En efecto Cristo "obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin" (Gaudium et spes GS 58):

Esta presencia redentora, revolucionaria y pacífica al mismo tiempo, queréis testimoniarla y vivirla ante todo en vosotros, realizando un oportuno esfuerzo de reflexión sobre la realidad que os rodea, sobre sus exigencias, para su comprensión e interpretación evangélica, también mediante la confrontación y el diálogo, ejercidos con conciencia lúcida de la propia fe, con otros grupos organizados. Vuestra tarea, pues, se configura como animación cristiana en el mundo de trabajo, y como acción evangelizadora en el interior de las fuerzas que determinan, en el momento histórico presente, la composición y el incremento del Movimiento obrero.

3. El Papa os alienta en este vuestro arduo, pero también exaltante, servicio de creyentes, dirigido esencialmente a hacer comprender de qué manera el trabajo humano, como expresión de las capacidades creativas del hombre, más allá de su evidente aspecto productivo, se coloca en la perspectiva del primordial pacto de Alianza entre Dios y el hombre mismo, pacto renovado definitivamente en Jesucristo. Es decir, que el trabajo, bajo esta luz suprema, mientras es medio de perfeccionamiento del mundo y colaboración con la obra creadora de Dios, ayuda al hombre a ser más hombre, madura su personalidad, desarrolla y eleva sus capacidades, abriéndolo así al servicio, a la generosidad, a la dedicación hacia los demás, en una palabra al amor.

El significado definitivo del trabajo está contenido en esta disponibilidad hacia los hermanos, es decir, en el ejercicio práctico del gran mandamiento de la caridad (cf. Jn Jn 13,14), que es la ley fundamental de la perfección humana, y por tanto también de la laboriosa transformación del cosmos (cf. Gaudium et spes, ib.). El Verbo de Dios, hecho Hijo del hombre, cuya Natividad nos aprestamos a celebrar con gozo, al dar su vida por nosotros nos ha merecido la gracia de ejercer ese amor, que es alma y principal incentivo del trabajo humano.

Conscientes de tal verdad, continuad con valor vuestra misión cristiana, sobre la cual invoco los dones de la asistencia divina, y mientras doy las gracias a vuestro presidente por las nobles y cordiales palabras de saludo que me ha dirigido, me es grato impartiros la bendición apostólica, que de corazón extiendo a vuestras familias y a todas vuestras personas queridas.






A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS


DE CONCORDIA-PORDENONE


Y A LA ACCIÓN CATÓLICA JUVENIL ITALIANA


Domingo 7 de diciembre de 1980



616 ¡Carísimos hermanos y amados hijos hijas!

Habéis expresado el deseo de encontraros con el Papa en una audiencia especial reservada a vosotros, para estar un poco con él y manifestar así vuestra fe y vuestro obsequio, ¡y habéis sido complacidos! Grande es, por tanto, vuestra alegría, pero la mía es aún más grande. ¡Gracias sean dadas al Señor por este don de fraternidad y amistad, que nos consuela y nos conforta! Y gracias también a todos vosotros, que habéis venido aquí, empujados por el afecto y el ansia de personas creyentes y sensibles.

Saludo ante todo a la peregrinación de la diócesis de Concordia-Pordenone, organizada para conmemorar de manera digna y concreta el primer decenio de actividad pastoral del obispo, y para dar nuevo impulso a la entera vida diocesana. Saludo con sincera deferencia a mons. Abramo Freschi, vuestro amado Pastor, junto con los sacerdotes, los religiosos, las religiosas; saludo a las autoridades civiles de todos los grados, que han querido honrar con su participación la iniciativa; sobre todo quiero saludaros a vosotros, queridos fieles, Pueblo de Dios y de la Iglesia de Venecia-Julia, región de Italia muy conocida por sus dramáticos acontecimientos y por su carácter austero y valiente; y por medio de vosotros dirijo mi afectuoso saludo también a los trescientos mil habitantes de la entera diócesis que aquí representáis.

Vuestra presencia, tan variada y al mismo tiempo tan homogénea, en torno a vuestro obispo y a vuestros sacerdotes, ante el Sucesor de Pedro, me sugiere una exhortación, que deseo dejaros como recuerdo particular: ¡Permaneced siempre unidos! ¡Quereos! ¡Trabajad juntos con amor, con bondad, con comprensión y dedicación recíproca! Vuestra tierra, profundamente cristiana y duramente atribulada, sepa mantener las características de la fraternidad, de la ayuda mutua, de la fe convencida en los valores supremos que han guiado a vuestros antepasados a través de la historia, entre tantas peripecias y adversidades. Este es el deseo sincero que os dedico en este memorable encuentro.

2. Saludo ahora con particular efusión al numeroso grupo de sacerdotes y educadores, jóvenes y adultos, de la Acción Católica Juvenil, que participan en la asamblea nacional para educadores parroquiales sobre el tema "Los muchachos pedían pan y no había quién se lo partiera". Estoy contento de poder expresar mi agradecida bienvenida antes que a nadie, al asistente general de la Acción Católica, mons. Giuseppe Costanzo, al nuevo presidente general, profesor Alberto Monticone, y a todos los demás dirigentes y responsables.

¡A vosotros, de manera del todo particular, queridísimos jóvenes, llegue mi saludo, lleno de cordialidad, amistad y confianza! Os agradezco vuestra presencia y sobre todo vuestra generosidad.

Me complazco vivamente de esta vuestra participación en las iniciativas del centro, y aprecio profundamente vuestro interés por la formación humana y cristiana de la juventud.

¡Dad gracias al Señor por haberos llamado a esta noble y alta misión, que llena de santo fervor vuestra vida y la compromete en ideales espléndidos! Al mismo tiempo sentíos responsables de una tarea delicada e importantísima, para la que siempre necesitaréis luz interior y fuerza. Estoy seguro de que volveréis a vuestras parroquias ricos de santo entusiasmo para amar a los muchachos que os son confiados, para partirles con convicción y seguridad el pan de la verdad, de la caridad y de la santidad, siguiendo los pasos del amigo Jesús. ¡Tenéis un encargo maravilloso! Desempeñadlo con pasión y con delicadeza, recordando que de esta manera servís a la Iglesia y contribuís de forma directa y determinante a la formación de los jóvenes y a la salvación de las familias y, por tanto, de la sociedad.

Sobre todo intentad inculcar en los chicos el "sentido misionero". En efecto, por la riqueza de la gracia, los dones naturales y la cultura religiosa que poseen, también los muchachos pueden y deben ser los "testigos" vivientes de Cristo entre sus compañeros, en todos los ambientes en que se encuentran, de manera que den a conocer y amar su misma fe. Haced surgir esta vocación e indicadles la manera concreta para realizaría, porque toda la Acción Católica debe ser esencialmente misionera.

¡Carísimos!

Al despedirme de vosotros, tras este breve paréntesis tan afectuoso y emotivo, no puedo menos que aseguraros el recuerdo en mis oraciones. ¡Permanezcamos todos unidos en la fe, en la esperanza y en la caridad recíproca! ¡Todo pasa, pero el amor permanece! ¡Recordémonos los unos a los otros, convencidos de que no hay felicidad sino en el servido del Señor!

617 ¡Que os ayude e inspire la Virgen Inmaculada, la Virgen de la espera, a quien encomiendo a todos vosotros, fieles de Concordia-Pordenone y educadores de la Acción Católica Juvenil! ¡Llevad a vuestros ambientes la sonrisa de María, nuestra Madre!

¡Con afecto os imparto la bendición apostólica, en el nombre del Señor!






A LOS ENCARGADOS DE LA ORGANIZACIÓN


DEL CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL DE LOURDES


Jueves 11 de diciembre de 1980



Queridos hermanos y amados hijos:

1. Henos aquí a unos siete meses del Congreso Eucarístico Internacional de Lourdes. Este Congreso va a revestir una importancia muy especial por el hecho de conmemorar el centésimo aniversario del I Congreso Internacional de Lila y de celebrarse en la ciudad mariana tan querida para todos los peregrinos del mundo. Habéis llegado de numerosos países para poner en marcha los preparativos y poneros de acuerdo sobre las grandes líneas de la celebración. El Papa, como ya sabéis, se siente particularmente interesado por este Congreso. Es decir, cuánto se interesa por vuestros trabajos y lo mucho que desea que produzcan los mejores frutos. Quiero que sepáis que os animo vivamente en vuestro trabajo de concretar el plan de sensibilización del pueblo cristiano y en el de la programación del Congreso.

2. Por lo que concierne a la preparación del pueblo cristiano, habéis captado bien que se trata de una ocasión providencial para hacer progresar el sentido de la Eucaristía entre los sacerdotes, los religiosos y los fieles, más allá del restringido círculo de quienes puedan participar en el lugar mismo de la celebración, o incluso por radio y televisión. En resumen, se trata de hacer comprender mejor el lugar central que ocupa la Eucaristía en la Iglesia. Y esto concierne a todas las comunidades cristianas. ¿No es la Eucaristía la que estructura la Iglesia? El tema, "Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo", puede convertirse en una sinfonía de resonancias múltiples que deben, sin embargo, concretarse en lo esencial del misterio de la fe (Cristo realmente presente y ofrecido bajo las especies del pan y del vino) y expresar de forma adecuada todas sus consecuencias fundamentales.

Por decirlo en una sola palabra, queremos celebrar solemnemente la Alianza de Dios con los hombres; y nuestro mundo tiene más necesidad que nunca de escuchar esta Buena Nueva. Esta Alianza, presente en el sacrificio y la resurrección de Cristo, es ofrecida a todos los hombres para que participen de ella; es un alimento sagrado que les une realmente a Cristo y entre ellos, gracias a El, de un modo que sobrepasa todo lo que puede sentir el corazón del hombre, ya que es la última palabra del Amor. Conviene no pasar por alto ninguna faceta de esta participación en la Eucaristía. Comporta, en primer lugar, la acción de gracias y de adoración que deberán tener un lugar de privilegio en el Congreso, en las celebraciones de la Misa, las procesiones y las horas de recogimiento ante el Santísimo Sacramento. Comprende la conversión que la prepara y acompaña, en la línea de los primeros versículos del Evangelio y del mensaje confiado a Bernardette Soubirous. La Eucaristía también nos llama a un compromiso resuelto a vivir el amor recibido de Dios en las relaciones efectivas de justicia, de paz, de misericordia, compartiendo las distintas formas del pan cotidiano con todos nuestros hermanos. Así debe aparecer la Eucaristía en su dimensión vertical y horizontal. Así se prepara la profunda renovación de las personas y, de unos a otros, la renovación del mundo.

Felicito, pues, y animo vivamente a cuantos ya han puesto en obra, en sus países, los medios para suscitar la oración, la reflexión y la acción en el marco del misterio eucarístico. Pienso, por ejemplo, en las cartas de algunos Pastores. Es necesario, al mismo tiempo, desarrollar estas iniciativas en el plano teológico, espiritual y pastoral, y velar por su autenticidad en relación con el Testamento de Cristo.

3. Pero aparte de esta pedagogía, que interesa a cada una de vuestras Iglesias locales, os habéis reunido ahora en Roma para hacer frente a la laboriosa organización del Congreso, para dedicaros a la programación, a los problemas de su puesta en marcha y de la participación. Se impone una selección con vistas a atender mejor a lo esencial y a expresar con más seguridad los diversos aspectos que acabamos de mencionar. A vosotros incumbe sopesarlos con madurez, teniendo en cuenta diversos criterios: de momento, la experiencia y las tradiciones de los Congresos Eucarísticos precedentes, con todos los elementos ya probados; el carácter festivo y demás exigencias de estas grandes concentraciones populares en las que participan fieles provenientes de múltiples países y de diversos medios, a fin de que todos puedan asociarse fácilmente a la oración; la gracia particular de la ciudad mariana de Lourdes, con sus manifestaciones de piedad eucarística y sus vías personales de reconciliación; la atención dedicada a los enfermos y a los sufrimientos del mundo; y además, ciertas exigencias nuevas que se van abriendo camino para permitir a diferentes grupos, por ejemplo a los jóvenes, una reflexión profunda, una expresión de oración adaptada y una participación efectiva.

El Congreso debe constituir un importante momento para dar testimonio de la Eucaristía, como una proclamación de la fe de la Iglesia perceptible a todos, un despliegue de caridad evangélica y, al mismo tiempo, una fuente de esperanza para todos aquellos que se encuentran en camino y que la misericordia de Dios llama a la salvación y a la unidad en Jesucristo.

No pudiendo prolongar hoy nuestra conversación, bendigo a vuestra delegación de todo corazón. ¡Que vuestros acuerdos, surgidos de la escucha y de la caridad mutuas, preparen bien el camino al Congreso! ¡Que el Espíritu Santo os prodigue su luz! ¡Que la Virgen Inmaculada, Nuestra Señora de Lourdes, nos ayude a todos a escuchar a su Hijo y nos prepare a venerar, a recibir y a compartir el Pan de vida que debe regenerar el mundo!






A UN GRUPO DE SACERDOTES DE ESTADOS UNIDOS


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Jueves 11 de diciembre de 1980



Queridos hermanos en el sacerdocio:

1. Soy feliz de poder encontrarme con vosotros cuando estáis a punto de acabar el curso de formación teológica permanente en "Casa Santa María", y os preparáis para volver a la patria. Sabemos que, durante estos momentos que pasamos juntos, Jesucristo está en medio de nosotros porque estamos reunidos en su santo nombre y en la fraternidad de su sacerdocio.

Gracias a Dios y al ánimo que os han dispensado vuestros obispos y superiores religiosos, habéis gozado de la maravillosa oportunidad de una prolongada reflexión teológica y bíblica. Al mismo tiempo estoy seguro de que habéis descubierto las otras ventajas que van unidas a este tipo de cursos, tal como las percibe el Concilio Vaticano II: un fortalecimiento de la vida espiritual y un beneficioso intercambio de experiencias apostólicas (cf. Presbyterorum ordinis PO 19).

2. Ahora os disponéis a volver a vuestra gente, a todas esas comunidades en las que ejercéis vuestro ministerio pastoral. Volvéis, así lo quiera Dios, a proclamar cada vez con mayor penetración y celo la Buena Nueva de la salvación, que nos ha sido revelada por un Padre amante y misericordioso, y que la Iglesia, en su fidelidad a Cristo, va comunicando de una a otra generación.

Como colaboradores de vuestros obispos, vuestra tarea primordial es la proclamación del Evangelio, que alcanza su plenitud en el Sacrificio eucarístico (cf. Presbyterorum ordinis PO 4,13). Esta es la misión a la que fuisteis llamados; ésa es la razón por la que fuisteis ordenados.

3. Pero para ser sacerdotes totalmente eficaces, toda vuestra vida debe estar dedicada a la Palabra de Dios, y a Aquel que es la Palabra encarnada del Padre, Jesucristo nuestro Señor y Salvador, nuestro único Sumo Sacerdote.

La Palabra de Dios constituye el criterio de toda nuestra predicación. La eficacia inherente a la Palabra de Dios es lo que ofrecemos a nuestro pueblo, una eficacia que une a los fieles y los edifica en santidad y justicia. La Palabra de Dios es un desafío para el Pueblo de Dios (y para el corazón de cada uno de nosotros), pero trae consigo fortaleza, una inmensa fortaleza; y cuando la acogemos, produce en nosotros gozo y alegría. Esta Palabra de Dios que, por vocación, hemos de proclamar y sobre la que se edifica toda comunidad de fe, es el mensaje de la cruz. Al juntarnos día tras día, semana tras semana, para celebrar este misterio de fe, presentemos y expliquemos encarecidamente sus varios aspectos, tan vitales para la vida de la Iglesia: la salvación y el perdón, el sufrimiento y la liberación, la victoria y la continua misericordia que nos ofrece Cristo. Al igual que San Pablo, presentémonos con "debilidad, temor y mucho temblor", y no con "persuasivos discursos de sabiduría", sino con la Palabra de Dios, que lleva consigo "el convincente poder del Espíritu". Y, con San Pablo, estemos siempre dispuestos a hablar en verdad a nuestro pueblo, diciendo: "Vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (1Co 2,3-5).

4. Que el resultado de vuestro curso en Roma sea un renovado compromiso con la Palabra de Dios. Continuad, queridos hermanos, estudiando la Palabra de Dios, meditándola y viviéndola. Creed de todo corazón en la Palabra de Dios. Predicadla, unidos a toda la Iglesia, en toda su pureza e integridad. Y finalmente, someted totalmente vuestras propias vidas a sus exigencias e inspiraciones.

Que María, Esposa del Espíritu Santo y Madre de los sacerdotes, os mantenga a todos vosotros en vuestro ministerio de la Palabra y en vuestra consagración sacerdotal a Jesucristo, Palabra eterna, que "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).






A UN GRUPO DE OBISPOS DE VIETNAM


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 11 de diciembre de 1980




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