Discursos 1980 619

619 Queridísimos hermanos en Cristo:

1. Al Papa Pablo VI, que tanto sufrió con vuestros sufrimientos y tanto deseó poder reunirse con los obispos de Vietnam, le fue concedida únicamente la gran alegría de recibir en el Colegio de los Cardenales al anciano arzobispo de Hanoi, el venerabilísimo mons. Joseph Marie Trin-nhu-Khuê. Este decisivo acontecimiento dejaba presagiar que los Pastores de las diócesis vietnamitas podrían por fin venir a Roma y visitar a su hermano mayor, el humilde Sucesor de Pedro. El año de 1980 será histórico en los anales de vuestras Iglesias locales.

¿Cómo no recordar la visita de vuestros hermanos que vinieron, sobre todo del Norte de Vietnam, en junio último? La emocionante alocución del cardenal Joseph-Marie Trinh van-Can en la audiencia colectiva del 17 de junio, la reunión pastoral que se me concedió celebrar con ellos y en la que pasamos revista a los principales problemas religiosos de vuestro país, así como la agradable velada de charla y esparcimiento pasada en la hospitalidad de vuestra procura romana, son recuerdos muy vivos aún y queridísimos para mí. Y vosotros, con quienes había tenido yo la dicha enorme de reunirme privadamente a mediados de octubre, estáis aquí reunidos de nuevo para el abrazo de la despedida. Hasta la vista, pues espero poder recibiros todavía más veces. Fraternalmente presididos por el señor arzobispo de Hochiminhville, tendréis el gozo de llevar con vosotros, pero también pata vuestros hermanos que ya vinieron, el testimonio renovado del profundo afecto del Papa y sus reiteradas exhortaciones a vivir en la unidad, en la esperanza y en el servicio generoso a vuestra patria.

2. ¡La "gracia " de Roma no es una palabra vacía! Vosotros habéis podido, por fin, visitar, ver y escuchar a aquel que la Providencia, misteriosamente, ha hecho venir de lejos para asumir la tremenda responsabilidad de confirmar a sus hermanos en la fe y en la caridad. Permitidme que os insista una vez más: me siento especialmente próximo a los obispos de Vietnam a causa de mi misión particular, pero también porque conozco, por haberlos vivido yo mismo, los retos y las esperanzas de una Iglesia local, en el marco, es cierto, de una Conferencia Episcopal que me ha ayudado de manera singular, sin hablar de la rica experiencia colegial del Concilio y de los Sínodos romanos. ¡Permaneced también vosotros unidos al Papa, pase lo que pase! La experiencia secular de la Iglesia enseña que las iniciativas de un Episcopado afectan a la preocupación por la unidad católica, y encuentran en su referencia al Obispo de Roma la garantía y el estímulo que necesitan.

La comunión "efectiva y afectiva" con el Sucesor de Pedro, es la condición sine qua non de la unidad entre vosotros, unidad vitalmente necesaria para el pueblo. La exhortación de San Cipriano, obispo de Cartago en el siglo III, en un momento en que estaba amenazada la unidad de los obispos de su país, es siempre muy actual: "Debemos mantener esta unidad sobre todo nosotros, los obispos, que tenemos en la Iglesia la misión de presidir, para dar testimonio de que el Episcopado es uno e indivisible. Que nadie engañe a los fieles ni altere la verdad. El Episcopado es uno..." (De unitate Ecclesiae, 6-8). Gracias a Dios, esta unidad existe entre vosotros, pero debe crecer más aún. A propósito de esto, os repito mis deseos ardientes de que la Conferencia Episcopal con sus diferentes estructuras, que es uno de los instrumentos privilegiados de esta unidad de planteamientos y de acción apostólica, se desarrolle concreta y armoniosamente. Los primeros pasos de vuestra Conferencia, así como la primera Carta colegial publicada por los 37 obispos de Vietnam en mayo último, han sido para mí causa de gran alegría y de acción de gracias. Esta unión de los espíritus y de los corazones constituye en sí misma un camino de evangelización. "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado" (
Jn 17,21). La unidad de los obispos entre ellos ha sido y será siempre la clave de la unidad del presbiterio, de los religiosos y religiosas, tan estrechamente asociados al ministerio del Evangelio, y de los laicos cristianos, llamados cada vez más a asumir su responsabilidad en la edificación de comunidades de fe, que busquen con equilibrio la adaptación a las nuevas necesidades.

3. Quiero confiaros aún otro deseo. Con la ayuda del Señor, vivid cada vez más en la esperanza: la esperanza evangélica fundada en la verdad de nuestra fe, en la solidez de nuestra concepción cristiana de la existencia humana. Vosotros, ciertamente, conocéis desde dentro mejor que nadie el número y la gravedad de las dificultades que pesan sobre vuestro país y vuestro ministerio pastoral. Pero también conocéis el dinamismo espiritual que anima actualmente a vuestros fieles y del que se alimenta su profundización del misterio pascual del Señor Jesús. Abandonándose en las manos de su Padre, Cristo hizo estallar, por decirlo así, desde dentro el destino que parecía aplastarlo. Transformó la necesidad en esperanza. Cristo muerto y resucitado invita hoy a los Pastores y fieles vietnamitas a leer de nuevo las Escrituras y la larga historia de la Iglesia, que es su Cuerpo místico, para renacer a la esperanza. Cristo parece decir a todos y a cada uno: por larga que sea la noche, la aurora llega siempre a su tiempo. ¿Será necesario explicar que esta esperanza, nacida en la cruz y resurrección del Señor Jesús, no tiene nada que ver con una piadosa resignación, ni con un quietismo que contradiría a la llamada evangélica al esfuerzo? Una esperanza así permite mirar con ojos nuevos a las personas y a los acontecimientos, anima a buscar soluciones nuevas, da fuerzas para comenzar de nuevo las mismas tentativas corrigiendo siempre lo defectuoso que pudieran tener. Ved vosotros mismos, queridos hermanos, la pedagogía de Cristo. ¿No es acaso una verdadera pastoral de la esperanza? Daos cuenta de vuestra responsabilidad. La esperanza, en efecto, es contagiosa.

4. Finalmente, mi tercer deseo es éste: demostrad cada vez más lo mucho que amáis a vuestra patria. También en este sector, tan importante y tan delicado, es significativo el comportamiento de Cristo. Se puede afirmar, sin miedo de equivocarse, que amó verdadera y profundamente a su país. Compartió con dignidad y fidelidad sus sufrimientos y sus esperanzas. Recordáis cómo puso de relieve el Concilio la obligación que tienen todos los ciudadanos de participar en la vida de la nación, en la consecución progresiva del bien común (cf. Gaudium et spes GS 75,5). He de felicitaros por haber sabido traducir esta enseñanza del Vaticano II en la Carta colectiva del Episcopado vietnamita, a la que me refería hace un momento. ¡Ojalá lleguen todos vuestros fieles a comprender que su estilo de participación en el desarrollo de la comunidad nacional es una manera de anunciar el Evangelio! ¡Ojalá que, recíprocamente, sean ellos reconocidos como esforzados y leales servidores de su país! No querría dejar de subrayar que, en sus esfuerzos por colaborar en la reconstrucción y en el desarrollo de Vietnam, cuentan con la caridad de las Iglesias particulares y con la ayuda de las Organizaciones católicas, tan frecuente y generosamente manifestadas.

5. He compartido con vosotros algunas convicciones profundas. Vosotros mismos haréis a vuestros hermanos que ya vinieron en visita "ad Limina" partícipes de ellas. Os he hablado así teniendo siempre presente la cruz de Cristo, sin Ja cual la existencia humana no tiene ni raíces ni futuro, pensando en la Madre de Cristo, tan venerada en vuestras Iglesias y en los hogares de vuestros fieles, esperando que los Beatos mártires de Vietnam, lo mismo que San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, a quienes tenéis tanta devoción, continuarán asistiéndoos en este misterio de la pasión y resurrección de las comunidades católicas vietnamitas.

A vosotros, queridos hermanos aquí presentes, a todos los obispos de Vietnam y a sus respectivos diocesanos, concedo de todo corazón mi bendición apostólica.






AL SEÑOR HUGO ESCOBAR SIERRA,


EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes12 de diciembre de 1980



Señor Embajador:

620 Al recibir hoy las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede, me es sumamente grato dar a Vuestra Excelencia mi más cordial bienvenida.

Quiero ante todo desearle, en este día, continuo acierto en el feliz cumplimiento de las responsabilidades que conlleva el desempeño de su alta misión. Sabe muy bien Vuestra Excelencia que es una misión singular, cuyo prestigio y credibilidad no están ceñidos, como pudiera ocurrir de hecho con otros mandatos de índole similar, a la consecución de meros objetivos ventajosos en áreas del poder temporal.

Su presencia aquí reviste un significado particular y es portadora de un caudal de valores que fluyen de manantiales muy distintos de ese ámbito temporal: es decir, de saber y sentir cómo entre su País y la Iglesia - a la que preside en la caridad esta Sede Apostólica - ha habido y sigue habiendo una colaboración efectiva, de encuentro común, que tiene como centro a la persona humana y encarnada por la actuación de los principios cristianos al servicio de la misma.

Ha sido para mí un verdadero placer oír las palabras, recién pronunciadas por Vuestra Excelencia, que han venido a cerciorarme de algo que, dentro de mí, era ya un convencimiento: que la Iglesia no sólo ha estado cerca del pueblo colombiano en su acontecer histórico, sino que ha calado hondamente en su alma con el mensaje de salvación por el amor, dando así vida y configuración propia al espíritu nacional. No creo pues arriesgado afirmar que quien no entienda este hecho real - o lo que sería peor, tratase de desfigurarlo - renunciaría ya de antemano a conocer el sustrato profundo, la base cultural de más arraigo, la cristiana, capaz de dar expresión a las aspiraciones más genuinas de las gentes de Colombia.

Esto quiere decir también que, mirando al futuro, no se puede orillar, mucho menos congelar, esa savia espiritual y moral, injertada por la Iglesia mediante su labor evangelizadora. Podrán modificarse sistemas; habrá que emprender reformas e iniciativas adecuadas para suprimir diferencias y superar desequilibrios que pueden turbar la conciencia de la justicia, la solidaridad fraterna, o la deseada convivencia ordenada y pacífica.

Pero, si se busca de veras una progresiva madurez integral de la persona, habrá que tener siempre presente el alma, la personalidad interior de un pueblo, que se ha ido realizando históricamente como tal, a medida que se han consolidado contemporáneamente su cultura y su identidad cristianas. He ahí precisamente un dato fijo que, con su constancia par a una gran clarividencia que les hace honor, supieron mantener y corroborar los Próceres colombianos. A fuer de nocivo, sería por tanto superficial la sola pretensión de querer mezclar esa base fundamental con otras formas de interpretar y valorar la existencia humana o que se apoyen en ideologías extrañas, incompatibles con la profesión auténtica de la fe o la práctica de la moral cristiana.

Diciendo esto, he querido poner de manifiesto no sólo el afecto, sino también las grandes esperanzas que tengo puestas en Colombia, de manera especial en los hijos de la Iglesia. Afecto y esperanzas que se corresponden a su vez con una no menor solicitud para que la Iglesia, fiel siempre a su misión, siga prodigándose en esa su dimensión animadora del hombre y de la sociedad. Son sentimientos que he podido comprobar afortunadamente en mis encuentros con los hermanos en el Episcopado, y también con el Señor Presidente de la República, Doctor Julio César Turbay Ayala, de cuya visita conservo un excelente recuerdo y al que envío desde aquí mi respetuoso saludo.

Señor Embajador: Reiterándole mis mejores votos por el éxito de la misión que comienza hoy, deseo asimismo asegurarle mis plegarias por Vuestra Excelencia, su familia y toda la amadísima Nación colombiana.

*AAS 73 (1981), p. 22-23.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. III, 2 pp.1161-1663.

L'Attività della Santa Sede 1980 pp. 823-824.

621 L’Osservatore Romano 13.12.1980 pp.1, 2.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.51 p.6.






A LAS DELEGACIONES DE LOS GOBIERNOS


DE ARGENTINA Y CHILE


Viernes 12 de diciembre de 1980



Excelentísimos Señores Ministros,
Señoras y Señores:

1. Siento que una muy profunda emoción embarga mi corazón en estos momentos, en que, gracias a la amable respuesta a mi invitación, tengo la oportunidad de recibiros, Señores Ministros de Relaciones Exteriores de la República Argentina y de la República de Chile, en unión con las delegaciones que vuestros dos Gobiernos han acreditado para los trabajos de mi mediación en la controversia sobre la zona austral.

Estoy seguro de no equivocarme, pensando que vuestros dos pueblos y vuestras más Altas Autoridades viven, como también vosotros vivís, una emoción análoga al presentir que este día bien pudiera ser - en los designios de Dios, rico en misericordia - el comienzo de la etapa final de un trabajo arduo y difícil, encaminado a fijar, de modo firme y definitivo, la paz entre vuestros dos Países, tan queridos al Papa, a fuer de católicos.

2. Es verdad que, desde que vuestros pueblos alcanzaron la independencia en el concierto internacional, no han faltado divergencias entre ellos. Es verdad que no siempre se ha verificado, en las relaciones mutuas, una completa y luminosa a tranquillitas ordinis”, expresión concisa acuñada por San Agustín para definir de manera insuperable la paz.

Pero también es verdad - y lo destaqué en septiembre del año pasado ante miembros de estas representaciones gubernamentales - que “es hermoso y consolador constatar que nunca ha habido un conflicto bélico entre los dos Países”. Se trata de un hecho singular, quizás único en la historia de las relaciones entre Naciones limítrofes. Casi me atrevería a decir que veo en ello una especial asistencia de la Providencia de Dios misericordioso.

Ante este hecho, pienso que nadie podrá encontrar infundada o carente de lógica esta consideración: si Dios ha cuidado durante este tiempo con tanto cariño el desarrollo de las relaciones entre vuestras dos Naciones, ¿cómo podríamos eximirnos nosotros de hacer todo lo que esté ahora en nuestras manos para no perder ese don inestimable de la paz, privilegio de vuestra historia común?

En más de una ocasión - y concretamente en el mensaje para la “Jornada de la Paz” del año 1979 - insistí en la necesidad de “educar a la paz”, manifestando que tal objetivo se logra también, a mi modo de ver, mediante la realización de gestos de paz, ya que “la práctica de la paz arrastra a la paz”. En aquellos días de finales de 1978 y comienzos de 1979 - tan nerviosos y tensos para vosotros y para todos vuestros conciudadanos y también tan preocupantes para mi recién estrenado corazón de Pastor común - Dios, Padre de todos, me impulsó a llevar a cabo un gesto de paz no fácil y sí audaz, arriesgado, comprometedor, también esperanzador.

622 Un gesto semejante es el que me atrevo a pedir ahora a dos Naciones, que nunca se vieron enfrentadas por la guerra, ante un mundo que, desgraciadamente, no acaba de conocer la paz y respira tantos temores y presagios de nuevas violencias. Es el gesto que pido a vuestros pueblos y, sobre todo, a los más Altos responsables de ambos Países: para estos últimos, defensores como son de los legítimos intereses nacionales, deseo la inigualable recompensa de que la Historia se acuerde de ellos también por su valentía en apostar por la paz en un momento difícil y por haber dado, de esta forma, al mundo - en particular a quienes rigen los destinos de las Naciones - el ejemplo de la cordura y de la sensatez como criterio de gobierno; criterio que no excluye la adopción de decisiones menos agradables en pro de una paz verdadera, completa, abierta al progreso y a la realización plena de una convivencia acorde con las exigencias de la fraternidad humana.

Porque me parece indudable que el gesto audaz de apostar por la paz, aunque ello pudiera comportar tal tipo de decisiones, además de evitar peligrosas exacerbaciones, mostrará a otros el camino a seguir cuando se presentan dificultades o tensiones en las relaciones internacionales y dará también frutos muy positivos en vuestros dos Países. “Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum”, afirma San Pablo; para los que aman a Dios, “todo” coopera al bien; y apostar por la paz es un modo de amar a Dios.

Por ello, no dudo en afirmar que, con la ayuda del Todopoderoso, será posible recabar un bien, aprovechando este diferendo que tanta angustia ha causado durante los últimos años. Realizando ahora gestos de paz, será, en efecto, factible alcanzar y conservar en adelante una paz más sólida y más completa que la disfrutada en épocas anteriores; una paz que represente una verdadera “tranquillitas ordinis”, en los más variados y amplios sectores de la vida de vuestros Países; una paz que lleve a estrechar y a fortificar los numerosos vínculos que os unen, en provecho propio; más aún, una paz que puede tener repercusiones beneficiosas fuera de vuestros confines nacionales e incluso de vuestro mismo continente.

3. Tras haber invocado las luces del Señor, acepté la solicitud de mediación, considerando también que la solución de vuestra desavenencia podría - debería - facilitar, además de un ordenado progreso propio, también la intensificación y el desarrollo de la cooperación y de la integración entre dos Naciones hermanas, en tantos campos posibles de actividad, a condición de que no faltare una conveniente visión de futuro.

Teniendo, como vuestras dos Naciones tienen, una indiscutible identidad radical por la lengua, por la fe y por los sentimientos religiosos, no parece al Mediador fuera de lugar el contemplar la posibilidad de extender esa comunidad sustancial - tan antigua como ellas - a otros terrenos (económicos, industriales, comerciales, turísticos, culturales...): son muy numerosas las circunstancias que lo hacen deseable y recomendable.

4. Por otra parte, esta perspectiva, que podría parecer ambiciosa, no deja de ser razonable y realizable. Basta tener en cuenta que los pueblos argentino y chileno se estiman y quieren espontánea, profunda y sinceramente; es asimismo manifiesto su deseo de convivir en un ambiente sereno de paz segura y fecunda. Ante esta realidad, que ningún observador imparcial puede desmentir, es lícito formular votos para que chilenos y argentinos vean cumplido tan humano deseo: es decir, el logro de una solución completa y definitiva del diferendo sobre la zona austral, sellada con un Acuerdo solemne de amistad perenne, asumido ante la comunidad internacional. Tal Tratado conllevaría lógicamente el compromiso de resolver cualquier posible litigio futuro por medios pacíficos, excluyendo - de por vida en ambas Naciones - el recurso a la fuerza o a la amenaza del uso de la fuerza; recurso vitando porque vicia sustancialmente cualquier solución que mediante él se crea obtener.

5. Si de esta forma la controversia sobre la zona austral viniera a servir para que los deseos profundos de los dos pueblos se cristalizaran en tales compromisos, parece al Mediador que nada mejor se podría auspiciar para esa zona que convertirla en símbolo y muestra irrefutable de la nueva realidad; lo cual, en mi opinión, se conseguiría declarándola “Zona de paz”, zona en cuyo ámbito Argentina y Chile procurarán en adelante corroborar su decisión de convivencia fraterna, descartando todo tipo de medidas o actitudes que puedan parecer menos adecuadas para el desarrollo de sus relaciones amistosas.

6. Enmarcado este litigio en un cuadro tan amplio como atrayente, creo evidente que las dificultades, que innegablemente existen para su solución, al quedar iluminadas por los beneficios que de ésta se han de seguir, pierden valor e importancia. Al mismo tiempo, se hace, por ello, más imperioso el lograr cuanto antes un arreglo definitivo.

En fin de cuentas, pienso que es necesario valorar esta controversia en comparación con el conjunto de posibilidades de cooperación a que antes me he referido y de otras posibilidades que vosotros podréis descubrir. Sería así un tema que tendría menor relevancia, al encuadrarlo en un proyecto de dimensiones ambiciosamente totalizadoras, que mira al futuro. Por ello, sería poco razonable valorar desproporcionadamente lo que pudiera obstaculizar o comprometer tamaño bien.

En este contexto, opino que posibles limitaciones de las naturales, comprensibles y respetables aspiraciones, referidas a aquélla zona geográfica, difícilmente podrían alcanzar una entidad tal que justificaran válidamente la no aceptación de las sugerencias y consejos encaminados a la solución de la controversia y el consiguiente fracaso de esa integración, que desde hace tiempo es objeto de negociaciones y de muy lógicos deseos.

En otras palabras: si la solución de este problema está llamada a abrir paso a un espléndido desarrollo en beneficio de las dos Naciones, bien vale la pena consagrar a esa solución la mejor buena voluntad: las consecuencias ventajosas harían, sin duda, olvidar todo lo demás.

623 7. Más de una vez he dicho - recordando palabras del primer Acuerdo de Montevideo - que la solución debe ser al mismo tiempo justa, equitativa y honrosa. En efecto, tales son las características que debe reunir un arreglo que quiera ser también verdadero y definitivo. Es preciso buscar una solución que se coloque en un plano superior, esforzándonos todos por descubrir los designios divinos, hoy en día, con respecto al marco de las relaciones generales entre vuestros Países.

Para intentar obtener este resultado, creo que es necesario enriquecer de tal forma la justicia positiva por medio de la equidad que se logre llegar a expresar lo justo natural para el momento presente; justo natural que no pocas veces los hombres no consiguen reflejar de modo perfecto en sus normas concretas.

Puedo aseguraros que al redactar esta propuesta que ahora, en mi calidad de Mediador, os he de entregar, he querido inspirarme - no podía por menos en criterios de justicia, que no puede ser lesionada, cuando se desea no dar motivos para nuevos litigios. He intentado, a la vez, anadir a esos criterios consideraciones de equidad, cuya concretización resulta - es verdad - menos fácil, pero que tampoco puede ser olvidada, cuando se busca un arreglo honroso. He querido, en definitiva, sugerir, para este diferendo, lo que los antiguos juristas romanos y también los canonistas posteriores significaron con la expresión “ex bono et aequo”; lo cual comporta que la inteligencia y el juicio humanos, valorando una serie de circunstancias de varia índole, no dejen de lado, o ignoren, el apoyo y la luz de la sabiduría divina.

Creo poder afirmar que el conjunto de las indicaciones de mi propuesta sigue también un esquema lógico y además evita expresiones que podrían parecer menos agradables a una u otra Parte. No he dejado de tener en cuenta los entendimientos alcanzados o vislumbrados durante las negociaciones bilaterales del año 1978.

Si la solución que os propongo es - como a mí me parece - justa y equitativa, difícilmente no será honrosa para ambas Partes, cualidad que todos desean en vuestras Naciones, como también nosotros todos.

8. Efectivamente, está claro que vuestros dos pueblos anhelan la paz. Lo han demostrado y repetido manifiestamente con ocasión de los recientes Congresos Nacionales, Eucarístico y Mariano, celebrados en Chile y en Argentina con gran participación de fieles. En sus oraciones, estos católicos, guiados por las respectivas jerarquías eclesiásticas, han reservado una intención muy especial para el éxito de esta Mediación. Estoy seguro de que no cejarán en sus plegarias, sobre todo ahora que estamos entrando - al menos éste es mi deseo - en la fase conclusiva de nuestros trabajos.

Tengo la convicción de que toda la opinión pública de vuestros Países - tan interesada en este problema - no dejará de ayudar y de sostener a quienes, en razón de sus altas funciones, corresponde tomar decisiones adecuadas en las próximas semanas.

Por mi parte, considero una obligación dar testimonio de la diligencia y de la firmeza con que las Autoridades de ambas naciones, y todos los que aquí las han representado, han expuesto y defendido lo que consideraban patrimonio de sus respectivas patrias, con documentación abundantísima y muy variados argumentos, ilustrados en centenares de conversaciones. Creo que nadie - ahora o en el futuro - debiera sentirse autorizado a reprocharles dejadez o ineptitud en la defensa de los legítimos intereses nacionales, a pesar de que el acceder ahora a mis sugerencias y consejos pueda comportar una modificación de las posiciones por ellos mantenidas. Quede siempre tranquila su conciencia tras haber cumplido cuidadosamente el propio deber.

9. Al comienzo de mis palabras os participé mi emoción ante este encuentro. No puedo terminar sin comunicaros que mis sentimientos - mis presentimientos se convierten en fundadas esperanzas al constatar, no sin ver en ello un signo de la Providencia, que nuestra reunión de hoy, y lo que en ella se trata, se está desarrollando bajo la mirada, amorosa y alentadora, de la Virgen Santa, Nuestra Señora de Guadalupe: hoy es su fiesta y con ella comienza el año jubilar que recuerda las célebres apariciones de diciembre de 1531. ¿Cómo no va a ofrecernos su apoyo y toda su protección Aquélla a quien vuestros pueblos han dado el título de Emperatriz de las Américas?

¿Cómo no va a escuchar María Santísima las oraciones de sus hijos argentinos y chilenos, que con tanto cariño y con tanta confianza a Ella acuden en Luján y en Maipú?

Con afecto de hijos y con un corazón henchido de esperanza, pidámosle que nos procure la paz.

624 Ella, que en Belén oyó el canto de paz de los ángeles, nos conceda que desde ahora - y no solamente durante las próximas Fiestas navideñas - ese maravilloso himno no deje de escucharse - como anhelo, como consigna, como compromiso, como firme propósito, como testimonio de una nueva realidad - en vuestras Naciones, que se precian una y otra con el título de “tierra mariana”.

Y que ese canto se haga oración: ¡María, Madre nuestra, Reina de la Paz, haz que nuestros espíritus rebosen de deseos de paz y que éstos se traduzcan en obras de paz, para que a todos nos alcance la bienaventuranza prometida por tu Hijo, Príncipe de la Paz!

10. Con estos sentimientos, con esta esperanza y también - ¿por qué no confesarlo? - con un cierto temblor, que probablemente vosotros mismos sentís, os entrego, Señores Ministros, en forma reservada, el texto de mi propuesta, de mis sugerencias, de mis consejos. Estoy seguro que vuestros Gobiernos lo examinarán con serenidad.

Me gustaría que durante estas Fiestas de Navidad, Año Nuevo y Epifanía del Señor, en que los cristianos estamos invadidos por el gozo de la celebración litúrgica del misterio de “Dios con nosotros”, pudiera madurar el fruto de vuestras respuestas. A nadie sorprenderán mi esperanza y mi ilusión de que éstas sean tales que puedan abrir un buen camino para la feliz conclusión de esta controversia, ya larga y, en algunos momentos, verdaderamente angustiosa.

Por mi parte, estoy dispuesto a continuar mi actuación como Mediador hasta la estipulación de un acuerdo final. ¡El Señor me conceda también poder amparar su fiel ejecución!

¡A vosotros, a vuestras Naciones y a todos vuestros conciudadanos, a vuestros Gobernantes, mis fervientes votos de paz; de paz verdadera, completa y definitiva; de paz que alcance y llene de alegría a todos los queridos hijos de vuestros Países y se traduzca también en frutos más logrados de respeto mutuo, de convivencia fraterna y de bienestar cristiano en la vida diaria de vuestras Naciones! ¡Con mi cordial Bendición Apostólica!





SALUDO DE JUAN PABLO II A LOS


REPRESENTANTES DE LA ESTAMPA INTERNACIONAL


PRESENTES EN LA AUDIENCIA CON LAS DELEGACIONES


DE LOS GOBIERNOS DE CHILE Y ARGENTINA


Viernes 12 de diciembre de 1980



Un saludo cordial a los aquí presentes, que trabajáis en los medios de comunicación social: periodistas, fotógrafos, reporteros de televisión...

Os habéis reunido hoy aquí para dar testimonio de un grande acontecimiento. No se trata todavía de la feliz conclusión, que todos deseamos, de mi obra de mediación en el diferendo sobre la zona austral. No se trata del final, pero Dios quiera que sea un paso decisivo hacia el mismo.

Acabo de entregar, en forma reservada, a los Señores Ministros de Relaciones Exteriores de Argentina y de Chile —de esas dos queridas Naciones de América del Sur— el texto de mi propuesta para la solución de la controversia que, desde hace tiempo, obstaculiza las buenas relaciones entre los dos Países. En ese texto he recogido sugerencias y consejos para lo que podría ser —a mi juicio— una solución definitiva, que elimine toda incertidumbre para el futuro. Si, como deseo, mi propuesta fuera aceptada, no habría más motivos de divergencia, de ahora en adelante, en la zona austral.

A vosotros, queridos informadores que debéis colaborar en la obra de la paz, corresponde ahora la noble y elevada tarea de ayudar a los Responsables de los Países para que puedan tomar las decisiones adecuadas, en un ambiente sereno, con valentía y con cordura. Ya el año pasado, hablando a las Delegaciones de ambas Naciones, exalté vuestro cometido: vosotros tenéis en vuestras manos los medios de comunicación social y podéis hacer un gran bien. Os pido que lo hagáis. ¡Que el Señor os bendiga en vuestra tarea!

625 También yo os bendigo e invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestra bella profesión, sobre vuestro humano servicio, la protección bondadosa de la Virgen Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de las Américas, cuya fiesta celebramos hoy.






A LOS REPRESENTANTES DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL


DE ASOCIACIONES CONTRA LA LEPRA



Sábado 13 de diciembre de 1980




Queridos amigos:

1. Me siento verdaderamente feliz por este encuentro con vosotros, delegados de la Federación Internacional ILEP. En vosotros saludo también a todas aquellas personas que, con generosa sensibilidad, han hecho suya una noble causa a la que dedican diariamente sus energías mentales y afectivas. Vuestra Federación de Asociaciones Antilepra, que incluye las Asociaciones de veintidós países industrializados y que trabaja en estrecha colaboración con ocho países donde la lepra es endémica, lleva a cabo la laudable tarea de afrontar el problema de esta enfermedad en forma organizada; gracias a una adecuada coordinación de iniciativas y esfuerzos, se preocupa de evitar despilfarras y dilaciones.

Aprovecho esta ocasión para haceros ver lo feliz que me siento de poder comunicaros lo mucho que aprecio las altas miras que inspiran vuestra labor. Estoy también contento por poder dirigiros una palabra de ánimo para que sigáis adelante con la tarea que habéis comenzado. Yo mismo he podido comprobar personalmente la obra desplegada para combatir esta enfermedad: pude visitar algunas leproserías durante mis visitas pastorales a África y a Brasil. Si confiamos en las estadísticas, que nos dicen que actualmente sólo el veinte por ciento de las personas afectadas por la enfermedad de Hansen reciben tratamiento médico, nos damos cuenta que los esfuerzos a desplegar son aún considerables. Todavía hay en el mundo millones de seres que sufren, que se encuentran abandonados y que deben apañárselas como pueden, quedando expuestos así a las consecuencias de una enfermedad que generalmente ofrece poca resistencia a una terapia adecuada. Se trata de un hecho que no puede escapar a la conciencia de cualquier persona con sentimientos cristianos, o meramente humanos.

2. Desarrolláis vuestras actividades de acuerdo con una estrategia internacional que trata de examinar todas las necesidades de la gente afectada, tanto a nivel sanitario como económico y social. De cara a este plan, y en armonía con los programas elaborados por la Conferencia Alma Ata de la Organización mundial de la Salud, os habéis impuesto la tarea de desarrollar vuestra contribución al nivel de "medicina básica", que cuenta con la responsable participación de las comunidades a las que va dirigida vuestra asistencia en las tareas de prevención y cura.

Lucháis también por ir más allá de cualquier tipo de terapia que suponga el aislamiento de los enfermos. Mediante la previsión de servicios móviles adecuados, es posible de hecho ofrecer a los pacientes el tratamiento necesario, permitiéndoles así que permanezcan con sus familias y continúen en su trabajo.

Es fácil percibir las ventajas de esta forma de proceder: además de ahorrar a los enfermos la experiencia siempre traumatizante del aislamiento, ayuda a vencer los viejos prejuicios y los miedos injustificados que todavía existen en algunos sectores de la sociedad. Si queremos hacer más efectivas las distintas formas de combatir la lepra que están siendo utilizadas providencialmente en el mundo, debemos disipar todas las supersticiones que hay en torno a ella.

3. Las Asociaciones incluidas en vuestra Federación, así como el resto de organizaciones que trabajan en este campo, están dirigiendo sus esfuerzos al ámbito de la investigación científica. Estos estudios, algunos de ellos muy prometedores, apuntan en numerosas direcciones: estoy pensando en las investigaciones realizadas sobre el bacilo de la enfermedad de Hansen, que tratan de determinar su exacta composición bioquímica, de identificar con mayor precisión sus características, de medir la eficacia de nuevos fármacos y de producir lo más pronto posible una vacuna antilepra.

La financiación de esta investigación, así como la producción de fármacos ya conocidos, muy rápidos y efectivos, pero también muy costosos, exige unos recursos económicos considerables. Los fondos con los que podéis contar no son suficientes para hacer frente a estas exigencias. Con razón os comprometéis en un esfuerzo cada vez más intenso por alertar y sensibilizar a la sociedad, con el propósito de llevar a cada hogar el grito de tantos hermanos y hermanas que, simplemente porque están enfermos, se hallan condenados a una existencia de segregación y embrutecimiento.

Me siento feliz de poder animaros en esta campaña tan humanitaria. Y no puedo dejar de expresar mi esperanza en que la generosidad de los esfuerzos individuales correrá parejas con el empeño de las Organizaciones Internacionales y de los Gobiernos, de tal forma que se logre una victoria total y duradera en esta esperanzadora batalla.

4. Esta esperanza, que no puede dejar de recibir el apoyo de toda persona de buena voluntad, resuena de forma especial en los corazones de quienes reconocen en Cristo al Hijo de Dios, que mediante el amor se convirtió en hermano de todo ser humano. ¿Cómo puede un cristiano dejar de sentir el desafío de esta afirmación tan dura: "Cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo" (Mt 25,45)?


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