Discursos 1980 626

626 La Iglesia se está preparando para revivir, en el misterio de la Navidad, el maravilloso acontecimiento de la entrada en la historia humana de la Palabra hecha carne. Fue un acontecimiento marcado por la pobreza y el rechazo, por la hostilidad de algunos y la indiferencia de la mayoría. Desde la cuna, en la que yacía rodeado por simples pastores (una categoría reconocida como "impura" por la sociedad de aquel tiempo), el Hijo del Hombre pregunta a cada uno de los creyentes cuánto está haciendo, él o ella, por combatir no sólo el bacilo de la enfermedad de Hansen, sino también el bacilo de tantas otras formas de lepra, que se originan y se desarrollan en el contagioso bacilo del egoísmo.

Que la contemplación de este prodigio del amor de Dios sirva para fomentar en los corazones de los fieles renovadas decisiones de solidaridad fraterna; que a todos os proporcione el consuelo de experimentar una vez más la verdad de aquel "dicho" que San Pablo nos ha conservado: "Hay más dicha en dar que en recibir" (
Ac 20,35). Con estos buenos deseos, invoco gustosamente la abundante bendición de Dios Todopoderoso sobre vosotros, vuestros colaboradores y cuantos contribuyen en vuestra tarea con sus generosas aportaciones.






A UN GRUPO DE DEPORTISTAS


Sábado 13 de diciembre de 1980



Queridísimos dirigentes y jugadores del "Sporting Club" de Pisa:

1. Os estoy sumamente agradecido por esta visita y os dirijo con gran alegría mi saludo más cordial. Traéis aquí, a la casa del Papa, vuestra juventud, vuestra vitalidad, vuestros ideales de competición y deporte; y yo os abro mis brazos para acogeros con afecto y aseguraros que la Iglesia y el Papa os aman y os siguen con solicitud y ansiedad, al igual que se interesan por todo grupo de personas, a fin de indicar a todos los caminos de la felicidad verdadera y de la salvación.

Vuestra presencia me lleva con el pensamiento a vuestra célebre ciudad, conocida en el mundo entero, acostada dulcemente en la desembocadura del Arno, famosa por sus hechos históricos, por las alusiones literarias y por los ejemplares del arte y la ciencia; pero sobre todo, pues sois deportistas, vuestra grata presencia me induce a reflexionar un momento sobre la importancia y belleza del deporte.

2. Todo tipo de deporte lleva en sí un patrimonio rico de valores que deben tenerse en cuenta siempre a fin de ponerlos en práctica: el adiestramiento a la reflexión, el adecuado empleo de las energías propias, la educación de la voluntad, el control de la sensibilidad, la preparación metódica, la perseverancia, la resistencia, el aguante de la fatiga y las molestias, el dominio de las propias facultades, el concepto de la lealtad, la aceptación de las reglas, el espíritu de renuncia y de solidaridad, la fidelidad a los compromisos, la generosidad con los vencidos, la serenidad en la derrota, la paciencia con todos...: son un conjunto de realidades morales que exigen una verdadera ascética y contribuyen eficazmente a formar al hombre y al cristiano.

Por todo ello os exhorto a vivir vuestro afán e ideal deportivo según las exigencias de estos valores, a fin de ser siempre en la vida personas rectas, honradas y equilibradas que inspiren confianza y esperanza.

3. Además, el tiempo litúrgico de Adviento y la solemnidad de Navidad me brindan la grata oportunidad para desearos de corazón el gozo íntimo que nace de esta conmemoración siempre dulce y conmovedora. Es el gozo que nace de la certeza traída por Jesús con su nacimiento en Belén. La Navidad nos dice que estamos inmersos en un designio inteligente y amoroso de la Providencia que reclama nuestra fe y nuestro amor, y a través de las tribulaciones de la vida nos hace sentir la nostalgia de lo eterno para el que hemos sido creados.

Este es el gozo que os deseo a todos y a vuestros seres queridos en la próxima Navidad, a la vez que os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica para que os acompañe siempre.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE ÓPTICOS Y OPTÓMETRAS DE DIVERSAS NACIONES


Domingo 14 de diciembre de 1980


627 Distinguidos señores,
queridos hermanos:

Me siento feliz al recibiros, miembros de la Federación nacional de Opticos-Optómetras de Italia, que juntamente con los presidentes de otras muchas naciones, pertenecientes a la "International Optometric and Optical League" y al "Groupement des Ópticiens du Marché Commun Européen", habéis querido rendir homenaje al Vicario de Cristo.

Os doy las gracias por esta visita, que me ofrece la ocasión de manifestaros estima y aliento por el servicio público que prestáis en el importante sector en que trabajáis. Expreso, en particular, mi gratitud al señor cardenal Giovanni Colombo, por haberos acompañado tan gentilmente en este encuentro.

1. Con satisfacción he tenido conocimiento del congreso que os ha reunido aquí, en Roma, no sólo para conferir diplomas de fidelidad al trabajo, sino también y sobre todo para actualizar y perfeccionar vuestros conocimientos y técnicas, a fin de ofrecer prestaciones e instrumentos ópticos cada vez más adecuados para corregir defectos del aparato visual y, posiblemente, prevenirlos.

Estoy seguro de que la conciencia del bien inestimable que la vista representa para el hombre, os sirve de estímulo para atender a quienes requieren vuestro trabajo cada vez más especializado y, al mismo tiempo, os sirve de incentivo para una relación humana que, más allá de los aspectos puramente comerciales, tiene muy en cuenta el profundo respeto que se debe a toda persona. Pensando en este gran don, que el Señor le ha dado, al dotar a la persona de este admirable órgano, ante el cual palidecen incluso los más perfectos y sofisticados aparatos inventados por la ciencia, vosotros os daréis cuenta, sin duda, de la delicadeza de vuestra profesión y sabréis valorar sus consecuencias humanas y sociales. Efectivamente, los ojos y la vista son bienes tan preciosos, que el común lenguaje popular ha hecho de ellos como un término de comparación suprema. Más aún, la Sagrada Escritura no duda en ponerlo como parámetro para más altas consideraciones: "Lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas" (
Mt 6,22 cf. también Lc Lc 11,34). Hay incluso pasajes bíblicos, en los cuales se confiere a los ojos una luz profética: "Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, porque yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron" (Lc 10,23).

2. Ante un valor tan excelente, como el de la vista, vosotros tendréis ciertamente cuidado de unir la seriedad de vuestra profesión con una profunda rectitud moral que os hará evitar todo lo que pueda perjudicar de cualquier modo la serenidad de los que ponen en vosotros su confianza. No la traicionéis jamás, sino comprometeos siempre generosamente en esta delicadísima forma de servicio, que es vuestro trabajo.

Y al realizarlo, inspiraos siempre en el divino Artesano de Nazaret, a quien en estos días de Adviento la Iglesia se prepara a celebrar en el misterio de la Navidad.

3. Queridísimos hermanos: Al confiaros estos pensamientos y estas exhortaciones, os diré, en una palabra, a modo de conclusión: tened siempre esta sensibilidad cristiana en vuestra actividad; no os desaniméis ante las dificultades que podréis encontrar y, sobre todo, imprimid en vuestro servicio un timbre hecho de nobleza de alma, que os hará dar el primado a las personas sobre las cosas (cf. Dives in misericordia DM 11).

Mientras invoco del Señor, por intercesión de Santa Lucia, vuestra celeste Patrona, copiosas gracias divinas, gustosamente imparto ahora, a vosotros y a vuestros seres queridos y a los colegas, la propiciadora bendición apostólica, en señal de mi benevolencia.






AL SR. SALOMON RAHATOKA, NUEVO EMBAJADOR


DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DE MADAGASCAR


ANTE LA SANTA SEDE*


Lunes 15 de diciembre de 1980

628 : Señor Embajador:

La presencia de Su Excelencia en esta casa, en la que le acojo con alegría en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Democrática de Madagascar, constituye una ocasión privilegiada para felicitarse por los estrechos vínculos que unen a la Santa Sede y a la Gran Isla, y quiero darle las gracias por sus palabras, que tan oportunamente han subrayado toda la riqueza de dichos vínculos.

He escuchado con emoción cómo evocaba la valentía de los cristianos malgaches durante el siglo pasado, e iba pensando en el ejemplo que nos han dejado a todos. Es cierto que, desde entonces, las condiciones del mundo, al igual que las de su país, han evolucionado considerablemente. El porvenir de la paz parece amenazado, los derechos del hombre se hallan en peligro por doquier y es difícil la comprensión entre los países favorecidos y los que lo son menos. Esta situación requiere una vez más hombres capaces de dar pruebas de determinación y de coraje, convencidos de que la dignidad del hombre está, antes que nada, en su alma. Le expreso, pues, mi gratitud por el panorama que ha bosquejado sobre las actividades de la Iglesia en su país, en cuyo progreso participa ella con empeño.

Lo que la Iglesia trata de llevar a cabo con resolución es el servicio al hombre en su totalidad. Se esfuerza, sobre todo, por preservar y afinar su intuición de los valores espirituales, componente tan notable de la civilización malgache. La Iglesia le ayudará a reafirmar su sentido comunitario haciéndole percibir, en el marco de los deberes de justicia social e internacional, la exigencia más profunda todavía de misericordia, tal como lo he recordado en mi Carta Dives in misericordia. Le ayudará también a que crezca en él la pasión por la búsqueda de la verdad, pero también por la de la tolerancia, cualidades que pertenecen por naturaleza, podría decirse, al temperamento malgache. Esto es lo que persigue la Iglesia católica; en esta obra colabora gustosamente con las otras comunidades cristianas, como usted mismo lo ha señalado. Este espíritu, cada vez más compartido, debe permitir a todos los hombres de buena voluntad, en el conjunto de la nación, unirse para promover de manera constructiva y desinteresada la noble causa del hombre.

Su pueblo tiene una responsabilidad especial en el ámbito internacional, entre otras cosas por su situación en el Océano Indico. Las relaciones que vinculan mutuamente a los pueblos siguen siendo muy delicadas en razón de las diferentes opciones y de los intereses económicos divergentes. La Santa Sede, por su parte, trata de impregnarlos de los valores morales y espirituales necesarios. Quiere contribuir al servicio a los hombres, no solamente en sus necesidades materiales, sino en sus necesidades espirituales y en su apertura a Dios. No desechará ningún medio que pueda contribuir a la promoción de este ideal, al que han estado vinculadas todas las grandes civilizaciones, y, con una fidelidad especial, me consta, la de su querido país.

Tal es el empeño situado en el corazón mismo de la inmensa tarea que incumbe a las naciones y a los que han recibido la misión de guiarlas, tarea tremenda en muchos aspectos. Y ésta es la razón por la que le ruego transmita a Su Excelencia, el Señor Didier Ratsiraka, Presidente de la República Democrática de Madagascar, mis más fervientes votos por él mismo, por sus colaboradores y también por todos los malgaches. ¡Que, con la ayuda de Dios, puedan gozar de la paz, avanzar con seguridad por el camino del progreso, con el afán de la participación activa de todos, a fin de poder interpretar en el mundo un papel digno de la gloriosa civilización de la que ha surgido la nación malgache!

En cuanto a usted, Señor Embajador, sepa que siempre será bien recibido en la Santa Sede, a fin de ser ayudado en su importante misión, por el éxito de la cual le hago partícipe de mis mejores deseos.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1981 n. 5 p.15.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS MISIONEROS DE ÁFRICA


Lunes 15 de diciembre de 1980



Muy queridos hermanos en Cristo:

1. Muy contento de poder recibiros al término del XXII capítulo general de vuestra Sociedad, dirijo un cordial saludo a cada uno de vosotros y a los 3.500 padres y hermanos a quienes vosotros representáis. Permitidme saludar de modo particular al querido padre Jean-Marie Vasseur, que acaba de dar fin a su mandato de superior general, y ofrecer a su sucesor, el padre Robert Gay, a quien acabáis de elegir, mis fervientes deseos de un fructífero servicio a vuestra familia misionera.

629 Si el gran cardenal Lavigerie, que os fundó en 1868, pudiese reaparecer entre vosotros, me parece que os arengaría con el mismo ardor evangélico: "Sed apóstoles, y nada más...". Esta consigna, breve y penetrante, es siempre de actualidad. En nombre de la Iglesia, como un eco de vuestro fundador, os lo digo encarecidamente: "Sed apóstoles, y nada más...". Por otra parte, ésta es la perspectiva en la que se ha movido vuestro capítulo. Vuestros espíritus y vuestros corazones están empapados de las convicciones del cardenal, que quería apóstoles de corazón ardiente y profundamente enraizados en la vida espiritual. Respecto a este último punto, conozco los esfuerzos llevados a cabo desde hace seis años por el consejo general. El ha creído oportuno favorecer los retiros ignacianos y las sesiones bíblicas en la misma Jerusalén, lugar adonde Lavigerie había enviado ya a los padres blancos para que trabajasen en el servicio de las Iglesias del Próximo Oriente; vuestros hermanos siguen trabajando allí en una perspectiva ecuménica. Estos esfuerzos impulsores dan, y darán cada vez más a vuestras comunidades, un dinamismo y una transparencia evangélicas. ¡La Iglesia tiene tanta necesidad de apóstoles infatigables y llenos de Cristo!

2. Desde su fundación, vuestra Sociedad es un instituto misionero; ella contribuye, junto con otras, a la gran obra de la evangelización de los pueblos, que es "la misión esencial de la Iglesia" (Evangelii nuntiandi
EN 14). Podemos imaginar la felicidad del cardenal Lavigerie, si hubiese conocido los estudios y las experiencias misioneras de nuestra época, así como los documentos de la Iglesia, que son, al mismo tiempo, sus sabrosos frutos y sus normas indispensables. Citemos solamente la Exhortación Evangelii nuntiandi, que nos recuerda precisamente que la evangelización es la vocación propia de la Iglesia (cf. núm. Nb 14), y que "evangelizar, para la Iglesia, es llevar la Buena Nueva a todos los medios de la humanidad y, con su impacto, transformar desde dentro, renovar la humanidad misma..." (ib., 18). ¡Que esta Exhortación sea para vosotros programa y luz en vuestro camino! Vuestra tarea particular ha sido y sigue siendo la evangelización del mundo africano. Por este motivo, vuestra Sociedad ha dirigido siempre una atención especial a los creyentes del Islam. La Iglesia se alegra de ello y os anima a que llevéis adelante las tareas que con tanta competencia realizáis al servicio del mundo musulmán; tareas de diálogo y testimonio, tan importantes en años venideros. Precisamente con esta finalidad eminentemente pastoral, la Santa Sede os ha confiado el "Pontificio Instituto de Estudios Árabes", a fin de permitir que clérigos y laicos se perfeccionen en la lengua y la literatura árabes, así como en el conocimiento de la religión y de las instituciones del Islam. La epopeya africana de los padres blancos es un hecho. Es necesario releerla con una gran comprensión de las circunstancias que la han visto nacer y desplegarse, con respeto y agradecimiento a vuestros antecesores. Yo mismo, durante mi viaje pastoral a África, me he detenido en la tumba de antiguos misioneros de Kisangani, en el Zaire. En mi oración estaban presentes las generaciones de padres blancos que entregaron cuerpo y alma al anuncio del Evangelio en África. Permitidme añadir que la Iglesia os expresa públicamente sus vivas felicitaciones y su agradecimiento por toda esta tarea realizada desde hace más de un siglo.

3. Pero vuestra tarea no ha terminado. Precisamente, en el curso de este XXII capítulo general, habéis considerado atentamente todos juntos las necesidades actuales, e incluso urgentes, del continente africano, que afirma cada vez con más fuerza su identidad cultural y su voluntad de crecimiento en el plano socio-económico. Vosotros no podréis desarrollar vuestra tarea de evangelizadores si no os prestáis al diálogo con los otros creyentes y si no tomáis en consideración las necesidades, a veces apremiantes, del desarrollo africano (cf. Evangelii nuntiandi EN 31 y siguientes). Pero también tenéis Una gran responsabilidad respecto a las Iglesias locales, que todavía no tienen suficiente número de sacerdotes y animadores. ¡Cuántos obispos dirigen a la Sede Apostólica de Roma llamamientos urgentes y conmovedores! Permaneced al lado de estas jóvenes Iglesias y buscad cada vez más vuestro estilo de corresponsabilidad de cara a ellas. Continuad también colaborando en la acción conducida por las diócesis de Europa —lo he constatado durante mis visitas pastorales a Francia y Alemania— en favor de los trabajadores y los estudiantes africanos que vienen temporalmente a este continente. Esta prolongada consideración de vuestro campo de apostolado ha hecho nacer, a lo largo de las semanas de estudios y de oración de vuestro capítulo, un "proyecto apostólico común". Ahora vais a aplicarlo con la seriedad y el dinamismo que os caracterizan. Pero para preparar con realismo el porvenir, os esforzaréis evidentemente en formar evangelizadores. Desde siempre, vuestra Sociedad se ha propuesto el objetivo de preparar a las Iglesias locales de África para que sean, a su vez, misioneras. Les habéis ayudado mucho a hacerse auténticamente africanas, formando —por vuestra parte— un impresionante número de sus sacerdotes y de sus obispos. Pero hay también africanos que desean llevar la Buena Nueva a otros países distintos del suyo. Incluso hay otros que, al igual que ayer, desean ser miembros de vuestra Sociedad misionera. Es una buena ocasión para el apostolado. Estos sacerdotes y hermanos africanos heredarán vuestra tradición misionera y podrán vivir en comunidades que, con el tiempo, llegarán a ser interraciales y, al mismo tiempo, internacionales.

4. Vosotros sois hombres de Iglesia, misioneros y apóstoles. Esto constituye vuestra propia identidad y la fuente de vuestra alegría. Quiero subrayar una vez más que vosotros habéis querido vivir siempre vuestra vocación, ya desde los orígenes de vuestra Sociedad, en comunidades que testifican que los prejuicios de raza, de clase, de nación y de cultura pueden ser superados por el Reino de Dios. A partir de ahí vivís vuestra consagración a la misión. A partir de ahí queréis avanzar por el camino de una vida espiritual profunda, donde los valores de la pobreza, de la castidad y de la obediencia encuentren todo su sentido, ya seáis sacerdotes o hermanos. Mantener y construir ese tipo de comunidades de padres blancos es un objetivo prioritario de vuestra Sociedad en años venideros. El Papa se alegra profundamente y os anima de todo corazón. La Iglesia y el mundo de hoy tienen una necesidad absoluta de estas comunidades en las que el compartir y la comunión no sean meras palabras, sino realidades vividas día a día, con humildad y entusiasmo. ¿Es necesario añadir que tales fraternidades serán, por sí solas, una llamada a los jóvenes e incluso a los adultos de todos los países para que entren a formar parte de vuestras filas y; tomen el relevo? Estoy convencido de que el proyecto de poner su existencia entera al servicio exclusivo del Reino es algo capaz de seducir el corazón de los jóvenes, tanto hoy como ayer, y de conducirlos a África para trabajar en colaboración con las "Iglesias hermanas", como me gusta llamarlas. ¡Liberémonos todos de nuestros estados de ánimo y de nuestras reacciones demasiado subjetivas! Ninguna Iglesia debería replegarse sobre ella misma. ¡Hoy es, más que nunca, la hora de la misión!

Por esto, nuestras más hermosas resoluciones no son suficientes. Tenemos una gran necesidad, como en los primeros días de la Iglesia, de la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Invocando estas gracias sobre vuestra Sociedad, soy feliz de poder impartiros, a vosotros y a todos los padres blancos que viven y trabajan por el Reino de Dios, en la paciencia y la esperanza, en África y en el mundo, mi afectuosa bendición apostólica.





DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN`PABLO II


AL SR. ANWAR SABRI ABDUL RAZZAK


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE IRAK ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 18 de diciembre de 1980

: Señor Embajador:

Supone para mí una gran satisfacción poder dar la bienvenida a Vuestra Excelencia como representante diplomático de su noble país. Me consta que sus buenos deseos y su talento contribuirán a fortalecer aún más los lazos de amistad existentes entre la República de Irak y la Santa Sede. Agradezco los saludos que me transmitís de parte de Su Excelencia el Presidente Saddam Hussain y os ruego que le comuniquéis mis sinceros deseos de bienestar para él y para el pueblo iraquí.

La gracia que, en este momento, con más fervor solicito de Dios para vuestro pueblo, y para todos los pueblos de la tierra, es la bendición de la paz. La paz es una bendición fundamental, que abarca todo. Donde falta la paz, falta un elemento básico de la felicidad humana y muchos de los otros elementos decrecen o quedan destruidos. Es una bendición de tal valor que deberíamos estar dispuestos a cualquier tipo de sacrificio en orden a conseguirla y a conservarla. La paz beneficia a todos y confiere honor a quienes la buscan, y todos tenemos el deber de trabajar por ella con dignidad, pero también con constancia y valor.

Espero, por tanto, con ansiedad que las dos partes del conflicto entre Irak e Irán muestren una clara disposición a llegar a una negociación basada en la justicia y en el respeto mutuo. Distinguidos estadistas del campo internacional se están preparando a iniciar tales negociaciones. Confío en que su misión tenga éxito. Pido a Dios que les conceda fortaleza y sabiduría, y que prepare los corazones de todos los implicados en el conflicto para aceptar esa gran bendición que es la paz. Que la gente de estos dos países, tan queridos para mí, actúen de acuerdo con las palabras "Construye la paz entre los hermanos, y teme a Dios para que se te muestre misericordia", y que gocen de la gracia y del favor del Omnisciente Señor de la humanidad.

Los católicos de vuestro país están preparados en todos los aspectos para actuar plenamente como ciudadanos, pues no hay contradicción alguna entre ser cristiano y ser un miembro leal a la propia nación, ya se pertenezca a un país árabe o a cualquier otro país. Ellos están deseosos de contribuir, de la mejor forma posible, al progreso material y espiritual, lo mismo en estos tiempos difíciles para Irak, que en circunstancias favorables. Mencionaría también la valiosa tarea, a veces irreemplazable, realizada por religiosos y religiosas no iraquíes en distintas instituciones católicas. Confío en que puedan llevar adelante su obra, dedicada al bien no sólo de sus hermanos cristianos, sino de otros muchos ciudadanos de Irak.

630 Que toda la gente de Irak goce pronto de la paz y de las bendiciones que de ella se desprenden. Este es el deseo de toda la Iglesia católica que, como dije el año pasado al dirigirme a la Asamblea General de las Naciones Unidas, "en todos los rincones de la tierra proclama un mensaje de paz, ora por la paz y educa para la paz".

Invoco también el favor divino para Su Excelencia y su propia misión, para que sirva con eficacia a la causa de la paz.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1981 n.3 p.8.






AL PRESIDENTE DE LA PRESIDENCIA


DE LA REPÚBLICA SOCIALISTA FEDERAL DE YUGOSLAVIA*


Viernes 19 de diciembre de 1980

Señor Presidente:

1. Quisiera decir antes de nada a Su Excelencia lo mucho que aprecio su visita. Ella me permite presentarle mis saludos después de su elección al elevado cargo que actualmente desempeña como Presidente de la Presidencia de la República Socialista Federativa de Yugoslavia. Recuerdo también nuestro primer encuentro, cuando representó a Yugoslavia en la ceremonia de inauguración de mí pontificado.

Durante estos últimos años, han sido numerosas las ocasiones de contactos y de conversaciones entre altos dignatarios de su país y de la Santa Sede. Evoco la más reciente: mi encuentro con el Señor Secretario Federal de Asuntos Exteriores, que acompaña hoy a Su Excelencia: tuvo lugar en julio último, al día siguiente de mi regreso de Brasil. Es natural además que su venida. Señor Presidente, reavive el recuerdo de una circunstancia análoga a la de hoy, la de la recepción del Presidente Tito por el Papa Pablo VI hace una decena de años.

Aquella visita marcó una etapa importante en la consolidación de relaciones más fructíferas entre la Santa Sede y Yugoslavia, que habían sido normalizadas a nivel diplomático algunos años antes, y al mismo tiempo en la búsqueda de relaciones leales entre la Iglesia y el Estado. Estas, cuando se fundan en el respeto de la independencia recíproca y de los derechos de cada uno, no pueden menos de suponer una ventaja tanto para la sociedad civil como para la Iglesia.

Se pudo confirmar entonces públicamente que se había ya superado todo un período ciertamente no exento de dificultades en las relaciones entre la Santa Sede y la Iglesia católica en Yugoslavia, por una parte, y las autoridades civiles, por otra. La voluntad mutua de emplearse a fondo en desarrollar positivamente el acercamiento ya realizado debía servir, entre otras cosas, para profundizar en un diálogo oportuno sobre problemas concernientes a la paz y la colaboración internacionales —a las que la Santa Sede y Yugoslavia daban, y siguen dando, una importancia particular—, y también sobre cuestiones concernientes a la presencia activa de la comunidad católica en Yugoslavia. Sobres este último punto, se trataba de asegurar cada vez mejor el espacio de legítima libertad —sin privilegios— que necesita la Iglesia para cumplir con su propio ministerio espiritual.'

Pienso que el modo en que han sido vividas las relaciones durante estos últimos años ha confirmado suficientemente las previsiones y los deseos de los protagonistas de aquel encuentro. Su visita de hoy es un signo de la determinación de proseguir en la ruta de este compromiso.

Aprovechando esta ocasión, querría reafirmar la disponibilidad de la Sede Apostólica de progresar en la misma dirección, siendo bien consciente de los resultados positivos que ulteriormente pueden derivarse de ella, gracias al esfuerzo conjunto de hombres que, animados de buena voluntad, examinan en común los diversos problemas en orden a buscar soluciones adecuadas.

631 2. Precisamente en esta perspectiva de una acción particular en favor de la paz y, al mismo tiempo, de un servicio inherente a mi ministerio apostólico, es necesario considerar la iniciativa que, como deber mío, he tomado el 1 de septiembre último de enviar el documento sobre la libertad de conciencia y de religión, acompañado de una carta personal, a Su Excelencia y a los otros Jefes de Estado de los países firmantes del Acta Final de Helsinki, con vistas a la reunión sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa que se celebra actualmente en Madrid.

Conociendo, en efecto, la importancia creciente que comporta para una paz real y efectiva, en el plano nacional e internacional, el disfrute concreto de los bienes espirituales y de los derechos inalienables de la persona humana propios de este ámbito, me ha parecido útil invitar a tan altos destinatarios a una reflexión profunda sobre el tema, en orden a favorecer en cada país una aplicación más completa y más orgánica, en la vida real, de la libertad religiosa.

La respuesta suya, que acabo de recibir, manifiesta que usted mismo y el Gobierno yugoslavo han comprendido la finalidad positiva de este documento. Según él, hay que obrar en tal modo que, en los países dispuestos a desarrollar el proceso multilateral puesto en marcha por la firma del Acta Final de Helsinki, todo ser humano vea convenientemente satisfechas sus aspiraciones naturales más íntimas de orden espiritual, en el plano individual y comunitario. De este modo se sentirá más animado, ante unas condiciones más favorables, para acortar serenamente su contribución a la realización de un mayor bienestar social para todos.

Pienso que este documento, examinado a la luz de esa perspectiva, podrá también aportar los beneficiosos efectos deseables para la vida y la actividad de la Iglesia católica en Yugoslavia, a fin de realizar cada vez más adecuadamente su misión religiosa y moral. Tales progresos no dejarían de facilitar a los católicos de Yugoslavia su aportación a la mejora y a la consolidación de la vida social.

3. Si mi iniciativa corresponde a la misión particular de la Sede Apostólica, no es menor verdad que ésta sigue estimando vivamente cualquier otra iniciativa y cualquier otro esfuerzo dirigidos a superar las tensiones y las discordias que perturban cada vez más la vida entre los hombres y entre las naciones y, consecuentemente, a reafirmar la paz y a hacer posibles mejores relaciones internacionales, en Europa y fuera de este continente. A este respecto, conozco bien los esfuerzos que Yugoslavia sigue haciendo. en el seno de diversas instancias internacionales, por preparar los caminos que permitan superar las graves dificultades que, todavía hoy, hacen tan frágil la paz mundial.

No es, pues, de extrañar que, a la vez que le aseguro que la Santa Sede no dejará de pronunciarse y de actuar en favor de un diálogo sabio, abierto y leal —considerándolo como la vía humana y justa que permitirá dar con la solución deseada de los complejos problemas que preocupan a la opinión pública mundial—, le renueve, Excelencia, mis fervientes votos para que su país continúe la acción emprendida en este sentido y que a la vez constituye el fruto de la actitud de legítima independencia que le caracteriza desde hace años.

4. Al finalizar este año de 1980, permítame, Señor Presidente, desear a toda la población de Yugoslavia, y sobre todo a usted mismo y a las autoridades federativas y locales, mis mejores votos para que el próximo año depare a todos, entre otros dones, el gozo de un constante progreso que sea capaz de satisfacer sus aspiraciones humanas materiales y espirituales. Pido al Señor que así sea, y me siento igualmente en el deber de desear una feliz fiesta de Navidad a cuantos, en Yugoslavia, comparten en la fe la alegría de su inminente celebración.

*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española 1981 n.3 p.9.






AL SR. YAYA DIARRA, PRIMER EMBAJADOR


DE LA REPÚBLICA DE MALI ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 20 de diciembre de 1980



Señor Embajador:

Es para mí una gran satisfacción recibir en esta casa a Su Excelencia en calidad de primer Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Malí ante la Santa Sede. El establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Sede Apostólica y Malí reviste efectivamente una particularísima significación, en un mundo que se mueve, la mayor parte de las veces, por motivos exclusivamente económicos. Estas relaciones, deseadas por ambas partes y realizadas a este alto nivel, ponen de manifiesto la preocupación por introducir en las alianzas internacionales el dinamismo, tan necesario, de los valores espirituales.

632 Usted ha querido evocar, Sr. Embajador, los esfuerzos que he realizado en favor de una mayor comprensión entre los hombres y las naciones. Tanto más fructuosos serán cuanto más encuentren en los pueblos una determinada concepción del hombre, de su dignidad inalienable, de su dimensión espiritual que le impide contentarse con la satisfacción de sus necesidades inmediatas, de su misteriosa vocación de apertura a Dios. ¿No está acaso esta intuición profundamente arraigada en el alma africana? Es conveniente preservarla y desarrollarla.

Una visión así no distrae de las tareas inmediatas. Al contrario, infunde en quienes las realizan un espíritu nuevo y, estoy convencido, una mayor tenacidad, sea para luchar contra la ignorancia, las enfermedades o la sequía; sea para ayudar a los individuos y a las colectividades a responsabilizarse de los medios necesarios para el desarrollo; sea, por fin, para enseñar a la juventud a orientar su sed de ideal hacia la realización de obras que sean útiles y engrandezcan a la comunidad. La colaboración internacional, por su parte, debe perseguir estos fines y trabajar sobre todo por establecer las condiciones de paz y de mayor justicia, fundadas en el respeto a la personalidad de las comunidades y de los pueblos. Por otra parte, es ésta una exigencia —aludía usted a ello hace un momento— especialmente sentida en Malí donde han de cohabitar poblaciones de orígenes diversos, que reivindican con toda justicia su pertenencia a civilizaciones antiguas y espléndidas.

De este modo podrán todos juntos hacer frente a los difíciles problemas que plantean a su país y a sus dirigentes las condiciones climatológicas, a menudo adversas, que usted recordaba. Créalo, sigo con mucha atención los trabajos emprendidos, tanto en el plano nacional como en el internacional, para hacerles frente. He ahí un campo de acción ofrecido a la solidaridad de los pueblos, qué requiere valor, magnanimidad y desprendimiento. Repito ahora las exhortaciones que a este propósito hice en mayo último en Uagadugú.

Precisamente es éste el espíritu de servicio que anima a la Iglesia católica en Malí. A través de sus obras de enseñanza y de asistencia sanitaria y social, la Iglesia, con la libertad que goza, sabe que está realizando por su parte este servicio a todos sin distinción alguna. Me felicito de poder saludar hoy, a través de usted, a los cristianos de Malí, junto con todos sus compatriotas.

En este momento mi pensamiento se dirige, efectivamente, a todos los ciudadanos de Malí y, en primer lugar, a Su Excelencia el General Moussa Traore, quien le ha designado para representar a su país ante la Santa Sede. Le ruego transmita los votos que hago por la prosperidad de Malí y por el afianzamiento de las amistosas relaciones que acaban de ser selladas oficialmente.

En cuanto a usted, Señor Embajador, es un placer ofrecerle mis mejores deseos para el éxito de su alta misión, y asegurarle que siempre encontrará aquí la comprensiva acogida que necesite. Que el Altísimo le colme, a usted y a los suyos, de sus bendiciones.

*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1981 n.7 p.11.






Discursos 1980 626