Discursos 1982 7

SALUDO DE JUAN PABLO II A LOS OFICIALES


DE LA PREFECTURA NAVAL ARGENTINA


Sábado 23 de enero de 1982



Amadísimos hermanos:

En al curso del viaje de instrucción que estáis realizando, como complemento de las enseñanzas recibidas en la Academia de la Prefectura Naval Argentina, habéis querido venir a rendir homenaje de adhesión filial al Sucesor del Apóstol Pedro en esta Sede Apostólica. Muchas gracias por vuestra visita.

Permitidme unas breves palabras para invitaros a reflexionar sobre el lema de la reciente jornada mundial de la paz: “La paz, don de Dios confiado a los hombres”. Si, en efecto, toda persona ha de dar una gran importancia a los valores trascendentes, este de la paz es uno de los que la humanidad, en medio de tantas luchas y divisiones existentes, ha de buscar con más intensidad. Por ello, como recuerdo de este encuentro, os aliento a ser en vuestra vida verdaderos artífices de paz, que contribuyáis con vuestro esfuerzo personal y comunitario a construir definitivamente una paz activamente justa y estable, tanto en el interior de vuestro país como en el concierto internacional.
Que la Madre de Dios, a la que veneráis particularmente bajo la advocación de “Stella Maris”, os ayude con su presencia maternal a vivir los ideales cristianos que su Hijo trajo a la humanidad.

Con estos deseos, imparto de corazón a todos, Oficiales, Ayudantes y Cadetes, la Bendición Apostólica, que extiendo a vuestras familias y demás seres queridos.






A LOS OBISPOS DE SEVILLA Y GRANADA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


30 de enero de 1982

Señor Cardenal y queridos hermanos en el Episcopado,

1. Es para mí motivo de verdadero gozo encontrarme hoy con este numeroso grupo vuestro, compuesto por los Pastores de la zona sur de España, y en concreto de las provincias eclesiásticas de Sevilla y Granada.

8 Sé que se trata de aproximadamente la cuarta parte de toda la querida Nación española; una zona de rica historia, cristiana y precristiana, y de venerable tradición eclesial que se remonta a la era apostólica.

Por ello, al encontrarme con vosotros en el marco de vuestra visita “ad limina”, y al pensar en las comunidades, cuyo latido de fe cristiana traéis hasta aquí, viene a mi mente aquel pensamiento paulino de tantas resonancias comunitarias: “doy gracias a mi Dios; siempre, en todas mis oraciones, pidiendo con gozo por vosotros, a causa de vuestra comunión en el Evangelio, desde el primer día hasta ahora. Tengo la confianza de que el que comenzó en vosotros la buena obra, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús”.

Son estos los sentimientos que embargan mi espíritu en este contacto personal, como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, con los Hermanos y Pastores de una parte de la grey de Cristo.

En los encuentros individuales con vosotros he ido adquiriendo un conocimiento más profundo de vuestras Iglesias locales, que me facilita el cumplimiento de aquella misión recibida del Maestro: “confirma fratres tuos”. De este modo, repasando alegrías y preocupaciones, realizaciones y esperanzas, y alentando el esfuerzo de construcción incesante de la Iglesia de Cristo, vamos caminando hacia una siempre mayor fidelidad a El.

2. El momento actual es particularmente importante para el Pueblo de Dios en vuestras circunscripciones eclesiales, ya que la situación específicamente religiosa y los factores ambientales socioculturales, económicos y políticos, plantean a la fe de vuestros fieles, y lo harán en no menor grado en el próximo futuro, múltiples desafíos a los que no podéis ser insensibles como Pastores. Ello requerirá de vosotros claros discernimientos, seguras opciones tomadas desde el Evangelio e iniciativas valientes que sean idóneas para orientar válidamente las conciencias de vuestros diocesanos.

El camino que se abre a vuestra responsabilidad de guías del Pueblo de Dios es muy amplio. Sin duda alguna, no os faltará la gracia prometida por el Maestro a sus Apóstoles, y vuestro celo os sugerirá cada día las respuestas que habréis de ir dando a los interrogantes planteados por las almas a vosotros confiadas. En esta ocasión, quiero por parte mía limitarme a llamar vuestra atención sobre algunos puntos concretos, que juzgo especialmente oportuno señalar a vuestra solicitud pastoral.

3. Quiero ante todo referirme a la religiosidad popular, que mi Predecesor Pablo VI llamaba también “piedad popular” o “religión del pueblo”, y de la que yo mismo he tratado, haciéndome eco de las conclusiones del cuarto Sínodo de los Obispos, en la Exhortación Apostólica “Catechesi Tradendae” y en otras ocasiones.

A vuestra situación concreta pueden aplicarse tantas de las reflexiones allí contenidas. En efecto, vuestros pueblos, que hunden sus raíces en la antigua tradición apostólica, han recibido después numerosas influencias culturales, que les han dado características propias. La religiosidad popular que de ahí ha surgido, es fruto de la presencia fundamental de la fe católica, con una experiencia propia de lo sagrado, que comporta a veces la exaltación ritualista de los momentos solemnes de la vida del hombre, una tendencia devocional y una dimensión muy festiva.

Todos estos factores, que están presentes y que caracterizan en parte la religiosidad de vuestro pueblo, merecen vuestra atención continuada, respeto y cuidado – sé bien que a ello habéis dedicado vuestro estudio en varios momentos –, a la vez que vuestra incesante vigilancia, a fin de que los elementos menos perfectos se vayan progresivamente purificando, y los fieles puedan llegar a una fe auténtica y una plenitud de vida en Cristo.

De modo especial deberéis fomentar y canalizar las tres devociones peculiares, que han sido desde hace siglos, y continúan siéndolo todavía, objeto de predilección en la religiosidad popular de vuestras gentes. Me refiero a la devoción a Jesucristo en el misterio de su Pasión y en el Sacramento de la Eucaristía, así como a la devoción a su Madre Santísima en los misterios de dolor, de gozo y de gloria.

4. Íntimamente relacionada con ello, y como solución gradual de lo anteriormente indicado, quiero recomendaros aquí la necesidad de una evangelización intensa y esmerada de vuestros fieles. En los documentos antes citados y en las conclusiones de la Conferencia de Puebla, a las que tantas veces me he referido, dedicada precisamente al estudio de ese tema, hallaréis valiosas orientaciones en esta tarea.

9 Hay que tratar de obtener una evangelización que comprometa a toda la Iglesia y a todas sus estructuras, con el testimonio fiel del Evangelio, con la predicación viva y adecuada, con la liturgia de la Palabra bien preparada, con la catequesis en las parroquias, en las familias, en el ámbito de la escuela y de otras instituciones o comunidades, con una activa presencia en el importante campo de los medios de comunicación social que pueden multiplicar tantos esfuerzos, con el contacto personal y con la intensa preparación a los Sacramentos y a su debida celebración.

Así podrá lograrse que la religiosidad popular vaya siendo robustecida en sus elementos válidos y completada en su conjunto, de tal modo que se llegue a la solidez de la vida cristiana.

5. Para que esa evangelización deseada pueda ser una realidad cada vez más consoladora, habréis de cuidar con particular diligencia a los agentes evangelizadores, que comparten con vosotros esa tarea: los sacerdotes, religiosos, religiosas y demás personas consagradas por título especial al Señor en la Iglesia.

Por ello, afrontad con firmeza y comprensión las situaciones difíciles de vuestros sacerdotes, estad muy cercanos a ellos, para que, viviendo con alegría y fidelidad su dedicación a Cristo y a la Iglesia, superen los obstáculos que halla el ministerio en nuestro tiempo y las tentaciones que puedan insinuarse de abandono, de desilusión o falta de entusiasmo.

Tratadlos como hermanos, en amistad e intimidad verdaderas, apoyadlos en todo momento, confortadlos y hacedles sentir con vuestra actitud que ellos, además de vuestros colaboradores más preciosos, son la parcela eclesial que merece las primicias de vuestro tiempo y energías.

De modo equivalente, buscad la colaboración y apoyo de los religiosos, con vivo aprecio por su estado y en el espíritu del documento sobre las relaciones Obispos-religiosos emanado de las Sagradas Congregaciones para los Obispos y Religiosos e Institutos Seculares. Todo lo cual servirá para mejor coordinar y potenciar las fuerzas vivas de la Iglesia, con la aportación valiosa de todas las almas consagradas.

Sé que con ocasión del Jueves Santo de 1978 dirigisteis una carta especial a los Sacerdotes. Os aliento a proseguir los propósitos allí manifestados, en especial de cuidar diligentemente las vocaciones al sacerdocio, tan necesarias en vuestras diócesis y en toda la Iglesia, y de las que, gracias a Dios, se va notando ya en algunas partes de vuestra zona eclesial un prometedor incremento.

6. Otro campo, que reviste gran importancia y que puede hacer sentir su notable influjo sobre las vocaciones, es el de la familia. A ella os pido dediquéis un abnegado y perseverante cuidado, como he recientemente indicado en la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”.

En efecto, en la familia cristiana, fundada en la fe viva y en la piedad verdadera, se basan tantas esperanzas para el futuro. Por ello la Iglesia ha prestado siempre un interés singular a este tipo de apostolado, cuya importancia no ha disminuido en vuestros propios ambientes. Es más, va cobrando cada vez un lugar de mayor relieve, ya que las circunstancias externas y la nueva ordenación legal en campo civil sobre este tema, pueden resquebrajar el edificio de la unidad familiar, con no pequeño daño para la sociedad entera.

Así pues, atended con gran cuidado, e inculcadlo en vuestros sacerdotes y colaboradores, el sector de los Movimientos familiares cristianos, de espiritualidad o de apostolado. Ordenad: prudentemente la preparación remota, cercana e inmediata al matrimonio; tratad de lograr que los hogares de vuestros fieles sean de verdad otras tantas iglesias domésticas. Y a través de la familia y de la organización diocesana y parroquial, programad un intenso apostolado juvenil, que sostenga y acreciente la fe de vuestros jóvenes, verdadero tesoro de la Iglesia, como cristianos de hoy que serán los dirigentes y responsables del futuro eclesial y social.

7. Finalmente, no puedo dejar de referirme al momento difícil de la situación económico-laboral en vuestra zona. El doloroso fenómeno del extenso paro que sufre vuestra región, en el campo y en las ciudades, os exige un testimonio de iluminación y compromiso, una predicación adecuada y un empeño exigente en favor de la implantación de una mayor justicia social.

10 Y también, según las circunstancias, una llamada urgente a la comunicación cristiana de bienes, eficazmente canalizada a través de vuestras organizaciones de caridad.

Estoy seguro de que las reflexiones que se harán durante la próxima Semana Social de España, dedicada precisamente a. este importante tema, os ofrecerá elementos muy útiles para suscitar una verdadera colaboración solidaria, dentro de vuestras posibilidades y competencia, para dar una válida ayuda a la progresiva solución de este doloroso fenómeno, que siembra en muchas personas y familias de vuestra zona, de España y fuera de ella, tantas inquietudes y estrecheces, con repercusiones humanas y morales muy graves.

No dejéis, pues, de inculcar en vuestros seglares mejor dispuestos el sentido de responsabilidad que les compete en este campo para que sean artífices de promoción en la sociedad y requieran las oportunas intervenciones de los poderes públicos, sin cuyo eficaz empeño no podrá lograrse el saneamiento de una llaga social de tal entidad y extensión.

8. Son estas algunas de las reflexiones que he querido compartir con vosotros, seguro de que, como Pastores prudentes de vuestra grey, sabréis llevarlas a vuestro empeño eclesial.

En la caridad de Cristo que nos impulsa y une, recibid mi palabra de ánimo a proseguir en vuestra generosa entrega a la Iglesia. Hacedla extensiva a todos vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, almas consagradas, seminaristas, padres de familia y seglares comprometidos que colaboran en las parroquias, instituciones y asociaciones católicas.

Decidles que el Papa piensa en ellos, les recuerda en sus plegarias y se alegra de su fidelidad a la Iglesia. Sea la Madre de Jesús y nuestra la mejor abogada ante el Padre, para obtenernos de El la plenitud de vida en Cristo. Y sea prenda de ella la Bendición Apostólica que a todos cordialmente imparto.



: Febrero de 1982


A LOS OBISPOS DE ZARAGOZA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


2 de febrero de 1982



Amadísimos hermanos en el Episcopado de la provincia eclesiástica de Zaragoza:

1. Os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro, con el que culmina vuestra visita ad limina Apostolorum, que habéis preparado con tanta diligencia e iniciado con ese espíritu de sincera comunión con el Sucesor de Pedro “en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz”.

Por ello, al recibiros ahora conjuntamente, después del coloquio privado con cada uno de vosotros, os manifiesto gustosamente mis sentimientos de profunda benevolencia, que a través de vosotros extiendo a todos los miembros de vuestras respectivas comunidades eclesiales.

11 Puedo aseguraros que a ellas va con frecuencia mi pensamiento lleno de afecto y mi recuerdo en la plegaria, para que el Señor las mantenga y corrobore cada día más en su tradición de fe, que hunde sus raíces en los primeros tiempos de la era cristiana.

2. Reunidos en el nombre de Cristo y con la cercanía de vuestros fieles, que se hacen presentes en vosotros, sentimos la llamada urgente del Maestro, que nos apremia a pensar en los caminos por los que hemos de guiarlos, para que vivan del modo más pleno posible el misterio de su incorporación a Cristo, modelo de vida y meta de su existencia temporal y eterna.

Así pues, la primera reflexión que quiero compartir ahora con vosotros se refiere precisamente a esa transmisión del mensaje cristiano y a la educación en la fe de los miembros de la grey de Cristo, que la Providencia ha encomendado a vuestra solicitud de Pastores.

Bien sé que vosotros, vuestros sacerdotes y agentes de la pastoral estáis sensibilizados en este tema. Porque, en efecto, para lograr ese objetivo es importantísimo que se potencie al máximo la organización de una catequesis adecuada, empezando por las parroquias. Una catequesis orgánica y progresiva que abarque a los niños, adolescentes, jóvenes y adultos. No ha perdido actualidad ese fundamental método de apostolado, que tanto puede contribuir a la sólida formación religiosa de los cristianos, y que por ello ha sido cultivado, en el pasado, con un esmero que hay que emular y mejorar en el presente.

Una preciosa ayuda pueden prestar a los sacerdotes los religiosos, religiosas y los seglares mejor formados, que en esa transmisión de la fe a los demás han de hallar una eficaz forma de realizar las exigencias apostólicas inherentes a la propia vocación cristiana.

3. Otro campo a tener bien en cuenta en la transmisión del mensaje de salvación es el de la enseñanza de la religión en la escuela, pública y privada. No se trata de invadir esferas indebidas, sino de dar una respuesta al deber evangelizador de la Iglesia, de acuerdo con el deseo explícito de la gran mayoría de los padres, los primeros responsables de la educación de sus hijos. Un verdadero derecho original que obliga a todas las instancias, públicas o privadas, y a ejercer dentro del pleno respeto a la justa libertad de las conciencias.

Por otra parte, un auténtico derecho-deber de los padres, que han de sentir la grave responsabilidad que su misión les impone. Y que ha de comprometer asimismo a las personas e instituciones que están en contacto con ellos y a su servicio. Ahí halla su puesto importante la parroquia y la escuela.

A esa luz hay que ver el papel de relieve que sigue teniendo concretamente la escuela católica, un tipo de servicio a la formación integral de la persona humana que no ha perdido vigencia, sino que la conserva plenamente; en el actual momento histórico de vuestra región y de toda España.

4. Es lógico que, al tratar de la transmisión de la fe y de la educación completa de las nuevas generaciones, no puede prescindirse del papel insustituible que juega la familia. Más aún, es ella precisamente la que ofrece por sí misma posibilidades inmensas, que hay que valorar en toda su extensión.

Por esto mismo os aliento a potenciar en todo lo posible, a través de vuestras delegaciones diocesanas de pastoral familiar, los planes de un apostolado bien cuidado y preeminente en ese sector, siguiendo las líneas maestras que he indicado en la reciente Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”. Así podréis dar una respuesta válida a la problemática que la transformación de la sociedad española y su ordenación legal plantean en ese terreno.

5. En íntima conexión con los planes que acabo de indicar, habréis de poner igualmente las tareas de promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que en la familia sana y cristiana hallan el clima mejor para su crecimiento.

12 En este urgente y trascendental problema, sé que estáis realizando un trabajo serio a escala regional, para favorecer la respuesta de los jóvenes a la llamada del Señor. Os alabo y bendigo ampliamente en esa empresa y pido a Dios que acompañe vuestro esfuerzo. Para que nuevas vocaciones maduradas colmen los huecos que se van produciendo en el apostolado y os permitan seguir ayudando a otras porciones eclesiales más necesitadas, como celosamente habéis ido haciendo hasta hoy.

Aliento igualmente a vuestros sacerdotes y comunidades cristianas a ayudaros en esa tarea, asumiéndose la responsabilidad vocacional que les compete.

6. Vuestras diócesis tienen un predominante carácter rural, y a esa condición habréis de acomodar vuestra pastoral evangelizadora y catequética, ajustándola a las situaciones de vuestras gentes, para que eleve todos sus valores humanos y morales y responda a sus expectativas.

Conozco las ventajas y problemas, las dificultades y limitaciones que ese horizonte impone a vuestros sacerdotes y fieles. Y a ellos va mi vivo aprecio y estímulo a seguir siendo fieles a su vocación, a trabajar con entusiasmo, a renovar su entrega generosa y sacrificada a la Iglesia de Cristo, que ahí espera su testimonio de vida.

Pero el irregular crecimiento de vuestra zona comporta también, en algún caso, fenómenos de rápida urbanización, que propone desafíos a la evangelización en sectores como el obrero, el universitario y el profesional. También en esos ambientes habrá que dar un impulso a los movimientos seglares de apostolado, para asegurar una eficaz presencia evangelizadora de la Iglesia.

7. El actual momento socio-político que vive vuestra región, en el contexto más amplio de la vida de toda la Nación, no dejará de enfrentaros con una problemática nueva a la que, Pastores y guías en la fe, habréis de prestar la debida atención.

Vuestro pueblo tiene una rica historia, que tanto ha influido en la historia patria y que él justamente estima. Habrá que esforzarse, pues, para que, partiendo de una firme base religiosa, el pueblo fiel se exprese coherentemente en actitudes prácticas de fidelidad a las propias convicciones religiosas, y no dude en tratar de plasmarlas en un humanismo existencial consecuente, respetuoso y abierto a los demás. Manteniendo siempre una clara conciencia de su propia identidad eclesial, que requiere una comunión afectiva y efectiva con sus Pastores y con el Papa.

8. A la Virgen Santísima del Pilar, tan venerada en Aragón y en España, confío todas estas intenciones y necesidades. A Ella, que siempre ha estado tan cercana en todas las vicisitudes de la vida de sus hijos, pido que os proteja y guíe, que conduzca maternalmente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, almas consagradas, fieles, y mantenga y fortifique la solidez de su vida de fe. Así lo espero, con mi cordial Bendición Apostólica para vosotros y vuestras comunidades eclesiales.






A CARLOS ALBERTO SERRANO BONILLA


EMBAJADOR DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE


4 de febrero de 1982



Señor Embajador,

Con viva complacencia le recibo hoy, en este acto de presentación de las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede.

13 Agradezco vivamente el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, así como las amables palabras con las que Vuestra Excelencia se ha hecho intérprete de los cristianos sentimientos del querido pueblo costarricense, cuya adhesión a la Iglesia y al Papa es bien conocida. Un pueblo que se ha caracterizado además por su amor a la paz y al trabajo, tratando de seguir las orientaciones marcadas por la doctrina social católica.

Es la conciencia de su misión específica la que ha impulsado siempre a la Iglesia en la tarea de servicio a la humanidad, la cual tiene su meta final en la eternidad, pero ha de ir realizándose ya a través del camino por este mundo, viviendo desde ahora en una tensión de esperanza definitiva. Tal esperanza engendra aspiraciones profundas y universales que, abarcando a todos los hombres y a todo el hombre, conllevan la exigencia de una vida plena realmente libre, digna del ser humano.

En su afán de ayuda a los hombres, la Iglesia no busca intereses o ventajas humanas, sino que tiene el deseo de servir. En esa línea – como dice el Concilio Vaticano II – ella quiere “en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas”. Una tarea delicada y difícil, que se esfuerza por realizar inspirada en el amor y las enseñanzas del Evangelio, según las diversas circunstancias y situaciones, para poder ser luz y fermento en la sociedad.

Vuestra Excelencia acaba de aludir a la importancia y significado del trabajo en la convivencia social. En efecto, mientras por una parte crece el progreso y la técnica, por otra disminuye la demanda de mano de obra, condenando a tantos trabajadores, con frecuencia jóvenes, a un sentimiento de frustración, con todas las secuelas que ello lleva consigo.

Por esto, la doctrina social cristiana y las enseñanzas del Magisterio siguen proclamando que el trabajo es un deber y al mismo tiempo un derecho de todo hombre. Y que, consecuentemente, es una tarea irrecusable de quienes rigen los destinos de los pueblos y las relaciones socio-económicas poner todos los medios a su alcance, para que cada ciudadano pueda encontrar la oportunidad de un trabajo adecuado, y así se eviten situaciones injustas en las que se regula la actividad laboral con daño para los trabajadores.

Es claro, por otra parte, que sólo si el hombre puede realizar dignamente su vocación personal, familiar y social se alcanzará el objetivo tan deseado de la paz y de su progresiva consolidación.

Estas son las metas hacia las que constantemente invito a los hombres, convencido de servir así la verdadera causa de la dignidad de la persona humana. Y son asimismo las metas hacia las que orienta la Jerarquía costarricense. Mucho confío en su preciosa colaboración, en la de tantos cristianos y de otras personas de recta conciencia.

Pido a Dios que conceda siempre a la noble Nación de Costa Rica una paz duradera, basada en el respeto de los derechos de cada persona, un progreso constante en la implantación de la libertad y de la justicia social, un sereno crecimiento en los valores cristianos y humanos, que la alejen de toda convulsión.

Señor Embajador: al formularle, finalmente, fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alta misión y asegurarle mi benevolencia, invoco sobre Vuestra Excelencia, sobre las Autoridades que han tenido a bien confiársela y sobre los amadísimos hijos de Costa Rica, abundantes gracias divinas.






A LOS OBISPOS DE VALLADOLID Y OVIEDO


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


6 de febrero de 1982

Amadísimos hermanos en el Episcopado,

14 Me alegro de encontraros hoy a todos juntos, Obispos que presidís, en la fe y el amor, el Pueblo de Dios en las provincias eclesiásticas de Oviedo y Valladolid. En vosotros quiero saludar también cordialmente a todos cuantos en esa queridas tierras “invocan el nombre del Señor”: gentes de Cantabria, de Asturias, de León, de parte de Castilla y Galicia. Son éstos, al lado de otros, nombres de pueblos tan ilustres como familiares para todo aquel que ama la historia, las letras y, en general, la cultura española.

1. Constituidos desde antiguo en comunidades cristianas, estos pueblos supieron asimilar y dar expresión al mensaje evangélico en perfecta consonancia con sus actitudes y costumbres, con su manera de pensar y de obrar. Sus hombres, avezados al dominio de la tierra –en el llano, en las espesuras de la montaña, en las apacibles riberas o en el interior arriesgado de las minas– han dado testimonio de cómo se realiza plenamente una existencia desde la fe, movidos en sus ideales y en sus quehaceres por un espíritu genuinamente cristiano. Expresión de ese lenguaje común del alma, que se ha hablado en las casas, en las escuelas y en las aulas universitarias, en los puestos de trabajo y aun en los ratos de ocio sigue siendo esa riqueza de virtudes y valores que en las conversaciones individuales conmigo mismo habéis gozosamente acreditado a vuestros respectivos diocesanos.

Me congratulo por todo ello con vosotros; más aún, sabiendo que de esa cepa espiritual se alimentaron la fe y el amor encendido de Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús, dos Santos que, si me es permitido decirlo, han sido confidentes míos desde los años de mi juventud. Y no quiero dejar en olvido el hecho de que en ese mismo terreno humano, cultivado ininterrumpidamente por la “conversatio Christi”, aprendió a ser misionera esta lengua en que os hablo, con la que hombres de Iglesia, hijos de España, llevaron la Buena Nueva de gracia y salvación a otros hombres y otros Continentes. Ante el Presidente y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal quiero expresar por ello mi gratitud y la de toda la Iglesia a la Nación española.

2. Durante estos días no sólo me habéis hecho copartícipe de esta gran reserva de valores espirituales, sino que me habéis confiado también preocupaciones pastorales, iniciativas propias y planes colectivos, que quieren ser una respuesta a las urgentes necesidades que os plantea en la época actual la misión común de transmitir la fe y educar en ella.

Me doy perfecta cuenta de que una acción pastoral eficaz presenta la manera específica entre vosotros dificultades de diversa índole, originadas en los tiempos modernos, y que tienen su expresión en los “nuevos modos de pensar, de actuar y de descansar”, aparentemente desconectados de la fe y de su dinamismo religioso. Son muchos y variados los factores humanos implicados. La emigración masiva del campo, los procesos anejos al cambio industrial y tecnológico, la creciente urbanización, a los que hay que añadir los efectos consiguientes al nuevo modelo de sociedad española: todos estos fenómenos, indicativos entre otros, han hecho prevalecer el estilo de vida masiva, propio de los grandes centros urbanos, con el consiguiente empobrecimiento humano más perceptible en numerosas poblaciones rurales, alejadas y cada vez menos habitadas. Es de notar, –y vuestra sensibilidad pastoral os ha hecho conscientes de ello– cómo ese cambio social ha comportado una disminución del vigor religioso y moral, al ocasionar en el creyente un olvido progresivo de enseñanzas, tradiciones y actitudes que han dado coherencia, sentido e inspiración a su vida personal, y que le hacen sentir la comunidad cristiana donde se adquieren, como una gozosa y consciente prolongación de la propia comunidad familiar.

Por otra parte, he podido observar que os preocupa la influencia dañosa en muchos casos, constatable aun en las pequeñas poblaciones, que proviene de los medios de difusión, cuando éstos se dedican con preferencia a solicitar lo sensual o hedonístico, a inculcar necesidades que tienden a fomentar el consumo, o más lamentable aún, cuando banalizan los hechos morales u ofrecen interpretaciones te la existencia, vacías de contenido religioso, al servicio o de acuerdo con la óptica parcial de determinadas ideologías.

3. Basten estas rápidas consideraciones para saber en qué situación os encontráis y en qué campos se ha de desarrollar con especial celo y dedicación vuestra acción pastoral, vuestra misión de “ser antorchas en el mundo, llevando en ajito la palabra de la vida”. En la línea de cuanto he dicho a otros grupos de Obispos españoles sobre temas específicos, hoy quisiera detenerme en algún aspecto que juzgo fundamental, a la hora de afrontar problemas o de coordinar iniciativas, en quienes emprenden tareas pastorales: ser luz de los hombres, en comunión de vida con Cristo.

Una actitud de fondo, a todas luces indispensable para una eficaz acción pastoral, es la unión entre Obispos y sacerdotes. Hacia el presbiterio diocesano han de ir pues vuestras mejores atenciones, para que sea de verdad el centro de la misión común donde “todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad”. Ese trato familiar, de amigos y colaboradores, será sumamente estimulante para todo sacerdote que, aun en medio del mundo, sabe dónde buscar respiro y apoyo para sus dificultades, ambiente apto para cultivar su vida espiritual e intelectual y sobre todo para dar testimonio de su “segregación en cierta manera del pueblo de Dios” y de su pertenencia al grupo de los “discípulos”, elegidos por el Señor para desempeñar el ministerio del Evangelio junto al Obispo, es decir, para hacer visible y confirmar más su identidad sacerdotal.

Ya sé que os prodigáis por el bien de los sacerdotes para que, a ejemplo de los discípulos de Cristo, se llenen del don de Dios y sean apóstoles auténticos. En esto ofrecerán a los fieles el signo de la propia identidad, como expresa claramente San Pablo: “A cada uno de vosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo...: él constituyó a unos apóstoles, a estos evangelistas, a aquellos, pastores...”. Ser por tanto pastores y presbíteros es un don de Dios; la obra del Padre consumada en Cristo se nos da como gracia y participación y por tanto no debe gravar en la conciencia como un peso molesto sino como fuente de entusiasmo, de espiritualidad y de iniciativa para el apostolado.

Aprovechad toda ocasión para recordar a vuestros sacerdotes que el ministerio, dondequiera que se ejerza, es una manifestación de ese don del Espíritu, cuyos frutos son únicamente obra de la gracia, de la fuerza del evangelio. No es rara hoy día la tentación de anunciar el misterio de Cristo envuelto en experiencias emocionales o mezclado con doctrinas tomadas de “maestros” de este mundo, con lo cual, a causa de esos ruidos de fondo, no se sintoniza con la persona de Cristo, ni con aquellos a quienes él ha enviado. Estos reconocen muy bien la presencia de Dios Padre que salva por el sacerdote, cuando éste lleva consuelo a los corazones, y suscita dentro del alma la alegría y la decisión de vivir con Cristo.

Ya comprendéis por qué me he detenido en esta reflexión que espero vosotros continuaréis.

15 ¡Cuánto cambiaría el mundo, los hombres, si se lograra dar ese sentido pleno a la vida sacerdotal!

Convendréis conmigo en que todas las tareas, personales o colectivas, necesitan estar impregnadas de esa vivencia, que es el verdadero soporte y el alma de todo apostolado. A veces estamos acostumbrados a pensar con mentalidad un poco empresarial, como si bastasen las palabras y las estructuras para ser fermento de conversión; pero la verdad es que no basta hacernos oír; hemos de conseguir que se preste oído, que el mensaje sea captado, yo diría en términos de imagen, de presencia que provoca la adhesión y la conmoción de toda la persona.

Permitidme aquí que os recomiende, con particular preferencia, el apostolado a través de la liturgia con vistas sobre todo a las familias. Si la administración de los sacramentos ocupa buena parte del tiempo del sacerdote, no es menos cierto que son celebrados en ambiente familiar. A través de ellos, la Iglesia madre da vida y educa a sus hijos, como ya he expuesto ampliamente en mi reciente exhortación “Familiaris Consortio”.

Que todas estas breves observaciones sirvan para estimular más la comunión y la mutua ayuda en vuestras Iglesias particulares. A vosotros y a ellas, me viene a la mente decir con las palabras de San Pablo: “Una sola cosa: que viváis a la altura de la buena noticia del Mesías, de modo que ya sea que yo vaya a veros o que tenga de lejos noticias vuestras, sepa que os mantenéis firmes en el mismo espíritu”. Con mi más afectuosa Bendición Apostólica.






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