Discursos 1981 40


VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


ACREDITADO ANTE EL GOBIERNO JAPONÉS


Martes 24 de febrero de 1981

: Excelencias, señoras y señores:

1. En el curso de mi visita pastoral al Este de Asia, y a las comunidades católicas de Filipinas, Guam y Japón, me alegro y me siento honrado por esta oportunidad de reunirme con el Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno japonés en esta ciudad de Tokio.

Como ya he tenido ocasión de poner de manifiesto durante este viaje, mi visita posee un carácter religioso. Vengo para traer a las comunidades católicas el apoyo fraterno de la Iglesia en Roma y en todo el mundo. He venido también a encontrarme con gentes de una región que se distingue por ser el hogar de antiguas culturas y religiones. Soy Sucesor del Apóstol Pedro en la Sede de Roma, pero soy también heredero de la tradición de otro Apóstol, Pablo, quien, habiendo recibido la fe en Jesucristo, viajó incansablemente a las diferentes partes del mundo entonces conocido, para dar testimonio de aquello en lo que creía, y para transmitir un mensaje de hermandad, amor y esperanza para todos.

2. Su presencia hoy aquí demuestra que ustedes entienden mi misión, así como la actividad de la Iglesia católica y de la Santa Sede en las diferentes partes del mundo. Debido a su misión, que es de naturaleza religiosa y de dimensiones universales, la Santa Sede se afana siempre por promover y mantener un clima de mutua confianza y de diálogo con todas las fuerzas vivas de la sociedad y, por tanto, con las autoridades que han recibido del pueblo el encargo de velar por el bien común. La Iglesia católica, fiel a su misión evangélica, desea estar al servicio de toda la humanidad, de la sociedad de hoy, tan a menudo atacada y amenazada. Por esta razón trata de mantener relaciones amistosas con todas las autoridades civiles, e incluso, si éstas lo desean así, relaciones a nivel diplomático. De este modo se establece, sobre la base del mutuo respeto y entendimiento, una cooperación de servicio en favor del progreso de la humanidad.

41 La Iglesia y el Estado —cada uno dentro de su propia esfera, espiritual y temporal, cada uno a través de sus propios medios, sin renunciar a su misión peculiar, sin confundir su tarea específica—, cada uno se afana por realizar este servicio a la humanidad a fin de promover la justicia y la paz a la que aspira toda la humanidad.

Quisiera rendir homenaje aquí a las relaciones cordiales que el Gobierno japonés mantiene con la Santa Sede, expresadas por medio de la presencia de un Embajador ante la Santa Sede y de un Representante Pontificio en Tokio. Este último posee una misión especial entre los líderes de la comunidad católica de este país, y también, como todos ustedes, la tarea de promover un espíritu de entendimiento y cooperación en el ámbito internacional.

3. Señoras y Señores: Ustedes son, en la capital de esta nación, portadores de una misión que toma su significado e inspiración en los ideales de una pacífica y fraterna colaboración. Todos ustedes son profundamente conscientes de esta su tarea. Sin duda alguna se trata de una tarea importante, difícil en numerosas circunstancias, pero que tiene siempre sus recompensas, pues es al mismo tiempo una escuela de mutuo entendimiento y el banco de prueba de las preocupaciones mundiales.

La base para toda actividad fructífera en favor de las relaciones pacíficas entre las naciones es, ciertamente, la capacidad de valorar correctamente y con buena disposición las cualidades específicas de los demás. Japón ofrece una verdadera escuela de entendimiento, pues Japón es único en su historia, en su cultura y en sus valores espirituales. En el curso de numerosos siglos, la sociedad japonesa ha honrado sin cesar sus propias tradiciones, manteniendo un auténtico aprecio por lo espiritual. Ha expresado estas tradiciones en sus torres y templos, en las artes, en la literatura, en el teatro y en la música, y ha preservado al mismo tiempo, incluso en medio del creciente desarrollo económico e industrial, sus características distintivamente japonesas. Ustedes, como diplomáticos, son testigos y participan muchas veces en los acontecimientos que marcan la historia y la vida del pueblo japonés, y de modo especial de su cultura, siendo de este modo capaces de adquirir una comprensión profunda de las diferencias que conforman el carácter y el espíritu de cada pueblo y nación. Ciertamente, como dije el mes pasado en mi discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede: “La cultura es la vida del espíritu; es la clave que permite el acceso a los secretos más profundos y más celosamente guardados, de la vida de los pueblos; es la expresión fundamental y unificadora de su existencia” (Discurso al Cuerpo Diplomático, 12 de enero de 1981 , núm.
Nb 6 L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 25 25 de enero de EN 1981, pág. EN 18). Del mismo modo que es necesario estar profundamente enraizado en la propia cultura para poder entender los valores y el espíritu de la propia nación, así también es necesario mirar imparcialmente las manifestaciones de la Vida cultural de otros pueblos, para comprender las aspiraciones, necesidades y logros del propio interlocutor en el diálogo y la colaboración.

4. Existe un segundo aspecto en la tarea diplomática. Ustedes están llamados a ser instrumentos —incluso a estar en la vanguardia— de la construcción de un nuevo orden de relaciones en el mundo. Precisamente porque un pueblo se distingue de los demás por su herencia cultural y sus logros, puede ofrecer a los otros una contribución única e irreemplazable. Sin renunciar a sus propios valores, las naciones pueden trabajar unidas y construir una auténtica comunidad internacional caracterizada por una responsabilidad compartida en el bien común universal. Más que nunca, la situación del mundo requiere hoy que esta responsabilidad común sea asumida con un auténtico espíritu universal. De este modo, cada una de las comunidades diplomáticas se convierte en banco de prueba de las preocupaciones internacionales. En sus contactos personales diarios con sus colegas, en sus negociaciones oficiales con el país ante el que son representantes y sus organismos, en el esfuerzo por conocer y comprender la cultura local, en la participación activa en la vida de la comunidad que les ofrece hospitalidad, han de poner en práctica estas actitudes de respeto y aprecio que son tan necesarias para la construcción de relaciones fraternas entre las naciones del mundo.

5. Muchos de ustedes poseen ya una rica experiencia en el campo de las relaciones y los intercambios culturales, adquirida a lo largo de años de servicio a su propio país en diferentes partes del mundo. Espero que su misión aquí en Japón les ayude a descubrir y entender más profundamente, más allá del contexto japonés, la rica realidad de toda Asia y de todos los pueblos asiáticos. Asia posee un papel especial en la construcción y el fortalecimiento de la comunidad de las naciones. Quedan aun por resolver muchos problemas de dimensiones mundiales, y Asia debe tomar parte en las iniciativas emprendidas para solucionarlos. Quisiera hacer a ustedes mi convicción de que los problemas mundiales no encontrarán solución si cada continente y nación no juega el papel que le corresponde y aporta su contribución específica. Las naciones asiáticas deben asumir el papel que les corresponde por sus culturas centenarias, su experiencia religiosa, su dinámica y constante laboriosidad. El continente y los archipiélagos asiáticos no carecen, ciertamente, de problemas (¿qué nación de cualquier parte del mundo puede decir que ha solucionado todos los problemas de su pueblo?), sin embargo, no existe un reto mayor para un pueblo que el de compartir con los demás su propia esencia, a la vez que trata de encontrar la plena solución a sus propios problemas.

6. Hoy hemos llegado a un punto de la historia en el que es posible, económica y técnicamente, atajar las más graves consecuencias de la extrema pobreza que aflige a tantos de nuestros hermanos los hombres. Las modalidades de la pobreza son numerosas: desnutrición y hambre, analfabetismo o falta de una educación básica, enfermedades crónicas y alta mortandad infantil, falta de un empleo consistente y falta de casas adecuadas. Los obstáculos para solucionar estos problemas ya no son primariamente de carácter económico o técnico, como sucedía en el pasado, sino que hemos de buscarlos en la esfera de las convicciones y las instituciones.

¿No es acaso la falta de determinación política —tanto a nivel nacional como internacional—, el principal obstáculo para la total eliminación de las formas más graves de sufrimiento y necesidad? ¿No es la ausencia de fuertes convicciones personales y colectivas lo que impide al pobre participar más plena y equitativamente en su propio desarrollo? Las dificultades económicas actuales, que de diversos modos y en diferente medida afectan a todas las naciones, no pueden convertirse en un pretexto, para sucumbir a la tentación de hacer pagar al pobre la solución de los problemas del rico, permitiendo un modo de vida inferior a lo que permitiría una definición racional de la dignidad humana. Aunque existen numerosas razones que impulsan a la eliminación de la pobreza más baja, particularmente en el mundo desarrollado, sin embargo no dudo en afirmar que la toma de posición fundamental frente a la pobreza es de tipo moral. El signo de una comunidad rica, sea la familia, la nación o la misma comunidad internacional, es reconocer el imperativo moral de la mutua solidaridad, justicia y amor. La generosidad y el sentido de equidad, que existen ya en numerosas iniciativas y programas internacionales, han de ser reforzados mucho más por una conciencia creciente de la dimensión ética. El pueblo y los gobernantes han de ser cada vez más conscientes de que nadie puede permanecer con los brazos cruzados mientras haya seres humanos que sufran o pasen necesidad. La Santa Sede no cesará nunca de alzar su voz y de empeñar todo el peso de su autoridad moral para acrecentar la conciencia pública ante este problema.

7. Más tarde, en el curso de mi corta estancia en Japón, se me concederá la oportunidad de hablar sobre la primacía de la solicitud en favor de la paz internacional, y de animar a la comunidad internacional para que acreciente sus esfuerzos en favor de las relaciones pacíficas entre las naciones. En esta ocasión, permítaseme subrayar que las iniciativas en favor de la paz no pueden separarse de la búsqueda de una sociedad justa y de un desarrollo efectivo de todas las naciones y de todos los pueblos. La justicia y el desarrollo están íntimamente unidos a la paz. Son factores esenciales del nuevo orden mundial que aún está por construir. Son un sendero que conduce a un futuro de felicidad y dignidad humana.

Señoras y señores: La suya es una espléndida misión: ser heraldos de la universalidad, constructores de la paz entre las naciones, promotores de un mundo nuevo y justo. Que cada uno de ustedes, junto con sus Gobiernos, así como los círculos e instituciones internacionales, sean defensores de los hombres y naciones menos privilegiados. El ideal de la fraternidad internacional en que todos nosotros creemos tan profundamente, nos exige esto. Actuando de este modo, estén seguros de que ustedes servirán bien a su propio país y a toda la humanidad.

Que la paz y la justicia de Dios Todopoderoso permanezca en sus corazones siempre. Que esta bendición descienda sobre ustedes, sobre sus familias, sobre sus naciones y sobre sus esfuerzos incansables al servicio de la humanidad.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

DIÁLOGO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES EN EL BUDOKAN DE TOKIO


42

Martes 24 de febrero de 1981



1. Preguntas formuladas por los jóvenes al Papa


Queridos jóvenes hermanos:

Después de lo que he dicho, al comienzo, en vuestra lengua, deseo de nuevo daros las gracias (esta vez lo hago con la ayuda del intérprete), por toda vuestra preparación para el encuentro de hoy. Os doy las gracias a vosotros y a vuestros Pastores, de modo especial al obispo Hamao, que se ha preocupado de los preparativos. Al disponernos para este encuentro, habéis pensado qué preguntas podíais presentar a aquel que vendría de la lejana Roma, y visitaría por primera vez en la historia vuestra patria. He tenido la oportunidad de apreciar toda la riqueza de pensamiento, que se encierra en estas preguntas. Y ahora, de acuerdo con el programa de nuestro encuentro, deseo responder a las que se presentarán aquí públicamente.

La esperanza

1. Ahora bien, me preguntáis, ante todo, por qué he hablado ahora en japonés. Lo he hecho, y pienso continuar haciéndolo en algunas circunstancias, para manifestar mi respeto a vuestra cultura que, lo mismo que la cultura de cada nación, se expresa entre otras cosas (más aún, sobre todo) en la lengua. La lengua es una forma que damos a nuestros pensamientos, es como un vestido en el que metemos estos pensamientos. En la lengua se encierran unos particulares rasgos de la identidad de un pueblo y de una nación. Y, en cierto sentido, late en ella el corazón de esta nación, porque en la lengua, en la propia lengua, se expresa aquello de lo que vive el alma humana en la comunidad de una familia, de la nación, de la historia.

Pienso así en estos problemas, basándome en las experiencias ligadas con mi lengua nativa y con la vida de mi nación. (Aquí puedo añadir aún que antes de descubrir en mí la vocación sacerdotal, comencé a estudiar la filología y literatura de mi patria, lo que me hizo profundizar mucho en mis relaciones con el tema que vosotros habéis presentado).

Finalmente, todavía una cosa: Cristo, al dejar a sus Apóstoles, cuando terminó su actividad terrena. les dijo: "Id... y enseñad a todas las naciones..." (Mt 28,19). Para poderlo hacer, es necesario conocer la lengua de la nación a la que nos dirigimos. He tenido demasiado poco tiempo para aprender a fondo vuestra lengua interesante, comenzando por su misteriosa escritura. Sin embargo, con la ayuda del padre Fidelis, franciscano, he podido llegar a leer, al menos, con cierta comprensión, algunos textos japoneses en transcripción, especialmente los de la Santa Misa. Os doy las gracias porque lo habéis aceptado con indulgencia...

2. Para poder realizar este plan "lingüístico", he debido dejarme guiar por el pensamiento de que lograría, de que conseguiría (al menos en parte) la finalidad que me había propuesto. He debido tener cierta esperanza...

Y ahora paso a vuestra segunda pregunta, que me parece la más importante. La pregunta sobre la esperanza. Pregunta muy importante, incluso fundamental cuando se trata de la vida humana. El hombre, en cierto sentido, no puede vivir sin la esperanza. Debe aspirar a algo, debe tener una finalidad en la vida, y la sensación de poder alcanzarla, La esperanza, como justamente habéis hecho notar, está ligada con el futuro. Pero, al mismo tiempo, determina el estado de nuestra alma en el presente. Ahora tenemos la esperanza de lo que conseguiremos más tarde.

Además, la esperanza siempre está vinculada con algún valor que debemos obtener. Podría decir de otro modo: con un valor que queremos dar a nuestra vida. Y por esto en la esperanza se expresa la fundamental percepción del sentido de nuestra vida. Esta percepción del sentido de la vida no depende esencialmente de lo que tenemos, sino de tomar conciencia clara del valor de nuestra humanidad; de nuestra dignidad humana.

43 Al leer el material que me habéis enviado, he notado, por una parte, cierta información amarga acerca de los suicidios de los adolescentes y, por otra, el testimonio edificante de un joven minusválido, que tiene la percepción profunda del significado de su vida.

Sabéis que vengo aquí en el nombre de Cristo. Deseo deciros, pues, que precisamente Cristo es el Maestro y el educador de la esperanza. El es su fuente. Al escuchar sus palabras, al vivir la vida que El quiere compartir con cada uno de los hombres, se encuentra el sentido más pleno de la vida.

Sí, Cristo nos descubre hasta el fondo el sentido de la vida humana. Nos muestra también el futuro definitivo en Dios. Este futuro sobrepasa los límites de la vida humana en la tierra. La esperanza que Cristo nos da es más fuerte que la muerte.

3. Me presentáis también una pregunta sobre el deporte. Me alegro mucho de esta pregunta, a la que puedo responder, basándome en mis experiencias personales. Siempre he dado (y continúo dando) una gran importancia al proverbio antiguo: "Mens sana in corpore sano". El esfuerzo físico, particularmente el deportivo, debe servir para esto. Para mí un motivo suplementario, pero muy importante cuando se trataba de emprender este esfuerzo (en diversas formas) fue siempre el amor a la naturaleza; a los lagos, a los bosques, a las montañas, tanto en verano como en otras estaciones, y especialmente en invierno, cuando es preciso hacer turismo sirviéndose de los esquís.

Pienso que a este propósito tendremos, vosotros y yo, no poco que contarnos, porque sé que también vosotros amáis mucho a la naturaleza, y tratáis de leer en ella, como en un libro espléndido, lleno de misterios.

El amor

4. La primera pregunta que se me plantea en esta parte de nuestro coloquio es muy importante.

Es sabido que el Evangelio, la enseñanza de Cristo, proclama al amor como el mandamiento más grande. "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente... Amarás al prójimo como a ti mismo" (
Mt 22,37 Mt 22,39). Son éstos los dos mandamientos que se unen uno al otro y se condicionan recíprocamente. Según la enseñanza y el ejemplo de Cristo, debemos amar a Dios por encima de todo, y al prójimo a medida del hombre. Al mismo tiempo, leemos en la Carta de San Juan: "Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve" (1Jn 4,20). Por lo tanto, el amor de Dios se realiza y, en cierto sentido, encuentra su verificación en el amor al hombre, al prójimo, a quien debemos amar como a nosotros mismos. Y el prójimo es cada uno de los hombres sin excepción; por esto Cristo habla incluso del amor a los enemigos. Dice así: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian" (Lc 6,27-28). Por lo demás. El mismo ha dado ejemplo de este amor cuando, durante la crucifixión, oró por aquellos que le daban la muerte.

Aquí nace vuestra pregunta: ¿Cómo es posible que el hombre ame cuando se siente odiado, y mucho más cuando él mismo siente odio en sí mismo, o al menos, rencor, digamos, antipatía, en relación con algunas personas?

Efectivamente, desde el punto de vista de nuestros sentimientos, hay aquí una dificultad, más aún, "una contradicción": cuando "siento" aversión u odio, ¿cómo puedo, a la vez, "sentir" amor?

Sin embargo, el amor no se reduce sólo a lo que sentimos. Tiene en el hombre raíces más profundas, que se hallan en su "yo" espiritual, en su entendimiento y en su voluntad. Cuando queremos cumplir el mandamiento del amor (en particular cuando se trata del amor a los enemigos), debemos remontarnos precisamente a esas raíces profundas. De esto se sigue que el amor se hace quizá "más difícil", pero se convierte también en "más grande". En el amor nos dejamos guiar no sólo por la reacción de los sentimientos, sino por la consideración del verdadero bien. Y de este modo aprendemos a guiar nuestros sentimientos, los educamos. Esto requiere paciencia y perseverancia. Cristo dijo una vez: "In patientia vestra possidebitis animas vestras" (Lc 21,19 Vulg.). Pues bien, amar verdadera y plenamente sólo sabe aquel que es capaz de "poseer" su alma, poseerse a si mismo: poseer para convertirse en "don para los demás". Todo esto nos lo enseña Cristo no sólo con su palabra, sino también con su ejemplo.

44 5. Bien, ahora responderé más brevemente a las otras preguntas. El hecho de que los hombres son hermanos, quiere decir primeramente que, a pesar de todo lo que los divide —raza, lengua, nacionalidad, religión—, sin embargo, se parecen. Cada uno es un hombre y todos son hombres.

Sin embargo, es necesario completar este significado primero con el segundo. Llamamos hermanos y hermanas a aquellos que son hijos de los mismos padres y de las mismas madres. Los hombres son hermanos, según la enseñanza de Cristo (e incluso según el sentir religioso más común) porque Dios es su Padre. Cristo pone en el centro de su Evangelio esta verdad sobre la paternidad de Dios. Cuando los discípulos le piden que les enseñe a orar. El enseña una oración que comienza con las palabras: "Padre nuestro..." (
Mt 6,9).

Esta oración nos ayuda mucho por lo que se refiere al amor del prójimo y en particular al amor de los hombres malévolos para con nosotros. En ella decimos, entre otras cosas: Padre "perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12).

(Quizá al final de este encuentro rezaremos esta oración).

6. Me habéis hecho preguntas también sobre la música. No sé tocar instrumento alguno. Nunca me he dedicado activamente a este campo del arte. En cambio vivo muy profundamente la belleza de la música, y me gusta mucho cantar. He pasado muchas horas (sobre todo en vacaciones) cantando junto con los jóvenes. E incluso ahora, durante el período de vacaciones, van a Castelgandolfo varios grupos de jóvenes y cantan. Abrigo la esperanza de que también vosotros queráis ir un día... aun sabiendo que hay mucha distancia.

Por lo que se refiere al género de música, me parece sentir de modo particularmente profundo la belleza de la música litúrgica (el gregoriano), pero me gusta también la música contemporánea: Serhwin, por ejemplo, Armstrong, Taki Rentaro, Toshiro Mayuzumi y otros. Naturalmente, me siento cercano a Chopin o Szymanowski (sé que una de las primeras clasificadas en el X Concurso Internacional de la música de Chopin en Varsovia, ha sido vuestra compatriota Akiko Ebi), pero también me siento cercano a Beethoven, Bach y Mozart, incluso en las magistrales interpretaciones de vuestros Seiyi Ozawa y Jwaki Hirojuki.

La paz

7. Dado que nuestro tiempo es limitado, me perdonaréis si en esta serie de preguntas —muy importantes— trato de ser conciso en las respuestas. Tanto más que, sobre el tema de la paz, tengo la oportunidad de pronunciarme en otras circunstancias significativas. Uno de los motivos de mi venida a Japón ha sido también el de detenerme en Hiroshima, en el lugar mismo de la explosión de la primera bomba atómica, que constituye una terrible advertencia para la humanidad. Al leer el material que me habéis enviado, me he dado cuenta de que os afecta muy profundamente el problema de la paz, de la verdadera paz, lo que es justo y comprensible, sobre todo, después de las experiencias del año 1945. Hacéis notar en vuestras exposiciones que la paz no puede apoyarse solamente sobre el "equilibrio de los armamentos", que no puede suponer la preponderancia de los fuertes sobre los débiles, que no puede estar ligada a ningún imperialismo...

La Iglesia piensa del mismo modo y enseña del mismo modo. Lo han demostrado el Concilio Vaticano II, el Papa Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, Pablo VI en toda su incansable actividad en favor de la paz, entre otras cosas, publicando cada año un Mensaje especial en favor de la paz, para el día 1 de enero. Yo trato de continuar esta actividad. He aquí los temas de mis Mensajes de paz:

En 1979: "Para lograr la paz, educar para la paz"; en 1980: "La verdad, fuerza de la paz"; en 1981: "Para servir a la paz, respeta la libertad".

Sobre todo, deben construir la paz los que son responsables de las decisiones internacionales. Sin embargo, ellos deben tener presente —y la Iglesia trata de recordarlo constantemente— que "paz" significa en primer lugar un auténtico orden en las relaciones entre los hombres y entre las naciones. Por lo tanto, la construcción de la paz, desde sus fundamentos, debe significar el reconocimiento y el consiguiente respeto de todos los derechos del hombre (tanto los que se refieren a la parte material, como también los que afectan a la parte espiritual de su existencia terrena), y el respeto a los derechos de todas las naciones, sin excepción: sean grandes o pequeñas. ¡La paz no puede existir si los grandes y poderosos violan los derechos de los débiles! Muchas veces he hablado sobre este tema: ante la ONU, ante la UNESCO. También deseo repetirlo en Japón.

45 Si el programa de la paz en el mundo se expresa en la fórmula "nunca más Hiroshima", entonces ciertamente se expresa también en la fórmula "nunca más Oswiecim".

8. Así, pues, el esfuerzo que mira a construir la paz en el mundo debe realizarse a varios niveles. La paz no significa un éxtasis (como parecen expresar algunas de vuestras opiniones); significa un esfuerzo, un esfuerzo enorme, en el que cada uno tiene su propia parte. Es necesario formar la conciencia y el sentido de responsabilidad. Es necesario ser solidarios con aquellos cuyos derechos son violados. Es necesario "voir-juger, actuar".

Por tanto, ciertamente tenéis mucho que hacer también vosotros jóvenes, aquí en Japón os pertenece el día de mañana. Reflexionad sobre todos los programas de acción en favor de la paz, también sobre aquellos en los que se expresan los representantes de todas las religiones. La primera de estas conferencias tuvo lugar precisamente en Japón el año 1970, en Kioto.

Cristo dice: "Bienaventurados los pacíficos" (
Mt 5,9).

¡Convertíos vosotros en realizadores de paz!

9. La religión cristiana, la religión que en cierto sentido toma origen de las palabras: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor" (Lc 2,14) aporta a la causa de la paz, ante todo, una ardiente e incesante oración a la que invita a todos.

Y luego aporta la convicción de que el hombre —también el contemporáneo-es capaz, con la ayuda de la gracia divina, de superar el mal multiforme que lo impulsa por los caminos del odio, de la guerra, de la destrucción. El hombre es capaz de esto. De esto son capaces los hombres, las sociedades y los sistemas—

El cristianismo afirma esta convicción y trabaja por su consolidación. Efectivamente, él está animado por la Palabra de Cristo, que es el maestro y el testigo de la esperanza.

Preguntas formuladas por los jóvenes al Santo Padre

Esperanza

Mlchinori Makiyama (19 años), estudiante preuniversitario.

46 La actual riqueza de Japón puede considerarse fruto de la negación de la religión. Por tanto, creo que Japón no siente necesidad de religión y que su venida aquí es muy significativa. De todos modos, le agradecería nos explicase la finalidad de su visita a nuestro país, que lucha violentamente por la existencia, y cuál es su mensaje a los jóvenes japoneses.

Daiko Kakabara (34 años), profesora, enferma de distrofia muscular.

La sociedad japonesa tiende a juzgar sobre el valor de la persona según su capacidad y conocimientos técnicos. En este ambiente la palabra "igualdad'' está vacía de significado. Ante esta situación inhumana, ¿cómo pueden los minusválidos luchar contra los prejuicios y el orden establecido, y con qué esperanzas de éxito?

Moriko Fujwara (25 años), empleada de la Sociedad vulcanológica japonesa.

Como el cristianismo no ha echado raíces en la cultura de Japón, los cristianos son minoría en nuestro país. Pienso que los cristianos no han influido lo más mínimo en la sociedad japonesa. Santo Padre: Dado que los cristianos se ven obligados a llevar una vida "clandestina", a pesar de estar garantizada la libertad de culto y expresión, ¿en qué pueden poner la fe los cristianos japoneses7

Amor

Kazuhizo Yagyu (18 años), estudiante de tercer año de liceo.

Buscando la libertad, los japoneses han perseguido el bienestar material y lo han logrado en parte. Pero por otro lado, han surgido algunos aspectos oscuros tales como el suicidio de estudiantes de escuela primaria y casos de violencia en la escuela secundaria, que revelan el vacío existente en el corazón de los niños japoneses. Creo que la causa se ha de buscar en la falta de amor dentro de las familias. ¿Qué puede aportar el cristianismo para remediar esta situación?

Tsuiosu Tanabe (19 años), estudiante de la universidad Japonesa de Bienestar social.

En el mundo todos somos iguales en el deseo de felicidad y paz. Pero de hecho los pueblos son distintos unos de otros en la ideología y metodología para alcanzar estos objetivos. Santo Padre, ¿cómo enjuicia usted estas situaciones conflictivas desde el punto de vista del cristianismo7

Miss Chamura (20 años), estudiante de la facultad de arte de la universidad "Sophía".

47 Tengo la impresión de que el amor no tiene poder alguno en el mundo de la política y de la economía, donde reinan el abuso y la opresión. Creo que tanto en el pasado como en el presente estos problemas son más evidentes en los países considerados cristianos que en los llamados no cristianos. ¿Cómo puede el Santo Padre hacer penetrar el espíritu de amor en el mundo?

Paz

Mitsuko Suki (18 años), estudiante de tercer Año de liceo.

Nosotros vivimos en una sociedad donde es posible comprar todo lo que queramos. No estamos en guerra con nadie. Pero en esta sociedad nuestra en paz, nos encontramos sin amigos verdaderos y nos aburrimos con todo el dinero y el tiempo a nuestra disposición. ¿De qué nos sirve, Santo Padre, este tipo de paz?

Masahito Serizana (23 años), obrero.

La paz se mantiene en el mundo con el equilibrio de las armas. Pienso que es el único modo de mantener el "statu quo". Santo Padre: ¿cree que seria posible mantener la paz en el mundo sin la fuerza militar7

Kazuko Shibuya.(28 años), profesor de liceo.

Si bien Japón es el único país en el mundo victima de la bomba atómica, ahora goza de bienestar material. ¿Deberían tomar parte los jóvenes de Japón en la vida de otros países, incluidos los que están en guerra y los que padecen suma pobreza7









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES EN EL BUDOKAN DE TOKIO


Martes 24 de febrero de 1981



Queridos jóvenes:

1. Es éste un momento verdaderamente especial para mí; estar con todos vosotros aquí, en Tokio. Anteriormente he experimentado alegría —una gran alegría— al estar con jóvenes en Europa, en América del Norte y del Sur y en África. Y ahora, durante este viaje a Asia, tengo la alegría de estar con la juventud de Japón.

48 Allí adonde voy me gusta hablar a los jóvenes acerca de ellos mismos, acerca del significado de sus vidas. Y esto es lo que me gustaría hacer con vosotros hoy: hablar sobre vuestra meta en la vida —aquello por lo que vivís; sobre vuestro destino—, hacia donde vais.

2. Vivís, queridos jóvenes, en medio del maravilloso progreso de un mundo tecnológico. Habéis recibido muchas cosas buenas en vuestras vidas, cosas que pueden hacer más fácil la vida, más interesante, más disfrutable. Y sin embargo, este gran progreso no trae consigo automáticamente la plenitud; no crea automáticamente la paz en lo más profundo de vuestros corazones. Sí, el materialismo, la permisividad y el centrarse sobre sí mismo que acompañan tan a menudo al progreso moderno, están intentando adentrarse en vuestras vidas, y existe siempre la posibilidad de que sofoquen vuestros valores morales y espirituales, aquellos valores que proporcionan satisfacción auténtica y duradera.

3. Es importante que, como jóvenes, tengáis una visión del mundo y de la persona humana en su totalidad. La elevada misión de la auténtica educación es proporcionaros esta visión completa, en la que toda la naturaleza es percibida en su belleza y en su bondad como un reflejo real del Dios Creador. Esto no será difícil para vosotros, pues es bien sabido cuánto amáis la naturaleza, cuánto amáis vuestras montañas, vuestros lagos, vuestros bosques llenos de colorido y la belleza de vuestros parques. Es bien sabido cuánto deseáis tener una casa, aunque sea pequeña, donde poder plantar árboles y muchas flores. Y vosotros, los jóvenes que estudiáis y trabajáis en grandes ciudades, pero vivís en pequeños pueblos, gustáis aún de volver a casa en la primavera, cuando brotan las flores, y en otoño, cuando la naturaleza está teñida de verde. De este modo, y de otros muchos, queréis experimentar el contacto cercano con la naturaleza; queréis conservarla en su pureza y prevenir cualquier daño que se le pueda hacer.

Una visión total de la naturaleza y del hombre os invita a tener una gran apertura hacia los demás, hacia los que viven cerca de vosotros, hacia vuestros conciudadanos y hacia todos los que están más allá de las costas de Japón. Toda la juventud del mundo está llamada a la solidaridad universal. Por esta razón debéis estar preocupados, como jóvenes, por el pobre, el necesitado, el hambriento, el imposibilitado, el enfermo y el que sufre, por todos aquellos que están marginados de la sociedad. Dondequiera que estén, ellos son vuestros hermanos y hermanas en la familia humana.

Habéis contribuido ya mucho a la construcción de un mundo de mayor entendimiento, en el que la riqueza y las cargas sean compartidas. Pero existen aún puentes que construir: puentes de amistad y fraternidad, puentes de justicia, amor y paz. Muchos de vuestros hermanos y hermanas necesitan aún vuestra palabra de ánimo, vuestra ayuda, vuestro apoyo en el camino de la vida.

4. Comprender esta misión vuestra hacia vuestros semejantes forma parte de lo que significa una visión de la vida y el hombre en su totalidad. Vosotros podéis comprobar que la verdadera plenitud procede de la donación de sí mismo, y cuando la donación es completa, también lo es la plenitud y la alegría de vivir. Ayudando a los otros que pasan necesidad, os convertís para ellos en fuente y signo de esperanza. Del mismo modo el propio cansancio, el desánimo, e incluso la propia desesperación pueden ser ahuyentados por el poder de la esperanza que procede de los demás. Esta es la misión de la juventud de hoy: hacer frente juntos a los retos de la vida, estar preocupados unos por otros, y permanecer unidos en la lucha por alcanzar las metas de la vida, como los montañeros se afanan por alcanzar la cima.

Jóvenes de Japón, elevad hoy y siempre vuestros ojos hacia la belleza de vuestras montañas y al resto de la naturaleza, pero de modo especial al Creador, cuya hermosura y grandeza se hallan manifestadas en toda la creación y de modo especial en el hombre. Vuestra mirada y vuestra admiración no deben quedarse en las creaturas, sino que debéis oír su voz, que grita a cada uno de vosotros, como hace siglos al famoso Agustín de Hipona, y os dice: "Miradnos a nosotros... nosotros somos sus creaturas" (San Agustín, Confesiones, X, 6).

5. Y con vuestro permiso, quisiera añadir un saludo especial a todos mis hermanos y hermanas de la Iglesia católica, y es éste: en Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios hecho hombre, nacido de la Virgen María, nosotros vemos la perfección de la humanidad y la plena belleza de la manifestación de Dios en el mundo. Cristo nos revela en toda su plenitud el significado del mundo y la dignidad y el destino del hombre. A través de la fidelidad al mensaje de Jesús, a su enseñanza y al amor fraterno, podemos realizar el supremo servicio a nuestros hermanos y hermanas.

No olvidemos nunca las sencillas palabras de Jesús, recogidas para nosotros en el Evangelio: "Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos" (
Mt 7,12). Así, trabajando junto a los demás jóvenes de todas las naciones, junto a todos vuestros compatriotas y a los demás hombres, tendréis una meta y un destino en la vida, y seréis capaces de construir un nuevo orden de armonía y de paz, de justicia y de amor.

Queridos jóvenes de Japón: Con plena confianza en vosotros, os exhorto a vencer toda tentación de egoísmo, y a abrir ampliamente vuestros corazones a los valores transcendentes y a todo el mundo. Y, junto a la juventud de todas las partes del mundo, construid el mundo de mañana. Sí, queridos jóvenes de Japón, con la ayuda de Dios el futuro os pertenece. ¡El futuro es vuestro!









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