Discursos 1981 48


VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS REPRESENTANTES DE LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS


Nunciatura Apostólica de Tokio

49

Martes 24 de febrero de 1981



Estimados amigos:

1. Me habéis concedido el honor de venir personalmente a encontraros conmigo durante mi breve pero intensa visita a vuestro país, impregnado en todos sus rincones de una incomparable belleza, una belleza que manifiesta la presencia divina escondida en cada una de las criaturas visibles. Es más, en las virtudes de amabilidad y bondad, discreción, delicadeza y fortaleza inculcadas por vuestras tradiciones religiosas, encuentro los frutos de este Espíritu Divino, que según nuestra fe es "amador del hombre", "llena el universo" y "todo lo abarca" (Sab 1, 6-7).

En consonancia con esto, me dirijo a vosotros con las mismas palabras usadas por San Pablo, el primer gran viajero y el heraldo universal de la fe cristiana: "Os abrimos nuestra boca... ensanchamos nuestro corazón; no estáis al estrecho en nosotros" (2Co 6,11-12). Conocéis los sentimientos expresados por la Iglesia católica, especialmente desde el Concilio Vaticano II, hacia las grandes tradiciones religiosas de la humanidad, tradiciones de las que vosotros sois distinguidos representantes en Japón. Conocéis bien estos sentimientos, pues habéis tenido ocasión de experimentar su puesta en práctica, y la prueba más reciente de ello es mi presencia hoy en medio de vosotros. Mucho antes, incluso, del Concilio Vaticano II la Iglesia católica ha mostrado un gran aprecio por vosotros. Desde el Concilio, gracias a los valiosos esfuerzos de muchas personas y organismos, incluido el Secretariado para los No Cristianos de Roma, las relaciones entre nosotros se han desarrollado e intensificado tanto, que puede decirse que casi todos los aquí presentes hoy habéis estado en el Vaticano —incluso más de una vez— para encontraros con mi predecesor Pablo VI o conmigo mismo. Os agradezco todas esas visitas, y este encuentro intenta ser un modo de devolverlas.

2. Es para mí motivo de alegría y también una obligación recordar aquí la cálida y amable figura del difunto cardenal Sergio Pignedoli y su gran amor hacia vosotros, al que vosotros correspondéis con afecto y amabilidad. Estoy seguro de que él está con nosotros en espíritu en este momento. He de expresar también mi gratitud hacia vosotros por vuestras muestras de gran estima hacia la Iglesia católica en Japón, y por vuestra disposición a trabajar junto con ella; y me siento complacido de que los católicos, por su parte, colaboren activamente con vosotros.

3. ¿Qué puede deciros el Papa que viene de Roma en su primera visita a este renovado país del Este? Vosotros sois los herederos y los guardianes de una antiquísima sabiduría. Esta sabiduría ha inculcado en Japón y en todo el Este elevados modelos morales de vida. Os ha enseñado a venerar el "corazón puro, limpio y honesto" (akaku, kiyoku, naoki, kokoro). Os ha inspirado para ver la presencia divina en cada criatura, especialmente en cada ser humano. Ha inculcado en vosotros "el desinterés y el servicio a los demás como la cima de la amistad y de la compasión", usando las palabras de vuestro gran maestro Saicho. Me llevaría mucho tiempo hacer un elenco de todos los valores espirituales de los que sois guardianes y maestros. Como cabeza espiritual de la Iglesia católica, y como discípulo de Cristo y Vicario suyo, os expreso la plenitud de mi alegría por haber derramado Dios estos dones sobre vosotros, y por expresarlos vosotros con libertad plena y respetuosa. Son verdaderas las palabras de la Biblia: la Sabiduría de Dios circundaba la bóveda celeste y caminaba por el seno de las profundidades. Sobre las olas del mar y sobre toda la tierra y sobre todo pueblo y nación tenía dominio (cf. Eclo 24, 5-10), "siendo sus delicias los hijos de los hombres" (Pr 8,31). Por eso los cristianos se sienten obligados de un modo especial a aplicar las palabras de Jesús cuando dijo: "El que no está contra nosotros está con nosotros" (Mc 9,40 cf. Lc Lc 9,50).

4. Es cierto, en muchas cosas estáis ya con nosotros. Pero nosotros, los cristianos, hemos de decir también que nuestra fe es Jesucristo-, es a Jesucristo a quien proclamamos. Incluso hemos de decir más, repitiendo las palabras de San Pablo: "Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Co 2,2), Jesucristo que ha resucitado también para la salvación y la felicidad de toda la humanidad (cf. 1Co 15,20). Por eso, nosotros llevamos su nombre y su alegre mensaje a todos los pueblos y, a la vez que honramos sinceramente sus culturas y tradiciones, los invitamos respetuosamente a escucharle y a abrirle sus corazones. Al entablar el diálogo, nuestro objetivo es dar testimonio del amor de Cristo, o, en términos concretos, "fomentar la unidad y la caridad entre los hombres y, aún más, entre los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad" (cf. Nostra aetate NAE 1). El mensaje de Cristo que proclama la Iglesia está centrado en el amor al hombre: éste es el gran precepto de Cristo, la plenitud de la perfección. Por "hombre" entendemos todo aquel que está a nuestro lado, la persona individual formada en el corazón de su madre.

5. En nuestro compromiso por el hombre, nosotros los cristianos estamos deseosos y dispuestos a colaborar con vosotros en favor de la dignidad del hombre, de sus derechos innatos, de la sacralidad de su vida incluso en el seno materno, de su libertad y autodeterminación a nivel individual y social, de su elevación moral y la primacía de su dimensión espiritual. Como hombres religiosos, hemos de dedicar una particular atención al fortalecimiento de las relaciones sociales cordiales y adoptar un estilo de vida marcado por la sobriedad personal y el sincero respeto de la belleza del mundo en que vivimos. Esta es nuestra tarea hoy, más que nunca, cuando la humanidad se enfrenta con la creciente amenaza de ideologías materialistas y de formas de industrialización que pueden despojar al hombre de su dignidad. Sé que se ha comenzado ya el diálogo y la colaboración con este objetivo, tanto en Roma como en Japón, entre la Iglesia católica y las Organizaciones religiosas que vosotros representáis. Expreso de nuevo mi agradecimiento por el respeto y la confianza que habéis manifestado tan claramente hacia el Papa y la Iglesia católica en Japón. La Iglesia, por su parte, se hace, a través del diálogo, más católica cada vez —más universal—, lo cual está en consonancia con su naturaleza y su misión de proclamar y dar testimonio del amor de Cristo hacia todos los seres humanos.

6. Me gustaría decir más, pero el lenguaje humano es a veces demasiado limitado y difícil. Sé, sin embargo, que vosotros comprendéis el corazón. Y la aspiración de nuestros corazones apunta en la misma dirección. Por eso os digo: Que el Espíritu y el amor de Cristo esté con todos vosotros.











VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS REPRESENTANTES DE LAS IGLESIAS


Y COMUNIDADES CRISTIANAS NO CATÓLICAS


Nunciatura Apostólica de Tokio

Martes 24 de febrero de 1981



50 Queridos hermanos cristianos de Japón: Gracias por haber venido, como representantes de vuestras Iglesias y comunidades, a este encuentro conmigo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros" (2Th 3,18).

1. El movimiento ecuménico nos ha hecho capaces de ver más claramente en estos tiempos los vínculos que unen a los cristianos, en Cristo y el Espíritu Santo, en una sola comunión aunque sea incompleta por las divisiones todavía existentes. Pero Dios en su designio de amor nos llama siempre a una unidad tan profunda y misteriosa como la que existe entre el Padre y el Hijo. Cristo mismo oró para que sus discípulos "sean uno, como nosotros somos uno" (Jn 17,22). Hay en efecto "sólo un Señor, una fe, un bautismo" (Ep 4,5), que reúne a todos los que han sido justificados por la fe y el bautismo y los incorpora a Cristo (cf. Unitatis redintegratio UR 3).

2. Esto mismo tiene ya importantes consecuencias prácticas para las relaciones entre nuestras Iglesias y comunidades a pesar de las divisiones. Significa ante todo que nos tenemos que reconocer unos a otros en Cristo, que debemos apreciar el sentido de lo que hacemos en nuestras Iglesias y comunidades, que nos toca aceptar nuestra mutua responsabilidad de orar unos por otros y de animarnos mutuamente. Al hacerlo, comenzamos, con la gracia de Dios, a descubrir y apreciar los valores de la vida cristiana de unos y otros "sea como individuos, como comunidades o como Iglesias" (Unitatis redintegratio UR 3). Esta estima es obra, decimos, de la gracia, pero también nosotros mismos debemos promoverla. A veces habrá ocasiones para una acción conjunta o complementaría al servicio del Evangelio.

3. Pero sobre todo, somos llamados a orar unos por otros, y también oportunamente a orar juntos, especialmente a fin de que sea restablecida la plena comunión entre nosotros. Tal oración es esencial para centrar nuestra atención en Jesucristo, nuestro único Señor, a quien adoramos y de quien debemos dar fiel testimonio. Porque hay todavía serías cuestiones de fe sobre las cuales no hemos llegado a un acuerdo, debemos rezar intensamente por la reconciliación y por la plena unidad que nuestro Señor quiere para su pueblo. Os quisiera animar vivamente a dedicaros a esta oración cuando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, uniéndoos así a los cristianos en el mundo entero en un gran acto de intercesión que puede abrir los corazones y las vidas al poder de reconciliación de Cristo.

4. En semejante atmósfera de oración, puede florecer el diálogo teológico, y podemos encarar así, conforme a nuestra responsabilidad ecuménica, las difíciles cuestiones que todavía nos separan. Más aún, es precisamente la oración ferviente que nos habrá de iluminar para descubrir y nos dará fuerzas para aprovechar las oportunidades que nos tocan de dar un testimonio común de Jesucristo y su Evangelio. Los cristianos de Japón todos sumados son una pequeña cantidad. Sin embargo, qué espléndida misión la vuestra: procurar ser una levadura de amor y emulación en la sociedad, a fin de mostrar con el ejemplo y proclamar con la palabra el altruismo y todos los demás valores evangélicos frente a los criterios materialistas del consumo, a fin también de acentuar la dignidad humana y el valor de cada persona contra todo aquello que en la sociedad moderna podría limitar una y otro. Con sentido de la fraternidad universal de los cristianos, poseéis ciertamente una especial' disposición para promover en vuestra propia patria una conciencia de la responsabilidad de Japón respecto de las diversas naciones y países de Asia que se encuentran en una situación menos favorecida. Particularmente en lo que toca al diálogo con gentes de otras religiones, ojalá se unan los cristianos en el fomento de los valores religiosos y humanos. En todos estos campos, en medio de las divisiones existentes, podéis ser un fermento y una simiente de salvación.

5. San Pablo suplicaba al pueblo de Corinto: "...exhortaos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros" (2Co 13,11). Os ofrezco hoy a vosotros sus palabras como sustento de vuestros esfuerzos para aproximaros más a aquella plenitud de comunión querida por Cristo nuestro Señor. Ruego para que el pequeño grupo de cristianos japoneses pueda crecer juntamente y llegar a ser un signo viviente de esperanza para Japón y para toda Asia.

El Señor os conserve en su paz y el amor de Cristo permanezca en vuestros corazones y en vuestras casas para siempre.
* * *


Oremos:

Señor, derrama sobre nosotros la plenitud de tu misericordia, y mediante el poder de tu Espíritu remueve las divisiones entre los cristianos. Que tu Iglesia se eleve más claramente como una señal para todas las naciones, el mundo sea colmado con la luz de tu Espíritu y crea en Jesús a quien has enviado, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL EPISCOPADO JAPONÉS


Nunciatura Apostólica en Tokio

51

Lunes 23 de febrero de 1981

Queridos hermanos en Cristo:

1. Es para mí causa de profunda alegría venir a vuestro país con motivo de la beatificación de vuestros mártires japoneses. Estos santos mártires ocupan su lugar, junto a los otros muchos que la Iglesia honra ya oficialmente, para dar testimonio de la gloriosa historia cristiana de vuestro pueblo, en la que la sangre de los mártires ha sido verdaderamente semilla de cristianos. Espero impacientemente el momento de honrar a estos mártires de modo solemne en Nagasaki. El importante acontecimiento de su beatificación me proporciona esta ocasión de realizar una visita pastoral a la Iglesia en Japón, la ocasión de encontrarme con fieles de todos los estados y la especial alegría de estar con vosotros, los Pastores del rebaño.

2. He venido aquí para ofreceros mi apoyo fraterno en vuestra misión de proclamar a Jesucristo a la "pusillus grex" de Japón y a todos aquellos que quieran oír libremente el mensaje del Evangelio. He venido para que juntos expresemos nuestra unidad en Cristo y en su Iglesia, para que esta unidad se vea reforzada, y para que arraigados en la fuerza de esta unidad os dispongáis con vigor renovado a hacer frente a los retos de vuestra misión pastoral. Si escuchamos atentamente, como sucesores de los Apóstoles, como obispos de la Iglesia de Dios y como servidores del Evangelio, podremos oír el mismo grito que le fue dirigido al Apóstol Felipe: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). ¿Acaso no resuena hoy este grito en toda la metrópolis de Tokio y en todo Japón? ¿Y no se dirige de un modo particular a vosotros, obispos del Japón?

3. Queridos hermanos, el Padre quiere seguir manifestando a su Hijo amado a través de nuestro ministerio pastoral. Quiere manifestarle como el amoroso y misericordioso Salvador del mundo, el Maestro de la humanidad, el perfecto Hijo del hombre y el eterno Hijo de Dios. Al mismo tiempo el Padre quiere que todos tengan vida en su Hijo, y que a través de El participen de la vida de la Santísima Trinidad. Nuestra respuesta a este plan del Padre se concreta en programas de evangelización y catequesis, a través de los cuales proclamamos a Cristo de modo perseverante, y tratamos de guiar metódicamente al pueblo al pleno conocimiento de su fe católica y a la plena madurez en Cristo.

4. Para mostrar a Cristo al mundo, para construir la comunidad de la Iglesia, hemos de ser capaces de decir con San Juan: "Esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3). Esta unidad ha de ser guardada en todas sus dimensiones eclesiales, incluyendo la comunión con la Iglesia universal. Esta unidad requiere de los obispos la collegialitas effectiva y la collegialitas affectiva con el Sucesor de Pedro y con todos sus hermanos, los obispos de todo el mundo. Requiere, asimismo, una especial manifestación de unidad entre los obispos de cada Conferencia Episcopal. Esta última dimensión posee una particular importancia debido a su influencia en todas las actividades apostólicas locales. Pero ante todo, la unidad pertenece al misterio de la Iglesia, y su valor fue comprendido profundamente por la primitiva comunidad cristiana, en la que los creyentes tenían "un corazón y un alma sola" (Ac 4,32). Los obispos de la Iglesia de Cristo han tenido desde el principio —y tienen todavía— una responsabilidad especial por la unidad de la Iglesia, con una seria obligación de estar unidos entre sí. Las palabras de solicitud apostólica de San Pablo tienen una significación especial para todo obispo y para todo grupo de obispos: "Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente y no haya entre vosotros cisma, antes seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir" (1Co 1,10).

5. Vuestros programas pastorales requieren la expresión de esta estrecha unidad en fraterna colaboración. Es una condición para vuestra eficaz colaboración y para vuestra efectividad. En este sentido os insto a hacer todo lo posible por hallar fuerza en la unidad, a fin de promover iniciativas pastorales comunes en la evangelización y la catequesis. Continuad, queridos hermanos, con el mismo celo que ha sustentado ya un difícil trabajo en distintas áreas, a saber, la traducción unificada de la Biblia, la publicación del nuevo Misal, la compilación de un nuevo catecismo y la traducción de los documentos del Magisterio.

Existen otros muchos proyectos pastorales que requerirán la plena medida de vuestro compromiso común en bien de la Iglesia en Japón. La colaboración fraterna de todos los obispos entre ellos, realizando las directrices y el espíritu genuino del Concilio Vaticano II, así como las normas postconciliares dictadas por la Sede Apostólica, es, ciertamente, un acto de amor pastoral hacia el pueblo.

6. Al igual que toda la Iglesia, vosotros sentís la urgente necesidad de dar una catequesis continuada a vuestro pueblo. Estoy seguro de que haréis todos los esfuerzos posibles para procurar que ninguna categoría de fíeles sea descuidada. En mi Exhortación Apostólica sobre la catequesis, me dirigía a todos los obispos de la Iglesia en los siguientes términos: "Sé que el ministerio episcopal que tenéis encomendado es cada día más complejo y abrumador. Os requieren mil compromisos... ¡Que la solicitud por promover una catequesis activa y eficaz no ceda en nada a cualquier otra preocupación! Esta solicitud os llevará a transmitir personalmente a vuestros fieles la doctrina de vida. Pero debe llevaros también a haceros cargo en vuestras diócesis, en conformidad con los planes de la Conferencia Episcopal a la que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis, rodeándoos de colaboradores competentes y dignos de confianza. Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz... Tened la seguridad de que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil. Por lo demás —-¿hace falta decíroslo?—, vuestro celo os impondrá eventualmente la tarea ingrata de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor frecuencia os deparará el gozo y el consuelo de proclamar la santa doctrina y de ver cómo florecen vuestras Iglesias gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor" (Catechesi tradendae CTR 63).

Un campo que merece una especial atención pastoral es la necesidad de impartir una catequesis a los jóvenes que se preparan para el matrimonio. Esta necesidad es particularmente apremiante para aquellos que desean llevar una vida íntegra en el matrimonio con otra persona que no tiene la misma fe o las mismas convicciones religiosas. Todos los esfuerzos que se realicen en este campo pueden fortalecer mucho la santidad del matrimonio y de la familia. En todas las actividades catequéticas será necesario proclamar claramente la enseñanza de Cristo y de su Iglesia. La catequesis no puede dudar nunca del poder de la gracia de Cristo para llevar a los fieles a elevadas cotas de santidad cristiana.

7. Como obispos, hemos de estar convencidos de la necesidad de no achicar nunca los modelos de vida cristiana que presentamos a nuestro pueblo. Nuestra responsabilidad pastoral nos impulsa a proponer una profunda aceptación de las bienaventuranzas, un compromiso radical con los valores evangélicos. Nuestro pueblo, redimido y santificado por la sangre del Salvador, es capaz de aceptar la invitación divina que a nosotros nos toca transmitir. Una y otra vez los católicos japoneses han dado pruebas de su capacidad para mantener su herencia cultural, y encarnar a la vez el elemento original del cristianismo, esta novedad de vida en Cristo. Han mostrado una comprensión de la doctrina de la cruz y de la vocación universal a la santidad. Es necesario mantener viva la memoria de vuestros mártires para que vuestro pueblo sepa siempre que su herencia es gloriarse "en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6,14).

52 8. El apostolado de las vocaciones merece de un modo muy especial vuestros intensos esfuerzos unidos. Por la gracia de Dios un alto número de mujeres católicas han abrazado la vida religiosa. Pero el Evangelio tiene necesidad todavía de numerosos testigos. Es importante que los jóvenes tengan la oportunidad de escuchar la llamada de Dios. Y muchos de los jóvenes querrán seguirle después de haber oído y visto a Jesús. A la promoción y el logro de las vocaciones por medio de la oración y el esfuerzo siguen otros dos aspectos dinámicos: una cuidadosa atención dirigida a la formación adecuada de aquellos que han aceptado la llamada de Dios, y un empleo adecuado de los talentos sacerdotales y religiosos. Los seminaristas mayores, de un modo particular, han de ser objeto del más profundo interés pastoral de los obispos, para que las prioridades del sacerdocio sean apreciadas mucho antes de la ordenación. Para todos nosotros —hemos de repetirlo una y otra vez— las prioridades apostólicas del sacerdocio son "la oración y el ministerio de la palabra" (Ac 6,4). Ayudar a vuestros sacerdotes en estas actividades es promover el plan de Cristo sobre su Cuerpo, la Iglesia. Ningún otro miembro del rebaño tiene más derecho a vuestro amor fraterno que los sacerdotes, que son vuestros colaboradores en el Evangelio de salvación: vuestros propios sacerdotes diocesanos y los misioneros que prestan generosamente sus servicios a vuestro lado. Vuestra bondad, vuestro interés y vuestra preocupación personal por ellos como amigos constituyen un ejemplo saludable para ellos en sus propias relaciones con el resto del Pueblo de Dios.

9. En mi primera Encíclica dediqué secciones bastante amplias a dos aspectos vitales de la vida de la Iglesia: el sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía. Repetidamente he puesto de manifiesto la gran fuerza de estos sacramentos para la vida cristiana. Y hoy quisiera animaros a vosotros personalmente para que hagáis todo lo que esté en vuestra mano para ayudar a la comunidad eclesial a apreciar plenamente el valor de la confesión individual como un encuentro personal con el Salvador misericordioso que nos ama, y a ser fieles a las directrices de la Iglesia en un asunto de tanta importancia. Las normas de la Sede Apostólica en lo que se refiere al uso totalmente excepcional de la absolución general, tienen también en cuenta "el derecho de Cristo mismo hacia cada hombre redimido por él" (Redemptor hominis RH 20).

10. Vuestro propio ministerio y el de vuestros sacerdotes, así como toda la actividad de la Iglesia universal, alcanza su culminación en el Sacrificio eucarístico. En él se realiza plenamente el anuncio de Jesucristo. En él encuentra la evangelización su fuente y su culmen (cf. Presbyterorum ordinis PO 5). En él alcanza su más plena expresión nuestra unión en Cristo. (Con qué alegría espero celebrar la Eucaristía en medio de vosotros tres veces en los próximos tres días, ofreciendo al Padre, en unión con Jesucristo, todas las esperanzas y las aspiraciones, todas las alegrías y las penas del pueblo japonés, rogando para "que la Palabra del Señor avance con celeridad y sea El glorificado como lo es entre vosotros" (2Th 3,1).

11. Continuemos, pues, queridos hermanos, a pesar de los obstáculos y las contrariedades, a pesar de la debilidad humana, ofreciendo el Evangelio libre e íntegramente. Esta es nuestra contribución frente a la soledad del mundo, es nuestra respuesta ante el egoísmo del hombre, ante la falta de sentido que tantos experimentan en la vida, ante la tentación de la huida, ante el letargo y el desánimo. Como ministros de Cristo ofrecemos su Palabra y el tierno amor de su Sagrado Corazón: ésta es nuestra, contribución original y especifica al diálogo de la salvación, a la promoción deja dignidad humana y a la liberación final de la humanidad.

Vayamos, pues, con confianza en el nombre de Jesús y alegrémonos en el nombre de María. San Pablo Miki y sus compañeros comprendieron el significado de estos nombres y su fuerza suave. Y que esta herencia permanezca largo tiempo en lapón: para conducir a las generaciones futuras a Jesús a través de María.

Queridos hermanos: Gracias por vuestra invitación a venir a Japón. Gracias por vuestra ayuda fraternal y por vuestra colaboración en la tarea del Evangelio. "Mi amor está con todos vosotros en) Cristo Jesús• (1Co 16,24). Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON EL LAICADO CATÓLICO EN LA CATEDRAL DE TOKIO


Lunes 23 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Supone para mí una gran satisfacción tener la oportunidad de saludaros a vosotros, seglares católicos. En Japón el laicado ocupa un lugar especial en la evangelización y en todo el conjunto de la vida de la Iglesia. Esto fue así desde su comienzo. Los misioneros pudieron contar con la generosa colaboración de los seglares y se sintieron especialmente confortados por la profunda fe manifestada por los mismos. Entre los mártires que ha tenido la Iglesia en Japón, ha habido, al lado de sacerdotes y religiosos, un gran número de seglares, hombres, mujeres y niños, que no dudaron en confesar a Cristo hasta la muerte. Asimismo se dice que el motivo por el que San Francisco Javier decidió venir a Japón fue la influencia de Anjiro, un seglar japonés. Este hombre, movido por un profundo deseo de dar a conocer a Jesucristo entre sus hermanos, logró convencerle para que viniera. Prestó una valiosa ayuda al Santo y fue quien señaló que los japoneses acogerían la fe cristiana si veían que la vida de los cristianos estaba en consonancia con el mensaje que anunciaban. Es emocionante recordar aquellos comienzos, a fin de comprender la belleza y la profundidad de la misión de los seglares en la Iglesia en el momento actual."

2. Desde aquellos días, la Iglesia en Japón ha seguido firme y constante en su tarea de evangelización. El número total de católicos en esta nación es todavía muy pequeño; sin embargo, existen actualmente a lo largo de todo el país fervorosas comunidades cristianas, que con su unión dan testimonio del amor de Dios y del poder de Jesucristo. El testimonio que dan los cristianos con su vida hace creíble hoy el mensaje del Evangelio en Japón. Toda la Iglesia tiene que ser una Iglesia evangelizadora. Jesús mismo exhorta a todos los miembros de su Cuerpo a ser, en su vida diaria, la sal de la tierra y la luz del mundo. Con El os digo yo también: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5,16).

Por la fuerza que nace de vuestra unión con Cristo, llena de fe, de esperanza y de caridad, vosotros, los seglares de Japón, tenéis una responsabilidad particular en hacer que el Evangelio llegue a todos los niveles de la sociedad y en comunicar de palabra y de obra el mensaje y la gracia de Cristo. Como verdaderos apóstoles, buscaréis ocasiones para proclamar a Cristo entre los no creyentes y para fortalecer en la fe a los que ya creen. Sí, vuestro papel es indispensable para la vida y la misión de la Iglesia.

53 3. En vosotros quiero saludar a las familias cristianas de Japón, a las que el Sínodo de los Obispos llama la Iglesia doméstica. En efecto, padres e hijos forman una comunidad de amor y de mutua comprensión, donde se comparten las alegrías y las tristezas de la vida, donde se transmiten las convicciones de fe y, sobre todo, donde se da alabanza a Dios en humilde oración. Saludo a los profesionales y a los trabajadores que procuran realizar sus tareas como un servicio a la sociedad, poniendo ante ella la visión y las consideraciones éticas que ofrece la doctrina de Cristo.

Saludo a todos los hombres y mujeres que trabajan en parroquias y organizaciones, en obras de caridad y en el apostolado seglar, en la educación y en la catequesis. Saludo a las generaciones jóvenes de laicos, que pueden llevar al mundo escolar y universitario el sentido último que han descubierto para su propia vida en Jesucristo. A todos vosotros os digo: sed fíeles a vuestra misión: extender el Reino de Cristo para gloría del Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Que María, la Madre de Jesús, os ayude a dar a conocer a su Hijo entre vuestros hermanos y hermanas a través de toda esta tierra.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CLERO Y A LOS RELIGIOSOS EN LA CATEDRAL DE TOKIO


Lunes 23 de febrero de 1981



Quiero dirigir ahora mis pensamientos a los religiosos que se afanan por llevar a cabo el alto ideal de seguir a Cristo más de cerca en castidad, pobreza y obediencia. Más tarde tendré también la oportunidad de dirigirme a las religiosas de Japón.

Queridos hermanos: Vuestra unión con Cristo, que comenzó en el bautismo y que ha sido fortalecida por medio de vuestra consagración religiosa, lleva consigo una especial unión con la Iglesia. Vosotros participáis más plenamente del misterio de su vida y estáis comprometidos más profundamente con su misión en el mundo. Consciente de esta dimensión eclesial de la vida religiosa, os repito lo que escribí en mi primera Encíclica: "El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas, y particularmente en la nuestra, es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad de la redención, que se realiza en Cristo Jesús" (Redemptor hominis RH 10).

Vuestras vidas consagradas a Cristo por medio de los consejos evangélicos pueden elevar las conciencias y los corazones de nuestra generación hacia el único que es Santo, el único que es el Hacedor y el Salvador de todo. Siendo alegres mensajeros de la verdad, servidores generosos de los necesitados y hombres de oración animados por una profunda confianza en el Señor, vosotros eleváis la mirada de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Hacéis que sus ojos se eleven con esperanza. Les ayudáis a descubrir que es realmente posible "correr por las alturas" (cf. Hab Ha 3,19), entrar en comunión de amor con Dios y conversar con El.

Quiero dirigir un mensaje especial a los sacerdotes aquí presentes, tanto diocesanos como religiosos. El corazón del ministerio sacerdotal es proclamar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, una proclamación que alcanza su culmen y su meta en la celebración de la Eucaristía. Estando comprometidos en esta misión vital de la Iglesia, os pido que prestéis una particular atención a un punto que recogí en mi reciente Encíclica: "La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia, el atributo más estupendo del Creador y del Redentor" (Dives in misericordia DM 13).

Que cada una de vuestras palabras y vuestras acciones sean un testimonio elocuente de nuestro Dios que es rico en misericordia. Que vuestros sermones inspiren esperanza en la misericordia del Redentor. Que el modo en que celebréis el sacramento de la penitencia ayude a todos a experimentar de modo único el amor misericordioso de Dios, que es más fuerte que el pecado. Y que vuestra bondad personal y amor pastoral ayuden a todos aquellos que se encuentren con vosotros, a descubrir al Padre misericordioso, que está siempre dispuesto a perdonar.

Que también, mis hermanos sacerdotes, estéis siempre unidos entre vosotros y con vuestros obispos. Como Ignacio de Antioquía escribió a Policarpo: "Que la unidad, el mayor de todos los bienes, sea objeto de tu preocupación". La unidad dentro del presbiterio no es algo que carezca de importancia para nuestra vida y servicio sacerdotales. Al contrario, se trata de una parte integrante de la predicación del Evangelio, y simboliza la auténtica finalidad de nuestro ministerio: realizar la unidad con la Santísima Trinidad y fomentar la hermandad entre todos los pueblos. Por esto, el mismo celo que nos impulsa a servir a nuestro pueblo, ha de inspirarnos también para estar unidos entre nosotros. Recordad cómo el deseo de unidad de Jesús le llevó a orar en la última Cena: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

Por tanto os exhorto con las palabras de San Pablo: "Amaos los unos a los otros con amor fraternal" (Rm 12,10). Que en medio de vuestras tareas pastorales encontréis ocasiones para orar juntos, para ofreceros unos a otros hospitalidad, para animaros unos a otros en el trabajo del Señor. Tened una particular preocupación por aquellos hermanos vuestros que se encuentran solos, enfermos o aplastados bajo el peso de la vida. Como "colaboradores en la verdad" (cf. 3Jn 8), ayudad a vuestros hermanos los sacerdotes en esta gran tarea nuestra: la proclamación del amor misericordioso de Dios que se ha hecho visible en Cristo Jesús, nuestro Señor.

4. Al expresar mi amor y mi aprecio por todos los sacerdotes y hermanos presentes aquí, quiero añadir un saludo como expresión de mi particular aprecio por la contribución de los misioneros a la Iglesia en Japón. Gracias a la labor generosa de vuestros predecesores, la Iglesia se ha implantado en esta tierra, e incluso vuestro fiel ministerio continúa siendo un servicio efectivo a la causa del Evangelio. Estad seguros de que toda la Iglesia tiene en gran estima vuestra vocación misionera y la de todos los demás misioneros del mundo. Renovad en este día vuestra confianza en Jesucristo y vuestro compromiso en favor dé -la gloria de su santo nombre.


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