Discursos 1981 54

54 ¡A todos los que os halláis reunidos en esta catedral os digo: "La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (1Co 1,3).











VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PUEBLO JAPONÉS AL LLEGAR A LA CATEDRAL DE TOKIO


Lunes 23 de febrero de 1981



Es para mi una alegría poner los pies en tierra de Japón. Es realmente una hora de gran júbilo venir a este país acogedor, en el que la madre naturaleza ha producido maravillas de incomparable belleza, que hablan a todo el mundo de la gloría del Creador. Sobre todo me hace inmensamente feliz estar en medio de los japoneses mismos, en su propia tierra, que ha dado origen a una venerable cultura que abarca muchos siglos.

Vengo a Japón como peregrino de paz, trayendo un mensaje de amistad y de respeto para todos vosotros. Deseo comunicar el afecto y amor que siento por todos los hombres, mujeres y niños de este archipiélago. Es más, con espíritu de agradecimiento deseo devolver la visita que miles de japoneses me han hecho a mí y a mis predecesores en Roma, comenzando con Gregorio XIII en 1585. A lo largo de los años, un número incalculable de ciudadanos de este país nos han honrado con su presencia. Muchos japoneses han acudido al Vaticano para hablar de sus valores religiosos, para manifestar su arte y para expresar cordialmente sus buenos deseos. Por todo esto una vez más quiero dar las gracias hoy.

Quisiera, en recíproca correspondencia, expresar a todo el pueblo de esta noble nación mi deseo de prosperidad y de paz para todos. De manera especial, mis respetuosos saludos a Su Majestad el Emperador y a su augusta familia. Expreso también mi reconocimiento a las autoridades del Gobierno, que han puesto todos los medios para facilitar mi visita.

Saludo gozosamente por anticipado a todos los miembros de las diferentes religiones de Japón. Como consecuencia de los diversos contactos celebrados en el Vaticano, me siento muy cerca de vosotros en la amistad. Mientras espero encontrarme con los distintos grupos de personas que veré durante mi visita, quiero expresar mis mejores y más cordiales deseos a los jóvenes de Japón, a los que tienen que llevar adelante las esperanzas de un mundo mejor, en el que la auténtica protección de la dignidad de todo ser humano sea la medida del progreso y la garantía de la paz.

Permitidme ahora decir unas palabras a la comunidad católica de este país. Estoy agradecido a los obispos que me dirigieron la invitación y a todos los fieles que con tanta dedicación han preparado mi venida. Saludo con el mayor afecto fraternal a mis hermanos y hermanas católicos que trabajan junto con los demás hermanos japoneses en perfecta libertad de conciencia y de religión. Además de ser auténticos ciudadanos, constituyen una parte importante y entrañable de la comunidad universal de la Iglesia católica. Quiero rendir homenaje a su fe religiosa, que se ha manifestado a lo largo de generaciones en las buenas obras y se ha verificado mediante el testimonio extraordinario y heroico de los mártires. Entre éstos se encuentran los mártires japoneses que acaban de ser beatificados en Manila y que hoy tributan honor a todo Japón y son aclamados en el mundo entero. Por vosotros, fieles católicos de Japón, hago la ferviente oración con las palabras de San Pablo, a fin de que "la paz de Dios, que sobrepuja a todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Ph 4,7).

Al comenzar hoy mi visita en Tokio, visita que me llevará a Hiroshima y Nagasaki, mi mayor deseo es manifestar a cuantos haya de visitar los sentimientos propios de un hermano y amigo, sentimientos de amor y de paz. Que el Altísimo haga descender copiosamente, sobre Japón sus mejores bendiciones.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Agaña, Guam

Lunes 23 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas:

55 1. Tengo la impresión de tener que deciros adiós demasiado pronto. En estas horas que he pasado con vosotros hemos tenido ocasión de encontrarnos, de animarnos unos a otros, y de orar juntos, como una familia, ante Dios, nuestro Padre celestial. ¡Cuántas alegrías y bendiciones en estas actividades!

2. El objeto de mi visita pastoral ha sido fortalecer la vida cristiana de todos mis hermanos y hermanas. Espero haber llevado a cabo adecuadamente esta responsabilidad como Sucesor de Pedro en la Iglesia. Con todo, tengo que deciros que el hecho de estar con vosotros ha renovado también mi espíritu. A través del entusiasmo y la solidaridad que me habéis demostrado he podido ver por mí mismo la profundidad de vuestra fe, de vuestra esperanza y de vuestro amor. Esta experiencia me ha llenado de gran alegría.

3. En el momento de mi partida quiero hacerme eco de las palabras de San Pablo: "Sed imitadores de Dios, como hijos amados" (
Ep 5,1). Sí, caminad siempre por las sendas del amor, tomando a Jesús como vuestro modelo y guía. Haced extensiva a los extranjeros que viven en medio de vosotros, la misma hospitalidad que me habéis mostrado a mí. Respetad y salvaguardad la dignidad de toda vida humana, especialmente la vida de los ancianos y de los no nacidos. Fortaleced los vínculos de la vida familiar, haciendo de cada hogar un lugar de paz, de respeto y de amor mutuo. Vigilad siempre para aseguraros de que los caminos de la justicia guíen todos los aspectos de vuestra vida social. Estad siempre agradecidos por las bendiciones materiales y espirituales que Dios ha derramado sobre vosotros. Sabed que no se os dan para una satisfacción momentánea, sino para ayudaros a descubrir su constante cuidado paterno sobre vosotros.

4. Doy las gracias de todo corazón a todos aquellos que han estado relacionados con mi visita. En primer lugar, quiero expresar mi gratitud a las autoridades civiles, que poseen la responsabilidad sobre el destino de los pueblos de este territorio. En segundo lugar, quiero dar las gracias a mis hermanos en el Episcopado, que han estado conmigo durante mi visita, de modo especial al obispo Flores, cuya bienvenida a esta diócesis ha sido tan cálida y generosa. No quisiera dejar de mencionar a loa sacerdotes, loa religiosos y los laicos de esta diócesis, a todos aquellos con quienes me encontré, y a aquellos que, por causas de enfermedad o por otras razones, no pudieron venir. Estad seguros de que el Papa está con todos vosotros y reza por todos vosotros. A todas las gentes de esta vasta región os digo: ¡Que Dios bendiga a Guam y a las demás Islas Marianas! ¡Que Dios guarde a todos los habitantes de Micronesia! ¡Que El os conceda la verdadera felicidad, como hijos suyos! ¡Que El os bendiga siempre con su paz!

Si Yuus maase yan adiós! (¡Muchas gracias, y adiós!).

Hu bendisi hamyu todos: Gi naan i Tata, yan i Lahinia, yan i Espíritu Santu (Os bendigo a todos: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo).









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS


EN LA CATEDRAL DEL DULCE NOMBRE DE MARÍA


Guam

Domingo 22 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas:

"Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestras oraciones, haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo" (1Th 1,2-3).

1. Hago mías estas palabras de San Pablo y deseo expresar con ellas los sentimientos de mi corazón al dar gracias al Dios omnipotente por el testimonio de vuestra fe. Reunido con vosotros en esta catedral dedicada al nombre de María, me siento muy complacido al contemplar las muchas pruebas del modo en que vuestra fe en Jesucristo ha probado su firmeza y su verdad.

56 ¿Cómo dejaremos de dar gracias después de ver la rapidez con que la fe fue aceptada por el pueblo de Guam? Qué amor tan grande caracterizó a los misioneros y misioneras cuyos esfuerzos enriquecieron de tal modo esta Iglesia. Su predicación y su enseñanza no tuvieron la fuerza de la mera persuasión humana, sino que dieron fruto por el poder del Espíritu Santo.

Y vosotros, que os habéis reunido hoy aquí, sois los herederos de esta rica tradición, pues participáis de una comunión viva de fe, esperanza y amor. Con todo, los lazos que nos unen sienten la continua necesidad de ser estrechados aún más, de modo que podamos formar una unidad más perfecta de comunión y servicio.

2. Pues en cada época y lugar la Iglesia es llamada por Cristo a formar de muchos individuos un solo pueblo unido en "un Señor, una fe, un bautismo" (
Ep 4,5). Como un cuerpo, la Iglesia tiene que irradiar ante el mundo la presencia de su Señor. Jesucristo es, por consiguiente, la razón de todo lo que la Iglesia dice y hace. ¡Jesucristo es el centro de atracción para la comunión viva que constituye la Iglesia!

3. Es bueno que releamos con frecuencia aquellos sagrados relatos de los primeros años de la vida de la Iglesia y que reflexionemos sobre aquellos elementos que constituyen su comunión eclesial. En los Hechos de los Apóstoles leemos: "Eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (Ac 2,42).

4. Desde sus comienzos la Iglesia reconoció como un deber suyo el transmitir lo que ella había recibido de su Señor. La enseñanza apostólica capacitó a los discípulos para ser "un corazón y un alma sola" (Ac 4,32). Los primeros cristianos confesaron así una fe común ante el mundo y no fue posible una auténtica comunión allí donde faltaba la fidelidad a la tradición apostólica.

La Iglesia está llamada, hoy no menos que ayer, a preservar la integridad del mensaje de Cristo. Pues la Palabra del Señor no le ha sido confiada para manejarla a su antojo. La Iglesia es, más bien, un instrumento de evangelización cuando imparte el mensaje de Cristo en su integridad en la rica plenitud de su contenido.

5. Pero, por otra parte, no se trata de exhibir el mensaje evangélico como un objeto conservado en la vitrina de un museo donde se le puede estudiar o admirar. No, el mensaje evangélico ha de ser compartido, transmitido de forma que otros puedan escucharlo, aceptarlo y ser iniciados en la comunidad de los fieles. El servicio a la Palabra es el patrón en que se conoce la fe apostólica. Se trata de un servicio que no pide nada a cambio, salvo la certeza de que el amor de Cristo se haga presente al mundo.

Existen en la sociedad tantos ejemplos de manipulaciones del amor que algunas personas consideran que no es j)9siblc que exista un amor desinteresado. Hemos de mostrar una vez más a esta gente el espíritu de desprendimiento ejemplificado en los primeros cristianos y del que nos hablan los Hechos de los Apóstoles: "Ninguno tenía por propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común" (Ac 4,32). Allí donde exista esta actitud de autodonación generosa florecerá una verdadera comunión.

6. Pero, ¿dónde recibe la comunidad el impulso para ser una verdadera comunión? La Iglesia encuentra esta fuente en "la fracción del pan". La Eucaristía es "la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (Sacrosanctum Concilium SC 10).

En la Eucaristía la comunión eclesial no sólo es manifestada sino que, de hecho, es originada. "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1Co 10,17).

Así, pues, es necesario que nuestra comunión eucarística, basada en una expresión de fe común, no sea nunca la causa de disensiones o divisiones en la comunidad. Las formas individuales de expresión han de abrir el camino a la edificación de la comunión eclesial de toda la Iglesia.

57 7. Por último, la llamada a la fe implica para cada uno de los creyentes una continua llamada a la santidad alimentada en la oración. Abandonado a sus propias fuerzas, el hombre no posee la fuerza necesaria para superar el pecado del mundo. El Espíritu es el único que puede asegurar una unidad verdadera y estable, pues con su presencia cada miembro de la comunidad es impelido hacia expresiones de caridad y misericordia más generosas. En la época actual la Iglesia se alegra al contemplar el profundo deseo que anima a muchos hacia un mejor conocimiento del Espíritu por medio de la oración. De todo corazón deseo alentar este interés y pido para que el Espíritu Santo infunda en todos los sectores de la Iglesia un fervor por la santidad que anteponga el amor a Dios y el amor al prójimo a cualquier otra consideración.

8. Mis hermanos y hermanas: Amémonos en Cristo. Estrechemos siempre los vínculos de la fe en todo lo que hagamos. Que nuestra predicación y nuestra enseñanza sean un claro reflejo del rico depósito de la fe. Celebremos nuestra comunión con corazones alegres para que encontremos en las celebraciones eucarísticas una mayor realización de la unidad que compartimos en la fe. Seamos fervorosos en nuestra vida de oración y pidamos al Espíritu Santo que guíe a todos los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos por los senderos de una santidad auténtica.

Y una última cosa: No dejemos de fijar nuestra mirada en el ejemplo de María, cuya fe fue constante y perseverante y a la que veneramos en este lugar como Nuestra Señora de Camarín. Encomendémonos a su protección e invoquemos su poderosa intercesión: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA POBLACIÓN DE GUAM


Aeropuerto de Agaña

Domingo 22 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas:

1. Inundado de gratitud piso el suelo de vuestra tierra natal y lo beso como expresión de mi respeto y reverencia hacia los habitantes de este territorio. Doy gracias, al mismo tiempo, a Dios Todopoderoso, cuya maravillosa Providencia me permite saludar a los habitantes de Guam y de todas las demás Islas Marianas.

Gof magof yo na bai hu bísita i bonito na tano miyo yan hamyu man famaguon Yuos (Estoy contento de visitar vuestra preciosa isla y a vosotros, hijos de Dios).

Gof magof yo na hu bisita hamyu ni i taotao Islas Pacífico (Estoy contento de visitaros a vosotros, gentes de las Islas del Pacífico).

He hecho un gran viaje para poder deciros personalmente lo cercanos que estáis al Obispo de Roma en sus pensamientos y en sus oraciones. Debido a este afecto que os tengo, me consuela enormemente la alegría de nuestro encuentro.

Quiero, por tanto, dirigir un saludo amistoso a todos y a cada uno de los habitantes de este vasto territorio de Micronesia: a los matrimonios, a los solteros, a los niños, a los ancianos, a los enfermos, a los débiles y a los imposibilitados. Os saludo a todos con estima cordial. ¡Cuánto me gustaría, si fuera posible, hablar con cada uno de vosotros: visitar vuestros hogares, rezar en vuestras iglesias, conocer vuestros sufrimientos, vuestras esperanzas y aspiraciones! Pero no me es posible hacer todo esto, y debo contentarme con lo que mí limitado horario me permite. Quiero que sepáis, sin embargo, que al compartir estas horas con vosotros me guía un gran interés por vuestro bienestar.

58 2. Dentro de poco me voy a encontrar con los representantes de los sacerdotes y religiosos católicos, que trabajan en medio de vosotros. Durante más de tres siglos la Iglesia ha ofrecido al pueblo de Guam el preciado tesoro de la fe. ¡Y qué generosamente ha sido recibido este mensaje! El trabajo de la evangelización fue emprendido con espíritu de esperanza en estos lugares, y ha prosperado. ¡Que la Iglesia en Guam, todos vosotros que sois miembros de esta Iglesia, continúe proclamando y viviendo el Evangelio fielmente, sirviendo a todos! Que vosotros deis un celoso testimonio de los valores morales auténticos en medio de un mundo que se halla a menudo confuso y extraviado. Manteneos firmes ante todo lo que trate de desanimaros en la búsqueda de la plena madurez en Cristo.

3. Mis hermanos y hermanas de Guam y de las Marianas: Estamos viviendo un momento especial de la historia humana. Los avances de la ciencia y de la tecnología han abierto nuevas posibilidades para construir una sociedad más justa. Una conciencia más profunda de los derechos de todos los hombres proporciona una nueva esperanza y un impulso positivo hacia la construcción de un orden mundial más pacífico. La rapidez de las comunicaciones hace posible que comprendamos a otras gentes de un modo más directo y personal de cuanto antes había sido posible. Utilicemos las oportunidades de los tiempos presentes para fortalecer la dignidad de todos los hombres. Reunidos hoy, en este lugar, confirmemos nuestra resolución de amarnos unos a otros y de estar atentos los unos a los otros. ¡Con la gracia de Dios tendrán éxito nuestros esfuerzos! ¡Vele Dios para que así sea!

Hu guiya todos hamyu! (¡Os amo a todos!).







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Manila

Domingo 22 de febrero de 1981



Mis queridos amigos
y mis queridos hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo:

1. Ha llegado el momento de decir adiós. Al disponerme a abandonar Filipinas y continuar mi viaje apostólico, llevo conmigo muchos y muy bellos y alegres recuerdos. Ha sido un gran privilegio el poder pasar seis días en vuestro país. He admirado la gran diversidad de valores culturales y dignas costumbres que enriquecen vuestra tierra. Recordaré por mucho tiempo a gentes de tan diversos ambientes y tradiciones a los que he tenido el gusto de saludar.

2. De un modo especial, llevo conmigo el testimonio de la vitalidad de la fe católica aquí en Filipinas. Vitalidad simbolizada en la santidad de un mártir filipino cuya beatificación ha sido el motivo de mi visita pastoral. Por una feliz coincidencia dejo este país en la fiesta de la Cátedra de San Pedro, una fiesta que recuerda el papel del Obispo de Roma en la salvaguardia y promoción de la unidad de la Iglesia y en la confirmación de sus hermanos en la fe. He venido a vuestra tierra, precisamente, para realizar esta misión, que es ahora la mía como Sucesor del Apóstol Pedro. He querido pediros, además, mis queridos hermanos y hermanas que, por vuestra fe profunda y vuestro amor hacia nuestro Señor Jesucristo, asumáis un papel cada vez más importante en el trabajo de evangelización, compartiendo con otros la fe que habéis recibido como don de Dios. Podéis, contar con mis oraciones y, en palabras de San Pablo, "tengo la confianza de que el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús" (Ph 1,6).

5. Antes de partir deseo expresar mi gratitud a Su Excelencia el Presidente Marcos por su cordial bienvenida a este país y por todo lo que se ha hecho para facilitar mi visita. Agradezco también a todas las autoridades del Gobierno y a todos los que han participado en el mantenimiento del orden público y en la coordinación del programa de mi visita pastoral.

Un agradecimiento especial al cardenal Rosales y al cardenal Sin, y a todos mis queridos hermanos en el Episcopado por haberme recibido con tanto calor y haber renovado en mi presencia su dedicación a la unidad de la Iglesia de Cristo y al Evangelio de la verdad.

59 Doy las gracias a todos los que se han congregado en torno a mí con tanto cariño y afecto, tanto los hermanos y hermanas en la fe cristiana, como todos los demás ciudadanos de Filipinas. En todos los momentos de mi visita, vuestra hospitalidad ha sido una expresión auténtica de vuestra generosidad y bondad.

4. Al despedirme de vosotros, el amado pueblo de Filipinas, quiero desearos que podáis gozar siempre de paz en vuestros corazones y en vuestros hogares; que la justicia y la libertad reinen en todo vuestro país y que vuestras familias se mantengan siempre fieles, unidas en la alegría y en el amor.

¡Que Dios bendiga a Filipinas!

¡Que Dios os bendiga a todos!

Mabuhay!







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LAS COMISIONES ORGANIZADORAS DEL VIAJE PONTIFICIO


Nunciatura de Manila

Sábado 21 de febrero de 1981



Queridos amigos:

1. Es causa de alegría para mí el poder encontrarme con los miembros de las comisiones de trabajo, que han colaborado en la preparación y coordinación de mi visita pastoral a Filipinas. Con todos y cada uno de vosotros tengo una deuda de gratitud.

Desde el comienzo de mi pontificado, he deseado ardientemente venir a vuestro país en visita pastoral, con motivo de la beatificación de Lorenzo Ruiz. Y ahora, gracias a Dios, veo realizado mi deseo. Pero, si no hubiera sido por vuestros diligentes esfuerzos y vuestra generosa colaboración, si no hubiera sido por vuestros trabajos preparatorios y vuestra planificación, mi visita no habría tenido tan buenos resultados. Así, pues, de un modo real, habéis participado en la misión que Dios me ha encomendado, pues habéis asistido al Pastor de la Iglesia universal en su función de confirmar a sus hermanos en la fe.

2. Aprecio enormemente toda la ayuda que Su Excelencia el Presidente Marcos y todo el Gobierno filipino me han prestado. Sin esta ayuda mi visita no habría sido posible. Un debido reconocimiento merecen también el Gobernador de Metro Manila, Su Excelencia la Primera Dama, y todas las autoridades locales que han colaborado con generosidad y entusiasmo.

60 Quiero expresar también mis más sinceros sentimientos de agradecimiento a todos los miembros de los comités gubernativos por su generosa ayuda y su colaboración. Que Dios derrame sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos bendiciones de alegría y de paz.

3. A todos los miembros de los comités eclesiales quiero dirigir un saludo cordial de gratitud. Vosotros representáis un sector crucial de toda la Iglesia en esta amada tierra: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos; y soy consciente de que muchas de vuestras contribuciones permanecen ocultas, y que sólo Dios las conoce. Por todos vuestros esfuerzos, sacrificios y oraciones, os estoy profundamente agradecido.

Hago votos para que mi peregrinación de fe sea un impulso y una gracia para cada uno de vosotros en vuestra vida cristiana personal, y que encontréis una fortaleza renovada en las palabras de San Pablo: " Andad de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados" (
Ep 4,1). Que el Padre celestial os fortalezca a vosotros y a vuestras familias en la fe, os haga alegres en la esperanza y os mantenga unidos en el amor, hasta la venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS REPRESENTANTES DE OTRAS IGLESIAS CRISTIANAS


Nunciatura de Manila

Sábado 21 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo:

En el curso de esta visita pastoral que estoy haciendo a la Iglesia católica en Filipinas, es para mí una gran dicha encontrarme con vosotros, representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, y con los representantes del Consejo nacional de Iglesias de Filipinas.

1. Cada país posee sus especiales características de corazón y mente. En Filipinas uno piensa inmediatamente en vuestro cálido sentido de comunidad, la conciencia de que estáis estrechamente vinculados, un sentido de fraternidad que llamáis el espíritu "pakikisama". Yo mismo lo he experimentado en el breve tiempo que he pasado entre vosotros.

2. A la luz de este espíritu, las divisiones entre cristianos parecen todavía más extrañas e innaturales. Esto ciertamente constituye una base para vuestra sensibilidad ecuménica, pero sin duda nuestra preocupación por la unidad de los cristianos se funda en una razón más profunda. Todo cuanto es noble y bueno en la comunidad humana ha sido realizado y llevado a perfección en aquella más profunda comunidad universal, de la cual dice San Pablo: "Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,26-27). Esta es la comunión creada por el amor desbordante de Dios por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Esta Iglesia, única grey de Dios, signo y ya pregusto de su Reino, como un estandarte alzado bien alto para que lo vean las naciones, sirve al ministerio del Evangelio de paz para la humanidad entera (cf. Unitatis redintegratio UR 2).

3. La unidad de la Iglesia es el don de Dios y no obra de los hombres. Pero las desgraciadas divisiones entre cristianos dañan este Cuerpo de Cristo, de manera que ahora la comunión eclesial entre las diversas comunidades es incompleta y en esa medida un eficaz testimonio de Cristo es impedido y oscurecido. Es una gran gracia y una energía de renovación, que en nuestros días Dios haya despertado en los corazones de los cristianos un ansia profunda por "una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se salve para gloria de Dios" (Unitatis redintegratio UR 1).

4. Como cristianos, estamos ya estrechamente vinculados. Justificados por la fe en nuestro bautismo y así incorporados a Cristo (cf. Unitatis redintegratio UR 3), viviendo de su Espíritu, estamos unidos por una real aunque imperfecta comunión. Es responsabilidad nuestra expresar y hacer visible lo más posible esta comunión que nos une en Cristo, "conservando la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Ep 4,3). "Podemos y debemos, ya desde ahora, alcanzar y manifestar al mundo nuestra unidad en el anuncio del misterio de Cristo" (Redemptor hominis RH 11 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de marzo de 1979, pág. 7). De la misma manera, no debemos escatimar esfuerzos para restaurar aquella plenitud de comunión en Cristo, nuestro Señor y nuestra Cabeza, que vino "para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,32).

61 5. Ante las grandes naciones de Asia, los cristianos de Filipinas tienen una especial vocación de dar testimonio de la común esperanza que poseen en Cristo. Particularmente aquí es necesario asegurar que "esta cooperación entre los cristianos exprese con viveza la unión que ya los vincula entre sí y exponga a más plena luz el rostro de Cristo siervo" (Unitatis redintegratio UR 12). Se os presenta una oportunidad de combinar o coordinar vuestros esfuerzos para mejorar la condición humana, aliviando las necesidades y ayudando a crear en la sociedad aquellas condiciones que hacen la vida más conforme a la dignidad de cada hombre y cada mujer.

6. Tales esfuerzos pueden brindar un testimonio común al único Evangelio de Jesucristo. El Evangelio es nuestro común tesoro, y la tarea misionera que os corresponde como cristianos os debo también conducir a la búsqueda de modos y maneras de proclamar juntos, en la medida de lo posible, las verdades básicas en él contenidas, descubriendo lo que ya os une, incluso antes de que se alcance la plena comunión entre vosotros (cf. Redemptor hominis RH 12). En esto os enfrentáis enseguida con aquello que os divide todavía y que limita el testimonio que podéis dar juntos. Esta es la tragedia de nuestras divisiones.

Lejos de hacer fecundo y eficaz nuestro testimonio de Cristo, el escándalo de nuestras divisiones ha disminuido nuestra credibilidad: Y esto resulta verdad, no sólo cuando se trata de no cristianos, sino también de cristianos de fe simple. Con toda honestidad, nos toca asumir nuestra responsabilidad por ello. Por esto es tan urgente que, a todos los niveles, los cristianos estén dispuestos a obrar activamente y pedir por el restablecimiento de la plena comunión. Él empeño del diálogo teológico es parte integral de todo esto, pero el alma es la conversión personal, la santidad de vida y la oración por la unidad cristiana (cf. Unitatis redintegratio UR 8).

7. La situación ecuménica en Filipinas resulta especial, dado que la mayoría de los cristianos son miembros de la Iglesia católica. Los católicos tienen entonces una particular responsabilidad. A ellos toca así disponer de un conocimiento adecuado de los principios católicos del ecumenismo, serles profundamente fieles y empeñarse en ponerlos en práctica con valentía y prudencia. Fallar en esto, por impaciencia o por inercia, equivale a impedir a la Iglesia católica contribuir a] movimiento ecuménico con los dones de gracia y de fe a ella confiados. Y es importante usar estos dones en comunión con el resto de los fieles y con los obispos.

8. Quisiera concluir con una palabra de ánimo a todos los cristianos de Filipinas. Vuestra tarea es bien real, porque las divisiones son en muchos casos de reciente origen: ha habido una proliferación de varios grupos diferentes. Para algunos, las divisiones se expresan todavía en patente mala voluntad y proselitismo. Pero recordadlo, la unidad que Cristo quiere para su Iglesia es su propio don. Vuestros esfuerzos pacientes y bien informados para superar la separación y restablecer la comunión, el testimonio común que sois ahora capaces de dar, son una forma de obediencia amante a la voluntad del Señor. Sean ellos sostenidos y fecundados incesantemente por vuestras oraciones. En cada parroquia y comunidad, en cada Iglesia, en cada capilla y cada estación misionera, haya súplicas a Dios por la unidad que El quiere para su pueblo y por medio de él para toda la familia humana.

"Mi amor está con todos vosotros en Cristo Jesús" (1Co 16,24). Amén.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS REPRESENTANTES DE LOS MEDIOS


DE COMUNICACIÓN SOCIAL EN LA SEDE DE RADIO VÉRITAS


Manila

Sábado 21 de febrero de 1981



Queridos amigos:

1. Me alegro mucho de saludaros aquí, en "Radio Véritas" esta importantísima estación radiofónica católica de Filipinas. Os saludo a todos muy cordial y respetuosamente, pues como corresponsales, fotógrafos y especialistas de radio y televisión, sois la centella de vida y el espíritu que anima los diferentes instrumentos modernos de comunicación.

Quisiera rogaros que seáis siempre enormemente conscientes de vuestra responsabilidad. Las imágenes que filmáis, los sonidos que grabáis y los programas que emitís, cruzan todas las barreras del tiempo y del espacio. Llegan, algunas veces de forma instantánea, hasta las más lejanas y las más diversas poblaciones del globo. Lo que la gente oye y ve en vuestras transmisiones y comentarios influye profundamente en su modo de pensar y de actuar.

62 Hoy, gente de todos los estilos de vida, y de modo especial los jóvenes, buscan constantemente valores y principios humanos que les ayuden a construir un mundo mejor. Los líderes, en sus distintos niveles, tienen necesidad de valores y principios para construir un orden social y económica más humano. Es necesario que estos valores y principios lleguen hasta estas personas. Los medios sociales de comunicación pueden ofrecer un gran servicio a la humanidad en este proceso. Se trata, ciertamente, de un reto y una responsabilidad muy grandes, pero puede ser una contribución verdaderamente maravillosa a la humanidad.

2. Durante estos días de mi visita, el pueblo filipino recuerda el gozo con que sus antepasados acogieron la primera proclamación del mensaje cristiano. Reflexionan sobre los ejemplos de generosidad y heroísmo que esta proclamación suscitó en ellos. Reflexionan sobre los valores cristianos que tratan de mantener como la base del progreso técnico, económico y social a que aspiran con todo derecho. En todo esto se hallan asistidos por la contribución de los medios sociales de comunicación y por vuestro generoso servicio.

Vosotros tenéis la misión de transmitir los acontecimientos de estos días al mundo. Tenéis la posibilidad de ofrecer, durante algunas horas, a un mundo atormentado por una lucha creciente, algunas imágenes gozosas de solidaridad humana, junto con palabras de ánimo e invitaciones a la esperanza.

3. Que el convencimiento de la importancia de vuestra misión os sostenga en medio de las dificultades que lleva consigo vuestro trabajo: cambios de clima, viajes intensivos, numerosas presiones, y las duras situaciones de muerte con que tenéis que encontraros. Que la alegría que lleva consigo la comunicación de lo bueno, lo verdadero y lo bello, acreciente vuestras fuerzas y recompense vuestro trabajo.

Pido a Dios Todopoderoso que os conceda a cada uno de vosotros éxito y satisfacción en vuestra importante misión, el éxito y la satisfacción que proceden de la fidelidad a la verdad y al compromiso del amor fraterno. Imploro abundancia de paz y felicidad sobre vuestras familias, de modo especial sobre aquellas que se encuentran más lejos. Que estén siempre orgullosas de vosotros y se beneficien de vuestro trabajo. ¡Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos!









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