Discursos 1981 62


VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A TODOS LOS PUEBLOS DE ASIA


DESDE RADIO VÉRITAS


Sábado 21 de febrero de 1981



A vosotros, pueblo de Asia,

a vosotros, los cientos de millones de hombres, mujeres y niños que habitáis este inmenso continente y sus archipiélagos,

de un modo especial, a vosotros los que sufrís y pasáis necesidad,

a todos vosotros dirijo mí saludo más cordial. Que Dios omnipotente os bendiga a todos con paz y armonía estables.

1. He venido a Asia con una inmensa alegría para realizar mi primera visita como Obispo de Roma y Sucesor del Apóstol Pedro. He venido a visitar las comunidades católicas y a traer un mensaje de amor fraterno a todas las gentes de Filipinas y del Japón, dos de las muchas naciones que forman el continente asiático. Mi viaje quiere ser un viaje de fraternidad en la realización de una misión que es enteramente religiosa. He venido también con el deseo de poder visitar en el futuro otras naciones de Asia y expresarles también a ellos de una forma personal mis sentimientos de profundo respeto y consideración. Mientras llega ese momento, celebro el poder enviar desde Manila un mensaje de esperanza a todos los pueblos de Asia. Lo hago a través de Radio Véritas que desde hace algunos años viene transmitiendo regularmente las palabras del Papa y un amplio repertorio de información religiosa en diversas lenguas.

63 2. Mi misión es religiosa y espiritual por su misma naturaleza. Al dirigirme a todos los pueblos de Asia no lo hago como un hombre de Estado, sino como servidor y apóstol de Jesucristo a quien han sido confiados "los misterios de Dios" (cf. 1Co 4,1). He venido a Asia para ser testigo del Espíritu que actúa en la historia de los pueblos y de las naciones y que procede del Padre y del Hijo de quien está escrito: "Tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16). En el Espíritu Santo todos los hombres y todos los pueblos han sido constituidos, por la cruz y la resurrección de Cristo, hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina y herederos de la vida eterna. Todos han sido redimidos y están llamados a la gloría en Jesucristo sin distinción de lengua, raza, nación o cultura. La Buena Nueva que proclamó Jesucristo y que la Iglesia, fiel a la voluntad del Señor, continúa proclamando, tiene que ser anunciada "a toda criatura" (Mc 16,15) y "hasta el extremo de la tierra" (Ac 1,8).

Desde los comienzos de la Iglesia, los discípulos de Cristo, los Apóstoles y sus sucesores, llegaron hasta los pueblos de este inmenso continente asiático: primero a la India, la tierra del Apóstol Santo Tomás; más tarde, en el curso de los siglos, otras tierras y otros archipiélagos fueron visitados por San Francisco Javier, el jesuita Matteto Ricci y otros muchos.

Mi actual visita a Asia pretende continuar el ejemplo del Papa Pablo VI, seguir las huellas de grandes misioneros y apóstoles. He venido a Asia con la misma verdad sobre el inefable amor del Padre, un amor que permite al hombre alcanzar en Cristo la medida plena de su dignidad y destino final.

3. Como todos aquellos que, antes que yo, proclamaron aquí a Jesucristo en diferentes períodos de la historia, también yo, en mi visita a los pueblos de Asia, encuentro la herencia local y las antiguas culturas que contienen elementos loables de desarrollo espiritual y que manifiestan formas de vida y de conducta que, en muchos casos, se hallan muy próximas a las que encontramos en el Evangelio de Cristo. Diferentes religiones han intentado responder a las preguntas del hombre sobre la explicación última de la creación y sobre el sentido de la presencia del hombre en la tierra. Para responder al hombre, el hinduismo se sirve de la filosofía y en su ascenso hacia Dios los hindúes practican el ascetismo y la meditación. El budismo enseña que el hombre alcanza la paz y la iluminación por medio de la confianza devota. Otras religiones siguen estos mismos derroteros. Los musulmanes adoran al Dios único, se sienten unidos a Abrahán prestando reverencia a Cristo, honrando a María y manifestando una alta estima por la vida moral, la oración y el ayuno. La Iglesia católica acepta la verdad y la bondad presentes en estas religiones y ve en ellas reflejos de la verdad de Cristo al que proclama como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).Desea hacer lo posible por cooperar con otros creyentes en la conservación de todo aquello que existe de bueno en sus religiones y culturas, acentuando los elementos comunes y ayudando a todos a vivir como hermanos y hermanas (cf. Nostra aetate NAE 1-3).

4. En esta época la Iglesia de Jesucristo siente una profunda necesidad de entrar en contacto y diálogo con todas estas religiones. Venera muchos valores morales contenidos en ellas y todo el potencial de vida espiritual que marca de manera tan profunda las tradiciones y las culturas de sociedades enteras. Lo que parece acercar y unir de forma especial a los cristianos y a los creyentes de otras religiones es un reconocimiento de la necesidad de la oración como expresión de la espiritualidad humana abierta hacia el Absoluto. Incluso en el caso de que, para algunos, se trate del Gran Desconocido, en realidad continúa siendo siempre el mismo Dios vivo. Confiamos en que, allí donde el espíritu humano se abra en la oración a este Dios Desconocido, se escuchará un eco del mismo Espíritu que, conociendo los límites y la fragilidad de la persona humana, ora en nosotros y por nosotros y "aboga por nosotros con gemidos inenarrables" (Rm 8,26). La intercesión del Espíritu de Dios que ora en nosotros y por nosotros es el fruto del misterio de la redención de Cristo en la que se ha manifestado al mundo el amor de Dios que lo abarca todo.

5. Así pues, todos los cristianos han de comprometerse en el diálogo con los creyentes de todas las religiones de tal modo que crezca el entendimiento y la colaboración mutuas, se refuercen los valores morales y Dios sea alabado en toda la creación. Es necesario abrir caminos para que este diálogo sea una realidad en todas partes, pero de un modo especial en Asia, cuna de antiguas culturas y religiones. También es necesario que los católicos y los cristianos de otras Iglesias se unan en la búsqueda de la unidad plena, a fin de que Cristo se manifieste abiertamente en el amor de sus discípulos. Las divisiones que existen aún entre aquellos que confiesan el nombre de Jesucristo deben sentirse como un incentivo para una oración más ferviente y para la conversión del corazón, de modo que podamos ofrecer un testimonio más perfecto del Evangelio. Por otra parte, los cristianos unirán sus manos con las de iodos los hombres y mujeres de buena voluntad que comparten la misma fe en la dignidad inestimable de la persona humana. Trabajarán juntos a fin de crear una sociedad más justa y pacífica en la que el pobre sea e] primer objeto del servicio fraterno. Asia es un continente en el que lo espiritual goza de gran estima y en "el que el sentido religioso es profundo e innato: la salvaguardia de esta preciosa herencia ha de ser una tarea común a todos.

6. Al recordar las grandes tradiciones espirituales y religiosas de Asia y al urgir a una colaboración fraterna entre todos sus habitantes quiero referirme también a los problemas con los que se enfrentan aún muchas de las naciones de Asia y el Continente Asiático en su totalidad. Las dificultades económicas y la constante necesidad de un desarrollo más rápido y adecuado preocupan justamente a vuestros jefes y a vuestros pueblos. Un gran número de grupos y de clases de muchos países de Asia sienten aún el peso de la pobreza. No sólo existen marcados contrastes en la situación social y económica de las diferentes naciones, sino que incluso dentro de un mismo país un buen número de personas carece todavía de las condiciones mínimas necesarias para que un ser humano pueda vivir con dignidad y tomar parte en el desarrollo de su comunidad. El hambre, la falta de viviendas adecuadas, de cuidados sanitarios y de facilidades en el campo de la educación siguen siendo una trágica realidad para muchas familias. Se han hecho grandes esfuerzos, se han aplicado varios modelos, se han adoptado nuevas ideologías, pero los resultados no han sido siempre satisfactorios. En algunos sitios el. progreso económico no se ha visto acompañado de una mejora de la calidad de vida. A veces se han marginado, incluso, valores importantes y esenciales.

7. Los factores que han contribuido a este estado de cosas son muchos. En algunos casos se trata de factores que operan dentro de las diferentes comunidades; en otros, de elementos impuestos desde fuera. Uno se da cuenta, hoy más que nunca, de que los problemas inherentes al desarrollo de los pueblos no encuentran una explicación satisfactoria con la simple referencia a la insuficiencia y al retraso del progreso científico o técnico respecto a otros países más avanzados o más industrializados. Hay que reconocer, además, que muchas veces el mundo industrializado ha impuesto la fuerza de sus propios centros de decisión y de su estilo de vida y que, de este modo, ha provocado una desorganización de las auténticas estructuras y posibilidades de las naciones menos avanzadas.

8. La justicia y la equidad requieren que cada una de las naciones y la comunidad internacional asuman la parte de responsabilidad que les toca en el desarrollo de Asia conforme a una auténtica solidaridad internacional. Esta solidaridad se basa en el hecho de que todos los pueblos tienen una dignidad igual y que todos juntos constituyen una comunidad de dimensiones mundiales. Con el fin de que esta solidaridad sea respetada habrá que tomar graves decisiones promoviendo las estructuras necesarias que hagan posible la creación de un nuevo orden en las relaciones internacionales como condición para el desarrollo auténtico de todas las naciones. A todas ellas debe alcanzar la solidaridad internacional. Pero aquellas que sienten la amenaza de su dignidad o de su existencia tienen una preferencia especial y un derecho prioritario a la solidaridad internacional.

9. Hay que entender, sobre todo, la verdadera naturaleza del proceso de desarrollo. El desarrollo no es un estado de cosas al que se llegue de una vez para siempre. El desarrollo es un largo proceso, difícil e incierto a veces, por el cual cada nación asume la gestión de sus propios asuntos y obtiene los medios necesarios para asegurar que todos, individuos y comunidades, tengan plenas posibilidades para su existencia y desarrollo. El verdadero desarrollo depende del compromiso personal de los hombres y mujeres que constituyen la comunidad. Las estructuras son, ciertamente, algo importante, pero pueden servir tanto para mantener como para destruir a un pueblo. Por consiguiente, las estructuras han de ser puestas siempre al servicio del hombre, pues su única razón de ser es el hombre y, por ello mismo, necesitan ser adaptadas constantemente con el fin de servir de modo efectivo a la causa del desarrollo humano.

10. Desde el más humilde campesino a la persona que goza de la más alta posición de responsabilidad, todos, hombres y mujeres, han de ser conscientes del bien común y esforzarse por promover el progreso común en el desarrollo social y económico. En este contexto quisiera insistir en la importancia que tiene la creación de puestos de trabajo dignos para todos, así como el fomento de una verdadera comprensión del sentido del trabajo. Tanto en el sector agrícola como en el industrial y en el de los servicios auxiliares, el trabajo humano capacita al hombre para la participación en el proceso de desarrollo y, al mismo tiempo, para el desempeño de los deberes que, como consecuencia del amor, asume para con los miembros de su familia El trabajo humano, al promover el desarrollo social y económico, ha de promover además el bienestar total y el verdadero progreso de la persona humana.

64 11. Para lograr estos objetivos, el desarrollo de las naciones ha de obtenerse en una atmósfera de paz. No puedo dirigirme a vosotros, pueblos de Asia, sin referirme a este problema tan importante, pues la paz es la condición necesaria para la vida y el desarrollo de las naciones y de las personas. Mi corazón se llena de tristeza al pensar en los muchos lugares de vuestro continente donde el rumor de la guerra no ha sido acallado todavía; los pueblos envueltos en tales conflictos han cambiado, pero no la realidad de la guerra. Lugares donde se considera que las armas son el único medio de alcanzar la seguridad, donde los hermanos se enfrentan contra sus propios hermanos con el fin de equilibrar injusticias reales o imaginarias. A Asia no le ha sido ahorrada la suerte de otras muchas partes del mundo donde la paz —una paz verdadera en libertad, confianza mutua y colaboración fraterna— constituye sólo un sueño. Son muchos los hombres, mujeres y niños que sufren y mueren en el suelo de Asia; muchas las familias destrozadas o que se han visto obligadas a abandonar sus casas y aldeas. Existe mucho odio que crea dolor y destrucción. Nunca cesaré de alzar mi voz para abogar por la paz. Como lo he hecho en llamamientos públicos y en conversaciones privadas con los Jefes del mundo, vuelvo a exhortar ahora a todos y a cada uno a que se respeten los valores y los derechos de las personas y de los pueblos.

12. No puedo concluir sin dirigir un saludo muy cordial a mis hermanos y hermanas en la fe cristiana, a todos aquellos con los cuales confieso el nombre de Jesucristo y, en particular, a aquellos a quienes amo como miembros de la Iglesia a cuya guía y servicio he sido llamado. A todos los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos —hombres y mujeres— católicos digo: ¡El Señor esté con vosotros! Pax Domini sit semper vobiscum! Desde sus comienzos la Iglesia ha estado presente en Asia. Vosotros sois los sucesores de los antiguos cristianos que sembraron el mensaje evangélico de amor y de servicio por toda Asia. En muchas partes de este continente sois muy pocos, pero en cada una de las naciones de Asia la Iglesia ha echado raíces. En los miembros de su Iglesia —en vosotros—, Cristo es asiático.

13. Cristo y su Iglesia no pueden ser extraños a ningún pueblo, nación o cultura. El mensaje de Cristo pertenece a todos y a todos va dirigido. La Iglesia no tiene designios humanos ni ambiciones políticas o económicas. Lo mismo en Asia que en cualquier otra parte del mundo quiere ser el signo del amor misericordioso de Dios, nuestro Padre común. La misión de la Iglesia es proclamar a Jesucristo, nacido de la Virgen María, como Hijo eterno de Dios y Salvador del mundo; dar testimonio de su amor sacrificial; prestar servicio en su nombre. Al igual que Cristo, su Maestro, la Iglesia desea el bienestar de toda la humanidad. Dondequiera que se encuentre la Iglesia ha de hundir profundamente sus raíces en el suelo cultural y espiritual de la nación, asimilar todos los valores genuinos, enriqueciéndolos al mismo tiempo con la penetración que ha recibido de Cristo que es "el camino, la verdad y la vida" (
Jn 14,6) para toda la humanidad. Los miembros de la Iglesia han de ser, a un mismo tiempo, buenos cristianos y buenos ciudadanos, prestando su contribución a la construcción de la sociedad de la cual son miembros de pleno derecho. Procurarán ser, en cada sociedad, los mejores hijos e hijas de su patria, trabajando desinteresadamente en colaboración con los otros por el auténtico bien de su país.

La Iglesia no pretende ningún tipo de privilegios; sólo desea libertad y autonomía en el ejercicio de su propia misión. En las leyes y costumbres de la mayoría de las naciones se protege el principio de libertad de conciencia y de religión. Ojalá que este principio garantice de manera efectiva a todos los hijos e hijas de la Iglesia católica la profesión libre y pública de su fe y de sus convicciones religiosas. Esto lleva consigo, además, el que la Iglesia tenga la posibilidad de establecer en forma libre programas e instituciones educativas y de caridad, actividades que, por otra parte, beneficiarán los intereses del conjunto de la sociedad. Los cristianos consideran, en efecto, como tarea propia la contribución a la salvaguardia de una moral sana en la esfera personal, familiar y social. Para ellos es una obligación servir a Dios en sus hermanos y hermanas.

14. Como verdaderos hijos e hijas de su país, verdaderos hijos de Asia, los cristianos ofrecen un testimonio elocuente del florecimiento del Evangelio de Cristo y la enseñanza de la Iglesia en los corazones y las conciencias de las gentes de todas las naciones de la tierra.

Son muchos los hombres y mujeres que, en diferentes lugares del continente asiático, han dado testimonio de esta verdad con el ofrecimiento de sus vidas por la causa de Cristo. Lo han hecho del mismo modo que lo habían hecho otros antes que ellos durante los primeros siglos del cristianismo en Roma, y en muchos lugares del mundo en el curso de dos milenios.

Mi actual peregrinación por Asia está unida íntimamente al testimonio cristiano de fe dado por los mártires japoneses. La Iglesia los venera convencida de que el sacrificio de sus vidas ayudará a obtener salvación y paz, fe y amor para todos los pueblos de este continente.

15. Mis últimas palabras son una oración por Asia: para los Jefes de Estado y los Gobiernos de Asia pido sabiduría y fuerza para que guíen a sus naciones hacia un bienestar y un progreso plenos y humanos. Para los jefes de las religiones de Asia suplico la asistencia de lo alto para que animen a los creyentes en su búsqueda del Absoluto. Pido a Dios que todos los padres e hijos de Asia crezcan en el amor mutuo y en el servicio a sus conciudadanos. Al Dios omnipotente y misericordioso encomiendo la dignidad y el destino de cada uno de los hombres, mujeres y niños de este continente: ¡la dignidad y el destino de Asia entera!









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A UN GRUPO DE LEPROSOS DE LA LEPROSERÍA DE TALA


EN LA SEDE DE RADIO VÉRITAS


Sábado 21 de febrero de 1981





Mga kuibigan:

Maratning salamat sa inyong lahat (Muchas gracias a todos). Me hubiera gustado visitaros en vuestra casa, pero esto no ha sido posible. Gracias por haber venido a saludarme vosotros. Gracias por representar a todos aquellos otros que hubieran deseado venir pero no han podido hacerlo. Estar con vosotros hoy me produce una alegría inmensa. Os saludo con afecto y confío que sabréis cuánto he deseado este encuentro.

65 En mis anteriores visitas pastorales a África y al Brasil tuve la oportunidad de encontrar a otros hombres y mujeres que sufren la enfermedad de la lepra. Aquellos contactos dejaron en mí una fuerte impresión, pues pude constatar la paciencia amorosa y el ánimo resuelto con que viven a pesar de los sufrimientos y la adversidad.

1. Estoy aquí en el nombre de Cristo Jesús para recordaros su amor extraordinario por todos sus hermanos y hermanas y, en particular, por cada uno de vosotros. Los Evangelios dan testimonio de esta verdad. Pensad un momento con qué frecuencia mostró Jesús esta actitud transformando situaciones de miseria en momentos de gracia. En el Evangelio de San Lucas, por ejemplo, diez leprosos se acercan a Jesús pidiéndole que les cure. Nuestro Señor les manda que se presenten a los sacerdotes y, por el camino, son curados. Uno de ellos vuelve para dar gracias. Con su agradecimiento demuestra una fe fuerte, gozosa y dispuesta a la alabanza por el carácter maravilloso de los dones de Dios. Es evidente que Jesús ha tocado con el amor el corazón de este ser humano.

2. También en los Evangelios de Mateo y Marcos leemos el relato de un leproso que suplica la curación a Jesús. Pero sólo si éste quiere. ¡Qué agradecimiento el de aquel hombre cuando comprobó que su petición había sido atendida! Sin perder tiempo, marcha a comunicar a todos los que le salen al paso la alegre noticia del milagro realizado. Aquella alegría inmensa nacía de la fe de aquel hombre. Sus palabras, "si quieres puedes curarme", eran el testimonio de una voluntad dispuesta a aceptar lo que Jesús quisiera hacer con él. ¡Pero su fe en Jesús no quedó defraudada! Hermanos y hermanas: ¡que vuestra fe en Jesús no sea menos firme y constante que la de estos personajes de que nos hablan los Evangelios!

3. Conozco los sufrimientos que os causa vuestra enfermedad, no sólo los de carácter físico. Las falsas imágenes con que mucha gente asocia la enfermedad de Hansen aumentan vuestro dolor. Con mucha frecuencia os encontráis con viejos prejuicios que se convierten en una nueva fuente, mayor aún, de sufrimientos. Por lo que a mi toca, continuaré proclamando ante el mundo la necesidad de que todos tomen mayor conciencia de las posibilidades de curación de esta enfermedad si se actúan las atenciones adecuadas. Por esta razón pido a todos que concedan un apoyo creciente a los valientes esfuerzos que se están haciendo en la superación de la lepra y que se aplique un tratamiento eficaz a los que sufren esta enfermedad.

4. Ruego a Dios para que nunca os desaniméis ni os amarguéis. En todos los lugares y momentos en que encontréis la cruz, abrazadla como la abrazó Jesús para que se cumpla la voluntad del Padre. Ofreced vuestro sufrimiento por el bien de toda la Iglesia, de modo que podáis decir con San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos... y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col I, 24).

Hace tres días beatifiqué en vuestro país a 16 mártires de Nagasaki. Entre ellos se encuentra el Beato Lázaro de Kyoto, que era un leproso. ¡Qué alegría sentimos al contemplar la asistencia prestada por el Beato Lázaro a los misioneros como intérprete y guía! Al final, su compromiso en la difusión del Evangelio le costó la vida. Murió derramando su sangre por la fe. ¡Su amor a Jesucristo le supuso muchos sufrimientos, incluida la tortura! ¡Fue incomprendido, rechazado y odiado por los demás en su servicio a la Iglesia! Pero con la fuerza de la gracia divina, el Beato Lázaro dio testimonio de su fe y mereció el premio maravilloso de la corona del martirio.

Mis queridos amigos: yo os invito a imitar la valentía del Beato Lázaro, que os es tan cercano. Compartid vuestras convicciones de fe con vuestros hermanos y hermanas que sufren con vosotros. Corresponded al amor que os demuestran los médicos, enfermeras y voluntarios que con tanta generosidad se ocupan de vosotros. ¡Trabajad por construir una comunidad de fe viva, una comunidad que servirá de soporte, fortalecerá y enriquecerá a la Iglesia universal! ¡Este es vuestro servicio a Cristo! ¡Este es el reto de vuestras vidas! ¡Así es como podéis manifestar vuestra fe, vuestra esperanza y vuestro amor!

¡Que Dios os bendiga, queridos hermanos y hermanas! ¡Que Dios bendiga a todos los que sufren de lepra en este país! ¡Que Dios bendiga a vuestras familias, a vuestros amigos y a todos los que os asisten! At higit sa lahat, inihahabilin ko ang aking sarili sa inyong panalangin, sa inyon pagmamahal: (Sobre todo, me encomiendo a vuestras oraciones y amor).









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN CAMPO DE REFUGIADOS


Luzón, Campo de tránsito de Morong

Sábado 21 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas:

66 1. Estoy contento de estar con vosotros hoy, de poder hablaros de la preocupación que la Iglesia entera siente por todos aquellos que se han visto obligados, debido a circunstancias desafortunadas que escapan a su control, a huir de su tierra natal. Me gustaría que esta ocasión fuera un símbolo de la solidaridad de la Iglesia con todos los refugiados, un símbolo de la visita que me gustaría hacer, si fuera posible, a cada uno de los campos o asentamientos de refugiados del mundo. En este momento de la historia en que estamos viendo con alarma cómo un número cada vez mayor de personas se ve forzado a abandonar su hogar, agradezco a Dios esta oportunidad de encontrarme con vosotros, para aseguraros, a cada uno de vosotros, mi profunda preocupación y mi unidad con vosotros en la oración.

2. Aprovecho esta ocasión para expresar mi admiración por todos aquellos que han participado en los diferentes programas de ayuda a los refugiados: a los Gobiernos —incluyendo al de Filipinas— que han acogido a los refugiados temporalmente a las personas individuales y a las organizaciones que han proporcionado la indispensable ayuda financiera, y particularmente a aquellos países que han proporcionado residencia permanente para los desplazados y les han ayudado en el lento y doloroso proceso de alcanzar el estilo de vida de una nueva cultura y sociedad. También es digno de mención el meritorio trabajo de la Suprema Comisión para los Refugiados, que se enfrenta con una dificilísima, pero enormemente necesaria tarea. Todos estos esfuerzos son ciertamente en contables, pues dan testimonio del valor inviolable y la dignidad de todo ser humano. Al mismo tiempo, son un signo de esperanza, pues reflejan una conciencia despierta de la humanidad ante el grito del pobre y del indefenso.

No puedo dejar de mencionar la importante contribución de las Iglesias locales de todo el mundo, una contribución que se inspira en el espíritu evangélico de caridad. Pienso concretamente en todo el personal voluntario que trabaja en los campos y centros de recepción, hombres y mujeres que han ofrecido hospitalidad en circunstancias a menudo muy fatigosas y difíciles. Dirijo una especial palabra de aliento y elogio a estos voluntarios y a las organizaciones que representan, así como a todos aquellos que trabajan día tras día y semana tras semana asistiendo a los refugiados en su proceso de adaptación a las nuevas situaciones.

3. El hecho de que la Iglesia lleve a cabo esfuerzos relativamente amplios en favor de los refugiados, especialmente en los últimos años, no ha de ser motivo de sorpresa para nadie. Ciertamente esta tarea forma parte de la misión de la Iglesia en el mundo. La Iglesia es siempre consciente de que el mismo Jesucristo fue un refugiado, que de niño tuvo que huir con sus padres de su tierra natal para escapar de la persecución. Por eso la Iglesia se siente llamada en todos los tiempos a ayudar a los refugiados. Y lo seguirá haciendo hasta donde alcancen sus limitados medios.

En esta parte de Asia el número de los desastres naturales y de las catástrofes humanas ha sido elevado. Ha habido terremotos, tifones, inundaciones y guerras civiles, por nombrar sólo algunos. La Iglesia extiende su mano a las víctimas de estas diferentes calamidades, y trata de trabajar en estrecha colaboración con aquellos gobiernos y organizaciones internacionales empeñadas en las mismas actividades de socorro. Con todo, quizás la mayor tragedia humana de nuestros días sea la de los refugiados. Hacia ellos se dirige la Iglesia de modo especial deseando ponerse a su servicio.

4. Jesucristo narró una vez una parábola que me gustaría recordar en este momento. Esta parábola es conocida incluso entre aquellos que no comparten la fe cristiana. Es una parábola que interpela a los corazones de todos los hombres de buena voluntad, no sólo a los seguidores de Cristo; es la parábola del buen samaritano.

El Evangelio de Lucas recoge esta parábola contándonos cómo un hombre había sido robado, golpeado y abandonado medio muerto al lado del camino. Según la narración del Evangelio: "Pero un samaritano que iba de camino llegó a él, y, viéndole, se movió a compasión; acercose, le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; le hizo montar sobre su propia cabalgadura, le condujo al mesón y cuidó de él. A la mañana sacando dos denarios se los dio al mesonero y dijo: cuida de él, y lo que gastares, a la vuelta te lo pagaré" (
Lc 10,33-35). El buen samaritano no piensa en que puede ser criticado por ayudar a uno que "tradicionalmente" había sido considerado su enemigo. Y no le hace ninguna pregunta: de dónde viene, por qué está allí, o a dónde va. No hace ninguna pregunta en absoluto. Simplemente el buen samaritano ve la necesidad del injuriado, y le ayuda espontáneamente, le lleva a una posada, y provee para que reciba todos los cuidados necesarios para volver a sanar. ¡Esto es caridad! Una caridad que no hace excepciones debido al origen étnico de la otra persona, a la afiliación religiosa o a su preferencia política, ninguna excepción en absoluto; una caridad que ve en el otro al hermano o a la hermana necesitados y busca sólo una cosa: asistirle inmediatamente, ser su prójimo. ¡Que esta misma caridad nos impulse a todos nosotros que vivimos en un mundo que se acerca al final del segundo milenio! ¡Que nos inspire a todos nosotros para que tengamos compasión de los millones de refugiados que piden a gritos nuestra ayuda!

5. Hermanos y hermanas míos que estáis presentes aquí, y todos vosotros que me escucháis, no perdáis nunca la confianza en el resto de la humanidad ni penséis que estáis olvidados. No habéis sido rechazados por todos. No se os considera una carga demasiado pesada de llevar. En todos los países de tierra existen hombres y mujeres de buena voluntad que se cuidan de vosotros, que están preocupados por vuestro futuro, que os recuerdan cada día en sus oraciones.

6. Finalmente invito a todos a unirse a mi en un profundo llamamiento las naciones. En presencia del Señor de la historia y ante el Juez supremo de los corazones humanos, apelo en favor de todos los desplazados del mundo entero. Hago un llamamiento para que se incremente la ayuda hacia ellos, para que continúen los presentes esfuerzos, se aumenten y se refuercen. Exhorto a una continua oración en favor de todos los refugiados de todo el mundo, y al calor de la preocupación y el amor fraterno hacia cada hermano y hermana que necesita nuestra solidaridad y nuestro apoyo.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS REPRESENTANTES DE LAS ORGANIZACIONES


Y MOVIMIENTOS CATÓLICOS


Catedral de Jaro, Iloilo

Viernes 20 de febrero de 1981

67 Queridos hermanos y hermanas:

He venido a Iloilo para comunicaros a todos vosotros mi amor en Cristo Jesús. Saludo a todos los habitantes de esta ciudad y a todos los habitantes de esta extensa archidiócesis de Jaro. Deseo expresar mi estima fraterna a los sacerdotes y a las religiosas que trabajan en este sector de la viña del Señor, y ofreceros mi aliento y mi apoyo en vuestro esfuerzo diario para proclamar el Evangelio de Dios de palabra y con el ejemplo, y para construir la comunidad de los fieles.

1. Sin embargo, de un modo muy especial, la Providencia de Dios ha dispuesto que esta parte de mi visita estuviera dedicada a un encuentro con los seglares católicos y, en particular, con representantes de sus distintas Asociaciones y Movimientos. Mis queridos seglares: Saludo en vosotros a los herederos de la fe católica que está profundamente enraizada en la tradición y en la cultura del pueblo filipino. Doy gracias a Dios por el amor y el celo que tenéis, que ha sido inculcado en vosotros por el Espíritu de Jesús. Me siento muy cercano a vosotros hoy; siento que vosotros estáis diciéndome que apreciáis vuestra misión en la Iglesia, y que deseáis ser fortalecidos y animados en vuestra vocación cristiana como laicos consagrados en el bautismo y unidos a Cristo mediante la fe. Y he venido por esto: para hablaros de vuestra dignidad cristiana, que significa pertenecer a Cristo; para hablaros de la responsabilidad de vuestra misión y de la urgencia de las tareas que Cristo os ha confiado.

2. Sí, queridos seglares, el mismo Jesucristo, mediante vuestro bautismo y confirmación os ha encomendado el apostolado seglar, esta maravillosa participación en la misión salvadora de su Iglesia (cf. Lumen gentium
LG 33). Vuestra misión y vuestro destino están para siempre ligados a Cristo, el Salvador del mundo. Tenéis un papel específico que desempeñar en la realización del plan de redención de Dios. El Concilio Vaticano II ha hablado de la necesidad de conocer la ordenación de todas las criaturas a la alabanza de Dios. Os ha llamado a ayudaros mutuamente para alcanzar una santidad de vida cada vez mayor, incluso en las actividades seculares, "de tal manera que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en la paz" (Lumen gentium LG 36).

3. Para realizar esto, debéis permanecer unidos a Cristo. Sus palabras son la base de vuestra eficacia: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos... porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). El os llama también hoy a un mayor amor, porque os invita a una permanente conversión del corazón. Os llama a una mayor unión con El en su Iglesia, pues es allí donde le encontráis. Y la unión con Cristo en su Iglesia es la condición esencial de toda vuestra eficacia apostólica. Es Cristo quien os confía vuestra misión, una misión que, sin embargo, está coordinada dentro de la unidad de su Cuerpo mediante los Pastores de la Iglesia. Esto explica el gran valor que tiene una amorosa comunión de fe y disciplina con vuestros obispos quienes, como dice la Carta a los Hebreos, "velan sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas" (He 13,17).

4. Habéis escuchado la Buena Noticia de la salvación y la habéis abrazado con alegría, produciendo frutos de justicia y santidad de vida. Pero es importante que la gracia de la fe se desarrolle en vosotros y en todos los creyentes con la ayuda de Dios, y os conduzca a un conocimiento más profundo de la persona y del mensaje de nuestro Señor Jesucristo (cf. Catechesi tradendae CTR 19). La necesidad de una catequesis sistemática es una de las mayores necesidades de la Iglesia en este momento. Es un gran reto para vosotros como católicos filipinos. Como seglares, estáis llamados, individual y colectivamente, a hacer frente a este reto.

5. Entre todas las oportunidades que tenéis abiertas para el ejercicio del apostolado individual, la familia ocupa un lugar de primordial importancia. La familia puede proporcionar una respuesta eficaz a la secularización del mundo; la familia tiene un carisma especial para transmitir la fe y para estimular en su desarrollo una evangelización inicial. Dentro de la intimidad de la familia, cada individuo puede encontrar la oportunidad para dar un testimonio personal del amor de Cristo. Los padres tienen el derecho y el deber de catequizar a sus hijos; tienen el inmenso privilegio de ser los primeros en enseñar a sus hijos a rezar. Con palabras de mi predecesor Juan Pablo I, me gustaría "estimular a los padres en su papel de educadores de los hijos; ellos son los primeros catequistas y los mejores. ¡Qué gran tarea tienen y qué reto! Enseñar a sus hijos a amar a Dios, a hacer de este amor una realidad de su vida. Y, por gracia de Dios, qué fácilmente aciertan algunas familias a cumplir la misión de ser primum seminarium; el germen de una vocación al sacerdocio se alimenta a través de la oración familiar, el ejemplo de fe y apoyo de amor" (Discurso a los obispos de la XII región pastoral de Estados Unidos, presentes en Roma para la visita ad Limina Apostolorum, 21 de septiembre de 1978; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de octubre de 1978, págs. 3 y 8)

6. Además de las distintas acciones para ejercitar el apostolado individual, recomiendo enérgicamente una intensificación del apostolado colectivo a través de Organizaciones católicas y Movimientos seglares de inspiración eclesial. Quiero mencionar con profunda gratitud el inestimable servicio prestado a la Iglesia por Organizaciones católicas en las pasadas décadas. Su dedicación al apostolado seglar, de acuerdo con los carismas de sus respectivos fines, han merecido la admiración de la jerarquía a la cual yo deseo añadir mi propio aprecio. Indudablemente, pueden ser convenientes ciertos cambios y adaptaciones para que estos Movimientos y Organizaciones estén mejor preparados para afrontar las presentes necesidades del apostolado, pero la existencia de estos grupos y asociaciones continúa siendo de gran ayuda para la misión de la Iglesia.

Con el consejo de vuestros obispos y de los pastores de vuestras parroquias, estad abiertos a los nuevos métodos de actividad apostólica para construir continuamente el Cuerpo de Cristo. Las pequeñas comunidades cristianas, en las que el intercambio personal y la práctica del amor y la solidaridad cristianas pueden conseguirse más fácilmente, abren amplias ocasiones a la creatividad en el apostolado. Recordad siempre que la eficacia de vuestra actividad apostólica depende de vuestra unidad con la jerarquía y entre vosotros mismos. Vuestro apostolado será fecundo según vuestra fidelidad y vuestra firme adhesión a la Iglesia local en la que estáis insertos, y a la Iglesia universal (cf. Evangelii nuntiandi EN 58).

7. Un constante compromiso cristiano colectivo por parte de los seglares filipinos se deja sentir no solamente en la comunidad eclesial. Es también una inmensa fuerza portadora del poder del Evangelio para impregnar la cultura, transformarla y regenerarla. Trabajando de acuerdo con su naturaleza eclesial, vuestros Movimientos y Asociaciones son medios especialmente eficaces para proclamar el compromiso de la Iglesia con la dignidad de la persona humana y con el progreso de la libertad y los derechos de todos los filipinos. El Pueblo de Dios, a quien le ha sido dada la paz de Dios, debe estar siempre dedicado colectivamente a promover la justicia humana que es un requisito de la paz social.

8. Hermanos y hermanas míos: No os sorprenda que, a veces, las más nobles iniciativas estén sujetas a la fragilidad humana y a la oposición por parte de otros. La vigilancia es siempre una condición para la libertad cristiana; la vigilancia que se expresa sobre todo en la oración. Jesús dijo a sus discípulos: "Velad y orad para que no accedáis a la tentación" (Mt 26,41). Se pueden presentar tentaciones ideológicas y pueden surgir divisiones, pero os basta la gracia de Cristo, la gracia de Cristo que os llama a la unidad y al amor fraterno, la gracia de Cristo que os transforma en un pueblo de esperanza.

68 Jesucristo os ha llamado verdaderamente a compartir su misión salvífica, y a construir la comunión de su Iglesia. Al mismo tiempo El nos prepara para el esfuerzo y la victoria cristianos: "En el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad; yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Y mientras vencéis al mundo en todo lo que es pecado y corrupción, seréis capaces, al mismo tiempo, de ofrecer al Padre la gloria de la creación y de dirigirla a la alabanza de la Santísima Trinidad. Como seglares en el mundo, vosotros podéis aportar una contribución única, en un papel eclesial, al diálogo de salvación que mantiene la Iglesia. Podéis ofrecer al mundo no solamente el mensaje de Cristo, sino también su concreta aplicación en vuestras vidas fomentando así el verdadero espíritu de diálogo en amistad, servicio y amor. Queridos hermanos y hermanas míos: Esta es vuestra dignidad y vuestra fuerza: permanecer unidos a Cristo, compartiendo su misión salvífica, apoyando su causa, construyendo su Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz. Vosotros hacéis esto día tras día, semana tras semana, en el ordinario pero extremamente importante puesto de vuestra cotidiana vida cristiana.

9. Y recordad siempre que María, la Madre de Dios, está con vosotros. Ella es la Madre de misericordia y del amor hermoso, que ha estado velando por el pueblo filipino durante siglos y que continuará presidiendo vuestro destino en el futuro. Ella os guiará hasta su Hijo y os asistirá en vuestro comunicarle a los demás, en vuestro comunicar a Jesús al mundo.









Discursos 1981 62