Discursos 1981 73


VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO EN LAS FILIPINAS*


Martes, 18 de febrero de 1981

: Excelencias, señoras y señores:

1. He venido a esta parte del mundo para encontrarme con las comunidades católicas de Filipinas y Japón, y para expresar a ambas naciones la profunda estima que la Iglesia les tiene. Al mismo tiempo estoy muy complacido de tener la oportunidad de estar con ustedes esta tarde, ya que, como diplomáticos acreditados ante el Gobierno de este país, ustedes representan a pueblos no sólo de Asia, sino de todo el mundo. Más tarde, en mi programa, me dirigiré directamente a los pueblos de Asia; pero no puedo dejar pasar la presente ocasión sin expresar aquí delante de ustedes la alegría que experimento al poder saludar, a través de ustedes, a los pueblos y a los Gobiernos de sus naciones, muchos de los cuales mantienen relaciones muy cordiales con la Santa Sede. Deseo reiterar la profunda estima de la Iglesia católica por las tradiciones culturales y religiosas de todos los pueblos, y reafirmar su deseo de estar al servicio de todos en la búsqueda común de la paz, la justicia y el progreso humano.

2. La Iglesia no tiene ambiciones políticas. Cuando ofrece su contribución específica a las grandes tareas permanentes de la humanidad —paz, justicia, desarrollo y todo noble esfuerzo dirigido a promover y defender la dignidad humana—, ella lo hace porque está convencida de que tal acción está relacionada con su misión. Esta misión se refiere a la salvación del hombre: el ser humano entero, la persona individual, hombre o mujer, que cumple su vocación eterna en la historia temporal, dentro de un conjunto de comunidades y sociedades. Cuando presta atención a las necesidades y aspiraciones de individuos y pueblos, la Iglesia sigue el mandamiento de su Fundador; ella lleva a cabo la solicitud de Cristo por todas y a cada una de las personas, especialmente por los pobres y por los que sufren. Su propia contribución a la humanización de la sociedad y del mundo deriva de Jesucristo y de su Evangelio. A través de su doctrina social, la Iglesia no presenta modelos prefabricados ni se pone de lado de determinadas prácticas predominantes y pasajeras. Más bien, remitiéndose a Jesucristo, ella se esfuerza por provocar una transformación de corazones y mentes de modo que el hombre pueda verse a sí mismo en la plena verdad de su humanidad.

74 3. La acción de la Iglesia, por tanto, no es política, económica o técnica. La Iglesia no es competente en los campos de la tecnología o de la ciencia, ni se impone a través de los poderes políticos. Su competencia, como su misión, es de naturaleza religiosa y moral; y debe permanecer dentro del ámbito de su propia competencia para que su acción no sea inútil o irresponsable. Por esta razón, la costumbre de la Iglesia es respetar el área específica de responsabilidad del Estado, sin entrometerse en las tareas de los políticos y sin participar directamente en la administración de los asuntos temporales. Al mismo tiempo, la Iglesia estimula a sus miembros para que asuman su plena responsabilidad como ciudadanos de una determinada nación y para que busquen junto con los demás hombres los caminos y modelos que pueden promover mejor el progreso de la sociedad. La Iglesia entiende como su contribución específica el fortalecimiento de las bases espirituales y morales de la sociedad y, como un servicio a la humanidad, ayuda a los ciudadanos formando correctamente sus conciencias.

4. En este sentido, deseo que mi viaje a través de Asia sea una llamada a la paz y al progreso humano, y un estimulo para todos aquellos que se ocupan de proteger y promover la dignidad de todos los seres humanos. Asimismo espero que mi encuentro con ustedes esta tarde reforzará el sentido de su propia misión en el servicio de sus países y de toda la familia humana. Pues, ¿no consiste la misión del diplomático en ser un constructor de puentes entre las naciones, en ser un especialista del diálogo y del entendimiento, en ser un defensor de la dignidad del hombre, para promover el común bienestar de todos?

Además de promover los legítimos intereses de sus propias naciones, su misión les orienta de un modo especial hacia empresas más amplias de toda la familia humana, particularmente en este continente asiático. Inspirados como están por los más nobles ideales de hermandad, ustedes compartirán —estoy seguro— mi preocupación por la paz y el progreso en esta área, y entenderán la necesidad de afrontar las causas más profundas de los problemas que atormentan naciones y pueblos. En mi reciente Encíclica sobre la misericordia de Dios he indicado las que creo que son las “fuentes de inquietud”. He citado el temor ligado a la perspectiva de un conflicto que, teniendo en cuenta la acumulación de armas atómicas, podría significar la autodestrucción parcial de la humanidad. He llamado la atención sobre lo que los hombres pueden hacer a otros hombres valiéndose de los medios que proporciona una tecnología militar cada vez más sofisticada. Pero he llamado la atención también sobre otros elementos cuando escribí: “El hombre tiene precisamente miedo de ser víctima de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos a disposición de la civilización actual ocultan, en efecto, no sólo la posibilidad de una autodestrucción por vía de un conflicto militar, sino también la posibilidad de una subyugación ‘pacífica’ de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos” (
Nb 11 L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 7 7 de diciembre de EN 1980, pág. EN 9). Y he mencionado el trágico problema de tantas personas que sufren por el hambre y la desnutrición, y el problema del creciente estado de desigualdad entre individuos y naciones por lo cual «al lado de los hombres y de las sociedades bien acomodadas y saciadas, que viven en la abundancia, sujetas al consumismo y al disfrute, no faltan dentro de la misma familia humana individuos ni grupos sociales que sufren el hambre»; (ib.).

5. Pero en el mismo documento, afirmo también (y me gustaría dejarles este pensamiento para su reflexión): “La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aun, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa fuerza más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones” (Nb 12 L’Osservatore Romano, Edición en Lengua ‘Española, EN 7 7 de diciembre de EN 1980, pág. EN 10).

Sí, queridos hermanos mi mensaje para todos ustedes esta tarde se refiere a esta misma fuerza del amor. Un amor profundamente sentido y expresado de en acciones concretas, tanto colectivas, es ciertamente la fuerza motora que capacita al hombre para ser fiel a sí mismo. Sólo el amor puede hacer a los pueblos capaces realmente de responder a la llamada de la necesidad. Y Ojalà que sea esta misma fuerza -el amor fraterno- la que impulse a cimas cada vez más elevadas de servicio y solidaridad. Señoras y señores, estén ustedes seguros de mi total apoyo en su noble misión diplomática.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES CATÓLICAS


CHINAS DE ASIA


Nunciatura de Manila

Miércoles 18 de febrero de 1981



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Considero como algo muy importante y lleno de significado tener la oportunidad de decir unas breves palabras a los cristianos chinos durante mi visita pastoral a Asia. Saludo de manera particular al arzobispo Matthew Kia y a los demás obispos que le acompañan, quienes me han honrado con su presencia durante mi visita pastoral a Filipinas.

Con toda sinceridad quiero daros las gracias por haber venido como representantes de los cristianos de las comunidades chinas de ultramar a reuniros conmigo aquí en Manila. Algunos de vosotros habéis vivido durante generaciones en Filipinas o en otros países asiáticos; otros habéis venido más recientemente. Sé que vuestro deseo es estar plenamente integrados en la vida del país donde vivís y contribuir con vuestro trabajo, como buenos ciudadanos, a la prosperidad de la nación, que es en la actualidad vuestra patria. Al mismo tiempo deseáis permanecer unidos en espíritu con vuestros hermanos y amigos de China. Queréis conservar la tradición de la cultura y de los valores morales chinos que os unen al país de origen de vuestras familias, país que seguiréis amando siempre entrañablemente y para cuyo progreso estáis dispuestos a prestar toda la ayuda que sea necesaria.

Sois también miembros de las comunidades de la Iglesia local. Estas alientan vuestro compromiso por Cristo y os imbuyen del mismo espíritu cristiano que ha sido en el pasado el sello de las comunidades cristianas chinas en diversos países del mundo. Distinguidos personajes de la historia china han encontrado a Cristo y se han hecho cristianos por el contacto que tuvieron con estas fervorosas y dinámicas comunidades. Si vosotros mantenéis este espíritu, si vivís inspirados por la fe cristiana y fortalecidos por las tradiciones morales y específicamente chinas, seguiréis siendo de manera profunda auténticos cristianos y auténticos chinos, y contribuiréis al enriquecimiento de toda la Iglesia.

75 Por medio de vosotros, que estáis aquí presentes, deseo llegar en estos momentos a todos los que están en China y saludar, con gozo y afecto, a todos mis hermanos y hermanas en Cristo que viven en ese gran país.

2. Yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, os saludo en nombre de nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos y hermanas de China. En mi primera visita pastoral a Asia me encontraré con los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia en Filipinas y en Japón, para hablarles del amor misericordioso de Dios, para proclamar el nombre dé Jesús, "pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos" (
Ac 4,12), y para animarlos a dar testimonio del Evangelio. Al pasar tan cerca de los límites de vuestro país, he querido hablaros también a vosotros, pues frente a las distancias que nos separan, todos estamos unidos "en el hombre del Señor Jesús" (Col 3,17). Desde el momento que la Divina Providencia, en sus caminos inescrutables, me llamó de mi nativa Polonia a la Sede de Pedro en Roma, he deseado ardientemente expresar mi afecto y estima a todos mis hermanos y hermanas de la Iglesia en China y alabar al Señor por las maravillas que ha realizado en los corazones de los que confiesan su nombre en las ciudades y en los pueblos de vuestro inmenso país.

El Espíritu del Señor actúa en todos los pueblos y naciones, y de este Espíritu he querido dar testimonio, haciendo de esto el objetivo especial de mi peregrinación a Asia, cuyo propósito es honrar a los mártires de Nagasaki. Por medio de ellos quiero rendir homenaje a todos los hombres y mujeres de Asia que han ofrecido sus vidas por el nombre de Jesús, manifestando de esta manera que el Evangelio de Cristo y su Iglesia no son extraños a ningún pueblo ni a ninguna nación, sino que viven en el corazón y en el alma de las gentes de cualquier raza y nación a través del mundo entero. Y así, al saludaros a vosotros, hago mías las palabras del Apóstol Pablo en su Carta a la Iglesia en Roma: "Ante todo doy gracias a mi Dios por Jesucristo, por todos vosotros, de que vuestra fe es celebrada en todo el mundo... Deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, para confirmaros, es decir, para consolarme con vosotros con la mutua comunicación de nuestra fe" (Rm 1,8 Rm 1,11-12).

3. Con mis pobres palabras quiero expresar también mi estima por vuestro gran país. Vuestro país es grande; efectivamente, no sólo en términos de extensión geográfica y de población, sino de un modo especial por su historia, por la riqueza de su cultura y por los valores morales que el pueblo ha sabido cultivar a través de los siglos. El jesuita p. Mateo Ricci comprendió y apreció perfectamente desde el principio la cultura china, y su ejemplo debe servir de inspiración a muchos más. Otros, a veces, no demostraron la misma comprensión. Pero sean cualesquiera las dificultades que hayan podido existir, pertenecen al pasado y en este momento es al futuro adonde tenemos que mirar.

Vuestro país está dedicando realmente todas sus energías en favor del futuro. Quiere asegurar, mediante un desarrollo científico y tecnológico, y con la diligente colaboración de todos sus hombres, que sus ciudadanos puedan vivir con verdadera felicidad. Estoy convencido de que todos los católicos que viven dentro de vuestras fronteras contribuirán plenamente a la construcción de China, desde el momento que un genuino y fiel cristiano es también un genuino y buen ciudadano. Un cristiano —en cualquier país del mundo— es fiel a Dios, pero tiene también un profundo sentido del deber y del amor para con su país de nacimiento y para con sus conciudadanos. Respeta las cosas del espíritu y al mismo tiempo consagra su inteligencia y su experiencia al bien común. Un buen católico chino trabaja lealmente por el progreso de la nación, observa las obligaciones de la piedad filial para con los padres, la familia y la nación. Fortalecido por el mensaje del Evangelio, está dispuesto a cultivar, como todo buen chino, las "cinco virtudes principales" de caridad, justicia, templanza, prudencia y fidelidad.

4. La Iglesia quiere respetar las tradiciones y los valores culturales de cada pueblo, siguiendo lo que decía San Pablo cuando rogaba a los primeros Cristianos de Filipos que valorasen "cuanto" hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de laudable, de virtuoso" (Ph 4,8). Desde los primeros tiempos la Iglesia ha sabido expresar la verdad de Cristo mediante las ideas y la cultura de diferentes pueblos, puesto que el mensaje que anuncia mira a todos los pueblos y naciones. El mensaje cristiano no es propiedad exclusiva de un grupo o de una raza; está dirigido a todos y pertenece a todos. No hay, por consiguiente, ninguna oposición o incompatibilidad en ser a la vez verdaderamente cristiano y auténticamente chino.

Al proclamar a Jesucristo como el Hijo eterno de Dios y Salvador del mundo, la Iglesia no tiene otra finalidad que la de ser fiel a la misión que le confió su divino Fundador. No tiene objetivos políticos o económicos; no tiene ninguna misión terrena. Quiere ser, en China como en cualquier otro país, el heraldo del Reino de Dios. No desea privilegios, sino únicamente que cuantos siguen a Cristo puedan expresar su fe libre y públicamente y vivir de acuerdo con su conciencia.

Cristo vino a servir y a dar testimonio de la verdad. Con el mismo espíritu la Iglesia quiere ofrecer su colaboración para fomentar la fraternidad humana y la dignidad de todo ser humano. Por eso anima a sus miembros a ser buenos cristianos y ciudadanos ejemplares dedicados al bien común y al servicio de sus semejantes y a cooperar con sus esfuerzos personales al progreso de su país.

5. Os digo todo esto, queridos hermanos y hermanas, porque me siento muy cerca de vosotros. El curso de la historia, configurado por decisiones humanas, ha sido tal que durante muchos años no hemos podido tener un contacto mutuo. Muy pocas cosas se conocían de vosotros, de vuestras alegrías, de vuestras esperanzas y de vuestros sufrimientos. Últimamente, sin embargo, me han llegado noticias de vosotros desde distintos puntos de vuestra inmensa nación. Pero en estos largos años indudablemente habéis vivido otras experiencias que aún son desconocidas, y a veces os habéis preguntado en vuestras conciencias cuál era el camino recto que teníais que seguir. A los que nunca han tenido, semejantes experiencias les es difícil valorar exactamente tales situaciones. No obstante, quiero que sepáis que a lo largo de todo este tiempo y hasta el día de hoy, yo, y la Iglesia universal conmigo, hemos estado con vosotros en el pensamiento, en la oración, en el auténtico amor fraterno y en la solicitud pastoral. Pongo mi confianza en vuestra fe y en el Señor que prometió: "No os preocupéis cómo o qué hablaréis, porque se os dará en aquella hora lo que debéis decir" (Mt 10,19). Si permanecéis unidos al Señor en la fe y en la oración, El os fortalecerá y os guiará.

Quiero expresar también mi profunda admiración por los testimonios de heroica fe que muchos de vosotros habéis dado y estáis dando todavía hoy. La Iglesia entera está orgullosa de vosotros y se siente fortalecida por vuestro testimonio. Al mismo tiempo espera que vosotros a su vez seáis fortalecidos con su constante oración y comunión con nuestro Señor Jesucristo.

6. Lo que nos une, queridos hermanos y hermanas, no es un lazo de carácter físico o una lealtad política, sino la fe en Aquel que es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo y que ha proclamado la fraternidad de todos los hombres. Es El, Jesucristo, que ama a todas las gentes, independientemente de su raza o cultura, de su situación social o política. Todos nosotros somos hermanos y hermanas, y en el centro del mensaje de Jesús está la llamada a la hermandad universal. ¿Acaso no es emocionante descubrir que un mensaje parecido está exactamente expresado en vuestro proverbio chino: "En medio de los cuatro mares, todos los hombres son hermanos"? Más que en ningún otro tiempo tenemos necesidad de proclamar este mensaje a través de todo el mundo, desde el momento que la injusticia y la discriminación entre las personas y las naciones se hacen cada vez más grandes.

76 7. Al viajar tan cerca de vuestro gran país, permitidme dirigiros un mensaje que brota de mi corazón y de nuestra fe común. En este momento de gracia y de cambio, os digo: Abrid vuestros corazones y vuestras mentes a Dios, que guía con su Divina Providencia todos los acontecimientos y cumple sus planes en todo cuanto sucede. Por encima del sufrimiento humano, incluso por encima de la debilidad y del error, el Señor va dando nuevo crecimiento. Mi profunda y sincera esperanza es que un día cercano podamos reunimos, alabando al Señor y diciendo: "Ved cuán bueno y deleitoso es convivir juntos los hermanos" (Ps 133,1).

Os encomiendo a todos a María, Virgen fiel por excelencia, Reina de China. La paz de Jesucristo su Hijo esté con todos vosotros. ¡Que Dios bendiga a China!







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


EN EL BARRIO DE TONDO


Manila

Miércoles 18 de febrero de 1981

Mga ginigiliw kong kapatid kay Kristo
(Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo):

1. Kay tindi ng kigaya na aking nadarama sa maga sandaling ito! (¡Qué felicidad tan intensa experimento en este momento!). He esperado impacientemente esta visita, porque quería deciros que sois los amigos queridos del Papa, a quienes él quiere traer el mensaje de amor que Jesús ha confiado a su Iglesia. Mi visita a vosotros como Sucesor del Apóstol Pedro es una visita de amor. No podía ser de otro modo, porque veo en vosotros al mismo Cristo y a El he entregado mi amor. Al decir a Pedro que él había de ser el Pastor del rebaño, Jesús le preguntó por tres veces con una insistencia cada vez mayor: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" (Jn 21,15 ss.). Y San Pedro profesó su amor por Cristo. También yo profeso mi amor por vosotros, y al venir a vosotros quiero, simplemente, dar testimonio de esté amor. Quiero tan sólo repetiros las palabras de Cristo, que dijo: "Como el Padre me amó, yo también os he amado" (Jn 15,9).

2. Agradezco al Señor el haberme dado esta oportunidad de venir al distrito de Tondo y encontrarme con el pueblo de Foreshoreland, y de modo particular, con los miembros de la parroquia de Nuestra Señora de la Paz y del Buen Viaje. El nombre de Tondo se halla ligado de modo especial al nombre de mi predecesor Pablo VI, el primer Papa peregrino por todo el mundo de los tiempos modernos. Cuando vino aquí, hace más de diez años, bendigo los comienzos de esta parroquia, situada en medio de una zona en la que las necesidades humanas y cristianas eran muchas y muy profundas. El abogó por un mayor respeto a los derechos de la persona humana, a la dignidad de los hijos de Dios; pidió una mayor conciencia de los sufrimientos del pueblo por parte de las autoridades civiles y eclesiales. Me han dicho que muchas cosas han sucedido desde entonces, que los diferentes sectores de la sociedad han mostrado una mayor preocupación, y especialmente, que los mismos habitantes de Tondo han llevado a cabo muchas cosas por medio de la formación de sus propias organizaciones para el desarrollo espiritual, pastoral, social y económico. Pero es necesario hacer otro tanto todavía para convertir a Tondo en un lugar de esperanza para los hombres, mujeres y niños que llaman a este lugar su casa.

3. Cuando pensamos en los numerosos problemas con que os enfrentáis diariamente, cuando pensamos en todos los hombres que se encuentran en otras áreas, en los suburbios de las grandes ciudades y en las zonas rurales olvidadas en otras partes de Filipinas, entonces pensamos en Cristo. En los rostros de los pobres veo el rostro de Cristo. En la vida del pobre veo reflejada la vida de Cristo. A cambio, el pobre y esos discriminados se identifican más fácilmente con Cristo, porque en El descubren a uno de los suyos. Ya desde el mismo comienzo de su vida, en el bendito instante de su nacimiento como Hijo de la Virgen María, Jesús no tuvo casa, porque no había lugar para El en la posada (cf. Lc Lc 2,7). Cuando sus padres le llevaron a Jerusalén por primera vez, para presentar su ofrenda en el templo, fueron contados entre los pobres e hicieron la ofrenda que correspondía a los pobres (cf. Lc Lc 2,24). En su niñez fue un refugiado, forzado a huir del odio que había desatado la persecución, a abandonar su propio país y a vivir exiliado en tierra extranjera. Siendo un muchacho fue capaz de confundir a los ilustrados maestros con su sabiduría, y aun trabajaba con sus manos como un humilde carpintero, al igual que su padre adoptivo José. Cuando proclamó y explicó las Escrituras en la sinagoga de Nazaret, "el hijo del carpintero" (Mt 13,55), fue rechazado (cf. Lc Lc 4 Lc Lc 29). Incluso uno de los discípulos que había elegido para seguirle preguntó: "¿De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn 1,46). Fue también víctima de la injusticia y la tortura y fue entregado a la muerte sin que nadie saliera en su defensa. Sí, El era el hermano de los pobres, ésa era su misión —pues fue enviado por Dios Padre y ungido por el Espíritu Santo—: proclamar el Evangelio a los pobres (cf. Lc Lc 4,18). Elogió al pobre cuando pronunció aquel reto sorprendente para todos aquellos que quieran ser sus seguidores: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3).

4. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu! Es la sentencia que abre el sermón de la montaña, en el que Jesús proclamó las bienaventuranzas como el programa de todos aquellos que quieran seguirle. Las bienaventuranzas no fueron dirigidas sólo a sus coetáneos, sino a todas las generaciones que se sucederían a lo largo de los tiempos; son una invitación para todo aquel que acepta el nombre de cristiano. Este fue el mensaje que proclamé en Brasil a los pobladores de los suburbios, en las favelas de Río de Janeiro, y a los habitantes de la península pantanosa de Salvador de Bahía. Es el mensaje que presento tanto a ricos como a pobres, el mensaje que la Iglesia en Filipinas, y en cualquier parte, debe hacer suyo y poner en práctica. Toda Iglesia que pretenda ser una Iglesia de los pobres ha de prestar atención a este mensaje, descubrir toda su profundidad y realizar toda su verdad.

Aquí, en Tondo, y en otros lugares de esta tierra, existen muchos pobres, y también en ellos veo al pobre de espíritu a quien Jesús llamó bienaventurado. Los pobres de espíritu son aquellos que tienen sus ojos puestos en Dios, y su corazón abierto a su acción divina. Aceptan el don de la vida como un don de lo alto, y lo consideran valioso, porque viene de Dios. Agradecidos al Creador y misericordiosos con sus semejantes, los seres humanos, están dispuestos a compartir lo que tienen con aquellos que se encuentran en mayor necesidad. Aman a sus familias y a sus hijos y comparten sus casas y mesas con el niño hambriento y el joven que no tiene casa. Los pobres de espíritu se hacen ricos en cualidades humanas, están cerca de Dios, dispuestos a escuchar su voz y a cantar sus alabanzas.

77 5. Ser pobre en espíritu no significa estar alejado de los problemas que acosan a la comunidad, pues nadie posee un sentido más agudo de la justicia que los pobres que sufren las injusticias que las circunstancias y el egoísmo humano les deparan. Encontrando fuerza en la solidaridad humana, el pobre señala ya, con su misma existencia, la obligación de justicia con que se enfrentan la sociedad y todos los que tienen poder, sea de tipo económico, cultural o político. Así, la misma verdad de esta bienaventuranza señala un camino que todo ser humano ha de recorrer. Y esto les dice a aquellos que viven en pobreza material que su dignidad, su dignidad humana, ha de ser respetada, que sus derechos humanos inviolables deben ser guardados y protegidos. También les dice que ellos mismos pueden lograr mucho si emplean sus capacidades y talentos, y especialmente su decisión de ser artífices de su propio progreso y desarrollo.

La primera bienaventuranza dice al rico, a aquel que disfruta de bienestar material o que acumula un número desproporcionado de bienes materiales, que el hombre es grande no por lo que posee, sino por lo que es, no por lo que tiene, sino por lo que comparte con los demás. Pobre de espíritu es el rico que no cierra su corazón, sino que se enfrenta con las situaciones intolerables que mantienen la pobreza y la miseria de tantos que constantemente pasan hambre y se ven privados de sus derechos a hacer crecer y a desarrollar sus capacidades humanas, que carecen de casas adecuadas o no tienen suficientes vestidos, que sufren enfermedad por falta de toda clase de cuidados médicos básicos, que crecen desesperados por falta de un empleo que les capacitaría para proveer a las necesidades de sus familias por medio de un trabajo honesto. Pobre de espíritu es el rico que no descansa mientras un hermano o hermana se halla acosado por la injusticia y la impotencia. Pobre de espíritu es aquel que tiene poder político y recuerda que éste le ha sido dado sólo para el bien común y que no cesa nunca de arbitrar medios para organizar todos los sectores de la sociedad de acuerdo con las exigencias de la dignidad y la igualdad que son un derecho de nacimiento de todo hombre, mujer y niño que Dios ha llamado a la existencia.

6. La misma Iglesia, la Iglesia en Asia, en Filipinas y en Tondo, ha de prestar oído a la llamada de las bienaventuranzas y ser la Iglesia de los pobres, porque ha de hacer lo que Jesús hizo y proclamar el Evangelio a los pobres (cf. Lc
Lc 4,18). Sin embargo, esta preferencia que la Iglesia muestra por el pobre y el marginado, no significa que dirija su atención sólo a un grupo, clase o categoría. Ella predica el mismo mensaje a todos: Que Dios ama al hombre y que envió a su Hijo para la salvación de todos; que Jesucristo es el Salvador, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Ser la Iglesia de los pobres significa tener que hablar el lenguaje de las bienaventuranzas a todos los hombres, a todos los grupos o profesiones, a todas las ideologías, a todos los sistemas políticos y económicos. Y lo hace, no para servir a intereses políticos, no para adquirir poder, ni para proporcionar pretextos que justifiquen la violencia, sino para salvar al hombre en su humanidad y en su destino sobrenatural.

Defender la dignidad humana de los pobres y su esperanza en el futuro del hombre no es una postura fácil para la Iglesia, ni es una estrategia oportunista, ni tampoco un medio para alcanzar el favor de las masas. Es su obligación, porque Dios quiere que todos los seres humanos vivan de acuerdo con la dignidad que El les ha conferido. La misión de la Iglesia es recorrer el sendero del hombre, "porque el hombre —todo hombre sin excepción alguna— ha sido redimido por Cristo; porque con el hombre —cada hombre sin excepción alguna— se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello" (Redemptor hominis RH 14). Por tanto, la Iglesia quiere predicar a los pobres todo el Evangelio, quiere animarlos a ser fieles a la vida divina que han recibido en el bautismo, la vida que se nutre en la Eucaristía, y que se recibe y se mantiene a través del sacramento de la reconciliación. Por el mismo motivo, os animo a vosotros, pueblo de Tondo, y a todo el Pueblo de Dios en Filipinas, a poner por obra vuestra responsabilidad individual y colectiva para incrementar la instrucción catequética, intentando cumplir plenamente la enseñanza social de la Iglesia. Tened plena convicción de la importancia que tendrá para todas las generaciones futuras de filipinos, el ser conscientes de la suprema dignidad a que están llamados, que es la vida eterna en Cristo Jesús.

7. Mis queridos amigos de Tondo: Sed fieles a Cristo y abrazad con alegría su Evangelio de salvación. No os dejéis tentar por ideologías que predican tan sólo valores materiales o ideales puramente temporales, que separan el desarrollo político, social y económico de las cosas del espíritu; y que ven la felicidad fuera de Cristo. El camino hacia vuestra liberación total no es el camino de la violencia, de la lucha de clases o del odio; sino el camino del amor, de la hermandad y de la solidaridad pacífica. Sé que me comprendéis, vosotros los pobres de Tondo, porque sois bienaventurados y poseéis el Reino de los cielos. Cuando yo me haya marchado recordad siempre estas palabras de Jesús: "Si, pues, el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres" (Jn 8,36).

Por Cristo hago mías todas vuestras preocupaciones y luchas, por causa de mi amor en Cristo estoy con vosotros en vuestros esfuerzos por aseguraros un futuro digno a vosotros y a vuestros hijos; por el supremo amor de Cristo hacia vosotros os predico un Evangelio promovedor de vida eterna.

Pido por vosotros, por cada uno de vosotros, por vuestras familias, por vuestros hijos, por los jóvenes y por los ancianos, por los enfermos y los que sufren. Pido que la fuerza de Jesús resida en vuestros corazones mientras trabajáis juntos para promover vuestras vidas, para ser buenos cristianos y buenos ciudadanos. Ruego para que encontréis a Jesús los unos en los otros, y en cada uno de los seres humanos. Y pido que juntos le encontréis y le adoréis a El —el eterno Hijo de Dios— en los brazos de su Madre, María.

¡Que Nuestra Señora de la Paz y del Buen Viaje sea una Madre amorosa para todos vosotros!

Mabuhay kayong lahat! (¡Que Dios os bendiga a todos!).

Jesús, mi hermano, Tú has vuelto a nuestra tierra, posees el rostro de otro, a quien yo no reconozco.

Enseña a mis ojos a descubrir lo verdadero, a reconocerte a Ti, Señor, en el pequeño y el humilde que veo.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS ESTUDIANTES EN EL CAMPUS DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SANTO TOMAS, MANILA


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Miércoles 18 de febrero de 1981

: Mga giliw kong kabataan ng Maynila at ng Pilipinas: tanggapin ninyo ang aking taos pusong pagbati at pagmamahall (Queridos jóvenes de Manila y de Filipinas: Recibid mi saludo cordial y mi afecto).

1. No es posible ocultar la alegría que siento en esta reunión con vosotros tan deseada, mis queridos amigos. «Amistad» es una palabra que a todos nos gusta. Pero la realidad a que aspira es mucho más hermosa. Amistad indica amor sincero, amor en dos direcciones y que desea todo bien para la otra persona, amor que produce unión y felicidad. No es un secreto que el Papa ama a los jóvenes como vosotros, y se siente inmensamente feliz de vuestra compañía.

Es justo que así sea. Es el Vicario de Cristo y debe seguir el ejemplo de Cristo. El Evangelio recuerda la intensidad con que Jesús brindaba su amistad a cada uno de sus discípulos (cf. Jn Jn 15,15). Y hace notar también el afecto especial que tenía por la juventud. (cf. Mc 10,21).

Sobre la base de esta amistad precisamente, presentó Jesús a sus jóvenes amigos la misión que se les confiaba. Como Jesús, quisiera hablaros de vuestra vocación especial. El Concilio Vaticano II afirmó que las Universidades Católicas deben preparar a sus estudiantes a ser verdaderamente «hombres de auténtico prestigio por su, doctrina, preparados para desempeñar las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo» (Gravissimum educationis GE 10). Y yo añadiría de mi parte que si queréis estar capacitados el día de mañana a cumplir vuestra triple misión de adultos y maduros, servidores de la sociedad y representantes del Evangelio debéis vivir hoy con plenitud vuestra vocación de jóvenes, de estudiantes universitarios y de católicos auténticos.

2. Primeramente y ante todo sed auténticamente jóvenes. ¿Qué es ser joven? Ser joven significa poseer dentro de si incesante novedad de espíritu, alimentar en el interior la búsqueda continua del bien y perseverar hasta alcanzar la meta. Siendo verdaderamente jóvenes en esta sentido, os prepararéis al futuro vuestro que consiste en cumplir vuestra vocación como adultos maduros. No intentéis nunca ignorar la fuerza irresistible que os empuja hacia el futuro.

A la Iglesia no le asusta la intensidad de vuestros sentimientos. Son signo de vitalidad. Indica acumulación de energías que en si no es ni buena ni mala, pero puede emplearse en causas buenas o malas. Es como el agua de lluvia que se acumula en las montañas después de días y días de estar lloviendo. Cuando y donde estalla, desencadena fuerzas capaces de borrar del mapa ciudades enteras, sumiendo a sus habitantes en un mar de lágrimas y sangre. Pero si se canaliza adecuadamente , campos que eran áridos quedan regados produciendo alimentos necesarios y la energía que tanto se precisa. En vuestro caso no es sólo alimento o cosas materiales lo que está implicado, es el destino de vuestro país, el futuro de vuestra generación y la incolumidad de niños de niños que todavía no han nacido. No hay duda de que es un reto emocionante y crucial a un tiempo para vosotros, mis queridos jóvenes. Y estoy cierto de que aceptáis este reto y deseáis asumir esta responsabilidad. Sobre todo estoy cierto de que todos estáis dispuestos a preparaos ahora, hoy.

Coincidiréis conmigo en que vale la pena aceptar la autodisciplina, que no sólo indica fuerza de carácter de vuestra parte sino que ofrece también servicio valioso a los otros. El esfuerzo que ello exige es algo que cuadra perfectamente con vuestra vida de jóvenes en el campo de los deportes. Ya en tiempos tan antiguos como los de San Pablo, la mortificación cristiana se expresaba en estos términos. El joven atleta que está dispuesto a soportar entrenamientos duros para mejorar sus logros deportivos, debe ser generoso en la disciplina requerida para su preparación humana plena.

Como jóvenes que sois, miráis al futuro. No estáis estancados en el presente. Debéis decidir en qué dirección queréis ir, y después tener la mirada fija en el norte. Los ideales mediocres no gustan a la gente joven. Prefieren zambullirse a fondo. Es derecho vuestro o, mejor, deber vuestro tener altas miras. Vuestras aspiraciones deben ser excelsas; vuestros ideales deben ser altos. Queridos jóvenes, esforzaros por formar un carácter que sea fuerte, rico y coherente, que sea libre y responsable, sensible a los valores verdaderos; un carácter que asuma la superioridad del «ser» sobre el «tener», que aguante frente a los retos y tentaciones de la evasión, el compromiso fácil y el cálculo inhumano y egoísta.

En vuestro caminar por los senderos de la verdad, la sinceridad y la autenticidad, tenéis un modelo ideal. El modelo vuestro es Jesucristo, Cristo en su humanidad, Cristo hombre, pero notad que El no es solo vuestra meta es también el camino que conduce donde vais. Y en el camino actúa como Pastor; llega incluso a darse a sí mismo en alimento para el viaje.

Si convenís en modelar vuestra juventud según Cristo, encontraréis que todo el proceso se resume en una sola palabra del Evangelio de Lucas. La palabra es que Jesús «crecía ». «Jesús crecía en sabiduría y edad ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). Esto no es mera constatación de lo que ocurría en la historia. Es también invitación a vosotros. Las palabras de Cristo «sígueme» (Mt 4,19) deben hacer vibrar una cuerda especial de vuestro corazón. Acoger la llamada de Cristo es camino seguro de responder a vuestra vocación de llegar a ser personas adultas plenamente maduras, y ésta es la aspiración fundamental de todo joven digno.


Discursos 1981 73