Discursos 1981 84


VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


AL PRESIDENTE DE FILIPINAS Y A LA NACIÓN


Palacio de Malacañang

85

Martes 17 de febrero de 1981



Señor Presidente:

1. El hecho de estar en Filipinas me causa una inmensa alegría y vuestra amable invitación a venir a Malacañang me honra profundamente. Aprovecho esta oportunidad para expresaros mi sincero agradecimiento por todo lo que habéis hecho para que se realizase esta visita, como por vuestra generosa colaboración poniendo a mi disposición tantos servicios y facilidades que me permiten viajar a distintas partes del país y visitar el mayor número posible de gente en estas hermosas islas. Considero mi estancia en medio del pueblo filipino como una oportunidad singular para conocer más cosas acerca de los logros y aspiraciones de esta bendita nación, para traer personalmente un saludo fraternal a las naciones de Asia y para ofrecer apoyo y aliento a las Iglesias locales de este continente. La emocionante bienvenida que me ha otorgado vuestro pueblo durante este primer día de mi visita hace surgir en mí plenamente todo mi amor y afecto pastoral hacia el pueblo de Filipinas. Una vez más quiero daros las gracias y, por vuestro medio, a todos vuestros conciudadanos. Maraming salamat po! (¡Muchas gracias, Señor!).

Querido pueblo de Filipinas:

2. En mi deseo de conocer personalmente los grandes pueblos de Asia, he querido que mi primera visita papal fuera a Filipinas. Vengo aquí volviendo sobre los pasos de Pablo VI, cuya memorable visita a esta tierra estoy seguro se recuerda todavía con amor y gratitud, y cuya alentadora presencia vive aún en los corazones y en el pensamiento del pueblo filipino. Vengo aquí porque deseo de corazón celebrar con mis hermanos y hermanas la fe común que une a la población católica de este país con la Sede de Pedro en Roma. Al mismo tiempo quiero mencionar con satisfacción y agrado las relaciones de amistad que existen entre Filipinas y la Santa Sede. Relaciones que son en verdad alta expresión del afecto especial de vuestro pueblo hacia el Obispo de Roma.

Las Filipinas merecen un honor especial por el hecho de que, desde el comienzo de su cristianización, desde el momento mismo en que Magallanes plantó la cruz en Cebú hace 460 años, el 15 de abril de 1521, y a través de los siglos, ha sido un pueblo que ha permanecido fiel a la fe cristiana. En una proeza que no tiene parangón en la historia, el mensaje de Cristo arraigó en los corazones del pueblo en un espacio muy breve de tiempo, quedando así la Iglesia firmemente implantada en esta nación de siete mil islas y de numerosas comunidades étnicas y tribales. La rica diversidad geográfica y humana, las diferentes tradiciones culturales y el espíritu peculiar de alegría y participación, junto con los esfuerzos misioneros, han sabido combinarse felizmente y han dado como resultado, a través de períodos que no han estado exentos de sombras y debilidades, la formación de una clara identidad nacional que es inconfundiblemente filipina y verdaderamente cristiana. La adhesión a la fe católica ha estado probada bajo sucesivos regímenes de control colonial y de ocupación extranjera, pero la fidelidad a la fe y a la Iglesia ha permanecido inquebrantable, haciéndose cada vez más firme y más madura.

3. Un merecido homenaje debe ser tributado a esta hazaña del pueblo filipino; pero, eso que sois crea una obligación y confiere a la nación una misión específica. Un país que ha sabido mantener fuerte y vibrante la fe a través de las vicisitudes de su historia, la única nación en Asia que es cristiana aproximadamente en un noventa por ciento de su población, asume, por este mismo hecho, la obligación no sólo de conservar su herencia cristiana, sino de dar testimonio ante todo el mundo de los valores de su cultura cristiana. Aunque pequeña en extensión de tierra y en número de habitantes, comparada con algunos de sus vecinos, Filipinas posee sin duda un papel especial en el concierto de las naciones en cuanto a consolidar la paz y el entendimiento internacional y, más en concreto, en cuanto a mantener la estabilidad en el Sudeste de Asia, donde tiene una tarea de vital importancia.

4. El pueblo filipino sabrá sacar siempre la fuerza y la inspiración que necesita para llevar a cabo esta misión a partir de su insigne herencia –herencia no sólo de una fe cristiana, sino también de los ricos valores humanos y culturales que son los suyos propios–. Cada hombre y cada mujer, cualquiera que sea su situación o su papel, tiene que esforzarse con toda seriedad por mantener, profundizar y reafirmar estos valores –estos dones inapreciables– frente a tantos factores que suponen hoy una seria amenaza para los mismos. Con vuestros esfuerzos clarividentes y meditados conservad vuestro sentido de lo sagrado, vuestra piedad y vuestra profunda conciencia religiosa. Procurad mantener y asegurar vuestro respeto al papel de la mujer en la casa, en la educación y en las demás exigencias de la vida social. Procurad conservar y fortalecer vuestra veneración por los ancianos, los inválidos y los enfermos. Sobre todo, mantened vuestra alta estima en favor de la familia. Defended la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Considerad inviolable el derecho a la vida del niño que aún no ha nacido y apoyad firmemente la sublime dignidad de la maternidad. Proclamad vigorosamente el derecho de los padres a verse libres de trabas económicas, sociales y políticas a la hora de querer seguir el dictamen de una recta conciencia al decidir sobre la dimensión de su familia en conformidad con la voluntad de Dios. Estableced firmemente la grave responsabilidad de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con su dignidad humana. Preservad a los niños de influencias corruptoras y apoyad las estructuras de la vida familiar. Una nación avanza en la misma dirección por la que camina la familia, y cuando la integridad y la estabilidad de la vida familiar se pone en peligro, otro tanto sucederá con la estabilidad de la nación y con las tareas que tenga que asumir ante juicio de la historia.

5. El desafío que tiene que afrontar cada nación, y más en particular una nación cristiana, es un desafío a su propia vida interna. Estoy seguro de que el pueblo de Filipinas y sus dirigentes son plenamente conscientes de su responsabilidad en la construcción de una sociedad ejemplar y de que están dispuestos a trabajar juntos para llevar a término este objetivo con un espíritu de respeto mutuo y de responsabilidad cívica. Es el esfuerzo conjunto de todos los ciudadanos lo que constituye una nación verdaderamente soberana, en que se promueven y defienden no sólo los legítimos intereses materiales de los ciudadanos, sino también sus aspiraciones espirituales y su cultura. Incluso en las situaciones excepcionales que pudieran surgir a veces, nunca se puede justificar la violación de la dignidad fundamental de la persona humana o de los derechos básicos que salvaguardan esta dignidad. El legítimo interés por la seguridad de una nación, exigido por el bien común, podría llevar a la tentación de someter al Estado el ser humano, al igual que su dignidad y sus derechos. Cualquier conflicto que surja entre las exigencias de la seguridad y de los derechos fundamentales de los ciudadanos debe ser resuelto de acuerdo con el principio fundamental – defendido siempre por la Iglesia– de que una organización social existe sólo para el servicio del hombre y para la protección de su dignidad, y que no puede pretender servir al bien común cuando los derechos humanos no quedan salvaguardados. El pueblo tendrá fe en la salvaguarda de su seguridad y en la promoción de su bienestar sólo en la medida en que se sienta verdaderamente partícipe y apoyado en su auténtica humanidad.

6. Ruego a Dios y espero que todo el pueblo de Filipinas y sus líderes no dejen nunca de valorar su compromiso por un desarrollo que sea plenamente humano y que supere situaciones y estructuras de desigualdad, de injusticia y de pobreza, en nombre del carácter sagrado de la Humanidad. Pido a Dios que todos estén dispuestos a trabajar en común con generosidad y entusiasmo, sin odios, sin lucha de clases y sin contiendas fratricidas, resistiendo a toda tentación de ideologías materialistas o violentas.

Los recursos morales de Filipinas son dinámicos y lo bastante fuertes para resistir a las presiones que se ejercen desde fuera, encaminadas a forzar a esta nación a adoptar modelos de desarrollo que son extraños a su cultura y a su sensibilidad. Recientes iniciativas, que son dignas de elogio, auguran buenas esperanzas de futuro, desde el momento que manifiestan confianza en la capacidad del pueblo para asumir su legítima participación en la responsabilidad por construir una sociedad que trabaje por la paz y la justicia y que proteja todos los derechos humanos.

86 7. Señor Presidente, queridos amigos: La presencia de tantas representaciones de los Órganos de Gobierno nacional y local, de la Magistratura y del Ejército me honra sobremanera y quiero expresarles la gran estima con que considera la Iglesia a quienes están investidos de la responsabilidad para el bien común y el servicio de sus semejantes. Cuán alta es la misión de aquellos a quienes el pueblo ha confiado la dirección de la nación y en quienes pone su confianza de ver realizadas aquellas reformas y programas que tienden a establecer una sociedad verdaderamente humana, en la que todos, hombres, mujeres y niños, reciban lo que les corresponde para vivir con dignidad, en la que de un modo especial los pobres y los menos privilegiados son objeto del interés prioritario por parte de todos. Aquellos a quienes les han sido confiadas las tareas del Gobierno honran al Cristianismo cuando confirman su credibilidad poniendo los intereses de la comunidad por encima de cualquier otra consideración y teniéndose a sí mismos primero y ante todo por servidores del bien común.

8. Al terminar estas breves reflexiones, quiero encarecer las singulares cualidades del pueblo filipino, impregnado de una sólida tradición cristiana de fe y de amor al prójimo. A lo largo de vuestra historia habéis sabido escuchar la llamada del Evangelio, la invitación a la bondad, a la honradez, al respeto por la persona humana y a un servicio desinteresado. Vuestro compromiso por los ideales de paz, de justicia y de amor fraterno alienta la promesa de que el futuro de este país sabrá equipararse con su historia pasada. Pero el desafío es grande y sale al paso de cada miembro de este país. Nadie está exento de responsabilidad personal. La contribución de cada uno es importante. Al acercarnos al término de este segundo milenio, tenéis que estar dispuestos a seguir por el camino que la fe en Cristo y su mensaje de amor os han señalado. Que la gracia de Dios os mantenga firmes. Que la Bienaventurada Virgen María, invocada con innumerables títulos y venerada en santuarios e instituciones extendidas por todo el país, continúe siendo la Madre amorosa y solícita del pueblo filipino. Y que su Hijo, Jesucristo, el amante y misericordioso Salvador de la Humanidad, os conceda el gran don de su paz, ahora y siempre.







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LAS RELIGIOSAS EN EL SANTUARIO NACIONAL


DE NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO DE BACLARAN


Manila, Filipinas

Martes 17 de febrero de 1981



Muy queridas religiosas:

Bendigo a la providencia de Dios que me ha traído de nuevo a Manila, que me ha traído otra vez a este santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, donde en otra ocasión celebré la Misa. Bendigo a la providencia de Dios, porque me ha traído a mí hasta vosotras y a vosotras hasta mí. Siempre me produce satisfacción estar con religiosas durante mis viajes apostólicos, pero hoy se da la alegría especial de saber que el vuestro es uno de los países en que florecen las vocaciones a la vida consagrada y que esta respuesta generosa a la gracia es ella misma un don que Dios os hace a vosotras.

1. Al dar gracias al Señor por el gran número de los que ha llamado a la vida religiosa, quiero expresaros mi estima y afecto en Cristo Jesús y comunicaros mi aliento. En primer lugar, me gustaría ayudaros a conservar y aumentar en vuestros corazones la reverencia y el amor por vuestra sublimo vocación. Rezo para que cada día sepáis responder más generosamente a esta vocación, de manera que crezcáis constantemente en la imitación de Cristo, vuestro ideal y vuestro Maestro: vuestra consagración religiosa es esencialmente un acto de amor a Jesucristo.

2. Cuanto más intensamente viváis este amor y más íntimamente os unáis a Jesús, tanto mayor será el testimonio que daréis del Evangelio. Se ha podido observar con frecuencia que hay una estrecha relación entre el fervor de la vida religiosa de un país y la situación de la Iglesia dentro del mismo: una fervorosa vida religiosa significa una Iglesia viva y apostólica; pero donde este fervor se enfría, decrece también la vitalidad de la Iglesia local. Si por desgracia surgieran la tibieza y la mediocridad, pronto quedarían éstas reflejadas en el pueblo cristiano. Por otra parte, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, cuando ésta se ha visto acometida por crisis, siempre ha sido la vida religiosa la que ha dado la señal para despertar y para renovar la fidelidad al Evangelio.

Vuestra propia responsabilidad a este respecto se ve aumentada por la situación especial que existe en Filipinas. Es el vuestro un país que está profundamente marcado por el catolicismo en medio de una inmensa parte del mundo que necesita el testimonio de una Iglesia ferviente y vital, a fin de que el Evangelio pueda ser conocido y acogido más extensamente.

3. Vosotras habéis comprendido esto perfectamente y toda vuestra actividad demuestra que vuestra consagración generosa al amor de Dios os hace particularmente capaces de amar a todos vuestros hermanos y hermanas, os dispone a gastaros en favor de ellos, sin pensar en vosotras y sin reserva ninguna. Sé lo dura que es vuestra labor con los niños, con los enfermos y los ancianos, con las familias, con los pobres y con muchos refugiados que han venido a esta región. Sé que vuestra abnegación se extiende también a los países de misión; sé que participáis en la catequesis y os puedo asegurar que esta labor es altamente apreciada por los obispos. Verdaderamente sois testigos del amor de Cristo y vuestros Pastores están agradecidos por vuestra presencia amorosa y vuestra actividad entre aquellos a quienes el Salvador ama con amor especial. En nombre de Jesús y en nombre de su Iglesia quiero daros las gracias. Al mismo tiempo quisiera aseguraros que la transformación del mundo y la construcción del Reino de Cristo, reino de justicié y de paz, sólo puede realizarse por la gracia y el poder del amor de Dios en nosotros. Sólo el amor puede transformar los corazones, y sin amor no puede haber una reforma adecuada de las estructuras de la sociedad. La única violencia que lleva a la construcción del Reino de Cristo es el sacrificio y el servicio que nacen del amor.

4. Expreso también mi gratitud a quienes de entre vosotras viven una vida de clausura y de contemplación, tan abierta a la presencia de Dios vivo, en medio de un mundo que con harta frecuencia se siente confundido y busca a tientas la luz. Tenemos mucha necesidad de vosotras. Mediante vuestra vida diaria de oración y sacrificio, unida a la oblación de Cristo, ayudáis poderosamente a vuestras hermanas en el apostolado activo. Sois, además, un gran apoyo para toda la Iglesia y para su Cabeza visible en la misión de proclamar a Cristo, y os aseguro que confío muchísimo en vuestra colaboración y en vuestras súplicas al Señor.

87 5. La misión de los religiosos es, por consiguiente, sumamente importante. Con el fin de ayudaros a responder a ella cada vez con más perfección, me gustaría aludir a tres puntos que tienen una importancia fundamental.

Primero, se trata de vuestra tarea de ser testigos. Por razón de vuestro bautismo, tenéis que ser signo e instrumento de unión con Dios y de la salvación del mundo. Lo primero que tiene que existir es la vida en el Espíritu, mediante la escucha de la Palabra, mediante la oración interior, mediante el fiel cumplimiento de la tarea a vosotras confiada, mediante la entrega de vosotras mismas al servicio y mediante la humildad del arrepentimiento (cf. Mutuae relationes, 4b.). Mediante vuestra consagración religiosa, sois para el mundo un testimonio visible del profundo misterio de Cristo, pues vosotras le representáis "ya entregado a la contemplación en el monte, ya anunciando el reino de Dios a las multitudes, o curando a los enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos, siempre, sin embargo, obediente a la voluntad del Padre que lo envió" (Lumen gentium
LG 46). Mediante vuestra vocación particular, vivida en una orden o congregación aprobada por la Iglesia, sois un signo especial de santificación y de labor apostólica que os confiere un papel específico en la Iglesia, un papel que tiene su carácter propio. Permaneced siempre fieles a esta vocación, a pesar de las tentaciones. Descubrid vuestra alegría en mantener vuestra identidad interior y en ser reconocidas, exteriormente, por lo que sois.

El segundo punto al que quiero aludir es la oración. Es vital que todos valoren la necesidad de la oración y que de hecho hagan oración, pero los religiosos, como personas llamadas a ser especialistas en la oración, tienen que buscar a Dios y amarle sobre todas las cosas; en cualquier circunstancia tienen que esforzarse por vivir una vida escondida con Cristo en Dios, una vida de la que brota el amor al prójimo y se convierte en una necesidad apremiante. De esta manera, por Cristo, con Cristo y en Cristo, tenéis que intensificar vuestra familiaridad personal y comunitaria con la fuente principal de la actividad apostólica y caritativa, y así participaréis íntimamente en la misión que recibe su origen del Padre. Como dije en mi mensaje a la asamblea plenaria de la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, "vuestra primera obligación es estar con Cristo. Un peligro constante para los obreros evangélicos es dejarse absorber de tal manera en la propia actividad por el Señor, que olviden al Señor de toda actividad". Así, pues, en el quehacer diario y agotador de vuestras tareas apostólicas, aseguraos el dedicar cada día algunos ratos a la oración personal y comunitaria. Ratos de oración que tienen que ser esmeradamente respetados y convenientemente alargados, y no debéis dudar de aumentarlos mediante períodos de oración y recogimiento más intenso, en tiempos especialmente reservados para esta finalidad. Tenéis que asegurar que el centro natural de vuestras comunidades sea la Eucaristía: esto lo conseguiréis mediante vuestra participación ferviente y diaria en la Misa y a través de la oración comunitaria en un oratorio, donde la presencia eucarística de Cristo expresa y hace comprender cuál tiene que ser la misión principal de toda familia religiosa (cf. Evangelica testificatio, 48).

El tercer punto que quiero mencionar es la docilidad amorosa al Magisterio de la Iglesia, lo cual es una consecuencia evidente de vuestra situación especial en la Iglesia. Como sabéis, la vida religiosa no tiene sentido si no es en la Iglesia y en fidelidad a los que la dirigen. "Sería un grave error independizar —mucho más grave aún el oponerlas— la vida religiosa y las estructuras eclesiales, como si se tratase de realidades distintas, una carismática, otra institucional, que pudieran subsistir separadas; siendo así que ambos elementos, es decir, los dones espirituales y las estructuras eclesiales, forman una sola, aunque compleja, realidad" (Mutuae relationes, 34). Por eso os exhorto a estar siempre dispuestas a acoger la enseñanza de la Iglesia y, fieles a vuestro carisma, a colaborar en la actividad pastoral de vuestras diócesis locales, bajo la dirección de vuestros obispos unidos a Pedro y en unión con Cristo. Vuestra adhesión a la Palabra de Dios, tal como es proclamada por la Iglesia, será la medida de vuestra eficiencia al comunicar la verdad y la libertad de Cristo. El mismo Espíritu Santo que nos hace atentos a "los signos de los tiempos" ha dotado a la Iglesia de Cristo con el carisma apostólico y pastoral del Magisterio, para que pueda transmitir eficazmente la verdad vivificante y liberadora de Cristo. Recordemos siempre las palabras de Jesús: "Conoceréis la verdad y la verdad os librará" (Jn 8,32).

6. He aquí la oportunidad de que nuestro encuentro tenga lugar hoy en este santuario dedicado a María Madre del Perpetuo Socorro, advocación que nos recuerda la necesidad constante que tenemos de su protección. Como enseña el Concilio, la Madre de Dios es para el cristiano modelo en la fe, en el amor y en la unión perfecta con Cristo (cf. Lumen gentium LG 63); y es, de una manera especial, la Madre y modelo de los que viven la vida consagrada.

Vosotras manifestáis la devoción a María celebrando sus fiestas, mediante la oración diaria en su honor, especialmente con el Rosario, e imitando su vida. Ojalá cada día sea más fuerte esta devoción. Vuestra vida consagrada debe reflejar la vida de María: el "Sí" que pronunció en la Anunciación no fue sino confirmación de su actitud anterior y el punto de partida para un caminar en compañía del Señor, que duró toda su vida. En este sentido, María recuerda a los religiosos la necesidad de responder cada vez con mayor generosidad a los planes del Señor sobre ellos. Cada una dará esta respuesta, ante todo por su apertura al Espíritu Santo, por su constante conversión a Cristo, por su castidad, pobreza y obediencia, en una palabra, por el continuo descubrimiento de su vocación y de su misión en la Iglesia. Todo esto constituye esa "formación permanente" que desde hace ya varios años se ha hecho tan necesaria.

7. El amor consagrado de vuestra vida religiosa es vivido en el contexto de un instituto aprobado por la Iglesia y por esa razón posee un elemento comunitario. Este concierne a todos los religiosos, cualquiera que sea el puesto que ocupen en sus comunidades. Cada instituto tiene la responsabilidad de la formación de sus miembros, según su propio carisma y en fidelidad al Magisterio de la Iglesia. A este respecto, la unión entre las hermanas, la dedicación a los demás, el interés por los problemas del mundo y la recta organización de la vida diaria sostendrá y animará los esfuerzos de todas.

8. Quisiera añadir aquí una invitación formal a que intensifiquéis vuestra colaboración apostólica al servicio de las familias cristianas. Lo cual está en armonía con las conclusiones a que llegó el reciente Sínodo de los Obispos. Las conexiones entre la familia y la vida religiosa son profundas y vitales. La familia cristiana es la fuente normal de las vocaciones a la vida religiosa. La vida religiosa ayuda a las familias a ser cada vez más cristianas, así como a dar testimonio cada vez con mayor claridad de su amor a Cristo asistiéndoles en la educación cristiana de sus hijos, preocupándose por los enfermos y haciendo frente a los problemas de la vida.

9. Mediante vuestro contacto con las familias y a través del ejemplo de santidad que dais en todo vuestro apostolado, podéis ser muy bien instrumentos de la gracia de Dios respecto de las vocaciones religiosas. Efectivamente, se os ha dado esta misión que cumplir: mediante la oración y la plena alegría de vuestras vidas consagradas al Señor, estáis llamadas a hacer de la vocación religiosa en la Iglesia una realidad atractiva para las niñas y las jóvenes de hoy. Estas han de ser capaces de percibir con claridad —convenciéndose por el testimonio que dais— que vuestras vidas están penetradas por un amor personal a vuestro esposo Jesucristo, un amor que también le sabe acoger en el seno de toda la humanidad. En mi primera Encíclica decía yo que "no podemos vivir sin amor". Somos incomprensibles para nosotros mismos si no experimentamos esto y si no lo hacemos algo propio, (cf. Redemptor hominis RH 10). Al dar testimonio de un amor gozoso y sacrificado es cuando nuestro estilo de vida se hace creíble y cuando la llamada de Cristo, humanamente hablando, se hace atractiva y digna de seguir. Poder demostrar a las jóvenes que el amor consagrado a Jesús es capaz de satisfacer las aspiraciones más profundas de la persona humana es una gran misión de la fe y esta misión, queridas religiosas, es la vuestra.

Finalmente, os doy las gracias una vez más por la ayuda que habéis prestado en hacer posible esta peregrinación con vuestras oraciones y con vuestra diligente colaboración. Quiero presentar todas vuestras intenciones a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y pedirle que os ayude a vivir cada día más generosamente vuestra vocación, para que se haga presente el reino de su amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Como nos dice San Pedro: "a quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso" (1P 1,8).

Queridas religiosas: ¡Alabado sea Jesucristo!







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

CEREMONIA DE BIENVENIDA

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO


A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO FILIPINO


88

Aeropuerto internacional de Manila

Martes 17 de febrero de 1981



Señor Presidente,
Eminencias y venerables hermanos obispos,
queridos hermanos y hermanas en Cristo,
querido pueblo de Filipinas:

1. Salamat sa l'uong Maykapal! (¡Demos gracias a Dios!). Con profundo agradecimiento a Dios por poder venir a Filipinas, quiero presentaros a todos mis sinceros saludos de amor y de paz. Es una gran alegría poner los pies en el suelo de esta querida tierra y espero con gozo pasar los próximos días en medio de vosotros.

2. Vengo a vosotros en nombre de Jesucristo, de quien soy servidor. Y vengo en visita de carácter religioso y pastoral a proclamar su Evangelio, a proclamar la salvación en su nombre. Como Sucesor del Apóstol Pedro es mi deseo confirmar a mis hermanos y hermanas de la Iglesia católica en su fe en nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra justicia y nuestra paz, nuestro mayor tesoro y la única fuente de nuestra esperanza.

3. Precisamente en la primera semana de mi pontificado, el cardenal Sin me habló sobre la posibilidad de venir a Filipinas con ocasión del IV centenario de la Iglesia en Manila. Al mismo tiempo solicitó que tuviera lugar en esta misma capital la beatificación de Lorenzo Ruiz. Como no fue posible cumplir esta petición en el año jubilar de 1979, deseo ahora, mediante la primera beatificación de un hijo nativo, clausurar, por así decir, la celebración de dicho centenario. Este es el primer y principal motivo de mi venida. La beatificación, que quiere también rendir solemne homenaje a otros quince mártires cristianos, es en verdad un acontecimiento histórico para este país y una gran bendición para la Iglesia universal. La vida heroica de este seglar filipino y el testimonio fiel de sus compañeros nos recuerdan que todos estamos llamados a la santidad de vida y que, como dice San Pablo, el poder de Dios, "que actúa en nosotros, es poderoso para hacer que copiosamente abundemos mas de lo que pedimos o pensamos" (Ep 3,20).

4. Por tanto, vengo a compartir con el pueblo filipino esta circunstancia de inmensa alegría y de orgullo cristiano. Por la historia de la Iglesia de mi propia nación, sé la importancia que tuvo en aquel momento para todo el pueblo de Polonia la primera canonización de un hijo nativo, San Estanislao. Tuvo lugar en Asís el año 1253. Sabéis que en la actualidad toda ceremonia de esta naturaleza comúnmente tiene lugar en Roma, en la Sede de Pedro, centro de la Iglesia universal. Ahora, excepcionalmente, va a tener lugar por vez primera una beatificación fuera de Roma. Se va a realizar de una manera distinta, pero sin duda en medio de la Iglesia, en la Iglesia local donde el Beato Lorenzo Ruiz creció en la fe.

Este acontecimiento extraordinario quiere ilustrar de manera clara cómo las dos dimensiones de la única Iglesia —la dimensión universal y local— son complementarias y se incluyen mutuamente. Es oportuno que el marco para tal acontecimiento sea Filipinas, nación conocida por el dinamismo de su fe cristiana a la vez que por su firme tradición de una fidelidad indiscutida al Obispo de Roma.

89 5. En conexión con esta ceremonia, me alegro también de hacer una visita pastoral a través de Filipinas. Un extenso programa me va a ofrecer la posibilidad de encontrarme con las gentes de distintas regiones. Cuánto me gustaría ir a todas partes, visitar el conjunto de las florecientes parroquias católicas, estar con la gente de los barrios a lo largo de todo el país, pero el tiempo es limitado. Todo el pueblo de Filipinas estará en mi corazón y en mi oración al visitar las distintas comunidades que comprende el programa.

A este propósito, me siento muy agradecido hacia usted. Señor Presidente, lo mismo que hacia las autoridades nacionales y locales, por hacer que esto sea posible y por ofrecerme la hospitalidad de Filipinas.

6. De igual modo deseo, mediante este viaje apostólico, manifestar mi respeto y consideración a toda Asia, a todos los países que son vuestros vecinos en esta parte del mundo. A los miembros de las otras Iglesias cristianas, a quienes tengo la alegría de llamar también hermanos y hermanas en Cristo, les doy mis saludos fraternales y cordiales. Y a cuantos pertenecen a religiones no cristianas quiero hacerles llegar un saludo sincero de amigo y hermano dentro de la única familia de la humanidad.

7. Al concederme Dios este privilegio de visitar vuestro país formado por miles de islas, me siento movido a repetir, en alabanza de nuestro Creador, las palabras del Salmista: "¡Yavé reina! Gócese la tierra, alégrense las muchas islas" (
Ps 97, I). Efectivamente, ¡alégrense y gócense las numerosas islas de Filipinas en la entrañable misericordia de nuestro Dios!

¡Que Dios os bendiga!

¡Que Dios bendiga a Filipinas!

Mabuhay ang Pilipinasl (¡Vivan siempre las Filipinas!).









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

PAKISTÁN - CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto internacional de Karachi

Lunes 16 de febrero de 1981



Señor Presidente,
queridos amigos:

90 1. Hoy, al comenzar otro viaje pastoral, me complace que mi primera parada en el camino haya sido en Pakistán. Es bueno estar con todos vosotros y ha sido una alegría poder adorar al Dios viviente junto con mis hermanos y hermanas de la Iglesia católica que viven en este país. Este viaje pastoral, como los otros precedentes que he realizado, tiene esencialmente un carácter religioso. Como Pastor Supremo de la Iglesia católica deseo visitar a los miembros de las comunidades locales cristianas dispersas por el mundo, tanto para entenderlas mejor, a ellas y a sus necesidades, como para apreciar sus peculiares dones y fortaleza y, sobre todo, para alentarlas en la práctica de la fe cristiana.

2. Estoy complacido porque estos viajes también me ofrecen la posibilidad de encontrarme con miembros de otras creencias y de llegar a apreciar la rica herencia cultural de otros pueblos y naciones. Es edificante descubrir los intereses comunes en los que participan todos los hombres y mujeres de buena voluntad: intereses, por ejemplo, por la dimensión espiritual de la persona humana, por la libertad y la dignidad de todo hombre, mujer y niño, y por la verdadera justicia y la paz perenne.

3. Me es especialmente grato testimoniar cómo los lazos que unen a todos aquellos que creen en Dios han sido fortalecidos en los años recientes. Estoy agradecido particularmente por los vínculos de diálogo y confianza que han sido forjados entre la Iglesia católica y el Islam. Por medio del diálogo hemos llegado a ver más claro los muchos valores, prácticas y enseñanzas que aúnan nuestras dos tradiciones religiosas: por ejemplo, nuestra creencia en el Dios único, omnipotente y misericordioso, creador de cielos y tierra, y la importancia que damos a la oración, la caridad y el ayuno. Ruego para que este entendimiento y respeto mutuo entre cristianos y musulmanes, e incluso entre todas las religiones, continúe y se ahonde, y para que encontremos aún mejores modos de cooperación y colaboración para el bien de todos.

Y ahora, antes de partir, permítanme expresar mi gratitud a todos los que me han dispensado tan gentil bienvenida. A Vuestra Excelencia, Sr. Presidente, al Gobierno y a las autoridades civiles que han asegurado el buen orden durante mi visita, les estoy muy reconocido. Deseo también dar las gracias a todos los que han trabajado tan diligentemente en la organización y preparación necesarias para este día. Que Dios os recompense por vuestra generosidad. Y que El os bendiga a vosotros y a vuestras familias con gozo y con paz.

Querido pueblo de Pakistán: Dirijamos nuestros pensamientos a la bondad y misericordia de Dios, siguiendo las palabras del Salmista: "Aclamad a Yavé la tierra toda. Servid a Yavé con júbilo, venid gozosos a su presencia" (
Ps 100,1-2).









Discursos 1981 84