Discursos 1981 97

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PUEBLO DE BRASIL CON OCASIÓN


DE LA CAMPAÑA CUARESMAL DE LA FRATERNIDAD




Amadísimos hermanos y hermanas:

Se inaugura hoy otra Campaña de Fraternidad en Brasil. Todavía están vivas en mi espíritu con nostalgia, las imágenes —sobre todo de los queridos jóvenes— que llamaban hermano suyo al Papa cuando visitó vuestro país. Ello daba a entender que los brasileños se sienten hermanos entre sí. Pero la fraternidad es algo vivo que debe construirse continuamente. De aquí la oportunidad de esta Campaña de cuyo eslogan me sirvo para saludaros cordialmente: ¡"Salud para todos" con la gracia y la paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo!

Dirigiéndome hoy mismo a la Iglesia universal decía que "la Cuaresma es un tiempo de verdad". Un tiempo en que el cristiano está invitado especialmente a la oración, la penitencia y el ayuno, a despojarse de sí mismo y mirarse con toda verdad delante de Dios: "Recuerda hombre que eres polvo, y al polvo has de volver", dice la liturgia en este Miércoles de Ceniza.

Pero a causa de su dimensión universal el hombre, que procede de Dios y a Dios ha de volver, está llamado a algo diferente de los bienes terrenos y materiales. Por ello debe caminar por la vida en la dirección indicada por Cristo Señor con su muerte y resurrección; caminar a la luz del misterio pascual en dirección de la vida por los caminos del amor al Padre que está en los cielos, y del amor a los hermanos que tantas veces apelan a la caridad y solidaridad, al compartir fraterno, característico de un "corazón de pobre", capaz de compadecerse de los menos favorecidos: desvalidos, enfermos, marginados, ancianos...

"Salud para todos" es una frase sumamente densa de interrogantes y de problemática, un verdadero desafío estimulante a que se busquen ideales nuevos y modos nuevos de ver las realidades en un mundo que parece dar muestras de cansancio y está marcado por el egoísmo y no deja lugar a la misericordia.

La buena salud, lo sabemos, no es mera ausencia de enfermedades; es vida plenamente vivida en todas sus dimensiones personales y sociales. Al igual que su contrario, la falta de salud no es sólo presencia del dolor o del mal físico. Hay tantos hermanos nuestros enfermos que sufren por causas inevitables o evitables, parados a "la vera del camino" en espera de la misericordia del prójimo, sin la que jamás podrán superar su estado de "medio muertos"... (cf. Lc Lc 10, 33, ss.).

A la luz de la fe todo dolor tiene sentido; puede servir incluso para completar "lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia" (cf. Col Col 1,24). En cada hombre que sufre está de algún modo presente el misterio de la muerte y resurrección del Señor. No obstante, la salud es derecho y deber de todos.

98 En su empeño por vivir bien, con salud, todo hombre se da cuenta de sus limitaciones, caducidad, espejismos y ambigüedades; y descubre que tiene necesidad de los otros, de "misericordia" del prójimo. Y quizá se interrogue en medio de sus sufrimientos: "Y, ¿quién es mi prójimo?".

Hoy al comenzar la Cuaresma y esta Campaña de Fraternidad que se propone animarla, cada uno debe sentirse interpelado e interrogarse: y yo en mi vida y a la luz del cuadro evangélico del buen samaritano, ¿qué personaje vivo?, ¿el del afligido por la desgracia?, ¿el del caminante distraído, apresurado y desinteresado de los demás?, ¿el del "buen samaritano"?

"Y, ¿quién es mi prójimo?". Mirad, hermanos y hermanas, la respuesta está avalada por Cristo Señor: "Aquel que usa de misericordia", a semejanza del buen samaritano, a semejanza de Dios "rico en misericordia". ¡Nos llama Cristo y nos esperan nuestros hermanos!

Con deseos de "Salud para todos" os invito a pensar delante de Dios y a ser generosos en el compartir fraterno; y prometiéndoos mi oración por todos vosotros, os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



IOANNES PAULUS PP. II





A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA COMISIÓN PONTIFICIA


PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Jueves 5 de marzo de 1981



Queridísimos hermanos,
miembros, consultores y colaboradores
de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales:

Es para mí una gran alegría el poder saludaros con motivo de vuestra reunión. Las asambleas plenarias constituyen un tiempo fuerte muy importante para los organismos de la Curia. Su importancia es aún mayor cuando se trata de una Comisión que tiene como objetivo la promoción de las comunicaciones sociales. Me parece que es del máximo interés recoger los testimonios y sugerencias de quienes, en sus países, están en continuo diálogo con los diversos artífices de los mass-media y perciben por eso más fácilmente sus exigencias.

Por mi parte, he procurado, desde el comienzo de mi pontificado, aprovechar todas las ocasiones favorables para dirigirme a los representantes de la prensa, de la radio y de la televisión. A través de vuestras personas y de vuestro apostolado, he podido hoy conocer un poco mejor el grado de desarrollo de la pastoral de los medios de comunicación y de la adecuación de sus realizaciones, tanto en el centro de la Iglesia como en las Iglesias particulares en cada país o continente.

Podemos decir que esta pastoral es una herencia que hemos recibido del Concilio Vaticano II, primero con el Decreto Inter mirifica y luego con la Instrucción pastoral Communio et progressio, preparada por mandato del mismo Concilio, solemnemente aprobada por Pablo VI, y que constituye el texto de referencia de vuestra actividad apostólica específica.

99 Los recientes Sínodos de los Obispos ofrecieron ocasión de utilizar frecuentemente los medios de comunicación social en la obra de evangelización.

Llegar al hombre de hoy, tan condicionado por estos medios, hacerse escuchar, hacerse comprender, hacerse aceptar, constituye una problemática pastoral nueva que hace necesario precisamente el saber utilizar estos medios. Es indispensable, pues, aceptar sus exigencias, conocer su lenguaje y sus mecanismos. "Quien siembra poco, poco recoge". Pero nosotros, lo que queremos es recoger para Cristo una cosecha abundante. Y nos sentimos impulsados a ello porque nos esperan millones de fieles en todas las regiones del mundo. Quieren escuchar, comprender y vivir el ideal que, desde hace dos mil años, ilumina y atrae la civilización que tuvo aquí mismo su cuna.

Quisiera de veras que no quede todo en una declaración de buenos deseos, sino que se encuentre en estos hechos un estímulo para un apostolado de la Iglesia adaptado al tiempo moderno, apostolado al que los Episcopados y el clero, las Asociaciones y los Organismos católicos deberían dedicar más energías y más tiempo.

Como está escrito en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, se trata de un verdadero desafío. Para cumplir la misión de predicar el Evangelio "sobre los terrados" por todo el mundo, "y a toda criatura", por emplear las mismas palabras del Señor, que es tarea primordial de todo Pastor, se debe poder contar con las posibilidades de los medios de comunicación social, maravillosos instrumentos por su eficacia y su resonancia, pero que, a la vez, tienen sus límites y resulta delicado utilizar bien de forma que el mensaje evangélico o el testimonio de la Iglesia sean presentados en su profundidad.

Os deseo que la reunión sea muy fecunda para todos, y especialmente para este centro romano que tiene que afrontar un trabajo enorme, sobre todo durante los viajes pastorales del Papa.

Estoy junto a vosotros y quiero seguir estándolo en este trabajo difícil pero indispensable. No me he extendido sobre los temas concretos de vuestra asamblea, que no he tenido oportunidad de estudiar. Estoy seguro de vuestra competencia y de vuestras convicciones a este respecto. Aprovecho más bien para tomar contacto con vosotros.

De todo corazón os concedo a vosotros, a todos los miembros de las Comisiones episcopales para los Medios de Comunicación Social de los diversos países, y a todos vuestros colaboradores, clérigos y laicos, una especial bendición apostólica, pidiendo al Espíritu Santo, por medio de María, las gracias necesarias para este apostolado vuestro tan importante.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS SACERDOTES DE ROMA


Jueves 5 de marzo de 1981



Venerados hermanos:

1. Al tomar la palabra después de las varias intervenciones que se han sucedido en esta aula y que he escuchado con gran interés, expreso, ante todo, mi alegría por este encuentro, en el que me es dado acoger a los sacerdotes de mi diócesis en sus diversos órdenes y grados. ¿Cómo no alegrarme, viendo cerca de mí, junto con el querido y celoso cardenal Vicario, con monseñor vicegerente y con los obispos auxiliares, una falange tan selecta de Pastores que contribuyen responsablemente a aliviar con su trabajo el "pondus diei et aestus" de la fatiga apostólica que me ha confiado Dios en esta querida ciudad de Roma, a la cual se mira desde todas las partes del mundo como a la comunidad "digna Deo, digna decore, digna quae beata praedicetur", porque "universo caritatis coetui praesidens" (Ignacio, Romanos, Inscrip.)?

Se trata de un momento feliz de intimidad espiritual, que trae a la mente la primitiva comunidad cristiana, a la que el libro de los Hechos describe como "un corazón y un alma sola" (Ac 4 Ac 32). ¡El Señor está con nosotros! Nos lo asegura la promesa que Él ha hecho en el Evangelio a cuantos se hallan reunidos en su nombre (cf. Mt Mt 18,20). Me agrada sentir en Él esta mañana aquí presentes, estrechados por el vínculo común de una caridad viva y ardiente, también a los sacerdotes a quienes los compromisos del ministerio han retenido en otras partes. Quiero abrazar, dar las gracias y bendecir a todos.

100 2. El tema que centra nuestra atención reviste una importancia fundamental en el conjunto de las actividades apostólicas, en las que se articula el plan pastoral de la diócesis: la formación religiosa de la juventud en la escuela es tarea delicada en sí misma, que las circunstancias actuales, tanto dentro de las estructuras escolares como incluso en el ámbito más amplio de la mentalidad y del ambiente social, hacen singularmente ardua y, a veces, incluso dura e ingrata. Deseo aprovechar esta oportunidad para testimoniar, ante todo, mi aprecio y estima a cuantos gastan sus energías en este servicio altamente meritorio: les dirijo con afecto una palabra especial de complacencia y exhortación, que quisiera fuese acogida como consuelo y apoyo en las dificultades del esfuerzo cotidiano.

Pienso, en primer lugar, en la escuela católica, cuya presencia en nuestra ciudad es particularmente consistente. Los calificados grupos de religiosos y religiosas, que consagran lo mejor de sí mismos a la obra educativa dentro de estas instituciones, deben poder contar con la comprensión y el apoyo de toda la comunidad eclesial. Efectivamente, su acción alcanza cada día a decenas de millares de jóvenes, con los que pueden entablar un diálogo formativo que, aprovechando las mil oportunidades ofrecidas por el desarrollo de las diversas disciplinas y valiéndose de cierto estilo de vida alimentado en el interior del instituto, está en disposición de ejercer un influjo educativo particularmente profundo y duradero.

Todo Pastor de almas no puede menos de mirar con benevolencia y simpatía la actividad desarrollada por los institutos católicos que trabajan en el ámbito de la diócesis, y deben ofrecerles la colaboración que las circunstancias hacen, frecuentemente, posible y oportuna. Al mismo tiempo, los responsables y los profesores de las escuelas católicas deben sentir el compromiso de insertarse activamente en la Iglesia local, manteniendo con ella asiduos contactos en los centros preparados para esto y orientando a los jóvenes hacia las estructuras pastorales que, tanto en el plano diocesano como en el parroquial, promueven iniciativas que se dirigen a ellos. Es preciso evitar formas de aislamiento que, al apartar al joven de la participación en la vida de la comunidad eclesial, correrían el riesgo de perjudicar, una vez terminados los estudios, su perseverancia en la práctica religiosa y quizá incluso en las mismas opciones de fe.

3. Está, luego, la escuela "pública". A este respecto quisiera decir enseguida que el sacerdote no puede infravalorar las posibilidades de acción apostólica que se abren ante él en este campo. Más aún, pienso que es obligado no dejar pasar ninguna de las oportunidades que ofrece en este sector el ordenamiento jurídico vigente. Esto ya a nivel de la escuela primaria, en la cual los niños son dirigidos al conocimiento unitario de los primeros elementos de las diversas disciplinas. ¿Cómo no ver en esta fase escolar una premisa importante para los sucesivos desarrollos de la evangelización? Por tanto, los sacerdotes comprometidos en la actividad pastoral harán bien en afanarse para ofrecer en este ámbito, dentro de los límites que les sean permitidos, toda su colaboración, lo mismo en los contactos con los alumnos, cuando deben completar la enseñanza religiosa impartida por los maestros en las clases, como en el diálogo constructivo con los directores didácticos y con los maestros, y mediante toda otra iniciativa que pueda parecer oportuna.

Particular atención se da a la enseñanza de la religión en la escuela media inferior y superior. Efectivamente, en este nivel se encuentran las dificultades mayores y las perplejidades más frecuentes, pero en este ámbito se abren también las perspectivas más estimulantes. Al asegurar que las reflexiones expuestas por cuantos han tomado la palabra, hace poco, no dejarán de ser objeto de la debida consideración, aprovecho gustosamente la ocasión para recordar algunos principios que es obligado tener presentes en esta materia y para indicar las consiguientes líneas de acción.

El principio de fondo que debe guiar el empeño en este delicado sector de la pastoral, es el de la distinción entre la enseñanza de la religión y la catequesis que, por otra parte, son complementarias. Efectivamente, en las escuelas se trabaja para la formación integral del alumno. Por tanto, la enseñanza de la religión deberá caracterizarse teniendo presentes los objetivos y criterios propios de una estructura escolar moderna. Esta enseñanza, por una parte, se planteará como el cumplimiento de un derecho-deber de la persona humana, para la cual la educación religiosa de la conciencia constituye una manifestación fundamental de libertad; por otra parte, debe verse como un servicio que la sociedad presta a los alumnos católicos, que constituyen la casi totalidad de los estudiantes, y a sus padres, quienes, lógicamente, se presume que quieren una educación inspirada en sus propios principios religiosos. A este propósito deseo recordar lo que he escrito en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae: "Expreso el deseo ardiente de que, respondiendo a un derecho claro de la persona humana y de las familias y en respeto a la libertad religiosa de todos, sea posible a todos los alumnos católicos el progresar en su formación espiritual con la ayuda de una enseñanza religiosa que dependa de la Iglesia, pero que, según los países, pueda ser ofrecida por la escuela o en el ámbito de la escuela" (cf. Catechesi tradendae
CTR 69).

La enseñanza religiosa impartida en las escuelas, y la catequesis propiamente dicha, desarrollada en el ámbito de la parroquia, aunque distintas entre sí, no deben considerarse como separadas. Más aún, hay entre ellas una íntima conexión: en efecto, es idéntico el sujeto al que se dirigen los educadores en uno y otro caso, esto es, el alumno; y además es idéntico el contenido objetivo sobre el que versa, aunque con modalidades diferentes, el tema formativo, que se da en la enseñanza de la religión y en la catequesis. La enseñanza de la religión puede considerarse tanto como una calificada premisa para la catequesis, como también una reflexión ulterior sobre los contenidos de la catequesis ya adquiridos.

4. Una primera consecuencia de semejante planteamiento del problema afecta directamente al profesor de religión: deberá tomar conciencia cada vez más viva de la propia identidad de cristiano comprometido en la comunidad eclesial, consciente de que ella lo mira y lo sigue con exigente consideración en la grave tarea que le ha confiado la Iglesia.

El desarrollo de esta delicada tarea exige una específica preparación profesional. Efectivamente, el profesor de religión debe poseer, por una parte, una formación teológica sistemática que le permita proponer con competencia los contenidos de la fe y, por otra, un conocimiento de las ciencias humanas que resulta necesario para comunicar de modo conveniente y eficaz los mismos contenidos.

Tal compromiso cristiano y profesional, para poderse mantener a la altura de las exigencias educativas, requiere, por parte de los profesores de religión (desde la escuela de párvulos hasta la escuela media superior), el esfuerzo de una constante actualización en los contenidos y en la metodología, y el compromiso de una participación activa en la vida de la comunidad eclesial.

5. Quisiera dedicar una palabra a la responsabilidad de los católicos en su conjunto con relación a la labor formativa desarrollada en la escuela. Es evidente que la incidencia del tema religioso está condicionada por el contexto pedagógico integral, dentro del cual se desarrolla. De aquí deriva la importancia de una presencia respetuosa y activa de los católicos en los distintos momentos del itinerario formativo que recorre el alumno: ante todo podrán dar una aportación importante los profesores católicos con lo específico de su profesión; luego, deberá ser valorada y estimulada la acción de los padres por el papel eficaz de reflexión y diálogo que pueden desarrollar entre la comunidad civil y la eclesial, sobre todo en el ámbito de los organismos colegiales; finalmente, no se deberá infravalorar la aportación de los alumnos, cuyo influjo en el ambiente escolar se manifestará sobre todo mediante el testimonio del estudio, de la escucha, del servicio.

101 El tiempo de la formación exige atenciones especiales y respeto a la personalidad en maduración del joven. El compromiso de cada uno y el que orgánicamente proyecta la comunidad eclesial deberán moverse en esta dirección, con la intención de promover en armonía con las características propias de la escuela, la convivencia serena de miembros humanos, diversos por mentalidad y cultura, favoreciendo que se establezca entre ellos esa relación dialogal abierta y respetuosa, la única que puede llevar a una sociedad auténticamente civil.

Entre las muchas aplicaciones que sugiere semejante orientación, también está la que compromete a los profesores de religión a sentirse responsables de la propuesta del mensaje cristiano a todos los alumnos, evitando la tentación de limitar el propio interés a quienes viven conscientemente una opción de fe y de práctica religiosa. Respetar a todos, no excluir a ninguno, buscar activamente el diálogo con cada uno de los miembros de la comunidad escolar, he aquí, en síntesis, los criterios en los que debe inspirarse constantemente el profesor de religión.

6. Estos son los pensamientos, hijos queridísimos, que me sentía apremiado a participaros sobre un tema tan complejo y tan fundamental. Antes de terminar, quisiera estimular una vez más a toda la comunidad eclesial para que haga converger sobre ese tema el propio compromiso generoso: se pone en juego la formación religiosa de quienes serán los responsables de la comunidad de mañana. Toda energía gastada en este sector debe considerarse, pues, sabiamente gastada.

En todo caso y para cada uno queda la dificultad de expresar en lenguaje humano cosas divinas, la de dar a nuestro pobre lenguaje esa virtud secreta que lo hace persuasivo y saludable, convirtiéndose en una espada que penetra hasta lo íntimo del espíritu: "Vivus est enim sermo Dei et efficax, et penetrabilior omni gladio ancipi" (
He 4,12). Esta eficacia espiritual depende, más que de capacidades y recursos humanos, de la acción transformadora de la gracia divina. Y la gracia se facilita con la purificación del corazón, se obtiene mediante la oración, la penitencia, el ejercicio más desinteresado y generoso de la caridad. Hemos comenzado ayer el período cuaresmal: éste es el "tempus acceptabile", en el que cada uno de nosotros está invitado a ir por el camino de una experiencia más profunda de la presencia corroborante del Espíritu de Cristo.

Deseo que esta Cuaresma sea para cada uno un tiempo de renovación interior, en la alegría de un contacto más vivo con las refrigerantes fuentes de la gracia. Con tal finalidad os imparto de corazón mi bendición apostólica, propiciadora de todo deseado consuelo celestial.






AL SR. KIM JOA SOO


NUEVO EMBAJADOR DE COREA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 7 de Marzo de 1981



Señor Embajador:

Es un placer para mí recibirle hoy como Embajador de la República de Corea y aceptar las Cartas Credenciales de parte del Excmo. Sr. Don Chun Doo Hwan. Ruego a usted le transmita mis buenos deseos para su persona y su misión de Presidente recientemente inaugurada.

Corea es uno de los países que no pude visitar en mi viaje pastoral al Este de Asia el mes pasado. De modo que el viaje no me dio la oportunidad de mostrar mi estima y afecto profundos al pueblo coreano; por eso soy feliz ahora de tener ya tan pronto esta ocasión de manifestar mis sentimientos cordiales a este respecto.

En tiempos pasados, vuestro pueblo dio muestras de fuerza de carácter para mantener su identidad y cultura en circunstancias difíciles. A pesar de la oposición lógica de parte de muchos a aceptar toda idea que llegase de fuera, siempre hubo coreanos capaces de discernir lo que era bueno en este campo y aceptarlo. Hubo miembros de vuestro pueblo que introdujeron el cristianismo en el país, seguros de que el mensaje de Jesús no se oponía a vuestras nobles tradiciones, sino que por el contrario, las enaltecía y aprovechaba lo mejor de ellas.

Hoy también afronta el pueblo coreano serias dificultades en la tarea de ser de verdad él mismo y construir un futuro mejor. Me hace feliz oír el autorizado testimonio de Vuestra Excelencia sobre la lealtad y espíritu constructivo de los católicos de Corea en el trabajo para una sociedad caracterizada por la justicia y el progreso. Precisamente por la adhesión a las enseñanzas de Cristo, el católico es consciente del deber de aportar la propia colaboración al bien de la sociedad a que pertenece, y de emplear todos sus talentos para mejorarla. Esto mismo mueve el trabajo educativo y social de las instituciones católicas y de las congregaciones religiosas cuyos miembros se consagran a seguir lo más cerca posible las mismas huellas de Jesús, de quien se dijo: “pasó haciendo bien” (Ac 10,38).

102 Tengo firme esperanza de que la colaboración de todos los sectores del pueblo coreano llevará con la ayuda de Dios a un futuro feliz de libertad, justicia, cultura y armonía. Vuestro pueblo es muy querido para mí, y pido al Señor que lo guíe y guíe también a sus líderes, a procurar lo que es justo y bueno, y les asista constantemente en su prosecución. Oro también por ustedes para que su misión contribuya al bien de su pueblo y a la comprensión nacional.






A LOS PARTICIPANTES EN LA «ASAMBLEA VÉRITAS»,


ORGANIZADA POR EL MOVIMIENTO DE ESTUDIANTES


DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 7 de marzo de 1981



Queridísimos estudiantes:

1. Estoy muy contento de encontrarme con vosotros y de saludaros. Al término de vuestro itinerario "En busca de la verdad", habéis querido venir aquí, a la Sede de Pedro, para expresar, también en nombre de muchos amigos, vuestros sentimientos de fe y de devoción al Vicario de Cristo. Y yo, dándoos las gracias de corazón, os manifiesto toda mi alegría al poderme detener, si bien brevemente, con vosotros, que representáis a los jóvenes de la Acción Católica Italiana y, más aún, quisiera decir, representáis en este momento a todos los estudiantes de Italia. Me complazco vivamente por la obra que habéis desarrollado en cada una de vuestras diócesis en el campo de la catequesis y en el ambiente tan importante y sensible de la escuela.

Saludo en primer lugar al consiliario general, mons. Giuseppe Costanzo, al presidente central, profesor Alberto Monticone, y a todos sus colaboradores, sacerdotes y laicos, que han participado en esta óptima y estupenda iniciativa; os saludo a vosotros, aquí presentes, y a todos los que han participado en la realización del itinerario de búsqueda con cuestionarios, discusiones, asambleas, cine-forum, de manera que el "Concurso Véritas", en esta su 31 edición, ha sido ampliado notablemente, consiguiendo así interesar y responsabilizar a un mayor número de estudiantes, tomando el nombre de "Asamblea Véritas". Por medio de vosotros deseo también extender mi afectuoso saludo a todos vuestros amigos estudiantes, esparcidos por las muchas escuelas de Italia. Habéis trabajado bien en este año pasado, hasta el punto de haber merecido la designación para la asamblea en Roma y para la audiencia del Papa: tenéis derecho de sentiros alegres y satisfechos. Pero seguid perseverando en vuestro empeño de testimonio: vosotros debéis ser portadores de certidumbre y de esperanza en el ambiente de la escuela; vosotros debéis, con vuestra fe y vuestra bondad, hacer sentir la presencia y la amistad de Cristo. Los obispos de vuestras diócesis, los sacerdotes de vuestras parroquias, los profesores de religión en las escuelas, necesitan siempre vuestra ayuda, generosa y convencida. Seguid, por tanto, llevando con serenidad y fortaleza el estandarte de vuestra fe y caridad hacia todos los hombres.

2. A este respecto deseo daros sobre todo a vosotros, jóvenes de Acción Católica, una consigna relativa a la juventud de hoy y a la búsqueda de la verdad según ese itinerario que ya habéis desarrollado.

¿Cuáles son las características de la juventud actual? No es difícil, para vosotros que sois jóvenes y vivís siempre entre los jóvenes, captar la fisonomía espiritual que la caracteriza:

— es una juventud crítica, que, habiendo aumentado notablemente su patrimonio cultural, tiende lógicamente a pensar más, a reflexionar, a juzgar;

— es una juventud exigente, que, si bien a veces exagerando y cediendo al egoísmo personal, quiere y pretende honradez, verdad, justicia, coherencia;

— es una juventud que sufre a causa de lo contradictorio de las ideologías que la afectan, a causa del continuo vaciamiento de los ideales de los que es espectadora;

— es una juventud que se interroga, pues quiere darse cuenta de los acontecimientos, busca el sentido de su propia vida y el significado de la historia humana y de todo el universo, y postula certidumbre y claridad sobre su propio destino y en cuanto a su propia conducta;

103 — es una juventud ansiosa de verdad, de ideales por los que vivir, de responsabilidad, de belleza moral, de inocencia, de alegría.

Pues bien, queridísimos estudiantes, es a la juventud de esta generación a la que vosotros debéis acercaros, conocer, amar, iluminar. Es con ella con quien debéis continuar el itinerario de la búsqueda de la verdad. Con claridad y con confianza.

En cualquier ambiente que os encontréis propugnad siempre y ante todo la validez de la búsqueda de la verdad, para combatir esa sensación de escepticismo y problematicidad absoluta que elimina todo deseo de investigación, y que puede penetrar fácilmente en el ánimo juvenil. Cuidad, en segundo lugar, la seriedad de la búsqueda, de manera que no arrojéis nunca la duda sobre las verdades fundamentales relativas a la certeza racional sobre Dios, el mensaje de Cristo y la enseñanza auténtica de la Iglesia. Y finalmente, testimoniad la eficacia de la búsqueda de la verdad salvífica con la alegría cristiana, viviendo las bienaventuranzas y sosteniendo la vida espiritual con la Eucaristía y la oración.

3. A los jóvenes que con angustia y afán se preguntan: "¿Qué es la verdad? ¿Existe la verdad?", vosotros les responderéis con valiente convicción: "¡Ciertamente! ¡Cristo es la verdad y sólo El tiene palabras de vida eterna!". A los jóvenes que están sedientos de alegría, de belleza y de amor, responderéis con San Agustín: "Sólo la verdad hace felices" (Enarr. in
Ps 4,3). "La felicidad es gozar de la verdad. Es esto, pues, el gozo de Ti, que eres la Verdad, oh Dios, mi luz, salvación de mi rostro, mi Dios. Es ésta la felicidad que todos ansían, es ésta la sola vida feliz que todos quieren, es ésta la alegría que todos desean: la alegría de la verdad" (Confesiones, lib. 10, cap. 23).

Esta es la magnífica tarea que os espera continuando con vuestros amigos estudiantes el itinerario de búsqueda. Que Os ayude y os inspire María Santísima, la "Sede de la Sabiduría", "Causa de nuestra alegría".

Con estos deseos, os imparto de corazón mi especial bendición apostólica, que extiendo con afecto a vuestros profesores de religión, a vuestros consiliarios y a todos vuestros amigos estudiantes de Italia.






AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Capilla Matilde del Palacio Apostólico

Sábado 14 de marzo de 1981



"Agimus tibi gratias".

Ha llegado el momento de dar gracias. Debemos dar gracias a Cristo, nuestro Señor, por esta comunidad que nos ha permitido construir durante los últimos cinco días. Debemos darle gracias por este don cuaresmal de los ejercicios espirituales. Es una comunidad que se puede llamar "profética". Debemos darle gracias por el don de la comunidad profética que hemos constituido todos nosotros durante estos días; la comunidad profética que recibe la Palabra de Dios, que se identifica con la Palabra de Dios, que vive la Palabra de Dios. En el silencio de los ejercicios espirituales se vive la Palabra de Dios en el silencio para vivirla después en las diversas circunstancias, en las diversas tareas, en toda la misión que nos ha sido confiada al servicio de la Sede Apostólica de Pedro.

Debemos mostrar una gratitud profunda, una gratitud recíproca los unos para con los otros, porque en este verdadero oficio divino hemos sido testigos para los demás hermanos y colaboradores; más aún, hemos sido testigos los unos para los otros, cada uno para cada uno. Tal ha sido el carácter de esta semana, para nuestra comunidad profética, porque ha sido formada por la Palabra de Dios, constituida por la Palabra de Dios, centrada en la Palabra de Dios. Profética también por el tema central de estos ejercicios: "Eritis mihi testes". Y aqufí nuestra gratitud se dirige a nuestro amadísimo predicador de los ejercicios. Le estamos agradecidos por habernos dirigido durante estos días. Es verdad que todos nosotros hemos constituido una comunidad profética, durante los ejercicios, poro el que hablaba con voz humana y con inspiración evangélica era nuestro predicador. Debemos darle gracias por este testimonio que nos ha dado con su predicación cuaresmal, con todas las pláticas que hemos seguido con profundísima atención y, esperamos, con gran fruto espiritual. Le estamos agradecidos por esta predicación tan rica espiritualmente, rica con toda la riqueza de la Palabra de Dios, rica con toda la belleza de la Palabra de Dios: rica precisamente a través de la larga meditación, de la profunda maduración, realizada en el alma de nuestro predicador. Le estamos agradecidos por este testimonio, auténtico testimonio de fe, una fe que se nutre —y esto lo hemos palpado— de la Palabra de Dios en la meditación; una fe que, madurada en la conciencia y en el corazón, se manifiesta después como un fruto maduro, un fruto —también hemos podido constatar esto— de un gran trabajo, de una gran preocupación pastoral, apostólica; por todo esto estamos agradecidos: damos las gracias a nuestro predicador, damos las gracias al Señor que nos ha mostrado todo esto y nos ha traído todo esto con nuestro predicador.


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