Discursos 1981 104

104 El tema, tan bien elegido, ha sido muy sustancial: "Eritis mihi testes"; diría que no se podía encontrar un tema más adecuado para esta comunidad que debía participar en los ejercicios. Y además, ha sido presentado muy profundamente, con mucho fervor y celo, con mucha fuerza. Ciertamente hemos sentido la belleza de la Palabra de Dios, pero hemos sentido también su fuerza; y esto, gracias a nuestro predicador, que nos ha mostrado esta fuerza de la Palabra de Dios para transmitírnosla.

Le agradecemos también las preguntas que nos ha planteado siempre, desde la primera plática. La pregunta central: "¿Soy yo testigo de Cristo?; y, luego, todas las otras, que nos han ayudado a hacer un examen de conciencia, a entrar en ese sagrario de nuestras conciencias, y a buscar las respuestas; así hemos podido no sólo admirar la belleza de la Palabra de Dios, sino plantearnos nosotros mismos las preguntas y encontrar las respuestas a cada una.

De este modo se ha realizado esta obra durante cinco días, una obra bendecida por Dios; y ahora, al concluirla con el "Magnificat", queremos dar gracias a nuestro Señor y a su Madre, con las palabras de la Virgen; queremos agradecer este gran don cuaresmal. Que el Señor recompense el gran trabajo apostólico de nuestro predicador, y nos ayude a todos a vivir largamente en el espíritu de estos ejercicios.






A UNA PEREGRINACIÓN DEL PATRIARCADO DE VENECIA


Sábado14 de marzo de 1981



Señor cardenal,
carísimos sacerdotes y fieles de Jesolo:

1. Vuestra visita me trae a la memoria una de las zonas turísticas más hermosas y más visitadas de Italia y me llena de alegría, porque es un gesto profundo de fe y de filial devoción hacia aquel que Jesucristo ha colocado como fundamento de su Iglesia y a quien ha dado las llaves del Reino de los cielos. ¡Acoged mi saludo cordial y agradecido!

Deseo, ante todo, saludar al cardenal patriarca de Venecia, que os ha acompañado; al vicario y a los sacerdotes que rigen las parroquias del arciprestazgo; a todos los demás sacerdotes colaboradores y a vosotros, fieles, que habéis acogido con fervor la iniciativa de este viaje de fe y de oración; aprovecho además la ocasión para extender mi saludo de bendición a toda la población de la querida diócesis de Venecia, que este año celebra el VI centenario del nacimiento de San Lorenzo Giustiniani, su primer patriarca.

Habéis venido a Roma en devota peregrinación y yo quiero esperar que, aun entre los ruidos y los contrastes de la metrópoli moderna, hayáis podido respirar el perfume misterioso y saludable de la Urbe, que proviene de sus incomparables basílicas, de sus santuarios, de as tumbas de los mártires, de las vicisitudes de tantos santos y de tantas personalidades que vivieron totalmente consagradas al bien de la Iglesia y de las almas.

Os deseo de corazón que siempre podáis llevar en vuestras mentes el recuerdo suave y fuerte de Roma, sede de Pedro y centro de la cristiandad.

2. Habéis venido a Roma sobre todo para escuchar la palabra del Papa, para sentiros confortados por él y confirmados en la fe y en la esperanza, especialmente en este período de nuestra historia, tan difícil y exigente.

105 Vuestra experiencia de vida y de trabajo en lugares de intensa actividad turística y balnearia os pone en contacto con mentalidades diferentes y con todo tipo de persones: desde aquellas que hacen del placer individual y del bienestar el fin de su propia vida, hasta aquellas que, en cambio, se preocupan por dar un sentido a la existencia en la búsqueda de valores auténticos y de significados válidos y perennes.

Vuestro empeño constante y convencido se demuestre en el esfuerzo de ser el buen grano, la luz, la sal, la levadura en esta sociedad, sin dejaros nunca impresionar y arrastrar por las modas corrientes y las costumbres de la multitud. El hecho de que Dios mismo haya querido encarnarse e insertarse en la historia humana, significa que Dios está de la parte de la historia y del hombre y que, aunque la economía divina sigue siendo misteriosa, Dios ama al hombre y lo quiere salvar. Esta certidumbre os dé la fuerza y la alegría de ser siempre y en todo lugar cristianos fervientes.

En realidad, lo que cuenta ante el Altísimo no es tanto la historia con sus flujos y reflujos, cuanto la persona, con sus experiencias y su nostalgia de lo divino y de lo eterno. Y esta persona vosotros la encontráis cada día en el camino de vuestra vida. Para ella vuestro testimonio cristiano puede ser de ayuda edificante.

Os recomiendo, de manera particular, la santificación del domingo con la participación en la Santa Misa, que es el encuentro con Cristo y con la comunidad: ¡Si realmente se quiere, se puede y se consigue! Os recomiendo la oración personal y familiar y la rectitud de conciencia en todos vuestros comportamientos: esto quiere la sociedad moderna de parte de los discípulos de Cristo.

3. ¡Carísimos sacerdotes y fieles! Viéndoos a vosotros, me surge espontáneo el pensar en aquel que durante algunos años fue vuestro patriarca, el Papa Juan Pablo I, y que, en su afán apostólico, desde Venecia escribía así, inculcando el amor y la devoción a María Santísima: "El Rosario expresa la fe sin falsos problemas, sin subterfugios y giros de palabras, ayuda al abandono en Dios, a la aceptación generosa del dolor. Dios se sirve también de los teólogos, pero, para distribuir sus gracias se sirve sobre todo de la pequeñez de los humildes y de quienes se abandonan a su voluntad".

Esta exhortación a amar y rogar a María os la hago yo también de buen grado, junto con la bendición apostólica, que de todo corazón os imparto y que extiendo a todas las personas que os son queridas.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA ASOCIACIÓN NACIONAL ITALIANA


DE MUTILADOS E INVÁLIDOS DEL TRABAJO


Sábado 14 de marzo de 1981



¡Queridísimos hermanos y hermanas!

Al término de los ejercicios espirituales, que me han proporcionado un espacio privilegiado para la elevación más intensa del espíritu a Dios Padre, en la oración y en la reflexión, me alegro de encontrarme con vosotros, dignos representantes de la Asociación Nacional de los Mutilados e Inválidos del Trabajo.

1. Dirijo a todos los miembros de esta Asociación mi cordial saludo y una afectuosa bienvenida, agradeciendo vivan mente las nobles expresiones con las que vuestro presidente ha querido introducir este encuentro familiar. No puedo dejar de manifestaros, ante todo, mi profundo sentimiento de complacencia y de estima por la apreciada obra desarrollada por vosotros en tutela y en defensa de los "intereses morales y materiales", como bien dice el segundo artículo de vuestro estatuto, de cuantos sufren en él cuerpo y en el espíritu las consecuencias de funestos infortunios en el trabajo, en los diferentes campos de las actividades humanas.

Mi aprecio va, de manera particular, a la loable contribución aportada por vosotros para resolver los problemas de vuestros asociados y para su reinserción en la vida social, substrayéndolos a la soledad y al abatimiento moral, y encaminándoles hacia una necesaria relación humana. La red de asistencia específica a este respecto, articulada en todo el territorio nacional, es un claro testimonio de vuestra acción valiosa y activa.

106 2. Todo esto no puede dejar de encontrar aliento por parte de la Iglesia, la cual no cesa de emprender iniciativas, para que a todo hombre —pero sobre todo al más expuesto a la marginación a causa de sus precarias condiciones de salud— le sea garantizada su inalienable dignidad humana, social y espiritual. A este respecto, precisamente en estos días, la Santa Sede ha expresado en un documento "vivo reconocimiento a todas las comunidades y asociaciones, a todos los religiosos y las religiosas, a todos los voluntarios del laicado que se prodigan en el servicio de las personas minusválidas, testimoniando la perenne vitalidad de ese amor que no conoce barreras"; y ha recomendado, al mismo tiempo, que todo individuo que sufre por cualquier minoración sea ayudado a tomar "conciencia de su dignidad y de sus valores y a darse cuenta de que se espera algo de él y que también él puede y debe contribuir al progreso y al bien de su familia y de su comunidad" (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de marzo de 1981, pág. 9). La Iglesia católica ve, por tanto, en vosotros, a unos valiosos aliados en su misión de promoción humana y de evangelización, y está dispuesta a ofrecer su apoyo y sus organizaciones para la consecución de estos ideales. De ahí, podéis imaginar lo ferviente que es el augurio de que vuestra acción asistencia! se extienda cada vez más y sea cada vez más eficaz para cuantos han pagado en persona —y siguen llevando la señal en los cuerpos doloridos— para asegurar un pan a su familia y bienestar a la sociedad.

3. Ilustres y queridos señores, acoged una última palabra de exhortación y de augurio: tened siempre de vuestra actividad una altísima consideración que os empuje continuamente a la consecución de nuevas metas en este campo amplio y delicado en el que estáis llamados a desarrollar vuestra obra de elevación y de conforte fraternal. No os sintáis nunca satisfechos de cuanto hayáis realizado y no os canséis jamás frente a las dificultades. Sabed leer en los ojos y en el ánimo de quienes llevan la Cruz de sus mutilaciones e invalideces, sosteniendo duras luchas, a menudo escondidas a los hombres, pero conocidas por Dios y valoradas por la fe en El. Sabed estar al lado de vuestros asistidos y hacerles sentir el calor de vuestra verdadera amistad, que como un bálsamo perfumado puede confortar a muchos corazones y aliviar muchos sufrimientos. Tened, además del sentido de la justicia, que está en la base de toda relación humana, también y sobre todo una amorosa comprensión, porque, como he escrito en la Encíclica Dives in misericordia, "El mundo de los hombres puede hacerse 'cada vez más humano' solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman un rostro moral introducimos el momento del perdón, tan esencial al Evangelio" (
Nb 14). Sólo de esta manera podréis ver, más allá del hombre o de la mujer necesitados de ayuda, el rostro de Cristo que sufre, que en este tiempo sagrado de la Cuaresma nos es presentado por la liturgia como el Siervo que no tiene belleza, ni resplandor (cf. Is Is 53,3). Que el Señor sea vuestro apoyo y vuestro premio, valorando vuestros esfuerzos con los reflejos del mérito eterno.

Es éste el deseo que con gran benevolencia expreso para todos vosotros y para todos los miembros de vuestra Asociación y que acompaño con la propiciadora bendición apostólica.






A LA UNIÓN CATÓLICA DE PROFESORES DE ENSEÑANZA MEDIA


Lunes 16 de marzo de 1981



Hermanos y hermanas queridísimos:

1. Deseo ante todo dirigir un saludo sincero y afectuoso a todos los que tomáis parte estos días en el XV congreso nacional de la "Unión Católica Italiana de Profesores de Enseñanza Media". Uno al saludo el reconocimiento profundo y obligado de los méritos que ha obtenido vuestra Asociación en los 36 años de vida. En este día de alegría recíproca no podemos dejar de recordar al fundador de la Unión, el llorado profesor Gesualdo Nosengo, que en un tiempo dramático de la historia de Italia, junio de 1944, con profunda sensibilidad civil y cristiana pensó unir a los profesores católicos de enseñanza media para que se ayudaran mutuamente en la adquisición de una auténtica formación espiritual y profesional, y para que su testimonio cristiano en los centros del Estado y en los privados fuera elocuente, eficaz y orgánica.

De este modo surgió vuestra Asociación que, desde las secciones hasta los consejos provinciales y regionales, ha tenido una difusión extraordinaria en estos 36 años de vida, y toma buena parte en las distintas actividades de la vida eclesial italiana.

Al daros, pues, mi sincera bienvenida, siento necesidad también de hacer constar mi profunda gratitud personal y la de toda la Iglesia que está en Italia, y os exhorto y animo a proseguir con nuevo afán y ardor la realización de los nobles objetivos que mueven vuestra acción.

2. Sé que en vuestro XV congreso nacional, dedicado al tema "Constitución y escuela", estáis ahondando en el estudio de los valores fundamentales de la Constitución italiana en la que están ampliamente incluidos muchos valores cristianos de los que la nación italiana puede enorgullecerse con razón.

Sobre el fundamento de vuestra rica experiencia de estos años de actividad y a la luz de la doctrina cristiana sobre el valor, función y misión de la enseñanza en la sociedad, siempre habéis defendido el derecho de toda persona a recibir instrucción y educación; el derecho-deber de los padres a educar e instruir a sus hijos y, en consecuencia, a elegir libremente el centro más idóneo para ellos y a tomar parte en la gerencia del mismo. Y a propósito de este tema delicado y actual, me gusta recordaros lo que dijo a compañeros vuestros mi gran predecesor Pablo VI: "En la perspectiva de renovación de las estructuras escolares, en cuanto profesores católicos no podéis dejar de tener en cuenta la relación obligada entre escuela y familia en pro de la continuidad educativa. Al tener por fin la familia la procreación y educación de los hijos, ésta posee por ello mismo prioridad de naturaleza y, por consiguiente, prioridad de derecho-deber en el campo educativo ante la sociedad. La familia no puede ni debe renunciar a este derecho. Por tanto es necesario que junto a profesores y alumnos esté presente también la familia en la escuela y comparta la responsabilidad de la orientación educativa de la comunidad escolar" (1969).

También habéis defendido el derecho de todo ciudadano a ser respetado en el ejercicio de sus libertades fundamentales, la libertad de religión, pensamiento, prensa, asociación y enseñanza; y todo ello siguiendo la gran tradición del Magisterio eclesiástico, especialmente el más reciente contenido en la Mater et magistra y en la Pacem in terris de Juan XXIII, en la Octogesima adveniens de Pablo VI y en los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo en las Declaraciones Gravissimum educationis y Dignitatis humanae, y en la Constitución pastoral Gaudium et spes: documentos todos ellos que conviene tener presentes siempre y estudiarlos con atención especial.

107 3. En la base de esta celosa acción vuestra hay una concepción a la que el Concilio Vaticano II ha prestado el peso y la fuerza de su autoridad, especialmente en la Declaración sobre la educación cristiana. La Iglesia, que en este campo tiene experiencia plurisecular, afirma que entre los instrumentos de educación reviste particular importancia el centro de enseñanza, que contribuye por una parte a madurar las facultades intelectuales y, por otra, desarrolla la capacidad de juicio, pone al alumno en contacto con el patrimonio cultural de las generaciones pasadas y presentes, potencia la percepción de los valores, prepara a la vida profesional y favorece relaciones de amistad entre alumnos de índole y situaciones diferentes. La escuela es por tanto, según las palabras conciliares, como un "centro" en cuyas actividades y progreso deben coadyuvar y tomar parte las familias, profesores, asociaciones de tipo vario con finalidades culturales, cívicas y religiosas, la sociedad civil y toda la comunidad humana (cf. Gravissimum educationis GE 5).

Y en ese centro privilegiado, que es la escuela, a vosotros, queridísimos profesores, os compete una misión extremamente grave y delicada, una "vocación maravillosa", como la define el Concilio (cf. Gravissimum educationis GE 5): la misión de comunicar, sobre todo a los alumnos que son con vosotros los verdaderos protagonistas del centro, ese conjunto de conocimientos que habéis adquirido en muchos años de estudio y reflexión. Pero tal "cultura" no puede reducirse meramente a un elenco árido de nociones, sino que debe llegar a ser forma de conocimiento, poder de juzgar la realidad y la historia, "sabiduría" capaz de dar al maestro y al discípulo posibilidad de formar juntos "juicios de valor" sobre los acontecimientos religiosos, históricos, sociales, económicos y artísticos del pasado y del presente. En este juicio complejo y global de valores, el profesor que sea creyente a la vez, no puede "poner entre paréntesis" su fe como si fuera un elemento inútil o incluso alienante en la relación delicada y privilegiada con sus discípulos, sino que con máximo respeto de la libertad y personalidad de éstos debe llegar a ser "educador" auténtico, formador de caracteres, conciencias y almas, con su testimonio constante de coherencia transparente entre su fe y su vida profesional, entre el "homo sapiens" y el "homo religiosus". De vuestra cultura debéis llegar a poder decir lo que se decía de la sabiduría en el Antiguo Testamento: "Sine fictione didici et sine invidia communico" (Sg 7,13).

Esto exigirá seria competencia específica en las materias que enseñáis, y también voluntad constante y generosa de vida cristiana ejemplar, y valentía serena para manifestar, dar a conocer y razonar vuestras convicciones, especialmente en el campo religioso, viviendo en sintonía coherente con el mensaje evangélico que vivifica vuestra profesión o, mejor, vuestra misión de educadores.

4. Como hemos indicado ya, vuestra función típica de docentes se encuentra en situación delicada y privilegiada respecto del problema, hoy actual, de las relaciones entre fe y cultura, sobre el que los padres del Concilio han elaborado algunas de las páginas más agudas y acertadas de la Constitución pastoral Gaudium et spes (cf. 53-62).

El hombre contemporáneo se siente responsable del progreso de la cultura; percibe con preocupación las antinomias múltiples que ha de resolver. Y los cristianos tienen el deber de colaborar con todos los hombres en la construcción de un mundo más humano; la cultura se ha de desarrollar de modo tal que perfeccione a la persona humana en su integridad y le ayude a desempeñar las tareas a cuya realización están llamados todos, y los cristianos en especial.

Vosotros en particular, docentes católicos, sois los que debéis alimentar y preparar adecuadamente con vuestra enseñanza y ejemplo en vuestros discípulos, ese humus, clima y actitud interior donde la fe pueda florecer y desarrollarse integralmente. Con vuestra preparación cultural haced ver a los jóvenes que no se pueden disociar el problema de la formación religiosa y el de la formación cultural y humana; que entre el mensaje cristiano de salvación y la cultura existen múltiples y fecundas relaciones; que por haber vivido la Iglesia en situaciones diferentes a lo largo de los siglos, se ha servido de las distintas culturas, fruto del genio de pueblos diversos, para difundir y explicar el mensaje cristiano, profundizar en él y expresarlo en la vida litúrgica y en la historia multiforme de las varias comunidades de fieles; y que el Evangelio de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído, ilumina los errores y los males, y purifica y eleva la moralidad de los pueblos (cf. Gaudium et spes GS 58).

Educad y formad a los jóvenes contemporáneos para la inteligencia y la razón, inteligencia y razón que —abiertas a los valores de la trascendencia— la Iglesia ha defendido y sostenido siempre contra las formas de agnosticismo y fideísmo, que continuamente surgen de nuevo, con gran confianza en el hombre, en el hombre completo, es decir, en la plenitud de sus dimensiones donde convergen y se funden ciencia y creatividad, análisis y fantasía, técnica y contemplación, educación moral y preparación profesional, actividad social y política y apertura religiosa; es éste el hombre que debéis formar, educar y preparar en el centro de enseñanza, centro que debe concebirse y realizarse no sólo como mero instrumento de formación de dirigentes, técnicos y obreros que respondan a las exigencias de producción de la sociedad del mañana, sino más bien como "centro" privilegiado vivo y vital donde el joven se forme en humanismo plenario de que tantas veces habló Pablo VI.

Tales metas educativas, queridísimos hermanos y hermanas, son entusiasmantes de verdad. Y junto con vuestros alumnos podéis y debéis ser los protagonistas de esta renovación continua de la enseñanza. Juntamente con los padres preocupados de la formación integral de sus hijos, la Iglesia os confía esta tarea exigente para la que se necesita preparación cultural profunda y vasta, y fe cristiana firme y serena. Viviendo y cumpliendo esta tarea, algunos docentes compañeros vuestros han alcanzado las cimas de la santidad y han dejado ejemplos luminosos: el beato Contardo Ferrini, el beato Giuseppe Moscati, el siervo de Dios Federico Ozanam, llegaron a vivir la fe y la cultura en síntesis profunda, y supieron infundir en sus discípulos el sentido religioso de la vida y de la historia del hombre, y esto en tiempos no lejanos a nosotros y no menos peligrosos y difíciles, por cierto.

Os ilumine y guíe su ejemplo.

Mi bendición apostólica os acompañe ahora y siempre.





JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 18 de marzo de 1981



108 (La audiencia general del miércoles 18 de marzo se desarrolló en dos partes. La primera en la Basílica Vaticana estuvo dedicada a numerosos grupos de jóvenes italianos provenientes de diversas diócesis. La segunda parte de la audiencia tuvo lugar en el Aula Pablo VI.)



Discurso a los jóvenes en la Basílica Vaticana



La doctrina paulina sobre la pureza

1. En nuestro encuentro de hace algunas semanas, centramos la atención sobre el pasaje de la primera Carta a los Corintios, en el que San Pablo llama al cuerpo humano "templo del Espíritu Santo". Escribe: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados aprecio" (
1Co 6,19-20). "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?" (1Co 6,15). El Apóstol señala el misterio de la "redención del cuerpo", realizado por Cristo, como fuente de un particular deber moral, que compromete a los cristianos a la pureza, a esa que el mismo Pablo define en otro lugar como la exigencia de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto" (1Th 4,4).

2. Sin embargo, no descubriremos hasta el fondo la riqueza del pensamiento contenido en los textos paulinos, si no tenemos en cuenta que el misterio de la redención fructifica en el hombre también de modo carismático. El Espíritu Santo que, según las palabras del Apóstol, entra en el cuerpo humano como en el propio "templo", habita en él y obra con sus dones espirituales. Entre estos dones, conocidos en la historia de la espiritualidad como los siete dones del Espíritu Santo (cf. Is Is 11, 2, según los Setenta y la Vulgata), el más apropiado a la virtud de la pureza parece ser el don de la "piedad" (eusebeía, donum pietatis)[1]. Si la pureza dispone al hombre a "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", como leemos en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5), la piedad, que es don del Espíritu Santo, parece servir de modo particular a la pureza, sensibilizando al sujeto humano para esa dignidad que es propia del cuerpo humano en virtud del misterio de la creación y de la redención. Gracias al don de la piedad, las palabras de Pablo: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros... y que no os pertenecéis?", adquieren la elocuencia de una experiencia y se convierten en viva y vivida verdad en las acciones. Abren también el acceso más pleno a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo y de la libertad del don vinculada con él, en la cual se descubre el rostro profundo de la pureza y su conexión orgánica con el amor.

3. Aunque el mantenimiento del propio cuerpo "en santidad y respeto" se forme mediante la abstención de la "impureza" —y este camino es indispensable—, sin embargo, fructifica siempre en la experiencia más profunda de ese amor que ha sido grabado desde el "principio", según la imagen y semejanza de Dios mismo, en todo el ser humano y, por lo tanto, también en su cuerpo. Por esto, San Pablo termina su argumentación de la primera Carta a los Corintios en el capítulo 6 con una significativa exhortación: "Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo"(v. 20). La pureza como virtud, o sea, capacidad de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", aliada con el don de la piedad, como fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en el "templo" del cuerpo, realiza en él una plenitud tan grande de dignidad en las relaciones interpersonales, que Dios mismo es glorificado en él. La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano, a través del cual se manifiestan la masculinidad y la feminidad. De la pureza brota esa belleza singular que penetra cada una de las esferas de la convivencia recíproca de los hombres y permite expresar en ella la sencillez y la profundidad, la cordialidad y la autenticidad irrepetible de la confianza personal. (Quizá tendremos más tarde ocasión para tratar ampliamente este tema. El vínculo de la pureza con el amor y también la conexión de la misma pureza en el amor con el don del Espíritu Santo que es la piedad, constituye una trama poco conocida por la teología del cuerpo, que, sin embargo, merece una profundización particular. Esto podrá realizarse en el curso de los análisis que se refieren a la sacramentalidad del matrimonio).

4. Y ahora una breve referencia al Antiguo Testamento. La doctrina paulina acerca de la pureza, entendida como "vida según el Espíritu", parece indicar una cierta continuidad con relación a los libros "sapienciales" del Antiguo Testamento.Allí encontramos, por ejemplo, la siguiente oración para obtener la pureza en los pensamientos, palabras y obras: "Señor, Padre y Dios de mi vida... No se adueñen de mí los placeres libidinosos y de la sensualidad y no me entregues al deseo lascivo" (Sir 23, 4-6). Efectivamente, la pureza es condición para encontrar la sabiduría y para seguirla, como leemos en el mismo libro: "Hacia ella (esto es, a la sabiduría) enderecé mi alma y en la pureza la he encontrado" (Sir 51, 20). Además, se podría también, de algún modo, tener en consideración el texto del libro de la Sabiduría (8, 21) conocido por la liturgia en la versión de la Vulgata: "Scivi quoniam aliter non possum esse continens, nisi Deus det; et hoc ipsum erat sapientiae, scire, cuius esset hoc donum"[2].

Según este concepto, no es tanto la pureza condición de la sabiduría, cuanto sería la sabiduría condición de la pureza, como de un don particular de Dios. Parece que ya en los textos sapienciales, antes citados, se delinea el doble significado de la pureza: como virtud y como don. La virtud está al servicio de la sabiduría, y la sabiduría predispone a acoger el don que proviene de Dios. Este don fortalece la virtud y permite gozar, en la sabiduría, los frutos de una conducta y de una vida que sean puras.

5. Como Cristo en su bienaventuranza del sermón de la montaña, la que se refiere a los "puros de corazón", pone de relieve la "visión de Dios", fruto de la pureza y en perspectiva escatológica, así Pablo, a su vez, pone de relieve su irradiación en las dimensiones de la temporalidad, cuando escribe: "Todo es limpio para los limpios, mas para los impuros y para los infieles nada hay puro, porque su mente y su conciencia están contaminadas. Alardean de conocer a Dios, pero con las obras le niegan..." (Tt 1,15 ss). Estas palabras pueden referirse también a la pureza, en sentido general y específico, como a la nota característica de todo bien moral. Para la concepción paulina de la pureza, en el sentido del que hablan la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) y la primera Carta a los Corintios (6, 13-20), esto es, en el sentido de la "vida según el Espíritu", parece ser fundamental —como resulta del conjunto de nuestras consideraciones— la antropología de nacer de nuevo en el Espíritu Santo (cf. también Jn 3,5 ss). Esta antropología crece de las raíces hundidas en la realidad de la redención del cuerpo, realizada por Cristo: redención cuya expresión última es la resurrección. Hay razones profundas para unir toda la temática de la pureza a las palabras del Evangelio, en las que Cristo se remite a la resurrección (y esto constituirá el tema de la ulterior etapa de nuestras consideraciones). Aquí la hemos colocado sobre todo en relación con el ethos de la redención del cuerpo.

6. El modo de entender y de presentar la pureza —heredado de la tradición del Antiguo Testamento y característico de los libros "sapienciales"— era ciertamente una preparación indirecta, pero también real, a la doctrina paulina acerca de la pureza entendida como "vida según el Espíritu". Sin duda, ese modo facilitaba también a muchos oyentes del sermón de la montaña la comprensión de las palabras de Cristo cuando, al explicar el mandamiento "no adulterarás", se remitía al "corazón" humano. El conjunto de nuestras reflexiones ha podido demostrar de este modo, al menos en cierta medida, con cuánta riqueza y con cuánta profundidad se distingue la doctrina sobre la pureza en sus mismas fuentes bíblicas y evangélicas.

[1] La eusebeía o pietas en el período helenístico-romano se refería generalmetne a la veneración de los dioses (como "devoción"), pero conservaba todavía el sentido primitivo más amplio del respeto a las estructuras vitales.

109 La eusebeía definía el comportamiento recíproco de los consanguíneos, las relaciones entre los cónyuges, y también la actitud debida por las legiones al César y por los esclavos a los amos.

En el Nuevo Testamento, solamente los escritos más tardíos, aplican la eusebeía a los cristianos; en los escritos más antiguos este término caracteriza a los "buenos paganos" (
Ac 10,2 Ac 10,7 Ac 17,23).

Y así la eusebeía helénica, como también el "donum pietatis", aun refiriéndose indudablemente a la veneración divina, cuentan con una amplia base en la connotación de las relaciones interhumanas (cf. W. Foerster, art. eusebeía en "Theological Dictionary of the New Testament", ed. G. Kilttel-G. Bromiley, vol.VII, Grand Rapids 1971, Erdminans, págs. 177-182).

[2] Esta versión de la Vulgata, conservada por la Neo-Vulgata y por la liturgia, citada bastantes veces por Agustín (De S. Virg., par. 43; Confess., VI, 11; X, 29; Serm. CLX, 7), cambia, sin embargo, el sentido del original griego, que se traduce así: "Sabiendo que no la habría obtenido de otro modo (= la Sabiduría), si Dios no me la hubiese concedido...".




Discurso a los jóvenes en la Basílica Vaticana


Queridísimos jóvenes:

1. Me da gran alegría encontrarme con vosotros esta mañana, en la Basílica Vaticana, en esta audiencia reservada sólo a vosotros, que con vuestra vivacidad y alegría traéis el don de la esperanza y la confianza.

Por ello saludo con gran afecto a todos: a los chicos y chicas de las escuelas elementales y medias; a los jóvenes y a las jóvenes de los cursos superiores. Dedico también un saludo a los decanos y directores, a los profesores, a los maestros, a los padres y a cuantos os acompañan.

Os expreso mi cordial agradecimiento por esta visita vuestra movida por sentimientos de fe, y deseo aseguraros mi afecto y mi recuerdo en la oración.

Habéis venido a Roma de muchas partes de Italia, y yo quisiera que esta peregrinación se os grabara en la memoria para que os sirva de ayuda e inspiración toda la vida, especialmente en los momentos difíciles.

2. El tiempo de Cuaresma que estamos viviendo para prepararnos dignamente a la conmemoración de la Pascua, me sugiere dos pensamientos que os dejo de recuerdo y programa.

110 Ya sabéis que antes de dar comienzo a la vida pública, Jesús se retiró a orar cuarenta días en el desierto. Pues bien, queridísimos jóvenes, procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse "zonas de desierto y silencio" porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre. Es difícil pero es importante saberlo hacer.

Santa Teresa del Niño Jesús cuenta en su autobiografía que siendo niña desaparecía de vez en cuando y se escondía para orar. "¿Qué piensas?", le preguntaban sus familiares, y ella respondía con sencillez inocente: "Pienso en Dios, en la vida, en la eternidad" (cf. cap. IV). Reservaros también vosotros un poco de tiempo sobre todo por la noche para orar, para meditar, para leer una página del Evangelio o un episodio de la vida de un santo; crearos una zona de desierto y de ese silencio tan necesario para la vida espiritual. Y si os es posible, tomad parte en retiros y ejercicios espirituales organizados por vuestras diócesis y parroquias.

3. Junto al valor del recogimiento, también inculca Jesús la necesidad de voluntad de vencer el mal. Por la narración de los Evangelistas sabemos que el mismo Jesús quiso someterse a la tentación. Lo hizo para poner de relieve la realidad de la misma y enseñar la estrategia del combate y de la victoria. También vosotros tenéis vuestras tentaciones en la niñez y la juventud; ser cristianos significa aceptar la realidad de la vida y entablar la lucha necesaria contra el mal siguiendo el método enseñado por el Divino Maestro. Os exhorto a ser valientes ahora y siempre, sin extrañaros de las dificultades, confiando siempre en Quien es vuestro amigo y vuestro redentor, y velando y orando para mantener firme la fe, viva vuestra "gracia".

Os proteja la Virgen María y os acompañe mi bendición.

Saludos a los peregrinos en la Sala Pablo VI

Con satisfacción particular recibo y saludo a los treinta diáconos del seminario de Venegono, presididos por su arzobispo, mons. Carlo Maria Martini, y doy una bienvenida afectuosa a los dieciséis sacerdotes de la diócesis de Piacenza y a los ocho religiosos de la congregación de Clérigos Regulares de San Pablo, que celebran respectivamente los 40 y los 25 años de sacerdocio. A vosotros, queridos jóvenes que esperáis el mes de junio fijado para vuestra ordenación, dirijo mi exhortación paterna; gustad ya desde ahora el gozo inefable de vuestra vocación de ser luz del mundo, fermento de vida, anunciadores de la Palabra de Dios, administradores de gracia y perdón.

Y a vosotros, queridísimos hermanos sacerdotes, que habéis venido a Roma para una pausa saludable de oración y comunión, os dirijo mi invitación a perseverar con confianza en vuestro testimonio fervoroso. Habéis llegado a ser partícipes de Cristo y de su ministerio de salvación "en el supuesto de que conservemos hasta el fin la firme confianza del principio" (
He 3,14). Pido para vuestros tres grupos nueva efusión de dones celestes y os bendigo de corazón.

(A varios grupos italianos)

También están presentes en esta sala las participantes en el Congreso nacional del Patronato para la asistencia espiritual a las Fuerzas Armadas, presididas por la presidenta doña Livia Andreotti. Queridísimas hermanas: Me complazco con vosotras por la importante actividad que desplegáis en un sector tan delicado como es el de la asistencia y acogida a los soldados en las comunidades eclesiales locales. Sabed sacar estímulo de vuestra reunión aquí en Roma, centro de la cristiandad, para reafirmar vuestra fe y hacer más activa vuestra caridad. De este modo daréis testimonio verdaderamente evangélico a las personas entre las que ejercéis vuestra meritoria labor. Con mi bendición apostólica.

Todavía hay otros dos grupos que destacan ante mi mirada. Están formados por los fieles de la parroquia de Santa María de la Piedad de Prato y de las parroquias de Ronciglione, diócesis de Sutri.

Os diré sólo una palabra y es ésta: ¡Amad a vuestras parroquias! En ellas encontraréis solidaridad, simpatía y unidad en la misma oración; en ellas os sentiréis más hermanos y encontraréis fuerza para hacer de la familia un nido de amor, de fidelidad y de piedad; y también para transformar vuestra comunidad en verdadero Pueblo de Dios. Vivid así vuestra vida parroquial y no dejará el Señor de bendeciros a vosotros y todos vuestros esfuerzos.

(En alemán)

111 Dirijo un saludo muy cordial de bienvenida al señor Regens y a los diáconos aquí presentes del seminario diocesano de Paderborn. Desearía, queridos jóvenes amigos, que el diaconado que habéis aceptado solemnemente en la Iglesia no fuera para vosotros sólo un mero peldaño externo en vuestra escalada hacia el presbiterado, sino un entrenamiento en el ministerio sacerdotal mediante una constante actitud de disponibilidad y servicio desinteresados. Ser sacerdote significa ser servidor: servidor de Jesucristo, servidor del Pueblo de Dios y de todos los hombres para honra y gloria de Dios. En este sentido os deseo un período de diaconado espiritualmente fructuoso, y en vuestro caminar hacia el sacerdocio os acompaño con mi especial bendición apostólica.

(A un grupo de Bolonia)

Un saludo particular va ahora al numeroso grupo del Gremio de carniceros de Bolonia que han querido tomar parte en esta audiencia para expresar su fe cristiana y su adhesión al Papa.

Sé que tenéis por Patrona de vuestra floreciente Asociación a la Virgen del Burgo de San Pedro y os reunís en este santuario no sólo para celebrar actos litúrgicos, sino también para organizar vuestras obras de caridad. Os expreso mi viva complacencia por todo ello y pido al Señor por intercesión de la Virgen del Burgo, que os ayude siempre en vuestra actividad y os conceda abundantes recompensas celestes por cuanto hacéis en favor de los hermanos más necesitados.

(A los enfermos y a los recién casados)

¿Qué palabras diré ahora a vosotros, queridos enfermos? Ante todo recibid mi saludo cordialísimo: Bienvenidos seáis; si Jesús estaba lleno de tanta sensibilidad hacia cuantos sufrían según nos hace saber el Evangelio, su Vicario el Papa no puede dejar de estar muy cerca de vosotros y de vuestras tribulaciones.

Quisiera añadir después lo siguiente. Estamos en el tiempo santo de Cuaresma que se desarrolla toda ella y para todos bajo el signo dominante de la cruz del Señor. El Señor quiso su cruz; podía haberla alejado de sí, pero la quiso y la quiso por amor, por amor nuestro, para otorgarnos los dones de la gracia y de la salvación, del valor y de la serenidad. Queridísimos: Mirando a Jesús en vuestras horas tristes, unid con amor vuestra cruz a la suya. Vuestra alma recibirá gran consuelo de ello y vuestra vida acumulará méritos incalculables; y por vuestra fe y amor también vosotros, aun en lo escondido, podréis ser misioneros, apóstoles, sacerdotes. Tened, pues, estas intenciones generosas que agradan a nuestro divino Redentor. Con mi afecto paterno llegue a vosotros mi bendición.

Y ahora una palabra afectuosa a los recién casados que veo rebosantes de alegría en esta sala. A vosotros no sólo un saludo cordial sino también el deseo de una vida serena, llena de comprensión mutua y generosa, fortalecida por un amor inmutable, alegrada por el don de los hijos. Para vosotros y vuestra nueva familia el Papa pide gracia abundante del Señor e implora de modo especial la ayuda de la Sagrada Familia, a cuyo responsable principal, San José, recordamos mañana y del que celebramos la fiesta. ¡Qué familia ejemplar aquélla en sus virtudes! y ¡qué unida al Señor y en el Señor! Todos debemos contemplar, aprender, imitar y suplicar a José, María y Jesús; pero particularmente sobre vosotros descienda, queridísimos esposos, la luz y el favor de la Sagrada Familia. A todos imparto mi bendición especial y prometo mis oraciones.





Discursos 1981 104