Discursos 1981 111


VISITA PASTORAL A TERNI


A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO DE TERNI


Jueves 19 de marzo de 1981



Señor ministro,
señor alcalde:

112 1. Me siento muy feliz al encontrarme aquí hoy, solemnidad de San José, el cual —como es sabido— es Patrono de la Iglesia universal y Protector de los trabajadores; de encontrarme —digo— en esta laboriosa ciudad de Terni que, vigilada por la mole antigua de la catedral, y caracterizada por las enormes estructuras de los Altos Hornos, se distingue, además de por sus profundas tradiciones cristianas, por su vibrante actividad industrial, social y económica.

Me ha causado verdadero placer admirar, desde el helicóptero, al llegar esta mañana, el escenario amplio y atractivo de esta región de Umbría, rica en verdor y en agua; pero no olvido que es rica también y sobre todo en numerosos y grandes santos, y conocida por la genuina espontaneidad de sus habitantes, templados en el carácter por las costumbres del duro trabajo y, a la vez, dotados de sentimientos nobles, gentiles y generosos.

Doy las gracias cordialmente al señor ministro y al señor alcalde por las corteses palabras con las que ahora, al hacerse intérpretes de los sentimientos comunes de todos los ciudadanos y de cuantos han venido de los pueblos limítrofes, han querido acogerme entre esta población realmente admirable por la decidida voluntad y por la fuerza de ánimo, con las que han sabido resurgir y levantarse de nuevo de las desastrosas ruinas que causaron los repetidos bombardeos durante la segunda guerra mundial. Igualmente expreso sincera gratitud a todas las autoridades por haber querido conferir una nota solemne a este encuentro con su presencia. Dirijo un pensamiento especial a nuestros queridos hermanos y hermanas de Castelnuovo di Conza, tan duramente probados, por el terremoto del pasado noviembre, y a quienes hoy representa aquí un grupo de trabajadores por iniciativa de esta hospitalaria y solidaria ciudad. No puedo menos de manifestar mi aprecio a todos los que han prestado su trabajo para la preparación de esta visita, con una colaboración tan espontánea y gustosa que es señal distintiva de concordia y de paz: valores éstos estimados, desde siempre, como indispensables por las personas verdaderamente solicitas del auténtico bien común y del verdadero progreso, porque, como afirmaba" ya un ilustre hijo de esta tierra, el historiador Cornelio Tácito: "En las discordias es grande la fuerza del malvado, mientras que la paz y la tranquilidad requieren la virtud" (Tácito, Historias, IV, 1).

2. Por lo cual, deseo que esta cooperación haga madurar nuevos frutos de bien espiritual y social, y asegure a la población una prosperidad mayor: de este modo, la Iglesia podrá extenderse cada vez más con múltiples iniciativas, no sólo de culto y apostolado, sino también de obras de caridad benéfica y de solidaridad humana; y, al mismo tiempo, la ciudad desarrollará cada vez más el interés, que le es propio, en el campo del recto ordenamiento civil, social y económico, promoviendo, en particular, la dignidad del hombre y la seguridad de su trabajo, hoy más necesarias que nunca por la delicada y crítica situación en que han venido a encontrarse los sectores en los que se encuadran los principales complejos industriales metalúrgicos, metalmecánicos y químicos, y por las graves consecuencias que de ello se derivan para cuantos buscan un puesto de trabajo, sobre todo para los jóvenes que aspiran a su primer empleo. La fecunda conjunción entre los compromisos humanos y cristianos, lejos de oponerse, aporta ventajas incalculables para el bien de los individuos y de la sociedad.

3. Finalidad principal de esta visita, que se desarrolla en el día de San José y en el marco del 90 aniversario de la Encíclica Rerum novarum, en la que mi predecesor el Papa León XIII afrontó con claridad profética la cuestión obrera, es la de traer una palabra de estímulo a todos los trabajadores. Dentro de poco visitaré en sus respectivos puestos de trabajo a los obreros del Complejo Siderúrgico y les expresaré mi solidaridad, mi amistad y mi aprecio, ya que he compartido personalmente, durante algunos años, sus duras condiciones de vida. Deseo también escuchar su voz, que me resulta particularmente querida, y mi pensamiento se dirigirá a todos los obreros del mundo, en particular a los que trabajan en condiciones inseguras o no están adecuadamente retribuidos, con la convicción común de que la solución de muchos de sus problemas depende de la comprensión y de la solidaridad de todos los hombres de todos los países. Deseo hoy tributar honor a los trabajadores que hallan en el Artesano de Nazaret un modelo ejemplar de compromiso generoso, de lealtad a toda prueba y de responsabilidad profesional, y dar expresión a la defensa de sus legítimas aspiraciones, entre las cuales está la justa participación en el progreso económico y civil en una equitativa distribución de los beneficios que se derivan del trabajo común, y en una inteligencia armónica que debe reinar entre los hijos de una misma comunidad.

¡Que el despertar de esta conciencia infunda nueva energía a la fatigosa actividad humana, y que la Providencia no permita que falte el pan a quien bien lo ha merecido con el trabajo!

Con estos sentimientos invoco sobre todos la continua protección de Dios Omnipotente y la de vuestros celestiales Patronos, mientras, haciendo votos por toda prosperidad material y espiritual, imparto de corazón mi bendición.





JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 18 de marzo de 1981



(La audiencia general del miércoles 18 de marzo se desarrolló en dos partes. La primera en la Basílica Vaticana estuvo dedicada a numerosos grupos de jóvenes italianos provenientes de diversas diócesis. La segunda parte de la audiencia tuvo lugar en el Aula Pablo VI.)



Discurso a los jóvenes en la Basílica Vaticana



La doctrina paulina sobre la pureza

113 1. En nuestro encuentro de hace algunas semanas, centramos la atención sobre el pasaje de la primera Carta a los Corintios, en el que San Pablo llama al cuerpo humano "templo del Espíritu Santo". Escribe: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados aprecio" (1Co 6,19-20). "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?" (1Co 6,15). El Apóstol señala el misterio de la "redención del cuerpo", realizado por Cristo, como fuente de un particular deber moral, que compromete a los cristianos a la pureza, a esa que el mismo Pablo define en otro lugar como la exigencia de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto" (1Th 4,4).

2. Sin embargo, no descubriremos hasta el fondo la riqueza del pensamiento contenido en los textos paulinos, si no tenemos en cuenta que el misterio de la redención fructifica en el hombre también de modo carismático. El Espíritu Santo que, según las palabras del Apóstol, entra en el cuerpo humano como en el propio "templo", habita en él y obra con sus dones espirituales. Entre estos dones, conocidos en la historia de la espiritualidad como los siete dones del Espíritu Santo (cf. Is Is 11, 2, según los Setenta y la Vulgata), el más apropiado a la virtud de la pureza parece ser el don de la "piedad" (eusebeía, donum pietatis)[1]. Si la pureza dispone al hombre a "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", como leemos en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5), la piedad, que es don del Espíritu Santo, parece servir de modo particular a la pureza, sensibilizando al sujeto humano para esa dignidad que es propia del cuerpo humano en virtud del misterio de la creación y de la redención. Gracias al don de la piedad, las palabras de Pablo: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros... y que no os pertenecéis?", adquieren la elocuencia de una experiencia y se convierten en viva y vivida verdad en las acciones. Abren también el acceso más pleno a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo y de la libertad del don vinculada con él, en la cual se descubre el rostro profundo de la pureza y su conexión orgánica con el amor.

3. Aunque el mantenimiento del propio cuerpo "en santidad y respeto" se forme mediante la abstención de la "impureza" —y este camino es indispensable—, sin embargo, fructifica siempre en la experiencia más profunda de ese amor que ha sido grabado desde el "principio", según la imagen y semejanza de Dios mismo, en todo el ser humano y, por lo tanto, también en su cuerpo. Por esto, San Pablo termina su argumentación de la primera Carta a los Corintios en el capítulo 6 con una significativa exhortación: "Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo"(v. 20). La pureza como virtud, o sea, capacidad de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", aliada con el don de la piedad, como fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en el "templo" del cuerpo, realiza en él una plenitud tan grande de dignidad en las relaciones interpersonales, que Dios mismo es glorificado en él. La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano, a través del cual se manifiestan la masculinidad y la feminidad. De la pureza brota esa belleza singular que penetra cada una de las esferas de la convivencia recíproca de los hombres y permite expresar en ella la sencillez y la profundidad, la cordialidad y la autenticidad irrepetible de la confianza personal. (Quizá tendremos más tarde ocasión para tratar ampliamente este tema. El vínculo de la pureza con el amor y también la conexión de la misma pureza en el amor con el don del Espíritu Santo que es la piedad, constituye una trama poco conocida por la teología del cuerpo, que, sin embargo, merece una profundización particular. Esto podrá realizarse en el curso de los análisis que se refieren a la sacramentalidad del matrimonio).

4. Y ahora una breve referencia al Antiguo Testamento. La doctrina paulina acerca de la pureza, entendida como "vida según el Espíritu", parece indicar una cierta continuidad con relación a los libros "sapienciales" del Antiguo Testamento.Allí encontramos, por ejemplo, la siguiente oración para obtener la pureza en los pensamientos, palabras y obras: "Señor, Padre y Dios de mi vida... No se adueñen de mí los placeres libidinosos y de la sensualidad y no me entregues al deseo lascivo" (Sir 23, 4-6). Efectivamente, la pureza es condición para encontrar la sabiduría y para seguirla, como leemos en el mismo libro: "Hacia ella (esto es, a la sabiduría) enderecé mi alma y en la pureza la he encontrado" (Sir 51, 20). Además, se podría también, de algún modo, tener en consideración el texto del libro de la Sabiduría (8, 21) conocido por la liturgia en la versión de la Vulgata: "Scivi quoniam aliter non possum esse continens, nisi Deus det; et hoc ipsum erat sapientiae, scire, cuius esset hoc donum"[2].

Según este concepto, no es tanto la pureza condición de la sabiduría, cuanto sería la sabiduría condición de la pureza, como de un don particular de Dios. Parece que ya en los textos sapienciales, antes citados, se delinea el doble significado de la pureza: como virtud y como don. La virtud está al servicio de la sabiduría, y la sabiduría predispone a acoger el don que proviene de Dios. Este don fortalece la virtud y permite gozar, en la sabiduría, los frutos de una conducta y de una vida que sean puras.

5. Como Cristo en su bienaventuranza del sermón de la montaña, la que se refiere a los "puros de corazón", pone de relieve la "visión de Dios", fruto de la pureza y en perspectiva escatológica, así Pablo, a su vez, pone de relieve su irradiación en las dimensiones de la temporalidad, cuando escribe: "Todo es limpio para los limpios, mas para los impuros y para los infieles nada hay puro, porque su mente y su conciencia están contaminadas. Alardean de conocer a Dios, pero con las obras le niegan..." (Tt 1,15 ss). Estas palabras pueden referirse también a la pureza, en sentido general y específico, como a la nota característica de todo bien moral. Para la concepción paulina de la pureza, en el sentido del que hablan la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) y la primera Carta a los Corintios (6, 13-20), esto es, en el sentido de la "vida según el Espíritu", parece ser fundamental —como resulta del conjunto de nuestras consideraciones— la antropología de nacer de nuevo en el Espíritu Santo (cf. también Jn 3,5 ss). Esta antropología crece de las raíces hundidas en la realidad de la redención del cuerpo, realizada por Cristo: redención cuya expresión última es la resurrección. Hay razones profundas para unir toda la temática de la pureza a las palabras del Evangelio, en las que Cristo se remite a la resurrección (y esto constituirá el tema de la ulterior etapa de nuestras consideraciones). Aquí la hemos colocado sobre todo en relación con el ethos de la redención del cuerpo.

6. El modo de entender y de presentar la pureza —heredado de la tradición del Antiguo Testamento y característico de los libros "sapienciales"— era ciertamente una preparación indirecta, pero también real, a la doctrina paulina acerca de la pureza entendida como "vida según el Espíritu". Sin duda, ese modo facilitaba también a muchos oyentes del sermón de la montaña la comprensión de las palabras de Cristo cuando, al explicar el mandamiento "no adulterarás", se remitía al "corazón" humano. El conjunto de nuestras reflexiones ha podido demostrar de este modo, al menos en cierta medida, con cuánta riqueza y con cuánta profundidad se distingue la doctrina sobre la pureza en sus mismas fuentes bíblicas y evangélicas.

[1] La eusebeía o pietas en el período helenístico-romano se refería generalmetne a la veneración de los dioses (como "devoción"), pero conservaba todavía el sentido primitivo más amplio del respeto a las estructuras vitales.

La eusebeía definía el comportamiento recíproco de los consanguíneos, las relaciones entre los cónyuges, y también la actitud debida por las legiones al César y por los esclavos a los amos.

En el Nuevo Testamento, solamente los escritos más tardíos, aplican la eusebeía a los cristianos; en los escritos más antiguos este término caracteriza a los "buenos paganos" (Ac 10,2 Ac 10,7 Ac 17,23).

Y así la eusebeía helénica, como también el "donum pietatis", aun refiriéndose indudablemente a la veneración divina, cuentan con una amplia base en la connotación de las relaciones interhumanas (cf. W. Foerster, art. eusebeía en "Theological Dictionary of the New Testament", ed. G. Kilttel-G. Bromiley, vol.VII, Grand Rapids 1971, Erdminans, págs. 177-182).

114 [2] Esta versión de la Vulgata, conservada por la Neo-Vulgata y por la liturgia, citada bastantes veces por Agustín (De S. Virg., par. 43; Confess., VI, 11; X, 29; Serm. CLX, 7), cambia, sin embargo, el sentido del original griego, que se traduce así: "Sabiendo que no la habría obtenido de otro modo (= la Sabiduría), si Dios no me la hubiese concedido...".




Discurso a los jóvenes en la Basílica Vaticana


Queridísimos jóvenes:

1. Me da gran alegría encontrarme con vosotros esta mañana, en la Basílica Vaticana, en esta audiencia reservada sólo a vosotros, que con vuestra vivacidad y alegría traéis el don de la esperanza y la confianza.

Por ello saludo con gran afecto a todos: a los chicos y chicas de las escuelas elementales y medias; a los jóvenes y a las jóvenes de los cursos superiores. Dedico también un saludo a los decanos y directores, a los profesores, a los maestros, a los padres y a cuantos os acompañan.

Os expreso mi cordial agradecimiento por esta visita vuestra movida por sentimientos de fe, y deseo aseguraros mi afecto y mi recuerdo en la oración.

Habéis venido a Roma de muchas partes de Italia, y yo quisiera que esta peregrinación se os grabara en la memoria para que os sirva de ayuda e inspiración toda la vida, especialmente en los momentos difíciles.

2. El tiempo de Cuaresma que estamos viviendo para prepararnos dignamente a la conmemoración de la Pascua, me sugiere dos pensamientos que os dejo de recuerdo y programa.

Ya sabéis que antes de dar comienzo a la vida pública, Jesús se retiró a orar cuarenta días en el desierto. Pues bien, queridísimos jóvenes, procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse "zonas de desierto y silencio" porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre. Es difícil pero es importante saberlo hacer.

Santa Teresa del Niño Jesús cuenta en su autobiografía que siendo niña desaparecía de vez en cuando y se escondía para orar. "¿Qué piensas?", le preguntaban sus familiares, y ella respondía con sencillez inocente: "Pienso en Dios, en la vida, en la eternidad" (cf. cap. IV). Reservaros también vosotros un poco de tiempo sobre todo por la noche para orar, para meditar, para leer una página del Evangelio o un episodio de la vida de un santo; crearos una zona de desierto y de ese silencio tan necesario para la vida espiritual. Y si os es posible, tomad parte en retiros y ejercicios espirituales organizados por vuestras diócesis y parroquias.

3. Junto al valor del recogimiento, también inculca Jesús la necesidad de voluntad de vencer el mal. Por la narración de los Evangelistas sabemos que el mismo Jesús quiso someterse a la tentación. Lo hizo para poner de relieve la realidad de la misma y enseñar la estrategia del combate y de la victoria. También vosotros tenéis vuestras tentaciones en la niñez y la juventud; ser cristianos significa aceptar la realidad de la vida y entablar la lucha necesaria contra el mal siguiendo el método enseñado por el Divino Maestro. Os exhorto a ser valientes ahora y siempre, sin extrañaros de las dificultades, confiando siempre en Quien es vuestro amigo y vuestro redentor, y velando y orando para mantener firme la fe, viva vuestra "gracia".

115 Os proteja la Virgen María y os acompañe mi bendición.

Saludos a los peregrinos en la Sala Pablo VI

Con satisfacción particular recibo y saludo a los treinta diáconos del seminario de Venegono, presididos por su arzobispo, mons. Carlo Maria Martini, y doy una bienvenida afectuosa a los dieciséis sacerdotes de la diócesis de Piacenza y a los ocho religiosos de la congregación de Clérigos Regulares de San Pablo, que celebran respectivamente los 40 y los 25 años de sacerdocio. A vosotros, queridos jóvenes que esperáis el mes de junio fijado para vuestra ordenación, dirijo mi exhortación paterna; gustad ya desde ahora el gozo inefable de vuestra vocación de ser luz del mundo, fermento de vida, anunciadores de la Palabra de Dios, administradores de gracia y perdón.

Y a vosotros, queridísimos hermanos sacerdotes, que habéis venido a Roma para una pausa saludable de oración y comunión, os dirijo mi invitación a perseverar con confianza en vuestro testimonio fervoroso. Habéis llegado a ser partícipes de Cristo y de su ministerio de salvación "en el supuesto de que conservemos hasta el fin la firme confianza del principio" (
He 3,14). Pido para vuestros tres grupos nueva efusión de dones celestes y os bendigo de corazón.

(A varios grupos italianos)

También están presentes en esta sala las participantes en el Congreso nacional del Patronato para la asistencia espiritual a las Fuerzas Armadas, presididas por la presidenta doña Livia Andreotti. Queridísimas hermanas: Me complazco con vosotras por la importante actividad que desplegáis en un sector tan delicado como es el de la asistencia y acogida a los soldados en las comunidades eclesiales locales. Sabed sacar estímulo de vuestra reunión aquí en Roma, centro de la cristiandad, para reafirmar vuestra fe y hacer más activa vuestra caridad. De este modo daréis testimonio verdaderamente evangélico a las personas entre las que ejercéis vuestra meritoria labor. Con mi bendición apostólica.

Todavía hay otros dos grupos que destacan ante mi mirada. Están formados por los fieles de la parroquia de Santa María de la Piedad de Prato y de las parroquias de Ronciglione, diócesis de Sutri.

Os diré sólo una palabra y es ésta: ¡Amad a vuestras parroquias! En ellas encontraréis solidaridad, simpatía y unidad en la misma oración; en ellas os sentiréis más hermanos y encontraréis fuerza para hacer de la familia un nido de amor, de fidelidad y de piedad; y también para transformar vuestra comunidad en verdadero Pueblo de Dios. Vivid así vuestra vida parroquial y no dejará el Señor de bendeciros a vosotros y todos vuestros esfuerzos.

(En alemán)

Dirijo un saludo muy cordial de bienvenida al señor Regens y a los diáconos aquí presentes del seminario diocesano de Paderborn. Desearía, queridos jóvenes amigos, que el diaconado que habéis aceptado solemnemente en la Iglesia no fuera para vosotros sólo un mero peldaño externo en vuestra escalada hacia el presbiterado, sino un entrenamiento en el ministerio sacerdotal mediante una constante actitud de disponibilidad y servicio desinteresados. Ser sacerdote significa ser servidor: servidor de Jesucristo, servidor del Pueblo de Dios y de todos los hombres para honra y gloria de Dios. En este sentido os deseo un período de diaconado espiritualmente fructuoso, y en vuestro caminar hacia el sacerdocio os acompaño con mi especial bendición apostólica.

(A un grupo de Bolonia)

116 Un saludo particular va ahora al numeroso grupo del Gremio de carniceros de Bolonia que han querido tomar parte en esta audiencia para expresar su fe cristiana y su adhesión al Papa.

Sé que tenéis por Patrona de vuestra floreciente Asociación a la Virgen del Burgo de San Pedro y os reunís en este santuario no sólo para celebrar actos litúrgicos, sino también para organizar vuestras obras de caridad. Os expreso mi viva complacencia por todo ello y pido al Señor por intercesión de la Virgen del Burgo, que os ayude siempre en vuestra actividad y os conceda abundantes recompensas celestes por cuanto hacéis en favor de los hermanos más necesitados.

(A los enfermos y a los recién casados)

¿Qué palabras diré ahora a vosotros, queridos enfermos? Ante todo recibid mi saludo cordialísimo: Bienvenidos seáis; si Jesús estaba lleno de tanta sensibilidad hacia cuantos sufrían según nos hace saber el Evangelio, su Vicario el Papa no puede dejar de estar muy cerca de vosotros y de vuestras tribulaciones.

Quisiera añadir después lo siguiente. Estamos en el tiempo santo de Cuaresma que se desarrolla toda ella y para todos bajo el signo dominante de la cruz del Señor. El Señor quiso su cruz; podía haberla alejado de sí, pero la quiso y la quiso por amor, por amor nuestro, para otorgarnos los dones de la gracia y de la salvación, del valor y de la serenidad. Queridísimos: Mirando a Jesús en vuestras horas tristes, unid con amor vuestra cruz a la suya. Vuestra alma recibirá gran consuelo de ello y vuestra vida acumulará méritos incalculables; y por vuestra fe y amor también vosotros, aun en lo escondido, podréis ser misioneros, apóstoles, sacerdotes. Tened, pues, estas intenciones generosas que agradan a nuestro divino Redentor. Con mi afecto paterno llegue a vosotros mi bendición.

Y ahora una palabra afectuosa a los recién casados que veo rebosantes de alegría en esta sala. A vosotros no sólo un saludo cordial sino también el deseo de una vida serena, llena de comprensión mutua y generosa, fortalecida por un amor inmutable, alegrada por el don de los hijos. Para vosotros y vuestra nueva familia el Papa pide gracia abundante del Señor e implora de modo especial la ayuda de la Sagrada Familia, a cuyo responsable principal, San José, recordamos mañana y del que celebramos la fiesta. ¡Qué familia ejemplar aquélla en sus virtudes! y ¡qué unida al Señor y en el Señor! Todos debemos contemplar, aprender, imitar y suplicar a José, María y Jesús; pero particularmente sobre vosotros descienda, queridísimos esposos, la luz y el favor de la Sagrada Familia. A todos imparto mi bendición especial y prometo mis oraciones.





VISITA PASTORAL A TERNI


A LOS OBREROS EN LA EXPLANADA DEL COMPLEJO SIDERÚRGICO


Jueves 19 de marzo de 1981



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Dirijo mi saludo más cordial y afectuoso a todos: obreros, empleados y dirigentes del complejo siderúrgico de Terni y a los delegados de las empresas de la provincia de Terni y de toda Umbría. Al mismo tiempo, expreso mi cordial gratitud por la invitación que se me ha dirigido cortésmente y que ha hecho posible este encuentro. Estoy sinceramente agradecido a todo este ambiente de trabajo, del que soy huésped y con el que puedo entablar un diálogo abierto.

He escuchado atentamente las nobles y sentidas palabras que me han dirigido y doy las gracias de corazón al presidente del IRI, abogado Pietro Sette, y a los dos obreros: el representante del consejo de fábrica y el exponente de los sindicatos. En sus palabras de saludo he sentido vibrar las ansias y las aspiraciones de todos vosotros y he visto, reflejado el momento particularmente difícil de crisis industrial que atraviesa esta región, pero también la gran tradición obrera, que caracteriza a esta ciudad y a esta zona.

Comparto abiertamente las alusiones hechas tanto al triste fenómeno de la desocupación, como a la dureza del trabajo de fábrica, así como a la necesidad de volver a afirmar que cuando el trabajo aliena al hombre, sin hacerlo crecer, es un trabajo contra el hombre, el cual se hace esclavo del trabajo. Estoy de acuerdo también al decir que ya no es aceptable que, mientras millones de criaturas mueren de hambre, se colmen los arsenales militares de terribles armamentos nucleares, portadores de destrucción y de muerte, y que el egoísmo de un tercio de la población mundial derroche las dos terceras partes de los recursos disponibles.

117 De modo especial he apreciado mucho, queridos trabajadores, en las palabras de vuestros portavoces la fuerte e indómita voluntad de continuar, con determinación y sabiduría, defendiendo vuestro trabajo y su dignidad. Además, acepto sin reservas la solicitud que se me ha hecho de continuar interesándome "con el corazón de trabajador, por la dignidad del hombre y de todos los hombres, por la justicia y la moralidad como condiciones esenciales para la paz en todas las naciones". Más aún, puedo deciros que he venido aquí también para ofreceros personalmente esta seguridad: esto es, la seguridad de que el Papa está con vosotros, de vuestra parte, cada vez que se trate de defender la justicia violada, de conjurar las amenazas contra la paz, de promover los derechos honestos de cada uno y el bien común de todos. En concreto, conozco los principales aspectos del momento difícil que caracteriza la situación del mundo del trabajo en las diócesis de Terni, Narni y Amelia. Los despidos, la caja de integración, la cesación del "turn-over", son hechos que, aun no dependiendo de mala voluntad, representan objetivamente una amenaza para muchas familias y requieren un atento examen, tanto de sus causas reales, como de sus posibles soluciones. Pues bien, hoy con mi presencia quiero deciros que estoy cercano, que comprendo vuestras preocupaciones, que comparto vuestros problemas y que soy portador , de un mensaje de consuelo y de esperanza.

2. Antes de encontraros aquí a todos juntos, he podido visitar al menos algún sector de esta gran fábrica, que es el lugar de vuestro trabajo. Me siento, a la vez, contento y honrado de haber podido conocer de cerca el lugar de vuestra fatiga cotidiana; de haberme encontrado cara a cara con vosotros, que sin descanso gastáis el tiempo mejor de vuestras jornadas, más aún, de vuestra vida, en este centro de trabajo; y de haber podido darme cuenta así, al vivo, de lo gravosa que es vuestra ocupación, pero también de lo productiva que resulta, y por esto cómo merece ser apreciada, sostenida y salvaguardada.

Me hago cargo de que mi visita ha tenido por objeto solamente una parte de un conjunto industrial mucho más amplio. Y sé que ocupa en Italia un puesto de no pequeño relieve, con sus producciones específicas de laminación en frío, de rotores para turbinas, de maquinaria para la industria petrolífera, química, del cemento, mecánica y de carpintería, y además de varias partes para reactores nucleares, de fundiciones, tuberías, recipientes a presión y barras. Ciertamente se trata de un trabajo pesado pero importante, que requiere una particular responsabilidad. Al mismo tiempo, es muy interesante y altamente útil. En efecto, satisface determinadas necesidades típicas de la avanzada técnica moderna en todos sus componentes y especializaciones; y ésta, a su vez, tiene como finalidad el mayor bien de la humanidad. De este modo, pues, vuestro trabajo sirve a todos los hombres, facilita su vida, eleva el nivel de civilización.

Pues bien, os he visto enfrentados con esta fatiga; he comprobado cuál es el origen de muchos instrumentos que sirven para el bienestar del hombre, pero de los que él no siempre conoce el duro precio. Os he visto, y ha aumentado mi estima y afecto por vosotros. ¡Por esto, con plena conciencia, os rindo honor!

Por otra parte, vuestro puesto de trabajo, queridos obreros de Terni y de Umbría, es semejante al de tantos otros hombres que en diversas partes del mundo contribuyen, día a día, al bien común de toda la sociedad. Y esta simple constatación sobre la universal e inseparable relación que media entre el hombre y su puesto de trabajo nos lleva a ver en estos dos polos, y sobre todo en su mutua relación, una exaltante posibilidad creativa. Efectivamente, el hombre saca de la propia inteligencia y de la materia que le está sometida, ciertamente por medio de la fatiga y el sudor de su frente, nuevos e insospechados productos, pequeños o gigantescos, que constituyen la documentación de su dignidad individual y social. En el lugar propio de su trabajo es donde el hombre da la medida de sus capacidades y donde, en definitiva, da un contenido e incluso un sentido a la propia vida.

3. Mientras visitaba vuestro establecimiento, tan moderno y mecanizado, se me presentaba ante los ojos del alma otro puesto de trabajo, muy modesto, artesano, ligado directamente con la vida familiar de la casa. Se trata del banco de trabajo de Nazaret, al que acudía diariamente San José. Hoy, como sabéis, es su fiesta. Al lado de San José crecía, poco a poco, según iban transcurriendo los años, el mismo Jesucristo, que le ayudaba en su trabajo. Y sus paisanos hablaban de El como del "hijo del carpintero", según leemos en el Evangelio de San Mateo (13, 55).

Pues bien, queridos hermanos, os estoy muy agradecido porque me habéis invitado a Terni, al lugar de vuestro trabajo, precisamente este día en el que la Iglesia festeja a José de Nazaret. Vuestro obispo, hace ya bastantes meses, me propuso visitar Terni alguna vez. Y, dado que conozco bien a mons. Quadri desde los tiempos del Concilio, no he podido rehusar su petición. Estoy contento de que se haya elegido el 19 de marzo para esta visita y de que pueda desarrollarse sobre el lugar mismo de vuestro trabajo. Pienso que la visita nos permite venerar y comprender más plenamente a San José. Al mismo tiempo, nos es posible volver a leer juntos y en profundidad este Evangelio del trabajo, que precisamente hoy parece ser particularmente expresivo. Habla con toda la profundidad de la revelación bíblica, de la Palabra de Dios. Y, a la vez, se graba con gran sencillez en la vida humana: en la vida de Cristo, de José, de María; en la vida de todos los hombres dedicados al trabajo.

4. El Evangelio del trabajo ha sido escrito sobre todo por el hecho de que el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, al hacerse hombre, trabajó con las propias manos. Más aún, su trabajo, que fue un auténtico trabajo físico, ocupó la mayor parte de su vida en esta tierra, y así entró en la obra de la redención del hombre y del mundo, realizada por El con su misma vida terrena.

He visto por eso con viva satisfacción a la entrada la estatua de Jesús Divino Trabajador; El está bien en medio de vosotros, porque Jesucristo conoce por experiencia lo que es el trabajo. Por lo demás, el trabajo tiene su comienzo en Dios mismo. Si abrimos la Biblia, encontramos inmediatamente al principio del libro del Génesis la descripción de la creación del mundo. Pues bien, aun tratándose de una descripción figurativa e imaginaria, la obra de la creación se presenta según el esquema de una semana laborable: Dios-Elohim realiza su trabajo en el curso de seis días, para "descansar" después el día séptimo. De este modo, se suministra al hombre la indicación de unir el trabajo con el descanso. Efectivamente, entre el trabajo y el descanso hay un condicionamiento mutuo. Este principio que hoy ocupa uno de los puestos principales en los actuales códigos del trabajo, en la política y sobre todo en la ética del trabajo, está ya inscrito por la Sagrada Escritura en los comienzos mismos de la existencia del mundo.

El relato bíblico de la creación —una actividad que sólo Dios puede realizar y que se presenta a semejanza del trabajo humano— tiene una motivación profunda. No se trata sólo de un medio literario de expresión, sino que está impreso en toda la lógica de la Palabra de Dios. Efectivamente, en el mismo libro, leemos que el hombre, colocado en el mundo visible como coronamiento de la obra de la creación, ha sido creado a imagen de Dios: "Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer" (
Gn 1,27). Por esto, en todo el mundo visible, únicamente el hombre "trabaja". Sólo su actividad puede ser llamada "trabajo" en el pleno sentido de la palabra. En cambio, no es "trabajo" la actividad de los seres inferiores al hombre, los "animales", aun cuando a veces se llama así. El hecho es que para "trabajar" no bastan la potencialidad y las fuerzas físicas, que también son propias de estos seres; y si el hombre quiere utilizar en su trabajo estas fuerzas específicas de los animales, debe "domesticarlos". Lo mismo se puede decir de las otras fuerzas ocultas en la naturaleza. El hombre debe "adaptarlas", en cierto sentido elevarlas al propio nivel. Mas para "trabajar" es necesario el hombre. Para poder "trabajar" es necesario ser "imagen y semejanza" de Dios (Gn 1,26).

Por esto, el trabajo no es en absoluto una ocupación servil, como juzgaba el mundo antiguo y menos antiguo, que lo reservaba a los esclavos, sino que es propio de los hombres libres, más aún, es una expresión de libertad creativa, en la que el hombre ofrece la medida de la propia capacidad de colaborar en la creación misma.

118 5. Ya esta breve reflexión nos habla de la dignidad del trabajo, más aún, de la dignidad específica del trabajo humano. Tiene su propio fundamento no en otra cosa, sino en la misma humanidad del que lo realiza. Esta verdad se halla en el centro mismo del "Evangelio del trabajo". Y la Iglesia la proclama desde que existe, a partir ya de la sencilla casa de Nazaret. La proclama cotidianamente. El 19 de marzo, por lo demás, ofrece una ocasión particular para hablar de ella y para vivirla juntamente con todos los trabajadores. De modo especial, es posible hacerlo precisamente este año. Efectivamente, este año se celebra el 90 aniversario de la Encíclica Rerum novarum, la primera Encíclica social de la Iglesia, publicada por mi predecesor el Papa León XIII en 1891. En el centro de su mensaje se encuentra la verdad sobre la dignidad del trabajo, una verdad que constituye el fundamento de toda la moral del trabajo. Sobre ella debe construirse todo código del trabajo, si quiere tener un carácter auténticamente "humanitario" y "social". Dicha Encíclica afirmó esta enseñanza, sin hacer suya ideología alguna de parte o teoría que, aun siendo de signo opuesto, se caracterice por el materialismo, esto es, por la reducción del hombre a una sola dimensión, la economicista, que lo prive del componente más alto de su dignidad de persona humana y de Hijo de Dios.

Pues bien, hoy como ayer, el Papa y toda la Iglesia tratan de estar al lado de los que creen en el hombre, porque creen en algo o en alguien que lo trasciende, de manera que puede afirmar y promover todos los valores de todo el hombre, sin sofocar ninguno.

Y ciertamente, no se hace honor a esta ética de base, cuando el trabajo se convierte en un medio de explotación del hombre, un pretexto para ganancias excesivas, una ocasión de injusticia a pequeña o grande escala. Como también se ha expresado el Concilio, "es necesario adaptar todo el proceso de la producción a las exigencias de la persona y a sus formas de vida; sobre todo, a su vida familiar... Además debe asegurarse a los trabajadores la posibilidad de desarrollar sus cualidades y su personalidad en el ejercicio mismo del trabajo" (Gaudium et spes
GS 67). El trabajo debe ayudar al hombre a ser más hombre. Pero ninguno puede permitirse el lujo de soñar solamente, si luego no se esfuerza en traducir a la realidad concreta los más altos ideales. ¡Ay, si todas estas cosas se quedan sólo en palabras, o en solas buenas intenciones! Es necesario, en cambio, que la sociedad demuestro haber adquirido esta verdad, y lo demuestre concretamente, con la misma concreción que califica precisamente la actividad del trabajo de cada día.

6. Queridos hermanos y hermanas: Al hablar en Polonia durante mi peregrinación de 1979, dije que la Iglesia no tiene miedo de los problemas difíciles ligados al mundo del trabajo: "El cristianismo y la Iglesia no tienen miedo del mundo del trabajo. No tienen miedo del sistema basado sobre el trabajo. El Papa no tiene miedo a los hombres del trabajo. Los ha sentido siempre muy cerca de él. Ha salido de su ambiente. Ha salido de las canteras de piedra de Zakrowek, de las calderas de Solvpy en Borek Falecki, luego de Nowa Huta. A través de todos estos ambientes, , a través de las experiencias personales de trabajo —me permito decir— el Papa ha aprendido nuevamente el Evangelio. Se ha dado cuenta y se ha convencido de cuán profundamente está grabado en el Evangelio la problemática contemporánea del trabajo humano. De cómo sea imposible resolverla a fondo sin el Evangelio" (Homilía del 9 de junio, en el santuario de la Santa Cruz de Mogila).

Pero es necesario decir más: Esto es, que la Iglesia no puede ser extraña o estar alejada de estos difíciles problemas; no puede separarse del "mundo del trabajo", porque precisamente "el Evangelio del trabajo" está inscrito orgánicamente en el conjunto de su misión. Y la Iglesia no puede menos de proclamar el Evangelio. Por esto, no puede menos de salir al encuentro de cada hombre, y especialmente al encuentro del hombre del trabajo. En efecto, como escribí en la Redemptor hominis, "todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre" (Nb 14).

Aunque por diversas partes se trate de crear opiniones contrarias y de sostenerlas a toda costa, la Iglesia tiene mucho que decir al hombre del trabajo. Ciertamente no en las cuestiones técnicas, profesionales o similares, sino en las cuestiones fundamentales. Y se trata de una palabra "que comprometa". Si faltase, si no se pusiera en práctica, entonces faltaría la verdadera "piedra angular" en toda la gigantesca construcción de la técnica moderna, de la industria y de los varios sectores con los que está unido el trabajo.

La frecuente llamada de la Iglesia a la conversión, como la de Jesús, se basa en la certeza de que nada mejorará, ni siquiera las estructuras de la convivencia humana, si no se mejora al hombre desde dentro: y, en la práctica, esto quiere decir que es imposible obtener justicia creando nuevas injusticias, instaurar la paz recurriendo a la violencia, crear mayores espacios de libertad empleando la coacción física o moral.

Por lo tanto, no es un bien tratar de poner a la Iglesia y al Evangelio "al margen". Con ello sufre la causa del hombre. Por lo demás, precisamente mediante el trabajo el hombre aspira al desarrollo y a la maduración de todo la que es humano. Os repito las palabras que dirigí el año pasado en Francia a los obreros de Saint-Denis: «Cristo dirá un día: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos" (Mt 5,6). Sin embargo, esta hambre de justicia, esta urgencia de luchar por la verdad y por el orden moral en el mundo, no son ni pueden ser odio, ni fuente de odio en el mundo. No pueden transformarse en un programa de lucha contra el hombre, sólo porque éste se encuentre, si es que podemos expresarnos de este modo, 'en el otro campo*. Esta lucha no puede convertirse en un programa de destrucción del adversario, no puede engendrar mecanismos sociales y políticos en los que se manifiesten egoísmos colectivos cada vez mayores, egoísmos poderosos y destructores».

Así, pues, deseo expresar la convicción de que esta visita de hoy reforzará y consolidará vuestro encuentro con el Evangelio del trabajo. Espero que acercará al gran mundo del trabajo moderno, al que pertenecen millares de hombres empleados aquí en Terni, a ese modesto banco del carpintero José de Nazaret, en el que se presentaba como trabajador Jesucristo, Hijo de Dios e hijo del hombre. Y espero que,, en esta perspectiva, podréis ver bajo una luz más plena el valor y el sentido de vuestro trabajo y de toda vuestra vida.

7. Estoy aquí para dar confianza a todos y a cada uno. En particular, estoy aquí para estimular esa pastoral del trabajo que ya desarrollan inteligentemente el obispo y sus celosos colaboradores. Me ha gustado lo que se ha escrito en el fascículo publicado para preparar esta visita: el mundo del trabajo se considera "no un área que hay que colonizar, sino un lugar de donde surgen las incitaciones más fuertes para un testimonio cristiano, que no puede quedar inerme ni conformista ante las tareas históricas que se han de realizar en favor del hombre, en favor de cada uno de los hombres trabajadores, un ámbito de justicia y de paz, que no le impidan un crecimiento humano y cristiano" (pág. 42). Sed hombres que saben dar este testimonio, y que son cristianos no sólo cuando conviene, sino siempre y hasta el fondo. También he visto con interés los resultados de una encuesta realizada por la Comisión interdiocesana para la pastoral del trabajo, de la que surgen datos que estimulan a un compromiso cada vez mayor. Igualmente expreso mi aprecio por los institutos de estudios teológicos y sociales, y por las diversas organizaciones laicales.

Quisiera exhortar a todos a proseguir con decisión y generosidad en la tarea tan preciosa de introducir cada vez con mayor abundancia en los ambientes de trabajo el soplo fresco y regenerador del Evangelio y de la adhesión a Cristo. Que el Señor recompense ampliamente la obra de todos.

119 Hermanos y hermanas: Os doy cordialmente las gracias una vez más por la acogida que me habéis reservado, y ciertamente guardaré en el corazón vuestro recuerdo, el de vuestra laboriosidad y hospitalidad. Sabed que el Papa está con vosotros, no por oportunismo, sino con sinceros y profundos sentimientos de comunión humana y cristiana.

Mientras deseo todo bien para vosotros, pienso en vuestro trabajo, y también en las dificultades que le son inherentes; pienso en vuestros proyectos para el futuro; pienso en vuestras familias, en vuestros niños y en vuestros enfermos. A todos los bendigo y los llevo en el corazón, invocando sobre cada uno las más abundantes gracias celestiales.

Pido a Dios fervientemente por el bien de todos: para que se realicen vuestras justas aspiraciones; para que se superen los momentos y los motivos de crisis; para que el trabajo no sea jamás una alienación para ninguno; al contrario, para que sea honrado por todos como lo merece, de manera que triunfe la justicia y más aún el amor; para que el ambiente de trabajo sea realmente a medida del hombre, y el hombre pueda apreciarlo como una prolongación de la propia familia; para que el trabajo ayude al hombre a ser más hombre; y para que, con el esfuerzo de todos, se pueda lograr la construcción de una nueva sociedad y de un mundo nuevo, en la realización plena de la justicia, de la libertad y de la paz.





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