Discursos 1981 119


VISITA PASTORAL A TERNI

PALABRAS IMPROVISADAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA REUNIÓN EXTRAORDINARIA DEL CONSEJO DE EMPRESA


Complejo siderúrgico de Terni

Jueves 19 de marzo de 1981



Estoy muy contento de reunirme con vuestro grupo, con vuestro consejo que representa a los obreros; pues el elemento principal de una fábrica y de toda empresa humana es siempre el trabajo. Los que representáis el trabajo tenéis siempre la prioridad. Hay que hacer constar que trabajan no sólo los que lo hacen con las manos, sino también los que lo hacen con el entendimiento y pertenecen a la clase dirigente, claro está, pero en sentido especial. El trabajo os pertenece a vosotros, a esta representación de la fábrica o, mejor, de un complejo como el vuestro en el que podemos decir que los amos son los trabajadores.

No quiero adelantar lo que diré después, pero al pasar por las instalaciones varias, he parangonado la vuestra a la fábrica en que trabajé yo algún tiempo. Era distinta, no hay duda, pues era fábrica química; pero parecida, ya que era fábrica también. Han pasado bastantes años desde aquel tiempo, y este ambiente humano me ha parecido ciertamente semejante, semejante y distinto, porque si bien son semejantes todos los trabajadores del mundo, mis compatriotas tenían preocupaciones algo distintas y muy graves, sobre todo en la época en que yo trabajé, que era la de la guerra y la ocupación. Al pasar ahora por los distintos sectores y al hablar con los obreros, he visto que lo que más les preocupa es la inseguridad del trabajo; la seguridad está condicionada por mecanismos económicos, por la demanda y por los mismos productos del complejo industrial: si baja la demanda, hay falta de trabajo. A lo mejor vosotros tenéis ya una solución, pero no hay duda de que el problema es complejo. Comprendo vuestras preocupaciones y las comparto. Sé que en el fondo de la preocupación por falta de trabajo está la preocupación de padre de familia que tiene una grave responsabilidad personal, y la preocupación está justificada. Estas son consideraciones generales, pues es obvio que en las dos horas de esta visita no se puede descender a particularidades, pero la primera impresión que me da vuestro ambiente de trabajo es ésta. Existen preocupaciones que están relacionadas con la situación económica nacional y hasta quizá internacional, pues la producción industrial tiene dimensión mundial, que es favorable o desfavorable según las situaciones. Esta es mi primera impresión fundamental. No sé si es exacta. No sé qué responderéis a esta pregunta mía de si es exacta.

Podemos pasar a otros problemas ahora, ¿os parece?

(A continuación, en un diálogo abierto de los obreros con el Papa, se sucedieron las intervenciones de un representante del consejo de empresa y de varios trabajadores)

Os agradezco las palabras que habéis pronunciado y que me han aclarado aún más la situación vuestra. No es fácil responderos. Se necesita competencia especifica. Pero en el terreno de los principios y desde un punto de vista social y ético a un tiempo, como los ha profesado la Iglesia desde los tiempos de León XIII por lo menos, los trabajadores son quienes hacen la industria, son el elemento principal del trabajo; no son un instrumento, sino la razón principal de toda industria, de toda producción. ¿Por qué? Porque son hombres, personas y no instrumentos como lo son las máquinas. En cuanto agentes de la producción y causa principal de la producción, no hay duda de que tienen también derecho al fruto del trabajo; lo que quiere decir salario justo, sí, pero también cierta participación en la gerencia de la fábrica y en los réditos. ¿No es así?

Tendría que coger un diccionario para estudiar loa términos técnicos, especialmente con referencia a cuanto se produce en vuestra fábrica, términos de uso diario para vosotros, pero no para mí. Pero el principio está claro. Y estoy contento asimismo por lo que he oído de vuestra lucha y en especial por las características de esta lucha. Como Pastor de la Iglesia debo decir lucha por la justicia, sí, pero hay que tener cuidado de que esta lucha por la justicia no se convierta contra las personas, contra los grupos. Lucha por la justicia que es característica de la clase obrera. Desde hace algún tiempo ha ido creciendo la sensibilidad por la justicia y la lucha vinculada a tal justicia. De ella hay referencia en el Evangelio, y la enseñanza de la Iglesia no puede ser diferente. La Iglesia desea un mundo justo, cada vez más justo; y cuantos participan en dicho esfuerzo están en sintonía con el Evangelio y la doctrina cristiana.

120 Y ahora, para resumir las tres intervenciones: Ya lo habéis comprendido y lo habéis puesto de relieve, os diré que mi misión no es cambiar la situación política, por ejemplo, porque lo propio de la misión de la Iglesia es de orden ético, moral. Desde este punto de vista sí puedo afrontar vuestros problemas. Respecto de la pregunta sobre si he sentido tentación de ser sindicalista cuando era obrero, he de decir que sentí la vocación sacerdotal y la seguí. Claro que la situación era muy particular. Eran tiempos de guerra, de ocupación. De todos modos pienso que es una vocación muy hermosa la de ayudar a sus hermanos, a los compañeros, es una vocación cristiana si bien yo no la he sentido. Otros la han sentido. Por ejemplo en estos últimos tiempos se ha hablado de las huelgas de Polonia, y allí se ven vocaciones de sindicalistas, por ejemplo la de mi compatriota Lech Walesa. Ya veis cómo distribuye la Providencia las vocaciones y da a cada uno la suya. Yo sentí la vocación sacerdotal en el tiempo de la guerra, cuando la vida estaba continuamente amenazada; porque así era, así era... Y al sentir esta vocación nunca pensé que me iba a conducir hasta mi ministerio de ahora; esto no lo pensé nunca. Ahora debo decir que bendigo a la Providencia porque me ofreció aquella oportunidad cuando era obrero. Bendigo a la Providencia. Ser obrero, ser trabajador manual en los años de la guerra, ha sido una grada especial para mi. Conocí esta vida, conocí al hombre, y en aquella experiencia compartida con otros obreros de profesión —mi situación era particular— aprendí a tener una actitud especial para con estas personas y para con el mundo del trabajo, y a considerar este mundo como realidad constituida precisamente por personas. Conocí la realidad de su vida, la humanidad profunda de esta vida, con los vicios y pecados de unos y de otros, claro está. Conocí la humanidad profunda de esta vida sencilla, dura y difícil; y cuando abandoné la fábrica para seguir mi vocación, toda la vida he llevado conmigo esta experiencia, y no sólo de su aspecto técnico —yo no era muy aficionado a la técnica— sino sobre todo del aspecto humano. Algunos hacen notar que mis Mensajes y Encíclicas están muy centradas en el hombre. Pienso que ello deriva de mi experiencia de obrero, de mis contactos con el mundo del trabajo. Muchos obreros han seguido siendo amigos míos. El hecho de que yo siguiera otro camino fue para ellos sorpresa sólo en parte, pues en cierto modo se lo esperaban. Esta experiencia me ha quedado en la memoria y también el recuerdo de mis compañeros de trabajo, de los obreros de aquella fábrica cercana a Cracovia donde trabajé.

En respuesta a la última pregunta sobre el regalo que me habéis hecho, os digo que es preciosísimo para mi por varios motivos. Sobre todo porque representa a la Virgen de Czestochowa, que es todo un símbolo para mi pueblo, un pueblo de historia difícil y de vida aún más difícil; la Virgen de Czestochowa representa algo que está en el corazón de todo polaco. Además hay otro motivo que hace alusión a vuestro ambiente; con este don habéis querido expresar vuestros sentimientos hacia el Papa. Me habéis ofrecido un relieve muy bonito y felicito al escultor. Está hecha con material salido de vuestra fábrica, y éste es el segundo motivo por el que me ha gustado tanto. Y el tercer motivo es que representa vuestro trabajo, el trabajo del hombre. Son motivos diferentes y convergentes a la vez. Os doy las gracias.

Ahora me resultaría interesante conocer cómo está formado vuestro consejo y su modo de actuar. Pero es problema técnico y para ello se necesitaría una visita de una semana.

Os deseo que lleguen a buen término los esfuerzos que hacéis para que vuestro trabajo sea más seguro y vuestra condición más respetada y más provechosa para el bien de la sociedad.





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A LOS PRESBÍTEROS Y RELIGIOSOS


Obispado de Terni

Jueves 19 de marzo de 1981

1. No podía faltar, también en una jornada intensa como ésta, el encuentro con vosotros, queridísimos sacerdotes y religiosos, quienes, en virtud de la sagrada ordenación y de la misión recibida del obispo, habéis sido promovidos "para servir a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey, participando de su ministerio, por el que la Iglesia se edifica incesantemente aquí, en la tierra, como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo" (Presbyterorum ordinis PO 1).

Veo con gran satisfacción que están aquí presentes también los venerados hermanos del Episcopado de Umbría. Les dirijo un saludo muy cordial.

He deseado pasar algún momento con vosotros, queridos sacerdotes, para expresaros mi afecto especial, y para que podáis sentiros cada vez más fuertes y alegres en la fe, que deseo crezca cada vez más en Cristo, también con motivo de esta visita (cf. Flp Ph 1,25-26).

2. La realidad tan sublime que lleváis en vosotros mismos —sellados por un carácter especial que os configura con Cristo Sacerdote, de manera que podéis actuar en su nombre (cf. Presbyterorum ordinis, 2— comporta la conciencia de la grandeza de la misión recibida y de la necesidad de adaptarse cada vez más a ella. Es necesario, ante el don del Señor, tener una clara y arraigada convicción sobre el propio ser de sacerdotes de Cristo, depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos de salvación para los hombres. Estas certezas de fe no permiten dudar de la propia identidad, ni andar titubeando sobre el valor de la propia vida, o vacilar ante el camino emprendido.

Estoy aquí, en medio de vosotros, para fortalecer y profundizar estas convicciones, para hacerlas invencibles y constantes, invitándoos a una unión cada vez más estrecha con Cristo, que es Ja razón de nuestra vida y nuestra fuerza.

121 A veces nuestra sintonía de fe con Jesús se puede debilitar y atenuar, si su presencia en nosotros se ofusca por propensiones y razonamientos humanos, por los que nos incapacitan en orden a hacer brillar toda la grandiosa luz que El representa para nosotros. "Todo sacerdote advierte —como decía a los ordenandos de Nagasaki, el 25 del pasado febrero— que puede iluminar a los que están en tinieblas únicamente en la medida que él mismo ha aceptado la luz del Maestro, Jesucristo". A veces, hablamos quizás de El influenciados por premisas y datos de sabor sociológico, político, sicológico, en vez de hacer derivar los criterios, base de nuestra vida, de un Evangelio vivido con integridad, con alegría, con esa confianza y esa inmensa esperanza que encierra la cruz de Cristo.

3. Vosotros, queridos sacerdotes, en virtud de vuestro mismo ministerio, estáis obligados a vivir en medio de los hombres, a conocer como buenos pastores a las propias ovejas, a tratar de atraer también a las que no son de este redil, a fin de que también ellas oigan la voz de Cristo (cf. Presbyterorum ordinis
PO 3). Sin embargo, mientras desarrolláis esta obra de acercamiento, es necesario que los hombres vean en vosotros los testigos creíbles del Amor divino y de un Reino que, habiéndose iniciado ya aquí abajo, se perfeccionará en la vida eterna.

También la particular realidad socio-cultural de la Iglesia que está en Terni, Narni y Amelia, realidad que conocéis bien en sus instancias y tensiones, en sus causas y en sus orientaciones, y que a veces parece oponer graves obstáculos a la penetración de una mentalidad cristiana, exige encontrar en vosotros no dirigentes sociales o hábiles administradores, sino auténticos guías espirituales, que se esfuercen en orientar y mejorar el corazón de los fieles para que, convertidos, vivan en el amor a Dios y al prójimo y se comprometan en la elevación y promoción del hombre. No nos hagamos ilusiones de servir al Evangelio si cedemos a la tentación de "diluir" nuestro carisma en un exagerado interés por los problemas temporales. No olvidemos que el sacerdote debe ser representante de los valores sobrenaturales, signo y artífice de unidad y fraternidad.

4. Quisiera indicaros también un punto de reflexión. Sois miembros del presbiterio de una Iglesia particular, cuyo centro de unidad es el obispo, hacia el cual todo sacerdote que aspire a una auténtica fecundidad de ministerio, debe tener una actitud convencida de comunión y obediencia. "Esta obediencia sacerdotal —nos recuerda el Concilio— se funda en la participación misma del ministerio episcopal, que se confiere a los presbíteros por el sacramento del orden y la misión canónica" (Presbyterorum ordinis PO 7).

En la actividad pastoral, aun teniendo en cuenta las diversas problemáticas locales, debe reinar un espíritu de entendimiento y de cooperación entre las iniciativas parroquiales y las diocesanas, abiertas por su naturaleza a horizontes más amplios y a instancias más generales, como las concernientes al mundo del trabajo, de las comunicaciones sociales, de la escuela, de la cultura y de la presencia en el campo civil.

La unión entré los presbíteros y el obispo es particularmente necesaria hoy, cuando las diversas iniciativas apostólicas trascienden frecuentemente los límites de una parroquia o de una diócesis, Y requieren que los sacerdotes unan las propias fuerzas a las de los hermanos, bajo la guía de quienes gobiernan la Iglesia.

5. Amadísimos sacerdotes y religiosos: Quisiera deciros otras muchas cosas y quisiera escuchar de cada uno de vosotros las ansias más personales, pero no puedo prolongar demasiado este encuentro. Termino renovando mi gran confianza en vosotros, y exhortándoos a poner la confianza en Aquel que "cuenta el número de las estrellas, a cada uno llama por su hombre" (Ps 147 [146], 4), y que ha pronunciado vuestro nombre, llamándoos desde el seno materno (cf. Is Is 49 Is Is 1). Nuestra confianza se funda radicalmente en este "amor preferencial y consagrante" de Dios, que no abandona ante todo a aquellos que, llamados a participar en el sacerdocio de su Hijo, se dirigen a El con confianza. Precisamente por esto San Pablo nos recuerda que en todas las tribulaciones "vencemos por Aquel que nos amó" (Rm 8,37). Termino con la exhortación del autor de la Epístola a los Hebreos: "No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa" (He 10,35-36).

Bajo la mirada de María, Madre de los sacerdotes y de los religiosos, tan venerada en Terni como Madre de la Misericordia, continuad vuestro camino con nuevo entusiasmo, y os acompañe mi bendición apostólica.





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A LOS ENFERMOS Y A LAS RELIGIOSAS


Catedral de Terni

Jueves 19 de marzo de 1981



Hermanos y hermanas queridísimos:

122 1. Con profunda intensidad de sentimientos os saludo a todos los que lleváis en el espíritu y en el cuerpo el peso y el signo doloroso de la cruz de Cristo y que, con vuestro sufrimiento humano, estáis muy especialmente unidos e insertados en el misterio pascual.

Estoy aquí con vosotros, queridísimos, para deciros que me une una espiritual unión a cada persona que sufre; o que está inmovilizada y clavada en un lecho; o en una silla; o que, a causa de la propia pena o inhabilidad, se considera ya inútil; o que a veces experimenta, como Cristo en Getsemaní, "miedo y angustia" (cf. Mc
Mc 14,33).

Siento sinceramente que mis palabras son insuficientes e inadecuadas para expresaros mi coparticipación sincera, mi compasión humana. Sin embargo, juntos, vosotros y yo creemos firmemente, a la luz de la Palabra de Dios, que existe una dimensión, incontrolable, tanto por los sentidos como por la simple razón humana, en la que vuestro sufrimiento y el de todos los hombres adquiere un significado profundo y se transforma de debilidad en fuerza, de pobreza en riqueza, cuando está iluminado por la cruz de Jesús. "Eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes... para que nadie pueda gloriarse ante Dios" (1Co 1,27 1Co 1,29). Como el Padre celestial eligió para la salvación de los hombres la cruz, signo de ignominia y debilidad, así ha elegido vuestra enfermedad, para que esta cruz, colocada sobre vuestros hombros y grabada en vuestro cuerpo, se convierta —juntamente con la de Jesús— en instrumento y signo de salvación para vosotros, que la lleváis en la fe y en la esperanza cristiana, y para todos los demás hombres necesitados de salvación. Por lo tanto, podréis decir verdaderamente con San Pablo: "Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las enfermedades... por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (2Co 12,9-10).

2. Os pido, por tanto, hermanos y hermanas aquí presentes, como también a todos los que en Terni sufren en las salas de los hospitales o en sus casas, que os insertéis con fe en el misterio de la cruz de Cristo, ofreciéndole vuestro dolor humano, para que El, uniéndolo al suyo, lo ofrezca al Padre en oblación pura. Con el sufrimiento y con la oración podéis hacer un bien inmenso en favor de la Iglesia y de la humanidad.

Los Santos, los cristianos auténticos, iluminados por la gracia del Espíritu, han intuido el significado y la fecundidad de sus dolores.

En esta catedral hay una tumba, en la que se lee esta sencilla y conmovedora inscripción: "Giunio Tinarelli testigo de fe y de amor en el sufrimiento". Sabéis quién fue Giunio Tinarelli: un paisano vuestro nacido en 1912; por lo tanto, contemporáneo vuestro. A los 12 años, para ganarse el pan, comenzó a trabajar, primero en la Tipografía Alterocca y después en los establecimientos de los Altos Hornos de Terni. Pero muy joven le sorprendió una terrible enfermedad, que lo inmovilizó durante 18 años, hasta la muerte, acaecida en 1956, a los 44 años. En esa inmovilidad, en ese sufrimiento, ¡cuánta fe, cuánto amor comunicó vuestro Giunio a los que iban a visitarlo, no ya para confortarlo o consolarlo, sino para recibir de él consuelo y confortación!

Al recordar a este cristiano ejemplar, os pido que oréis y que ofrezcáis vuestros sufrimientos por la humanidad, por la Iglesia, y también por mí, para que mi universal servicio pastoral se realice siempre según la voluntad de Dios. Y en nombre de la humanidad, de la Iglesia y mío, os digo: "¡Gracias!". Que el Señor, rico en misericordia, os dé a todos la paz y el gozo interior y recompense con su gracia también a quienes con generoso desinterés cuidan amorosamente de vosotros: a vuestros familiares, a los amigos, a los enfermeros, sacerdotes, religiosas.

.Aprovecho la presencia de los médicos de Terni para agradecerles su solicitud por los enfermos de la provincia. Lo mismo hago con los enfermeros; a todos doy las gracias en el nombre de Cristo, que, tanto ha estimado y ensalzado cualquier ayuda ofrecida al que sufre. Una vez más doy las gracias a todos vosotros, hermanos y hermanas.

Deseo también dirigir mi cordial y afectuoso saludo a todas las religiosas de Terni, reunidas en esta catedral para el encuentro de hoy, que quiere ser una mutua edificación del espíritu.

Queridísimas hermanas en Cristo: cuando sentisteis en vuestro corazón, por caminos inescrutables, la invitación a seguir la "vocación", respondisteis generosamente con las palabras de la Virgen Santísima: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).

Tened siempre presente que la "vocación religiosa" es un tesoro peculiar de la Iglesia y que vuestra presencia en el ámbito del Pueblo de Dios debe ser para todos un signo visible del Evangelio. Vuestro apostolado, tan vario, tan múltiple, tan fecundo en bien, es un signo continuo de la perenne vitalidad del Cuerpo místico de Cristo, al que vosotras traéis —con vuestra entrega generosa, con vuestro ocultamiento admirable— esa sensibilidad especial de madres y de hermanas en el espíritu.

123 Quiero repetiros hoy lo que dije a las religiosas en mi peregrinación apostólica a México: "Es la vuestra una vocación que merece la máxima estima por parte del Papa y de la Iglesia, ayer como hoy. Por eso quiero expresar mi gozosa confianza en vosotras y alentaros a no desmayar en el camino emprendido, que vale la pena proseguir con renovado espíritu y entusiasmo... ¡Cuánto podéis hacer hoy por la Iglesia y por la humanidad! Ellas esperan vuestra generosa entrega, la dedicación de vuestro corazón libre, que alargue insospechadamente sus potencialidades de amor en un mundo que está perdiendo la capacidad de altruismo, de amor sacrificado y desinteresado. Recordaos, en efecto, que sois místicas esposas de Cristo, y de Cristo crucificado" (AAS 71, 1979, pág. 177).

Como María Santísima, vosotras habéis elegido a Jesús, al cual estáis unidas con los sagrados y dulces vínculos de la pobreza, de la castidad y de la obediencia. ¡Vivid en alegría serena y cumplid estos votos con generosa entrega, siempre fieles al carisma específico de vuestras congregaciones!

Sobre todos vosotros, hermanos y hermanas, invoco la abundancia de los dones del Señor y os imparto de todo corazón la bendición apostólica, signo de mi afectuosa benevolencia.






DURANTE LA REUNIÓN DE CONSEJO DE LA SECRETARÍA


GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


Sábado 21 de marzo de 1981



Hermanos queridísimos:

1. Antes de finalizar esta reunión, os doy las gracias cordialmente porque me habéis ofrecido la oportunidad de estar y dialogar con vosotros sobre ese tema importantísimo que tan atentamente fue tratado en la anterior Asamblea del Sínodo, o sea, "Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo".

En realidad, vosotros habéis testimoniado, ahora de nuevo, la gran importancia que tiene esta cuestión en la sociedad de nuestro tiempo, como entonces lo testimoniaron los mismos padres sinodales. Además, esto ha quedado confirmado por el hecho de que muchas personas siguieron con grandísimo interés en todo el orbe los trabajos del Sínodo, también por los múltiples medios de comunicación social, y porque las mismas deliberaciones del Sínodo han sido explicadas posteriormente en todas partes por los expertos.

Vosotros en esta reunión habéis examinado más profundamente las conclusiones del Sínodo, para poder captar su riquísimo contenido y, al mismo tiempo, estudiar cómo pueden aplicarse en la vida de la Iglesia. Luego, me habéis presentado los frutos de vuestras deliberaciones, por lo que os manifiesto mi gratitud y, a la vez, os aseguro que los utilizaré para hacer el documento sobre este tema, como ya anuncié el día 28 de diciembre en la alocución tenida antes del "Angelus Domini",

2. Aprovechando la oportunidad de vuestra reunión, habéis examinado los pareceres y propuestas que sobre el tema del próximo Sínodo han enviado las Conferencias Episcopales, las asambleas de obispos de rito oriental, los dicasterios de la Curia Romana y la Unión de Superiores Generales. A todos los que os han presentado esas proposiciones tan bien pensadas, y a vosotros mismos que las habéis examinado atentamente, deseo dar las más expresivas gracias.

Juzgo muy provechoso el método con el cual habéis examinado las diversas opiniones relativas al tema del próximo Sínodo, puesto que habéis adoptado como criterios de juicio, primero, la universalidad de cada cuestión, a saber, hasta qué punto interesa y afecta a toda la Iglesia; luego, su urgencia y necesidad; finalmente, su oportunidad y utilidad, tanto doctrinal como pastoral.

Por mi parte, yo deliberaré sobre lo que me habéis indicado, ya que me resultará muy útil para elegir definitivamente el tema que se ha de tratar en el próximo Sínodo.

124 3. De por sí está ya claro —y este Sínodo anterior, en el que hasta ahora habéis trabajado lo demuestra— la gran importancia y las muchas ventajas que tiene para la vida de toda la Iglesia esta institución que surgió por resolución providentísima de mi predecesor Pablo VI, secundando y llevando así a cabo los deseos del Concilio. Pues, por medio del Sínodo, los obispos de las Iglesias locales, esparcidas por el orbe, traen a Pedro las experiencias y riquezas de la vida cristiana en sus regiones; y, por medio de él, también Pedro confirma en la fe a los hermanos, y verdadera y eficazmente preside en la caridad universal.

Por lo tanto, el Sínodo viene a ser un instrumento validísimo de esa colegialidad, puesto en su justa luz por el Concilio Vaticano II. Pues, "así como, por disposición del Señor, San Pedio y los demás Apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de modo análogo se unen entre sí el Romano Pontífice, Sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles" (Lumen gentium
LG 22).

Tratando, pues, de todas formas, de utilizar la ayuda, consejos y deseos de todo el Episcopado católico para cumplir mi ministerio, pienso gozosamente que cumplo la voluntad de mi predecesor Pablo VI, el cual quiso que, por medio del Sínodo de los Obispos, se diese a éstos la facilidad "de participar más abundante y eficazmente en nuestras preocupaciones por la Iglesia universal" (Motu proprio Apostólica sollicitudo: AAS 57, 1965, pág. 776).

Por lo tanto, comparto la opinión de Pablo VI según la cual, si "esto cede en provecho de nuestro oficio primacial que para bien y servicio de la Iglesia universal Cristo ha asignado al Apóstol Pedro y, después de él, a sus legítimos Sucesores en esta Sede Romana, cede no menos en honor del Colegio Episcopal, que, de este modo, queda asociado, en cierta medida, con el Romano Pontífice en el cuidado de la Iglesia universal" (Insegnamenti di Paolo VI, V, 1967, pág. 468).

Así, pues, mientras deseo y pido encarecidamente que el Sínodo de los Obispos prosiga cumpliendo siempre mejor y más plenamente su misión, y que cada vez sea mayor esta recíproca obra de colaboración entre la principal Sede de la Iglesia y las Iglesias particulares, os imparto gustosamente y de corazón a cada uno la bendición apostólica.






A LOS ALUMNOS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA ECLESIÁSTICA


Lunes 23 de marzo de 1981



Queridísimos sacerdotes alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica:

He acogido gustosamente el deseo que me ha expresado vuestro querido presidente, mons. Cesare Zacchi, de tener un encuentro con vosotros, en este momento, poco después de los ejercicios espirituales que habéis hecho en Asís, y que precede al destino de algunos de vosotros al servicio de las Representaciones Pontificias.

Ante todo, quisiera daros las gracias por la felicitación que me habéis enviado desde Asís. Cada firma que vi en aquella carta toma ahora la forma de un rostro, al que me agrada dirigirme para un diálogo que quisiera sencillo, pero también significativo.

La referencia a San Francisco pienso que no ha estado sugerida por circunstancias casuales, sino que más bien procede de una intención profunda y de la búsqueda de una inspiración para vuestra vocación. En efecto, San Francisco es un ejemplo luminoso también para el ministerio que estáis llamados a desarrollar y ayuda eficazmente a comprender su verdadero sentido y su genuino espíritu. Su deseo de ser hombre evangélico, su identificación con Cristo, su amor apasionado, sin reservas y sin críticas a la Iglesia, en el testimonio de una pobreza radical, en la mansedumbre como hombre de la fraternidad universal y de la paz, ¿no son éstas actitudes y valores congeniales con la naturaleza y con la misión del Representante Pontificio?

En este espíritu trata de formaros la Pontificia Academia Eclesiástica, que celebra este año su 280 aniversario. Esta, que tiene una gran tradición y hoy también una calificada función, ha estado sometida, en el curso de los años, a diversas reformas con el fin de responder a las exigencias de un idóneo servicio eclesial. Más recientemente se ha renovado en el contexto de la eclesiología del Concilio Vaticano II y del nuevo estilo de relaciones entre la Sede Apostólica y las Iglesias locales. La universalidad que tan bien se refleja en vuestra proveniencia, está acompañada por otras notas fundamentales que deben caracterizar a la Academia Eclesiástica. Quisiera indicaros algunas de ellas.

125 La Academia debe ser ante todo un lugar de maduración espiritual y un cenáculo de oración. Si el ejercicio de cada uno de los ministerios sacerdotales exige una profunda vida espiritual, quisiera decir que la misión que estáis llamados a desarrollar comporta situaciones tan peculiares y, a veces, arduas, de vida y de acción, en las cuales, si llegase a faltar la fuente de una espiritualidad intensa, se correría el peligro de privarse de linfa vital y de ideales. El tiempo que pasáis en este Instituto debe ser, por tanto, tiempo de recogimiento y de profundidad; tiempo no sólo de entrenamiento en la ascesis, sino también de entrenamiento perseverante en esas virtudes que formarán mañana el apoyo sólido y seguro de vuestra misión.

2. La Pontificia Academia Eclesiástica debe ser, además, un lugar de asidua preparación cultural, un cenáculo de estudio. El servicio a la Santa Sede, participando de la "sollicitudo omnium Ecclesiarum", lleva consigo graves exigencias y requiere competencia que no se puede improvisar.

Deseo de corazón que sepáis aprovechar este precioso período para vuestra formación, de modo que mañana podáis estar a la altura de la misión que se os ha confiado. Y deseo, además, que os acompañe toda la vida un empeño serio de estudio.

3. En tercer lugar, la Pontificia Academia Eclesiástica debe ser un lugar de maduración del sentido pastoral. Al Representante Pontificio se le exige hoy una sensibilidad exquisita para tratar con los Pastores a quienes el Espíritu Santo ha puesto para regir las varias Iglesias locales, y un espíritu pronto para captar e interpretar las situaciones y los problemas pastorales. Esta es una "forma mentís" que debéis adquirir y desarrollar para haceros idóneos en el servicio de comunión eclesial entre las Iglesias locales y la Sede de Pedro.

Doy las gracias cordialmente a vuestro excelentísimo presidente, que se dedica con entusiasmo y abnegación a vuestra formación, y agradezco también a los profesores la obra que realizan. A los alumnos que terminarán próximamente los cursos, les deseo que emprendan su ministerio con generosa disponibilidad y con serena confianza en la protección de la Virgen Santísima. Y bendigo a todos de corazón en el nombre del Señor.





VISITA AL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO


Festividad de la Anunciación

Miércoles 25 de marzo de 1981



Nos encontramos en el día solemne de la Anunciación. Anunciación quiere decir vocación; en efecto, es éste el día en que se reveló a la Virgen de Nazaret su vocación única, el día en que la Virgen dio una respuesta escueta después de conocer su vocación: He aquí la esclava del Señor. El misterio de la Anunciación tiene continuidad propia; aun siendo único, siempre tiene analogías en la vida de la Iglesia, porque la vida de la Iglesia se realiza a través de las vocaciones, de diferentes vocaciones. La vida cristiana es una vocación, y en la vida cristiana hay distintas vocaciones; hay también una vocación sacerdotal que puede parangonarse especialmente con la vocación de la Virgen de Nazaret. Existe también la vocación religiosa con la que se puede hacer el mismo parangón. Así podemos decir que el seminario es un ambiente donde el misterio de la Anunciación se va repitiendo en la vida de la Iglesia con intensidad especial: es la casa de la Anunciación. Aquí vienen los que ya han recibido su anunciación, los que ya han conocido la voluntad de Dios y han dado la primera respuesta: Heme aquí, soy el siervo del Señor. Y vienen aquí porque en el seminario debe madurar su respuesta, aquí debe arraigarse más, aquí deben identificarse más con ella; quien ha recibido la vocación, debe identificarse cada vez más con esta vocación. Es ésta la finalidad fundamental del seminario.

Por ello debe celebrarse el día de la Anunciación en los seminarios, en el Seminario Romano de modo especial. Yo personalmente estoy agradecido de haber podido tomar parte en esta conmemoración de la solemnidad de la Anunciación en nuestro Seminario Romano. Estoy agradecido a la Providencia, a la Virgen y también a vosotros que me habéis invitado a esta celebración de una solemnidad mariana tan cercana al seminario, a su naturaleza misma, a su honda finalidad. Os deseo, queridísimos, que vuestra ruta, vuestro camino vocacional sea siempre semejante a este breve camino de la Anunciación. Os deseo que la Virgen os ayude a imitar su sensibilidad interior a la Palabra de Dios y su respuesta única, sencilla y decisiva: He aquí la esclava del Señor.





JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 25 de marzo de 1981



(La audiencia general del miércoles 25 de marzo se desarrolló en dos fases: la primera, reservada a más de seis mil jóvenes de diversas diócesis italianas, se celebró en la basílica de San Pedro. La segunda fase tuvo lugar en la Sala Pablo VI)


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