Discursos 1981 134

SALUDO DE JUAN PABLO II


A ALGUNOS GRUPOS DE RELIGIOSAS


21 de noviembre de 1981



Me alegro de poder encontrar también, durante mi visita a esta casa, a los miembros del Capítulo General de las Religiosas Carmelitas de la Caridad.

Sé que estáis trabajando, queridas hermanas, en la última revisión de las Constituciones, que habrán de ser aprobadas por la Santa Sede, y en la elaboración de las líneas programáticas para los próximos años.

No dudo que querréis llevar a cabo este esfuerzo en plena fidelidad a las claras normas que os dejó vuestra Fundadora Santa Joaquina Vedruna y a los documentos del Concilio Vaticano II y de la Sede Apostólica sobre la vida religiosa. A este propósito deseo insistiros en buscar en profundidad vuestra identidad propia como almas consagradas a Dios y a la Iglesia, como seguidoras ante todo del ejemplo de Cristo pobre, casto y obediente. Este debe ser vuestro punto de partida, que inspire toda vuestra actuación, individualmente y como miembros de un Instituto apostólico.

Y para que vuestras tareas de educación cristiana – una función que no ha perdido actualidad en el mundo de hoy – y de ayuda al enfermo o necesitado tengan sólido fundamento y garantía de eficacia perdurable, llenaos en la oración personal y comunitaria de los criterios del Evangelio, que por encima de criterios humanos o sociológicos, os configuren interior y exteriormente. Así os necesita la Iglesia y el mundo actual: portadoras de valores y motivaciones superiores, eternas.

En ese compromiso eclesial, sabed que os acompañará mi oración, mi afectuoso aliento y mi cordial Bendición.

Saludo también con afecto a las Hermanas Guadalupanas de la Salle aquí presentes. Os aliento a proseguir en vuestra vida consagrada y doy a vosotras y a los miembros de vuestro Instituto mi especial Bendición.



I greet most cordially the Missionary Sisters of the Immaculate Heart of Mary who are present.

135 You represent a numerous congregation, which has done much to bring the Good News of Jesus to those who have not heard it. May it long continue by word and action to proclaim that Gospel in its purity and splendour, so that the words of Scripture may truly be applied to all its members: “How beautiful are the feet of those who preach good news!”. I ask God to assist you always and to guide and inspire you in serving our Lord Jesus Christ zealously and well. In his name I bless you all.









                                                                                  Diciembre de 1981




A JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ DE TOLEDO


EMBAJADOR DE ARGENTINA ANTE LA SANTA SEDE*


Domingo, 5 de diciembre de 1981

: Señor Embajador,

Sean mis primeras palabras para dar la más cordial bienvenida a Vuestra Excelencia, que en este acto me entrega de manera oficial sus Cartas credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina ante la Santa Sede.

Permítame ahora que ante Vuestra Excelencia, en cuanto representante de tan noble País, deje constancia de mis sentimientos paternos hacia los amadísimos hijos argentinos, cuyas muestras de afecto y de religiosa cercanía he podido apreciar desde el comienzo de mi servicio pastoral a la Iglesia universal y, sobre todo, con motivo del atentado que sufrí en el pasado mes de mayo.

Es ésta una razón más para congratularme con Usted, porque asume la alta misión de representar aquí a un pueblo, cuya configuración a lo largo de su historia en su vida interna y en el concierto mundial se ha ido asentando sobre un sólido substrato de tradiciones culturales, morales y espirituales que, enraizadas en la fe cristiana, ennoblecen a sus gentes: esas mismas tradiciones que, vivas aún, porque son ya patrimonio de la comunidad nacional, además de dar un amplio respiro y confianza a su quehacer diario en las dificultades del presente, ofrecen buenas y fundadas esperanzas para nuevas perspectivas de progreso ordenado y pacífico en el futuro.

En efecto, hoy más que nunca se tiene conciencia de que las tareas en favor de la paz y del progreso – esas dos demandas tan persistentes y agobiantes para el espíritu humano en nuestro tiempo – adquieren credibilidad y vigencia en el ámbito propio, cuando logran de veras atraer los ánimos y suscitar una aplicación aunada de las voluntades, porque tienen como pauta y como objetivo principal colmar las legítimas exigencias y aspiraciones de la persona, en orden a su completo desarrollo en el contexto social.

La presencia de la Iglesia en la República Argentina habla por sí misma en favor de esta tarea de animación, a la que ha ofrecido todos sus recursos morales y espirituales, y la acción de sus hijos.

En el ejercicio de la misión recibida de Cristo, la preocupación por la elevación integral del hombre ha sido una constante. De ahí que sus desvelos se desplieguen sobre todo en el terreno espiritual y moral, para así traslucirse mejor en los campos de la educación, de la cultura, del trabajo, de la asistencia y del apostolado social; al hacer esto, persigue no sólo guiar al hombre hacia la responsable actuación en su existencia personal, sino también alentarlo hacia una convivencia fructuosa, dentro de la cual sienta los beneficios de ser solidario y partícipe con los demás en los proyectos de la vida comunitaria.

En este sentido, la Iglesia en Argentina ha tratado, dentro de lo posible y en el ámbito de su competencia, de examinar a la luz del Evangelio la realidad toda de la vida comunitaria y dar orientaciones prácticas que sustentaran una colaboración al bien común y favorecieran la aplicación y el respeto de los derechos de cada persona, poniendo en guardia contra la violación de los mismos. En ese espíritu, los Obispos argentinos han emanado, en el mes de julio pasado, un documento sobre Iglesia y Comunidad Nacional, que quiere ser y será ciertamente una ayuda al reforzamiento de los espíritus y un servicio a la deseada implantación de las instituciones democráticas, a las que Vuestra Excelencia acaba de aludir. En esa misma línea se ha inspirado en su tarea de aliviar ciertas heridas que el cuerpo de la Nación siente todavía dolorosamente.

136 A la tarea de mutuo entendimiento a nivel internacional, se ha sumado esta Sede Apostólica, para tratar de favorecer la solución del diferendo sobre la zona austral. Tomo nota con agrado de las palabras pronunciadas por Vuestra Excelencia, que ponen de manifiesto una gran confianza en la obra mediadora que he asumido, encaminada a establecer, una vez superadas las dificultades, una estrecha y cordial colaboración entre la Nación Argentina y la nación hermana, Chile.

A este respecto quiero expresar aquí mi sentido deseo de que, gracias a la buena voluntad de todos – de las autoridades y del pueblo argentinos – las negociaciones puedan avanzar sin demora y se responda así a los intereses y esperanzas de ambas Naciones, que anhelan la conclusión feliz del problema en cuestión: va en ello la paz y la concordia, en pro del verdadero bien de los dos pueblos. Esa conclusión feliz, a la que todos aspiramos, comportará necesariamente efectos saludables para las relaciones bilaterales y también, en un círculo más amplio, para las relaciones internacionales.

Señor Embajador: Con mis mejores votos por un acertado éxito en la misión que le ha confiado su Gobierno, me es grato asegurarle también, junto con mi benévolo apoyo en ese cometido, un recuerdo particular en las oraciones por Vuestra Excelencia, por su familia y por toda la querida Nación Argentina.

*AAS 74 (1982), p. 223-225.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp.829-831.

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 696-698.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.50 p.11.






A ERNESTO RUIZ RADA


EMBAJADOR DE BOLIVIA ANTE LA SANTA SEDE*


7 de diciembre de 1981



Señor Embajador,

En este acto de presentación oficial de sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Bolivia ante la Santa Sede, deseo que mis primeras palabras sean de deferente saludo y bienvenida.

He escuchado con ánimo reconocido sus expresiones de congratulación por la recuperación total de mi salud y por la vuelta a mi servicio pastoral en la Sede de Pedro, así como las nobles palabras con las que cobran renovada vida los sentimientos de admiración y gratitud de Vuestra Excelencia por la labor evangelizadora de la Iglesia en tierras bolivianas. En efecto, desde los albores de vuestra historia patria hasta nuestros días, se han ido delineando, paulatinamente y sin rupturas, algunos de los elementos más determinantes de vuestro rico patrimonio individual, familiar y social: un sentido profundamente religioso de la vida, una estima creciente de los valores inalienables de la familia y la práctica de las normas de un código superior de conducta moral. Esto ha hecho de vuestro Pueblo y de sus habitantes, aun en las situaciones más difíciles, una comunidad seriamente preocupada por el mantenimiento de los genuinos valores humanos y cristianos.

137 Al acercarse la humanidad al último periodo del siglo XX, el hombre se hace cada vez más consciente de la necesidad de vivir con creciente intensidad los principios éticos y espirituales, base para una convivencia pacífica y un desarrollo verdaderamente humano. Esos principios ayudarán a fomentar el desarrollo integral de las personas y de toda la sociedad, unida en un espíritu solidario que pueda conducir a implantar además la verdadera paz, basada en el respeto y garantía de los derechos individuales y colectivos. Para conseguir esta esperanzadora meta hay que saber discernir las diversas exigencias de la justicia y el amor, testimoniados tan admirablemente por Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.

La Iglesia Católica, ayer como hoy, fiel a su misión de llevar el mensaje de salvación a todos los pueblos, sigue iluminando, alentando y defendiendo los derechos de la persona humana, sobre todo de los que no pueden defenderse. En efecto, como afirma el Concilio Vaticano: “ La Iglesia, persiguiendo su finalidad salvífica, no sólo otorga al hombre la participación en la vida divina, sino que refleja en cierto modo su luz sobre el mundo universo, precisamente porque sana y eleva la dignidad de la persona humana, afianza la consistencia de la sociedad e impregna la actividad cotidiana del hombre de un sentido y significado más profundo. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder contribuir mucho a la humanización de la familia humana y toda su historia ”.

Por parte mía aliento al Pueblo de Bolivia y a sus Responsables a no olvidar la valiosa herencia humana, religiosa y cultural recibida y ser capaz de incrementarla y transmitirla a las generaciones futuras; a trabajar ilusionado por mantener, como ideal prioritario, el respeto mutuo, para vivir en un clima de paz solidaria; a tender la mano a los hermanos necesitados y, de modo especial, a los grupos socialmente marginados, cooperando con los demás países en la labor de humanizar al hombre y de hacerle respetar, en el ámbito privado y público y a todos los niveles, las normas de un bien entendido código de moralidad.

Señor Embajador, al concluir este encuentro, le ruego haga llegar mi atento saludo al Señor Presidente de la República, a las Autoridades y a todos los queridos hijos de Bolivia.

A todos encomiendo al Señor, mientras pido de modo particular por Vuestra Excelencia, para que, con la ayuda divina y bajo el amparo maternal de Nuestra Señora de Copacabana, cumpla con acierto la misión que le ha sido confiada ante esta Sede Apostólica.

*AAS 74 (1982), p. 231-233.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp.852-854.

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 705-706.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1982 n.1 p.10.






A ALEJANDRO BANEGAS


EMBAJADOR DE HONDURAS ANTE LA SANTA SEDE*


12 de diciembre de 1981

: Señor Embajador,

138 Las palabras que Vuestra Excelencia me ha dirigido al presentar las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Honduras ante la Santa Sede, me han sido particularmente gratas porque me hacen sentir la adhesión de todos los amadísimos hijos hondureños.

Al agradecerle, Señor Embajador, la expresión de estos sentimientos, así como el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, le doy mi más cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi apoyo para la importante misión que le ha sido confiada.

Vuestra Excelencia ha hecho alusión a los esfuerzos realizados por esta Sede Apostólica en favor de la paz, de la armonía y mayor colaboración entre los pueblos. Ante todo, es necesario tener presente que la paz es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia, han de llevar a cabo.

Nos ha tocado vivir en una época en la que se siente, en muchas partes y a diferentes niveles, un hambre profunda de paz, la cual “ no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea, entre los hombres, de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad, en orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar ”.

La paz debe realizarse en la verdad; debe construirse sobre la justicia; debe estar animada por el amor; debe propagarse en la libertad. Sólo en la libertad – ese gran valor de cada persona, de cada pueblo y de toda la humanidad – es posible crear un clima de entendimiento y convivencia necesarios para que la noble Nación hondureña siga construyendo su presente y su futuro históricos.

La Iglesia en Honduras, guiada por sus Pastores, también quiere colaborar generosamente en esta tarea; y lo hará cada día más con planes modernos de evangelización, obras de caridad y de apostolado. Pero esta acción no será posible si las diferentes instancias responsables de la sociedad no hacen viable el ejercicio de la verdadera libertad en todas sus manifestaciones. Deben intentar garantizar a cada hombre y a cada mujer la posibilidad de realizar plenamente su potencial humano. Deben reconocerles un espacio autónomo, jurídicamente protegido, para que todo ser humano pueda vivir, solo o colectivamente, según las exigencias de su conciencia.

La Iglesia no pretende monopolizar ninguna intervención en la sociedad, ya que, en armonía y mutuo respeto con los que dirigen los destinos de cada nación, ella sólo quiere servir la gran causa del hombre, especialmente del más pobre y necesitado. Sólo así es posible elevar la dignidad de cada ciudadano y edificar el tan deseado bien común para todos.

Ante las nobles esperanzas que el Gobierno de su País pone en la misión del Sucesor de Pedro, esta Sede Apostólica, – como ya tuve ocasión de decir en la XXXIV Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (2 de octubre de 1979) – proclama que “ la razón de ser de toda política es el servicio al hombre, es la asunción, llena de solicitud y responsabilidad, de los problemas y tareas esenciales de su existencia terrena, en su dimensión y alcance social ”. Pero todo eso no es posible llevarlo a término si no se reconoce la primacía de los valores espirituales, con la cual se logra que el desarrollo material, técnico y cultural esté al servicio de lo que constituye al hombre, es decir, que le permita el pleno acceso a la verdad, al desarrollo moral, a la total posibilidad de gozar los bienes de la cultura heredados y a multiplicarlos mediante la creatividad.
Estos bienes y valores han de hallar su justa expresión en el ámbito de la familia. A ese respecto conozco la viva preocupación de la Iglesia hondureña por defender ese importantísimo sector de la sociedad, que merece todo apoyo y tutela. Solamente con el renacimiento espiritual, fruto de un delicado empeño de todos, se afianzará la civilización cristiana, la que con particular afecto mi Predecesor Pablo VI solía llamar “ la civilización del amor ”.

Al renovarle, Señor Embajador, mi benevolencia para el cumplimiento de su misión, invoco sobre Vuestra Excelencia, sobre las Autoridades que han tenido a bien confiársela y sobre todos los amadísimos hijos de Honduras, abundantes y escogidas gracias divinas.

*AAS 74 (1982), p. 275-277.

139 Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp. 916-918.

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 723-724.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1982 n.2 p.9.






A LOS OBISPOS DE GALICIA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


14 de diciembre de 1981



Queridos Hermanos en el Episcopado de la Provincia eclesiástica Compostelana,

1. Después de haberme entretenido con cada uno de vosotros individualmente, acerca de los problemas de vuestras respectivas diócesis, me alegro de poder daros la bienvenida a este encuentro que reúne conmigo a los Pastores de las cinco circunscripciones eclesiales de Galicia.

Es un momento de comunión, de profundo significado eclesial, entre el Sucesor de Pedro, a quien venís a ver, y los Hermanos que, unidos a él y bajo su guía, tenéis la responsabilidad inmediata del gobierno y santificación en vuestras Iglesias particulares. Por ello también cada uno de los miembros de vuestra diócesis: sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y seglares está presente en esta caridad mutua que nos une y que es a la vez un acto de fe en el Espíritu de Jesús. El nos preside y congrega en esa realidad misteriosa de la comunión con el Padre.

2. Siendo los Pastores de esas tierras que miran como centro espiritual a Compostela, tenéis una vinculación muy particular con el Apóstol Santiago, el primero de los Apóstoles que derramó su sangre en aras a su fidelidad a Jesucristo. El es vuestro padre en la fe, el abogado y protector de vuestras gentes, el patrono de España, que contribuyó de manera determinante a construir su historia y a mantenerla unida por los vínculos de una misma fe que profesan todos los pueblos y regiones de vuestra Patria.

Al hacer la visita ad limina, venís a venerar también las tumbas de los Apóstoles que trajeron la fe a esta Iglesia de Roma que preside en la caridad. Queréis con ello estrechar cada vez más los lazos con toda la Iglesia de Cristo, aquí junto al sepulcro de Pedro, a quien el Maestro constituyó como el fundamento eclesial, confiándole asimismo las llaves del reino de los cielos, como Pastor de todo el Pueblo de Dios. Me alegra que esta vuestra venida a Roma se realice en vísperas de la apertura del Año Santo Jacobeo 1982, cuyo profundo significado eclesial bien conozco. No sólo porque los antiguos caminos de Santiago fueron el cauce ordinario – junto con Roma y Tierra Santa – de las muchedumbres de peregrinos europeos de toda edad y condición, que en el medioevo caminaron hacia el Apóstol y en los que surgió precisamente, después de San Benito, la conciencia de Europa; sino porque siguen siendo también hoy – como lo demostró el último Año Santo de 1976 – un acontecimiento religioso de honda raigambre popular.

Será necesario que no dejéis pasar esa buena oportunidad pastoral, para que sea un año de intensa evangelización y renovación de la vida de fe en vuestras comunidades eclesiales. Así como en los tantos peregrinos que se acercarán hacia el Apóstol.

3. Sé que para dar un nuevo impulso a la vida eclesial en vuestras diócesis, los Obispos – junto con los presbíteros, religiosos y seglares – celebrasteis en los años de 1974 a 1979 el Concilio Pastoral de Galicia. Era vuestro intento infundir un nuevo aliento en vuestras comunidades, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. Para ello os ocupasteis de temas tan importantes como el ministerio de la palabra; el seglar en la Iglesia y en la construcción cristiana del mundo; la liturgia renovada en la pastoral de la Iglesia; sacerdotes, religiosos, y pastoral vocacional en Galicia; la promoción de la justicia y de las obras de caridad.

140 4. Permitidme que de entre todos estos temas os subraye particularmente la importancia de la catequesis en las parroquias, tradicionalmente atendida con verdadero celo en vuestras diócesis.

Porque, si bien es verdad que se puede y debe catequizar en todas partes, también en familia, en las escuelas y colegios, “ la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado ”. Para ello, toda parroquia, grande o pequeña, “ tiene el grave deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética – sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares – de proveer el equipamiento necesario para una catequesis en todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la medida en que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial ”.

Es una obra que conserva en nuestros días toda su importancia y urgencia, para edificar cada vez más sólidamente la fe del pueblo y orientarlo progresivamente hacia la plenitud de la vida en Cristo.
De ahí surgirán los seglares que, fieles a su vocación propia, compartan la realidad del mundo, inyectando en ella una orientación de fe, hecha testimonia en la vida privada y pública; esos seglares que sean protagonistas inmediatos de la renovación de los hombres y de las cosas y que, con su presencia activa en cuanto creyentes, trabajen en la progresiva consagración del mundo a Dios.

5. Es obvio, por otra parte, que esta tarea de catequesis de formación y animación cristiana de los seglares en el apostolado, reclama con urgencia nuevas y suficientes vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Sé que este problema os preocupa hondamente y que os esforzáis por darle solución adecuada. Os alabo y aliento a no ahorrar esfuerzos en ese campo. Inculcad esa intención en vuestros sacerdotes y en las almas consagradas, para que siembren generosamente la buena semilla y pidan al Dueño de la mies que envíe nuevos obreros a su mies. Se trata de un problema de capital importancia para la Iglesia y que debe ser considerado como absolutamente prioritario.

No hay que desconocer las dificultades existentes para hacer llegar a los jóvenes la invitación de la Iglesia. Pero ello no debe paralizar vuestro entusiasmo e iniciativas. También la juventud de nuestro tiempo siente la atracción hacia las cosas arduas, hacia los ideales grandes. No se ha agotado la generosidad en la juventud. Pero quiere que se le propongan metas que vale la pena alcanzar; no ideales recortados en los que no puede reconocerse.

Por esto mismo no hay que ilusionarse con perspectivas de un sacerdocio menos exigente en sacrificio y denuncia o desligado de la obligación del celibato eclesiástico, como si ello pudiera aumentar el número de los fieles seguidores de Cristo.

6. Para que estos objetivos sean realizables, atended con todo esmero vuestros seminarios y procurad que sean verdaderamente tales. Ayudad siempre a vuestros sacerdotes, para que vivan su ideal y misión con profundo espíritu de fe y alegre entrega. Cuidad la familia cristiana, para que tome en serio su responsabilidad en el campo de las vocaciones a la vida consagrada a la causa de Cristo y del Evangelio. Que los confesores y directores de almas de ambos cleros estén siempre atentos a la voz de Dios, que llama en todas las edades, a quien quiere cuando quiere y como quiere.

7. No desconozco que vuestras diócesis están formadas sobre todo por hombres y mujeres que viven del campo y del mar. Y que muchos de ellos se ven obligados a salir fuera para mantenerse dignamente y ganar cuanto es necesario para su familia. Todo ello plantea problemas serios desde el punto de vista humano y pastoral.

En efecto, la emigración supone una pérdida para el país o lugar que se abandona, produce un vacío difícil de llenar, obliga a los esposos y esposas a una separación forzosa que pone a veces en peligro la estabilidad y cohesión de la familia, y con frecuencia los coloca frente a situaciones de injusticia e indefensa.

Poned pues todo el empeño en promover la dignidad de todo trabajo, y en particular del trabajo agrícola y del mar. Estad cercanos a las familias emigrantes, formadlas bien en sus comunidades de origen, para que puedan afrontar convenientemente las nuevas circunstancias de vida. Estableced contactos con los pastores de las comunidades que las acoge, para que no se sientan desarraigadas. Es un campo muy importante y en el que son posibles muy diversas iniciativas, que vuestro celo pastoral os dictará.

141 8. Llevaos finalmente, queridos Hermanos, mi palabra de aliento. Os doy gracias en nombre de la Iglesia por vuestra entrega y por los sacrificios que ofrecéis en el cumplimiento de vuestra tarea de Pastores. No desfallezcáis en ella. Y extended esa misma gratitud a todos vuestros colaboradores en la misión de predicación y testimonio del Evangelio. Pido que el Señor os sostenga a todos con su gracia y corrobore vuestra fidelidad a la Iglesia de Cristo. María Santísima, Madre de Jesús y nuestra, os ayude siempre. Y sea prenda de esa constante protección divina la Bendición Apostólica que con afecto os imparto.






A MANUEL DE GUZMÁN POLANCO


EMBAJADOR DEL ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE*


17 de diciembre de 1981



Señor Embajador,

Las palabras que Vuestra Excelencia acaba de pronunciar en este acto de presentación de sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador, me son particularmente gratas, pues ellas testimonian el sincero afecto que los hijos de esa noble Nación sienten por el Sucesor de Pedro.

Al darle mi cordial bienvenida, deseo agradecerle sus expresiones de congratulación por el restablecimiento de mi salud y por el retorno a mi servicio pastoral en la Sede Apostólica. Desde ahora aseguro a Usted mi apoyo y benevolencia para que su misión sea muy fecunda.

Ha aludido Vuestra Excelencia a los esfuerzos de la Iglesia y del pueblo fiel ecuatoriano por conservar e incrementar los valores cristianos, recibidos como valioso legado de vuestros antepasados, y que están a la base de una convivencia justa, estable y pacífica entre las personas, los grupos sociales y las naciones. Se ha referido asimismo a la supremacía de los principios que atañen a la persona humana, entre ellos el derecho al trabajo.

En efecto, el ser humano siente la obligación irrenunciable de trabajar y de procurar a la vez que todos cumplan el mandato divino “ con el sudor de tu rostro comerás el pan ”.

Por ello, los hombres, de manera especial los unidos por vínculos de una misma sangre, raza, historia, cultura y fe religiosa, deben esforzarse además por tratar de resolver solidariamente el gravísimo problema del desempleo que afecta a tantas personas y pueblos, que viven la trágica realidad, sin responsabilidad alguna por parte de ellos, de convertirse en unos “ marginados ”.

De modo especial, los dirigentes de la vida pública de las Naciones no pueden olvidar que todo hombre, independientemente de su color y clase social, siente el impulso de realizarse como ser humano. Por esto dije, refiriéndome al trabajo, que: “Es un bien del hombre – es un bien de su humanidad –, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido se hace más hombre”. De esta forma contribuye también a dar gloria al Creador.

La Iglesia, fiel a su irrenunciable misión, considera obligación suya recordar a los responsables de la vida socio-económica que deben estar muy atentos a las exigencias del ser humano y a sus necesidades vitales. No hay que olvidar que cada hombre es un hermano para el hombre. Esta actitud eclesial de interesarse por el ser humano es una consecuencia de la fidelidad a las enseñanzas de Jesús de Nazaret, que conlleva implícitamente la primacía del amor recíproco, ayudando a todos los seres humanos a que interpreten rectamente el papel existencial que Dios les ha confiado en cuanto verdaderos protagonistas de la historia.

Al concluir este encuentro, me es grato renovarle, Señor Embajador, mis mejores votos por el feliz cumplimiento de su alta función, mientras desde lo íntimo de mi corazón elevo plegarias al Altísimo para que ilumine al Señor Presidente, a las Autoridades y a todos los amadísimos hijos del Ecuador en la tarea de implantar los genuinos valores de amor, justicia y paz e irradiarlos a su vez a todos los hombres de buena voluntad.

142 *AAS 74 (1982), p. 285-286.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp.1148-1149.

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 741-742.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1982 n.2 p.10.






A CARLOS DOBAL MARQUEZ


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


ANTE LA SANTA SEDE*


19 de diciembre de 1981



Señor Embajador,

Sea bienvenido a este acto con el que, al presentar las Cartas Credenciales, comienza su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede.

Le agradezco ante todo las expresiones de cordial estima dirigidas hacia esta Sede Apostólica, que demuestran la proximidad de ese pueblo que, fiel a su historia, sigue beneficiándose de un patrimonio cultural y espiritual, fruto de la secular presencia evangelizadora de la Iglesia.

La tierra dominicana, primer lugar evangelizado por los misioneros en el Continente americano, – como Vuestra Excelencia ha recordado – constituyó también la primera etapa de mi visita pastoral a Latinoamérica, al comienzo de mi ministerio de Sucesor de Pedro, y de la que conservo un profundo y muy grato recuerdo.

Quise así seguir yo también los caminos de la evangelización que la Iglesia dominicana – en continuidad con la realidad de los siglos pasados – prosigue hoy, queriendo ser intérprete de las necesidades de su pueblo, confidente de sus anhelos, especialmente de los más humildes. Sigue “ predicando el Mensaje y realizando la caridad que el Espíritu difunde en ella para la promoción integral del hombre y dando testimonio de que el Evangelio tiene fuerza para elevarlo y dignificarlo”.

Ya los primeros misioneros trataron de crear unas condiciones que hicieron posible la aceptación de la fe cristiana, que ha dado una impronta al alma latinoamericana, marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose en matiz cultural de los nuevos pueblos.

143 Hoy, en este llamado “ Continente de la esperanza ”, la Iglesia desea intensificar su tarea religiosa y humana, mediante sus instituciones de formación cristiana, de asistencia y promoción social. Con ello quiere “ contribuir a la construcción de una nueva sociedad, más justa y fraterna, clamorosa exigencia de nuestros pueblos. De tal modo, tradición y progreso, que antes parecían antagónicos en América Latina, restándose fuerzas mutuamente, hoy se conjugan buscando una nueva síntesis que aúna las posibilidades del porvenir con las energías provenientes de nuestras raíces comunes ”.

Para que esa misión evangelizadora no sufra menoscabo alguno, es lógico que la Iglesia necesita un ambiente de suficiente libertad: libertad para predicar su fe y practicarla; libertad para amar a Dios y servirle; libertad para vivir y llevar a los hombres su mensaje de vida y salvación.

Por su parte, esta Sede Apostólica alienta a los Gobernantes, para que sean promotores de concordia y paz entre los hombres. Continúa dirigiéndose a ellos con las mismas palabras del Mensaje que les dedicó el Concilio Vaticano II: “ dejadnos extender por todas partes sin trabas la buena nueva del Evangelio de la paz... Vuestros pueblos serán sus primeros beneficiarios, porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso ”.

Ante la nueva etapa que la República Dominicana quiere emprender – como Vuestra Excelencia acaba de decir – para, con libertad y paz, lograr una mayor justicia social, económica y política, los Pastores de esa Iglesia local, en comunión íntima con el Sucesor de Pedro, seguirán ofreciendo su colaboración, sus servicios, sus energías espirituales y morales.

Para que todo esto sea una pronta realidad en su País, pido al Altísimo, por la intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, que bendiga a todos y cada uno de sus hijos, al Señor Presidente de la República y Autoridades, y que haga muy fructífera la misión de Vuestra Excelencia junto a la Sede de Pedro.

*AAS 74 (1982), p. 287-288

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp.1158-1160

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 745-746.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1982 n.3 p.9.






Discursos 1981 134