Audiencias 1982 27

Miércoles 28 de abril de 1982

El celibato por el Reino de los Cielos: su significado de acto de amor esponsalicio

1. «Hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos»; así se expresa Cristo según el Evangelio de Mateo (Mt 19,12).

Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y, sobre todo, en nombre del amor hacia una persona (en efecto, el amor, por esencia, está orientado hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia «por el reino de los cielos», primero los mismos discípulos y luego toda la Tradición viva descubrirán muy pronto el amor que se refiere a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia y Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado a Sí mismo hasta el fin, en el misterio de su Pasión y en la Eucaristía. De este modo, la continencia «por el reino de los cielos», la opción por la virginidad o por el celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo, un acto de respuesta especial al amor del Esposo divino y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio, es decir, de una donación esponsalicia de sí, a fin de corresponder de modo especial al amor esponsalicio del Redentor; una donación de sí, entendida como renuncia, pero hecha sobre todo por amor.

2. Hemos sacado así toda la riqueza del contenido de que está cargado el enunciado, ciertamente conciso, pero a la vez tan profundo, de Cristo sobre la continencia «por el reino de los cielos»; pero ahora conviene prestar atención al significado que tienen estas palabras para la teología del cuerpo, lo mismo que hemos tratado de presentar y reconstruir sus fundamentos bíblicos «desde el principio». Precisamente el análisis de ese «principio bíblico», al que se refirió Cristo en la conversación con los fariseos sobre el tema del matrimonio, de su unidad e indisolubilidad (cf. Mt 19,3-9) —poco antes de dirigir a sus discípulos las palabras sobre la continencia «por el reino de los cielos» (ib. 19, 10-12)—, nos permite recordar la profunda verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, como la hemos deducido, a su debido tiempo, del análisis de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25). Así precisamente era necesario formular y precisar lo que encontramos en los antiguos textos.

3. La mentalidad contemporánea está habituada a pensar y hablar, sobre todo, del instinto sexual, transfiriendo al terreno de la realidad humana lo que es propio del mundo de los seres vivientes, los animalia. Ahora bien, una reflexión profunda sobre el conciso texto del capítulo primero y segundo del Génesis nos permite establecer, con certeza y convicción, que desde «el principio» se delinea en la Biblia un límite muy claro y unívoco entre el mundo de los animales (animalia) y el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. En ese texto, aún cuando relativamente muy breve, hay, sin embargo, suficiente espacio para demostrar que el hombre tiene una conciencia clara de lo que le distingue de modo esencial de todos los seres vivientes (animalia).

4. Por lo tanto, la aplicación al hombre de esta categoría, sustancialmente naturalística, que se encierra en el concepto y en la expresión de «instinto sexual», no es del todo apropiada y adecuada. Es obvio que esta aplicación puede tener lugar, basándose en cierta analogía; efectivamente, la particularidad del hombre en relación con todo el mundo de los seres vivientes (animalia)no es tal, que el hombre, entendido desde el punto de vista de la especie, no pueda ser calificado fundamentalmente también como animal, pero animal racional. Por ello, a pesar de esta analogía, la aplicación del concepto de «instinto sexual» al hombre —dada la dualidad en la que existe como varón o mujer— limita, sin embargo, grandemente y, en cierto sentido «empequeñece» lo que es la misma masculinidad-feminidad en la dimensión personal de la subjetividad humana. Limita y «empequeñece» también aquello, en virtud de lo cual, los dos, el hombre y la mujer, se unen de manera que llegan a ser una sola carne (cf. Gn 2,24). Para expresar esto de modo apropiado y adecuado, hay que servirse también de un análisis diverso de ese naturalístico. Y precisamente el estudio del «principio» bíblico nos obliga a hacer esto de manera convincente. La verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, deducida de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25), o sea, el descubrimiento a la vez del significado esponsalicio del cuerpo en la estructura personal de la subjetividad del hombre y de la mujer, parece ser en este ámbito un concepto-clave y, al mismo tiempo, el único apropiado y adecuado.

5. Ahora bien, precisamente en relación con este concepto, con esta verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano, hay que leer de nuevo y entender las palabras de Cristo acerca de la continencia «por el reino de los cielos», pronunciadas en el contexto inmediato de esa referencia al «principio», sobre el cual Cristo ha fundado su doctrina acerca de la unidad e indisolubilidad del matrimonio. En la base de la llamada de Cristo a la continencia está no sólo el «instinto sexual», como categoría de una necesidad, diría, naturalística, sino también la conciencia de la libertad del don, que está orgánicamente vinculada con la profunda y madura conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en la estructura total de la subjetividad personal del hombre y de la mujer. Sólo en relación a este significado de la masculinidad y feminidad de la persona humana, encuentra plena garantía y motivación la llamada a la continencia voluntaria «por el reino de los cielos». Sólo y exclusivamente en esta perspectiva dice Cristo: «El que pueda entender, que entienda» (Mt 19,12); con esto indica que tal continencia —aunque, en todo caso, sea sobre todo un «don»—, también puede ser «entendida», esto es, sacada y deducida del concepto que el hombre tiene del propio «yo» sicosomático en su totalidad, y en particular de la masculinidad y feminidad de este «yo» en la relación recíproca, que está inscrita como «por naturaleza» en toda subjetividad humana.

6. Como recordamos por los análisis precedentes, desarrollados sobre la base del libro del Génesis (Gn 2,23-25), esa relación recíproca de la masculinidad y feminidad, ese recíproco «para» del hombre y de la mujer, sólo puede ser entendido de modo apropiado y adecuado en el conjunto dinámico del sujeto personal. ¡Las palabras de Cristo en Mateo (19, 11-12) muestran después que ese «para», presente «desde el principio» en la base del matrimonio, puede estar también en base de la continencia «por» el reino de los cielos! Apoyándose en la misma disposición del sujeto personal gracias a la cual el hombre se vuelve a encontrar plenamente a sí mismo a través de un don sincero de sí (cf. Gaudium et spes GS 24), el hombre (varón o mujer) es capaz de elegir la donación personal de sí mismo, hecha a otra persona en el pacto conyugal, donde se convierten en «una sola carne», y también es capaz de renunciar libremente a esta donación de sí a otra persona, de manera que, al elegir la continencia «por el reino de los cielos», pueda donarse a sí mismo totalmente a Cristo. Basándose en la misma disposición del sujeto personal y basándose en el mismo significado esponsalicio de ser, en cuanto cuerpo, varón o mujer, puede plasmarse el amor que compromete al hombre, en el matrimonio, para toda la vida (cf. Mt 19,3-10), pero puede plasmarse también el amor que compromete al hombre para toda la vida en la continencia «por el reino de los cielos» (cf. Mt 19,11-12). Cristo habla precisamente de esto en el conjunto de su enunciado, dirigiéndose a los fariseos (cf. Mt 19,3-10) y luego a los discípulos (cf. Mt 19,11-12).

7. Es evidente que la opción del matrimonio, tal como fue instituido por el Creador «desde el principio», supone la toma de conciencia y la aceptación interior del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado con la masculinidad y feminidad de la persona humana. En efecto, esto es lo que se expresa de modo lapidario en los versículos del libro del Génesis. Al escuchar las palabras de Cristo, dirigidas a los discípulos, sobre la continencia «por el reino de los cielos» (cf. Mt 19,11-12), no podemos pensar que el segundo género de opción puede hacerse de modo consciente y libre sin una referencia a la propia masculinidad o feminidad y al significado esponsalicio, que es propio del hombre precisamente en la masculinidad o feminidad de su ser sujeto personal. Más aún, a la luz de las palabras de Cristo, debemos admitir que ese segundo género de opción, es decir, la continencia por le reino de Dios, se realiza también en relación con la masculinidad o feminidad propia de la persona que hace tal opción: se realiza basándose en la plena conciencia de ese significado esponsalicio, que contienen en sí la masculinidad y la feminidad. Si esta opción se realizase por vía de algún artificioso «prescindir» de esta riqueza real de todo sujeto humano, no respondería de modo apropiado y adecuado al contenido de las palabras de Cristo en Mateo 19, 11-12.

28 Cristo exige aquí explícitamente una comprensión plena, cuando dice: «El que pueda entender, que entienda» (Mt 19,12).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas,

Las palabras de Cristo sobre la continencia por el reino de los cielos, nos hacen ver que en la base de la llamada a esa continencia no está sólo el instinto sexual en cuanto tendencia de la naturaleza, sino también la conciencia de la libertad de la donación propia. Por ello, de la misma forma que en el matrimonio el hombre se encuentra en el don sincero y personal de sí mismo al otro, así también puede elegir libremente la renuncia a esa donación a otra persona, para darse totalmente a Cristo.

Esa entrega del hombre a Cristo, esposo de la Iglesia y de las almas, es una renuncia hecha por amor y para devolverle el amor recibido de El. Y tiene la misma disposición interior y el mismo significado esponsal cuando el hombre, en cuanto varón o mujer, se compromete a guardar la continencia por el reino de los cielos, como podría hacerlo en la entrega matrimonial. Este es el significado profundo que se da en la consagración de una persona a Cristo, hecha por amor y definitivamente.

Con mi saludo a cada grupo y persona de lengua española aquí presente, acompañado de mi cordial Bendición.



Mayo de 1982

Miércoles 5 de mayo de 1982

La continencia «por el reino de los cielos» y el ethos de la vida conyugal y familiar

1. Al responder a las preguntas de los fariseos sobre el matrimonio y su indisolubilidad, Cristo se refirió al «principio», es decir a su institución originaria por parte del Creador. Puesto que sus interlocutores se remitieron a la ley de Moisés, que preveía la posibilidad del llamado «libelo de repudio», es la realidad contestó: «Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt 19,8).

29 Después de la conversación con los fariseos, los discípulos de Cristo se dirigieron a Él con las siguientes palabras: «Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse. Él les contestó: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se han hecho tales por amor del reino de los cielos. Él que pueda entender, que entienda» (Mt 19,10-12).

2. Las palabras de Cristo aluden, sin duda, a una consciente y voluntaria renuncia al matrimonio. Esta renuncia sólo es posible si supone una conciencia auténtica del valor que constituye la disposición nupcial de la masculinidad y feminidad del matrimonio. Para que el hombre pueda ser plenamente consciente de lo que elige (la continencia por el reino), debe ser también plenamente consciente de aquello a lo que renuncia (aquí se trata precisamente de la conciencia del valor en sentido «ideal»; no obstante, esta conciencia es totalmente «realística»). Cristo, de este modo, exige ciertamente una opción madura. Lo comprueba, sin duda alguna, la forma en que se expresa la llamada a la continencia por el reino de los cielos.

3. Pero no basta una renuncia plenamente consciente a dicho valor. A la luz de las palabras de Cristo, como también a la luz de toda la auténtica tradición cristiana, es posible deducir que esta renuncia es a la vez una particular forma de afirmación de ese valor, en virtud del cual la persona no casada se abstiene coherentemente, siguiendo el consejo evangélico. Esto puede parecer una paradoja. Sin embargo, es sabido que la paradoja acompaña a numerosos enunciados del Evangelio, y frecuentemente a los más elocuentes y profundos. Al aceptar este significado de la llamada a la continencia «por el reino de los cielos», sacamos una conclusión correcta, sosteniendo que la realización de esta llamada sirve también —y de modo particular— para la confirmación del significado nupcial del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. La renuncia al matrimonio por el reino de Dios pone de relieve, al mismo tiempo, ese significado en toda su verdad interior y en toda su belleza personal. Se puede decir que esta renuncia, por parte de cada una de las personas, hombres y mujeres, es, en cierto sentido, indispensable, a fin de que el mismo significado nupcial del cuerpo sea más fácilmente reconocido en todo el ethos de la vida humana y sobre todo el ethos de la vida conyugal y familiar.

4. Así, pues, aunque la continencia «por el reino de los cielos» (la virginidad, el celibato) oriente la vida de las personas que la eligen libremente al margen del camino común de la vida conyugal y familiar, sin embargo, no queda sin significado para esta vida: por su estilo, su valor y su autenticidad evangélica.No olvidemos que la única clave para comprender la sacramentalidad del matrimonio es el amor nupcial de Cristo hacia la Iglesia (cfr. Ep 5,22-23): de Cristo, Hijo de la Virgen, el cual era El mismo virgen, eso es «eunuco por el reino de los cielos», en el sentido más perfecto del término. Nos convendrá volver sobre este tema más tarde.

5. Al final de estas reflexiones queda todavía un problema concreto: ¿De qué modo en el hombre, a quien «le ha sido dada» la llamada a la continencia por el reino, se forma esta llamada basándose en la conciencia del significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad, y más aún, como fruto de esta conciencia? ¿De qué modo se forma o, mejor, se «transforma»? Esta pregunta es igualmente importante, tanto desde el punto de vista de la teología del cuerpo, como desde el punto de vista del desarrollo de la personalidad humana, que es de carácter personalístico y carismático a la vez. Si quisiéramos responder a esta pregunta de modo exhaustivo —en la dimensión de todos los aspectos y de todos los problemas concretos que encierra— habría que hacer un estudio expreso sobre la relación entre el matrimonio y la virginidad y entre el matrimonio y el celibato. Pero esto excedería los límites de las presentes consideraciones.

6. Permaneciendo en el ámbito de las palabras de Cristo según Mateo (19, 11-12), es preciso concluir nuestras reflexiones, afirmando lo siguiente. Primero: Si la continencia «por el reino de los cielos» significa indudablemente una renuncia, esta renuncia es al mismo tiempo una afirmación: la que se deriva del descubrimiento del «don», esto es, el descubrimiento, a la vez, de una perspectiva de la realización personal de sí mismo «a través de un don sincero de sí» (Gaudium et spes GS 24); este descubrimiento está, pues, en una profunda armonía interior con el sentido del significado nupcial del cuerpo, vinculado «desde el principio» a la masculinidad o feminidad del hombre como sujeto personal. Segundo: Aunque la continencia «por el reino de los cielos» se identifique con la renuncia al matrimonio —el cual en la vida de un hombre y de una mujer da origen a la familia—, no se puede en modo alguno ver en ella una negación del valor esencial del matrimonio; más bien, por el contrario, la continencia sirve directamente a poner de relieve lo que en la vocación conyugal es perenne y más profundamente personal, lo que en las dimensiones de la temporalidad (y a la vez en la perspectiva del «otro mundo») corresponde a la dignidad del don personal, vinculado con el significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad.

7. De este modo, la llamada de Cristo a la continencia «por el reino de los cielos», justamente asociada a la evocación de la resurrección futura (cfr. Mt 21,24-30 Mc 12,18-27 Lc 20,27-40), tiene un significado capital no sólo para el ethos y la espiritualidad cristiana, sino también para la antropología y para toda la teología del cuerpo, que descubrimos en sus bases. Recordemos que Cristo, al referirse a la resurrección del cuerpo en el «otro mundo», dijo, según la versión de los tres Evangelios sinópticos. «Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio...» (Mc 12,25). Estas palabras, que ya hemos analizado antes, forman parte del conjunto de nuestras consideraciones sobre la teología del cuerpo y contribuyen a su elaboración.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo y bendigo cordialmente a todas y cada una de las personas de lengua española presentes en esta Audiencia, sobre todo a los jóvenes de los diversos colegios y parroquias. A la vez les aseguro que pido al Señor por sus intenciones y necesidades.

Las palabras de Cristo con las que invita a la continencia por el reino de los cielos, exigen una elección madura y consciente de ese estado de vida con el que se renuncia al matrimonio. Tal renuncia, aunque parezca paradójico, es una forma de afirmación del valor del matrimonio, ya que manifiesta el significado de su verdad interior y de su hermosura.

30 La virginidad, en efecto, aunque coloca a quien la practica fuera de la vida conyugal y familiar propia, encierra un gran valor de autenticidad evangélica a la luz del ejemplo de Cristo, hijo de madre virgen y virgen El mismo.

Por ello la renuncia al matrimonio por el reino de los cielos es una válida realización personal a través de la donación sincera de sí mismo. En la dimensión temporal y en la perspectiva de la resurrección futura.



Miércoles 12 de mayo de 1982



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. ¡Os doy la bienvenida! Me siento feliz de poderme encontrar con vosotros también esta mañana, antes de emprender la peregrinación a Fátima (Portugal), donde pienso llegar esta tarde para estar en aquel santuario mañana, aniversario de la primera aparición de la Virgen, en el ya lejano 1917, y aniversario del percance, para mí especialmente significativo, que tuvo lugar en esta plaza el 13 de mayo de 1981.

Os saludo a todos cordialmente y, mientras invoco sobre cada uno los dones de alegría y de paz que Cristo resucitado ha traído al mundo, os invito a uniros a mí en la plegaria, para obtener de Dios copiosas bendiciones sobre este viaje apostólico, que me llevará a un pueblo de antigua y profunda tradición católica, y que ha ofrecido, a lo largo de los siglos, tantas expresiones vivas de civilización y santidad.

Voy al encuentro de los generosos hijos de Portugal, impulsado por el deseo de testimoniar mi estima y mi afecto, y al mismo tiempo, de "comunicarles algún don espiritual, para que queden confirmados" (cf. Rom Rm 1,11). Especialmente, voy como peregrino de fraternidad y de paz a la tierra que la Virgen eligió para lanzar al mundo su apremiante llamada a la oración, a la conversión y a la penitencia.

2. Efectivamente, no voy en peregrinación a Fátima únicamente para manifestar mi gratitud a la Virgen. También voy a ese lugar bendito para escuchar de nuevo en nombre de toda la Iglesia, el mensaje que resonó, hace ya 65 años, en los labios de la Madre común, preocupada por la suerte de sus hijos. Ese mensaje se revela hoy más actual y más urgente que nunca. En efecto, ¿cómo no sentirnos preocupados ante la inundación del secularismo y permisivismo, que tan gravemente inciden los valores fundamentales de la norma moral cristiana?

Nos oprime, además, la triste visión de tantos hermanos y hermanas que en la tierra mueren por el hambre, la enfermedad y la droga; nos amarga la constatación de la fascinación que todavía ejercen en el espíritu humano las varias formas de violencia; nos conturba de modo especial el tener que constatar la facilidad con que, incluso hoy, se cede a la ilusión que de la guerra pueda nacer una paz justa y duradera. ¿Cuándo llegarán los hombres a comprender que su dignidad se degrada cada vez que no se hace todo lo posible a fin de que la paz triunfe y reine entre los pueblos y las naciones?

Con estos pensamientos y estos anhelos en el corazón me arrodillare a los pies de María, para implorar su intercesión materna y para ofrecerle, al mismo tiempo, en nombre de todos los hijos de la Iglesia, la promesa de la oración, del arrepentimiento y de la reparación. Confío que este gesto mío sirva para despertar en los creyentes un renovado sentido de responsabilidad, impulsando a cada uno a preguntarse lealmente sobre la propia coherencia con los valores del Evangelio.

Al impartiros ahora mi bendición a todos los que os encontráis aquí y a todos vuestros seres queridos, os exhorto a todos a intensificar la propia devoción a la Virgen, especialmente durante este mes de mayo, que la piedad de los fieles ha querido consagrarle.

Saludos

31 Amadísimos hermanos y hermanas:

¡Seáis bienvenido todos, queridos peregrinos de lengua española! Me alegro de encontrarme con vosotros, horas antes de emprender mi peregrinación a Portugal.

Os invito a uniros conmigo en acción de gracias y en oración para que, con la ayuda del Señor, este viaje apostólico redunde en frutos de fraternidad y de paz, de conversión y penitencia para los hombres, abriendo confiadamente los corazones al apremiante mensaje de la Virgen de Fátima.

¡A todos mi bendición apostólica!



Miércoles 19 de mayo de 1982



1. Del 12 al 15 del presente mes de mayo, con la ayuda de Dios, he podido realizar la peregrinación a Portugal, correspondiendo a la invitación recibida ya hace tiempo de parte, tanto del Presidente de la República y de las autoridades estatales, como del Episcopado y de la Iglesia en ese país de gran tradición católica.

La meta de la peregrinación era, ante todo, Fátima, a donde me sentía llamado de modo particular después del atentado a mi persona, el 13 de mayo del año pasado. Ya he dicho muchas veces que sólo a la misericordia de Dios y a la especial protección de la Madre de Cristo debo la salvación de mi vida y la posibilidad del servicio ulterior a la Sede de Pedro. En segundo lugar, esta peregrinación, igual que las otras, me ha permitido reforzar, mediante la visita a la Iglesia en Portugal, los vínculos de unidad con los que esta Iglesia está unida a la Iglesia universal a través de la comunión con el Obispo de Roma: he encontrado, durante mi visita, muy vivos y cordiales estos mismos vínculos.

2. La peregrinación a Fátima era una necesidad del corazón y, al mismo tiempo, una manifestación del camino que sigue la Iglesia, en el final de este siglo, unida como Pueblo de Dios a toda la humanidad con el sentido de una particular responsabilidad por el mundo contemporáneo.

El mensaje que vino de Fátima el año 1917, considerado a la luz de la enseñanza de la fe, contiene en si la verdad eterna del Evangelio, aplicada de modo especial a las necesidades de nuestra época.

La invitación a la conversión y a la penitencia es la palabra primera y fundamental del Evangelio. Palabra que nunca se prescribe, y en nuestro siglo adquiere dimensiones especiales ante la creciente conciencia de la lucha, más profunda que nunca, entre las fuerzas del bien y del mal en nuestro mundo humano. Este es también el punto central de la solicitud de la Iglesia como testifican las voces de los Pastores que han señalado "la reconciliación y la penitencia" como el tema más actual, confiando a la próxima sesión del Sínodo de los Obispos tratar sobre el mismo.

La amenaza por parte de las fuerzas del mal proviene en particular de los errores difundidos precisamente en nuestro siglo, errores que se apoyan sobre la negación de Dios y miran a separar completamente de Él a la humanidad, planteando la vida humana sin Dios, e incluso contra Dios. El centro mismo del mensaje que salió de Fátima al comienzo de nuestro siglo, pone en guardia de manera muy clara contra estos errores. Las palabras sencillas, dirigidas a sencillos niños del campo, están llenas del sentido de la grandeza y de la santidad de Dios, y del ardiente deseo de la veneración y del amor debidos a Dios solo.

32 De aquí también la invitación a acercarnos de nuevo a esta Santidad Misericordiosa mediante el acto de consagración. El Corazón de la Madre de Cristo, que está más cercano a la fuente de esta Santidad Misericordiosa, desea acercar a Él todos los corazones: a cada uno de los hombres y a toda la humanidad, a cada una de las naciones y al mundo entero.

3. Es difícil no acoger siempre de nuevo esta gracia y esta invitación. Lo hizo, hace 43 años, el acto de su predecesor, primero, durante el Concilio, luego, durante su peregrinación a Fátima, el año 1967. Además, desde el tiempo del Concilio, comenzó a llamar a María con el título de Madre de la Iglesia, titulo que también quedó expresado en la Profesión de Fe (Credo) del Pueblo de Dios.

El Concilio ha desarrollado la conciencia de la Iglesia, al referirse, en la Constitución dogmática Lumen gentium, a la Madre de Dios como Madre y Figura de la Iglesia. Puesto que el mismo Concilio ha desarrollado también la conciencia de la responsabilidad de la Iglesia por el mundo, ésta saca impulso del terreno del magisterio conciliar, como una nueva necesidad de manifestar tal responsabilidad en el acto de consagración a la Madre de Dios.

He aquí, en sus líneas principales, los pensamientos-guía de mi peregrinación a Fátima, que encontraron expresión, el 13 de mayo, tanto en las palabras de la homilía, como también en el acto final de la consagración. He intentado hacer todo lo que, en las circunstancias concretas, se podía hacer, para poner la evidencia la unidad colegial del Obispo de Roma con todos los hermanos en el ministerio y servicio episcopal del mundo.

4. Con motivo de la peregrinación a Fátima, he visitado también la Iglesia que está en tierra portuguesa, en su centro vital. También allí, en Fátima, me he encontrado, primero, con el Episcopado de Portugal y, luego, con los eclesiásticos: sacerdotes diocesanos y religiosos, hermanas y hermanos de las diversas congregaciones religiosas y, finalmente, seminaristas y novicios. Aquel era el lugar más adecuado para que nuestros encuentros pudiesen tener como dimensión todo Portugal.

Sin embargo, Fátima es un fenómeno relativamente reciente en la vida de la Iglesia y de la sociedad: en el conjunto pertenece a nuestro siglo. En cambio, la Iglesia y la nación tienen un pasado plurisecular, que se remonta hasta los tiempos romanos y de la cristiandad primitiva, y, luego, tras el periodo de la invasión árabe, desde hace más de ocho siglos, tiene bien definido el propio pasado portugués por lo que respecta a la identidad histórica.

El cristianismo, llevado de Roma echó allí raíces profundas y ha dado en el curso de los siglos múltiples frutos, por lo que se refiere al testimonio de la fe y del amor cristiano. Las manifestaciones de este testimonio están siempre bien visibles en todo Portugal, en la cultura y en las costumbres sociales de este país. Resulta difícil recordar ahora todos los testimonios y todas las figuras que componen la historia de la Iglesia y de la nación en Portugal. Sólo menciono a San Antonio, conocido como Antonio de Padua, pero que nació en Lisboa (Portugal) y se educó en tierra portuguesa. Precisamente el 750 aniversario de la muerte de este Santo ha sido también uno de los motivos de la peregrinación a la tierra que fue su patria.

5. Un sector especial de los frutos de la Iglesia en Portugal es la grande y plurisecular actividad misionera. Iba unida a los viajes y descubrimientos. Basta recordar que hablan la lengua portuguesa no sólo todo Brasil, sino además algunos países de África e incluso del, extremo Oriente: en conjunto más de 150.000.000 de hombres, mientras el número de los ciudadanos actuales de Portugal no supera los diez millones. La lengua portuguesa es uno de los idiomas más "hablados" en la Iglesia católica.

6. He podido meditar todos estos aspectos del pasado plurisecular y de la rica contemporaneidad a lo largo del recorrido de mi visita a Portugal, después de haber terminado la peregrinación a Fátima. El camino me llevó sobre todo a Lisboa, que es la ciudad mayor, sede del patriarca y centro de la vida civil nacional y eclesiástica. Y luego me ha trasladado hacia el sudeste de Lisboa, y además hacia el norte: Coimbra, Braga, Oporto.

Cada una de estas etapas; donde he estado por vez primera en mi vida, ha abierto ante mis ojos nuevos elementos de la gran herencia lusitana de fe y de cultura y, al mismo tiempo, una nueva dimensión de la vida contemporánea de la Iglesia y de la nación portuguesa.

Casi en cada uno de los lugares visitados hay un santuario mariano: así en Vila Viçosa, en la archidiócesis de Evora tiene el santuario de la Reina de Portugal; Braga, al norte, tiene el maravilloso santuario de Sameiro, situado sobre una colina, donde tuvo lugar el encuentro con los esposos; la ciudad de Oporto (la segunda después de Lisboa, por lo que se refiere a dimensiones) se llama desde hace siglos, "civitas Virginis". Finalmente, todo Portugal se llama "Tierra de Santa María". Como se ve por todo esto, el terreno en el que ha crecido, en nuestro siglo, Fátima, fue preparado por generaciones enteras.

33 7. Siguiendo el programa pastoral del Episcopado portugués, he procurado, con ocasión de los principales encuentros, tocar los temas que en la vida de la Iglesia y de la sociedad resultaban de especial actualidad. He buscado también para esta temática un apoyo en la Divina Palabra de la liturgia y en la enseñanza de la Iglesia, especialmente en la enseñanza social.

En Lisboa, ante una gran asamblea, toqué el problema de la juventud y de las vocaciones (los participantes más numerosos en la liturgia eran precisamente los jóvenes de la capital y de la archidiócesis).

En Vila Viçosa hablé del trabajo del campo, fundándome en la liturgia de la Palabra, y teniendo en cuenta el carácter agrícola de toda la región del sur.

El Coimbra, el inolvidable encuentro con profesores y estudiantes de la universidad más antigua me ofreció la ocasión de dirigirme al mundo de la ciencia y de la cultura en Portugal.

En Braga (santuario de Sameiro) la temática versó sobre el matrimonio y la familia en el marco de la liturgia eucarística.

Finalmente, en Oporto: la temática del trabajo en la industria y en las otras profesiones.

8. Llevo en lo profundo del corazón todos estos intensos encuentros con mis hermanos y hermanas, que forman la nación y la Iglesia en tierra portuguesa. Doy gracias a Dios, mediante la intercesión de "Santa María", por todo lo que se ha hecho para preparar esta visita, y por todo lo que, con la gracia de Dios, ha constituido su fruto.

Doy gracias a los hombres por tanto amor y comprensión.

A todos con gratitud mi bendición.

Saludos

Amadísimo hermanos y hermanas:

34 A todos y cada uno de los aquí presentes de lengua española, en particular a los grupos procedentes de España y Ecuador, saludo con afecto y bendigo de corazón. Una palabra de especial aliento dirijo a los Religiosos Maristas que asisten en Roma a un curso de espiritualidad, para que sean siempre fieles a su vocación.




Audiencias 1982 27