Audiencias 1982 49

49 5. En las enseñanzas de Pablo, contenidas sobre todo en el capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, no encontramos ninguna premisa para lo que más tarde se llamará «maniqueísmo». El Apóstol es plenamente consciente de que —aunque la continencia por el reino de los cielos sea siempre digna de recomendación— la gracia, es decir, «el don propio de Dios» ayuda también a los esposos en esa convivencia, en la cual (según las palabras del Gn 2,24) ellos se unen tan estrechamente que forman «una sola carne». Así, pues, esta convivencia carnal está sometida a la potencia del «don propio de Dios» que cada uno recibe. El Apóstol escribe sobre esto con el mismo realismo que caracteriza toda su argumentación en el capítulo 7 de esta Carta: «El marido otorgue lo que es debido a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido, e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer» (vv. 3-4).

6. Se puede decir que estas enunciaciones son un comentario claro, por parte del Nuevo Testamento, a las palabras del libro del Génesis (Gn 2,24) que acabo de recordar. Sin embargo, los términos usados aquí, en particular las expresiones «lo que es debido»y «no es dueña (dueño)» no se pueden explicar prescindiendo de la justa dimensión de la alianza matrimonial, como traté de aclarar cuando analicé los textos del libro del Génesis; procuraré hacerlo más ampliamente aún cuando hable de la sacramentalidad del matrimonio según la Carta a los Efesios (cf. Ep 5,22-23). En su momento, será necesario volver sobre estas expresiones significativas que del vocabulario de San Pablo han pasado a toda la teología del matrimonio.

7. Por ahora, sigamos fijando la atención en las otras frases del mismo párrafo del capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, en el que el Apóstol dirige a los esposos las siguientes palabras: «No os defraudéis uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved a lo mismo a fin de que no os tiene Satanás de incontinencia. Esto os lo digo condescendiendo, no mandando» (1Co 7,5-6). Es un texto muy significativo, al que habrá que referirse de nuevo en el contexto de las meditaciones sobre otros temas.

En toda su argumentación sobre el matrimonio y la continencia, el Apóstol hace, como Cristo, una clara distinción entre el mandamiento y el consejo evangélico: por eso, es muy significativo el hecho de que sienta la necesidad de referirse también a la «condescendencia» como a una regla suplementaria, y esto precisamente sobre todo con referencia a los esposos y a su recíproca convivencia. San Pablo dice claramente que tanto la convivencia conyugal como la voluntaria y periódica abstención de los esposos, debe ser fruto de ese «don de Dios» que es «propio» de ellos, y que, cooperando conscientemente con él, los mismos cónyuges pueden mantener y reforzar ese recíproco vínculo personal y al mismo tiempo esa dignidad que el hecho de ser «templo del Espíritu Santo, que está en vosotros» (cf. 1Co 6,19), confiere a su cuerpo.

8. Parece que la regla paulina de «condescendencia» indica la necesidad de tomar en consideración todo lo que, de alguna manera, corresponde al carácter subjetivo tan diferenciado del hombre y de la mujer. Todo lo que en este aspecto subjetivo es de naturaleza no sólo espiritual sino también psicosomática, toda la riqueza subjetiva del hombre —la cual entre su naturaleza espiritual y su naturaleza corporal, se expresa en la sensibilidad específica tanto del hombre como de la mujer—, todo esto debe permanecer bajo la influencia del don que cada uno recibe de Dios, don que es propio de cada uno.

Como se ve, en el capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, San Pablo interpreta las enseñanzas de Cristo sobre la continencia por el reino de los cielos en esa forma, tan pastoral, que le es característica, acentos naturalmente muy personales. Él interpreta las enseñanzas sobre la continencia, sobre la virginidad, en línea paralela a la doctrina sobre el matrimonio, conservando el realismo propio de un pastor y, al mismo tiempo, los parámetros que encontramos en el Evangelio, en las palabras del mismo Cristo.

9. En la enunciación paulina se encuentra esa fundamental estructura-cuadro de la doctrina revelada sobre el hombre que esta destinado, también con su cuerpo, a la «vida futura». Esta estructura-cuadro constituye la base de todas las enseñanzas evangélicas sobre la continencia por el reino de Dios (cf. Mt 19,12); pero al mismo tiempo en ella se basa también el cumplimiento definitivo (escatológico) de la doctrina evangélica sobre el matrimonio (cf. Mt 22,30 Mc 12,25 Lc 20,36). Estas dos dimensiones de la vocación humana no se oponen entre sí, sino que se complementan. Ambas dan respuesta plena a uno de los interrogantes fundamentales del hombre: el interrogante sobre el significado del «ser cuerpo», es decir, sobre el significado de la masculinidad y feminidad, de ser «en el cuerpo» un hombre o una mujer.

10. Lo que generalmente llamamos teología del cuerpo aparece como algo verdaderamente fundamental y constitutivo para toda la hermenéutica antropológica, y al mismo tiempo igualmente para la ética y para la teología del ethos humano. En cada uno de estos sectores, hay que tener muy presentes las palabras de Cristo, en las que Él se remite al «principio» (cf. Mt 19,4) o al «corazón» como lugar interior y contemporáneamente «histórico» (cf. Mt 5,28) del encuentro con la concupiscencia de la carne; pero hay que tener también bien presentes las palabras con las que Cristo se ha referido a la resurrección, para injertar en el mismo inquieto corazón del hombre las primeras semillas de la respuesta al interrogante sobre el significado de ser «carne» en la perspectiva del «otro mundo».

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

En mis anteriores reflexiones he comentado el contenido de las enseñanzas y consejos que da San Pablo a los fieles de Corinto respecto al matrimonio y a la continencia voluntaria por el reino de los cielos. El Apóstol afirma que quien elige el matrimonio “hace bien”, pero el que escoge la virginidad “hace mejor”. Al expresar esto, Pablo tiene presente la temporalidad del ser humano y la caducidad del mundo. Se ve con toda claridad el fundamento de la teología de la gran esperanza, pues el destino del hombre es el Reino de Dios.

50 De todo lo dicho, no se puede sostener que el mismo Pablo considere a los casados personas “carnales” y a los que, por motivos religiosos, han elegido la virginidad “espirituales”, pues en ambas vocaciones actúa el “don” que cada uno recibe de Dios, la gracia, y que hace que el cuerpo se convierta en “templo del Espíritu Santo”. Si el hombre es fiel a la propia vocación no deshonra en absoluto este templo del Espíritu Santo que es su cuerpo. En la enunciación paulina se encuentra claramente expuesta la estructura de la doctrina revelada sobre el hombre, que está destinado en cuerpo y alma a la vida futura.

Me es grato saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia; a todos, junto con vuestros seres queridos, os bendigo de corazón.

Deseo saludar asimismo al grupo de jóvenes mexicanas, de 15 años. A la vez que os imparto mi Bendición, os invito a ser signo de amor y esperanza cristianas entre la juventud de vuestra querida Nación.



Miércoles 21 de julio de 1982

La redención del cuerpo

1. «También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando... la redención de nuestro cuerpo» (Rm 8,23). San Pablo, en la Carta a los Romanos, ve esta «redención del cuerpo» en una dimensión antropológica y al mismo tiempo cósmica... La creación «está sujeta a la vanidad» (Rm 8,20). Toda la creación visible, todo el cosmos sufre los efectos del pecado del hombre. «La creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22). Y, al mismo tiempo, toda «la creación... está esperando ansiosa la manifestación de los hijos de Dios», «con la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Rm 8, 19, 20-21).

2. La redención del cuerpo es, según San Pablo, objeto de esperanza. Una esperanza que ha arraigado en el corazón del hombre, en cierto sentido, inmediatamente después del primer pecado. Basta recordar las palabras del libro del Génesis a las que tradicionalmente se llama «proto-Evangelio» (cf. Gn 3,15) y que por consiguiente son, podríamos decir, algo así como el comienzo de la Buena Nueva, el primer anuncio de la salvación. Según el texto de la Carta a los Romanos, la redención del cuerpo va unida precisamente a esta esperanza, en la que -como leemos- «hemos sido salvados» (Rm 8,24). Mediante la esperanza, que se remonta a los mismos comienzos del hombre, la redención del cuerpo tiene su dimensión antropológica: es la redención del hombre. Y ésta se irradia, al mismo tiempo, en cierto sentido, sobre toda la creación, la cual desde el principio ha sido vinculada de modo especial al hombre y subordinada a él (cf. Gn 1,28-30). La redención del cuerpo es, pues, la redención del mundo: tiene una dimensión cósmica.

3. Al presentar en la Carta a los Romanos la imagen «cósmica» de la redención, Pablo de Tarso pone al hombre en el centro de la misma, igual que ya «en el principio» el hombre había sido colocado en el centro mismo de la imagen de la creación. Es precisamente el hombre, son los hombres, quienes poseen «las primicias del espíritu», quienes gimen interiormente, esperando la redención de su cuerpo (cf. Rm 8,23). Cristo ha venido para revelar plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer su altísima vocación (cf. Gaudium et spes GS 22), habla en el Evangelio de la misma profundidad Divina del misterio de la redención, que precisamente en el hombre tiene su específico sujeto «histórico». Así, pues, Cristo habla en nombre de esa esperanza, que fue insertada en el corazón del hombre ya en el «proto-Evangelio». Cristo da cumplimiento a esa esperanza, no sólo con las palabras contenidas en sus enseñanzas, sino sobre todo con el testimonio de su muerte y resurrección. Por lo mismo, la redención del cuerpo se ha realizado ya en Cristo. En Él ha quedado confirmada esa esperanza, con la cual nosotros «hemos sido salvados». Y, al mismo tiempo, esa esperanza ha sido proyectada de nuevo hacia su definitivo cumplimiento escatológico. «La revelación de los hijos de Dios» en Cristo ha sido definitivamente orientada hacia esa «libertad y gloria» de las que deben participar definitivamente los «hijos de Dios».

4. Para comprender todo lo que comporta «la redención del cuerpo», según la Carta de Pablo a los Romanos, es necesaria una auténtica teología del cuerpo. He tratado de construirla tomando como base ante todo las palabras de Cristo. Los elementos constitutivos de la teología del cuerpo se encuentran en lo que Cristo dice, remitiéndose al «principio», en la respuesta a la pregunta sobre la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,8); en lo que dice sobre la concupiscencia, refiriéndose al corazón humano, en el sermón de la montaña (cf. Mt 5,28); y también en lo que dice sobre la resurrección (cf. Mt 22,30). Cada uno de estos enunciados encierra en sí un rico contenido de naturaleza tanto antropológica, como ética. Cristo habla al hombre, y habla del hombre: del hombre que es «cuerpo», y que ha sido creado varón y mujer a imagen y semejanza de Dios; habla del hombre, cuyo corazón está sometido a la concupiscencia; y finalmente habla del hombre, ante el cual se abre la perspectiva escatológica de la resurrección del cuerpo.

El «cuerpo» significa (según el libro del Génesis) el aspecto visible del hombre y su pertenencia al mundo visible. Para San Pablo no sólo significa esta pertenencia, sino a veces también la alienación del hombre del influjo del Espíritu de Dios. Uno y otro significado están relacionados con la «redención del cuerpo».

5. Puesto que, en los textos anteriormente analizados, Cristo habla de la profundidad divina del misterio de la redención, sus palabras están en relación precisamente con esa esperanza, de la que se habla en la Carta a los Romanos. «La redención del cuerpo», según el Apóstol es, en definitiva, lo que nosotros «esperamos». Así, esperamos precisamente la victoria es antológica sobre la muerte, de la que Cristo dio testimonio principalmente con su resurrección. A la luz del misterio pascual, las palabras del Señor sobre la resurrección de los cuerpos y sobre la realidad del «otro mundo», registradas en los Sinópticos, han adquirido su plena elocuencia. Tanto Cristo, como luego Pablo de Tarso, han proclamado la llamada a la abstención del matrimonio «por él reino de los cielos» precisamente en nombre de esta realidad escatológica.

51 6. Sin embargo, la «redención del cuerpo» se expresa no sólo a través de la resurrección en cuanto victoria sobre la muerte. Está también presente en las palabras de Cristo, dirigidas al hombre «histórico», lo mismo cuando confirman el principio de la indisolubilidad del matrimonio, cual principio proveniente del Creador mismo, como cuando -en el sermón de la montaña- el Señor invita a superar la concupiscencia, y ello incluso en los movimientos sólo interiores del corazón humano. Es necesario decir que ambos enunciados-clave se refieren a la moralidad humana, tienen un sentido ético. Aquí se trata no de la esperanza escatológica de la resurrección, sino de la esperanza de la victoria sobre el pecado a la que podemos llamar esperanza de cada día.

7. En la vida cotidiana el hombre debe sacar del misterio de la redención del cuerpo la inspiración y la fuerza para superar el mal que está adormecido en él bajo la forma de la triple concupiscencia. El hombre y la mujer, unidos en matrimonio, han de iniciar cada día la aventura de la indisoluble unión de esa alianza que han establecido entre ellos. Pero también el hombre y la mujer, que han escogido voluntariamente la continencia por el reino de los cielos, deben dar diariamente testimonio vivo de la fidelidad a esa opción, acogiendo las orientaciones de Cristo en el Evangelio, y las del Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios. En todo caso se trata de la esperanza de cada día que, en consonancia con los deberes comunes y las dificultades de la vida humana, ayuda a vencer «al mal con el bien» (
Rm 12,21). Efectivamente, «en la esperanza hemos sido salvados»; la esperanza de cada día expresa su fuerza en las obras humanas e incluso en los movimientos mismos del corazón humano abriendo camino en cierto sentido, a la gran esperanza escatológica ligada a la redención del cuerpo.

8. Penetrando en la vida diaria con la dimensión de la moral humana, la redención del cuerpo ayuda, en primer lugar, a descubrir todo ese bien con el que el hombre logra la victoria sobre el pecado y sobre la concupiscencia. Las palabras de Cristo, que traen su origen de la profundidad divina del misterio de la redención, permiten descubrir y reforzar esa vinculación que existe entre la dignidad del ser humano (del hombre y de la mujer) y el significado nupcial de su cuerpo. Permiten comprender y realizar en la práctica, según ese significado, la libertad plena del don, que de una forma se expresa a través del matrimonio indisoluble, y de otra forma se expresa mediante la abstención del matrimonio por el reino de los cielos. A través de estos caminos diversos Cristo revela plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer «su altísima vocación». Esta vocación se halla inscrita en el hombre según todo su compositum psicofísico, precisamente mediante el misterio de la redención del cuerpo.

Todo lo que he querido decir en el curso de nuestras meditaciones, para comprender las palabras de Cristo, tiene su fundamento definitivo en el misterio de la redención del cuerpo.

Saludos

Saludo hoy de modo especial a la peregrinación de las Escuelas Pías de Zaragoza venidas a Roma para celebrar el doscientos cincuenta aniversario de fundación.

Amados hijos:

Como buenos seguidores del gran apóstol de la juventud, San José de Calasanz, continuad trabajando con renovad ilusión y entrega en el campo de la educación, a fin de que, abrazando como programa de vida el mensaje cristiano, los jóvenes y con ellos la sociedad actual



Miércoles 28 de julio de 1982

El matrimonio como sacramento según la Carta a los Efesios

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1. Iniciamos hoy un nuevo capítulo sobre el tema del matrimonio, leyendo las palabras de San Pablo a los Efesios:

«Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo.

»Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne. Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a sí mismo, y la mujer reverencie a su marido» (
Ep 5,22-33).

2. Conviene someter a análisis profundo el citado texto, contenido en el capítulo 5 de la Carta a los Efesios, así como, anteriormente, he analizado, cada una de las palabras de Cristo que parecen tener un significado-clave para la teología del cuerpo. Se trataba de las palabras con las que Cristo se remitía al «principio» (Mt 19,4 Mc 10,6), al «corazón» humano, en el sermón de la montaña (Mt 5,28) y a la resurrección futura (cf. Mt 22,30 Mc 12,25 Lc 20,35). El texto entresacado ahora de la Carta a los Efesios constituye como el «coronamiento» de esas sintéticas palabras-clave a que me he referido. Si de ellas ha salido la teología del cuerpo en sus rasgos evangélicos, sencillos y al mismo tiempo fundamentales, hay que presuponer, en cierto sentido esta teología al interpretar el mencionado paso de la Carta a los Efesios. Y, por lo mismo, si se quiere interpretar dicho paso hay que hacerlo a la luz de lo que Cristo nos dijo sobre el cuerpo humano. El habló no sólo refiriéndose al hombre «histórico» y por lo mismo al hombre, siempre «contemporáneo», de la concupiscencia (a su «corazón»), sino también poniendo de relieve, por un lado, las perspectivas del «principio», o sea, de la inocencia original y de la justicia y, por otro, las perspectivas escatológicas de la resurrección de los cuerpos, cuando «ni tomarán mujeres ni maridos» (cf. Lc 20,35). Todo esto forma parte de la óptica teológica de la «redención de nuestro cuerpo» (Rm 8,23).

3. También las palabras del autor de la Carta a los Efesios [1] tienen como centro el cuerpo; y esto, tanto en su significado metafórico, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, como en su significado concreto, el cuerpo humano en su perenne masculinidad y feminidad, en su perenne destino a la unión en el matrimonio, como dice el libro del Génesis: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gn 2,24).

¿De que forma aparecen y convergen estos dos significados del cuerpo en el párrafo de la Carta a los Efesios? ¿Y por qué aparecen y convergen en ella? Estos son los interrogantes que hay que hacerse esperando respuestas no tanto inmediatas y directas, cuanto más bien profundas y a 'largo plazo' a las que nos han preparado ya los análisis precedentes. En efecto, ese paso de la Carta a los Efesios no se puede entender correctamente si no es en el amplio contexto bíblico, considerándolo como «coronamiento» de los temas y de las verdades que, a través de la Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura, van y vienen como grandes olas. Se trata de temas centrales y de verdades esenciales. Y por eso el citado texto de la Carta a los Efesios es también un texto-clave y «clásico».

4. Es un texto muy conocido en la liturgia en la que aparece siempre relacionado con el sacramento del matrimonio. La lex orandi de la Iglesia ve en él una referencia explícita a este sacramento: y la lex orandi presupone y al mismo tiempo expresa siempre la lex credendi. Admitiendo esta premisa hemos de preguntarnos enseguida: ¿Cómo emerge la verdad sobre la sacramentalidad del matrimonio en este texto «clásico» de la Carta a los Efesios? ¿Cómo se expresa y se confirma en él? Se verá claramente que la respuesta a estos interrogantes no puede ser inmediata y directa, sino gradual y «a largo plazo». Esto se ve incluso en una primera lectura de este texto, que nos lleva al libro del Génesis y consiguientemente «al principio», y que, en la descripción de las relaciones entre Cristo y la Iglesia toma de los escritos de los Profetas del Antiguo Testamento la bien conocida analogía del amor nupcial entre Dios y su pueblo escogido. Sin examinar estas relaciones resultaría difícil responder a la pregunta sobre cómo la Carta a los Efesios trata de la sacramentalidad del matrimonio. Así se ve cómo la prevista respuesta ha de pasar a través de todo el ámbito de los problemas analizados precedentemente, es decir, a través de la teología del cuerpo.

5. El sacramento o la sacramentalidad —en el sentido más general de este término— se cruza con el cuerpo y presupone la «teología del cuerpo». Efectivamente, el sacramento según el significado generalmente conocido, es un signo visible. El cuerpo en su aspecto visible significa la «visibilidad» del mundo y del hombre. Así, pues, de alguna manera —aunque sea de forma muy general— el cuerpo entra en la definición del sacramento, siendo él mismo «signo visible de una realidad invisible», es decir, de la realidad espiritual, trascendente, divina. Con este signo —y mediante este signo— Dios se da al hombre en su trascendente verdad y en su amor. El sacramento es signo de la gracia y es un signo eficaz. No solo la indica y expresa de modo visible en forma de signo, sino que la produce y contribuye eficazmente a hacer que la gracia se convierta en parte del hombre y que en él se realice y se cumpla la obra de la salvación, la obra presente en los designios de Dios desde la eternidad y revelada plenamente por Jesucristo.

6. Diría que esta primera lectura del texto «clásico» de la Carta a los Efesios indica la dirección en la que se desarrollarán nuestros ulteriores análisis. Es necesario que éstos comiencen por la preliminar comprensión del texto en sí mismo; pero luego deben llevar, por decirlo así, más allá de sus confines, para comprender dentro de lo posible «hasta el fondo» la inmensa riqueza de verdad revelada por Dios y contenida en esa estupenda página. Utilizando la conocida expresión de la Constitución Gaudium et spes, se puede decir que ese texto tomado de la Carta a los Efesios «revela —de modo especial— el hombre al hombre y le indica su altísima vocación» (Gaudium et spes GS 22): en cuanto que el hombre participa de la experiencia de la persona encarnada. De hecho Dios, creando al hombre a su imagen, desde el principio lo creó «varón y mujer» (Gn 1,27).

En los análisis sucesivos trataremos de comprender mas profundamente —sobre todo a la luz del citado texto de la Carta a los Efesios— el sacramento (especialmente, el matrimonio como sacramento): primero, en la dimensión de la Alianza y de la gracia, y después, en la dimensión del signo sacramental.



Notas

[1] El problema de la paternidad paulina de la Carta a los Efesios, reconocida por algunos exegetas y negada por otros, puede resolverse con una posición media, que aquí aceptamos como hipótesis de trabajo: o sea, que San Pablo confió algunos conceptos a su secretario, el cual después los desarrolló y perfiló. Es ésta la solución provisional del problema que tenemos presente, al hablar del «Autor de la Carta a los Efesios», del «Apóstol» y de «San Pablo».

Saludos

53 Amadísimos hermanos y hermanas:

Mi más cordial saludo ahora a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia.

Comenzamos hoy un nuevo tema sobre el matrimonio, leyendo unas palabras entresacadas de la Carta a los Efesios. “El que ama a su mujer - nos dice San Pablo -, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo” (
Ep 5,28-29).

Estas frases del Apóstol se refieren evidentemente al cuerpo en su doble aspecto: metafórico y concreto. Esto nos permite afirmar que el Autor de la Carta tiene presentes los escritos del Antiguo Testamento, cuando se sirve, por ejemplo, de la conocida analogía del amor conyugal entre Dios y el pueblo elegido, tan importante para el tema que nos ocupa. Si no se examina detenidamente este tipo de relaciones, resultaría difícil responder a la pregunta sobre el modo como se trata el aspecto de la sacramentalidad, dado que el sacramento presupone la “teología del cuerpo”. El sacramento que es, a la vez, signo de gracia, contribuye a que se cumpla en el hombre la obra de salvación, obra presente en los designios de Dios desde la eternidad y revelada plenamente por Jesucristo.

A todos os bendigo de corazón.



Agosto de 1982

Miércoles 4 de agosto de 1982

Mirada general a la Carta de San Pablo a los Efesios

1. En nuestra conversación del miércoles pasado cité el capítulo V de la Carta a los Efesios (vv. 22-23). Ahora, después de una primera lectura sobre este texto «clásico», conviene examinar el modo en que este pasaje —tan importante para el ministerio de la Iglesia, como para la sacramentalidad del matrimonio— se encuadra en el contexto inmediato de toda la Carta.

Aún sabiendo que hay una serie de problemas discutidos entre los escrituristas respecto a los destinatarios, a la paternidad e incluso a la fecha de su composición, es necesario constatar que la Carta a los Efesios tiene una estructura muy significativa. El autor comienza esta Carta presentando el plan eterno de la salvación del hombre en Jesucristo.

«...Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... en Él nos eligió... para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia..., para realizarlo al cumplirse los tiempos, recapitulando todas las cosas en Cristo...» (Ep 1,3 Ep 1,4-7 Ep 1,10).

54 El autor de la Carta a los Efesios, después de haber presentado con palabras llenas de gratitud el designio que, desde la eternidad, está en Dios y, a la vez, se realiza ya en la vida de la humanidad, ruega al Señor para que los hombres (y directamente los destinatarios de la Carta) conozcan plenamente a Cristo como cabeza: «...le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia que es su cuerpo, la plenitud del que lo acaba todo en todos» (1, 22-23). La humanidad pecadora está llamada a una vida nueva en Cristo, en quien los gentiles y los judíos deben unirse como en un templo (cf. 2. 11-21). El Apóstol es heraldo del misterio de Cristo entre los gentiles, a los cuales se dirige sobre todo, doblando «las rodillas ante el Padre», y pidiendo que les conceda, «según la riqueza de su gloria, ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu» (3, 14. 16).

2. Después de esta revelación tan profunda y sugestiva del misterio de Cristo en la Iglesia, el autor pasa, en la segunda parte de la Carta, a orientaciones más detalladas, que miran a definir la vida cristiana como vocación que brota del plan divino, del que hemos hablado anteriormente, es decir, del misterio de Cristo en la Iglesia. También el autor toca aquí diversas cuestiones, validas siempre para la vida cristiana. Exhorta a conservar la utilidad subrayando al mismo tiempo que esta unidad se construye sobre la multiplicidad y diversidad de los dones de Cristo. A cada uno se le ha dado un don diverso, pero todos, como cristianos, deben «vestirse del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas» (4, 24). A esto está vinculada una llamada categórica a superar los vicios y adquirir las virtudes correspondientes a la vocación que todos han obtenido en Cristo (cf. 4, 25-32). El autor escribe: «Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros... en sacrificio» (5, 1-2).

3. En el capítulo V de la Carta a los Efesios estas llamadas se hacen aún más concretas. El autor condena severamente los abusos paganos, escribiendo: «Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz» (5, 8). Y luego: «No seáis insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad de Dios. Y no os embriaguéis de vino (referencia al Libro de los
Pr 23,31)..., al contrario, llenaos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones» (5, 17-19). El autor de la Carta quiere ilustrar con estas palabras el clima de vida espiritual, que debe animar a toda comunidad cristiana. Y, pasa luego, a la comunidad doméstica, esto es, a la familia. Efectivamente, escribe: «Llenaos del Espíritu.. dando siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (5, 20-21). Y precisamente así entramos en el pasaje de la Carta que será tema de nuestro análisis particular. Podemos constatar fácilmente que el contenido esencial de este texto «clásico» aparece en el cruce de los dos principales hilos conductores de toda la Carta a los Efesios: el primero, el del misterio de Cristo que, como expresión del plan divino para la salvación del hombre, se realiza en la Iglesia; el segundo, el de la vocación cristiana como modelo de vida para cada uno de los bautizados y cada una de las comunidades, correspondiente al misterio de Cristo, o sea, al plan divino para la salvación del hombre.

4. En el contexto inmediato del pasaje citado, el autor de la Carta trata de explicar de qué modo la vocación cristiana, concebida así, debe realizarse y manifestarse en las relaciones entre todos los miembros de una familia; por lo tanto, no sólo entre el marido y la mujer (de quienes trata precisamente el pasaje del capítulo 5, 22-23, elegido por nosotros), sino también entre padres e hijos. El autor escribe: «Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo. Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer mandamiento, seguido de promesa, para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor» (6, 1-4). A continuación se habla de los deberes de los siervos con relación a los amos y viceversa, de los amos en relación a los siervos, esto es, a los esclavos (cf. 6, 5-9), lo que se refiere también a las orientaciones concernientes a la familia en sentido amplio. Efectivamente, la familia estaba constituida no sólo por los padres e hijos (según la sucesión de generaciones), sino también pertenecían a ellas en sentido amplio incluso los siervos de ambos sexos: esclavos y esclavas.

5. Así, pues el texto de la Carta a los Efesios, que nos proponemos hacer objeto de un análisis profundo, se halla en el contenido inmediato de enseñanzas sobre las obligaciones morales de la sociedad familiar (las llamadas «Haustaflen» o códigos domésticos, según la definición de Lutero). Encontramos también instrucciones análogas en otras Cartas (por ejemplo, en la dirigida a los Col 3, 18-4, y en la primera Carta de Pedro, 2, 13-3, 7). Además, este contexto inmediato forma parte de nuestro pasaje, en cuanto también el texto «clásico» que hemos elegido trata de los deberes recíprocos de los maridos y de las mujeres. Sin embargo, hay que notar que el pasaje 5, 22-23 de la Carta a los Efesios se centra de suyo exclusivamente en los cónyuges y en el matrimonio y lo que respecta a la familia, también en sentido amplio, se halla ya en el contexto. Pero antes de disponernos a hacer un análisis profundo del texto, conviene añadir que toda la Carta termina con un estupendo estímulo a la lucha espiritual (cf. 6, 10-20), con breves recomendaciones (cf. 6, 21-22) y una felicitación final (cf. 6, 23-24). La llamada a la lucha espiritual parece estar lógicamente fundada en la argumentación de toda la Carta. Esa llamada es, por decirlo así, la conclusión explícita de sus principales hilos conductores.

Teniendo así ante los ojos la estructura total de toda la Carta a los Efesios, en el primer análisis trataremos de clasificar el significado de las palabras: «Sujetaos los unos a los otros en el temor de Cristo» (5, 21), dirigidas a los maridos y a las mujeres.

Saludos

Saludo con particular afecto a los peregrinos de lengua española aquí presentes.

En el curso de nuestra reflexión de miércoles pasado, leímos algunas frases de la Carta a los Efesios. Hoy, nos disponemos a examinar cómo este texto “clásico” se sitúa en el contexto inmediato de la Carta entera.

No olvidemos, ante todo, que la Carta a los Efesios tiene una estructura particular. El autor comienza por presentar el plan eterno de salvación del hombre en Jesucristo, cuando dice que: “. . . Dios . . . nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad” (Ef 5, 22-23). A continuación, después de presentarnos el misterio de Cristo en la Iglesia, señala varias cuestiones sumamente valiosas para la vida cristiana, entre las que cabe destacar la exhortación a mantener la unidad.

Una vez expuestos estos elementos, podemos detenernos en esa parte de la Carta que será tema de nuestra reflexión. En ella constatamos que este texto “clásico” de la Carta a los Efesios se presenta en la confluencia de dos hilos conductores principales: el primero, el del misterio de Cristo que, como expresión del plan divino de salvación del hombre, se realiza en la Iglesia; y el segundo, el de la vocación cristiana, como modelo personal de vida para cada bautizado y para cada comunidad, que corresponde al misterio de Cristo, o sea al plan divino de salvación del hombre.

55 A todos mi cordial Bendición Apostólica.




Audiencias 1982 49