Discursos 1983 19


VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


A LOS UNIVERSITARIOS DE GUATEMALA


Lunes 7 de marzo de 1983



Ilustres señores,
queridos universitarios y universitarias,

Me alegro de tener este encuentro con vosotros, señores rectores, profesores y estudiantes universitarios de Guatemala. En mi saludo afectuoso y cordial a todos los aquí presentes, quiero abarcar también a cuantos comparten, en este país y en los vecinos que visito estos días, las tareas propias de la investigación, del pensamiento y de la formación de los jóvenes. Un sector importantísimo para el progreso humano, intelectual y moral dé las personas, de los grupos étnicos y de la entera sociedad.

Por eso os manifiesto mi profunda estima por vuestra labor, que he compartido durante algunos anos en mi vida de docencia universitaria. En ella he podido constatar la trascendencia de vuestra misión, que en el conjunto de estos pueblos está llamada a ejercitar un influjo decisivo, no sólo en el ámbito de las personas, sino de las naciones; pues es un hecho que la cultura configura las sociedades. Por eso mismo, cuando se quieren construir formas de convivencia más elevadas y justas, hay que prestar atención al mundo cultural, pues no se trata sólo de buscar nuevas distribuciones de la riqueza que sean más justas, sino mejor distribución de la cultura y del consiguiente influjo social.

Elemento imprescindible habrá de ser la referencia a los valores espirituales y morales del hombre, que en vuestro caso se han concretado en la visión cristiana que os anima y que ha sido una característica de los centros que aquí representáis. Será cometido vuestro mantener y corroborar esta fidelidad. Y acaricio la esperanza de que la Iglesia, Madre y Maestra de pueblos, siga siendo para vosotros y para vuestros compañeros lugar de encuentro, de referencia y de estímulo para vuestras mejores iniciativas al servicio del hombre integral.

Como mi breve permanencia aquí no me permite un encuentro más largo, os entrego un mensaje escrito, que quiere ser testimonio de mi estima y aprecio.

Pidiendo al Señor que ilumine vuestras personas y actividades, os imparto cordialmente mi bendición.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


A LOS RELIGIOSOS


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Santuario del Sagrado Corazón de Guatemala

Lunes 7 de marzo de 1983



Queridos hermanos y hermanas,

1. Este santuario nacional expiatorio del Sagrado Corazón es hoy el lugar de cita del Papa con los religiosos de toda el área geográfica que estoy visitando en estos días. Pero están también presentes los sacerdotes, religiosas y seminaristas de Guatemala. Son los sectores centrales de la vida de la Iglesia en esta nación. Por ello quiero dedicaros a todos mi recuerdo lleno de estima, mi saludo más afectuoso y agradecido, mi palabra de aliento en vuestra entrega a Cristo y a vuestra vocación eclesial, junto con mi particular bendición.

He reservado, queridos religiosos, un encuentro especial para estar con vosotros. Deseo ante todo expresaros mi gratitud por vuestra generosa presencia eclesial en estas tierras, donde estáis al servicio de las Iglesias particulares.

Muchos de vosotros sois hijos de esta tierra. Otros habéis llegado desde cerca o desde lejos. Pero a todos os anima el mismo amor a estos pueblos de los que habéis recibido también mucho, a través de su fe sencilla, de su piedad sentida, de su afecto generoso.

Las circunstancias especiales que viven estos pueblos y su misma cercanía, favorecen una comunión intensa entre vosotros. Por parte mía quiero alentar los esfuerzos de comunión eclesial, de colaboración con vuestros obispos, de búsqueda de mejor inserción vuestra en la vida eclesial en estas naciones hermanas, para ser, como religiosos, signos de comunión y reconciliación.

2. Os habéis comprometido a hacer del seguimiento de Cristo según el Evangelio la regla suprema de vuestra vida (cf. Perfectae Caritatis PC 2). Dejadme que os lo recuerde: tenéis que ser los especialistas del Evangelio de Jesús, identificados vitalmente con sus palabras y con su ejemplo.

El distintivo de la vida religiosa en la Iglesia debe ser mantener la pureza del Evangelio; no sólo en los votos que son característicos de vuestra consagración, sino sobre todo en la caridad perfecta hacia Dios y hacia el prójimo, que es la esencia del Evangelio; en las bienaventuranzas que constituyen su originalidad frente a la mentalidad del mundo, y en esas específicas manifestaciones del Evangelio que son los carismas de vuestros fundadores.

La fidelidad al Evangelio asegura la vitalidad de la vida religiosa, de la que bien decía mi predecesor Pablo VI: “Gracias a su consagración religiosa, ellos son por excelencia voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración. Son generosos: se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión, afrontando los riesgos más grandes para su salud y su propia vida” (Evangelii Nuntiandi EN 69).

Sed, pues, fieles a la perenne juventud del Evangelio que Cristo ha encomendado a la acción vitalizadora del Espíritu Santo y de sus carismas (cf. Lumen genitum, 4).

21 3. Garantía de fidelidad es la conciencia de vuestra consagración a Cristo en la Iglesia. Sí; no se abraza el Evangelio sólo como una justa causa o como una utopía. El Evangelio es Alguien: es Jesucristo, el Señor. El que “ ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación ” (Rm 4,25). El os ha invitado a seguirlo hasta la cruz. Y no se le puede seguir con fidelidad, si ante todo no se le ama profundamente, Por eso, la consagración religiosa os une a Jesucristo vitalmente y se convierte en un vínculo de amor que está pidiendo la amistad, la comunión con El, alimentada con los sacramentos, especialmente con la Eucaristía y la Penitencia, con la meditación de su Palabra, con la plegaria, con la identificación con sus mismos sentimientos.

Abrazar los consejos por el reino de los cielos, significa servir el reino de Cristo que es la Iglesia. Por eso la vida religiosa dice directamente vinculación “ a la Iglesia y a su misterio ” y redunda en su provecho (cf. Lumen genitum, 44).

Pero recordad siempre que en el proyecto de Cristo no se puede concebir la vida religiosa al margen de los obispos, o como indiferente a la jerarquía; porque no se pueden ver los carisma sino al servicio de la comunión y de la unidad del Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12,4-11). Por eso, no sólo debe quedar siempre excluido cualquier tipo de apostolado o magisterio paralelo al de los obispos, sino que es de la naturaleza misma de la vida religiosa fomentar con todos los medios la comunión, favorecerla en los fieles, recrearla donde pierde vigor. Tal ha sido la característica de la que siempre han dado prueba todos los fundadores.

4. Sí, queridos religiosos. Sé que al mencionar a los fundadores de vuestros institutos sentís que se remueve dentro de vosotros esa especie de “ espíritu de familia ” que os identifica con ellos y con vuestros hermanos. Es la sensación de que el carisma es algo vivo, vital, animado por el Espíritu, hecha carne y sangre en vuestra experiencia de formación y de vida religiosa.

De esa “ experiencia del Espíritu ” que es el carisma de los fundadores, vosotros sois depositarios y responsables. Sois los hijos de esos “ hombres del Espíritu ”, su presencia viva en la Iglesia de hoy, en estas tierras.

Los fieles os reconocen por vuestra vinculación a esos Santos. Y los mismos fieles esperan de vosotros que seáis y actuéis como verdaderos hijos de esos Santos; unidos a Dios y, por El, comprometidos en la promoción de la justicia, en la elevación cultural y humana del hombre, en la causa del pobre. Pero al trabajar ante todo en favor de éste, recordad que no debéis excluir a nadie.

5. No se puede pensar en la obra de los fundadores sin ver en ellos el Evangelio encarnado, como extendido en la geografía y en la historia de la Iglesia.

Ellos os ofrecen, desde esa inequívoca perspectiva evangélica, el ejemplo de una presencia cercana al pueblo y a sus sufrimientos. Ellos, sin dejarse arrastrar por tentaciones o corrientes de carácter político –un ejemplo válido también hoy para vosotros; porque, como dije a los sacerdotes y religiosos de México, “ no sois dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios de un poder temporal ”–, han sido capaces de encarnar eficazmente la caridad de Cristo, no sólo en palabras, sino en gestos generosos, en servicios e instituciones. Así han dejado huella en la historia, han hecho cultura, han sembrado verdad y vida, de las que seguimos cosechando frutos.

Este recuerdo, mis queridos hermanos, me permite pediros fidelidad plena al Evangelio y al espíritu de vuestros fundadores; para que, hoy como ayer, los religiosos viváis la caridad perfecta con profundo sentido de fe, con entrega generosa a la tarea evangelizadora que es vuestro primer cometido, sin permitir nunca que motivaciones ideológicas instrumentalizadoras sustituyan vuestra propia identidad evangélica o inspiren vuestra actuación, que debe ser siempre la de hombres de Iglesia. Desde esta clara convicción, trabajad también con entusiasmo en la dignificación del hombre.

6. Con esa caridad evangélica que, como demuestran vuestros fundadores, es más concreta y completa que cualquier ideología humana, y que se preocupa del hombre en su dimensión espiritual, material y social, os exhorto a renovar el fervor de vuestra vida y de vuestras obras. Os lo piden los hijos de la Iglesia que viven en estas tierras. Ellos os quieren sentir cercanos, ante todo como guías espirituales, como especialistas de la caridad de Cristo, que impulsa a amar a los demás y a trabajar con todas las fuerzas por la justicia y la dignificación del hombre.

Ante vuestros ojos están las tareas de evangelización y de formación de las comunidades cristianas. Suplid con vuestra generosidad la falta de vocaciones o las distancias entre los grupos eclesiales, tanto más necesitados de vuestra presencia cuanto más alejados de los grandes centros urbanos o rurales. Educad también la religiosidad popular, para que dé los frutos de esa fe sencilla y generosa que la anima.

22 No dejéis de formar un laicado maduro que asuma responsablemente su puesto dentro de la Iglesia y se entregue con clarividencia a la misión que a él compete de transformar desde dentro la sociedad civil. Y dad preferentemente a los pobres –según indiqué antes– el pan de la Palabra, la defensa de su derecho cuando es conculcado, la promoción, la educación integral y toda posible asistencia que les ayude a vivir con dignidad. Seguid en ello las indicaciones de la enseñanza social de la Iglesia tal como ella la propone, y tened confianza en esa enseñanza social de la Iglesia. Los tiempos que vivimos dan una prueba histórica de su validez.

7. Os pido una atención particular hacia la juventud. Vuestros jóvenes son generosos; esperan la simpatía y ayuda de cuantos han recibido de sus fundadores una especial misión de educación cristiana, cultural, laboral, humana. Que no falte, por ello, vuestra presencia en los centros educativos a todos los niveles, donde se deciden los valores que han de informar a quienes regirán un día los destinos de vuestros pueblos.

En este importante campo, así como en toda vuestra actividad apostólica –sea individual, sea a nivel de comunidad religiosa o instituto, sea asociados a nivel más amplio– seguid fielmente las orientaciones de vuestros obispos y demostrad vuestro amor a la Iglesia con el respeto, la comunión y la colaboración que merecen como Pastores de las Iglesias particulares. A través de ellos os uniréis a la Cabeza visible de la Iglesia, a quien Cristo confió el carisma de confirmar en la fe a sus hermanos. Y sed asimismo generosos en la ayuda y colaboración con el clero diocesano.

Con estas peticiones el Papa renueva su confianza en vosotros, os alienta hacia una creciente fecundidad de vuestros carismas y a la entrega entusiasta que debe ser distintivo de vuestra opción radical por Cristo, por la Iglesia y por el hombre hermano.

8. ¿Queréis una clave de fecundidad apostólica? Vivir la unidad, fuente de una gran fuerza apostólica. En la comunión fraterna está, en efecto, la garantía de la presencia de Cristo y de su Espíritu, para llevar a la práctica vuestras responsabilidades, siguiendo las reglas de vuestros institutos.

La Iglesia necesita del ejemplo y testimonio de religiosos que viven la fraternidad evangélica. Los grupos y comunidades esperan la animación fundada en vuestra experiencia de comunión de bienes, de oración en común, de ayuda recíproca.

Los jóvenes que llaman a vuestras puertas desean encontrar una vida eclesial que se caracterice por el fervor de la oración, por el espíritu de familia, por el compromiso apostólico. Esos jóvenes son sensibles a los valores comunitarios y esperan hallarlos en la vida religiosa. Sed capaces de acogerlos y guiarlos, cultivando con esmero las nuevas vocaciones, cuya búsqueda debe ser una de vuestras principales preocupaciones.

9. Mis queridos hermanos: Todos vuestros institutos profesan un amor especial a la Virgen María; bajo diversos títulos y con varias acentuaciones, la Virgen aparece como el reflejo de un Evangelio vivo, y por eso como Madre de todos los religiosos. En su nombre os pido que sepáis mantener el aprecio mutuo de vuestros carisma y la colaboración en vuestras obras de apostolado.

A Ella os encomiendo, para que conserve y acreciente vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia. A Ella pido el florecimiento y perseverancia de abundantes vocaciones para vuestras familias religiosas. La Iglesia de esta área geográfica necesita vuestra presencia, para vivir esa plenitud del Evangelio que es propia de la vida religiosa. Que María, la Virgen fiel y solícita de las necesidades de los hombres, os alcance esta grada. Así sea.









VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


A LOS INDÍGENAS


Quetzaltenango, lunes 7 de marzo de 1983



Amadísimos hermanos e hijos,

23 1. Mi corazón rebosa de alegría al veros congregados aquí, después de recorrer tan diferentes caminos, con sacrificios y fatigas, para darme la ocasión de abrazaros y deciros cuánto os ama la Iglesia; cuánto os ama el Sucesor de San Pedro, el Papa, Vicario de Cristo.

En vosotros abrazo y saludo a todos los indígenas y catequistas que viven en los diversos lugares de Guatemala, de Centroamérica y de toda América Latina. Para todos mi afecto; para todos mi oración, mi respaldo, mi solidaridad y mi bendición.

Y muchas gracias por haber venido a este encuentro con el Papa. Lo aprecio profundamente, porque tenía especialísimo interés en estar con vosotros, que sois los más necesitados.

2. Acabamos de escuchar en el Evangelio de San Lucas el impresionante pasaje que nos muestra a Jesús, nuestro Salvador, en la sinagoga de Nazaret, un día de sábado.

Delante de sus paisanos, Jesús se levanta para leer las Escrituras. Le entregan el libro del Profeta Isaías, lo abre y lee: El espíritu del Señor está sobre mí; me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y oprimidos; a dar la vista a los ciegos; a anunciar la gracia del Señor; a vendar los corazones rotos; a consolar a los que lloran; pues será conocida en las naciones su raza y sus vástagos entre los pueblos; los que los vean reconocerán que son raza bendita de Yahvé (cf. Is
Is 61,1-9).

Jesús cerró el libro, lo devolvió y se sentó. Todos los ojos estaban fijos en El. Habló y les dijo: Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy (cf. Lc Lc 4,18-19).

Sí, en el Hijo de Dios, Jesucristo, nacido de la Virgen María, se cumple esta Escritura. El es el enviado de Dios para ser nuestro Salvador.

Esta es la Buena Nueva que os anuncio; Buena Nueva que vosotros, con corazón sencillo y abierto, habéis acogido, aceptando la fe en Jesús nuestro Redentor y Señor.

Cristo es el único capaz de romper las cadenas del pecado y sus consecuencias que esclavizan.

Cristo os da la luz del Espíritu, para que veáis los caminos de superación que debéis recorrer, para que vuestra situación sea cada vez más digna, como plenamente merecéis.

Cristo os ayuda a superar las dificultades, os consuela y apoya. El os enseña a ayudaros unos a otros para poder ser los primeros artífices de vuestra elevación.

24 Cristo hace que todos aceptemos que sois raza bendecida por Dios; que todos los hombres tenemos la misma dignidad y valor ante El; que todos somos hijos del Padre que está en el cielo; que nadie debe despreciar o maltratar a otro hombre, porque Dios le castigará; que todos debemos ayudar al otro, en primer lugar al más abandonado.

3. La Iglesia os presenta el mensaje salvador de Cristo, en actitud de profundo respeto y amor. Ella es bien consciente de que cuando anuncia el Evangelio, debe encarnarse en los pueblos que acogen la fe y asumir sus culturas.

Vuestras culturas indígenas son riqueza de los pueblos, medios eficaces para transmitir la fe, vivencias de vuestra relación con Dios, con los hombres y con el mundo. Merecen, por tanto, el máximo respeto, estima, simpatía y apoyo por parte de toda la humanidad. Esas culturas, en efecto, han dejado monumentos impresionantes –como los de los mayas, aztecas, incas y tantos otros– que aún hoy contemplamos asombrados.

Al pensar en tantos misioneros, evangelizadores, catequistas, apóstoles, que os han anunciado a Jesucristo, todos animados de celo generoso y de gran amor a vosotros, admiro y bendigo su entrega ejemplar, recompensada con abundantes frutos para el Evangelio.

La obra evangelizadora no destruye, sino que se encarna en vuestros valores, los consolida y fortalece. Hace crecer las semillas esparcidas por el “Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitularlo todo en El, estaba en el mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre”, como enseñó el último Concilio, el Vaticano II (Gaudium et Spes
GS 57).

Esto, sin embargo, no impide que la Iglesia, fiel a la universalidad de su misión, anuncie a Jesucristo e invite a todas las razas y a todos los pueblos a aceptar su mensaje. Así, con la evangelización, la Iglesia renueva las culturas, combate los errores, purifica y eleva la moral de los pueblos, fecunda las tradiciones, las consolida y restaura en Cristo (cf. ib.58).

En esa misma línea vuestros obispos dijeron con claridad, junto con el Episcopado de América Latina: “La Iglesia tiene la misión de dar testimonio del verdadero Dios y del único Señor. Por lo cual, no puede verse como un atropello la evangelización que invita a abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes manipulaciones del hombre por el hombre” (Puebla, 406).

4. Pero la Iglesia no sólo respeta y evangeliza los pueblos y las culturas, sino que ha sido defensora de los auténticos valores culturales de cada grupo étnico.

También en este momento la Iglesia conoce, queridos hijos, la marginación que sufrís; las injusticias que soportáis; las serias dificultades que tenéis para defender vuestras tierras y vuestros derechos; la frecuente falta de respeto hacia vuestras costumbres y tradiciones.

Por ello, al cumplir su tarea evangelizadora, ella quiere estar cerca de vosotros y elevar su voz de condena cuando se viole vuestra dignidad de seres humanos e hijos de Dios; quiere acompañaros pacíficamente como lo exige el Evangelio, pero con decisión y energía, en el logro del reconocimiento y promoción de vuestra dignidad y de vuestros derechos como personas.

Por esta razón, desde este lugar y en forma solemne, pido a los gobernantes, en nombre de la Iglesia, una legislación cada vez más adecuada que os ampare eficazmente de los abusos y os proporcione el ambiente y los medios adecuados para vuestro normal desarrollo.

25 Ruego con encarecimiento que no se os dificulte la libre práctica de vuestra fe cristiana; que nadie pretenda confundir nunca más auténtica evangelización con subversión, y que los ministros del culto puedan ejercer su misión con seguridad y sin trabas. Y vosotros no os dejéis instrumentalizar por ideologías que os incitan a la violencia y a la muerte.

Pido que sean respetadas vuestras reservas, y ante todo que sea salvaguardado el carácter sagrado de vuestra vida. Que nadie, por ningún motivo, desprecie vuestra existencia, pues Dios nos prohíbe matar y nos manda amarnos como hermanos.

Finalmente, exhorto a los responsables a que se cuide vuestra elevación humana y cultural. Y para ello que se os provea de escuelas, de medios sanitarios, sin ningún tipo de discriminación.

Con profundo amor hacia todos, exhorto a seguir las vías de solución concreta trazadas por la Iglesia en su enseñanza social; a fin de lograr por ese camino las necesarias reformas, evitando todo recurso a la violencia.

5. A vosotros, amados hijos, pertenecientes a tan numerosos grupos étnicos, os invito a cultivar los valores que os distinguen:

La piedad, que os lleva a dar a Dios un puesto importante en vuestra vida; a amarlo como Padre providente y misericordioso y a respetar su santa ley. Abríos al amor de Cristo. Dejadlo influir en vuestras personas, en vuestros hogares, en vuestras culturas.

La laboriosidad, con la cual no sólo ganáis honradamente vuestro sustento y el de vuestras familias, sino que evitáis el ocio, fuente de muchos males, a la vez que hacéis de la tierra una morada más digna del hombre. Con el trabajo cumplís la voluntad de Dios: perfeccionar la creación, realizaros vosotros mismos y servir a los demás. Pido en nombre de Dios que vuestro trabajo sea remunerado justamente y se abra así el camino hacia vuestra dignificación

El amor a vuestro hogar y a vuestra familia. Deben ser el centro de vuestros afectos, el estímulo en vuestra vida. Que los respetéis siempre; que no los destruyáis con el vicio ni con el pecado; que no los arruinéis con el alcoholismo, causante de tantos males.

La solidaridad. Vuestro amor fraterno debe expresarse en una solidaridad creciente. Ayudaos mutuamente. Organizad asociaciones para la defensa de vuestros derechos y la realización de vuestros proyectos. Cuántas obras importantes se han logrado ya por este camino.

El apostolado. Sé que entre vosotros hay muchos celebradores de la Palabra, muchos catequistas y ministros.

No desmayéis en el apostolado. El apóstol genuino del indígena debe ser el mismo indígena. Dios os conceda que lleguéis a tener muchos sacerdotes de vuestras propias tribus. Ellos os conocerán mejor, os comprenderán y sabrán presentaros adecuadamente el mensaje de salvación.

26 Por medio de una buena y permanente catequesis, llegaréis a la fe adulta con la cual purificaréis ritos y ceremonias tradicionales que deben ser iluminadas cada vez más con el Evangelio.

6. Pienso en vuestros lugares de peregrinación como Esquipulas y Chichicastenango. Que sean centros privilegiados de evangelización, donde el contacto serio con la Palabra de Dios, sea para vosotros una permanente llamada a la conversión y a la vivencia más pura de la fe.

Confío, queridos míos, en que regresaréis a vuestros hogares confortados con el encuentro que hemos tenido; con mayor amor a la Iglesia que os ama y desea serviros; con el propósito de ser mejores.

Yo os llevaré en mi corazón y pediré frecuentemente para todos abundantes bendiciones del cielo.

Recordad, finalmente, que el Hijo de Dios vino a nosotros en la persona de Jesús, nuestro Salvador, por medio de una mujer, la Virgen María. Ella es nuestra hermana y también nuestra Madre. La Madre de cada uno y de la Iglesia.

Sé que vosotros la amáis y la invocáis, llenos de confianza. A Ella le suplico que os proteja. Ella ampare vuestros hogares; os acompañe en el trabajo; en las penas y en las alegrías; en la vida y en la muerte.

María os dé a Cristo y sea siempre vuestra Madre muy amada. Así sea.

“Quinyá rutzil iwach conojel, ishokib, achijab, alobom, alitomab, e rij tak winak” (Doy un saludo de paz a todos ustedes, mujeres, hombres, muchachos, muchachas, gente vieja).









VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


DURANTE SU VISITA A LA CATEDRAL


DE NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN



Guatemala, lunes 7 de marzo de 1983




Señor Cardenal,
amadísimos hermanos y hermanas,
¡La paz sea siempre con vosotros!

27 Sean estas palabras evangélicas, tan llenas de esperanza, expresión de mi saludo cordial a todos vosotros aquí reunidos, y a la vez de mi agradecimiento por la afectuosa acogida que me habéis dispensado.

Doy gracias a Dios que me ha traído hoy a esta santa iglesia catedral, conocida y admirada por la belleza y armonía de sus formas; pero tanto más entrañable para mí por el significado eclesial que este sagrado recinto representa para vosotros, fieles de Guatemala.

Este templo primado es en efecto, desde hace siglos, testigo fidedigno del deseo de renacer en la fe y en la fidelidad constante, a veces no sin pruebas y sacrificio, a la Iglesia de Cristo. Desde este lugar de comunión, vosotros los guatemaltecos habéis de sentir la urgencia de construir, a la luz del Evangelio, una morada común; es decir, un pueblo de hermanos, fundado sobre las exigencias de la fe y del amor.

El Señor que aquí tiene su casa, habita en medio de vosotros y os quiere a todos, trabajadores de su heredad e hijos fieles dentro de su hogar. A su lado y en su presencia, esto es, animados y fortalecidos por su gracia, iréis consolidando día a día el ambiente de comunión, sabiendo bien que esto compromete a purificar de asperezas los corazones, a ser sensibles a los demás y a superar todo brote de contiendas o de egoísmos y divisiones mediante un diálogo sincero y una incansable voluntad de colaboración.

Que la Santísima Virgen de la Asunción, a la que está dedicado este templo, aliente estos propósitos, vele sin cesar sobre vosotros y sea valiosa intercesora ante su Hijo en favor vuestro y del querido pueblo de Guatemala. Con estos deseos imparto, especialmente a los enfermos y ancianos, mi afectuosa Bendición.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE BIENVENIDA A GUATEMALA


Domingo 6 de marzo de 1983



Señor Presidente,
hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

Peregrino de fe y esperanza, llego hoy a esta tierra de Guatemala, país de “eterna primavera”, y lugar de particular significado en la historia de Centroamérica.

Agradezco desde ahora las muestras de afecto de todos los queridos guatemaltecos, en cuyo nombre y en el suyo propio usted, Señor Presidente, me ha dirigido expresiones de cordial bienvenida.

28 Saludo a todas las autoridades presentes en este aeropuerto, al señor Cardenal Mario Casariego, arzobispo de Guatemala, a mis hermanos obispos presididos por monseñor Próspero Penados del Barrio, a los sacerdotes, personas consagradas, laicos empeñados en el apostolado y pueblo fiel. Saludo con idéntico afecto a los miembros de los diversos grupos étnicos del país.

Esta nación ha sido varias veces, aun en tiempos recientes, escenario de calamidades que han sembrado muerte y destrucción en muchos hogares. Y hoy sigue sufriendo el flagelo de la lucha entre hermanos que provoca tanto dolor. En nombre de todas las víctimas inocentes querría pedir que se movilicen todas las fuerzas y buena voluntad, para lograr la pacífica convivencia social, fruto de la justicia y de una gran reconciliación de los espíritus.

Desde ahora aliento todos los esfuerzos que se hagan en esa dirección, asociándome a los objetivos marcados por la Conferencia Episcopal de Guatemala en el comunicado preparatorio a mi visita.

Encomiendo a vuestra plegaria estos objetivos y desde ahora bendigo a todos los hijos de Guatemala, sobre todo a los enfermos y a los que sufren en el cuerpo o en el alma. Que la Madre de la Asunción nos acompañe con su valimiento.









VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE DESPEDIDA DE EL SALVADOR


Domingo 6 de marzo de 1983



Señor Presidente,
hermanos en el Episcopado,
queridos salvadoreños:

Después de haber vivido esta intensa jornada de oración y encuentro con la Iglesia que está en El Salvador, con vosotros, siento tener que dejaros tan pronto.

En estas horas he contemplado el rostro dolorido de este querido pueblo fiel; he podido acercarme a tanto hijos que por diversas razones sufren y lloran. Quiera Dios que se hayan abierto en muchos espíritus esos anhelados brotes de perdón mutuo, de comprensión y de concordia que vuelvan a encender la esperanza cristiana en los corazones.

Mi encuentro con los sacerdotes, la visita a la catedral, la Eucaristía celebrada bajo el cielo de El Salvador, han querido ser una llamada a la reconciliación y al amor que vienen de arriba, del Dios, Padre común de todos. En nombre de Cristo, su Hijo y hermano nuestro, he querido animaros a trabajar juntos, para que su sangre redentora –ella solamente– sea en esta tierra, en esta porción de humanidad suya, el precio pagado por la paz que todos anhelamos. Que su Espíritu divino siga siendo el que dé voz y fuerza a estos anhelos de paz y de fraternidad cristianas.

29 Una vez más quiero dejar constancia de mi agradecimiento a cuantos me han facilitado esta inolvidable visita: al Señor Presidente, a las autoridades nacionales que han colaborado al feliz desarrollo de la misma. Un agradecimiento particular reservo a los hermanos obispos y a cuantos han trabajado en la preparación y realización espiritual y material de esta visita. Que el Señor les recompense con creces el esfuerzo llevado a cabo.

Y que dé la ansiada paz, por la intercesión de la Reina de la Paz, a esta querida nación, a cuyos hijos bendigo de nuevo con inmenso afecto.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


A LOS SACERDOTES DE AMÉRICA CENTRAL


San Salvador, domingo 6 de marzo de 1983



Queridos hermanos y hermanas,

1. En este encuentro dedicado a los sacerdotes de El Salvador y de toda el área de América Central, y que tiene lugar en el marco de este Centro educativo Beato Marcelino Champagnat, están también presentes los religiosos, religiosas y seminaristas salvadoreños que han querido venir a ver al Papa.

Aunque ya me he dirigido –o lo haré en los próximos días– a los sectores de la vida consagrada desde otras de las naciones cercanas, os saludo a todos muy cordialmente y os expreso mi profunda estima y agradecimiento por vuestra importantísima tarea eclesial. Pido al Señor que os dé fuerzas, aliento y esperanza para continuar generosamente en vuestro puesto. Y os bendigo a todos con gran afecto.

Ahora me dirijo a los sacerdotes. Siguiendo el consejo del Maestro, vengo a vosotros, presbíteros de una Iglesia que ha sufrido y sufre todavía, como hermano (cf. Mt Mt 23,8) y amigo (cf. Jn Jn 15,14-15); también como testigo de los sufrimientos de Cristo (cf. 1P 5,1).

Quisiera saludaros uno a uno, llamaras por vuestro nombre, escuchar vuestra experiencia, llegar con cada uno de vosotros hasta el lugar donde se desarrolla vuestro ministerio en medio del Pueblo de Dios, en las ciudades o en los pueblos, entre los campesinos y los obreros. Quisiera sobre todo reiteraros mi afecto más profundo, el agradecimiento de toda la Iglesia por vuestro testimonio sacerdotal, el aliento para que permanezcáis fieles aun en medio de las dificultades.

2. En este momento breve e intenso de comunión sacerdotal, quiero confiaros algunas reflexiones que nacen del deseo de confirmar en vosotros la identidad de vuestro sacerdocio y el compromiso de vuestra misión aquí y ahora.

En nuestra vida sacerdotal tenemos necesidad de reavivar constantemente esa gracia que se nos ha dado por la imposición de las manos (cf 2Tm 1,6), como se aviva la llama entre las brasas. El recuerdo de la gracia sacerdotal, que permanece en nosotros para siempre en virtud del carácter, nos permite renovarnos en esa gracia de configuración a Cristo y de consagración en el Espíritu Santo. Es la gracia de una madurez humana y cristiana: “No nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences pues del testimonio que has de dar de nuestro Señor . . .” (ib. 1, 7-8).

Somos por la ordenación ministros que actúan “in persona Christi”, “in virtute Spiritus Sancti”, con una plenitud humana fortalecida por esta gracia. Y esta verdad expresa la riqueza de un servicio eclesial que tiene como modelo a Cristo, el enviado del Padre, y cuenta en su misión con la fuerza del Espíritu. Sólo pensando en esta gracia no nos debe asustar nuestra debilidad, no tienen que flaquear nuestras fuerzas; no hemos de temer ante las dificultades que, por experiencia, sabéis se presentan en el ejercicio de nuestro ministerio de gracia y de reconciliación.


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