Discursos 1983 30

30 En efecto, tal vez la caridad pastoral que os debe animar y el deseo de mantener la paz y la comunión, exigen de vosotros el don de la vida, entregada momento tras momento en una oblación cotidiana, o en la ofrenda completa como algunos de vuestros hermanos.

3. Con el recuerdo de la fidelidad a Cristo nuestro único Maestro y a su Evangelio, quiero exhortaros a mantener viva e íntegra la doctrina de la fe de la Iglesia, por la cual vale la pena entregarse hasta dar la vida.

No vale la pena darla por una ideología, por un Evangelio mutilado o instrumentalizado, por una opción partidista. El sacerdote a quien se le confía el Evangelio y la riqueza del depósito de la fe tiene que ser el primero en identificarse con esa integridad doctrinal, para ser a la vez el transmisor fiel de la doctrina de la Iglesia, en comunión con su Magisterio. Una transmisión de la fe que no se limita a la propia diócesis o país, sino que ha de abrirse a la dimensión misionera de la Iglesia.

Por eso, para ser educador de la fe del pueblo, el sacerdote tiene que beber el Evangelio a los pies del Maestro en horas de oración personal, de meditación de la Escritura, de alabanza al Señor con la Liturgia de las Horas; debe profundizar y poner al día la comprensión eclesial del mensaje con un estudio asiduo que requiere un compromiso de formación permanente, tan necesario hoy para profundizar, puntualizar y actualizar los conocimientos de la teología en sus varias dimensiones: dogma, moral, liturgia, pastoral, espiritualidad. Todo ello sostenido por una auténtica teología bíblica.

4. Vuestro pueblo, sencillo e inteligente, espera de vosotros esa predicación íntegra de la fe católica, sembrada a manos llenas en el terreno fértil de una fe tradicional y acogedora, de una piedad popular que, si necesita siempre ser evangelizada, es ya campo surcado por el Espíritu para acoger esa evangelización y catequesis.

Las circunstancias dolorosas que atraviesan vuestros países, ¿no son una exigencia de intensificación de esa siembra? ¿No pide vuestro pueblo razones para creer y para esperar, motivos para amar y para construir, que sólo pueden venir de Cristo y de su Iglesia?

Por eso no defraudéis a los pobres del Señor que os piden el pan del Evangelio, el alimento sólido de la fe católica segura e íntegra, para que sepan discernir y elegir ante otras predicaciones e ideologías que no son el mensaje de Jesucristo y de su Iglesia. En esa tarea eclesial está vuestro cometido prioritario. Recordad, mis queridos hermanos, que como ya dije a los sacerdotes y religiosos de México “no sois dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios de un poder temporal” (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Sacerdotes et Religiosos in templo “Nuestra Señora de Guadalupe” habita, die 27 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II [1979] 176).

Espera vuestra palabra fiel y autorizada una juventud generosa, que ya no cree en las fáciles promesas de una sociedad capitalista o que a veces sucumbe ante el espejismo de un compromiso revolucionario que quiere cambiar las cosas y las estructuras, recurriendo incluso a la violencia, ¿No están espetando también muchos jóvenes ese anuncio de un Cristo que salva y libera, que cambia el corazón y provoca una pacífica pero decisiva revolución, fruto del amor cristiano? Y si les fascinan otros líderes, ¿no será porque no se les ha presentado adecuadamente, sin deformaciones, a Cristo?

5. Sois sacerdotes con una grave responsabilidad en esta hora de la Iglesia en vuestras naciones. En vuestras manos deposito una necesaria tarea de comunión y de diálogo.

El sacerdote, en efecto, es el servidor de la comunión eclesial. A él le corresponde congregar a la comunidad cristiana para vivir la eucaristía de manera que sea la celebración del misterio de Jesús, la fuente y la escuela de la vida de las comunidades. Por eso, su lugar está ante todo en el altar; para predicar la palabra y celebrar los sacramentos; para ofrecer el sacrificio y distribuir el pan de la vida.

Los fieles que necesitan una palabra de consejo y de consuelo quieren verlo disponible y fácilmente identificable, aun por su manera de vestir; todos los que necesitan la gracia del perdón y de la reconciliación esperan que les sea fácil encontrar al sacerdote en el ejercicio de este indispensable ministerio de salvación, donde el contacto personal facilita el crecimiento y maduración de los cristianos.

31 Hoy más que nunca, ante la escasez de sacerdotes y las grandes necesidades de la comunidad eclesial, el sacerdote esta llamado a una inteligente misión de promoción del laicado, de animación de la comunidad, para que los fieles se responsabilicen de esos ministerios que les competen en razón de su bautismo.

¡Qué gozo puede experimentar el ministro de Cristo que ve formarse a su alrededor una comunidad madura, donde surgen los diversos ministerios de catequesis, de caridad, de promoción! Qué alegría sobre todo cuando es capaz de colaborar con la gracia de Dios, para que nuevas vocaciones sacerdotales aseguren un relevo en medio de la comunidad cristiana! Permitidme que os insista en este deber que ha de inquietar el corazón de cada sacerdote: ser instrumento de promoción vocacional con su palabra y oración, con su ejemplo, con el testimonio de una vida consagrada por entero al servicio de Cristo y de los hermanos.

6. El sacerdote tiene que ser el hombre del diálogo. En su tarea de mediador debe asumir con valentía el riesgo de hacer de puente entre diversas tendencias, de fomentar la concordia, de buscar soluciones justas ante situaciones difíciles.

La opción del cristiano y más la del sacerdote resulta a veces dramática. Aun siendo firme contra el error, no puede estar contra nadie, pues todos somos hermanos o, al límite, enemigos que tiene que amar según el Evangelio; tiene que abrazar a todos, pues todos son hijos de Dios y dar la vida, si es necesario, por todos sus hermanos. Aquí radica con frecuencia el drama del sacerdote, impulsado por diversas tendencias, acosado por opciones partidistas.

Llamado a hacer una opción preferencial por los pobres, no puede ignorar que hay una pobreza radical allí donde Dios no vive en el corazón del hombre esclavizado por el poder, el placer, el dinero, la violencia. También a estos pobres debe extender su misión.

Por eso, el sacerdote es pregonero de la misericordia de Dios y no sólo predicador de la justicia. Tiene que hacer resonar el mensaje de la conversión para todos, anunciar la reconciliación en Cristo Jesús, que es nuestra paz y derriba todo muro de división entre los hombres (cf. Ef
Ep 2,14). Este ministerio de los sacerdotes adquiere una importancia especial dentro del marco del Ano Santo de la Redención, que he querido proclamar para que sea celebrado en la Iglesia universal.

Sed vosotros, queridos sacerdotes, testigos de esta redención universal. Proclamad conmigo: “Abrid de par en par las puertas a Cristo Redentor”. Es como si el Señor quisiera ofrecernos la oportunidad de renovar aspectos olvidados quizá en nuestro ministerio sacerdotal: la predicación de la conversión a Cristo, necesaria para todos, abierta a todos; la llamada a la reconciliación, urgente para la humanidad, a todos los niveles. Convertidos y reconciliados, seamos nosotros ante los hombres, testigos y ministros de la redención de Cristo, dispuestos a dar la vida, si es necesario, por esta reconciliación de los hermanos.

7. La vida del sacerdote, como la de Cristo, es servicio de amor. El mejor testimonio de una opción radical por Cristo y por el Evangelio consiste en poder decir con verdad esas palabras de la oración de la Iglesia: “No vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó” (Prex eucharistica IV). Vivir para El es vivir como El, y su palabra es perentoria: “El que quiere ser el primero entre vosotros que sea vuestro esclavo: de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20,27-28).

Vuestra sencillez, vuestra pobreza y afabilidad, serán signo evidente de vuestra consagración al Evangelio; con vuestra disponibilidad para escuchar, acoger, ayudar material y espiritualmente a vuestros hermanos, seréis testigos del que no vino a ser servido sino a servir. En la pureza de intención de vuestro servicio, en el desprendimiento de las cosas materiales encontraréis la libertad para ser testigos de Aquel que vino a nosotros como Siervo del Señor y nos lo entregó todo, pues dio la vida por nosotros.

8. Mis queridos sacerdotes: Ojalá se renueve en vosotros con este encuentro la ilusión del día de vuestra ordenación sacerdotal, enriquecida ahora con la experiencia de un amor fiel a Cristo y a vuestro pueblo.

Permaneced unidos. Pensad que en la unidad está la fuerza de la Iglesia. Mantened siempre la comunión con vuestros Pastores, más necesaria cuanto más difíciles son las circunstancias en las que vive una Iglesia particular. En la fuerza de la unidad tendréis incluso la garantía de un peso moral ante la sociedad, la posibilidad de hacer presente y defender con eficacia la causa de los más necesitados. De vuestras divisiones se aprovecharían, en cambio, quienes quieren instrumentalizar vuestro ministerio.

32 Como Sucesor de Pedro quiero confirmaros el amor y el apoyo de la Iglesia universal, que os contempla con la esperanza de ver confirmada la paz en vuestras naciones, reconciliados en la justicia con todos los hijos del pueblo salvadoreño y centroamericano.

Os encomiendo a la Virgen, Reina de la Paz, como la invocáis en esta tierra. Ella es Madre de todos, ejemplo de un compromiso con la voluntad de Dios y con la historia de su pueblo. Que Ella os ayude en vuestro ministerio de reconciliación, en vuestra misión evangelizadora, para que seáis, con vuestro compromiso, auténticos discípulos de Cristo. Así sea.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CATEDRAL DE SAN SALVADOR


Domingo 6 de marzo de 1983



La catedral es la sede del Pastor de cada Iglesia particular, el lugar desde donde anuncia el Evangelio aquel que, como todo obispo, ha sido puesto por el Espíritu Santo para apacentar la grey de Cristo.

Mi visita a este venerando templo quiere ser, por lo mismo, una invitación a todos vosotros para dejaros guiar siempre por vuestros Pastores, ayer por los que lo precedieron y hoy por vuestro nuevo arzobispo, monseñor Arturo Rivera Damas.

Reposan dentro de sus muros los restos mortales de monseñor Oscar Arnulfo Romero, celoso Pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida de manera violenta, mientras celebraba el Sacrificio del perdón y reconciliación.

Por el, igual que por los otros venerados Pastores que a su tiempo apacentaron la grey salvadoreña, dirigimos nuestra plegaria al Dios justo y misericordioso para que su luz brille perpetuamente sobre ellos, que se sacrificaron por todos, y a todos llamaron a inspirarse en Jesús, el que tuvo compasión de las multitudes a la hora de comprometerse en la forja del mundo más justo, humano y fraterno, en que todos queremos vivir.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE BIENVENIDA A EL SALVADOR


Aeropuerto de Ilopango- El Salvador

Domingo 6 de marzo de 1983



Señor Presidente,
amados hermanos en el Episcopado,
33 queridos hermanos y hermanas:

Al pisar por vez primera tierra de El Salvador, quiero manifestar ante todo, mi gratitud al Señor Presidente y a las autoridades de la nación, quienes, junto con mis hermanos en el Episcopado, me han dado la feliz oportunidad de visitar este país, que está particularmente presente en mi solicitud eclesial.

¡Gracias a todos por vuestro cariñoso recibimiento! Gracias a los que estáis aquí y también a los que, por motivos diversos, por algún contratiempo o por exigencias profesionales, solamente pueden acompañarnos en espíritu. Llegue a todos mi afectuoso saludo y mi cordial abrazo de paz en el Señor, empezando por el Pastor de esta arquidiócesis, monseñor Arturo Rivera Damas, el Presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor José Eduardo Álvarez, los demás hermanos obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos empeñados en el apostolado.

Desde hace tiempo estaba deseando que llegara este día, para testimoniar con mi presencia algo que ya sabíais de cierto: que el Papa está cerca de vosotros y comparte con dolor vuestros sufrimientos. ¿Cómo podría un padre y hermano en la fe permanecer insensible ante las penas de sus hijos?

El Salvador ha estado constantemente presente en mis oraciones, en mis insistentes llamados a la paz, de palabra y por escrito, buscando a la vez que no desfallezca la fe ni decaiga la esperanza en los ánimos, a causa de una situación, todavía no irreparable, que ha sido sementera de dañosas divisiones y, peor aún, del derramamiento de tanta sangre inocente por todo el suelo nacional.

Hago votos para que las medidas anunciadas en el discurso del Señor Presidente y todos los demás medios adecuados, contribuyan al ordenado y pacífico progreso de la sociedad, fundado en el respeto de los derechos de todos y que en él todos tengan la posibilidad de colaborar en un clima de verdadera democracia a la promoción del bien común.

Ojalá que esta visita que os hago bajo la enseña de la paz, ayude a detener el conflicto y a reunir de nuevo a esta querida familia salvadoreña en un hogar sereno, donde todos os sintáis hermanos de verdad. Que la buena voluntad de todos, y en particular de los hijos de la Iglesia, depuesto todo sentimiento de egoísmo y de odio, se aplique en adelante a promover la justicia, base hacia la esperanza, para lograr una tierra nueva, fecunda en frutos de verdad y de reconciliación cristiana.

Con esta esperanza, bendigo desde este momento a todos los hijos de El Salvador.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE DESPEDIDA DE COSTA RICA


Sábado 5 de marzo de 1983



Señor Presidente,
hermanos en el Episcopado,
34 costarricenses todos:

Costa Rica me ha dispensado en estos primeros días de mi viaje apostólico a América Central, una hospitalidad llena de calor, afecto y generosa disponibilidad.

Antes de dejar esta querida nación, cuyo recuerdo imborrable me llevo conmigo, repaso con la mente los actos más salientes de mi itinerario: la visita al Hospital Nacional de Niños; la solemne celebración litúrgica en la Sabana con numerosísimos fieles; el encuentro en la catedral con el clero, el personal religioso y seminaristas; el entusiasmo que inundaba el estadio nacional repleto de jóvenes; y la audiencia a los Jueces de la Corte Interamericana de los Derechos del Hombre.

Conozco cuánto trabajo era necesario para la buena preparación de este programa en sus aspectos técnico y espiritual. Por eso os expreso mi más vivo agradecimiento a todos. Ante todo a usted, Señor Presidente, que tan gentilmente me invitó, a las autoridades civiles, a mis hermanos obispos, a las personas consagradas, a los miembros de los diversos Cuerpos, Comisiones y Asociaciones.

Los encuentros tenidos me han permitido conocer mejor a este querido pueblo y los profundos valores humanos, morales y religiosos que han construido y sostienen este país. Mi mayor deseo es que estos valores sean conservados y consolidados, porque así se podrá mirar con esperanza y optimismo hacia el futuro.

A la Patrona de Costa Rica, la Virgen de los Ángeles, dirijo de nuevo mi reverente recuerdo y ferviente plegaria, para que interceda ante su Hijo por esta nación, la mantenga en la paz y concordia, y extienda su mano protectora sobre todos y cada uno de sus hijos costarricenses.

A todos, una vez más: Muchas gracias y que Dios se lo pague. Que El bendiga a Costa Rica, como yo la bendigo con afecto.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE DESPEDIDA DE PANAMÁ


Sábado 5 de marzo de 1983



Señor Presidente,
amados hermanos en el Episcopado y panameños todos:

Ha llegado el momento de abandonar esta querida nación, donde la brevedad de mi estadía se ha visto compensada con la intensidad de la misma y con el caluroso encuentro de tantos hijos de esta tierra con el Papa, durante los recorridos y actos principales de la visita.

35 Han quedado profundamente grabados en mi corazón y recuerdo la Misa con las familias y la celebración de la Palabra con lo s amadísimos campesinos, que han constituido puntos basilares de mi visita, y cuyo mensaje os dejo como testimonio de afecto del paso entre vosotros del Sucesor de Pedro.

Quiero ante todo agradecer al Señor Presidente y a todas las autoridades las muchas atenciones que me han dispensado. Doy también gracias a todas las personas que, de un modo u otro, quizá de manera oculta, han colaborado eficazmente en la preparación y realización de la visita. Gracias de modo especial a mis hermanos los obispos de esta Iglesia, al clero, a los religiosos y religiosas, así como a los laicos de los movimientos apostólicos por su ejemplar dedicación. Gracias igualmente a todo el pueblo panameño, a los niños, jóvenes y adultos por su cariñosa acogida.

En la sede de vuestra más alta institución nacional sé que se hallan cinco estatuas de bronce que representan las cualidades que han de acompañar a todo hijo de esta tierra: el trabajo, la constancia, el deber, la justicia y la ley. Que esos valores básicos de la persona y de la sociedad se vean incrementados por la riqueza espiritual, y sobre todo por una fe cristiana que inspire toda vuestra convivencia y la conduzca hacia metas cada vez más altas.

Al recordar con inmenso afecto vuestros rostros, estoy seguro de que este país aparecerá en mi mente como una gran orquídea, vuestra flor nacional, llamada también flor del Espíritu Santo. Os deseo fervientemente que ello sea siempre un símbolo vivo de vuestra fidelidad a la fe cristiana, con la ayuda del Espíritu de Cristo.

Antes de dejaros imparto a todos, a los de cerca y a los de lejos, una cordial bendición, de modo particular a los niños, a los ancianos y a los enfermos. ¡Que Dios bendiga siempre a Panamá y a todos sus hijos!







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CATEDRAL DE PANAMÁ


Sábado 5 de marzo de 1983



Queridos hermanos y hermanas,

En la visita a esta catedral, centro espiritual de la vida diocesana, deseo saludar con todo afecto a mis hermanos en el Episcopado aquí presentes, en particular al Pastor de esta comunidad eclesial, monseñor Marcos Gregorio McGrath, con mi profunda gratitud y de toda la Iglesia por las expresiones tenidas esta mañana de devota reparación a la Eucaristía. Saludo igualmente a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a quienes he dedicado o dedicaré alocuciones más extensas en otros momentos de este viaje apostólico.

Saludo de modo especial a vosotros, queridos seminaristas, exhortándoos a aprovechar bien estos anos de preparación para el sacerdocio. La Iglesia en Panamá necesita ver incrementado vuestro número; por eso en vosotros me dirijo a los jóvenes de vuestra misma edad y condición, para que piensen en la posibilidad de una entrega a Dios y a los demás, en el sacerdocio y en la vida religiosa. ¡Sed valientes y decididos en vuestra entrega a Dios! A las familias de Panamá y también de toda América Central quiero decirles: ¡Sed generosas en dejar que alguno de vuestros hijos dedique su vida entera al servicio del Señor y de vuestras comunidades!

Quiero saludar con particular afecto a vosotros, enfermos, presentes aquí en pequeño grupo, pero que representáis a todos vuestros hermanos enfermos del país, tanto a los que están en sus casas como en los centros hospitalarios. Sabed que el Papa os tiene muy presentes en su plegaria. Esforzados en aceptar con visión sobrenatural los dolores y limitaciones que sufrís en vuestra vida, y que tanto valen para la Iglesia; así, unidos a los sufrimientos de Cristo, participáis en su obra redentora del mundo.

A todos os imparto de corazón una especial Bendición Apostólica, en particular a los ancianos aquí reunidos.









VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


EN EL ENCUENTRO CON LOS CAMPESINOS


36

Sábado 5 de marzo de 1983



Queridos hermanos campesinos,

1. Desde estas tierras panameñas de Penonomé levanto mi mirada hacia vosotros y todos vuestros compañeros de trabajo; los de Panamá y de toda América Central, Belice y Haití, para saludaros con gran estima y afecto. Para deciros que el Papa viene muy contento a visitaros y se siente feliz de estar en medio de los campesinos, gentes sencillas, honradas, y en las que resplandece una profunda religiosidad

Permitidme que ante todo extienda mi cordial saludo y recuerdo a vuestras esposas e hijos; a todas las familias campesinas que vosotros representáis. Este saludo quiere ser también mi profundo agradecimiento por vuestra cariñosa acogida, a la vez que os exhorto a vivir cada vez más fielmente vuestra condición de cristianos.

2. La primera reflexión que quiero compartir con vosotros es la de vuestra dignidad como hombres y como trabajadores del campo. Una dignidad que, como ya indiqué en mi Encíclica Laborem Exercens (cf Laborem Exercens LE 21), no es menor que la de quien trabaja en la industria o en otros sectores de la vida social y económica.

El trabajo, en efecto, encuentra su dignidad en el designio de Dios Creador. Dios ha creado al hombre y lo ha hecho hijo e imagen suya. Lo ha creado para que con su inteligencia y trabajo físico, en la ciudad o en el campo, se perfeccione, se realice y encuentre honestamente su subsistencia personal y la de su familia. Y para que a la vez sirva con su trabajo al bien de sus hermanos y contribuya al desarrollo de la sociedad.

Ese plan divino y la dignidad que conlleva se aplican perfectamente al trabajo agrícola y a la situación del hombre que cultiva la tierra como vosotros; ya que ofrecéis a la sociedad los bienes necesarios, los productos básicos para la alimentación diaria.

Por ello no debe pesar sobre vosotros sentimiento alguno de inferioridad respecto de la dignidad de vuestras personas y género de vida. Con esa convicción buscad vuestra elevación propia, sabedores del valor y respeto que merece vuestra tarea, prestada con espíritu de servicio al hombre integral (cf. Gaudium et Spes GS 64). Recordad que Cristo mismo quiso experimentar el cansancio físico, trabajando con sus manos como simple artesano (cf. Mt Mt 13,55).

3. La Iglesia comprende y reconoce ese valor de vuestra condición de campesinos. Y quiere estar cercana a vosotros con la luz de la fe, con el estímulo de los valores morales, con su voz en defensa de vuestra dignidad y derechos.

En su enseñanza social no ha cesado de indicar a personas e instituciones, Estados y Organismos internacionales que aseguren el necesario desarrollo de la actividad agrícola, para que crezca en armonía y se eliminen las lacras que afectan a los hombres del campo.

La presencia del Papa hoy entre vosotros –que prolonga la de mi predecesor Pablo VI en Bogotá y las mías en Culiacán (México) y Recife (Brasil)– quiere ser una nueva muestra de ese deseo de cercanía a vosotros, a vuestras preocupaciones y aspiraciones.

37 No vengo con las soluciones técnicas o materiales que no están en manos de la Iglesia. Traigo la cercanía, la simpatía, la voz de esa Iglesia que es solidaria con la justa y noble causa de vuestra dignidad humana y de hijos de Dios.

Sé de las condiciones de vuestra precaria existencia: condiciones de miseria para muchos de vosotros, con frecuencia inferiores a las exigencias básicas de la vida humana.

Sé que el desarrollo económico y social ha sido desigual en América Central y en este país; sé que la población campesina ha sido frecuentemente abandonada en un innoble nivel de vida y no rara vez tratada y explotada duramente.

Sé que sois conscientes de la inferioridad de vuestras condiciones sociales y que estáis impacientes por alcanzar una distribución más justa de los bienes y un mejor reconocimiento de la importancia que merecéis y del puesto que os compete en una nueva sociedad más participativa (cf. PAULI VI, Allocutio ad quamplurimos Columbianos agri cultores v. d. “campesinos” habita, die 23 aug. 1968: Insegnamenti di Paolo VI, VI [1968] 372 ss.).

4. Es cierto que, como indiqué en la Laborem Exercens, “las condiciones del mundo rural y del trabajo agrícola no son iguales en todas partes, y las situaciones sociales de los trabajadores del campo son diferentes según los países. Esto no depende solamente del grado de desarrollo de la técnica agrícola, sino también, y más aún, del reconocimiento de los justos derechos de los trabajadores del campo, y del nivel de conciencia en el campo de toda la ética social del trabajo” (Laborem Exercens
LE 21).

Las cifras actuales os pueden dar una idea de este grave problema. Si en la mayoría de los países desarrollados o industrializados, el sector agrícola, modernizado y mecanizado, agrupa menos del 10 por ciento de la población activa, en muchos de los países del Tercer Mundo, el mismo sector representa hasta el 80 por ciento de la población total, con un sistema tradicional de agricultura de mera subsistencia.

Por otra parte también, la distribución de la tierra y sus modos de explotación que reúne a propietarios, hacendados y agricultores asalariados, varía de un país a otro, según el sistema socio-político. A veces coexisten la propiedad privada, las cooperativas comunitarias y las empresas del Estado.

5. La situación de tantos campesinos preocupa a la Iglesia. Por eso yo mismo invitaba en México a la acción, “para recuperar el tiempo perdido, que es frecuentemente tiempo de sufrimientos prolongados y de esperanzas no satisfechas” (Allocutio ad quamplurimos “Indios” in pago “Cuilapán” habita, die 29 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II [1979] 242).

¿Cómo no sentirse conmocionado ante situaciones trágicas –por desgracia demasiado reales– como la descrita en mi Encíclica sobre el trabajo humano? “En ciertos países en vías de desarrollo, la mayoría de los hombres son obligados a cultivar las tierras de otros, y son explotados por los grandes propietarios hacendados, sin esperanza de poder jamás acceder personalmente a la posesión de un pedazo de tierra. No existen formas de protección legal de la persona del trabajador del campo y de su familia para su vejez, enfermedad o desocupación. Largas jornadas de duro trabajo físico son pagadas miserablemente. Tierras cultivables son abandonadas por sus propietarios; títulos legales de posesión de un pequeño terreno, cultivado por cuenta propia desde anos atrás, no son reconocidos o no pueden defenderlos delante del “hambre de la tierra” que anima a los individuos o grupos más poderosos” (Laborem Exercens LE 21).

No dudo de los esfuerzos hechos por muchos de los políticos y dirigentes de éste y otros países, para mejorar seriamente vuestra situación de pobreza. Cuando sea necesario, sobre ellos incumbe el deber de “actuar pronto y en profundidad. Hay que poner en práctica transformaciones audaces, profundamente innovadoras. Hay que emprender, sin esperar más, reformas urgentes” (Populorum Progressio, 32).

Pero corresponde actuar no sólo a las autoridades, sino también a vosotros y a la entera sociedad, haciendo un esfuerzo conjunto, una efectiva concentración de todas las fuerzas vivas del país, para crear las estructuras del verdadero desarrollo; para llevar al campo nuevos instrumentos y medios que alivien la fatiga del campesino, que hagan su encuentro cotidiano con la tierra una situación más humana y más alegre, se aumente la productividad y se retribuya con precios justos el esfuerzo de sus manos.

38 De esta manera, tantos campesinos acosados hoy por su soledad, por la pobreza y la indiferencia en que se encuentran, dejarán de mirar hacia la ciudad, pensando encontrar en ella lo que el campo les ha negado. Y se evitará ver crecer las filas de la desocupación en las grandes ciudades, con nuevos males de descomposición social.

6. En la búsqueda de una mejor justicia y elevación vuestra, no podéis dejaros arrastrar por la tentación de la violencia, de la guerrilla armada o de la lucha egoísta de clases; porque éste no es el camino de Jesucristo, ni de la Iglesia ni de vuestra fe cristiana. Hay quienes están interesados en que abandonéis vuestro trabajo, para empuñar las armas del odio y de la lucha contra otros hermanos vuestros. A ésos no los debéis seguir.

¿A qué conduce este camino de la violencia? Sin lugar a dudas, crecerá el odio y las distancias entre los grupos sociales, se ahondará la crisis social de vuestro pueblo, aumentarán las tensiones y los conflictos, llegando hasta el inaceptable derramamiento de sangre, como de hecho ya ha sucedido. Con estos métodos, completamente contrarios al amor de Dios, a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia, haréis imposible la realización de vuestras nobles aspiraciones. Y se provocarán nuevos males de descomposición moral y social, con pérdida de los más preciados valores cristianos.

Vuestro justo compromiso por la justicia, por el desarrollo material y espiritual, por la participación efectiva en la vida social y política, ha de seguir las orientaciones marcadas por la enseñanza social de la Iglesia, si queréis construir la nueva sociedad, la de la justicia y de la paz. Métodos y vías distintas engendrarán nuevas formas de injusticia, donde nunca encontraréis la paz que tanto y tan justamente deseáis.

7. A la manera de los discípulos de Emaús, felices de haber encontrado al Señor Resucitado y de haberlo reconocido en la “fracción del pan” (cf. Lc
Lc 24,35), vosotros, amados campesinos, debéis vivir la alegría de compartir el pan con vuestros hermanos. Sé que sois capaces de compartir el pan, en acciones de ayuda desinteresada que tanto os distinguen y honran.

Se trata de compartir también vuestra solidaridad y capacidad de mutua asistencia, de superar los egoísmos y pequeñeces, de fortalecer y compartir vuestra fe y religiosidad.

El pan que el campesino saca de las entrañas de la tierra es el pan que alimenta a la humanidad. Y es el pan de la Eucaristía que la Iglesia consagra diariamente y da de comer a todos los hijos que lo quieren compartir como hermanos en la misma fe. Es el pan que nos une en la Iglesia, que nos hace sentirnos hermanos e hijos de un mismo Padre. Es el pan que alimenta nuestra fe mientras peregrinamos, y es prenda de esperanza para la eternidad feliz a la que nos encaminamos.

Esa constante referencia a Dios ha de inspirar vuestro empeño en favor de la justicia, del amor al hombre, de la búsqueda eficaz de una sociedad nueva, que abra la esperanza de acabar con la dramática distancia que separa a los que tienen mucho de los que no tienen nada.

Podéis estar seguros de que la Iglesia no os abandonará. Vuestra dignidad humana y cristiana es sagrada para ella y para el Papa. Ella seguirá reclamando la supresión de las injustas desigualdades, de los abusos autoritarios. Seguirá apoyando y colaborando en las iniciativas y programas orientados a vuestra promoción y desarrollo.

Que la Virgen María, Madre amorosa vuestra, os acompañe siempre, os proteja, guarde a vuestras familias, reciba vuestras plegarias e interceda por vosotros ante Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en cuyo nombre os bendigo con inmenso afecto, queridos campesinos. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional de Tocumén, Panamá

39

Sábado 5 de marzo de 1983

Señor Presidente,
queridos hermanos en el Episcopado,
amados hermanos y hermanas:

Con gran ilusión había esperado el momento de besar tierra panameña. Bendita sea la divina Providencia que me concede visitar este noble país, en mi viaje al área geográfica centroamericana. Sé que también vosotros deseabais vivamente este encuentro.

Desde el primer momento percibo el afecto entusiasta de los panameños, en cuyo nombre y en el suyo propio usted, Señor Presidente, me ha dado su cordial bienvenida con significativas y deferentes palabras. A su saludo, que recoge el de las otras autoridades presentes en este aeropuerto, y a las muestras efusivas de los queridos hijos de Panamá –normalmente lejanos en la geografía, pero siempre muy cercanos en mi afecto– correspondo con sentimientos de profundo aprecio y gratitud.

A este fervor humano y a la acogida cordial siento unidas también las voces de tantos otros habitantes del país, de las ciudades, pueblos y caseríos, niños, jóvenes y adultos, dispersos por toda la geografía nacional, desde David y Bocas del Toro hasta el Darién. A todos envío mi cordial saludo y por todos pediré al Señor, especialmente en la Eucaristía de este día.

Pero quiero reservar un saludo particular a los miembros del Episcopado panameño aquí presentes, al arzobispo de esta ciudad, monseñor Marcos Gregorio McGrath, y al Presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor José María Carrizo, así como a los sacerdotes y personas consagradas. En ese saludo particular incluyo a quienes por razones diversas, como los enfermos y ancianos o los que sufren por tantos motivos, no podré encontrar. Son ellos los primeros destinatarios de mi viaje y a ellos va mi primera palabra de aliento y esperanza.

Para todos viene a vosotros el Obispo de Roma y Pastor de toda la Iglesia. Por eso, desde este instante mando a cada persona, familia y grupo humano o étnico mi exhortación a ser siempre testigos del amor de Cristo y mi Bendición.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE DESPEDIDA DE NICARAGUA


Viernes 4 de marzo de 1983



Ilustres miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional,
40
Discursos 1983 30