Discursos 1983 50


VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


A LAS RELIGIOSAS


San José de Costa Rica

Jueves 3 de marzo de 1983

Queridos hermanos y hermanas,

1. Correspondo con profunda gratitud y afecto al cariñoso recibimiento que habéis querido tributarme en esta catedral metropolitana de San José, donde sé que estáis congregados los miembros del clero, religiosos, religiosas y seminaristas. Sois la porción selecta de la Iglesia en Costa Rica, sus fuerzas vivas más preciosas e imprescindibles. Por eso os manifiesto mi más profundo aprecio por vuestro estado y actividad. Os animo a continuar sin vacilaciones, con gozo y optimismo, en vuestra fidelidad al Señor. Quiero deciros que pido en la oración por vuestras intenciones y necesidades, y os bendigo de todo corazón. De modo particular encomiendo en la plegaria la perseverancia y buena formación de los seminaristas, que serán los futuros ministros de la Iglesia.

Como hablaré de manera especifica para los sacerdotes desde El Salvador y para los religiosos desde Guatemala, hoy quiero dirigirme especialmente a las religiosas.

Os contemplo, queridas hermanas consagradas a Jesucristo y a su Reino, en la variedad del compromiso apostólico de vuestros diversos institutos, y en su presencia en los distintos países. Unas pertenecéis a los pueblos de América Central, de Belice o Haití donde estoy realizando mi visita apostólica; otras sois originarias de las demás naciones del continente americano o habéis llegado de otros continentes; pero sé que todas os sentís bien encarnadas en estas tierras que son vuestra patria espiritual y dais así una dimensión de universalidad a la santa Iglesia.

51 Tengo la alegría de sentiros palpitar con los ideales de la Iglesia que vive en estas tierras, pues una característica de vuestra presencia debe ser la profunda inserción en las Iglesias particulares, donde prestáis una preciosa ayuda en la evangelización, en la animación de las comunidades parroquiales y grupos eclesiales; sois auténticas colaboradoras de vuestros Pastores, que aprecian vuestro trabajo, y de los fieles que, con su amor y respeto, os ayudan a mantener sin fisuras vuestras identidad de consagradas y vuestro compromiso con los más necesitados.

2. Mis palabras en este encuentro de fe, de plegaria y de comunión espiritual con el Sucesor de Pedro, con quien vuestra consagración os vincula en el afecto, la obediencia y la colaboración apostólica, quieren traeros un mensaje de gozo y esperanza que confirme vuestra identidad y os abra nuevos senderos en vuestro compromiso eclesial, reforzado ahora con mi presencia entre vosotras.

Quisiera recordaros, como siempre lo ha hecho la Iglesia con las vírgenes cristianas, desde los primeros tiempos del cristianismo, vuestra vinculación a Cristo Jesús, vuestro Señor y Esposo, de quien habéis abrazado a la vez el amor y la causa.

Sois discípulas, porque lo habéis seguido con los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Podéis decir con San Pablo: “Para mí la vida es Cristo” (
Ph 1,21), porque os habéis consagrado personalmente a El y estáis llamadas a sentir en plenitud esta comunión de amor, hasta poder decir que es El quien vive en vosotras y os comunica la vida verdadera. Os habéis identificado con su causa y por eso, dejándolo todo, como los apóstoles, habéis elegido ser testigos de los valores y compromisos del Reino.

Vuestra aportación es valiosísima para la Iglesia. Sé que lleváis con entusiasmo una buena parte del peso en tantas tareas parroquiales, de evangelización, de enseñanza, de obras de misericordia, de animación comunitaria, de presencia y testimonio eclesial entre los más pobres, marginados, necesitados; con la capacidad de hacer presente la Iglesia con un rostro auténticamente materno, con sensibilidad y cariño, con sabiduría y equilibrio. En esta dimensión sentís el gozo de una consagración en la que podéis decir también, parafraseando la frase de San Pablo: Para mí vivir es ser Iglesia.

3. En un momento de la historia en que la mujer adquiere en la sociedad el puesto que le corresponde con una promoción que la dignifica, veo con satisfacción vuestra presencia calificada como mensajeras y testigos del Evangelio. Este movimiento que ahora va alcanzando una mayor forma expresiva en la pastoral de conjunto, tiene su fundamento y raíz en la actitud misma del Maestro hacia aquellas mujeres que le siguieron (Cfr. Lc Lc 23,55), que disfrutaron de su amistad como Marta y María de Betania (Cfr. Jn Jn 12,1-8) y fueron mensajeras de su resurrección, como María Magdalena (Cfr. ib.20, 18) o invitaron a reconocerlo por Mesías, como la Samaritana (Cfr. ib. 4, 39).

También a vosotras os confía la Iglesia el servicio de la Palabra y de la catequesis, de la educación en la fe, de la promoción cultural y humana; os pide una preparación adecuada, y por lo tanto cada vez más intensa, a nivel de teología bíblica y dogmática, de liturgia, de espiritualidad y de ciencia; y a la vez reconoce con cuánto entusiasmo y generosidad lleváis el Evangelio a los pobres, a los más sencillos, a la juventud inquieta de esta área geográfica.

Pero el Evangelio es vida, y vosotras lleváis en el corazón, consagrado a Cristo, el instinto de la vida, de la caridad –que es la vida misma de Dios– que se encarna en obras de asistencia, de promoción. Con razón los cristianos de estas tierras reclaman vuestra presencia insustituible junto al lecho del enfermo, en la escuela, en las diversas formas de misericordia evangélica propia de la creatividad religiosa. En esos lugares, en esos ambientes, sois la presencia misma del amor de Cristo, sois el rostro de la Iglesia, que resplandece ante los hombres por su amor traducido en bondad, ayuda, consuelo, liberación, esperanza.

4. Mirando en concreto la situación de vuestros pueblos, las inquietudes que agitan la sociedad, el frágil equilibrio de la paz, las tareas de promoción de la justicia todavía por realizar, no puedo menos de repetiros mi confianza en vuestra misión.

Quisiera hacerme eco, en el momento actual, de las palabras del Concilio Vaticano II en su mensaje a las mujeres: “Vosotras, vírgenes consagradas, en un mundo donde el egoísmo y la búsqueda de placeres quieren hacer ley, sed guardianes de la pureza, del desinterés, de la piedad . . . En este momento tan grave de la historia os está confiada la vida, a vosotras toca salvar la paz del mundo” (Mensaje del Concilio Vaticano II a las mujeres, Nuntius ad mulieres, 8. 11).

Os podría parecer excesivamente comprometedora vuestra misión; demasiado grande para vuestras posibilidades. Porque vosotras estáis cerca del pueblo, tenéis en muchos casos en vuestras manos la educación de niños, jóvenes y adultos; tenéis que ser, por naturaleza y por misión evangélica, sembradoras de paz y de concordia, de unidad y de fraternidad; podéis desconectar los mecanismos de la violencia mediante una educación integral y una promoción de los valores auténticos del hombre; vuestra vida consagrada tiene que ser un desafío a los egoísmos y a las opresiones, una llamada a la conversión, un factor de reconciliación entre los hombres.

52 5. Para poder cumplir debidamente esta misión, permaneced firmes en vuestra radicalidad de fe, en el amor a Cristo y en la conciencia eclesial. Así evitaréis posibles desviaciones o instrumentalizaciones del Evangelio en la necesaria opción preferencial, no excluyente, en favor de los pobres.

No os dejéis engañar por ideologías partidistas; no sucumbáis a la tentación de opciones que pueden pediros un día el precio de vuestra propia libertad. Confiad en vuestros Pastores y estad siempre en comunión con ellos. En esa comunión con la Iglesia, en la identificación con sus directrices, encontraréis la norma segura de acción. Colaborad también vosotras a realizar ese discernimiento de la realidad sobre el que tiene que caer la luz del Evangelio. Orientad siempre, casi por instinto sobrenatural, la autenticidad de vuestras opciones apostólicas con la brújula del sentido de la Iglesia, hecho de comunión sincera con su magisterio, de unidad con sus Pastores.

Con esta garantía, abrazad la causa de los pobres; estad presentes donde Cristo sufre en los hermanos necesitados; llegad con vuestra generosidad donde sólo el amor de Cristo sabe intuir que falta una presencia amiga. Sed pacientes y generosas en la esperanza de una sociedad mejor, sembrando la semilla de una humanidad nueva que construye y no destruye, que transforma lo negativo en positivo, como anuncio de resurrección

El Espíritu Santo, que ha suscitado el carisma de la vida religiosa en la Iglesia y ha suscitado también el carisma de cada uno de vuestros institutos, os dará luz y creatividad; para saber encarnarlo en nuevos valores y situaciones inéditas, con la carga de novedad evangélica que posee cada carisma animado por el Espíritu, cuando permanece en la comunión eclesial.

6. Quiero dejaros como consignas de este encuentro algunas fidelidades que os ensancharán el corazón y os darán el gozo pleno del discípulo auténtico de Jesús, aun en medio de las persecuciones, las incomprensiones, la aparente ineficacia apostólica de vuestros esfuerzos.

Ante todo fidelidad a Cristo; mediante la comunión amorosa con El por medio de la oración, a la que tenéis que reservar espacios largos y frecuentes en vuestra vida, por mucho que apremien las necesidades apostólicas. Vuestra oración debe buscar la experiencia de Cristo, seguido, amado, servido.

Fidelidad también a la Iglesia. Vuestra consagración os vincula de una manera especial a la Iglesia (Cf. Lumen gentium
LG 44); y en la perfecta comunión con ella, con su misión, con sus Pastores y con los fieles, encontraréis el pleno sentido de vuestra vida religiosa. Continuad siendo, como consagradas, el honor de la Iglesia Madre.

Llevad en vuestro corazón y en vuestra vida sus penas y dolores; sed capaces de proyectar en todo momento el rostro evangélico de la Esposa de Cristo.

Permaneced unidas en la fidelidad a vuestro propio carisma.Con ello la Iglesia muestra la belleza de las diversas expresiones evangélicas asumidas por vuestros fundadores y fundadoras. En comunión con vuestros institutos, dais en las Iglesias particulares una dimensión universal, la que tienen vuestras familias religiosas. Viviendo en comunión con vuestras hermanas realizáis esa primera comunión que asegura la presencia de Jesús en medio de vosotras y garantiza la fecundidad apostólica de una comunidad (Cfr. Perfectae Caritatis PC 15).

Vivid también en comunión entre los diversos institutos, para ofrecer al Pueblo de Dios el ejemplo de una unidad evangélica que refleja la unión del Cuerpo místico, donde todos los carismas están unificados por el mismo Espíritu.

Sed, finalmente, fieles a vuestro pueblo, a vuestras Iglesias particulares, a sus esfuerzos y esperanzas de justicia y promoción, para que en vosotras la Iglesia aparezca totalmente encarnada en las diversas naciones, en su idiosincrasia, en sus valores y costumbres, dentro del concierto de la Iglesia, una, santa y católica.

53 7. Todo lo que he querido confiar a vosotras, tiene su adecuada aplicación, respetando su propio género de vida, a las religiosas de vida contemplativa. Ellas, silenciosamente viven y testimonian el valor de la unión con Dios, de la penitencia, de la inmolación. Abrazan con su plegaria las necesidades de los pobres, asumen las preocupaciones de la Iglesia universal y de las comunidades particulares. Ellas son la manifestación tangible de que vuestros pueblos tienen una auténtica capacidad contemplativa.

También las consagradas que viven en medio de la sociedad su compromiso de animación, según las características de los institutos seculares, sabrán hacer suyas las consignas que he querido dar, acentuando su presencia en la sociedad, particularmente en los ambientes que son propios de su apostolado.

8. Queridas religiosas: No puedo despedirme de vosotras sin indicaros en la Virgen María el modelo perfecto de estas fidelidades que os acabo de pedir. En Ella encontraréis la primera discípula y la primera consagrada. Ella es modelo de contemplación, de proclamación de la Palabra, de presencia en medio de su pueblo. Ella es la expresión de todos los carismas y la Madre de todas las consagradas.

Vuestros pueblos son devotos de nuestra Señora y adivinan en la predicación del Evangelio el distintivo de catolicidad cuando se habla de Ella; o su ausencia, si sobre Ella se guarda silencio. Amando a la Virgen, hablando de Ella, entraréis en el corazón de vuestro pueblo. Pero sobre todo, si sabéis reflejarla en vuestra vida, seréis esas mensajeras calificadas del Evangelio que necesita la Iglesia en América Central.

Que Ella os conserve fieles al Evangelio. A Ella os confío, para que con vuestra palabra y vuestra vida podáis decir a todos, sólo y siempre: ¡Jesucristo es el Señor! Así sea.







VIAGGIO APOSTOLICO IN PORTOGALLO II, COSTA RICA, NICARAGUA I,

PANAMA, EL SALVADOR I, GUATEMALA I, HONDURAS, BELIZE, HAITI

SALUTO DI GIOVANNI PAOLO II

AI BAMBINI INFERMI


San José (Costa Rica) - Giovedì, 3 marzo 1983



Carissimi fratelli e figli.

Nella mia visita in Costa Rica non ho voluto omettere un incontro con voi, cari bambini e bambine infermi in questo ospedale. Vi saluto con un affettuoso abbraccio, nel quale includo anche tutti i bambini che soffrono nelle loro case o in altri centri ospedalieri di questo e degli altri Paesi che visito in questi giorni.

L’infermità e il dolore si sono impossessati del vostro fragile corpo, e non vi permettono di condurre la vita che sarebbe propria della vostra età, circondati gioiosamente dai vostri genitori e amici. Per ciò ha voluto venire a visitarvi il Papa, vostro amico, che tante volte pensa a voi e prega per voi. Affinché riceviate tutti i giorni l’affetto e le attenzioni di cui avete bisogno, attraverso i vostri genitori e familiari, i medici e tutto il personale ausiliario, che pure saluto e incoraggio a proseguire nel servizio a voi con autentico spirito di dedizione a chi soffre. Ad essi chiedo che nel loro lavoro ricordino le parole di Gesù: “Ogni volta che avete fatto queste cose a uno solo di questi miei fratelli più piccoli, l’avete fatto a me” (Mt 25,40).

Questo vi aiuterà a dare un senso nuovo alla vostra professione, che si trasformerà in una vera “missione umana e cristiana per l’elevazione dell’uomo, alleviando e curando i suoi dolori, mediante i migliori progressi della scienza e della tecnica.

Da questo ospedale invio pure il mio saluto affettuoso a tutti gli infermi adulti che nelle loro case o in altri centri sanitari, soffrono il peso della malattia. Sappiate, miei cari, che con le vostre sofferenze, accettate con spirito di fede, voi siete uniti a quelle di Cristo, che soffrì e diede la sua vita per tutti gli uomini.

54 Sono anche qui presenti i rappresentanti del Centro per invalidi, promosso recentemente dalla Organizzazione mondiale della sanità. Tutti esorto a far di questo Centro un modello di assistenza alle persone che hanno limitazioni corporali o psichiche, al fine di aiutarle opportunamente a un reinserimento sociale adeguato alle loro possibilità.

Con questi vivi desideri e speranze imparto di cuore la mia benedizione apostolica a voi, bambini e bambine infermi, agli infermi adulti, ai vostri familiari, ai medici, al personale ausiliario e a tutti i presenti.







VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL


AL SECRETARIADO EPISCOPAL DE AMÉRICA CENTRAL (SEDAC)


San José de Costa Rica

Miércoles 2 de marzo de 1983



Queridos hermanos en el Episcopado,

1. “Ubi caritas et amor Deus ibi est”: Donde reina la caridad y el amor allí está Dios. Es el Señor quien hoy, al comienzo de mi visita apostólica a América Central, Belice y Haití nos reúne en su amor, conformándonos, como en la comunidad primitiva, en “un solo corazón y una sola alma” (Cfr. Hch Ac 1,14).

Como signo de particular benevolencia y comunión con vosotros, Pastores de la grey de Cristo, he querido que esta peregrinación de amor, de reconciliación, de paz, que movido por el Espíritu Santo y por la solicitud hacia todas las Iglesias (Cfr. 2Co 11,28), he emprendido, se abriera con este encuentro. Es el encuentro fraterno del Sucesor de Pedro con los sucesores de los Apóstoles, y el de todos con el Pastor de los Pastores, Jesucristo.

Os saludo pues con gran afecto, y en vosotros saludo también con cariño a todos y cada uno de los miembros de vuestras respectivas diócesis y de todas las naciones y pueblos de América Central, hermanos entre sí por tantos títulos.

A lo largo de estos días quiero, como San Pablo, anunciar a Cristo crucificado, muerto y resucitado (Cfr. 1Co 1,23 1Co 15,3 s), en quien reside nuestra unidad, nuestra esperanza y en quien tenemos la vida en plenitud. Es la palabra viva del Evangelio la que debe caer, una vez más, como semilla fecunda sobre esta tierra buena de vuestros pueblos.

Durante mi visita a los diversos países me propongo desarrollar algunos temas que considero más importantes en el actual momento histórico de vuestras amadas Iglesias particulares. Quiero hablar con corazón de padre y afecto de hermano a todo el Pueblo de Dios. Y como la visita quiere tener el carácter unitario que imponen las mismas condiciones externas, lo que en cada etapa o lugar exprese a un sector eclesial, lo dirijo a ese mismo sector de toda América Central y, más ampliamente, de América Latina. En esa enseñanza global hallará también un nuevo motivo de radical unidad en Cristo el amplio mosaico formado con cada una de vuestras Iglesias locales, esparcidas en las varias naciones. Y que en el único Señor están vinculadas inseparablemente a la Iglesia universal.

2. La existencia de quien cree que Jesús es el Señor (Cfr. Flp Ph 2,11) sólo puede desarrollarse en un diálogo de amor, en el cual es El, Jesucristo, quien toma la iniciativa. Este diálogo ha de tener la actitud de servicio para el cual El nos eligió (Cfr. Jn Jn 15,16).

55 En efecto, en el centro de nuestra elección como Pastores de su Iglesia y del envío para anunciar el Evangelio, está la pregunta que el Señor hizo a Pedro: “Simón, hijo de Juan, me amas?” (ib. 21, 15). Es la pregunta que formula, en cierta forma, a cada obispo. Porque sólo en el amor nos es posible entender nuestra vocación eclesial. Y nuestro servicio a los hermanos tiene su punto de partida en nuestra unidad con el Señor, del cual somos sacramento (Cfr. Lumen gentium LG 21), embajadores (Cfr. 2Co 5,20), no obstante que llevamos el aroma de Cristo en vasos frágiles (Cfr. ib. 4, 7).

El diálogo de amor en el Señor que nos permite decir con plena sinceridad, a pesar de nuestra flaqueza: “Señor, tú sabes que te amo” (Jn 21,16), está a la raíz de la confianza con la que El pone bajo nuestro cuidado las comunidades eclesiales. Es éste un compromiso de fidelidad, fuente asimismo de fecundidad, de energía pastoral. Porque nuestra fortaleza no proviene del peso de las armas, sino del Evangelio. Por ello ya en el discurso inaugura de la Conferencia de Puebla os hacía presente cómo no era la calidad de técnicos o de políticos lo que, como obispos, podríais aportar, porque no es ésa vuestra misión, sino la calidad de Pastores. Es lo que ahora os repito: que os esmeréis en ser guías y dechados de la grey (Cfr. 1P 5,3) y que, como Jesús, sepáis ser los buenos Pastores que vais siempre delante de vuestros fieles, para mostrarles el camino seguro, curar sus heridas y miserias, sus divisiones y caídas, y reconciliarlos en una nueva unidad en el Señor, quien no cesa de convocar a la unidad en El.

3. Unidad en la Iglesia.

El Señor resucitado reúne a la Iglesia. Ella es sacramento de comunión (Cfr. Gaudium et Spes GS 5,3), “koinonía”, comunión en torno al Resucitado: “Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en Ti” (Jn 17,21). ¡Qué admirable llamada a la unidad, la víspera de su pasión! No se trata de una unidad resultado de artificios y componendas, de cálculos, de la suma de transacciones indebidas. No es la unidad lograda a costa de diluir la identidad. No es tampoco la simple asociación “terna de mera convivencia. Es la unidad en su forma más plena y perfecta la que nos es propuesta como ejemplo: la del Hijo con el Padre (Cfr. ib. 10, 30). Es unidad de amor, de comunicación, de entrega; unidad, en una palabra, afectiva y efectiva.

Vosotros sois en la Iglesia, lo recuerda el último Concilio, “principio de unidad” (Cfr. Lumen gentium LG 23). El eje y la fidelidad de la misión de Pastores es ser instrumentos de unidad en la comunidad.

Vuestra realidad de maestros está orientada hacia la unidad en la fe. La Iglesia es comunidad de creyentes, es decir, de quienes participan de una misma fe. Y para tutelar y enriquecer la unidad de la fe en la comunidad y, por lo tanto, la identidad eclesial, el Espíritu de Cristo sostiene la vida dinámica del Magisterio, servicio vital de la Iglesia.

Servicio a la unidad es la evangelización, por la que nacen las Iglesias. La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi ha contribuido notablemente, como lo comprobasteis en la Conferencia de Puebla, a profundizar en lo que es la misión esencial de la Iglesia. De ahí la fuerte insistencia en la absoluta prioridad de la evangelización.

En estrecha correlación está la necesidad de la catequesis, sobre la que se contienen pautas bien precisas en la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae. Porque sin una activa e infatigable evangelización, sin una lúcida y sistemática catequesis, la fe se debilitaría. Y correría serios riesgos la unidad verdadera. Prestaréis un servicio insigne a vuestras Iglesias si asociáis cada vez más el laicado a tan importantes tareas.

4. Hemos de estar siempre atentos para que ni se suplante, ni se desarticule nuestro universo de fe. Podría acontecer cuando criterios meramente humanos reemplazaran los contenidos de fe o cuando la coherencia e intrínseca cohesión del símbolo de la fe fueran descuidados.

A tal fin resulta indispensable una adecuada elaboración en el campo de la cristología y de la eclesiología. Principios certeros al respecto fueron señalados en el Documento de Puebla que recogió cuanto manifesté al principio de la III Conferencia General (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Episcopos, in urbe “Puebla” aperiens III Coetum Generalem Episcoporum Americae Latinae habita, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II [1979] 188 ss.).

Una auténtica cristología no puede dejar de lado ni la integridad de la revelación neotestamentaria, aprovechando debidamente los avances serios reconocidos en la investigación, ni la indispensable referencia al Magisterio. No se puede hacer una cristología que sirva de alimento a nuestras comunidades, si el trabajo teológico no hunde sus raíces en la fe de la Iglesia y en una fe personal que hace ofrenda de la propia existencia al Señor.

56 ¿Cómo, por otra parte, elaborar la eclesiología sin vivir en plenitud el “sentire cum Ecclesia”? ¿Cómo sentir con la Iglesia si no se la ama con corazón de hijos? Sobre la exigencia de un ferviente y profundo amor a la Iglesia como madre, retornaré en la homilía de mañana.

Sé bien, queridos hermanos, que estáis llevando a cabo un decidido esfuerzo en cumplimiento de vuestra misión y que se observa en muchas partes un empeño renovador, a cuya cabeza estáis vosotros. Porque queréis ser servidores de la unidad en fidelidad a la fe, en todo lo que constituye la vida sacramental de la Iglesia. Esta, en efecto, es congregada por la Palabra y la Eucaristía, centro de toda la vida sacramental. Por ello no seria completa ni comprensible una evangelización que no culminara en la práctica sacramental. Y como la comunidad cristiana vive de la Eucaristía, nunca es más honda su unidad que cuando parte concordemente el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

Son realidades que es preciso vivir al calor de la Iglesia, familia de Dios. No se os ocultan, por otra parte, los peligros y no los pasáis en silencio en vuestras Cartas pastorales, en la línea de Puebla. A ello me he referido con preocupación en mensajes a algunas de vuestras Conferencias Episcopales.

5. La unidad interna de la Iglesia exige el acatamiento pronto y sincero a la enseñanza de los Pastores. Esto ha logrado crear, a través de los siglos, un rico patrimonio espiritual en América Latina; y en América Central ha sido posible por el sentido de leal comunión del pueblo fiel.

Hay un sentido cristiano del Pueblo de Dios, un “sensus fidelium”, que constituye una garantía y como una muralla invulnerable a los ataques e insidias. Vuestros pueblos son fieles; y cuando se les da el pan limpio y puro del Evangelio, lo aceptan con prontitud; y, al contrario, saben distinguir cuándo está adulterado. “Bendito seas, Señor, Dios del cielo y de la tierra, porque has ocultado esto a los sabios y a los inteligentes y lo has reservado a los pequeños” (
Mt 11,25).

En nuestro corazón de Pastores se eleva esta misma plegaria agradecida al Padre de las misericordias por la fe en América Latina, que en muchos casos se vuelve, con todo derecho, exigente.

Procurar por ello con todo empeño conservar y fortalecer ante todo vuestra propia unidad. Dentro de cada Conferencia Episcopal y también a nivel más amplio. Como leemos en la Carta a los Colosenses: “Sobre todas estas cosas tened caridad que es vínculo de perfección, y la paz de Cristo exulte en vuestros corazones, en la cual habéis sido llamados, en un mismo cuerpo” (Col 3,14-15).

No os faltará así el respeto y la obediencia del pueblo fiel que sabe que a través de vuestro ministerio se acerca al mismo Cristo, a quien el obispo representa, es decir, hace presente, y en cuyo nombre y persona actúa.

En torno a los obispos consérvese asimismo viva la unidad de los sacerdotes, “próvidos colaboradores” del ministerio episcopal; la de los religiosos, religiosas y laicos. La mejor garantía para una predicación fecunda es el testimonio de la unidad de la Iglesia. Antes como ahora ha de ser real esta comprobación que dispone a recibir la Palabra de Dios: “Ved cómo se aman”.

En esa unidad en la fe debe crecer el verdadero ecumenismo, que es deseo de fidelidad a Cristo en la doctrina y en las actitudes. Y que ha de traducirse en leal colaboración.

6. Tal unidad debe crecer en torno a las enseñanzas del último Concilio, fuente de permanente revitalización eclesial. Tenemos en él el criterio más certero de renovación en el momento presente.

57 Los Sínodos de los Obispos son otro valioso instrumento de rejuvenecimiento y unidad. Y a otro nivel, el Documento de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano debe también seguir contribuyendo a la unidad, tanto en lo doctrinal, como en lo pastoral. Allí ratificasteis, en efecto, vuestra firme voluntad de unidad. Esa unidad en la Iglesia de Cristo que se hace, como bien lo sabéis, en torno a Pedro. Hoy, aquí reunidos, somos un testimonio de comunión en Cristo que, sin duda alguna, llena de alegría y de confianza a todos vuestros fieles.

En Costa Rica tiene asimismo su sede el Secretariado Episcopal de América Central, el SEDAC, nacido precisamente de la necesidad sentida de coordinar la acción pastoral en la región. Con profunda estima saludo a todos los miembros de este organismo episcopal, que mantiene con el CELAM íntimos lazos que lo ayudan a un mejor servicio eclesial.

Son diversas e importantes formas de comunión pastoral para un más fecundo trabajo en las Iglesias, que no pueden estar aisladas, sino muy compenetradas recíprocamente.

7. Unidad en la sociedad.

La comunidad eclesial es y debe ser fermento en el mundo. Es germen firmísimo de unidad y de paz. Hay, desgraciadamente, factores de división que se ciernen peligrosamente sobre vuestros países. Abundan las tensiones, los entrenamientos que amenazan con graves conflictos y se han abierto las puertas al torrente desolador de la violencia en todas sus formas. ¡Cuántas vidas segadas cruel e inútilmente! Pueblos que tienen derecho a la paz y a la justicia, se ven sacudidos por luchas inhumanas, por el odio, la venganza. Gentes honestas y laboriosas han perdido la tranquilidad y la seguridad.

Y, sin embargo, sólo por los caminos de una paz digna y justa es posible alcanzar el progreso al que vuestros pueblos tienen perfecto derecho y que por demasiado tiempo les ha sido negado. Sólo con el respeto a la eminente dignidad del hombre, de todos los hombres, se podrá lograr un futuro mejor y en armonía con sus legítimas aspiraciones.

El Evangelio se constituye en defensa del hombre, sobre todo de los más pobres y desvalidos, de quienes carecen de bienes de esta tierra y son marginados o no tenidos en cuenta.

El amor al hombre, imagen viva de Dios, ha de ser el mejor incentivo para respetar y hacer respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Por eso la Iglesia se levanta como defensora del hombre, a la vez que como estandarte de paz, de concordia, de unidad. Son éstos también los objetivos que no olvido en esta mi visita.

Es efectivamente necesario y urgente en vuestros países que la Iglesia, al proclamar la Buena Nueva del Evangelio a pueblos que sufren intensamente y desde hace largo tiempo, continúe exponiendo con valentía todas las implicaciones sociales que comporta la condición de cristiano.

Sin olvidar nunca que su primera e indeclinable misión es la de predicar la salvación en Cristo. Pero sin ocultar a la vez situaciones que son incompatibles con una sincera profesión de fe, y tratando de suscitar aquellas actitudes de conversión eficaz a las que debe conducir esa misma fe.

Al cumplir tal misión, todo hombre de Iglesia deberá tener en cuenta que no puede recurrir a métodos de violencia que repugnan a su condición cristiana, ni a ideologías que se inspiran en visiones reductivas del hombre y de su destino trascendente. Por el contrario, desde la clara identidad del Evangelio y de una visión integral del ser humano, se esforzará con todas sus energías por eliminar la opresión, la injusticia en sus diversas formas, tratando de ampliar los espacios de significación del hombre (Cfr. Laborem Exercens
LE 13).

58 Aquí ha de hallar su fiel e improrrogable aplicación la enseñanza social de la Iglesia, que rechaza como inadecuados y nocivos tanto los planteamientos materialistas del capitalismo puramente economista, como los de un colectivismo igualmente materialista, opresores de la dignidad del hombre.

Admiro vuestra entrega como Pastores en circunstancias tan difíciles para vuestros pueblos. Vuestro ejemplo de unidad como obispos, y el de las comunidades que apacentáis, sea garantía de concordia también social, que desde el corazón de la Iglesia tiende puentes dentro y fuera de cada una de vuestras patrias. Que el Señor conceda el don de la concordia y la paz a naciones hermanas con una misma historia, una misma tradición y una misma vocación de libertad.

8. No son, no pueden ser las actuales situaciones de lucha y de desconfianza, de inhumanidad –que por desgracia prevalecen dolorosamente en más de una nación de esta área geográfica–, algo que fatalmente deba prolongarse. Para poner fin a tan doloroso estado de cosas, contribuid con todas vuestras fuerzas, obispos de América Central, a crear un mundo más digno del hombre, más justo, solidario y fraterno.

La fe nos dice que podemos tomar responsablemente las riendas de la historia para ser artífices de nuestro propio destino. El Señor de la historia hace al hombre y a los pueblos protagonistas, sujetos de su propio futuro, respondiendo al llamado de Dios. Todo lo ha puesto a disposición del hombre, rey de la creación, para hacer de lo creado un himno de alabanza a Dios; y la gloria de Dios es el hombre viviente, que tiene su vida en la visión de Dios (Cfr. S. Ireneo, Contra haeres, IV, 20, 7: ).

Durante estas jornadas de renovación volveré con frecuencia al tema de la justicia y de la paz. No ahorraré esfuerzos para rogar a todos que movilicen las energías existentes a fin de lograr que la una y la otra alumbren vuestro destino; tanto dentro de cada país como a nivel internacional. Sí, preservada a toda costa la concordia entre vuestras naciones. Nada tan lamentable y alarmante como la mera amenaza de una guerra que arrasaría a los países en la contienda y los convertiría en luctuoso escenario de intereses foráneos.

Sed portadores, queridos Pastores, de estos mismos sentimientos a todos los países y comunidades que lleno de ilusión y esperanza visitaré. Unidos íntimamente a Cristo traduzcamos más y más, en nuestras actitudes y procederes, en la Iglesia y en la sociedad, la recomendación de San Pablo: “Os exhorto, hermanos, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a que estéis todos de acuerdo y que no haya divisiones entre vosotros, que estéis muy unidos en un mismo espíritu y un mismo pensamiento” (
1Co 1,10).

Pongo estos objetivos y mi peregrinación bajo la protección de la Madre de Dios y de la Iglesia. Ella que acompañaba tiernamente al Colegio de los Apóstoles al recibir la fuerza del Espíritu, os obtenga de su Hijo la gracia, fortaleza y perseverancia que necesitáis en vuestro abnegado servicio a la Iglesia. Así sea.







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