Discursos 1983 67


A UN GRUPO DE DIPLOMÁTICOS SUDAMERICANOS


Viernes 13 de mayo de 1983



Señoras y Señores:

Después de haber seguido en la Universidad de Florencia un curso intenso de especialidad en asuntos internacionales, han manifestado Ustedes el deseo unánime de poner como colofón a sus trabajos este encuentro conmigo.

Sean pues bienvenidos.

Su presencia aquí, acompañados por algunos representantes del senado académico que ha dirigido este curso, me es sumamente grata por diversos motivos. Ante todo porque, al culminar estos meses de estudio y reflexión, han querido ofrecer un testimonio de que siguen atentamente, y a buen seguro con aprecio, la labor especifica de la Santa Sede en campo internacional; asimismo merece mi estima y gratitud que hayan dado una nota de religiosa adhesión a las finalidades eclesiales de mis viajes apostólicos.

Decir que todo esto les hace honor sería redundante, si no fuera porque su vocación diplomática se suma en Ustedes con el servicio a sus respectivos países de América Latina, de arraigada vocación cristiana, que se reconocen hermanos, entre otras razones, por su secular vinculación con la Iglesia.

68 Esta condición de hombres de servicio, Ustedes lo saben muy bien, sitúa de por sí muy cerca del corazón de los pueblos, donde repercuten con toda su tensión tanto el dinamismo del desarrollo interno de la sociedad como las decisiones que imprimen un distintivo peculiar a las relaciones exteriores. Todo los aquí presentes sentimos este latido fuerte, de indudable vitalidad, en el continente latinoamericano. A pesar de que existen serias señales de preocupación, más visibles en unas zonas que en otras, sin embargo no ensombrecen la luz de la esperanza a la que son acreedores todos vuestros pueblos por su índole cultural y moral y su común sentir espiritual.

Por mi parte quiero ahora recordar ante Ustedes la actitud de la Iglesia y de la Santa Sede. Estas, en su misión de servicio, miran a fortalecer el alma que informa a América Latina. Y lo que hoy ansía este querido Continente, lo que le da aliento en sus dificultades es la paz. Paz, que quiere ser vida; la paz, que es anhelada como bien primordial de la convivencia interior y de la comunicación entre las naciones.

En esta línea permítanme hacerles un llamamiento a sensibilizarse más y más, en el cumplimiento de sus funciones, con la identidad espiritual de sus pueblos. Si éstos aman la paz, si quieren la paz, se debe a que es un valor, un don divino para todo cristiano; anterior, y por tanto digno del máximo respeto, a las meras estructuras de índole temporal, las cuales hallarán en la misma paz el punto focal para iluminar y armonizar sus fines inmediatos, en su cualidad de medios, a la felicidad última del hombre.

Para terminar quiero también formularles mis mejores votos para sus personas, sus familias y su noble misión, que les deseo llena de aciertos y confortada en todo momento con las mejores bendiciones divinas.






A LOS OBISPOS DE NICARAGUA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 16 de mayo de 1983



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con verdadera ilusión aguardaba el momento de encontrarme con vosotros, que venís a Roma para vuestra visita “ad limina Apostolorum”.

Si ésta es siempre un motivo de alegría para quien tiene la primera misión de velar por toda la Iglesia, lo es de manera muy particular en vuestro caso, amados Hermanos, que sois los Pastores de la Iglesia que está en Nicaragua, a la que me siento íntimamente vinculado por tantos lazos de afectuosa cercanía y cordial estima.

Por eso, al acogeros hoy en este encuentro fraterno, mis brazos y mi corazón se abren plenamente, para estrecharos en un abrazo de paz, de comunión, de esperanza, en el que están comprendidos todos y cada uno de los miembros del pueblo fiel de Nicaragua.

En efecto, la finalidad primera de la visita de los Sucesores de los Apóstoles al Sucesor de Pedro, es la de fortificar los vínculos de la mutua caridad que los ligan entre sí; y que hacen crecer la corriente de amor hacia el pueblo de los creyentes, que en Cristo, Fundador y Principio de salvación de la Iglesia, halla el fundamento de la unión de mente y de corazón de cuantos le siguen.

2. En esta perspectiva, siento vuestra venida como una continuación de la afectuosa solicitud por vuestros fieles, que me impulsó a realizar la visita pastoral llevada a cabo, hace poco más de dos meses, a Nicaragua.

69 La carga de profundo amor eclesial hacia vuestro pueblo que me condujo hasta vosotros, y que tenía incluso intensidad del todo especial, continúa viva e incrementada tras mi visita.

Muchas veces, antes y después, he pensado en vuestras Iglesias, en sus problemas, dificultades, sufrimientos y esperanzas. Muchas veces he orado por ellas y he dado gracias a Dios por los esfuerzos realizados para ser siempre fieles a su vocación.

Si mi objetivo al visitar los países de América Central era avivar su fe cristiana, acercarme a ellos, compartir el dolor de sus pueblos y tratar de dejar un poco de esperanza a través del necesario cambio de actitudes interiores y de posturas injustas, las diversas vivencias experimentadas en vuestro país me han acercado más aún a vuestros fieles y vuestra Patria. Y han continuado haciéndose plegaria, para que la Iglesia en Nicaragua se consolide cada vez más, en la consolación y en las pruebas. Y para que cesen los sufrimientos de un pueblo fiel y digno, que del Atlántico al Pacifico, de las fronteras del norte a las del sur ansía vivir serenamente, en paz, sus valores propios; buscando con profundo sentido social el necesario progreso sobre la tierra, sin dejar de levantar sus ojos al Padre común, Padre de amor y de justicia, que nos llama a una vida de rectitud moral, de amor a todos, que espera a cada uno y que es la meta de todos.

3. Vosotros, queridos Hermanos, sois los Pastores del rebaño “sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios” (
Ac 20,28), sois los centros de comunión en vuestras Iglesias, los guías en la fe y los responsables de la fidelidad a Cristo de las mismas, como os indiqué durante mi visita (Cf. Lumen gentium LG 21 Ep 4,1-6 Col 2,6-8 1Th 3,11-13).

Quiero hoy alentaros a seguir dando a vuestros fieles la guía que necesitan para mantener esa fidelidad a la fe cristiana en todo momento.

Sois Pastores de un pueblo profundamente religioso, dolorido desde hace tanto tiempo a causa de injusticias, de frecuentes violaciones de sus derechos, de tensiones, de luchas fratricidas, que dejan tras sí tanto dolor, tantas vidas jóvenes tronchadas, tanto luto en las familias, tantos huecos trágicos en los corazones de los familiares, de los amigos, de la sociedad (Cfr. Discurso a la Asamblea del Celam, 9 de marzo de 1983, Port-au- Prince, Haití).

A ejemplo de Cristo, renovad siempre en vosotros el espíritu del Buen Pastor, que sale a buscar a quien se aleja quizá del redil, para ayudarle a encontrar nuevamente el camino. Para darle el gozo de un reencuentro cada vez más fiel a las enseñanzas de Jesús y a las exigencias personales y comunitarias de la vocación cristiana.

4. Bien sé que vuestra misión de Padres, Pastores y guías os ha exigido y os exige en tantos momentos no pocos sacrificios. Por eso os aseguro mi cercanía afectuosa y mi asiduo recuerdo en la plegaria, para que firmes en vuestra entrega ejemplar a la Iglesia, unidos siempre en el mismo amor a ella, a Cristo y a vuestros fieles, perseveréis con un solo corazón y un alma sola en la tarea que es vuestra carga y vuestra esperanza a los ojos de Dios.

Ese espíritu fraterno que aúna voluntades e inspira propósitos, será el que os anime a construir la fidelidad de vuestra grey a todos los objetivos verdaderamente humanos, cristianos, y de creciente justicia social, que requieren un esfuerzo perseverante en aras del bien de todos; de ese bien que respeta los derechos de cada uno y preserva en todo instante los valores religiosos y morales que constituyen la identidad propia de vuestros fieles.

Se trata de una labor de amplia visión y de profundo empeño. En ella necesitaréis constantemente de la aportación preciosa e insustituible de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos. Vivid, por ello, muy cercanos a ellos; cuidad con amorosa presencia su responsable contribución a esa constante renovación interior, que lleva a la gozosa entrega y a la animación de la comunidad; aunque cueste esfuerzo, y bien anclados en las razones de nuestra esperanza en Cristo, “para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo” (1P 4,13).

5. No puedo concluir este encuentro sin invitaros a mirar, vosotros y vuestros fieles, hacia la Madre común, a la que vuestro pueblo tanto venera como la Purísima Concepción.

70 En torno a Ella, a la Madre de todos, hallaréis un centro de convivencia que une, que alienta, que hermana. En torno a Ella, todos los miembros de la Iglesia en Nicaragua debéis encontrar un renovado impulso para construir la Iglesia de la caridad (Cf. 2Co 8,13-15 Ga 5,14 Ph 2,4 Col 3,12-15), del mutuo apoyo y asistencia, sobre todo en favor de los más necesitados y de quienes más sufren. Que ello sea vuestro mejor distintivo, como lo era para los primeros cristianos.

A María Santísima encomiendo en la plegaria todas vuestras intenciones y necesidades, así como las de cada uno de los miembros de vuestras comunidades eclesiales; para que Ella conserve y aliente maternalmente su fidelidad a la propia vocación cristiana. A Ella pido también que conceda a vuestra Nación y a todos sus hijos la paz, la serenidad, el progreso humano y espiritual, la tranquilidad en el disfrute de sus legítimos derechos.

Unidos junto al Sucesor de Pedro, os invito a terminar nuestro encuentro con una ferviente plegaria por vuestras Iglesias, a las que enviamos nuestra común Bendición en nombre de Cristo, que las estreche en un abrazo de paz. Así sea.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL VIII CONGRESO MISIONERO MEXICANO


Y AL II CONGRESO MISIONERO LATINOAMERICANO


Martes 17 de mayo de 1983



Amados Hermanos en el Episcopado y queridos congresistas:

Con gran gozo dirijo mi palabra a vosotros, que os habéis congregado en Tlaxcala, primera Sede Episcopal de México, para celebrar el VIII Congreso Misionero Mexicano y el II Congreso Misionero Latinoamericano en torno al lema: “Con María, misioneros de Cristo”. Saludo también a todos vosotros, hombres y mujeres de Latinoamérica, que estáis espiritualmente unidos a cuantos, animados por un mismo celo misionero, quieren ofrecer con este encuentro eclesial una válida respuesta de la Iglesia en América Latina a la misión evangelizadora de la Iglesia Universal. Y quieren hacerlo comprometiéndose, junto con María, Modelo y Primera Evangelizadora de América, en una más eficaz cooperación en la maravillosa tarea de hacer presente a Cristo en todo el mundo.

He seguido con alegría vuestros pasos preparatorios. Digno de encomio es el trabajo que habéis emprendido en cada una de vuestras diócesis y naciones, con sus 36 precongresos; 8 de carácter nacional y 28 de tipo diocesano o regional. En todo habéis tenido como finalidad despertar o reavivar el espíritu misionero de la Iglesia, tanto en los individuos como en las comunidades eclesiales, y provocar una profunda toma de conciencia del compromiso que todo cristiano debe sentir de hacer ver y mantener a la Iglesia como verdadero sacramento universal de salvación.

Me alegra poder constatar en vuestras tareas, espiritual y casi sensiblemente, la unidad y eficacia de vuestros renovados esfuerzos misioneros.

Durante 5 siglos, hombres de Iglesia han depositado en América la semilla del Evangelio. Ella ha dado ciertamente sus frutos. Grandes e innumerables han sido las obras realizadas en todo este largo período, pero sobre todo, ha sido difundido por todo el continente el nombre del Único Salvador, Jesucristo; ha sido implantada la Iglesia, se ha difundido el espíritu de amor.

Ahora, bien convencidos de que hay que profundizar el trabajo hecho, vuestro amor a Cristo y al hombre os hace entender con claridad que “finalmente, ha llegado para América Latina la hora . . . de proyectarse más allá de sus propias fronteras, «ad gentes»” (Puebla, n. 368).

Esta apertura hacia el mundo misionero, esta contribución al desarrollo de las nuevas Iglesias y particularmente al incremento de las vocaciones sacerdotales, religiosas y del laicado comprometido, será sin duda, como afirmara mi predecesor Pablo VI, en beneficio del crecimiento de la vitalidad cristiana y del aumento, también para vuestras diócesis, de nuevas y dinámicas vocaciones que os enriquecerán a vosotros y a toda la Iglesia.

71 Guiados por el ejemplo de María, confiando en su ayuda, y en íntima comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, haced cada vez más real la dimensión misionera de la Iglesia. Anunciad a todos los hombres que Jesucristo ha sido, es y será, “el Camino, la Verdad y la Vida”. Sin vacilaciones ni compromisos que os aparten de la Verdad, esforzaos por comprender el dolor humano y por amar verdaderamente, siendo auténticos discípulos de Cristo y estableciendo con El una comunión íntima de vida y de ideales.

Llevad el afán misionero de Cristo siempre y a todas partes, para que el hombre de nuestro tiempo encuentre en El la respuesta a sus angustias, esperanzas y aspiraciones. Para que encuentre a Cristo y lo reconozca como su único y pleno Salvador.

Santa María de Guadalupe, Patrona de México y de América Latina, esté con vosotros. Sea Ella la Estrella de la Evangelización, sea Ella vuestro Modelo y Madre. Pido al Señor por su intercesión, que asista, que haga muy fecundos vuestros trabajos y compromisos, mientras con gran esperanza os bendigo de corazón, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.






AL SEÑOR CARLOS ROMERO ÁLVAREZ GARCÍA


NUEVO EMBAJADOR DE BOLIVIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 19 de mayo de 1983



Señor Embajador:

Me es grato dar la bienvenida a Vuestra Excelencia, designado por el Gobierno Constitucional de Bolivia como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Bolivia ante la Santa Sede. Con este acto de presentación da comienzo a su alta misión que le deseo llena de aciertos para bien de su País y en orden a consolidar las buenas relaciones con esta Sede Apostólica.

He escuchado con atención las palabras de Vuestra Excelencia, a través de las cuales se ha hecho eco de problemas y situaciones, particularmente acuciantes en nuestro tiempo. Usted mismo conviene en que, dada su confluencia e ineludibles repercusiones en la vida de los hombres y de los pueblos, tales problemas exigen una toma de conciencia y una voluntad de afrontarlos con verdadera sabiduría, es decir, bajo el prisma del ser humano, sabiendo de antemano lo que conduce a su auténtico desarrollo y perfeccionamiento.

Efectivamente –como ha puesto de relieve Vuestra Excelencia– vivimos en un mundo que nos sorprende constantemente con nuevos descubrimientos de verdades científicas, arrancadas a la naturaleza, y que la tecnología avanzada se encarga después de aplicar y transformar en productos para el uso y consumo de los hombres. No raras veces, cuando se habla de progreso, éste se sobreentiende vinculado a la abundancia en productos, naturales o fabricados, cuya sola posesión pretende originar en ocasiones una extendida sensación de igualdad y bienestar.

Y sin embargo, el hombre y la sociedad actual se están dando cuenta, cada vez más, de que ese progreso se quedaría manco o incluso se vuelve amenazador, cuando se descuidan las verdades de vida, que trascienden lo meramente material, y que anidan en lo más profundo del ser humano. A éste no le basta ni le puede satisfacer “tener más”; necesita “ser más”, esto es, tiene necesidad de un desarrollo interior de todas las facultades que elevan y ennoblecen su dignidad propia entre todos los seres creados.

En este sentido, abrigo una gran confianza –expresión de sólida esperanza por parte de la Iglesia y de la Santa Sede– en que los programas públicos de desarrollo y de mejoramiento social que se están planteando o aplicando en Bolivia, se vean siempre impregnados por este deseo de acercarse a las exigencias que lleva todo hombre para realizarse a sí mismo. Y a este respecto, quiero subrayar el espíritu de servicio que ha distinguido a los Obispos, sacerdotes, familias religiosas y fieles de la Iglesia en Bolivia, quienes con dedicación y sacrificio continuo sostienen la esperanza del pueblo y de todos los bolivianos a promoverse sin cesar en armonía con su identidad cultural, espiritual y moral.

Que estos fervientes votos se cumplan felizmente con la ayuda del auxilio divino. así lo deseo y pido al Señor en mis oraciones para bien de su querido País, a cuyas Autoridades y ciudadanos todos envío por mediación de Vuestra Excelencia un atento saludo.





VISITA PASTORAL A LOMBARDÍA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PROFESORES UNIVERSITARIOS

EN EL ATENEO DEL SAGRADO CORAZÓN


72

Domingo 22 de mayo de 1983




1. Dirijo mi cordial y deferente saludo a usted, señor rector de esta Universidad Católica del Sagrado Corazón, a los rectores de las otras Universidades que han querido estar presentes en este encuentro, y a los queridos profesores del cuerpo académico de ésta y de las otras Universidades. Y con el saludo, la expresión de mi sincera gratitud por el entusiasmo de una acogida que ha suscitado en mi espíritu eco vivo de emoción, que ha aumentado más con las palabras que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes.

La visita a los centros de estudios superiores es costumbre a la que, durante mis viajes pastorales, me siento especialmente inclinado. Me ofrece la oportunidad de reanudar y profundizar el diálogo con el mundo universitario que inicié hace muchos años y que desde entonces no he interrumpido nunca.

El encuentro de hoy tiene lugar en el contexto del Congreso Eucarístico Nacional: un contexto singularmente propicio, si se considera bien. En efecto, la Eucaristía, para quien es extraño a la fe, puede aparecer como un rito al margen de la vida, o incluso como una forma de evasión "alienante"; pero para el que cree, en cambio, la Eucaristía es el centro de toda la actividad humana, ya que en ella está presente Cristo que "renueva" en la Iglesia su Sacrificio para la salvación del hombre. Y lo renueva utilizando el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, en los cuales, de cierto modo, se engloba y se expresa todo el universo. Por esto, los que participan en la Eucaristía vuelven a encontrar en el Señor Jesús, muerto y resucitado, el significado último y la génesis suprema de toda manifestación auténticamente humana, lo mismo que encuentran en Él la razón decisiva del compromiso para el servicio al hombre en la perspectiva de la venida del reino.

2. Servir al hombre: ¿No es ésta la finalidad de toda actividad universitaria bien entendida? El compromiso de la enseñanza, el diálogo con los alumnos deseosos de profundización, la guía que se les ofrece en el acercamiento personal a los instrumentos de la investigación, ¿a qué miran si no a favorecer la maduración humana de las nuevas generaciones que se asoman a la escena de la historia?

Y el inmenso esfuerzo de estudio e investigación, desarrollado en los diversos centros universitarios esparcidos por el mundo, ¿qué otra finalidad tiene si no la de permitir al hombre, mediante el progreso en el conocimiento de la verdad, realizarse a sí mismo cada vez más plenamente, en el contexto de una relación dinámica y constructiva con el universo creado, en el cual se desenvuelven sus vicisitudes terrenas?

¿Acaso no ha sido ésta la convicción que ha impulsado al hombre, desde los orígenes de la historia y, luego, poco a poco, en el curso de los siglos, a avanzar por senderos que trepan, con frecuencia escarpados y abruptos, a lo largo de las pendientes de esa montaña fascinante, que tiene el nombre de "Verdad" y cuya cima se sumerge en la bruma luminosa del misterio mismo de Dios? Ha sido un camino nada fácil, en el cual el hombre ha debido pagar personalmente precios a veces muy altos. Pero nada ha podido detenerlo jamás, porque él intuía que en la búsqueda de la verdad estaba en juego su misma dignidad de ser pensante. "Una vida sin búsqueda —ha dicho Platón— no es digna de ser vivida" (Apología de Sócrates, 38 a).

En el descubrimiento de lo verdadero el hombre se realiza a sí mismo. Esta es, pues, la finalidad esencial de todo esfuerzo que se dirige al conocimiento de aspectos nuevos de la verdad en los varios campos de lo conocible. El hombre, ilustres señores, es el fin de vuestro trabajo de profesionales de la cultura. Y es importante que no os canséis de mirar a este objetivo final de toda fatiga intelectual, porque existe el riesgo —por desgracia no sólo hipotético— de que la orientación a una meta tan noble se extravíe a lo largo del camino o, al menos, de que otros utilicen los frutos de vuestra investigación para fines que nada tienen que ver con el auténtico bien del hombre.

Efectivamente, si es verdad que "el porvenir del hombre depende de la cultura", como tuve ocasión de afirmar, hace tres años, en el discurso ante la Asamblea de la UNESCO (n. 23: AAS 72, 1980, pág. 751; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de junio, 1980, págs. 11 ss.), es igualmente verdad que de imprudentes planteamientos culturales o de desarrollos inconsiderados de la investigación científica se derivan también las amenazas más graves que pueden pesar sobre el futuro del mundo. Consciente de esto, el hombre moderno vive en el miedo, porque teme que precisamente esos resultados en los cuales se contiene "una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo" (Redemptor hominis RH 15).

3. Mantener constantemente orientado hacia el verdadero bien del hombre el esfuerzo de la investigación es tarea en la que no estáis solos. La Iglesia, ilustres señores, está a vuestro lado. Ella sabe que posee —no por mérito suyo, sino por la luz que le viene del que la ha fundado— un conocimiento particularmente profundo del ser humano, de su naturaleza, de sus aspiraciones, de su destino definitivo.

Pues bien, este conocimiento, ampliamente demostrado en dos mil años de historia, os lo ofrece la Iglesia en espíritu de leal y respetuosa colaboración, a fin de que podáis sacar de él en los momentos en los que la perplejidad o la duda viniesen a proyectar su sombra en el camino de vuestro cotidiano esfuerzo intelectual.

73 La excelsa dignidad de la persona, colocada por su naturaleza espiritual por encima de todo el universo sensible, y la altísima vocación que el amor de Dios le ha abierto llamándole a la participación de su misma vida, son la gran novedad de la palabra cristiana. Lo había intuido perfectamente San Agustín cuando afirmaba que sólo el cristianismo había resuelto las incertidumbres y los interrogantes de la cultura pagana, particularmente de la greco-romana, acerca de la verdadera identidad del hombre. Es mérito de la Revelación cristiana el haber liberado al hombre del inexorable engranaje del eterno retorno de los mundos, en los cuales estaba como enredado y prisionero, juguete desarmado del cosmos y del hado, como esclavo impotente de un destino inflexible, que le obligaba a revivir sucesivamente, de era en era, las mismas miserias, los mismos dolores, los mismos miedos.

Gracias a la concepción bíblica del hombre "imagen de Dios", a la Encarnación y a la Resurrección de Cristo, el hombre no sólo ha sido elevado a alturas vertiginosas, sino que liberado de una vez para siempre, se ha convertido en sujeto y señor del mundo: ya no víctima indefensa y escarnecida de fuerzas ciegas, superiores a él, sino autor y protagonista de su devenir y de su historia. Gracias al acontecimiento de Cristo y a la obra de la redención, "circuitus illi iam explosi sunt", exclama San Agustín (De Civitate Dei XII, 20). Con el anuncio de la buena nueva del Evangelio el devenir del cosmos y de la historia ha sido puesto definitivamente al servicio del hombre.

La Iglesia, fortalecida con esta revelación, ha predicado siempre y nunca se cansará de hacerlo, la inviolabilidad de la persona humana, de toda persona humana, puesto que en cada hombre ve brillar el rostro mismo de Cristo: "El Hijo de Dios —se dice en la Constitución Gaudium et spes— con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (n. 22).

Este tema es uno de los motivos predominantes de mi acción pastoral. Por esto he dirigido la Encíclica Redemptor hominis no sólo a los cristianos, sino a todos los hombres de buena voluntad, para proclamar que el hombre "es el camino primero y fundamental de la Iglesia" (n. 14), la cual mira a todo ser humano con respeto y veneración, prescindiendo de su pertenencia actual a su estructura visible, porque lo ve aureolado de la dignidad de un espíritu inmortal, "imagen viva de Dios", inmensamente amado por Él en el Hijo unigénito, del que está llamado a ser hermano.

4. En el servicio al hombre mediante la investigación de la verdad la Iglesia se pone al lado, pues, también de todos los que en la Universidad trabajan, ofreciendo su colaboración en espíritu de diálogo franco y abierto. Se trata de un diálogo y de una colaboración que deben hacerse más intensos para bien de la una y de la otra, porque lo humano y lo cristiano están íntimamente unidos entre sí. Todo lo que contrasta con cuanto es auténticamente humano, contrasta igualmente con el cristianismo. Y viceversa, un modo equivocado de entender y realizar los valores cristianos obstaculiza de igual manera el desarrollo de los valores humanos en toda su plenitud. Nada genuinamente humano está cerrado al cristianismo; nada auténticamente cristiano es lesivo de lo humano. En el mensaje cristiano encuentra enriquecimiento, desarrollo, claridad plena la genuina sabiduría humana.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la relación entre fe y razón, desde que Agustín fijó los criterios para su encuentro fecundo con la advertencia merecidamente famosa: "Intellege ut credas, crede ut intellegas" (Sermo 43. 9). Aquí me basta subrayar que la exigencia de este encuentro, a los ojos del creyente, reside en la verdad fundamental del cristianismo: la que reconoce en la unidad de la Persona del Verbo Encarnado la plenitud de la humanidad y la plenitud de la divinidad, unidas de modo que entre sí no sólo hay completa armonía en la distinción, sino también completa expansión de lo humano en lo divino, hasta hacer de Cristo el ideal supremo para todo hombre.

Se comprende, pues, por qué la Iglesia, además de ofrecer la propia colaboración a los hombres de cultura, haya sentido la necesidad de testimoniar su voluntad de diálogo con la razón, estableciendo Universidades propias, en las cuales, de forma por así decirlo institucional, el esfuerzo humano de la investigación, lejos de ser coartado en su legítima libertad, es más bien estimulado y apoyado por la clara visión de las metas últimas que ofrece la fe.

Con esta intención comenzó, hace más de 70 años, también esta Universidad Católica del Sagrado Corazón. Deseada, como es sabido, por muchos hombres de cultura, como el Beato Contardo Ferrini, Giulio Salvadori, Vico Necchi, fue fundada, en 1921, por el p. Agostino Gemelli como coronamiento de un sueño de 50 años de los católicos italianos. El Papa Pío XI, que la inauguró siendo arzobispo de Milán, fue siempre su patrono fuerte y sabio y sostuvo y estimuló sus primeros pasos, nada fáciles. Los Papas que le sucedieron heredaron sus mismos sentimientos de afecto y confianza, favoreciendo el desarrollo de la institución, que se ha extendido ya a varias partes de Italia. Yo mismo, en repetidas ocasiones, me he hecho intérprete de las expectativas y esperanzas de la Iglesia italiana, que ve en la Universidad Católica del Sagrado Corazón el lugar privilegiado de la síntesis entre las varias formas y grados del saber en la unidad superior de la sabiduría que brota de la Revelación cristiana.

5. Son expectativas y esperanzas que interpelan directamente a todos los que tienen responsabilidades de gobierno, de enseñanza, de formación en este glorioso centro de estudios superiores.

Una Universidad Católica, en cuanto estructura de investigación y de enseñanza a alto nivel a la luz de la fe, es una presencia oficial y constante de la Iglesia en el mundo de la cultura. Como tal, debe presentarse no sólo como ejemplo de acuerdo entre fe y razón, sino además como modelo de cómo una fe auténtica, sólida y fuerte, sabe valorar positivamente las culturas a las que se acerca, captar sus aspectos de valor humano que pueden ser llevados de nuevo a Cristo y, más aún, provocar culturas nuevas que traduzcan en algo concreto lo humano que está incluido en lo cristiano. Gracias al esfuerzo generoso de todas las fuerzas operante en la Universidad, en diálogo constante con las que hay esparcidas por el país, se llegará a elaborar una vigorosa cultura católica y popular, en la que libremente se reconozca cada vez más la nación italiana en su tradición renovada y en sus valores más auténticos.

Será útil para esta finalidad el contacto con los otros ateneos y centros de elaboración cultural, con los cuales la Universidad deberá permanecer en continua y fecunda relación, sin permitir, sin embargo, que se ofusquen o se pierdan la propia raíz evangélica y la propia situación eclesial. En esta raíz y en esta situación, efectivamente, está el motivo de la capacidad, que debe serle propia, de permanecer abierta y, más aún, de proyectarse a toda la verdad entera.

74 6. ¡La tensión hacia la verdad toda entera! Es el noble estímulo que os une, hombres de la investigación en los varios campos del saber. Mi última palabra en este encuentro, que ha sido para mí motivo de alegría especialmente profunda, es una invitación a la confianza y a la esperanza: vosotros sois los centinelas en la avanzadilla de la humanidad en marcha por los senderos de la historia. A vosotros os corresponde la misión de explorar las sendas por las que os seguirán mañana los otros. Que no os desalienten las dificultades; que no os distraigan las incomprensiones, que nos os detengan los fracasos.

Continuad buscando, sin renunciar jamás, sin desconfiar nunca de la verdad. En la medida en que vuestro empeño es honesto y sincero, lo guía Dios y asegura su éxito final. Yo dirijo a Él en este momento mi oración, para que sea con vosotros pródigo en luz y apoyo, alentando vuestro esfuerzo con la alegría que viene del descubrimiento de cualquier nuevo destello de esa eterna llama de verdad, que tiene en Él su fuente inagotable.

Acompaño estos deseos con mi afectuosa bendición, que quiere ser prenda de copiosos favores celestiales sobre vosotros, sobre vuestra actividad académica, sobre vuestros alumnos y todas vuestras personas queridas.






AL SEÑOR ENRIQUE OBREGÓN VALVERDE


NUEVO EMBAJADOR DE COSTA RICA


ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 26 de mayo de 1983

Señor Embajador:

Las palabras que Vuestra Excelencia me ha dirigido al presentar sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede, me han sido particularmente gratas, porque me hacen sentir y recordar el afecto de los amadísimos hijos de su noble Nación.

Al agradecerle, Señor Embajador, la expresión de estos sentimientos, así como el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, le doy mi más cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi benevolencia para la alta misión que le ha sido confiada.

Conservo aún muy viva en mi corazón la imagen del pueblo costarricense, al que he podido conocer de un modo más inmediato en mi reciente Visita pastoral a América Central. Un pueblo creyente reunido en torno a sus Pastores, los Obispos que presiden la Iglesia local. Ciudadanos que, dirigidos por sus gobernantes, aspiran a seguir construyendo una sociedad cada vez más humana, en un ambiente de sana libertad y en pos de conseguir un progreso ordenado y pacífico.

Costa Rica me abrió sus puertas y su corazón. Ello me permitió ponerme en contacto con una realidad humana y social muy encomiable por los valores que la adornan. Pero al mismo tiempo se manifiestan también las dificultades y preocupaciones de tantos hombres y mujeres, cuya problemática siente de modo particular la Iglesia. Pues los discípulos de Cristo no pueden menos de vivir como propios los gozos y esperanzas, las tristezas y desamparos de los demás; ya que es la propia Iglesia la que se siente intima y realmente solidaria del género humano y de su historia (Cf. Gaudium et spes GS 1).

La Iglesia en América Latina, especialmente en sus Conferencias Generales del Episcopado en Medellín y Puebla, ha reafirmado su empeño de seguir anunciando a los hombres la plena vigencia del mensaje evangélico, proclamando y promoviendo la dignidad de la persona humana, con sus derechos y sus deberes, trabajando también en favor de su promoción integral, que se basa en el hecho de que todos los hombres son hermanos e hijos de Dios.

Vuestra Excelencia se ha referido a los principios que animan el desarrollo de la vida social y política en su país, basados en la libertad y la paz. Ciertamente ésta es una tarea y un empeño que obliga a todos, gobernantes y ciudadanos, porque la paz y la libertad son aspiraciones fundamentales de los hombres de nuestro tiempo. Y todos están llamados a conseguirla y a mantenerla sobre bases sólidas y justas.


Discursos 1983 67