Discursos 1982 15


AL ARZOBISPO DE BARCELONA


Y A LOS OBISPOS DE TARRAGONA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


8 de febrero de 1982



Señor Cardenal Arzobispo de Barcelona
y amadísimos Hermanos de la provincia eclesiástica tarraconense:

1. Con gran placer os doy el más cordial saludo al iniciar este encuentro con vosotros, que habéis venido a Roma, para venerar los sepulcros de los Apóstoles y ver al Sucesor de Pedro “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles”.

En este espíritu de comunión fraterna, del que me habéis dado elocuente testimonio durante el coloquio privado que he tenido previamente con cada uno de vosotros, he podido apreciar la solicitud eclesial que informa vuestra vida de Obispos de la Iglesia y de guías en la fe de vuestras Iglesias particulares.

Por esa vivencia sincera de la unidad, que es conciencia de fidelidad al deseo del Señor, y por vuestro generoso esfuerzo en inculcarlo en vuestros fieles, para hacer de ellos cristianos crecientemente sólidos y conscientes, os manifiesto mi profundo reconocimiento en nombre de Cristo. En El “se alza toda la edificación para templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu”.

2. Venís a verme, Pastores del Pueblo de Dios, y me traéis con vuestra visita la presencia de las queridas comunidades cristianas de Cataluña, que con gozo y esperanza van caminando hacia el Padre.

16 Permitidme que al recibiros conjuntamente salude también en vosotros, con profundo afecto, a todos y cada uno de vuestros fieles. Y desde ahora os encargo que transmitáis mi recuerdo cordial a los sacerdotes, que con su preciosa ayuda os hacen posible la evangelización extensa de la comunidad cristiana; a los religiosos, religiosas y almas consagradas, que con su testimonio de vida y su inserción en las tareas eclesiales prestan un valioso servicio a la educación en la fe de los hermanos; a los cristianos comprometidos en el apostolado, que, conscientes de su plena pertenencia a la Iglesia, ponen responsablemente sus fuerzas en la causa de la verdad y del bien; a los jóvenes, que no saben recortar horizontes ni se repliegan en actitudes de crítica o evasión, sino que se sienten responsables de la fe propia y ajena; a los padres y madres de familia, acogedora Iglesia doméstica, abierta a los demás y a la Iglesia total; a todos los fieles, que desde su propia debilidad, saben recurrir a la fuerza de Cristo, para hallar nuevas razones de vida, de esperanza y de disponibilidad cristiana.

Al pensar en estas fuerzas vivas eclesiales, viene a mi corazón un gran motivo de alegría, que se hace aliento a no desfallecer en la empresa; antes bien, a renovarse en el propósito de fidelidad a la llamada de Cristo y de la Iglesia, que hoy como ayer necesita ser testigo creíble de la Verdad revelada e instrumento de salvación para el hombre de nuestro tiempo. Es la misión esencial de la Iglesia, es su cometido propio y específico, es una necesidad imperiosa que requiere la contribución de todas las energías eclesiales disponibles.

3. Soy bien consciente de que la tarea a realizar es inmensa. Vuestra zona eclesial tiene una larga historia de rica tradición cristiana, que ha dejado inequívocas y valiosas huellas en tantas esferas de la vida cultural y humana, como en las Artes, en la literatura, en la historia, en la toponimia, en las costumbres de las diversas comarcas y en la intimidad de los hogares.

En las raíces profundas de esa tradición de fe hallaron un terreno fértil tantas figuras eclesiales, hombres y mujeres, que vivieron su vida con gran sentido de universalidad y tanto aportaron a la Iglesia.

Es cierto que en el momento actual Cataluña, no menos que otras partes, experimenta un fenómeno de marcada secularización. Ello puede plantear problemas no indiferentes a la vida cristiana de vuestros fieles, inmersos en un sistema de convivencia pluralista, en el que ha de imperar el mutuo respeto, el diálogo y la libertad debida a la conciencia ajena.

Pero por parte de ellos ha de quedar clara la conciencia de su propia identidad como cristianos y miembros de la Iglesia, la cual, aunque como recuerda el último Concilio, tiene una finalidad escatológica, está presente en el mundo “para formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor”.

Es evidente que la problemática compleja creada por tal situación, requiere análisis serios y respuestas que puedan favorecer el crecimiento en la fe del pueblo fiel.

No seáis, sin embargo, fáciles en dar por supuesta la descristianización de vuestras comunidades, que cuentan con reservas morales vivas, las cuales requieren, sí, cultivo intenso, pero que son siempre susceptibles de nueva floración de vida cristiana.

No ignoro las dificultades que se interponen en vuestro camino eclesial, pero seguid trabajando con esperanza e infundidla en todos los agentes de la pastoral, para que vuestro pueblo fiel reciba la formación religioso-catequética que necesita y sepa inspirarse en las raíces más hondas de su ser.

4. Para avanzar por ese camino, hay que prestar una diligente atención, por parte vuestra y de los miembros de vuestras Iglesias, al campo de la cultura y de la enseñanza.

Gracias a Dios contáis con la disponibilidad de sacerdotes, almas consagradas y fieles bien formados y de buen espíritu. Con su capacidad y esfuerzo hay que lograr una presencia multiforme de la Iglesia en esos sectores sensibles de la vida social, sin olvidar las posibilidades que ofrece la educación religiosa de la juventud a través de la escuela, pública o privada, o del papel que juega la escuela católica. Un campo que puede seguir dando excelentes frutos y que hay que seguir cultivando, como recientemente indiqué a Hermanos vuestros en el Episcopado de otra zona de España.

17 5. Sé que estáis prestando una atención prevalente a la pastoral de la familia, convencidos de la trascendencia que tiene en el ámbito social y también en el religioso.

Seguid cuidando ese importante sector del apostolado. Y dadle el mayor impulso posible, de acuerdo con las directrices de la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”.

Promoved el conocimiento de esas enseñanzas a través de todos los canales, ante todo de las parroquias y del mismo ambiente familiar. Que los hogares cristianos de Cataluña se conviertan en evangelizadores y sientan que el Espíritu del Señor, pese a todas las dificultades actuales, está con ellos y les ayuda. Que no teman vivir con toda generosidad los valores cristianos propios y que la proclamación de esos valores humanos y religiosos, ante los hijos y la sociedad, provenga de la experiencia existencial de los mismos.

Sé también que una preocupación vuestra está celosamente dirigida a la realidad de las numerosas familias inmigrantes. Os alabo en ese propósito, para que todas vuestras parroquias sean, en lo litúrgico y en lo pastoral, centros de acogida cristiana, de ayuda a la promoción de tales familias, de ofrecimiento de posibilidades de inserción en el nuevo ambiente, respetando siempre las peculiaridades de su condición y de sus expresiones en lo religioso o social.

6. Otro campo que ocupa frecuentemente vuestros desvelos de Pastores es el de las nuevas vocaciones. Sentís este problema con tanta mayor urgencia cuanto que muchos hijos e hijas de vuestras diócesis están sirviendo, con loable empeño y amplio sentido eclesial, en otras partes de la Iglesia.

Comparto vuestra preocupación, renuevo vuestra llamada a cuantos pueden contribuir eficazmente a la solución de este problema, con vosotros pido al Señor que mande nuevos obreros a su mies y encomiendo esta intención a la especial plegaria de las almas consagradas en el claustro y a las de todos vuestros diocesanos.

Que el vocacional sea un horizonte siempre abierto en la pastoral juvenil y que ningún miembro de vuestra comunidad eclesial se sienta exento del deber de colaborar en este terreno.

7. Para poder responder a los múltiples desafíos y proceder al estudio o planteamiento más adecuado de la problemática que la pastoral conlleva en nuestros días, no ignoro que en vuestras reuniones conjuntas tratáis de analizar, en un espíritu fraterno, temas de interés común.

De esa preocupación han surgido servicios interdiocesanos para el mayor bien del Pueblo de Dios.
Me complazco de esta manifestación de fraternidad y colaboración mutua, en la que los dones de una Iglesia particular ayudan a los de la otra, ofrecidos en actitud de servicio eficaz y sin menoscabo alguno de la justa libertad de cada diócesis ni de la debida colaboración concorde con los demás miembros del Episcopado.

8. Al concluir estas reflexiones que he querido compartir con vosotros, amadísimos Hermanos, mi pensamiento vuelve con el vuestro a la geografía de cada una de vuestras comunidades eclesiales.
18 No ignoro que ellas viven momentos de dificultades en la fe, que pueden sembrar la tentación del desaliento. Pero no hay motivo para ello. En la lucha y angustia de cada día, no están solas, sino que la presencia del Espíritu de Cristo las acompaña. El con su poder sigue obrando maravillas, a veces desconocidas, de gracia y santidad. Las quiere obrar también con ellas, con todos nosotros que, pese a nuestra debilidad, con El podremos ser testigos fieles de Cristo en el mundo de hoy.

Decid por ello a vuestros sacerdotes, almas consagradas por título especial a Dios y fieles, que el Papa espera y tiene confianza en su fidelidad. Que vivan abiertos a la plena dimensión eclesial, ofreciendo su aportación generosa.

Sea la dulce Madre común, la Virgen Santísima de Montserrat, la que obtenga a todos gracias abundantes de su Hijo, que guarden la fidelidad de cata uno a Cristo y a su Iglesia. Y sea prenda de la constante protección divina y prueba de mi benevolencia la Bendición Apostólica que a vosotros y a vuestros fieles cordialmente imparto.





VIAJE APOSTÓLICO

A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL

CEREMONIA DE BIENVENIDA A GUINEA ECUATORIAL

Malabo, 18 de febrero de 1982

Queridos hermanos y hermanas,

Siento una profunda alegría al llegar a esta Nación y a la isla en la que está su capital, Malabo, en el curso de mi viaje apostólico por tierras africanas. Doy ante todo gracias a Dios, que me ha permitido venir hasta aquí.

Deseo en primer lugar agradecer la presencia en este aeropuerto del Señor Presidente de la República, que ha tenido la deferencia de venir a recibirme. En espera del encuentro personal que tendremos después, quiero asegurarle que he apreciado vivamente este gesto, al que amablemente se han asociado las altas Jerarquías del Estado, a las que expreso asimismo el testimonio de mi hondo reconocimiento.

Particularmente grata me es la presencia de vuestro querido Pastor, Monseñor Rafael María Nzé Abuy. A él y a todos vosotros doy mi cordial saludo: que la paz de Cristo esté siempre con vosotros.

Mi estancia en esta ciudad no puede ser tan larga como habría anhelado; pero no podía faltar una presencia mía aquí, para encontrarme con todos vosotros, queridos hermanos y hermanas de esta hermosa isla, que habéis venido a verme. Y como muchos no habríais podido desplazaros hasta más lejos, he sido yo a adelantarme en la visita, en la que incluyo también a todos los habitantes de las islas cercanas que forman parte de vuestro País.

Esta permanencia en Malabo y la sucesiva en Bata son prueba de mi profundo afecto por vosotros y por todos los hijos ecuatoguineanos, de las islas, del continente y los que viven fuera, así como del recuerdo que en tantas ocasiones os acompaña, y que se hace plegaria por vuestras intenciones y necesidades.

Mi viaje tiene una finalidad exclusivamente evangelizadora: vengo a confirmar vuestra fe de cristianos y alentaros en vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

19 Sé bien que en el pasado habéis tenido que soportar a veces graves dificultades. Por ello os manifiesto mi gozo ante la constancia con la que habéis dado testimonio de vuestra adhesión a Cristo, como hijos del Padre común que a todos nos ama por igual y nos acompaña en cada momento de nuestra existencia, dándonos la fuerza de confesarle aun en el martirio.

Como recuerdo, pues, de mi visita os dejo las mismas palabras con las que el Apóstol San Pablo exhortaba a los cristianos de su tiempo: “Como habéis recibido al Señor Cristo Jesús, andad en El, arraigados y fundados en El, corroborados por la fe”. Y dado que en vuestro contexto geográfico sois una Nación de gran mayoría católica, dad siempre ejemplo de concordia entre vosotros, de amor mutuo, de capacidad de reconciliación, de respeto efectivo a los derechos de cada ciudadano, familia, grupo social. Respetad y promoved la dignidad de todas las personas en vuestro País, como seres humanos y como hijos de Dios.

Que El os ayude siempre en ese camino y que la Virgen Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, os acompañe por senderos de progreso en la fe y en la práctica de la vida cristiana, en un clima de paz, honestidad privada y social, de creciente bienestar. Esforzándoos por colaborar, como leales ciudadanos, en la construcción de la Patria serena, próspera y justa que unánimemente deseamos.

Con estos votos, a todos abrazo en el amor de Cristo y doy, particularmente a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas, seglares comprometidos en el trabajo eclesial y de manera especialísima a los niños y enfermos, mi cordial Bendición.





VIAJE APOSTÓLICO

A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL



AL PRESIDENTE DE GUINEA ECUATORIAL


Malabo, 18 de febrero de 1982



Señor Presidente,

Con mucho gusto contesto a las palabras que Usted acaba de pronunciar, referentes al significado de mi presencia en esta Nación.

Agradezco sus nobles expresiones y correspondo manifestando a Vuestra Excelencia los sentimientos de profunda estima que nutro hacia el querido pueblo de Guinea Ecuatorial, sus valores, su vida como entidad histórica y sus anhelos frente al futuro.

Me es muy grato, por ello, saludar a Vuestra Excelencia, quien como Presidente de la Nación, es el centro simbólico hacia el que convergen las vivas aspiraciones de un pueblo a un clima social de auténtica libertad, de justicia, de respeto y promoción de los derechos de cada persona o grupo, y de mejores condiciones de vida, para realizarse como hombres y como hijos de Dios.

Aceptando la invitación que amablemente se me hiciera para visitar Guinea Ecuatorial, he querido traer una mayor cercanía de la Iglesia, que mira con simpatía profunda a los hijos de esta Nación y desea alentarlos en la búsqueda de ese futuro mejor que justamente tratan de lograr.

En este importante y delicado momento histórico que vive su Patria, quiero asegurarle, Señor Presidente, que la Iglesia en Guinea desea colaborar con lealtad al bien común, poniendo a disposición su ayuda para la elevación moral de las personas, su obra en favor de la reconciliación de los espíritus y su servicio en los campos educativo y asistencial.

20 Al ofrecer esto, la Iglesia quiere servir la causa de la dignificación del hombre en todos los aspectos. Sin reclamar más que el justo clima de libertad, comprensión y respecto, que le hagan posible el pacífico desarrollo de su misión espiritual y humanizadora. Los bien conocidos y dolorosos acontecimientos del pasado, cuyos efectos negativos siguen notándose en campo eclesial y social, no han empañado su voluntad de seguir sembrando el bien.

Prueba de ello son las múltiples iniciativas asistenciales, educativas y de otro tipo, que junto con los hijos de esta tierra, y unidos a ellos en la misma benemerencia y amor al hermano ecuatoguineano, han emprendido tantas personas venidas de otros Países, sobre todo de España, consagradas al ideal de servir al Evangelio. Su labor es dar testimonio de sus propósitos, basados en la propia fe, que para hacerse ayuda fraterna, con estabilidad y esperanzas de segura continuidad, quizá sólo aspiraría a un adecuado estatuto jurídico, sobre todo en el campo de la docencia.

Estoy seguro de que las reservas morales de este querido pueblo impulsarán ese clima de colaboración mutua y de unidad de intentos, que sirvan a implantar condiciones de creciente moralidad privada y pública, capaces de conducir a un verdadero y creciente progreso espiritual y material. En esa tarea pueden hallar su puesto todos los hijos del País, los que viven dentro y fuera del mismo, y que aspiren a trabajar por él, por encima de barreras contingentes.

Tengo la firme confianza de que con la contribución de todos, el propio tesón, la voluntad decidida de los Responsables de la cosa pública y la aportación de los mejores consejeros y colaboradores, así como con la ayuda de otros Países amigos, Guinea superará las etapas difíciles de su existencia y hallará el lugar que le compete en el concierto africano e internacional.

Con estos fervientes votos, pido a Dios que guíe los destinos del País y bendiga largamente a los Responsables y a todos sus habitantes.





VIAJE APOSTÓLICO

A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL

CEREMONIA DE DESPEDIDA DE GUINEA ECUATORIAL

Bata, 18 de febrero de 1982

Amadísimos hermanos y hermanas,

Ha llegado el momento de despedirme de vosotros, tras estas breves e intensas horas pasadas en vuestro País.

Os agradezco la cordialidad de vuestra acogida y las manifestaciones de afecto que continuamente me habéis prodigado, desde el momento de pisar tierra guineana hasta este instante.

También por mi parte os aseguro mi honda benevolencia, que ha ido creciendo a medida que os conocía más y recorría vuestras calles y plazas o nos uníamos en la plegaria común junto al altar del Señor.

Sed fieles a la fe que habéis recibido y cultivad con diligencia los grandes valores morales que han de guiar siempre vuestros pasos por el camino del bien.

21 Me llevo conmigo el vivo recuerdo de vuestro entusiasmo cristiano y cortesía, la sonrisa de los niños, las esperanzas de los jóvenes, las experiencias alegres y dolorosas de los adultos, los propósitos de las personas de vida consagrada. Por todos seguiré pidiendo al Padre común del cielo, para que os conceda la paz, la serenidad y seáis siempre buenos cristianos y ciudadanos.

Al enviar mi deferente recuerdo al Señor Presidente y Autoridades de la Nación, dejo mi saludo a cada hijo de Guinea Ecuatorial, de las islas o del continente, e imploro sobre todos, con idéntico y profundo afecto, las mejores bendiciones de Dios y la protección constante de nuestra Madre, María Santísima.





Marzo de 1982




A LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE TOLEDO


EN VISITA «AD LIMINA»


Martes 9 de marzo de 1982



Señor Cardenal y queridos Hermanos en el Episcopado
de la provincia eclesiástica de Toledo,

1. En espíritu de fe y de amor a la Iglesia de Cristo habéis emprendido vuestro viaje a Roma, que debía tener lugar en el pasado año y que ha sido retrasado por las conocidas circunstancias que afectaron a mi persona en el mes de mayo último.

Venís a cumplir con el deber canónico que grava sobre vosotros, Pastores de la Iglesia, de realizar periódicamente la visita ad limina y venerar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo. Pero sobre todo os mueve el íntimo deseo, que se hace necesidad sentida, de testimoniar y corroborar los vínculos de comunión eclesial que, dentro del Colegio apostólico, unen a los Obispos, sucesores de los Apóstoles, con el Romano Pontífice, Sucesor de Pedro (Lumen gentium LG 22).

Por ello os recibo con profundo gozo en este encuentro, que viene a completar el que ya he tenido con cada uno de vosotros por separado, y que me ha ofrecido la ocasión de compartir vuestras alegrías y preocupaciones, propósitos y esperanzas, respecto de las comunidades diocesanas en las que el Espíritu Santo os ha puesto para apacentar la Iglesia de Dios (Cfr. Act Ac 20,28).

A vosotros, pues, y a vuestros diocesanos doy mi cordial saludo, deseándoos, como San Pedro a los cristianos de su tiempo, que “la gracia y la paz os sean multiplicadas” (1 Petr. 1, 2).

2. A través de vosotros, que recibisteis el ministerio de la comunidad y presidís en nombre de Dios vuestra grey, de la que sois pastores, maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno, descubro la presencia en este lugar de la querida comunidad cristiana que vive su fe y esperanza en tierras de Castilla la Nueva y Extremadura. Una extensa zona de rica historia eclesial y cívica en el ámbito de vuestra Patria, y que se ha difundido también ampliamente hasta otras tierras lejanas.

22 En efecto, aquella unidad religiosa de España en torno a la verdadera fe en Cristo, que bajo la guía insigne de los Santos hermanos Leandro e Isidoro tuvo concreción en los Concilios de Toledo; aquel amor mariano, que desde el Guadalupe extremeño halla correspondencia en tantos centros de similar advocación mariana en tierras de América y Filipinas, ha consolidado el alma cristiana y mariana de vuestras gentes. Dos notas que las distinguen, como a sus hermanos y compatriotas de las demás regiones españolas.

Y en torno a esos dos polos se ha plasmado la fe de vuestro pueblo, alimentada y sostenida por la Iglesia a través de innumerables generaciones. Con una vivencia de esa fe, que les ha acompañado en todo su acontecer histórico, en sus logros y fracasos, en la fidelidad y en el esfuerzo, en las luces e inevitables sombras que forman la realidad socio-religiosa de cada pueblo.

3. También en el aspecto social vuestras gentes han vivido su vida iluminadas por el Evangelio de Cristo, y así han contribuido a crear esa cultura y civilización cristianas, de las que quedan tantos testimonios y espléndidos monumentos de diversa índole.

Aunque la prueba más auténtica es la que han ido dando con la propia existencia, con la recitación del credo como patrón de creencia, con la alabanza y elevación a Dios en la plegaria, en lo profundo del propio espíritu o en la sacralidad del templo, con el arrepentimiento de sus extravíos, con el amor a la Iglesia, con el sentido trascendente de la vida y de la muerte.

Es esta una realidad que no puede olvidarse, en campo apostólico y aun sociológico. Pero las circunstancias del presente imponen un examen realista y bien actualizado de la situación, mirando sobre todo al futuro, para que en las nuevas condiciones en las que han de vivir vuestros fieles, puedan estos responder plenamente a su vocación cristiana, en un clima de diálogo, dentro del contexto cada vez más pluralista de la sociedad española.

Sin perder, no obstante, la clara visión de su propia identidad cristiana. Sin olvidar las exigencias que de ella derivan; no sólo en la esfera de la propia conciencia, sino también en el de una actuación práctica de esos principios morales, que no son solamente cristianos sino humanos, y que deben estar en la base de la convivencia cívica, de la solidaridad comunitaria, de la ordenación jurídica de la familia, de la escuela, de la legítima participación de cada uno en la guía de la sociedad. Tratando de descubrir y fomentar, en el actual momento histórico de vuestra Patria, todo eso que es común a los ciudadanos de los diversos sectores, regiones y tendencias de la Nación, y no lo que los divide o enfrenta.

4. Quiero por ello invitaros, y con vosotros a cada miembro de vuestras diócesis - o de las restantes de España, a las que igualmente me dirijo en los encuentros con los Pastores de las diversas provincias eclesiásticas españolas - a hacer un valiente discernimiento de las exigencias de la propia fe, a desechar toda sensación de cansancio o desencanto, a sacudir - permitidme decirlo - esa cierta resignación, que parece impedir a tantos católicos trabajar con mayor eficacia, en lo privado y en lo público.

Ellos han de empeñarse en la construcción de una sociedad democráticamente respetuosa de todo ciudadano o grupo social, han de fomentar en la comunidad contenidos crecientes de justicia y auténtica libertad, pero sin hipotecar su identidad cristiana, sus deberes y derechos; sin falsos rubores, sin poner trabas al dinamismo interno y externo de la propia fe. Antes bien, viviéndola como inspiración a la fraternidad, a la honestidad, al compromiso en favor del bien de todos, sin fronteras interesadas o parciales.

5. Esta exigencia, que toca tan profundamente la actitud vital del cristiano en la globalidad radical de su existencia, requiere una gran atención, sobre todo por parte de Obispos y sacerdotes. Se trata de buscar una intensa formación moral de las conciencias, cuya rectitud práctica ha de ser el resultado de una educación religiosa en profundidad.

Para poder lograr esto hay que cuidar con gran esmero la preparación de la predicación sagrada en todas sus formas; sobre todo en las acciones litúrgicas y en la administración de los Sacramentos, que son los momentos de más frecuente encuentro con la comunidad fiel. Habrá que potenciar también al máximo toda la labor de catequesis a los diversos niveles, a fin de que aumente en todos la conciencia de la propia vocación y la vivencia responsable y motivada del compromiso cristiano.

Una importancia trascendental tiene en ello la tarea personal e intransferible de quienes han recibido por título especial, con el Orden sagrado, la misión de formar en la fe a los demás. En esa tarea han de sentir la alegría de su alto cometido, no exento del deber de ser fieles a las enseñanzas de Cristo, y que la Iglesia ha de anunciar como camino de salvación hasta el fin de los tiempos. Esa fidelidad al Señor y al Magisterio de la Iglesia es parte indeclinable de la fidelidad a la propia vocación y al verdadero amor a los hombres.

23 6. Pero esta tarea formativa no es privativa de los Obispos, presbíteros o parroquias. También las almas consagradas, los centros eclesiales - máxime los de nivel superior -, los colegios religiosos, todos los agentes de la pastoral, los intelectuales y hombres de cultura cristianos, los movimientos de apostolado, tienen su puesto y responsabilidad de formadores de la fe, de esa fe que construye la Iglesia.

Gracias a Dios, muchos cristianos han sentido de manera más viva, sobre todo después del último Concilio, su plena pertenencia a la Iglesia, así como la responsabilidad que de ahí deriva en orden al apostolado. Tantos niños, jóvenes y adultos, tantos padres y madres de familia pueden ser beneficiarios de la fe del hermano que se siente de veras cristiano y apóstol. Y tantos otros pueden y deben hacerse creadores de ese suplemento de espíritu, hecho de nuevos y superiores motivos de existencia, de los que tanta necesidad tienen nuestros jóvenes, familias y mundo actual.

7. Sé muy bien que esta es una llamada exigente y no fácil. Diríamos que, a la vista de los impedimentos que se interponen en el camino humano, es un cometido imposible. Tal sería para nuestras solas fuerzas.

Pero el Señor, con todo el poder infinito de su Espíritu, está con nosotros hasta la consumación del mundo. El es el objetivo de nuestra vida, es nuestra fuerza y confianza. Por eso, abramos el corazón a la esperanza, al optimismo, a la ayuda de lo alto que cada día nos renueva y conforta. María, Madre de Jesús y de la Iglesia, Madre del Sagrario y de Guadalupe, nos acompaña con su ejemplo e intercesión.

Por ello, con profundo afecto fraterno os aliento en vuestro camino de sacrificada entrega a la Iglesia. Llevad de mi parte este mismo e intenso afecto a vuestros sacerdotes, a los que os pido estéis siempre muy cercanos y disponibles, a vuestros religiosos, seminaristas, seglares comprometidos en el apostolado. Y como está presente en este encuentro el Señor Arzobispo Vicario General Castrense de España, estos sentimientos de estima los extiendo igualmente a él y a los sacerdotes que colaboran en su ministerio.

Finalmente, a todos vosotros y a cada uno de los componentes de vuestras respectivas comunidades eclesiales reitero mi saludo en el amor de Cristo y bendigo de corazón.





DISCURSO DE JUAN PABLO II A LOS DIRIGENTES


DE LA CENTRAL LATINOAMERICANA DE TRABAJADORES


Martes 23 de marzo de 1982



Queridos hermanos, dirigentes de la Central Latinoamericana de trabajadores,

Gustosamente he aceptado la solicitud de un encuentro con vosotros, representantes cualificados del mundo del trabajo, al que me unen tantos recuerdos y vínculos de profunda estima.

Me complace ver en ese sector de la sociedad, como hombres y como cristianos, una admirable capacidad de compartir, que tanto enriquece al ser humano; sobre todo cuando no sólo alienta a una solidaridad externa entre personas, familias o grupos sociales, sino que se abre a la esfera del espíritu, condividiendo también las riquezas religiosas y morales.

Quiero ante todo expresaros mi vivo aprecio por la carta que me enviasteis hace algunos meses, para manifestar vuestra plena identificación con el espíritu y las orientaciones de la encíclica “Laborem Exercens”. He apreciado asimismo vuestras iniciativas en favor de la difusión, estudio y actuación de dicho Documento pontificio entre los trabajadores de América Latina. Tanto más cuanto que vuestra Central cuenta con más de 9 millones de trabajadores en ese “continente de la esperanza”. Os aliento, pues, a continuar prestando atención a los principios éticos que inspiran las enseñanzas sociales de la Iglesia.

24 El trabajo sindical es una verdadera vocación que ha de servir para la auténtica participación de los trabajadores en la defensa y promoción de sus valores e intereses vitales: desde su dignidad integral como personas, sea en el orden de sus necesidades económicas individuales, familiares, culturales y éticas, sea en el de una participación pública con vistas al bien común.

No ignoro las dificultades y obstáculos que vuestro servicio sindical debe afrontar ante condiciones de vida y trabajo, muchas veces duras, de millones de trabajadores, así como por indebidas restricciones que atentan contra el legítimo derecho de libertad asociativa. O también por presiones ideológicas que tienden a reducir la acción sindical a tareas burocráticas lejanas de la vida de los trabajadores, o limitadas a puros horizontes economicistas.

El sindicalismo viene deformado si es expresión de corporaciones egoístas o instrumento de manipulación por parte de intereses ideológicos y políticos. Por el contrario, ensalza su misión cuando, en un clima de respeto a todo grupo social y por encima de odios, asume la dignidad humana integral como criterio de servicio a los trabajadores, como toma de conciencia del sentido profundo del trabajo en la realización del hombre, como búsqueda de elevación y democratización auténtica de los ambientes de trabajo y de la vida social. Es ese substrato ético el que debe inspirar y guiar la actividad sindical.

Muchas esperanzas puede ofrecer en América Latina un sindicalismo revitalizado en la prueba, si es capaz de hacerse heredero e intérprete de las mejores tradiciones populares y nacionales de esencia cristiana y basadas en las enseñanzas sociales de la Iglesia. Del reencuentro cordial y respetuoso entre la Iglesia y el mundo laboral pueden brotar tantos frutos de esa “civilización del amor” a la que han convocado mi Predecesor Pablo VI y los Obispos latinoamericanos en Puebla.

La Iglesia sigue ofreciendo al mundo del trabajo la presencia estimulante y esperanzadora de Cristo, Señor de la historia, que llama a los sistemas económicos, a las culturas, personas, grupos sociales, a los Estados y al orden internacional a abrirse a nuevas perspectivas de acción en favor del hombre, partiendo de la común filiación en Dios Padre y de la fraternidad consiguiente entre todos los hombres.

Al concluir este encuentro, saludo en vosotros, con gran estima y afecto, a todos los trabajadores de América Latina y pido a Dios que bendiga a vosotros, a vuestras familias y a todos aquellos a quienes representáis.







: Abril de 1982




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