Discursos 1982 52


VIAJE APOSTÓLICO A GINEBRA


A LOS DELEGADOS DE LOS EMPRESARIOS


Martes 15 de junio de 1982



Señoras, señores:

Constituye para mí una gran satisfacción el poder dirigirme a ustedes personalmente. Su participación en los trabajos de esta Organización pone de manifiesto que es posible hablar de reconciliación y de colaboración entre los grupos sociales, en la búsqueda solidaria de una mayor justicia.

También en este punto, el camino recorrido es una promesa cargada de esperanza. Su presencia en este recinto no a todos resultaba obvia cuando se fundó la OIT. Pero los primeros patronos que acudieron a las sesiones de la Conferencia Internacional del Trabajo aceptaron libremente definir los mecanismos jurídicos de una colaboración permanente y más estrecha cada vez entre todas las fuerzas sociales. Ustedes son los herederos de aquellos pioneros. Y hoy, la mayor parte de las organizaciones patronales quieren considerar la participación orgánica de todos los componentes de la vida económica y social como una garantía de progreso y de paz para el conjunto de la sociedad.

Sus responsabilidades como patronos, siguen siendo hoy importantísimas y cada vez más complejas.Pienso en las dificultades económicas en las que la competencia y la crisis ponen a sus empresas, lo cual requiere un plus de imaginación, de rigor en la gestión y de coraje.

Han tenido ustedes el privilegio de acceder a la libertad de emprender y de decidir, que tan importante es para la dignidad del hombre; sus organizaciones profesionales pueden ser un espacio de libertad en la sociedad industrial moderna, en la que son como “cuerpos intermediarios” que contribuyen a proteger a los individuos contra la dominación invasora del Estado y de la burocracia económica. La sociedad debe reconocer el servicio de los empresarios.

Pero estas ventajas implican grandes responsabilidades para ustedes. Su función social debe articularse cada vez mas sobre otros derechos, teniendo siempre en cuenta las dependencias recíprocas de lo que llamaba en mi Encíclica el “patrono indirecto”. De ustedes se espera que hagan todo por crear o mantener los empleos, en las condiciones de trabajo y de participación que corresponden a las justas demandas de los trabajadores de hoy, teniendo también en cuenta las posibilidades de cada país. Pues, como decía esta mañana, el criterio es que el trabajo sirva al hombre, y que toda la economía esté al servicio del hombre, y no al revés.

53 La participación orgánica que ustedes han asumido aquí, junto a los delegados gubernamentales y de los trabajadores, les pone en el buen camino. Aprecio el mérito de sus esfuerzos y el mérito de otros muchos patronos que ustedes representan aquí, a la vista del reto que se les ha lanzado. Pido a Dios que les inspire y le ruego bendiga sus personas, sus familias y todos sus seres queridos.





VIAJE APOSTÓLICO A GINEBRA


A LOS REPRESENTANTES DE LOS GOBIERNOS


Y AL PERSONAL DE LOS ORGANISMO DE LA ONU



Martes 15 de junio de 1982




Señoras, señores:

El grupo que ustedes constituyen tiene una función delicada en el seno de la Organización Internacional del Trabajo, pues representan ustedes a los Gobiernos, y éstos tienen una responsabilidad decisiva en la aplicación de las medidas que aquí se adoptan. Me complace reunirme con ustedes y a través de ustedes saludar a cada una de sus naciones.

En último término, lo que ustedes intentan hacer progresar es, en el sentido noble del término, la “política” del trabajo: cómo garantizar a cada hombre un empleo y unas condiciones de trabajo que le permitan vivir decentemente, desarrollar sus capacidades, a la vez que el bienestar y la prosperidad de su país; y contribuir de este modo a solucionar los graves problemas del desempleo, de la pobreza, del hambre.

Vuestros Gobiernos, en vuestros países respectivos, se afanan ciertamente en ello, mediante un conjunto de medidas y de leyes adaptadas a la situación, que dependen también de los sistemas políticos o económicos vigentes. No es una tarea cómoda por otra parte, pues resulta difícil conocer bien y dominar los problemas económicos, sociales y culturales.

Pero todos estos problemas van adquiriendo, como decía esta mañana, una dimensión internacional cada vez mayor, y ustedes, junto con los patronos y los trabajadores de todos los países, han de encontrar los mecanismos jurídicos que superen vuestras preocupaciones personales o nacionales y que permitan el avance de todos los pueblos hacia una efectiva solidaridad y una mayor justicia. Deseo sinceramente que se encuentren los medios para hacer respetar con autoridad este nuevo orden social internacional. Esto sería, además, lógico, pues ¿qué Gobierno no pone una parte esencial de su programa bajo el signo de la justicia? Sepan una vez más que cuentan ciertamente con mi apoyo y mi aliento.

Sé que entre vosotros están presentes también los representantes de los Organismos especializados de las Naciones Unidas, que se esfuerzan permanentemente por hacer progresar en el mundo entero las condiciones de seguridad, de libertad, de paz, de salud. También cuentan éstos con mi aliento y mi estímulo.

¡Que Dios les ilumine y les fortalezca a todos en este servicio! A El le encomiendo de todo corazón sus personas, la familia y la patria de cada uno de ustedes. Trataré ahora de saludar personalmente a cada uno.





VIAJE APOSTÓLICO A GINEBRA


A LOS FUNCIONARIOS DE LA OFICINA INTERNACIONAL


DEL TRABAJO


Martes 15 de junio de 1982



Señoras, señores:

1. He aceptado con mucho gusto el proyecto de este encuentro particular con vosotros, porque me ofrece la posibilidad de entablar un diálogo más personal sobre el sentido y el valor de vuestro trabajo al servicio de la gran causa de la justicia social.

54 Yo quisiera ante todo deciros cuánto aprecio vuestra profesión de funcionarios internacionales que trabajan para esta prestigiosa institución que es la Oficina Internacional del Trabajo. A través de vuestras personas, saludo y rindo homenaje a todos los especialistas de la actividad en favor de la justicia social internacional. El ejercicio de vuestra profesión requiere una síntesis armoniosa de cualidades humanas, de preparación especifica, de competencia profesional, de experiencia, de colaboración constructiva y desinteresada, todo ello orientado hacia un ideal de justicia y de paz. Si toda función recibe su sentido y su valor de la finalidad hacia la que se proyecta, la vuestra es sin duda alguna muy noble. Deseo que la austeridad inherente a este trabajo de oficina, bastante complejo y del que no conocéis a veces más que aspectos parciales, no embote jamás en vosotros ese ideal de justicia social que ha presidido la fundación de la Organización Internacional del Trabajo y que ha sido el de generaciones de personas apasionadas por la equidad, la paz, la entrega al hombre. ¿Cómo no evocar aquí la figura de Albert Thomas, el primer Director general de la OIT, de cuya muerte se conmemora este año el 50 aniversario?

2. En cuanto funcionarios internacionales, la justicia que os toca promover es un bien común Internacional, que no es la suma de los bienes particulares, sino un conjunto de condiciones esenciales para el desarrollo de todo hombre y para la vida ordenada y pacífica de los pueblos. Cualesquiera que sean los problemas de vuestros países de origen, se os pide que cultivéis el espíritu de apertura, de síntesis universal, que os elevéis a un nivel superior que busca la justicia para todos y toda la justicia. Necesitáis tener en cuenta la realidad compleja y el bien real de las personas y de los grupos afectados, por encima de los intereses de este o de aquel grupo, por encima de los meros objetivos económicos y políticos, por encima igualmente de las concepciones unilaterales o fragmentarias de la ideología o de determinadas ciencias. He ahí la razón, entre otras, por la que es bueno que forméis un cuerpo permanente de funcionarios internacionales que tengan un profundo sentido de ese bien común internacional y que lo comuniquen a quienes tienen limitada su visión a un horizonte menos amplio. Vosotros ampliáis las perspectivas. En el estudio de las cuestiones, hacéis resaltar aspectos que corren el riesgo de pasar inadvertidos o minimizados. Con discreción, os dedicáis a armonizar intereses divergentes y a desbloquear oposiciones paralizantes. ¿No es ésta una labor de importancia primordial?

3. En vuestra profesión, os enfrentáis constantemente con concepciones, sistemas, agrupaciones que tienen sin duda aspectos complementarios, pero también a veces opuestos. Esa situación os obliga a aplicar el método de la concertación y de la colaboración entre diversos factores, que responde, por lo demás, al mecanismo complejo de nuestra sociedad. La búsquedas de una plataforma de entendimiento y de un denominador común no debería, sin embargo, proceder de una especie de agnosticismo neutro, sino más bien de la voluntad de alcanzar una verdad objetiva superior, por encima de las ideologías reductoras que sirven a bloques egoístas. La lucha por la justicia social es digna de este nombre cuando es una lucha por la verdad del hombre, inspirada por el amor al hombre sin discriminaciones.

4. El cristianismo se inserta en este contexto con su aportación histórica y su contribución original. Albert Thomas lo había comprendido bien, ya que, aun perteneciendo a un movimiento social diferente, apeló, desde el principio, a las fuerzas de inspiración cristiana para realizar su gran proyecto de justicia internacional.

La Iglesia y los cristianos consideran que es deber suyo aportar, con toda lealtad y con espíritu de colaboración fraterna, su visión de las cosas y su entusiasmo por la construcción de un orden económico internacional fundado sobre la justicia y animado por el amor. Según su concepción, sitúan al hombre en el primer puesto, como yo decía esta mañana: sí, al hombre considerado como sujeto, centro y fin de toda la actividad económica. En su testimonio y en sus compromisos intenta, a imitación de su Maestro, dar la preferencia a los pobres y a los países en vías de desarrollo. Por ello mismo deseo que la colaboración entre la OIT y la Iglesia, que tiene ya su tradición, se intensifique cada vez más y consiga los mejores frutos para el bien de la sociedad internacional.

5. A todos los que han querido acogerme aquí y escucharme, les expreso mi sincera gratitud y mis mejores deseos: ante todo para que consigan la serenidad en su labor y la eficacia de sus esfuerzos en la Oficina Internacional del Trabajo; también para que se mantenga el espíritu de coordinación, y —me atrevo a decir— de fraternidad, entre todos los que trabajan en esta casa; y para todos vuestros seres queridos. Pienso aquí en vuestras familias, en vuestros queridos hijos, que me complazco en saludar ahora. A estos jóvenes les deseo que crezcan en la alegría y espíritu de servicio, con el enriquecimiento y la apertura que puede suponer el acceso a estos medios internacionales de Ginebra, y yo diría también, en la amistad de Dios, que no está nunca lejos de cada uno de nosotros.

¡Que Dios os colme de todas sus bendiciones!






AL NUEVO EMBAJADOR DE CUBA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 21 de junio de 1982



Señor Embajador,

Me es grato dar la bienvenida a Vuestra Excelencia en este acto da presentación de las Cartas Credenciales, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Cuba ante la Santa Sede.

En las palabras que Vuestra Excelencia acaba de pronunciar, se ha referido a los esfuerzos que esta Sede Apostólica realiza en favor de la paz y bienestar de todos los pueblos, especialmente de los más desamparados y discriminados.

55 Con tal actuación, la Iglesia quiere dar aplicación a las exigencias de la dignidad innata de la persona humana, que ella siempre ha defendido y sigue defendiendo como fundamento de los derechos inviolables del hombre.

Y como éste no puede desarrollarse y realizarse como tal sin las debidas condiciones, por ello la Iglesia se esfuerza por favorecer ese conjunto de circunstancias ambientales que hallan su centro en el respeto de la persona y de sus valores espirituales que aseguran el bienestar de la misma y la convivencia libre, premisas imprescindibles para la paz.

En efecto, no se puede obtener la paz entre las comunidades y pueblos, si antes no se garantiza el bien de las personas. Pero conviene tener en cuenta que todo hombre ha de ser no mero defensor de la paz, sino más bien constructor activo de la paz, que incluya la firme voluntad de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el solícito ejercicio de la fraternidad (Cfr. Gaudium et Spes
GS 78).

Es evidente, por otra parte, que para alcanzar este objetivo los hombres, aunque pertenezcan a diferentes sociedades y culturas, deben poder comunicar entre sí, con gran sentido de solidaridad, las riquezas del espíritu y los logros del progreso humano y técnico.

El noble pueblo cubano está particularmente presente en mi ánimo. La historia es testigo de la aportación que la Iglesia ha prestado al crecimiento integral de la Nación. Por otra parte, manifestando a Cristo, la Iglesia descubre a los hombres la verdad profunda de su condición, de su vocación y aspiraciones más íntimas; y por eso “el Evangelio ha sido en la historia humana, incluso la temporal, fermento de libertad y de progreso, y continúa ofreciéndose sin cesar como fermento de fraternidad, de unidad y de paz” (Ad Gentes AGD 8).

Porque efectivamente, una reflexión serena sobre la realidad externa desde la propia fe, educa la conciencia social del ciudadano, fomentando su colaboración activa al bien común, fortificando la unidad de la familia, la estima de los valores que ella encierra y la justa dimensión de las exigencias sociales, que requieren el empeño personal consciente y libre en favor de la construcción cada vez más positiva de la comunidad. Estas son las metas hacia una sociedad ordenada, libre y pacífica.

Señor Embajador: al formular fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alta misión y al asegurarle mi benevolencia para el desenvolvimiento de la misma, imploro la constante asistencia del Altísimo sobre Vuestra Excelencia, los Responsables y todos los hijos de su querido País, para que sea una realidad fructífera el común esfuerzo por crear una sociedad en la que siempre brille el respeto a los valores espirituales y humanos de cada uno, el empeño por el bienestar de todos, la libertad, la justicia y la paz.






A LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE VALENCIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 26 de junio de 1982



Amadísimos Hermanos de la provincia eclesiástica de Valencia,

1. Con verdadera estima fraterna e íntima alegría os recibo esta mañana, con ocasión de vuestra visita conjunta “ad limina Apostolorum”, después del coloquio individual tenido con cada uno de vosotros.

Doy ante todo gracias al Señor porque el afecto colegial y la solicitud por la Iglesia nos halla en esa sintonía de sentimientos, cuya preservación, y si es posible consolidación, es uno de los objetivos prioritarios de estas visitas periódicas al Sucesor de Pedro por parte del Episcopado de las diversas circunscripciones eclesiales.

56 Al recibiros hoy, viene a mi mente cada uno de los grupos de hermanos vuestros, los demás Obispos de España, que han realizado antes sus visitas ad limina, de las que la vuestra es la conclusiva. Me alegro, por ello, de poder renovar con vosotros los sentimientos de vivo afecto que he manifestado en las sucesivas ocasiones al Episcopado y a los fieles de España. Esos sentimientos se dirigen hoy de modo particular hacia cada miembro de vuestras respectivas diócesis.

2. Sin embargo, este encuentro con vosotros no lo veo como el punto final de unos contactos con los Obispos de la Iglesia en España de los que guardo muy gratos recuerdos. Es más bien el preludio del ansiado encuentro que, Dios mediante, espero tener con el querido pueblo español durante mi ya próxima visita a vuestra Patria.

Sé bien que ésta no podrá extenderse, lamentablemente, a muchos lugares que tantas personas desearían vivamente que visitara. Pero desde ahora quiero asegurar a todos que, aunque obvios motivos de orden práctico impongan evidentes limitaciones de tiempo y espacio, por encima de cualquier localización o contingencia geográfica, mi estima y afecto van por igual a toda la Nación española, destinataria de mi viaje apostólico en toda su dimensión religiosa.

3. Vuestra provincia eclesiástica comprende una vasta e importante zona que tiene valores y características propias, dentro de una cierta heterogeneidad, sobre todo en el campo económico-social.

La consolidada tradición cristiana de vuestro pueblo se refleja en la larga lista de grandes figuras eclesiales a las que él se siente particularmente vinculado: San Vicente mártir, San Vicente Ferrer, San Luis Bertrán - del que se acaba de celebrar el cuarto centenario de su muerte - San Pascual Bailón, los Santos Arzobispos Tomás de Villanueva y Juan de Ribera, las Santas María Micaela y Teresa de Jesús Jornet, el Beato Raimundo Lull y Santa Catalina Tomás, por no citar otros.

En ellos y en su eminente ejemplo de vida podrán descubrir vuestros diocesanos una gran lección, válida siempre: la primacía de los valores morales y la grandeza de una existencia entregada como vocación al servicio del hombre hermano por motivaciones superiores. Allí hallarán también inspiración para vivir hoy con valentía su propia fe y ser agentes de trasformación positiva en una sociedad que quiere mejorar, pero a veces no sabe cómo, porque olvida las raíces profundas en las que ha de madurar un armónico y fecundo desarrollo.

Lo he escrito en mi reciente Exhortación Apostólica sobre la familia: “Volver a comprender el sentido último de la vida y de los valores fundamentales es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad” (Familiaris Consortio
FC 8).

4. Uno de los fenómenos que más fuertemente afecta a la sociedad en vuestras diócesis, y que merece por ello una particular atención pastoral, es el relacionado con el turismo y la movilidad humana.

En efecto, a vuestras tierras de las Islas Baleares y del litoral levantino, atraído pos sus bellezas naturales, sentido de hospitalidad y dulzura de clima, afluye uno de los contingentes mayores de turismo, tanto de las zonas interiores de la Nación como, sobre todo, del extranjero. Y de la diócesis de Albacete, menos afectada por el fenómeno, proceden con frecuencia no pocos trabajadores que prestan sus servicios en instalaciones turísticas de las zonas receptoras. Con todos los problemas humanos y morales que de ahí pueden surgir, sobre todo en caso de trabajo de temporada, realizado en condiciones de urgencia, quizá sin retribución o alojamiento adecuados, una situación que contrasta más aún con la vida del turista.

Precisamente por la incidencia de este “hecho social” de nuestro siglo (Cfr. PAULI VI Allocutio in festivitate B. Virginis Assumptae habita, die 15 aug. 1963: Insegnamenti di Paolo VI, I, (1963) 475) en la vida humana y religiosa del cristiano, la Iglesia se ha preocupado siempre del mismo. Y a medida que tomaba mayor incremento, le ha prestado más atención. Por ello el Concilio Vaticano II ha invitado a los Obispos a ocuparse atentamente de esta problemática y fomentar la vida espiritual en el sector de la movilidad humana (Cfr. Christus Dominus CD 18 Gaudium et Spes GS 61 Gaudium et Spes GS 67). Luego ha establecido la Comisión para la Pastoral de las Migraciones y del Turismo, ha acogido la iniciativa de la celebración anual de la Jornada Mundial del Turismo y recientemente ha emanado un nuevo Decreto, para facilitar la labor pastoral de quienes se ocupan de los diversos sectores de la movilidad humana (Cfr. Decretum, die 19 mar. 1982).

5. Es evidente que el turismo encierra muchos aspectos positivos, a los que los documentos de la Santa Sede sobre ese tema han hecho frecuente referencia (Cfr. Peregrinans in terra ecclesia, 5. 8). En efecto, permite mayores relaciones entre gentes y pueblos distintos, ofrece espacios de ocio aprovechables para encontrarse consigo mismo, con los demás y con Dios, favorece el mutuo enriquecimiento humano y cultural, el contacto con la naturaleza, estimula la hospitalidad y tolerancia, a la vez que es fuente de bienestar y de progreso material.

57 Pero el turismo puede ser también despersonalizador, fuente de hedonismo o consumismo desbordados, ocasión de abuso económico para con el turista, de choque de culturas y costumbres entre autóctonos y visitantes, de explotación del personal empleado en los diversos servicios.

Sé que vuestro sentido pastoral os ayudará a encontrar la adecuada respuesta. Por mi parte os aliento a promover en vuestras comunidades el cuidado de sus propios valores religiosos y humanos, a potenciar la actitud cristiana de acogida y hospitalidad, a insistir en la práctica de la justicia, del respeto en el trato con todos y a asegurar en lo posible una presencia de la Iglesia en los diversos ambientes turísticos.

Por lo que se refiere a los visitantes, ofrecedles servicios religiosos adecuados, también en sus lenguas propias, poned a su alcance los tesoros histórico-artísticos de la Iglesia, que pueden ser una base de evangelización, favoreced contactos útiles con grupos o personas que puedan enriquecer a vuestras comunidades y ayudar a llenar provechosamente el tiempo de quien transcurre un período de reposo.

6. Otro sector de la pastoral que está con frecuencia íntimamente relacionado con lo antes indicado es el de la atención religiosa en los santuarios.

En vuestras diócesis, como en toda España, existen tantos lugares a los que acuden muchedumbres de fieles para manifestar su devoción a la Santísima Trinidad, a los Santos y particularmente a la Virgen María, tan venerada en toda la geografía hispana.

Es importante que a los fieles - tanto a los que hacen de esas visitas una meta de verdadera peregrinación de fe, como a los que la expresan de modo saltuario o imperfecto, pero quizá muy sentido - se les ofrezca en dichos lugares una apropiada catequesis mediante la predicación asidua y bien cuidada. Sin olvidar la disponibilidad para que pueden recibir los sacramentos, en particular el de la Penitencia, que puede convertirse a veces, en tales circunstancias, en un punto de partida hacia una vida más responsablemente cristiana.

Vuestra propia experiencia de Pastores y la de vuestros sacerdotes os enseña cuán preciosa ayuda puede ofreceros, sobre todo la devoción mariana, para conducir a los fieles, de mano de María, hacia la integridad del misterio salvador de Cristo (Cfr. PAULI VI Marialis Cultus, 25-27) y hacia la plenitud de la vida cristiana.

7. Siendo toda la comunidad la que hay que evangelizar, es necesario tomar muy en cuenta el problema de una mayor incorporación de los seglares a las actividades de apostolado. Es un tema de gran actualidad en las vuestras y en las otras diócesis españolas, como lo demuestra el interés dedicado al mismo, el pasado y el presente año, por los Vicarios de Pastoral de todas las diócesis de España, bajo la guía de la Comisión Episcopal de Pastoral.

No se trata simplemente de suplir de algún modo a los sacerdotes o religiosos con responsabilidades pastorales que van escaseando. A este propósito me alegran y aliento los esfuerzos hechos en campo vocacional de adolescentes y jóvenes en vuestras diócesis, y que deben ser proseguidos e intensificados en lo posible. Se trata más bien de estimular la conciencia de los seglares respecto del puesto y responsabilidad que les competen en la Iglesia, en virtud de su vocación cristiana por el bautismo.

Esta convicción debe guiarlos en el ejercicio del servicio o ministerio propios, con vivo sentido de solidaridad dentro del Cuerpo eclesial, con profunda fidelidad a Cristo, a las orientaciones de la Jerarquía y al propio carisma.

8. Al concluir estas reflexiones, quiero alentaros en el amor a la Iglesia, a la que dedicáis vuestras vidas y sacrificio. Con gran confianza en la ayuda del Espíritu Santo, proseguid pues el camino con renovado optimismo.

58 María Santísima, a quien vuestras comunidades invocan bajo las advocaciones, entre otras, de Madre de los Desamparados, del Lluch, de la Cueva Santa, de Lledó, de los Llanos, del Remedio, de Monte Toro y de las Nieves acompañe vuestro caminar, el de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles, y os conceda la plenitud de gracia y esperanza. Selle estos deseos la cordial Bendición Apostólica que os imparto, junto con vuestros diocesanos todos.





                                                                                              Agosto de 1982


A LOS JÓVENES PARTICIPANTES


EN EL "MEETING PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS"


Domingo 29 de agosto de 1982

: Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Estoy muy contento de encontrarme aquí entre vosotros para clausurar este tercer «Meeting para la amistad entre los pueblos». El solo hecho de pronunciar estas palabras alegra el corazón: ¡«Encuentro de amistad»! ¡«Amistad entre los pueblos"»! Palabras que cobran un significado especial en estos momentos, con frecuencia dramáticos, de la historia del mundo. Os saludo, por tanto, con la alegría de los Salmos, con la alegría misma de Dios: «Ved cuán bueno y deleitoso es convivir juntos los hermanos» (Ps 132 (133), 1).

Estamos en un momento privilegiado que es necesario comprender en profundidad. Hay muchos motivos para ello.

2. Ante todo, estamos viviendo un encuentro. Cada uno de vosotros, durante estos días, ha podido tener esta experiencia. Cada uno de vosotros se ha encontrado no sólo con los centenares y miles de personas que han llenado los salones de conferencias, sino también con las diferentes personalidades que aquí han aportado su reflexión y su creatividad.

Pero este encuentro ha sido hecho posible y casi necesario por otro encuentro. En efecto, el "Meeting" ha nacido de la amistad de un grupo de cristianos de esta ciudad. Según he sabido, ha nacido de la pasión de comunicación, de creatividad y de diálogo que siempre lleva consigo la fe cristiana, cuando se vive de manera íntegra.

Sí. La fe. Vivida como reflejo y continuidad con aquellos primeros encuentros de los que nos habla el Evangelio: la fe, vivida como certeza y solicitud de la presencia de Cristo en cada situación y ocasión de la vida, nos hace capaces de crear nuevas formas de vida para el hombre, deseosos de comunicar y conocer, de encontrar y de valorizar.

El encuentro con Cristo, renovado permanentemente en la memoria sacramental de su Muerte y Resurrección, capacita y empuja hacia el encuentro con los hermanos y con todos los hombres. Podríamos tomar como conclusión y enseñanza de vuestro encuentro las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: «Probadlo todo, quedaos con lo bueno» (1Th 5,21).

Me agrada que la iniciativa sea expresión de la vitalidad del laicado católico en Italia: este laicado «responsable y activo, es una riqueza inestimable para toda la Iglesia local», como dije a los obispos de Liguria, el 8 de enero pasado (AAS 74, 1982, 396; L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 7 de febrero, 1982, pág. 8). Un laicado responsable, es decir, sabedor de la comunión que lo une a Cristo y a la Iglesia: y activo, es decir, deseoso de expresar, en la libertad de iniciativas, la hermosura y la humanidad de lo que ha encontrado. Esta es la bella realidad de este encuentro.

59 3. Este año habéis centrado vuestra atención sobre un tema que encierra un estímulo particular: «Los recursos del hombre». ¿Queréis que reflexionemos juntos?

En general, recursos del hombre es todo lo que le ayuda en su esfuerzo por mantenerse vivo y por dominar la tierra. Las cosas, sin embargo, se convierten en verdaderos recursos del hombre sólo cuando el hombre las encuentra mediante el trabajo. Mediante el trabajo domina el hombre la naturaleza, poniendo todas las cosas a su servicio. Mediante el trabajo el hombre cuida la tierra, usa sus riquezas en beneficio de su propia vida y al mismo tiempo, mejora y defiende la tierra. Por esto, me agrada constatar que vuestro tema se refiere, ante todo, a la grande y actual preocupación de la Iglesia por el trabajo humano, que he expresado también en mi reciente Encíclica Laborem exercens.El hombre, en efecto, se comunica con la realidad externa sólo mediante su interioridad. Son los recursos interiores de su mente y de su corazón los que le permiten elevarse más allá de las cosas y dominar sobre ellas. El hombre vale no por lo que «tiene», sino por lo que «es». Por ello es necesario meditar con particular profundidad sobre el decisivo recurso del hombre que es el trabajo, para comprender la dimensión desinteresada, pura, no utilitaria que hay en el fondo del trabajo humano, confiriéndole su significado.

4. Esto se une —avanzando un paso más— con otra fundamental riqueza del hombre: la familia.

El hombre trabaja para mantenerse y para mantener la propia familia.Si trabajar es cuidar del ser, colaborando con la obra creadora de Dios, este principio general se hace evidente y existencialmente concreto para la mayor parte de los hombres en el hecho de que, trabajando, el hombre cuida de la persona de sus seres queridos. Aunque es cierto que el hombre siente, como todos los animales, el instinto de su autoconservación, no es justo iniciar el trabajo con una intencionalidad sólo utilitarista y egoísta. El instinto de autoconservación se da en el hombre de manera específicamente humana, personalista, como voluntad de existir como persona, cuya voluntad de salvar el valor de la persona en sí mismo y en los demás, comenzando por los propios seres queridos. Este hecho define los límites de toda interpretación utilitarista y economicista del trabajo humano

El trabajo, mediante el cual el hombre domina la naturaleza, es obra de toda la comunidad humana a través de todas las generaciones. Cada generación recibe la tarea de cuidar de la tierra para entregarla a las generaciones siguientes, todavía apta y cada vez más, para ser casa del hombre. Permitidme recordar, en este contexto, aunque sea sólo incidentalmente, que, cuando se rompe este vínculo de solidaridad, que debe unir a los hombres entre sí y con las generaciones futuras, se resiente el cuidado de la tierra. Así la catástrofe ecológica que amenaza hoy a la humanidad, tiene una profunda raíz ética en el olvido de la verdadera naturaleza del trabajo humano y, sobre todo, de la dimensión subjetiva, de su valor para la comunidad familiar y social. Es misión de la Iglesia llamar la atención de los hombres sobre esta verdad.

5. Pero es preciso avanzar aún más profundamente. Los recursos de los que hemos hablado, aún siendo sacrosantos y primarios, se quedan sin embargo en la superficie del hombre. Hay que prestar atención principalmente a los recursos que el hombre tiene en sí mismo: en su naturaleza humana, en su dignidad de imagen y semejanza de Dios (cf. Gén
Gn 1,27), de la que el hombre es portador en la esencia de su personalidad. Vienen siempre a la memoria las conocidas palabras del gran San Agustín, cuya fiesta celebrábamos ayer: Fecisti nos ad te: «nos has hecho, Señor, para ti: y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confessiones 1, 1).

Sí, hermanos y hermanas, hemos sido hechos para el Señor, que ha impreso en nosotros la huella inmortal de su poder y de su amor. Los grandes recursos del hombre nacen aquí, están aquí, y sólo en Dios encuentran su salvaguarda. El hombre es grande por su inteligencia mediante la cual se conoce a sí mismo, conoce a los demás, conoce el mundo y conoce a Dios; el hombre es grande por su voluntad por la que se da en el amor hasta alcanzar cotas de heroísmo. Sobre estos recursos se fundamenta el anhelo insuprimible del hombre; el anhelo que tiende a la verdad —he ahí la vida de la inteligencia— y el anhelo que tiende la libertad —he ahí el hálito de la voluntad—. El hombre alcanza aquí su grande e incomparable estatura, la que nadie puede pisotear, de la que nadie puede burlarse, la que nadie puede arrebatarle: la estatura del «ser», a la que ya me he referido.

Este valor, propio del hombre, por el que el hombre es verdaderamente hombre, se apoya sobre el fundamento de la cultura: es sobre todo en la cultura donde se manifiestan los recursos esenciales del hombre: como dije en la sede de la Unesco, en París: «el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura... La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, "es" más, accede más al "ser"... La cultura se sitúa siempre en relación esencial y necesaria a lo que el hombre es, mientras que la relación a lo que el hombre tiene, a su "tener" no sólo es secundaria, sino totalmente relativa... En el campo de la cultura, el hombre es siempre el dato primero: el hombre es el dato primordial y fundamental de la cultura. Y esto lo es el hombre siempre en su totalidad: en el conjunto integral de su objetividad espiritual y material.Sí, en función del carácter y del contenido de los productos en los que se manifiesta la cultura, es pertinente la distinción entre cultura espiritual y cultura material, es necesario constatar al mismo tiempo que, por una parte , las obras de la cultura material hacen aparecer siempre una "espiritualización" de la materia, una sumisión del elemento material a las fuerzas espirituales del hombre, es decir, a su inteligencia y a su voluntad, y que por otra parte, las obras de la cultura espiritual manifiestan, de forma específica, una "materialización del espíritu", una encarnación de lo espiritual» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, págs, 11 - 12 ).

La cultura se convierte así en fundamento de la capacidad del hombre para descubrir y valorizar todos sus recursos, los concedidos a su ser espiritual y los concedidos a su ser material. ¡Siempre que los sepa descubrir! ¡A condición de que no los destruya! ¡Hermanos y hermanas, pensad en la gran responsabilidad que tenéis en vuestras manos! ¡No desperdiciéis, no la abandonéis! Necesitáis todas vuestras fuerzas para obrar así. Pero sobre todo tenéis necesidad de Quien es la fuerza de Dios y del hombre: «Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Co 1,24).

6. Llegamos así al punto central de la cuestión, punto que no se puede eludir. El «recurso» mayor del hombre es Cristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. En El se descubren los rasgos del hombre nuevo, realizado en toda su plenitud: del hombre por sí. En Cristo crucificado y resucitado, se revela al hombre la posibilidad y el modo de asumir la totalidad de su naturaleza en profunda unidad. Aquí se encuentra, diría yo, el principio unificador de vuestro Meeting, dedicado a los recursos del hombre; hay una especie de hilo conductor en todos los diferentes momentos de vuestro programa de trabajo: Cristo resucitado fuente inagotable de vida para el hombre. Cristo, recurso del hombre: así habéis querido anunciar la celebración del Sacrificio Eucarístico.

El no desdeñó asumir la naturaleza del hombre, y no de un modo abstracto, ya que «se despojó de su rango, tomando condición de esclavo... se rebajó, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Ph 2,7 Ph 2,8). La humanidad de Cristo, mediante el misterio de su cruz y resurrección, se ha convertido en el lugar en el que el hombre, vencido pero aniquilado por el pecado, ha encontrado de nuevo su propia humanidad.

60 Por esta existencia, única e irrepetible, de su fundador, la Iglesia ha podido ser definida por boca de Pablo VI como «experta en humanidad». Con este título, fundamentado en la autoridad del Maestro y consolidado por dos mil años de vida, la Iglesia se presenta hoy en la escena de la historia, deseosa de volver a proponer al hombre el núcleo central del propio mensaje: Cristo, primicia y raíz del hombre nuevo.

Por lo demás, precisamente aquí, en Rímini, habéis tenido el testimonio vivo de personas que se entregaron plenamente a Cristo, en el ejercicio de su profesión, y cuyo ejemplo continúa irradiando cada vez más: el ingeniero Alberto Marvelli, cuya causa de beatificación está incoada, y el dr. Igino Righetti, colaborador del que sería Pablo VI, de venerada memoria, y con él fundador y primer presidente de los Graduados católicos. Dos laicos, dos apóstoles, dos hombres que supieron cómo se participa de la «riqueza de Cristo». Ellos alcanzaron para sí mismos —en el trabajo interior, en la oración, en la vida sacramental— y dejaron para los demás un modelo y una llamada.

7. Hablar de Cristo como recurso del hombre es testimoniar que también hoy los términos esenciales de la civilización están referidos de hecho, conciente o inconcientemente, al acontecimiento de Cristo, que se ha convertido en anuncio confesado cada día por la Iglesia.

El hombre de hoy está fuertemente comprometido en la tarea de formular de nuevo su relación con el mundo que lo circunda; con la ciencia y con la técnica. Quiere descubrir recursos siempre nuevos para su vida y para la convivencia entre los pueblos; tiende a realizar un proceso, que todos desean pacífico, y a exaltar el arte como expresión de la propia y libre creatividad. Sin embargo, la paz se ve hoy gravemente amenazada, la ciencia y la técnica corren el peligro de engendrar un desequilibrio, cargando de consecuencias negativas en la relación, entre hombre y hombre, entre hombre y la naturaleza, entre naciones y naciones. Desde esta contradicción, que parece insuperable ya que está estructuralmente conectada con el misterio del mal, es necesario dirigir la mirada «al autor de nuestra salvación» para engendrar una civilización que nazca de la verdad y del amor. ¡La civilización del amor! Para no agonizar, para no apagarse en el egoísmo desenfrenado, en la ciega insensibilidad al dolor de los demás Hermanos y hermanas, ¡construid, sin cansaros nunca, esta civilización!

Esta es la consigna que os dejo hoy. ¡Trabajad por esto, orad por esto, sufrid por esto!

Y con este deseo, os bendigo a todos en nombre del Señor.
* * *


El Santo Padre respondió luego a algunas preguntas de los jóvenes.

Santidad, desde el inicio de su pontificado ha definido a los jóvenes como esperanza de loa Iglesia ¿Qué quiere decir esto para nuestra vida?

La vida de los jóvenes quiere decir descubrir los recursos del hombre: esto es propio de la juventud y se hace especialmente en los años juveniles de la vida. La esperanza del futuro está ligada a este descubrimiento. Si los jóvenes de nuestra época han descubierto bien los recursos del hombre —porque se los puede descubrir también el mal — , si los han descubierto en la verdad, si los han descubierto en el amor, entonces podemos estar llenos de confianza, llenos de esperanza en el porvenir.

Viviendo cordialmente nuestro problemas, en la familia, en el trabajo, en la escuela, constatamos problemas dramáticos. Pero también los problemas económicos, sociales de los hombres de nuestro tiempo implican una profunda inseguridad existencial. ¿Qué significa esto para los cristianos?

61 Es una constatación ciertamente profunda y justísima: la constatación de la dramaticidad de la existencia humana. Y nosotros debemos y podemos reflexionar sobre este fenómeno, un fenómeno multilateral. Son diversas razones, se podría decir que es diversa la esencia misma del drama humano. Pero reflexionando sobre los diversos modos de esta dramaticidad de la existencia humana se llega a una contestación central: el drama fundamental del hombre es no sentir el sentido de su existencia, no tener el sentido de su existencia, vivir sin sentido. Aquí tocamos de nuevo el tema de los recursos. No descubrir el sentido de la vida humana quiere decir no saber cuales son los recursos del hombre. Todos los recursos, los recursos abiertos al hombre por la naturaleza externa, ofrecidos al hombre por la naturaleza humana, su personalidad, y finalmente los recursos sobrenaturales abiertos al hombre en Cristo. He aquí como podemos ayudar a los otros. Nos encontramos muchas veces sin posibilidad, no encontramos el modo de ayudar a los otros en los distintos dramas de la vida humana. Pero pienso que en este drama que me parece central fundamental, nosotros quizá podemos hacer más, podemos buscar dar a otros el sentido de la vida podemos buscar hacer descubrir a los otros los recursos del hombre, y así dar el sentido de la vida. Pienso que esto constituye también nuestro apostolado: ayudar a los otros en el descubrimiento del sentido de la existencia humana.

Santidad, desde el comienzo de su pontificado ha espoleado incansablemente a pueblos y naciones a la paz. ¿Cuáles son hoy los elementos fundamentales para esta construcción?

Debo hacer primero una observación metodológica. Me han dicho: «Tú tienes que venir a Rímini y nosotros te escucharemos». En cambio la realidad es un poco distinta: Tú tienes que venir a Rímini y nosotros te escucharemos, pero te haremos también un examen .

De la paz yo he hablado muchas veces. Naturalmente las palabras no son la cosa más importante pero también son importantes las palabras. Repetiría lo que quizás era lo esencial de mi discurso a la Organización de las Naciones Unidas donde, siguiendo la tradición de la enseñanza de la Iglesia, especialmente de los últimos Papas, del Papa Juan, del Papa Pablo, ha buscado convencer a la gran asamblea: si queremos obtener la paz debemos respetar plenamente los diversos derechos del hombre. Ellos presentan muchos aspectos: son en el sentido estricto de la palabra los derechos de la persona, pero luego estos derechos se amplían y se convierten en los derechos de los pueblos. Según una justa teoría, observando todos estos derechos se excluye la guerra, se crea la paz. Por lo tanto hay un programa. Por otra parte sabemos que, a pesar del programa existente, hay guerras y amenazas.

Santo Padre, nuestra preocupación fundamental ha sido y es la de dar testimonio del hecho cristiano. ¿Una iniciativa como ésta del Meeting por qué y en qué modo contribuye a este testimonio?

Estoy convencido de que contribuye a dar un testimonio cristiano. Mejor, diría, que contribuye a mostrar una dimensión de la Iglesia, precisamente la dimensión que hemos meditado tanto y hemos dejado para el futuro en la enseñanza del Concilio Vaticano II. Se pensaba en la Iglesia, antes en un modo más bien estático, como algo definitivamente constituido: esto era y permanece verdadero. La Iglesia es una institución divina. El Vaticano II sin embargo nos ha mostrado la Iglesia como un pueblo que camina, el pueblo de Dios. Nos ha mostrado la Iglesia sobre todo como una misión que viene de la Santísima Trinidad y entra a formar parte de todo bautizado, de todo cristiano, como, en un cierto sentido, de todo hombre de buena voluntad. Esta gran misión de la verdad, del bien y de la caridad, se ha convertido en lo constitutivo de nuestra visión de la Iglesia. Pienso que vosotros, vosotros que sois un movimiento y que con este Meeting dais expresión a vuestro movimiento, a la finalidad de este movimiento, buscáis expresar con este Meeting el carácter propio, la misión propia de la Iglesia. La misión propia de la Iglesia es siempre una misión histórica, aunque trascendente, aunque divina. Es histórica, histórica de nuestro tiempo. Vosotros con vuestro Meeting buscáis mostrar el camino de la Iglesia, de los jóvenes en la Iglesia de nuestro tiempo. Vosotros intentáis expresar qué quiere decir el misterio de la salvación, la obra de la salvación. Vosotros intentáis, con distintos métodos y especialmente con este Meeting, encarnar esta obra de la salvación, hacerla presente entre los hombres. Esto es, brevemente, así, para no multiplicar las palabras.





                                                                                  Septiembre de 1982



Discursos 1982 52