Discursos 1982 61


VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE PADUA


AL CUERPO ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD DE PADUA


Domingo 12 de septiembre de 1982



Ilustrísimo rector magnífico,
queridísimos profesores:

1. Me encuentro hoy aquí entre vosotros, en esta célebre universidad, con una viva y profunda alegría. Recibid mi saludo, unido a un sentimiento de gran estima por la cultura, que vosotros representáis, y por este lugar privilegiado, en el cual esa cultura ha tenido singulares manifestaciones, que han dejado una fuerte impronta en el pensamiento humano. Os agradezco de corazón vuestra gentil acogida; de manera particular le agradezco a usted, señor rector, las nobles palabras pronunciadas en nombre de todo el cuerpo académico.

62 Para quien conoce lo que significa el lugar cuyo umbral traspasa, siempre es emocionante entrar en una universidad, y lo es aún más entrar en este ateneo, que cuenta entre sus maestros y alumnos muchos personajes ilustres y que ha registrado, en su historia secular, no pocos episodios ricos de interés y de referencias importantes. Nos parece casi ver, aquí con nosotros, la selecta columna de hombres doctos que, en los siglos pasados, hicieron avanzar, a veces en medio de grandes pruebas, el compromiso de la investigación y de la enseñanza: Nicolás Copérnico, el cardenal Besarión, Nicolás de Cusa, Pico de la Mirándola, Galileo Galilei, Guicciardini, Torcuato Tasso, Telesio, Erasmo de Rotterdam, y tantos otros. Cuántos nombres célebres que, junto con otros muchos, han sido honra de esta universidad desde 1222, año de la fundación registrado por los anales de la historia. Me agrada también recordar en este momento a aquellos que estudiaron aquí y que la Iglesia ha declarado "santos": Alberto Magno, Juan Nepomuceno, Cayetano de Chieti, Antonio María Zacarías, Roberto Belarmino, Francisco de Sales, Gregorio Barbarigo. Santos, beatos, futuros pontífices, cardenales, obispos, teólogos, filósofos, médicos, científicos, literatos de valor se han formado en estas aulas o han enseñado en ellas.

Es para mí también motivo de gran alegría poder subrayar las relaciones de la universidad de Padua con mi patria. Ya desde el siglo XIII numerosos estudiantes polacos se encontraban en Padua, que entonces y en los tiempos sucesivos preparó para Polonia una nutrida formación de médicos, filósofos, botánicos, matemáticos y responsables de la jerarquía eclesiástica. Por esto, en 1964, con ocasión del 600 aniversario de la fundación de la universidad de Cracovia, me sentí en el deber de visitar vuestro ateneo. ¡También aquí, de algún modo, palpita el corazón polaco, por lo que me siento conmovido y os expreso el agradecimiento en nombre de mi patria!

Quisiera, además, expresar la gran consideración que me merece la importancia social, civil y política de esta universidad no sólo en el contexto de la ciudad, sino también de Italia y de otras naciones. Es un sentimiento que se torna ansia y preocupación, dado el influjo determinante y continuo que este centro de estudios tiene sobre la vida social, sobre la formación de las conciencias y de los ideales, sobre las realizaciones del presente y sobre las perspectivas del futuro.

2. Después de esta introducción, quisiera conversar brevemente con vosotros sobre dos finalidades fundamentales de la universidad: la científica y la pedagógica, refiriéndome también al lema tan significativo que, desde siglos, es vuestro ideal y programa: Universa universis patavina libertas, el cual pienso que quiere indicar el espíritu con que nació este ateneo y la amplitud de miras con que lo acogieron los ciudadanos de entonces, poniendo a disposición de todos su libertad.

Desde sus orígenes la universidad se concibió como universal, en el sentido de ser una institución abierta a todos, destinada al cultivo de toda forma de saber y al estudio de la verdad en todas sus expresiones: científica, filosófica y teológica. Corresponde, por tanto, a la universidad, la búsqueda de la verdad en todos los sectores y su transmisión mediante la enseñanza.

Las verdades propias de las diferentes ramas de la realidad se estudian de manera ordenada, sistemática y profunda en las distintas articulaciones que forman la universidad: facultades, institutos, departamentos; pero la universidad en cuanto tal tiene como tarea el estudio de toda la verdad, y sólo de su conocimiento extrae los criterios válidos para organizar y dar significado a los estudios en cada uno de los sectores.

Ahora bien, como sabéis, el estudio de la verdad en cuanto tal, corresponde a aquella noble disciplina que se llama metafísica, la cual coloca en su lugar los diferentes aspectos de la verdad y los integra de modo jerárquico, reconstruyendo, en el plano del conocimiento, aquella unidad profunda de las cosas, que tiene lugar de antemano en el plano del ser. Es importante que en un centro de estudios como éste se cultive esta visión superior en la que se integran y unifican las esferas especializadas del saber. De hecho, lo que constituye esencial y específicamente la universidad es precisamente esta unidad superior del saber, que se obtiene, sobre todo, mediante la metafísica, y en particular mediante la metafísica cristiana, que da sentido humano y cristiano a todas las ramas del saber y así las asume en el interior de una visión global de la realidad.

De aquí se deduce, para toda universidad que quiera renovarse y redescubrir su verdadera misión, la urgencia de iluminar su finalidad principal: la del estudio de la verdad bajo todos sus aspectos.

Viniendo hoy aquí en mi calidad de humilde Vicario de Aquel que es la Verdad, me dirijo a vosotros, no sólo en cuanto creyentes, sino también como estudiosos, y os pido que améis, busquéis, cultivéis, profundicéis y enseñéis la verdad, para que crezcáis interiormente y hagáis crecer a vuestros discípulos.

3. La otra finalidad de la universidad sobre la que quiero dirigir vuestra atención es la pedagógica, que tiene como objetivo no sólo la instrucción, sino también la formación de las generaciones jóvenes.

La educación es un fenómeno típicamente humano, ya que sólo el hombre puede y debe educarse. Mediante la obra educativa el hombre se individualiza en los diversos sectores de la existencia y, por consiguiente, se individualiza, se hace cada vez más completamente un "Yo", una persona también a nivel psicológico, después de serlo desde el seno materno a nivel ontológico.

63 Es evidente que la concepción que se tiene de la educación depende de la concepción que se tiene del hombre y de su destino. Sólo cuando se ha comprendido bien quién es el hombre en sí mismo y cuál es la meta última de la vida humana, se sitúa correcta y lógicamente el problema de cómo guiarlo a la conquista de su meta personal.

Teniendo presente las componentes de la naturaleza humana, los autores cristianos, y a menudo también los no cristianos, insisten en la necesidad de que en el joven en formación y también en el adulto se cultive sobre todo la dimensión espiritual, que es la dimensión del "ser" en lugar de la del "tener". A este respecto quisiera recordar de nuevo lo que dije acerca de la cultura a los representantes de la UNESCO, cuando visité su sede, y reafirmé que en la educación ha de prestarse la mejor atención a la dimensión del espíritu (cf. num.
Nb 7, AAS 72, 1980, página 738).

El objetivo de la educación ha de ser siempre hacer al hombre más maduro, es decir, hacer de él una persona que lleve a completa y perfecta realización todas sus posibilidades y aptitudes. Esto se obtiene mediante una paciente profundización y una progresiva asimilación de los valores absolutos, perennes y transcendentes.

Históricamente toda sociedad se ha dado un proyecto humano, un ideal de humanidad, desde el que forjar a los propios ciudadanos; al héroe, al sabio, al caballero, al orador, al filósofo, al científico, al tecnócrata, etc. Para una sociedad que quiera asumir sus valores del cristianismo, o inspirarse en él, el ideal pedagógico debe ser Jesucristo, que es la realización más perfecta de la imagen de Dios plasmada en el hombre.

Contrasta con una visión semejante una sociedad hedonista y consumista que, al intentar borrar en el ser del hombre la dimensión espiritual, se priva por lo mismo de todo auténtico proyecto de humanidad que proponer a sus miembros. Me parece que ésta es la principal razón de la grave desbandada de la juventud de hoy, la cual se encuentra privada de ideales que conseguir y de proyectos de verdadera humanidad que realizar precisamente en la fase más importante de su formación, como es la que se realiza en la universidad.

Se explican así también algunas formas sintomáticas de violencia, con las que ciertos grupos expresan la propia insatisfacción o se hacen la ilusión de poder realizar, mediante actos de terrorismo, proyectos falaces de sociedades nuevas.

4. Uno de los valores más importantes a tener en cuenta en la formación de la persona es el de la libertad.Pero desgraciadamente la libertad es uno de los valores peor entendidos y más gravemente maltratados por la sociedad en que vivimos, a pesar de que la cultura moderna ha hecho de ella su bandera.

Esto se debe a una concepción equivocada, que hace del hombre un ser supremo e independiente, siendo como es un ser creado, que depende de Dios; un ser finito y social, que para su propio nacimiento, para su desarrollo y para su supervivencia necesita constantemente de la ayuda de sus semejantes. En el triángulo compuesto por el propio yo, por los otros y por Dios, encuentra la libertad su significado y los objetivos por los que empeñarse a fondo y ejercitarse siempre.

Para restituir al hombre una libertad que sea verdaderamente tal, es necesario recuperar ante todo la visión religiosa y metafísica del hombre y de las cosas, ya que es ella la única que determina la justa medida del ser humano y de su relación con sus semejantes y con el ambiente que lo circunda. Aceptado este orden de ideas, será necesario comprometerse sin descanso para librar la libertad de aquellas aberraciones ideológicas que terminan por negarla, y de todas aquellas manipulaciones y opresiones políticas, sociales, económicas y tecnológicas que amenazan con sofocarla o aniquilarla. Al mismo tiempo, se deberá trabajar incesantemente en orden a educar al hombre para el recto uso de la libertad, proponiéndole ideales de vida verdaderos y nobles y ayudándole a que trabaje para conseguirlos.

Me parece que estas reflexiones se puedan aplicar también al antiguo y singular lema antes citado, al que se remiten muchos "eventos", que constituyen el orgullo y el carácter específico de este ateneo y que yo he considerado con gran interés.

5. Para terminar estas consideraciones me dirijo a vosotros, enseñantes, que con frecuencia sentís de manera dramática vuestra responsabilidad de educadores y, a veces, gustáis también amargas desilusiones; os repito las palabras del Concilio Vaticano II: ¡Tenéis una vocación maravillosa y de gran importancia! (cf. Gravissimum educationis GE 5). Sea cual sea la materia de vuestros intereses y de vuestra enseñanza, trabajad con seriedad y entusiasmo en la formación de hombres amantes de la autentica cultura y de la genuina libertad, capaces de emitir juicios personales a la luz de la verdad y comprometidos en la realización de todo lo que es verdadero, bueno y justo.

64 Por vuestro medio y por medio de los representantes de los alumnos presentes en esta aula, deseo cordialmente a todos los estudiantes de esta universidad que encuentren en ella la ayuda y el ejemplo necesarios para una formación cultural y humana completa, y en particular que puedan respirar el clima de verdadera libertad, capaz de favorecer en ellos el crecimiento continuo y el sentido del deber y del respeto hacia los otros.

En el escudo y en el sello de vuestro ateneo están impresas las imágenes de Cristo Redentor y de Santa Catalina de Alejandría, respectivos patronos de los dos Estudios que en su origen componían la universidad: el de los "artistas" y el de los "juristas": Cristo, camino, verdad y vida: una mujer que, según la tradición, cultivó la filosofía y la teología y que dio su vida por la fe.

A estos patronos os encomiendo a vosotros, a los estudiantes y a todo el personal de esta universidad, junto con sus problemas y sus expectativas, y con el deseo de una actividad cultural y social cada vez más vigorosa y eficaz, invoco sobre todos la bendición del Altísimo para que os ilumine, os guíe y os fortalezca.









ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II


CON EL PRESIDENTE DE LA GUINEA ECUATORIAL


Sábado 25 de septiembre de 1982



Señor Presidente, querido Hermano en el Episcopado, amadísimos hermanos y hermanas,

Con gran placer recibo vuestra visita, que me renueva el recuerdo de mi viaje a vuestro hermoso País, el día 18 de febrero del año en curso.

Ante todo agradezco su presencia al Señor Presidente, a quien se debe la iniciativa de que se formara esta delegación, la cual viene en nombre de todos los ecuatoguineanos, los de las Islas y del continente, para agradecer mi visita apostólica a Guinea Ecuatorial.

Deseo manifestaros que aprecio profundamente este filial gesto, digno de vuestra sensibilidad humana y de vuestro sincero afecto a la Iglesia y a quien la guía por voluntad del Señor. Al mismo tiempo quiero deciros que, a pesar de su brevedad, mi permanencia entre vosotros tuvo para mí un particular significado.

En efecto, en el conjunto del continente africano, sois una Nación con gran mayoría católica. Ello os exige una ejemplaridad mayor ante las demás naciones, tanto en lo que se refiere a la vida privada de cada cristiano, familia o grupo, como en la vida pública.

Es necesario, como os dije durante mi estancia en vuestro País, que tras los sufrimientos del pasado, todos los ecuatoguineanos sepan crear un ambiente de fraternidad y concordia crecientes. Y que por encima de cualquier división de origen o de geografía, colaboren en la construcción de una sociedad en la que se respeten siempre los valores religiosos, las normas morales y los derechos de las personas.

Por ello, cada cristiano ha de considerarse comprometido en colaborar eficazmente en la obtención dé un clima de fe más auténtica, de mayor moralidad, de más perfecta justicia. Así podréis ir creando esa sociedad que todos deseamos y que debe ser la meta de vuestro constante empeño. Para ello, amad vuestro País, vuestros valores y gentes y poned al servicio de la causa común, con verdadero sentido cristiano, vuestra capacidad y entrega.

65 Permitidme que antes de concluir estas palabras de saludo, renueve el testimonio de mi profunda estima a Monseñor Rafael Nzé Abuy, vuestro Pastor, que sigue prodigándose por el bien de la comunidad cristiana y por todos sus conciudadanos. Con él envío mi recuerdo a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de Guinea Ecuatorial, que están aquí representados en vosotros.

Pido a Dios ilumine a Usted, Señor Presidente, y bendiga a todo el amado pueblo ecuatoguineano, para que viva días de paz, de cristiano bienestar y de serena convivencia.





                                                                                    Octubre de 1982






A LOS PARTICIPANTES EN EL XV CONGRESO


DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL


DE ASOCIACIONES DE MÉDICOS CATÓLICOS


Domingo 3 de octubre de 1982



1. Me proporciona suma alegría saludaros hoy a los reunidos en esta asamblea importante que es a un tiempo el XV Congreso de la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC) y el XVI Congreso nacional de la Asociación de Médicos Católicos Italianos (AMCI); saludar a tantos y tan ilustres representantes de esa forma sublime de servicio al hombre que es la ciencia médica.

El gozo es aún más grande por la variedad singular y unión profunda a la vez, que caracterizan a vuestra reunión; pues procedéis de todas las partes del mundo y actuáis en condiciones y situaciones políticas y sociales muy variadas, si bien estáis unidos por una misma fe cristiana que sostiene e impulsa vuestro servicio a la vida y al hombre.

A todos un saludo cordial y mi agradecimiento; y una mención especial para cuantos han organizado este Congreso con abnegación y entusiasmo.

Debo gratitud particular a mons. Fiorenzo Angelini, que desde hace tantos años es animador celoso e infatigable de la Asociación de Médicos Católicos Italianos, y que esta vez ha afrontado una cantidad ingente de trabajo para preparar este Congreso, cuidando con inteligencia todos los pormenores y superando dificultades varias y complejas; y por ello justamente ha recibido estima, adhesión y participación.

Ningún lugar más ni mejor que Roma habría podido ofrecer y robustecer la visión universal del servicio a la vida, razón de toda norma del código de deontología médica. Roma, llamada "Ciudad Eterna" porque parece haber vivido siempre, está abierta al horizonte de la universalidad que hace de ella un punto de referencia obligado y entusiasmante de civilización.

2. El tema de vuestro Congreso recoge y sintetiza el problema que tanto me interesa de los derechos fundamentales del hombre. El derecho del hombre a la vida ha sido considerado siempre derecho primario y fundamental, y raíz y fuente de todo otro derecho.

La vida es, pues, uno de los valores más grandes, ya que deriva directamente de Dios, origen de toda vida (cf. Gén Gn 2,7 Ez 37,8-10). En cuanto ser viviente, creado a imagen del Creador (cf. Gén Gn 1,26), el hombre es inmortal por naturaleza (cf, Gn 2,7 Sab Gn 2,23).

66 En las distintas partes del Congreso, relaciones, comunicaciones y puntos de debate, he visto acentuado con acierto el concepto de globalidad de la vida. Me complazco en ello porque pienso que este planteamiento es de importancia fundamental.

Porque si el servicio a la vida define la finalidad de la medicina, los límites de dicho servicio tendrán que fijarse a partir del concepto verdadero e integral de vida. Dicho de otro modo, el servicio a que estáis llamados debe incluir y trascender a la vez la corporeidad, precisamente porque ésta no engloba toda la vida.

La Biblia, al mismo tiempo que recuerda la fragilidad de la condición humana vulnerable como el heno (cf. Is
Is 40,6 s...; Ps 102,12), fugaz como la sombra (cf. Job Jb 4,2 Jb 8,9), insignificante como gota de agua (cf. Sri 19, 10), recalca la grandeza inmensa de la vida, a la que identifica con el bien; y atribuye al pecado no sólo la mancha de la culpa, sino la misma pena de las enfermedades y muerte física. A causa del pecado el hombre ha perdido la inmortalidad para él y sus descendientes (cf. Rom Rm 5,12 1 Cor 1Co 15,21).

Esta visión amplia del concepto de vida queda confirmada por el modo en que se presenta la redención realizada por Cristo, entendida como recuperación de la vida, nueva inserción de la vida, don de la vida en abundancia (cf. Jn Jn 10,10). La "gracia" en Cristo es vida, y recobrar la vida significa volverla a encuadrar en el designio salvífico de Dios, que es por definición "el Dios vivo" (Dt 5,23 Mt 26, 63, etc. ).

Con razón, pues, médicos ilustres reunidos aquí para estudiar los muchos problemas referentes a la salud habéis puesto el acento en la defensa de la vida, pues en este valor supremo se hallan las razones últimas que justifican vuestra tarea en los varios campos de las especializaciones respectivas. A vosotros incumbe el deber de salvaguardar la vida y vigilar para que evolucione y se desarrolle a lo largo de la existencia, respetando el designio señalado por el Creador.

El aumento de conocimientos sobre los fenómenos que dominan la vida ha ensanchado mucho los confines de la ciencia médica, cuyo servicio se mueve en el cuadro de la medicina preventiva, curativa y rehabilitadora, con enormes esfuerzos por preparar, defender, corregir y recuperar las condiciones vitales, y acompañando al ser humano desde los primerísimos estadios de la existencia, hasta el ocaso inevitable.

Además, la medicina se coloca hoy más que nunca en el centro de la vida comunitaria en cuanto factor determinante en las orientaciones educativas, valoración de todo el hombre, organización de formas de vida asociada, recuperación de valores en peligro o perdidos, y en el ofrecer al hombre un motivo siempre nuevo de esperanza.

3. La Iglesia, desde sus orígenes, ha visto siempre en la medicina un importante apoyo de su misión redentora respecto del hombre. Desde las antiquísimas hospederías y primeros complejos sanitarios hasta hoy, el misterio del testimonio cristiano ha corrido parejo con el de la atención a los enfermos. Y, ¿cómo no subrayar el hecho de que la misma presencia de la Iglesia en tierras de misión se distingue por el interés en atender los problemas de la salud? Y esto se verifica no en función suplente de instituciones públicas, sino porque el servicio al espíritu del hombre no puede realizarse plenamente si no es poniéndose al servicio de su unidad psicofísica. La Iglesia sabe bien que el mal físico aprisiona el espíritu al igual que el mal del espíritu esclaviza el cuerpo.

Por otra parte, no deja de tener significado el que Santos canonizados por la Iglesia, como Juan de Dios y Camilo de Lellis, por no citar muchos otros, han aportado innovaciones decisivas en el sector de la atención a los enfermos para hacerla más vigilante y compartida. Por lo demás, el estudio minucioso de las normas de la ascética cristiana llevaría a descubrir aportaciones no secundarias a la educación del hombre en el cuidado integral de la salud física y síquica de cada uno. ¿Acaso no fue un compañero vuestro, Alexis Carrel, quien sostuvo, por ejemplo, que la oración reconcilia al hombre con Dios y consigo mismo, y resulta medicina del espíritu con efectos que se pueden documentar sobre la salud integral de la persona? (A. Carrel, La prière, Paris, 1935).

Considerando esto, los padres del Concilio Vaticano II afirmaban con emocionada ufanía en el llamamiento a los hombres del pensamiento y de la ciencia: "Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros. Somos amigos de vuestra vocación de investigadores, aliados de vuestras fatigas, admiradores de vuestras conquistas y, cuando es necesario, consoladores de vuestros desalientos y fracasos. También, pues, para vosotros tenemos un mensaje, y es éste: Continuad buscando sin cansaros, sin desesperar jamás de la verdad..." (Concilio Vaticano II, Mensaje a los hombres del pensamiento y de la ciencia, 7 de diciembre, 1965).

En la reciente Encíclica Laborem exercens, yo mismo he rendido homenaje a la importancia de vuestra función y he insistido sobre el derecho primario de todo hombre a cuanto necesite para cuidar la salud y, en consecuencia, a una atención sanitaria adecuada (Nb 19). Me agrada aludir de nuevo a este tema para recordar el deber que obliga a la ciencia médica a perfeccionarse, a fin de mejorar las condiciones y ambiente en que se ejerce la actividad fundamental del hombre, que es el trabajo. Si queremos que el trabajo sea cada vez más personalizante, es preciso en primer lugar que se garantice su salubridad.

67 4. Vuestra tarea, ilustres señores, no puede limitarse meramente a la profesionalidad correcta, sino que ha de estar sostenida por esa actitud interior que se llama con acierto "espíritu de servicio". Pues el enfermo, a quien dedicáis vuestros cuidados y estudios, no es un individuo anónimo al que aplicar el fruto de vuestros conocimientos, sino una persona responsable; y se le debe llamar a tomar parte en la mejora de su salud y en la obtención de la curación; se le debe situar en condiciones de poder elegir personalmente y no de tener que aceptar decisiones y opciones de otros.

La llamada a "humanizar" la obra del médico y los lugares en que se ejerce, tiene este significado. Esta humanización quiere decir proclamación de la dignidad de la persona humana y respeto de su corporeidad, espíritu y cultura. A vosotros compete tratar de descubrir con mayor penetración los mecanismos biológicos que regulan la vida, a fin de llegar a intervenir en ellos con el poder sobre las cosas que el Señor ha querido dar al hombre. Pero al hacer esto, también es tarea vuestra manteneros constantemente en la perspectiva de la persona humana y de las exigencias que resultan de su dignidad. Concretamente, ninguno de vosotros puede limitarse a ser médico de un órgano o aparato, sino que ha de hacerse cargo de toda la persona y también de las relaciones interpersonales que contribuyen a su bienestar.

A este propósito, la presencia de hombres de ciencia, clínicos, médicos y agentes sanitarios procedentes de todas las partes del mundo, me induce a recordar un problema grave y urgente, el de ocuparse de salvaguardar, defender y promover la vida humana a través del filtro de las varias culturas. El hombre, en cuanto imagen de Dios, es reflejo de los rostros infinitos que asume el Creador en sus criaturas; rostros marcados por el ambiente, condiciones sociales y tradiciones; en una palabra, por la cultura. Es esencial que el brillo de este reflejo no sea obnubilado en los distintos contextos culturales ni sean mancillados los rasgos de esta imagen. Es deber de todo ciudadano, y en particular de cuantos como vosotros tienen responsabilidades sociales directas, procurar que se descubran y afronten eficazmente las posibles formas de intervención sobre el hombre que contrasten con su dignidad de criatura de Dios.

Para hacerlo, no basta la acción individual. Se requiere una obra de conjunto inteligente, programada, constante y generosa, y esto no sólo dentro de cada país, sino a escala internacional. Pues la coordinación a nivel mundial podría consentir un anuncio mejor y una defensa más eficaz de vuestra fe, cultura y compromiso cristiano en la investigación científica y la profesión.

Que los recursos empleados en tecnologías de muerte pasen a sustentar y desarrollar tecnologías de vida

5. Hay un mensaje que percibo en vuestro Congreso y que debe ser cada vez mas explícito en vuestra actuación individual y asociada. Es el llamamiento a la comunidad social y a sus responsables para que los desmedidos recursos empleados en tecnologías de muerte pasen a sustentar y desarrollar tecnologías de vida.

Por un misterio que hunde las raíces en la complejidad y fragilidad del corazón humano, la opción del bien y del mal con frecuencia se vale de idénticos instrumentos. Tecnologías susceptibles de ser enderezadas al bien, son capaces de causar un mal inmenso según el contexto; y árbitro de su aplicación y uso es el hombre.

Además, existen numerosos proyectos en el campo de la investigación científica que esperan desde hace tiempo mayor ayuda para ser puestos en práctica y, en cambio, están arrinconados por falta de fondos. Laboratorios de los que se aguarda una palabra de esperanza para combatir enfermedades muy difundidas en nuestro tiempo, parecen languidecer, no precisamente por falta de hombres preparados, sino porque se desvían los fondos necesarios hacia pistas de destrucción, guerra y muerte.

Y no se plantea de modo diferente el problema respecto de otros varios fenómenos muy graves de nuestro tiempo. Permitidme que mencione en particular el problema de la desnutrición y subdesarrollo. En la geografía de la existencia aparecen hoy vastas zonas y poblaciones enteras que padecen indigencia y hambre. Mientras pueblos ricos están afectados de enfermedades metabólicas debidas a hiperalimentación, el hambre cosecha víctimas, especialmente entre los más débiles, niños y ancianos.

No es admisible guardar silencio o permanecer pasivos ante este drama, especialmente cuando se ve una posible solución en el empleo más sensato de los recursos disponibles. Únase vuestra vos a la de las personas de buena voluntad para reclamar a los responsables de la cosa pública, voluntad decidida de colocar en lugar preferente la solución rápida y concreta de este problema tremendo y dramático.

6. Vuestro Congreso es de médicos católicos. Este nombre de "católicos" os obliga a testimoniar con la palabra y el ejemplo la fe en una vida que trasciende la existencia terrena y se sitúa en un designio superior y divino.

68 Ello reviste importancia no secundaria en el ejercicio de vuestra profesión. Pues la experiencia enseña que el hombre necesitado de cuidados preventivos o terapéuticos manifiesta exigencias que sobrepasan la patología orgánica en acto. No espera del médico sólo un tratamiento adecuado -tratamiento que, además, tarde o temprano terminará fatalmente por resultar insuficiente-, sino la ayuda humana de un hermano que le haga compartir una visión de la vida en la que cobre sentido también el misterio del sufrimiento y de la muerte. Y, ¿dónde podría encontrarse esta respuesta pacificadora a los interrogantes supremos de la existencia, si no es en la fe?

Desde este punto de vista, vuestra presencia al lado del enfermo se vincula a la de cuantos están implicados en la pastoral de los enfermos, sean sacerdotes, religiosos o seglares. No pocos aspectos de esta pastoral coinciden con los problemas y tareas del servicio a la vida realizado por la medicina. Hay una interacción obligada entre ejercicio de la profesión médica y acción pastoral, puesto que el único objeto de ambas es el hombre considerado en su dignidad de hijo de Dios y hermano necesitado, como nosotros, de ayuda y consuelo. Son diferentes los campos de esta obligada interacción; entre ellos me urge atraeros la atención hacia el campo de la familia, probada muchas veces -hoy sobre todo- por malestares profundos y llamada a enfrentarse con el difícil problema de la paternidad responsable vivida dentro del respeto de las leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y también de las que favorecen el amor conyugal auténtico.

Deseando, pues, que entre cuantos actúan en el campo de la sanidad aumente la disponibilidad sincera a la confrontación, diálogo y colaboración constructiva, a todos propongo por modelo supremo a Cristo, que fue médico del espíritu y con frecuencia del cuerpo de cuantos encontró por los caminos de su peregrinación terrena; sobre todo del Cristo que aceptó beber hasta el fondo el cáliz del sufrimiento. Al asumir la condición humana y experimentar el dolor hasta la muerte y muerte de cruz sin culpa alguna, Cristo se hizo imagen de enfermedad y curación a un tiempo, de derrota y salvación, para que en Él tuvieran esperanza fundada todos los que habían de afrontar el sufrimiento en la tierra a lo largo de los tiempos.

Por tanto, cultivadores del arte médico, esté ante los ojos de vuestro espíritu Cristo en el misterio de su pasión y resurrección. Os ilumine constantemente sobre la dignidad de vuestra profesión y os sugiera en toda circunstancia las actitudes y acciones que indica y exige la coherencia linear de la fe. Los hombres de hoy no piden sólo afirmaciones de principios, sino prestación de signos y testimonios creíbles.

La Virgen, Señora de la sabiduría, invocada en todos los sitios como salud de los enfermos, guíe vuestro camino y os conceda conferir a vuestro servicio a la vida las dotes de bondad, comprensión, disponibilidad y entrega que tuvieron en Ella la plasmación más alta.

Con estos sentimientos imparto de corazón a vosotros y a cuantos aquí representáis, mi bendición apostólica propiciadora de los favores celestiales que deseáis.







MENSAJE TELEVISIVO DEL PAPA JUAN PABLO II

EN EL IV CENTENARIO DEL TRÁNSITO

DE SANTA TERESA DE JESÚS


Viernes 15 de octubre de 1982

: Queridos hijos de España,

Se cumplen cuatrocientos años del tránsito de Santa Teresa de Jesús desde la tierra al cielo, después de una vida bastante larga para aquellos tiempos; aunque ella, con su donaire habitual, la comparó a una noche en mala posada.

He seguido con interés y cariño las celebraciones de este Centenario. Sabéis que tenía programado realizar mi deseada visita a España en la fecha de apertura, quince de octubre del año pasado. Los conocidos acontecimientos me obligaron a retrasar el viaje, que con el favor de Dios tendrá lugar muy pronto. Así podré clausurar solemnemente el Centenario teresiano en Ávila y Alba de Tormes, el próximo día uno de noviembre.

No podía pasar esta importante fecha sin enviaros mi particular felicitación y recuerdo. Porque Teresa de Jesús representa, para la Iglesia y para el acervo cultural de la humanidad, una figura cumbre. Ella unió la santidad con las cimas más altas de la mística. La calidad de sus obras literarias, la finura de su estilo, su singular testimonio espiritual, y hasta su simpatía de mujer de poderosa inteligencia, sensibilidad exquisita y realismo, son un ejemplo luminoso, que llena de consuelo. Y que estimula con un mensaje jugoso y válido para nuestra época.


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