Discursos 1982 69

69 La trayectoria biográfica de Teresa se inserta en uno de los momentos más brillantes de la historia eclesial y civil de España, que constituye su Siglo de Oro. Teresa de Jesús deseó participar activamente en la formidable empresa evangelizadora de la América recién descubierta. Desde su condición de mujer, se determinó a hacer todo lo posible, “hacer aquel poquito que estaba en su mano”. Llevada por un designio providencial, con su labor de reformadora y fundadora de monasterios, puso en primer plano los horizontes del espíritu.

Ante la conmoción cultural del Renacimiento, cuya última raíz estaba en la sustitución de la idea de Dios por la del hombre como medida y luz de la creación; cuando el nuevo ritmo del pensamiento amenazaba desacralizar la existencia y postergar los valores divinos, Teresa de Jesús acomete el camino de la interioridad. Así avanza prodigiosamente por las moradas de su castillo personal, hasta llegar al centro donde Dios reside. Así llega a lo más hondo, lo más verdadero del hombre: la presencia activa y amorosa de Dios en él. Desde esta perspectiva, a la vez humana y sagrada, Teresa justifica y defiende la libertad, estimula a la justicia, invita a la práctica total del amor.

Sus maravillosas enseñanzas conectan perfectamente con los anhelos de nuestro siglo. Yo mismo lo pude comprobar, cuando en circunstancias difíciles de mis años juveniles me acerqué al magisterio de Teresa y Juan de la Cruz. Y no es menor prodigio que tal aventura se haya cumplido en una mujer acosada por las enfermedades, siempre alegre, enemiga de artificialidades, sencilla, genuina.

Querido pueblo de España:

Concluyo este mensaje subrayando una actitud de Santa Teresa: su fidelidad a la Iglesia, en cuyo seno ella vivió y murió. Ya desde ahora pongo mi visita bajo la protección de Santa Teresa de Jesús. Con ella os digo: Tened ánimo, vivid la esperanza, sed fieles a vuestra fe. ¡Hasta pronto, España, tierra de santos tierra de Teresa! Te bendigo con toda mi alma, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.








A LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS


Sábado 23 de octubre de 1982



Señor Presidente,
señoras y señores:

1. Deseo expresarles mi profunda gratitud por su visita y presentarles mis mejores deseos para sus actividades, de las que ha hablado el profesor Chagas. Permítanme, ante todo, felicitar al Presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias por el intenso trabajo que realiza en diferentes áreas de la ciencia y por las iniciativas emprendidas para el bien de toda la humanidad, como la reciente llamada contra la guerra nuclear, suscrita aproximadamente por cuarenta presidentes de academias de todo el mundo y por otros científicos reunidos los días 23 y 24 de septiembre en la "Casina Pío IV", sede de nuestra Academia.

2. El trabajo que han realizado durante estos días, además de tener un alto valor científico, es de gran interés para la religión. Mi predecesor Pablo VI, en su discurso a la Organización de las Naciones Unidas, el 4 de octubre de 1965, habló desde su posición de "experto en humanidad". Esta experiencia está vinculada a la sabiduría propia de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, procede también de la cultura, de la que las ciencias naturales son una expresión cada vez más importante.

En mi discurso a la UNESCO, el 2 de junio de 1980, mencioné, y quisiera recordarlo con ustedes, científicos, que "existe una vinculación orgánica y constitutiva entre cultura y religión". Debo, además, recordar ante esta ilustre asamblea, lo que dije en mi discurso del 3 de octubre de 1981 a la Pontificia Academia de las Ciencias, con ocasión de su Semana de estudios anual: "Tengo una firme confianza en la comunidad científica mundial y de una manera muy particular en la Pontificia Academia de las Ciencias, seguro de que, gracias a ellas, el progreso y las investigaciones biológicas, así como cualquier otro estudio científico y su aplicación tecnológica, se llevarán a cabo con absoluto respeto de las normas morales, defendiendo la dignidad de los hombres, su libertad y su igualdad". Y añadí: "Es necesario que la ciencia esté siempre acompañada y controlada por la sabiduría que pertenece al permanente patrimonio espiritual de la humanidad y que se inspira en el plan de Dios inscrito en la creación antes de ser anunciado, luego por su Palabra".

70 3. Ciencia y sabiduría, que en sus diferentes y muy variadas expresiones constituyen la más preciosa herencia de la humanidad, están al servicio del hombre. La Iglesia está llamada, por vocación esencial, a promover el progreso del hombre. La Iglesia está llamada, por vocación esencial, a promover el progreso del hombre, ya que, según escribí en mi primera Encíclica: "El hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo" (Redemptor hominis RH 14). El hombre es también para vosotros el término último de vuestra investigación científica; el hombre integral, espíritu y cuerpo, aunque el objeto inmediato de las ciencias que vosotros profesáis sea el cuerpo con todos sus órganos y tejidos. El cuerpo humano no es independiente del espíritu, lo mismo que el espíritu no es independiente del cuerpo, ya que existe una unidad profunda y una mutua conexión entre ambos.

La unidad sustancial de espíritu y cuerpo, e indirectamente también con el cosmos, es tan esencial a toda actividad humana, que la acción más espiritual está al mismo tiempo invadida y coloreada por la condición corporal; al mismo tiempo el cuerpo, por su parte, debe ser guiado hacia su fin último por el espíritu. No hay duda de que la actividad espiritual de la persona humana procede del centro personal del individuo, predispuesto por el cuerpo al que el espíritu está sustancialmente unido. De aquí la gran importancia, para la vida del espíritu, de las ciencias que promueven el conocimiento de la realidad y actividad corporales.

4. No tengo, por tanto, razones de aprensión para experimentos de biología, realizados por científicos que, como vosotros, tengan un profundo respeto por la persona humana, ya que estoy seguro que contribuirán al bien integral del hombre. Por otro lado, condeno, de manera explícita y formal, las manipulaciones experimentales del embrión humano, ya que el ser humano, desde la concepción hasta la muerte, no puede ser instrumentalizado con ninguna finalidad. Pues, como enseña el Concilio Vaticano II, "el hombre es la única criatura a quien Dios ama por sí misma" (Gaudium et spes GS 24). Es digna de toda estima la iniciativa de aquellos científicos que han expresado su desaprobación de los experimentos que violan la libertad humana, y alabo a quienes han intentado establecer, con todo respeto a la libertad y dignidad humanas, las reglas y límites de los experimentos con relación al hombre.

La experimentación que vosotros habéis estado discutiendo está dirigida a un mayor conocimiento de los más íntimos mecanismos de la vida, mediante modelos artificiales, como el cultivo de los tejidos, y la experimentación en algunas especies de animales genéticamente seleccionados. Además, habéis indicado algunos experimentos a realizarse en el embrión animal, que os permitirán conocer mejor las determinaciones de las diferenciaciones celulares.

Debe ponerse de relieve que las nuevas técnicas, como el cultivo de células y tejidos, han tenido un importante desarrollo que permite un notable progreso en las ciencias biológicas, y que son complementarias con los experimentos hechos con animales. Es cierto que los animales están al servicio del hombre y que pueden ser objeto de experimentos. Sin embargo, deben ser tratados como criaturas de Dios destinados a servir al bien del hombre, pero no a que el hombre abuse de ellos. De aquí que la disminución de los experimentos en animales, que se van haciendo cada vez menos necesarios, corresponda al designio y bienestar de toda la creación.

5. He visto con satisfacción que entre los temas discutidos en vuestra Semana de estudio habéis considerado los experimentos in vitro que han conseguido resultados en el tratamiento de las enfermedades causadas por cromosomas defectuosos.

Hay que esperar, con referencia a nuestras actividades, que las nuevas técnicas de modificación del código genético, en particular casos de enfermedades genéticas o cromosómicas, serán motivo de esperanza para gran número de personas afectadas por esas enfermedades.

Se puede pensar que, mediante el cambio de genes, se lleguen a curar algunas enfermedades específicas, como la anemia falciforme, que en muchos países afecta a individuos del mismo origen étnico. Se puede también recordar que enfermedades hereditarias pueden evitarse mediante el progreso de la experimentación biológica.

La investigación biológica moderna hace esperar que el cambio y mudanza de genes pueda mejorar la condición de los que están afectados por enfermedades cromosómicas. De esta manera los más pequeños y débiles entre los seres humanos pueden ser curados durante su vida intrauterina o en el período inmediatamente posterior a su nacimiento.

6. Finalmente quisiera recordar, entre los casos que he citado de los beneficios que se derivan de la experimentación biológica, las importantes ventajas que provienen del aumento de los productos alimenticios y de la formación de nuevas especies vegetales en beneficio de todos, especialmente de los pueblos más necesitados.

Al terminar estas mis reflexiones que muestran mi aprobación y apoyo a sus investigaciones, quiero reafirmar que deben estar sujetas a los principios morales que respetan y realizan en su plenitud la dignidad del hombre. Expreso mi esperanza de que los científicos de los países que han desarrollado las más avanzadas y modernas técnicas tengan en cuenta los problemas de las naciones en vías de desarrollo y que, fuera de todo tipo de oportunismo económico y político que reproduce los esquemas del antiguo colonialismo en una nueva versión científica y técnica, pueda haber un fructuoso y desinteresado intercambio. Este intercambio debe ser de la cultura en general y de la ciencia en particular, entre científicos de naciones en diferente grado de desarrollo y debe contribuir así a formar, en cada país, un núcleo de estudiosos de alto valor científico. Pido a Dios, que es Padre misericordioso de todos, pero especialmente de los más abandonados y de los que no tienen la posibilidad de defenderse a sí mismos, que dirija la aplicación de la investigación científica a la producción de nuevos alimentos, ya que uno de los más grandes retos que debe afrontar la humanidad, junto con el peligro de un holocausto nuclear, es el del hambre de los pobres del mundo.

71 Para esta intención y para todo genuino progreso del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, invoco sobre ustedes y sobre sus actividades científicas abundantes bendiciones.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto Internacional de Madrid-Barajas Domingo 31 de octubre de 1982



Majestades,
venerables hermanos en el Episcopado,
Autoridades,
querido pueblo de España, ¡Alabado sea Jesucristo!

1. Con verdadera emoción acabo de pisar suelo español. Bendito sea Dios, que me ha permitido venir hasta aquí, en este mi viaje apostólico.

Desde el primer momento de mi llegada a la capital de la nación, mando mi saludo y recuerdo más cordiales a todos los habitantes de España. Los de las ciudades y de los pueblos; de la Península o de las islas; de las grandes urbes o del último caserío disperso en la montaña o en la llanura; los de centros que visitaré en los próximos días y de los que no podré visitar físicamente.

Pensando en todos he emprendido esta visita pastoral, concebida y destinada por igual a todos los hijos de la nación, a pesar de las inevitables localizaciones geográficas de la visita. Por ello, desde cualquier lugar donde me encuentre con los diversos sectores o grupos de la Iglesia en España, estaré hablando intencionalmente a ese sector o grupo eclesial de toda la nación.

La comunión en el amor de Cristo, la imagen televisada y las ondas de la radio serán nuestros vínculos constantes en estos días. Manteniendo siempre ese carácter exclusivamente religioso-pastoral que tiene mi viaje, y que lo coloca por encima de propósitos políticos o de parte. Un carácter que, estoy seguro, todos deseáis justamente preservar, y os pido preservéis, colaborando eficazmente en tal dirección.

2. Y ahora, después de este saludo, quiero expresaros mi más profunda gratitud.

72 Gratitud, en primer lugar, a Su Majestad el Rey Don Juan Carlos, que ha tenido la deferencia de venir a recibirme a este aeropuerto de Barajas y que, interpretando sus propios sentimientos, los de la Reina y del pueblo español, me ha dado con fervientes y nobles palabras una cordial bienvenida.

Gratitud al Gobierno, Autoridades y Representantes del pueblo, por su grata presencia en este acto y por su preciosa colaboración en los preparativos de esta visita.

Gratitud a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas españoles; por el calor de vuestro recibimiento, por el afecto puesto en la hospitalidad dispensada a un amigo, y sobre todo a quien España siempre ha querido entrañablemente a lo largo de su historia: al Papa.

3. Precisamente porque conozco bien y aprecio en todo su significado ese rasgo característico del catolicismo español, deseo corresponder con una confidencia.

Llego a vosotros al cumplirse mi IV año de pontificado. Exactamente un año después de cuando estaba programado, y que no pudo realizarse por las conocidas causas. Y quiero ahora manifestaros que desde los primeros meses de mi elección a la Cátedra de San Pedro pensé con ilusión en un viaje a España, reflexionando incluso sobre la ocasión eclesial propicia para tal visita.

Hoy me trae a vosotros la clausura -en vez de la apertura- del IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, esa gran santa española y universal, cuyo mayor timbre de gloria fue ser siempre hija de la Iglesia y que tanto ha contribuido al bien de la misma Iglesia en estos cuatrocientos años.

4. Vengo, por ello, a rendir homenaje a esa extraordinaria figura eclesial, proponiendo de nuevo la validez de su mensaje de fe y humanismo.

Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica. En una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada para la fe por el afán misionero de los siete varones apostólicos; que propició la conversión a la fe de los pueblos visigodos en Toledo; que fue la gran meta de peregrinaciones europeas a Santiago; que vivió la empresa de la reconquista; que descubrió y evangelizó América; que iluminó la ciencia desde Alcalá y Salamanca, y la teología en Trento.

Vengo atraído por una historia admirable de fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes. En efecto, gracias sobre todo a esa simpar actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español. Tras mis viajes apostólicos, sobre todo por tierras de Hispanoamérica y Filipinas, quiero decir en este momento singular: ¡Gracias, España; gracias, Iglesia en España, por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!

5. Esa historia, a pesar de la lagunas y errores humanos, es digna de toda admiración y aprecio. Ella debe servir de inspiración y estímulo, para hallar en el momento presente las raíces profundas del ser de un pueblo. No para hacerle vivir en el pasado, sino para ofrecerle el ejemplo a proseguir y mejorar en el futuro.

No ignoro, por otra parte, las conocidas tensiones, a veces desembocadas en choques abiertos, que se han producido en el seno de vuestra sociedad, y que han estudiado tantos escritores vuestros.

73 En ese contexto histórico-social, es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de une fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacar de ahí fuerza renovada que os haga siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo. En un clima de respetuosa convivencia con las otras legítimas opciones, mientras exigís el justo respeto de las vuestras.

6. Para que esta visita surta los efectos que todos deseamos, he aquí tres vertientes que marcan los grandes objetivos de mi viaje a España:

- confirmar en la fe, como Sucesor de Pedro, a mis hermanos (Cfr. Luc
Lc 22,32). Para que la luz de Cristo siga alumbrando e inspirando la existencia de cada uno. Para que se respete la dignidad de todo hombre, que en Cristo halla su fundamento último;

- confortar la esperanza, que es consecuencia de la fe y que ha de abrirnos al optimismo. ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!, dije al principio de mi pontificado. Es el mensaje de esperanza que traigo también en esta visita;

- alentar las energías de la Iglesia y las obras de los cristianos. Para que sigan siendo - como a lo largo de la historia - árbol cuajado de frutos de amor a Cristo y a los hombres. Para que los cristianos combatan batallas de paz y amor, estén comprometidos en la solidaridad con los hombres y sean en el momento actual generosos y perseverantes en obras de servicio, para el bien de todos los españoles y de la Iglesia universal.

Que Dios bendiga a España. Que Dios bendiga a todos los españoles con la concordia y la comprensión mutuas, con la prosperidad y la paz.

Al Apóstol Santiago, Patrón de España, me encomiendo.

E invoco la protección de la Virgen Santísima del Pilar, Patrona de la Hispanidad, para que Ella bendiga este viaje.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ESPAÑA


Madrid, domingo 31 de octubre de 1982



Queridos hermanos en el Episcopado,

1. Al principio de mi viaje apostólico a España, tengo la alegría de celebrar el encuentro que en todas mis peregrinaciones ha ocupado un lugar destacado: el de quien por misterioso designio de la Providencia es cabeza del Colegio Episcopal (Cfr. Lumen Gentium LG 22 Christus Dominus CD 3) con sus hermanos, miembros del mismo Colegio y de una determinada Conferencia Episcopal.

74 El momento que vivimos reproduce idealmente aquellos en los que Pedro se alza en medio de los hermanos (Cfr. Act Ac 1,15) o “con los once” (Ibid.2, 14), o exhorta a los ancianos, anciano él mismo, a apacentar la grey de Dios (Cfr. 1 Petr. 5, 1). Este momento es para el Sucesor de Pedro un tiempo fuerte de su misión como “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles” (Lumen Gentium LG 23).

2. El Apóstol San Juan se dirigía a los “ángeles” de las siete Iglesias de Asia, es decir, a las mismas Iglesias, para desearles “la gracia y la paz de parte del que era y del que viene . . .”, “y de Jesucristo, el testigo veraz” (Ap 1,4-5). Yo también quiero dirigir, en la persona de sus obispos, un saludo nacido de lo profundo del corazón a cada una de las 65 Iglesias en España.

Dios sabe que mi mayor anhelo sería visitarlas todas, grandes y pequeñas, antiguas y jóvenes. No pudiendo hacerlo, por evidentes limitaciones de tiempo, querría que este encuentro fuera como una presencia espiritual en cada diócesis de España.

En vuestras recientes visitas ad Limina, vosotros teníais conciencia de llevar con vosotros a los miembros de vuestras Iglesias particulares. Ahora Pedro viene a vosotros a devolveros la visita.

Gracia, pues, y paz a la Iglesia que está en Barcelona, a su Pastor y obispos auxiliares.

Gracia y paz a la Iglesia en Burgos, a su Ordinario y los obispos y diócesis de Bilbao, Osma-Soria, Palencia y Vitoria.

Gracia y paz a la Iglesia de Dios en Granada, a su Pastor y a los prelados, con las diócesis de Almería, Cartagena, Guadix, Jaén y Málaga-Melilla.

Paz y gracia a la Iglesia que está en Madrid, a su Pastor y obispos auxiliares.

Paz y gracia a la Iglesia que está en Oviedo, a su Pastor y auxiliar y a los obispos y diócesis de Astorga, León y Santander.

Paz y gracia a la Iglesia de Dios en Pamplona, a su Pastor y a los Ordinarios y diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Jaca y San Sebastián.

Gracia y paz a la Iglesia que está en Santiago de Compostela, a su Ordinario y auxiliar, y a los obispos de Lugo, Mondoñedo-El Ferrol, Orense y Tuy-Vigo, con sus respectivas diócesis.

75 Gracia y paz a la Iglesia de Dios en Sevilla, a su Pastor, a su antiguo Pastor y a los obispos y diócesis de Badajoz, Cádiz-Ceuta, Córdoba, Huelva, Islas Canarias, Tenerife y Jerez de la Frontera.

Gracia y paz a la Iglesia que está en Tarragona, a su Ordinario, y a los prelados y diócesis de Gerona, Lérida, Solsona, Tortosa, Urgel y Vich.

Paz y gracia a la Iglesia de Dios que está en Toledo, a su Pastor y a los obispos y diócesis de Ciudad Real, Coria-Cáceres, Cuenca, Plasencia y Sigüenza-Guadalajara.

Paz y gracia a la Iglesia que está en Valencia, a su Ordinario, y a los obispos de Albacete, Ibiza, Mallorca, Menorca, Orihuela-Alicante y Segorbe-Castellón, con sus diócesis.

Paz y gracia a la Iglesia de Cristo en Valladolid, a su Pastor, y a los obispos de Ávila, Ciudad Rodrigo, Salamanca, Segovia y Zamora, con sus diócesis respectivas.

Gracia y paz a la Iglesia de Dios en Zaragoza, a su Ordinario y a los obispos y diócesis de Barbastro, Huesca, Tarazona y Teruel-Albarracín.

Finalmente, paz y gracia del Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo (Cfr.
2Co 1,3) a todos los antiguos Pastores diocesanos de España, que hoy viven en el amor y la oración su entrega a la Iglesia y a la grey de Cristo que tuvieron encomendada.

Estos saludos, que no quieren ser meras palabras de cortesía, sino expresión de fraterno afecto, se prolongan en el mensaje que el Obispo de Roma se complace en transmitir a sus hermanos en el Episcopado de estas tierras de España.

Para ello dejemos hablar al Concilio Vaticano II, cuyos veinte años de apertura estamos conmemorando y que tan bien delineó la misión del obispo en la Iglesia. Hablen los documentos conciliares, especialmente las páginas luminosas de la Constitución dogmática “Lumen Gentium”.

3. “Los obispos, orando y trabajando por su pueblo, difunden de muchas maneras y con abundancia la plenitud de la santidad de Cristo” (Lumen Gentium LG 26).

Esta función de santificador es inherente a la misión de los obispos. Ellos son por vocación “perfectores” (Cfr. Christus Dominus CD 15). Es decir, el obispo es alguien que, madurado en la vida evangélica y en la imitación de Jesucristo, arrastra a otros y les ayuda a caminar hacia la misma madurez. O, más precisamente, alguien que, con el ejemplo y el testimonio, la palabra, la oración y los sacramentos, comunica a otros la plenitud de la vida en Cristo que trata de tener en sí mismo.

76 De ellos se espera - ¡Dios y la Iglesia lo esperan! - que “pongan empeño en fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y laicos” sabiendo que, para ello, “están obligados a dar ejemplo de santidad en la caridad, humildad y sencillez de vida” (Christus Dominus CD 15). En efecto, los obispos santifican a su grey no sólo como administradores de los sacramentos y predicadores de la Palabra revelada, sino también con su ejemplo y santidad. Siguiendo los pasos del Buen Pastor, los obispos deben decir con Cristo: “Yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Io. 17, 19).

Ante esta obra de santificador que es, al fin y al cabo, su tarea más alta, cada obispo habrá de sentir, vibrantes en el fondo de su alma, algunas preguntas fundamentales. Para saber si la imagen suya que más impresiona a los fieles es la de un hombre de Dios, compasivo y sacrificado, impregnado del Evangelio y que lo irradia. Si es siempre, de manera particular, maestro de oración, transparencia y revelación del rostro de Dios para sus diocesanos. Y en qué medida es y aparece como el liturgo de su diócesis, el que va delante de su pueblo en la adoración al Señor, aquel que impulsa y dirige el culto divino en su Iglesia local.

Estoy seguro de que el gozo más grande de un Pastor de la Iglesia de Jesucristo que busca su propia perfección, es el que nace también del crecimiento de sus hijos en la santidad. Lo escribía el Apóstol Juan al atardecer de su vida: “No hay para mí mayor alegría que oír de mis hijos que andan en la verdad” (3 Io. 4).

4. “Este encargo que el Señor confió a los Pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad diaconía, o sea, ministerio”, leemos en la misma “Lumen Gentium” (Lumen Gentium LG 24). Los Padres de la Iglesia, los grandes maestros espirituales como San Juan de Ávila, Luis de Granada y tantos otros; los auténticos teólogos de ayer y de hoy, todos han sabido sacar del Evangelio la substanciosa enseñanza de Cristo sobre el servicio pastoral: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,26 et 23, 11); “el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor” (Ibid.).

El Concilio vuelve a insistir en nuestros días sobre la misma llamada al espíritu de servicio. Lo hace con un tono particular al hablar de los obispos. Por ello, cuando buscando luz para su camino un obispo lee y medita estos escritos, se siente invitado a pensar - con sencillez, humildad y alegría de corazón - en su manera de ser y de actuar en relación con la diaconía episcopal. Es decir, si cumple su misión de Pastor, inspirando en un real deseo de servir a los hermanos e hijos encomendados a su solicitud. Si sus actitudes concretas traducen tal deseo. Si aquellos de quienes es Pastor tienen la convicción de encontrar en él un verdadero servidor. Y no puede menos de hacerse, en el fondo de su corazón, la pregunta más apremiante: Si es perfectamente sensible, en todo momento y circunstancia, a su responsabilidad, por pesada que pueda ser, de maestro y pastor. Y si trata de ejercer su autoridad en espíritu de servicio, pero sin abdicar de la verdad, aunque esto comporte sacrificios.

5. “Entre los principales oficios de los obispos - leemos también en la “Lumen Gentium” - se destaca la predicación del Evangelio” (Lumen Gentium LG 25). Es una característica de la eclesiología del Vaticano II esta prioridad dada a la tarea episcopal de la predicación. Porque los obispos, añade el Concilio, “son pregoneros de la fe, que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, o sea, los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída . . .; cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica” (Ibid.).

El Pueblo de Dios tiene necesidad de obispos bien conscientes de esa misión y asiduos en ella. Los creyentes, para progresar en su fe; los que dudan o se desorientan, para encontrar firmeza y seguridad; los que quizá se alejaron, para volver a vivir su adhesión al Señor.

El obispo ha de prestar tal servicio a la verdad y a la fe cristiana sin ambigüedades. Me alegra por ello que ese servicio a la fe, como objetivo prioritario de vuestra Conferencia para los próximos años, haya sido elegido como tema por vuestras últimas asambleas plenarias.

A este propósito, parte importante de la función episcopal consistirá hoy en aplicar correctamente, sin desviaciones por defecto o por exceso, las enseñanzas del último Concilio Ecuménico. Teniendo en cuenta las indicaciones aportadas por los documentos pontificios posteriores y, en especial, de aquellos que son como el fruto de los trabajos de cada Sínodo de los Obispos.

Sin angustias, serenamente, pero con viva conciencia de un deber unido a la misión recibida de Dios y sellada con la consagración sacramental, cada obispo debe dejarse interrogar interiormente por aquellos actos en los que se traduce tal deber: la atención, espíritu de fe y amor con que anuncia la Palabra de Dios; la importancia dada a las Cartas pastorales, tratando de hacerlas, además de substanciosas, adaptadas al lenguaje del hombre de hoy, comprensibles y atractivas; el modo como emplea los medios de comunicación social, para que sean verdaderos multiplicadores de su palabra humana y vehículo de la Palabra de Dios; las relaciones que mantiene con los teólogos, ya sea para animarlos, ya sea, si fuera necesario, para ayudarles a rectificar eventuales desviaciones.

Feliz el obispo que de las respuestas sinceras a esas preguntas puede sacar, si no motivos de plena satisfacción, al menos razones de serenidad; la serenidad de un deber cumplido sin miedo, sin descorazonamiento, sin treguas.

77 Un campo importante en el que aplicar vuestro servicio a la fe es el de la investigación teológica y de la enseñanza de las ciencias sagradas. Tenéis una grave responsabilidad, para que se respete la verdad de la doctrina y su transmisión, de acuerdo con el Magisterio.

Consecuentemente no podéis olvidaros de las publicaciones de carácter teológico y moral, que tanto influyen en la fe del pueblo.

Sé que sentís la responsabilidad de cumplir este cometido. Sé que veláis por garantizar asimismo la sana doctrina en la catequesis y en los textos escolares de religión. No ceséis en vuestro empeño. De esta solicitud depende en buena parte la formación cristiana de los jóvenes y de los adultos.

Sé que sois sensibles a los problemas que ha de afrontar vuestro pueblo, y que vosotros bien conocéis. Pido a Dios que vuestro celo pastoral se sienta siempre urgido para afrontar con lucidez de fe - y respetuosos de la justa autonomía del orden temporal - las cuestiones doctrinales y morales que en cada momento histórico hayan de encarar los creyentes.

Porque no pueden los cristianos dejar a un lado su fe a la hora de colaborar en la construcción de la ciudad temporal. Han de hacer sentir su voz, coherente con los valores en los que creen y respetuosa con las convicciones ajenas. Basta pensar en la defensa y protección de la vida desde su concepción, en la estabilidad del matrimonio y de la familia, en la libertad de enseñanza y en el derecho a recibir instrucción religiosa en las escuelas, en la promoción de los valores que moralizan la vida pública, en la implantación de la justicia en las relaciones laborales. Campos importantísimos - entre otros - que los obispos no podéis dejar de iluminar con la luz cristiana. Porque donde esté el hombre padeciendo dolor, injusticia, pobreza o violencia, allí ha de estar la voz de la Iglesia con su vigilante caridad y con la acción de los cristianos.

6. Cada obispo es en su Iglesia particular - como dice la “Lumen Gentium” - “principio y fundamento visible de unidad” (Lumen Gentium
LG 23).

Este es, entre los rasgos esenciales de la fisonomía del obispo, el primero que el Concilio quiso acentuar. Y al hacerlo, está en perfecta coherencia con su propia doctrina eclesiológica. Pues si es cierto que la Iglesia es sacramento de comunión, es natural que el obispo sea ante todo siervo, asertor, promotor y defensor de la unidad en la Iglesia. Este servicio humilde y perseverante a la comunión, es sin duda alguna el más exigente y delicado, pero también el más precioso e indispensable. Porque es servir a una dimensión esencial de la Iglesia y a la misión de la misma en el mundo.

Esa comunión no es mera coincidencia en hechos comprobables estadísticamente, sino que es ante todo unidad en Cristo y en su doctrina: en la fe y en la moral, en los sacramentos, en la obediencia a la jerarquía, en los medios comunes de santidad y en las grandes normas de disciplina, según el conocido principio agustiniano: In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas.

Esa unidad profunda os permitirá además intensificar la utilización conjunta de fuerzas, para que los sacerdotes, los religiosos, miembros de institutos seculares, grupos apostólicos y pequeñas comunidades actúen siempre conectados entre sí y con clara conciencia de la coordinación de energías que exige la buena marcha de las Iglesias locales; para que éstas, sin dejar de preocuparse por su propia problemática, nunca se cierren sobre sí mismas ni pierdan de vista la perspectiva universal de la Iglesia.

Pero sobre todo os habrá de conducir a la obligada concordia en campos hoy más expuestos a la dispersión: en la predicación acerca de la moralidad familiar, en la necesaria observancia de las normas litúrgicas que regulan la celebración de la Misa, el culto eucarístico o la administración de los sacramentos. A este propósito, quiero recordar la correcta aplicación de las normas referentes a las absoluciones colectivas, evitando abusos que puedan introducirse.

Nosotros, puestos por el Señor como garantes de la comunión eclesial, no podemos menos de preguntarnos diariamente sobre el modo cómo vivimos y ejercemos tal misión, es decir:

78 Si tenemos siempre conciencia viva de nuestro deber de constructores de la unidad. Si nos damos cuenta de que preservar la unidad, a veces en medio de conflictos, no es arreglar con habilidad las partes en litigio, sino que es conducirlas por caminos evangélicos a la reconciliación, a la mutua comprensión y finalmente a la renovada comunión como fruto de una búsqueda, quizá difícil, de la verdad en la caridad. Si tratamos de estar por encima de las facciones con el debido sentido de equilibrio, sin que ello signifique cómoda neutralidad, para poder atraer unos y otros al único y verdadero principio de unidad eclesial. Si sabemos ser pacientes y longánimes, perseverantes y sacrificados en la búsqueda de la unidad.

7. Entre tantas palabras luminosas del Concilio a los obispos, no quiero dejar de leer con vosotros estas otras: “El obispo, enviado por el padre de familia a gobernar su familia, tenga siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor . . . Tomado de entre los hombres y rodeado él mismo de flaquezas, puede apiadarse de los ignorantes y equivocados . . . Consciente de que ha de dar cuenta a Dios de sus almas, trabaje con la oración, con la predicación y con todas las obras de caridad” (Lumen Gentium
LG 27).

Es muy significativo que el Concilio llame al obispo, uniendo dos términos afines, Padre y Pastor. Porque, en efecto, él ha de ir delante de sus fieles con afecto de padre y solicitud de pastor. Para indicar los senderos, prevenir los peligros o defender de las asechanzas. Con este espíritu tratará de conocer en lo posible a cada uno de los que le están confiados, y se esforzará por conducir a todos hacia una participación cada vez más activa y personal en la vida de la Iglesia particular.

Cuando, para agradecer a Dios su llamada al servicio pastoral o para ser aún más fiel a ella, el obispo examina su propia vida y actividad, no podrá menos de hacerse a sí mismo las preguntas que mejor reflejan su empeño de fidelidad hacia Quien lo llamó, y de entrega a quienes le han sido confiados.

Para asegurarse de que tiene siempre, hacia aquellos que el Padre le encomendó, un corazón de padre. De que siempre une la autoridad que le viene de Dios a la bondad, mansedumbre y compasión. De que ejerce debidamente su misión de padre y pastor con los sacerdotes, religiosos, laicos, hombres y mujeres, adultos y jóvenes, sabios e iletrados, ricos y pobres. De que se esfuerza, a través de un íntimo contacto con el Buen Pastor, por renovar su ánimo pastoral preparándose para nuevas iniciativas y crecer en las cualidades exigidas de quien debe apacentar una grey no suya, sino de Jesucristo.

Queridos hermanos: Mientras en fraterna convivencia meditábamos y nos dejábamos interpelar acerca de nuestra común vocación en la Iglesia y en el mundo, no podía menos de dar gracias a Dios por vuestro esfuerzo en esa dirección. Y a la vez pido al Sumo Sacerdote, Jesús, os conceda abundantes gracias que os sostengan en vuestro abnegado ministerio y profundo amor a la Iglesia.

Vuestro país, que experimenta una transición socio-cultural de grandes proporciones y busca nuevos caminos de progreso; que desea la justicia y la paz; que teme, como los otros, ante el riesgo de perder su identidad; este país, y sobre todo la Iglesia que en él peregrina hacia el Padre, darán gracias infinitas a Dios si encuentran siempre en vosotros maestros, padres, guías, pastores, animadores espirituales como los delineó el Concilio.

8. Hermanos míos: Hemos de concluir este encuentro. Y lo hago con una fuerte llamada a la esperanza. Esa esperanza que quiere ser mi primer mensaje a la Iglesia de España. Porque - dejádmelo decir - a pesar de los claroscuros, de las sombras y altibajos del momento presente, tengo confianza y espero mucho de la Iglesia en España. Confío en vosotros, en vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas. Confío en los jóvenes y en las familias, cuyas virtudes cristianas han de ser, como en el pasado, venero de vocaciones.

Una Iglesia que es capaz de ofrecer al mundo una historia como la vuestra, y la canonización - en el mismo día - de hijos tan singulares y universales como Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco Javier (con otros tantos, antes y después) no ha podido agotar su riqueza espiritual y eclesial. Prueba de continuidad es la próxima beatificación de Sor Ángela de la Cruz.

Con esa confianza os aliento a seguir guiando vuestra grey, como lo habéis hecho en momentos particulares; a ir siempre delante de ella con el ejemplo, para darle, en cualquier circunstancia, seguridad y nuevos alientos.

9. Motivo particular de esperanza es para mí la sólida devoción que este pueblo, con sus Pastores al frente, profesa privada y públicamente a la Madre de Dios y Madre nuestra.

79 Pertenecéis a una tierra que supo defender siempre con la fe, con la ciencia y la piedad las glorias de María: desde su Concepción Inmaculada hasta su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos, pasando por su perpetua virginidad. No olvidéis este rasgo vuestro. Mientras sea este vuestro distintivo, estáis en buenas manos. No habéis de temer.

Que Jesús, modelo acabado de Pastores, Hijo de María, os ayude siempre. Os bendigo en su nombre cordialmente.







Discursos 1982 69