Discursos 1982 79


VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS COLABORADORES


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ESPAÑA


Madrid - Domingo 31 de octubre de 1982



1. Queridos colaboradores y empleados de la Conferencia Episcopal,

Después de celebrar el encuentro con los obispos españoles, en la nueva Casa de la Iglesia que se acaba de inaugurar, siento una gran alegría al estar ahora entre vosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, miembros de institutos seculares y seglares, que colaboráis en las tareas de la Conferencia Episcopal Española.

2. Vuestro trabajo tiene que estar verdaderamente al servicio de la Iglesia. Es muchas veces una tarea ardua, no aparente, sencilla, falta de compensaciones y de contactos personales. Tiene, sin embargo, un gran valor pastoral; porque significa una contribución imprescindible a la tarea evangelizadora de la Iglesia en España.

Vuestra especialización en los distintos campos pastorales ha de ser una ayuda, para que los obispos puedan llevar a cabo con mayor eficacia su misión de magisterio, de gobierno y de santificación en las Iglesias locales. Por otra parte, es una colaboración preciosa que facilita a los Pastores poder iluminar, con mayor coordinación y competencia, los distintos aspectos religiosos y apostólicos de la Iglesia española.

3. La labor que realizáis tiene que estar presidida por un testimonio de entrega y de fidelidad a la Iglesia. Los obispos, al llamaros a desempeñar esta delicada misión, han puesto su confianza en vosotros y os han hecho participar de sus preocupaciones pastorales. Esta confianza exige de vosotros una respuesta generosa, una discreción constante, una ejemplaridad de vida que reflejen vuestra responsabilidad eclesial.

El estilo de vuestro trabajo ha de caracterizarse por la disponibilidad para servir a las personas y a las instituciones pastorales; así como a cuantos se acercan a vosotros esperando una respuesta que traduzca el sentir de la Iglesia.

Debéis buscar siempre la unidad entre vosotros y entre las distintas comisiones episcopales, para que los resultados de los trabajos sean más útiles y eficaces. Vuestra tarea, diversificada según los distintos campos de la vida eclesial, ha de constituir un conjunto armónico impregnado de un espíritu de auténtica fraternidad.

4. Las comunidades locales esperan de vosotros ayuda solícita y generosa; para poner en marcha los programas de acción pastoral establecidos por las decisiones que vuestros obispos adoptan colegialmente. De ahí que os tengáis que esforzar por hacer vuestro trabajo con seriedad, competencia y sentido eclesial.

80 Hace falta un continuo afán de superación, para que la tarea que lleváis entre manos adquiera cada día mayor calidad; y responda adecuadamente a las necesidades y exigencias de la acción de la Iglesia en la nueva sociedad española.

5. Sé que vuestros obispos aprecian la dedicación que prestáis a la Conferencia Episcopal. Yo también quiero agradeceros este servicio, alentándoos a seguir colaborando con la Iglesia en esta misión concreta que os ha sido encomendada.

Mi agradecimiento se dirige también a los seglares que, con su trabajo, contribuyen de manera importante a la buena marcha de las tareas que se desarrollan en esta casa. Estad convencidos de que vuestra colaboración es muy valiosa para la organización y funcionamiento de este organismo eclesial. Por ello os animo a seguir trabajando con entusiasmo humano, con sentido profesional y cristiano conscientes de que estáis en el centro mismo desde el que se impulsa la acción pastoral de la Iglesia en España.

6. La nueva organización de la Casa de la Iglesia, los nuevos medios que se ponen en manos de todos vosotros, facilitarán el trabajo, constituyendo un estímulo para vuestras actividades.

Al inaugurar esta casa, estoy seguro de que encontraréis en ella un magnífico instrumento para intensificar la vida pastoral de la Iglesia española.

Os reitero la alegría de estar hoy con vosotros y quiero a la vez hacer llegar a vuestras familias una palabra de afecto y de reconocimiento. A ellas y a vosotros imparto gustosamente mi Bendición Apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS MIEMBROS DE LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA


Madrid, domingo 31 de octubre de 1982



¡Dios está aquí! ¡Venid, adoradores. Adoremos a Cristo Redentor!

1. Con estas hermosas palabras el pueblo fiel español canta su fe en la Eucaristía.

Me alegré por ello al conocer vuestro deseo de que participase con vosotros en una adoración eucarística. Gozoso me encuentro, junto a Jesús Sacramentado, con vosotros, miembros de la Adoración Nocturna Española, que, con tantos otros cristianos que se unen a vosotros en tantos rincones de España, tenéis una profunda conciencia de la estrecha relación que hay entre la vitalidad espiritual y apostólica de la Iglesia y la Sagrada Eucaristía.

Con vuestras veladas de adoración tributáis un homenaje de fe y amor ardientes a la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en este Sacramento, con su Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, bajo las especies consagradas.

81 Esta presencia nos recuerda que el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, sino un Dios muy próximo, cuyas delicias son estar con los hijos de los hombres (Cfr. Prov Pr 8,31). Un Padre que nos envía a su Hijo, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Cfr. Io.10, 10). Un Hijo, y Hermano nuestro, que con su Encarnación se ha hecho verdaderamente Hombre, sin dejar de ser Dios, y ha querido quedarse entre nosotros “hasta la consumación del mundo” (Cfr. Matth Mt 28,20).

2. Se comprende por la fe que la Sagrada Eucaristía constituye el don más grande que Cristo ha ofrecido y ofrece permanentemente a su Esposa. Es la raíz y cumbre de la vida cristiana y de toda acción de la Iglesia. Es nuestro mayor tesoro que contiene “todo el bien espiritual de la Iglesia” (Presbyterorum Ordinis PO 5). Ella debe cuidar celosamente cuanto se refiere a este misterio y afirmarlo en su integridad, como punto central y prueba de aquella auténtica renovación espiritual propuesta por el último concilio.

En esta Hostia consagrada se compendian las palabras de Cristo, su vida ofrecida al Padre por nosotros y la gloria de su Cuerpo resucitado. En vuestras horas ante la Hostia santa habéis advertido que esta presencia del Emmanuel, Dios-con-nosotros, es a la vez un misterio de fe, una prenda de esperanza y la fuente de caridad con Dios y entre los hombres.

3. El misterio de una fe, porque el Señor crucificado y resucitado está realmente presente en la Eucaristía, no sólo durante la celebración del Santo Sacrificio, sino mientras subsisten las especies sacramentales.

Nuestra alabanza, adoración, acción de gracias y petición a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se enraízan en este misterio de fe.

Esa misma presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo, bajo las especies de pan y vino, constituyen una articulación entre el tiempo y la eternidad, y nos proporcionan una prenda de la esperanza que anima nuestro caminar.

La Sagrada Eucaristía, en efecto, además de ser testimonio sacramental de la primera venida de Cristo, es al mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida gloriosa, al final de los tiempos.

Prenda de la esperanza futura y aliento, también esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna. Ante la sagrada Hostia volvemos a escuchar las dulces palabras: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28).

La presencia sacramental de Cristo es también fuente de amor. Porque “amor con amor se paga”, decís en estas tierras de España.

Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor. Por eso resulta imprescindible acercarse a El con devoción y purificados de todo pecado grave.

Y amor a nuestros hermanos. Porque la autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos. Habrá de notarse en el modo de tratar a la propia familia, compañeros y vecinos; en el empeño por vivir en paz con todos; en la prontitud para reconciliarse y perdonar cuando sea necesario. Será, de este modo, la Sagrada Eucaristía fermento de caridad y vínculo de aquella unidad de la Iglesia querida por Cristo y propugnada por el Concilio Vaticano II.

82 4. Termino alentándoos, queridos adoradores e hijos todos de España, a una honda piedad eucarística. Esta os acercará cada vez más al Señor. Y os pedirá el oportuno recurso a la confesión sacramental, que lleva a la Eucaristía, como la Eucaristía lleva a la confesión. ¡Cuántas veces la noche de adoración silenciosa podrá ser también el momento propicio del encuentro con el perdón sacramental de Cristo!

Esa piedad eucarística ha de centrarse ante todo en la celebración de la Cena del Señor, que perpetúa su amor inmolado en la cruz. Pero tiene una lógica prolongación - de la que vosotros sois testigos fieles - en la adoración a Cristo en este divino Sacramento, en la visita al Santísimo, en la oración ante el sagrario, además de los otros ejercicios de devoción, personales y colectivos, privados y públicos, que habéis practicado durante siglos. Esos que el último Concilio Ecuménico recomendaba vivamente y a los que repetidas veces yo mismo he exhortado (Cfr., ex. Gr., IOANNIS PAULI PP. II Dominicae Cenae, 3: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III,
III 1,0 III 583,0 ss.; EIUSDEM Homilia in urbe «Dublin» habita, die 29 sept. 1979: Ibid. II (1979) 413 ss.).

“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Cfr., ex. Gr., IOANNIS PAULI PP. II Dominicae Cenae, 3: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 1,0 III 583,0 ss). Y en esas horas junto al Señor, os encargo que pidáis particularmente por los sacerdotes y religiosos, por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada.

¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar!









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

DURANTE LA ADORACIÓN NOCTURNA


Domingo 31 de octubre de 1982



¡Señor Jesús! Nos presentamos ante ti, sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. “Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios”. Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última Cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres. Aumenta nuestra fe.

Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro “sí” unido al tuyo. Contigo ya podemos decir: “Padre nuestro”. Siguiéndote a ti, “camino, verdad y vida”, queremos penetrar en el aparente “silencio” y “ausencia” de Dios, rasgando la nube del Tabor, para escuchar la voz del Padre que nos dice: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle”. Con esta fe hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.

Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives “siempre intercediendo por nosotros”. Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.

Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos, por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

Queremos amar como tú, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: “Mi vida es Cristo”. Nuestra vida no tiene sentido sin ti. Queremos aprender a “estar con quien sabemos nos ama”, porque “con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir”. En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque, en la oración, “el amor es el que habla”.

Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.

83 Creyendo, esperando y amando, te adoramos con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: “Quedaos aquí y velad conmigo”.

Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por esto queremos aprender a adorar admirando tu misterio, amándolo tal como es y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación. El Espíritu Santo, que has infundido en nuestros corazones, nos ayuda a decir esos “gemidos inenarrables”, que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra. En nuestras noches físicas o morales, si tú estás presente y nos amas y nos hablas, ya nos basta, aunque, muchas veces, no sentiremos la consolación. Aprendiendo este más allá de la adoración, estaremos en tu intimidad o “misterio”; entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el “misterio” de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social, y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación. Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de amar y de servir.

Nos has dado a tu Madre como nuestra, para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta madre. Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera que sabe meditar, adorando y amando tu palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos. Amén.







                                                                                  Noviembre de 1982



VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA


EN EL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN DE ÁVILA


Lunes 1 de noviembre de 1982



Queridas hermanas, religiosas de clausura de España:

1. Peregrino tras las huellas de Santa Teresa de Jesús, con gran satisfacción y alegría vengo a Avila. En esta ciudad se hallan tantos lugares teresianos, como el monasterio de San José, el primero de los “palomarcicos” fundados por ella; este monasterio de la Encarnación, donde Santa Teresa tomó el hábito del Carmen, hizo su profesión religiosa, tuvo su “conversión” decisiva y vivió su experiencia de consagración total a Cristo. Bien se puede decir que éste es el santuario de la vida contemplativa, lugar de grandes experiencias místicas, y centro irradiador de fundaciones monásticas.

Me complazco, por ello, de poder encontrarme en este lugar con vosotras, las monjas de clausura españolas, representantes de las diversas familias contemplativas que enriquecen la Iglesia: benedictinas, cistercienses, dominicas, clarisas, capuchinas, concepcionistas, además de las carmelitas.

El acontecimiento de hoy muestra cómo los diversos caminos y carismas del Espíritu se complementan en la Iglesia. Esta es una experiencia única para los monasterios y conventos de clausura que han abierto sus puertas para venir en peregrinación a Ávila. Para honrar, juntamente con el Papa, a Santa Teresa, esa mujer excepcional, doctora de la Iglesia, y sin embargo “envuelta toda ella de humildad, de penitencia y de sencillez”, como dijera mi predecesor Pablo VI (PAULI VI, Homilia, die 4 oct. 1970: Insegnamenti di Paolo VI, VIII [1970] 982 ss.

Doy gracias a Dios por tal muestra de unión eclesial, y por poder realizar esta visita alargada a lo que aparece ante mis ojos como el gran monasterio de España que sois vosotras.

2. La vida contemplativa ha ocupado y seguirá ocupando un puesto de honor en la Iglesia. Dedicada a la plegaria y al silencio, a la adoración y a la penitencia desde el claustro, “vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3). Esa vida consagrada es el desarrollo y tiene su fundamento en el don recibido en el bautismo. En efecto, por este sacramento, Dios, que nos eligió en Cristo “antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad” (Eph. 1, 4), nos libró del pecado y nos incorporó a Cristo y a su Iglesia para que “vivamos una vida nueva” (Rm 6,41).

84 Esa vida nueva ha fructificado en vosotras en el seguimiento radical de Jesucristo a través de la virginidad, la obediencia y la pobreza, que es el fundamento de la vida contemplativa. El es el centro de vuestra vida, la razón de vuestra existencia: “Bien de todos los bienes y Jesús mío”, como resumía Santa Teresa (S. TERESA, Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma, 21, 5).

La experiencia del claustro hace todavía más absoluto este seguimiento hasta identificar la vida religiosa con Cristo: “Nuestra vida es Cristo” (EIUSDEM, Quinte mansioni, 2, 4), decía Santa Teresa haciendo suyas las exhortaciones de San Pablo (Cfr. Col
Col 3,3). Este ensimismamiento de la religiosa con Cristo constituye el centro de la vida consagrada y el sello que la identifica como contemplativa.

En el silencio, en el marco de la vida humilde y obediente, la vigilante espera del Esposo se convierte en amistad pura y verdadera: “Puedo tratar como con un amigo, aunque es el Señor” (S. TERESA, Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma, 37, 5). Y este trato asiduo, de día y de noche, es la oración, quehacer primordial de la religiosa y camino indispensable para su identificación con el Señor: “Comienzan a ser siervos del amor . . . los que siguen por este camino de oración al que tanto nos amó” (S. TERESA, Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma, 11, 1).

3. La Iglesia sabe bien que vuestra vida silenciosa y apartada, en la soledad exterior del claustro, es fermento de renovación y de presencia del Espíritu de Cristo en el mundo. Por eso decía el Concilio que las religiosas contemplativas “mantienen un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo . . . Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanzas, ilustran al Pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica. Así son el honor de la Iglesia y hontanar de gracias celestes” (Perfectae Caritatis PC 7).

Esa fecundidad apostólica de vuestra vida procede de la gracia de Cristo, que asume e integra vuestra oblación total en el claustro. El Señor que os eligió, al identificaros con su misterio pascual, os une a sí mismo en la obra santificadora del mundo. Como sarmientos injertados en Cristo, podéis dar mucho fruto (Cfr. Io.15, 5) desde la admirable y misteriosa realidad de la comunión de los santos.

Esa ha de ser la perspectiva de fe y gozo eclesial de cada día y obra vuestra. De vuestra oración y vigilias, de vuestra alabanza en el oficio divino, de vuestra vida en la celda o en el trabajo, de vuestras mortificaciones prescritas por las reglas o voluntarias, de vuestra enfermedad o sufrimientos, uniendo todo al Sacrificio de Cristo. Por El, con El y en El, seréis ofrenda de alabanza y de santificación del mundo.

“Para que no tengáis ninguna duda a este respecto - como dije a vuestras hermanas en el carmelo de Lisieux -, la Iglesia, en el nombre mismo de Cristo, tomó posesión un día de toda vuestra capacidad de vivir y de amar. Era vuestra profesión monástica. Renovadla a menudo! Y, a ejemplo de los santos, consagraos, inmolaos cada vez más, sin pretender siquiera saber cómo utiliza Dios vuestra colaboración” (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad claustrales in urbe «Lisieux» habita, 2 iun. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 1,0 III 1665,0 ss).

Vuestra vida de clausura, vivida en plena fidelidad, no os aleja de la Iglesia ni os impide un apostolado eficaz. Recordad a la hija de Teresa de Jesús, a Teresa de Lisieux, tan cercana desde su clausura a las misiones y misioneros del mundo. Que como ella, en el corazón de la Iglesia seáis el amor.

4. Vuestra virginal fecundidad se tiene que hacer vida en el seno de la Iglesia universal y vuestras Iglesias particulares. Vuestros monasterios son comunidades de oración en medio de las comunidades cristianas, a las que prestan apoyo, aliento y esperanza. Son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando con frecuencia una vida sencilla y transparente, en contraste con la que les ofrece la sociedad de consumo.

El mundo necesita, más de lo que a veces se cree, vuestra presencia y vuestro testimonio. Es necesario por ello, mostrar con eficacia los valores auténticos y absolutos del Evangelio a un mundo que exalta frecuentemente los valores relativos de la vida. Y que corre el riesgo de perder el sentido de lo divino, ahogado por la excesiva valoración de lo material, de lo transeúnte, de lo que ignora el gozo del espíritu.

Se trata de abrirle al mensaje evangelizador que resume vuestra vida y que encuentra eco en aquellas palabras de Teresa de Jesús: “Id, pues, bienes del mundo . . . aunque todo lo pierda; sólo Dios basta” (S. TERESA, Poesías, 30).

85 5. Al contemplar hoy a tantas religiosas de clausura, no puedo menos de pensar en la gran tradición monástica española, en su influencia en la cultura, en las costumbres, en la vida española. ¿No será aquí donde reside la fuerza moral, y donde se encuentra la continua referencia al espíritu de los españoles?

El Papa os llama hoy a seguir cultivando vuestra vida consagrada mediante una renovación litúrgica, bíblica y espiritual, siguiendo las directrices del Concilio. Todo esto exige una formación permanente que enriquezca vuestra vida espiritual, dándole un sólido fundamento doctrinal, teológico y cultural. De esta forma, podréis dar la respuesta evangelizadora que esperan tantas jóvenes de nuestro tiempo, que también hoy se acercan a vuestros monasterios atraídas por una vida de generosa entrega al Señor.

A este respecto quiero hacer una llamada a las comunidades cristianas y a sus Pastores, recordándoles el lugar insustituible que ocupa la vida contemplativa en la Iglesia. Todos hemos de valorar y estimar profundamente la entrega de las almas contemplativas a la oración, a la alabanza y al sacrificio.

Son muy necesarias en la Iglesia. Son profetas y maestras vivientes para todos; son la avanzadilla de la Iglesia hacia el reino. Su actitud ante las realidades de este mundo, que ellas contemplan según la sabiduría del Espíritu, nos ilumina acerca de los bienes definitivos y nos hace palpar la gratuidad del amor salvador de Dios. Exhorto pues a todos, a tratar de suscitar vocaciones entre las jóvenes para la vida monástica; en la seguridad de que estas vocaciones enriquecerán toda la vida de la Iglesia.

6. Hemos de concluir este encuentro, a pesar de lo agradable que es para el Papa estar con estas hijas fieles de la Iglesia. Acabo con una palabra de aliento: ¡Mantened vuestra fidelidad! Fidelidad a Cristo, a vuestra vocación de contemplativas, a vuestro carisma fundacional.

Hijas del Carmelo: Que seáis imágenes vivas de vuestra Madre Teresa, de su espiritualidad y humanismo. Que seáis de veras como ella fue y quiso llamarse —y como yo deseo se la llame— Teresa de Jesús.

Religiosas todas contemplativas: que también a través de vosotras se pueda ver a vuestros fundadores y fundadoras.

Vivid con alegría y orgullo vuestra vocación eclesial, rezad unas por otras y ayudaos, rogad por las vocaciones religiosas, por lo sacerdotes y vocaciones sacerdotales. Y rezad también por la fecundidad del ministerio del Sucesor de Pedro que os habla. Sé que lo hacéis y os lo agradezco vivamente.

Yo presento al Señor vuestras personas e intenciones. Y os encomiendo a la Madre Santísima, modelo de las almas contemplativas, para que os haga, desde la cruz y gloria de su Hijo, alegre donación a la Iglesia.

Llevad mi cordial saludo a vuestras hermanas que no han podido venir a Ávila. Y a todas os bendigo con afecto en el nombre de Cristo.





VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


AL PUEBLO DE LA DIÓCESIS DE SALAMANCA


Alba de Tormes , lunes 1 de noviembre de 1982



86 Queridos hermanos y hermanas de Alba de Tormes y de Salamanca:

1. Constituye para mí motivo de especial alegría que las rutas teresianas me lleven a encontrarme hoy con vosotros: el Pastor diocesano, Autoridades y Pueblo de Dios de la diócesis de Salamanca, en esta villa de Alba de Tormes, tan excepcionalmente unida a Santa Teresa de Jesús.

Aquí, en Alba de Tormes, fundó ella el monasterio de la Anunciación; aquí, naciendo a la vida eterna, vio cumplido su anhelo: “Que muero porque no muero”; y aquí sus gentes son depositarias del tesoro de sus sagradas reliquias. Para los albenses, velar las reliquias de la reformadora del Carmelo y venerar a la Santa castellana, constituyen su gloria y orgullo más grandes.

Por esto no podía faltar mi presencia en este lugar, complemento natural de Avila, como ella lo es de Alba de Tormes, para clausurar oficialmente el año centenario de su muerte. Y hermanados en torno a su figura, veo a las autoridades y pueblo abulenses, como en los actos de esta mañana veía intencionalmente a las autoridades y pueblo albenses.

Estos encuentros de hoy tienen para mí un particular significado. No podéis imaginaros con qué admiración y cariño me acerco al contexto humano, lingüístico, cultural y religioso de la vida y obra de Santa Teresa de Jesús. Ella, con San Juan de la Cruz, ha sido para mí maestra, inspiración y guía por los caminos del espíritu. En ella encontré siempre estímulo para alimentar y mantener mi libertad interior para Dios y para la causa de la dignidad del hombre.

2. Vosotros sois conciudadanos y herederos del mundo en que vivió Santa Teresa. Es verdad que aquel mundo ha sufrido en estos cuatro siglos grandes sacudidas y, en gran medida, ha desaparecido. Pero el mensaje de la Santa conserva hoy toda su verdad y fuerza.

Justamente los Pastores de la Iglesia de España han puesto un gran empeño en que, durante el año del IV centenario de su muerte, el pueblo cristiano no se contentase con celebrar una gloria del pasado, sino que se pusiese a la escucha del mensaje teresiano. Yo os animo por ello, cristianos de Alba de Tormes y de la diócesis de Salamanca, a seguir haciendo vida un mensaje en el que tanta parte ha tenido el alma de vuestro pueblo.

Ser fieles a ese mensaje significa ser fieles a las virtudes propias de los hombres y mujeres de estas tierras: la honradez, la laboriosidad, la discreción, el aprecio del hombre por lo que es más que por lo que tiene; significa también mejorar los valores tradicionales de la familia; significa apreciar como lo más grande a Dios y al hombre en tanto que capaz de Dios.

3. Conozco muy bien que estáis pasando tiempos difíciles. Son “tiempos recios”, como diría nuestra Santa. Entre otras cosas, la emigración, particularmente de la juventud, ha empobrecido vuestras zonas rurales. Valores, criterios y pautas de conducta contrarios a la fe cristiana han disminuido en algunos el vigor religioso y moral. En estas circunstancias, los cristianos habréis de vivir valientemente vuestra fe, tratando de integrar los criterios y pautas de la civilización actual con las creencias, moralidad y prácticas cristianas.

Por otra parte, la vida de vuestra capital, Salamanca, gira toda ella en torno a la Universidad Pontificia y a la Universidad Civil, continuadoras de la Universidad de Salamanca, de significación universal en la historia de la cultura. Y que, en su momento, proporcionó una feliz síntesis entre la fe cristiana y la vida y cultura humanas: síntesis que tanto echamos hoy de menos. Y que requiere un serio esfuerzo por parte de los responsables.

4. Yo os invito a superar estas dificultades apoyándoos en los imperativos del mensaje de Teresa de Jesús; os llamo a que tengáis “ánimos para grandes cosas”, como los tuvisteis en el pasado. Pero únicamente en la experiencia teresiana del amor de Dios encontraréis fuerzas y libertad para ellas, “porque no tendrá ánimo para cosas grandes quien no entiende que está favorecido por Dios” (S. Teresa, Vida, 10, 6).

87 Yo os pido que ensanchéis el alma, que “no apoquéis los deseos”. Abríos al futuro. Arriesgaos como Teresa de Jesús, de quien no me resisto a citar estas palabras: “Importa mucho y el todo . . . una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar (a la fuente de la vida), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo” (EIUSDEM, Camino de perfección, 35, 2).

Antes de terminar este acto, permitidme saludar con la mayor cordialidad a los hermanos portugueses que han venido hasta aquí a ver al Papa. Ellos devuelven el hermoso gesto eclesial de los tantos españoles que fueron a verme en Fátima. Carísimos: gracias por vuestra visita y afecto que tanto aprecio. Que la Madre común, a quien tanto veneráis en Portugal y en España, os proteja siempre.

Queridos hermanos y hermanas todos: A vosotros y a vuestras familias os doy de corazón la Bendición Apostólica







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


EN EL ACTO DE CLAUSURA DEL IV CENTENARIO


DE LA MUERTE DE SANTA TERESA DE JESÚS


Alba de Tormes, lunes 1 de noviembre de 1982



Mis queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas de Santa Teresa:

1. Nos hallamos congregados junto al sepulcro que guarda, como precioso tesoro, las insignes reliquias del cuerpo de Santa Teresa de Jesús.

Al clausurar solemnemente este IV centenario, abierto hace un año por el cardenal Enviado especial mío, quiero que mis palabras sean una evocación y una plegaria dirigida a Teresa de Jesús, presente entre nosotros en la comunión de los santos.

2. Ante todo, la evocación de aquella muerte gloriosa.

¡Teresa de Jesús! Quiero recordar las palabras de los últimos instantes de tu vida:

La humilde confesión de tus faltas: “Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies” (Ps 50,19).

La exhortación a tus hijas a mantener intacta tu herencia espiritual, la fidelidad al carisma.

88 El deseo de ver a Dios: “Señor mío, tiempo es ya que nos juntemos; ya es tiempo de caminar”.

La gozosa profesión de fe: “En fin, Señor, soy hija de la Iglesia”.

Entregaste tu vida al Señor, envuelta en el cariño maternal de esa Iglesia de la que te sentías hija: con la gracia del sacramento de la penitencia, el viático de la Eucaristía, la santa unción de los enfermos.

Fue la tuya una muerte de amor, como bien expresó San Juan de la Cruz: “Consumida por la llama de amor viva, se rompió la tela del dulce encuentro con Dios” (San la Cruz, Llama de amor viva, 1, 29-30).

“Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió . . . y que vive en ella Cristo” (Santa Teresa, Castillo interior, VII, 1, 3).

3. Vives con Cristo en la gloria y estás presente en la Iglesia, caminando con ella por los senderos de los hombres.

En tus escritos plasmaste tu voz y tu alma. En tu familia religiosa perpetúas tu espíritu. Nos has dejado como lección la amistad con Cristo. Nos has legado como testamento el amor y servicio a la Iglesia. “¡Dichosas vidas - como la tuya - que en esto se acabaren!” (EIUSDEM, Vida, 40, 15.

Tu patria es España, pero todo el mundo es hoy tu hogar, donde habitan tus hijas y tus hijos, donde hablas desde las páginas de tus libros.

Eres mensajera de Cristo. Eres palabra universal de experiencia de Dios. Tu vivo lenguaje castellano ha sido traducido en muchos idiomas. Tus autógrafos se han multiplicado en ediciones sin fin. Has entrado en la cultura religiosa de la humanidad. Estás presente, honrando a la Iglesia, en la literatura universal.

¡Se han cumplido, Teresa, tus deseos de servir al Señor sin límites de tiempo ni de espacio, hasta el día de la venida gloriosa de Jesús!

4. Suba ahora hasta el Padre, por intercesión tuya, Teresa de Jesús, la ardiente plegaria del Papa peregrino.

89 Te pido por la Iglesia nuestra Madre: “No ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia” (EIUSDEM, Camino de perfección, 35, 5).

Intercede por su extensión evangelizadora y por su santidad, por sus pastores, sus teólogos y ministros, por los hombres y mujeres que han consagrado a Cristo, por los fieles de la familia de Dios.

Te ruego por un mundo en paz, sin guerras fratricidas como las que herían tu corazón.

Descubre a todos los cristianos el mundo interior del alma, tesoro escondido dentro de nosotros, castillo luminoso de Dios. Haz que el mundo exterior conserve la huella del Creador y sea libro abierto que nos habla de Dios (Cfr. Santa Teresa, Vida, 9, 5).

Acoge mi súplica por las almas que alaban a Dios con sosiego, por los que han recibido la gran dignidad de ser amigos de Dios, por los que buscan a Dios en tinieblas, para que se les revele la Luz que es Cristo.

Bendice a los que buscan el entendimiento y la armonía, a los que promueven la hermandad y la solidaridad, porque “es menester hacerse espaldas unos a otros” y “crece la caridad con ser comunicada” (Ibid. 7, 22).

Protege a los hombres del mar y del campo, a los que trabajan y a los que dan trabajo, a los ancianos que en ti encuentran un modelo de sabiduría y de incansable creatividad.

Bendice a las familias, a los jóvenes, a los niños. Que encuentren un mundo de paz y libertad, digno de hombres llamados a la comunión con Dios, donde puedan cultivarse esas virtudes humanas que tú llevaste al esplendor de la santidad cristiana: la verdad y la justicia, la fortaleza y el afabilidad, la simpatía y el agradecimiento.

Pongo en tus manos la causa de los pobres que tú tanto amaste. Haz que se cumplan tus ideales de justicia en una fraterna comunión de bienes: porque todos los bienes son de Dios y El los reparte a algunos como administradores suyos, para que los compartan con los pobres (Cfr. EIUSDEM, Pensamientos sobre el amor de Dios, 2, 8).

Intercede por los enfermos, objeto de tus cuidados hasta el fin de tus días. Ayuda a los desvalidos, a los marginados, a los oprimidos, para que en ellos se respete y honre la morada de Dios, su imagen y semejanza.

5. ¡Teresa de Jesús, que sigues viviendo en esta tierra de España! Te pido por todos sus pueblos. Haz que vivan la riqueza de sus valores culturales en espíritu de fraterna y solidaria comunicación.

90 A ti que eres amiga de Dios y de los hombres, y con tus escritos abres caminos de unidad, te encomiendo la unidad de la Iglesia y de la familia humana: Entre los cristianos de diversas confesiones, entre miembros de diversas religiones, entre hombres de diferentes culturas. Que todos se sientan como tú los sentías: “hijos de Dios y hermanos” (Santa Teresa, Castillo interior, V, 2, 11).

Haz que se cumpla tu oración y tu palabra de esperanza, escrita en el Castillo interior (Ibid. VII, 2, 7-8).

“Orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus Apóstoles, dijo que fuesen una cosa con el Padre y con El, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El (Cfr. Io. 17, 21). ¡No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también”. Haz que todos lleguemos donde tú llegaste: hasta la comunión con la Trinidad, “donde nuestra imagen está esculpida” (Santa Teresa, Castillo interior, VII, 2, 7-8).

¡Teresa de Jesús, escucha mi oración! Suba hasta el trono de la sabiduría de Dios la acción de gracias de la Iglesia, por lo que has sido y has hecho, por lo que todavía harás en el Pueblo de Dios que te honra como Doctora y Maestra espiritual. Quiero hacerlo con tus mismas palabras de alabanza y bendición:

“¡Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito! Amén. Amén” (Ibid.4).







Discursos 1982 79