Discursos 1982 90


VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS PROFESORES DE TEOLOGÍA


EN LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA


Lunes 1 de noviembre de 1982



Queridos hermanos:

1. Como en mi viaje a Alemania, he deseado en esta visita a España tener un encuentro personal con vosotros, los profesores de teología en las facultades y seminarios. Me une cordialmente a vosotros el recuerdo de mi docencia universitaria, teológica y filosófica, en Polonia, y sobre todo la persuasión de la función relevante de la teología en la comunidad eclesial. Por eso ya en mi primera Encíclica, la “Redemptor Hominis”, escribía: “La teología tuvo siempre y sigue teniendo una gran importancia, para que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda de manera creativa y fecunda participar en la misión profética de Cristo” (IOANNIS PAULI PP. II Redemptor Hominis RH 19).

Para encontrarme con vosotros he escogido esta célebre y hermosa ciudad de Salamanca, que con su antigua universidad fue centro y símbolo del período áureo de la teología en España, y que desde aquí irradió su luz en el Concilio de Trento, contribuyendo poderosamente a la renovación de toda la teología católica.

El breve tiempo de que dispongo, no me permite evocar todas las egregias figuras de aquella época. Pero no puedo menos de mencionar los nombres del exegeta, teólogo y poeta Fray Luis de León, del “Doctor Navarrus” Martín de Azpilcueta, del maestro de maestros Francisco de Vitoria, de los teólogos tridentinos Domingo de Soto y Bartolomé de Carranza, de Juan de Maldonado en París, de Francisco de Toledo y Francisco Suárez en Roma, de Gregorio de Valencia en Alemania. ¿Y cómo olvidar a los “doctores de la Iglesia”, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús?

En aquellos tiempos tan difíciles para la cristiandad, estos grandes teólogos se distinguieron por su fidelidad y creatividad. Fidelidad a la Iglesia de Cristo y compromiso radical por su unidad bajo el primado del Romano Pontífice. Creatividad en el método y en la problemática.

91 Junto con la vuelta a las fuentes —la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición— realizaron la apertura a la nueva cultura que estaba naciendo en Europa, y a los problemas humanos (religiosos, éticos y políticos) que surgieron con el descubrimiento de mundos nuevos en Occidente y Oriente. La dignidad inviolable de todo hombre, la perspectiva universal del derecho internacional (ius gentium) y la dimensión ética como normativa de las nuevas estructuras socio-económicas, entraron plenamente en la tarea de la teología y recibieron de ella la luz de la revelación cristiana.

Por eso, en los tiempos nuevos y difíciles que estamos viviendo, los teólogos de aquella época siguen siendo maestros para vosotros, en orden a lograr una renovación, tan creativa como fiel, que responda a las directrices del Vaticano II, a las exigencias de la cultura moderna y a los problemas más profundos de la humanidad actual.

2. La función esencial y específica del quehacer teológico no ha cambiado, ni puede cambiar. La formuló ya en el siglo XI San Anselmo de Canterbury en una frase admirable por exactitud y densidad: Fides quaerens intellectum, la fe que busca comprender. La fe no es pues solamente el presupuesto imprescindible y la disposición fundamental de la teología: la conexión entre ambas es mucho más íntima y profunda.

La fe es la raíz vital y permanente de la teología, que brota precisamente del preguntar y buscar, intrínsecos a la misma fe, es decir, de su impulso a comprenderse a sí misma, tanto en su opción radicalmente libre de adhesión personal a Cristo, cuanto en su asentimiento al contenido de la revelación cristiana. Hacer teología es, pues, una tarea exclusivamente propia del creyente en cuanto creyente, una tarea vitalmente suscitada y en todo momento sostenida por la fe, y por eso pregunta y búsqueda ilimitada.

La teología se mantiene siempre dentro del proceso mental, que va del “creer” al “comprender”; es reflexión científica, en cuanto conducida críticamente, es decir, consciente de sus presupuestos y de sus exigencias para ser universalmente válida; metódicamente, a saber, conforme a las normas impuestas por su objeto y por su fin; sistemáticamente, es decir, orientada hacia una comprensión coherente de las verdades reveladas en su relación al centro de la fe, Cristo, y en su significado salvífico para el hombre.

El teólogo no puede limitarse a guardar el tesoro doctrinal heredado del pasado, sino que debe buscar una comprensión y expresión de la fe, que hagan posible su acogida en el modo de pensar y de hablar de nuestro tiempo. El criterio que debe guiar la reflexión teológica es la búsqueda de una comprensión renovada del mensaje cristiano en la dialéctica de renovación en la continuidad, y viceversa (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Belgii episcopos occasione oblata «ad limina» visitationis coram admissos, die 18 sept. 1982: vide supra, pp. 474 ss).

3. La situación de la cultura actual, dominada por los métodos y por la forma de pensar propios de las ciencias naturales, y fuertemente influenciada por las corrientes filosóficas que proclaman la validez exclusiva del principio de verificación empírica, tiende a dejar en silencio la dimensión trascendente del hombre; y por eso, lógicamente, a omitir o negar la cuestión de Dios y de revelación cristiana.

Ante esta situación, la teología está llamada a concentrar su reflexión en los que son sus temas radicales y decisivos: el misterio de Dios, del Dios Trinitario, que en Jesucristo se ha revelado como el Dios-Amor; el misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que con su vida y mensaje, con su muerte y resurrección, ha iluminado definitivamente los aspectos más profundos de la existencia humana; el misterio del hombre, que en la tensión insuperable entre su finitud y su aspiración ilimitada, lleva dentro de sí mismo la pregunta irrenunciable del sentido último de su vida. Es la teología misma la que impone la cuestión del hombre, para poder comprenderlo como destinatario de la gracia y de la revelación de Cristo.

Si la teología ha necesitado siempre del auxilio de la filosofía, hoy día esta filosofía tendrá que ser antropológica, es decir, deberá buscar en las estructuras esenciales de la existencia humana las dimensiones trascendentes que constituyen la capacidad radical del hombre de ser interpelado por el mensaje cristiano, para comprenderlo como salvífico, es decir, como respuesta de plenitud gratuita a las cuestiones fundamentales de la vida humana. Este fue el proceso de reflexión teológica seguido por el Concilio Vaticano II en la Constitución “Gaudium et Spes”: la correlación entre los problemas hondos y decisivos del hombre, y la luz nueva que irradia sobre ellos la Persona y el mensaje de Jesucristo (Cfr. Gaudium et Spes
GS 9-21).

Se ve así que la teología de nuestro tiempo necesita de la ayuda, no solamente de la filosofía, sino también de las ciencias, y sobre todo de las ciencias humanas, como base imprescindible para responder a la pregunta de “qué es el hombre”. Por eso, en las facultades de teología no pueden faltar los cursos y “seminarios” interdisciplinares.

4. La fe cristiana es eclesial, es decir, surge y permanece vinculada a la comunidad de los que creen en Cristo, que llamamos Iglesia. Como reflexión nacida de esta fe, “la teología es ciencia eclesial porque crece en la Iglesia y actúa en la Iglesia; por eso nunca es cometido de un especialista, aislado en una especie de torre de marfil. Está al servicio de la Iglesia y, por lo tanto, debe sentirse dinámicamente integrada en la misión de la Iglesia, especialmente en su misión profética” (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad academicas Auctoritates, Professores et Alumnos Pontificiae Universitatis Gregorianae, aggregatorumque Institutorum, in eiusdem Athenaei aedibus habita, 6, die 15 dec. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 (1979) 1424).

92 La tarea del teólogo lleva pues el carácter de misión eclesial, como participación en la misión evangelizadora de la Iglesia y como servicio preclaro a la comunidad eclesial.

Aquí se funda la grave responsabilidad del teólogo, quien debe tener siempre presente que el Pueblo de Dios, y ante todo los sacerdotes que han de educar la fe de ese Pueblo, tienen el derecho a que se les explique sin ambigüedades ni reducciones las verdades fundamentales de la fe cristiana. “Hemos de confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida y vivida, como la confesó Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Esta es la Buena Noticia, en cierto sentido única: la Iglesia vive por ella y para ella, así como saca de ella todo lo que tiene para ofrecer a los hombres” (IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio ad Episcopos, in urbe «Puebla» aperientis III Coetum Generalem Episcoporum Americae Latinae habita, I, 3, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II [1979] 192). “Debemos servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Debemos servirles en su sed de verdades totales; sed de verdades últimas y definitivas, sed de la Palabra de Dios, sed de unidad entre los cristianos” (IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio ad academicas Auctoritates, Professores et Alumnos Pontificiae Universitatis Gregorianae, aggregatorumque Institutorum, in eiusdem Athenaei aedibus habita, 6, die 15 dec. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 [1979] 1424).

5. La conexión esencial de la teología con la fe, fundada y centrada en Cristo, ilumina con toda claridad la vinculación de la teología con la Iglesia y con su Magisterio. No se puede creer en Cristo sin creer en la Iglesia “Cuerpo de Cristo”; no se puede creer con fe católica en la Iglesia, sin creer en su irrenunciable Magisterio. La fidelidad a Cristo implica, pues, fidelidad a la Iglesia; y la fidelidad a la Iglesia conlleva a su vez la fidelidad al Magisterio. Es preciso, por consiguiente, darse cuenta de que con la misma libertad radical de la fe con que el teólogo católico se adhiere a Cristo, se adhiere también a la Iglesia y a su Magisterio.

Por eso, el Magisterio eclesial no es una instancia ajena a la teología, sino intrínseca y esencial a ella. Si el teólogo es ante todo y radicalmente un creyente, y si su fe cristiana es fe en la Iglesia de Cristo y en el Magisterio, su labor teológica no podrá menos de permanecer fielmente vinculada a su fe eclesial, cuyo intérprete auténtico y vinculante es el Magisterio.

Sed, pues, fieles a vuestra fe, sin caer en la peligrosa ilusión de separar a Cristo de su Iglesia, ni a la Iglesia de su Magisterio. “El amor a la Iglesia concreta, que incluye la fidelidad al testimonio de la fe y al Magisterio eclesiástico, no aliena al teólogo de su quehacer propio, ni lo priva de su irrenunciable consistencia. Magisterio y teología tienen una función diversa. Por eso no pueden ser reducidos uno al otro” (IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio Ottingae, ad sacrae theologiae tradendae munere fungentes habita, 3, die 18 nov. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III,
III 2,0 [1980] 1337).

Pero no son dos tareas opuestas, sino complementarias. “El Magisterio y los teólogos, en cuanto deben servir a la verdad revelada, están ligados por los mismos vínculos, es decir, están vinculados a la Palabra de Dios, al “sentido de la fe” (sensus fidei) . . ., a los documentos de la Tradición, en los que se propone la fe comunitaria del Pueblo de Dios; finalmente, a la tarea pastoral y misional, a la que ambos deben atender” (EIUSDEM, Allocutio ad sodales Commissionis Internationalis Theologicae habita, 7, die 26 oct. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 [1979] 970). Por ello, el Magisterio y la teología deberán permanecer en un diálogo, que resultará fecundo para los dos y para el servicio de la comunidad eclesial.

6. Queridísimos profesores: Sabed que el Papa, que ha sido también hombre de estudio y de universidad, comprende las dificultades y las exigencias enormes de vuestro trabajo. Es una tarea callada y abnegada, que os pide la dedicación plena a la investigación y a la enseñanza. Porque la enseñanza sin la investigación corre el peligro de caer en la rutina de la repetición.

Sabed ser creativos cada día, para lo cual tenéis que estar en vanguardia de las cuestiones actuales mediante una lectura asidua de las publicaciones de más alta calidad y el duro esfuerzo de la reflexión personal. Haced teología con el rigor del pensamiento y con la actitud de un corazón por Cristo, por su Iglesia y por el bien de la humanidad. Sed tenaces y constantes en la maduración continua de vuestras ideas y en la exactitud de vuestro lenguaje. Quisiera que no olvidaseis estas palabras: vuestra misión en la Iglesia es tan ardua como importante. Vale la pena dedicarle la vida entera; vale la pena por Cristo, por la Iglesia, por la formación sólida de sacerdotes - y también de religiosos y seglares - que eduquen con fidelidad y competencia la conciencia de los fieles en el seguro camino de salvación.

La vuestra no ha sido una tarea en vano. El número y nivel de las facultades teológicas de España, juntamente con la calidad de sus publicaciones, garantizan a la teología española un lugar muy digno en la teología católica actual. Quisiera también poner de relieve la importancia especial de los centros teológicos para seglares: son una promesa para el futuro de la Iglesia.

Mi última palabra de saludo es para vosotros, queridísimos estudiantes. La Iglesia confía en vosotros y os necesita. Aprended a pensar con hondura. Levantad vuestra mirada a las necesidades del mundo de hoy, y sobre todo a la necesidad de llevarle la salvación en la Persona y el mensaje de Cristo, a cuya comprensión dedicáis vuestra formación teológica.

7. A la Madre común, “Sedes Sapientiae”, encomiendo vuestras personas y tareas. Sea Ella, que tan profundamente conoció a su Hijo y tan fielmente lo siguió, la que os muestre siempre el camino hacia Jesús.

93 Para que viváis lo estudiado y enseñado. Para que en la cátedra y en las publicaciones no haya nada que no corresponda a la fe de la Iglesia y a las directrices del Magisterio. Para que sintáis el gozo y la responsabilidad eclesial de dar la auténtica doctrina de Cristo a quienes la han de comunicar a los demás. Para que seáis de veras servidores de quien es luz, verdad, salvación. En su nombre os aliento y bendigo con afecto, junto con todos los profesores de teología de España y sus alumnos.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A SUS MAJESTADES


Y A LAS AUTORIDADES DEL GOBIERNO


EN EL PALACIO REAL


Martes 2 de noviembre de 1982



Majestades,
Señores:

1. Es para mí motivo de satisfacción tener este encuentro con vuestras Majestades, con las Autoridades del Gobierno y los Representantes del Parlamento. Así como con los demás distinguidos miembros de los sectores más calificados de la sociedad española.

Agradezco ante todo la exquisita acogida, en perfecta consonancia con el profundo sentido de hospitalidad del pueblo español, y las deferentes palabras de Su Majestad, que tan autorizadamente interpreta el sentir de los españoles.

Y aunque mi viaje a España tiene un carácter eminentemente religioso, con esta visita de cortesía deseo expresar mi saludo y mi respeto a los legítimos Representantes del pueblo español, que los ha elegido como mandatarios suyos, para regir los destinos de la nación. Un respeto que quise dejar fuera de toda sombra de duda - si en alguno hubiera podido insinuarse - ya antes de mi venida y que hoy reitero en vuestro presente contexto público.

2. En la misma línea de mis precedentes viajes apostólicos, llego a España como mensajero de la fe, para cumplir el mandato de Cristo de enseñar su doctrina a todas las gentes. Un mensaje que es nuevo para cada persona o generación y es siempre Buena Nueva, porque habla de fe, de amor entre los hombres, respeto a su dignidad y valores fundamentales, de paz, de concordia, de libertad y de convivencia. Causas todas ellas que ayudan a la promoción del hombre y que tanto lugar ocupan en mis propias tareas.

Buena Nueva también para los pueblos, especialmente cuando están empeñados en construir sobre bases renovadas su presente y su futuro. Porque la Iglesia, respetando gustosamente los ámbitos que no le son propios, señala un rumbo moral, que no es divergente o contrario, sino que coincide con las exigencias de la dignidad de la persona humana y los derechos y libertades a ella inherentes. Y que constituyen la plataforma de una sana sociedad.

Es lógico a la vez que, fiel a su deber y aun respetando la autonomía del orden temporal (Gaudium et Spes GS 36), la Iglesia pida la misma consideración hacia su misión, cuando se trata de la esfera de cosas que miran a Dios y que rigen la conciencia de sus hijos. En las diversas manifestaciones de su vida personal y social, privada y pública.

3. Soy consciente de que vengo a una nación de gran tradición católica, muchos de cuyos hijos contribuyeron intensamente a la humanización y evangelización de otros pueblos. Son páginas históricas que hablan muy alto de vuestro pasado.

94 Ahora estáis comprometidos en una nueva estructuración de vuestra configuración pública, que respete debidamente la unidad y peculiaridades de los diversos pueblos que integran la nación. Sin pretender dar juicios concretos sobre aspectos que no son de mi incumbencia, pido a Dios que os dé acierto en las soluciones a adoptar, para que se preserve la armónica convivencia, la solidaridad, el mutuo respeto y bien de todos.

Ese equilibrio de España repercutirá de manera positiva en el área geográfica de la que formáis parte, y en la que legítimamente deseáis integraros de modo más pleno. Una España próspera y en paz, empeñada en promover relaciones fraternas entre sus gentes y que no olvide sus esencias humanas, espirituales y morales, podrá dar una valiosa contribución a un futuro de justicia y paz en Europa y en el concierto de las naciones; sobre todo de aquellas con las que os unen especiales vínculos históricos.

4. Para lograr esos objetivos sé que os estáis esforzando por crear una convivencia civil en la libertad, participación y respeto de los derechos humanos. Dentro de la pluralidad de opciones legítimas y del debido respeto entre ellas que siente la sociedad española.

Os deseo que se salvaguarde siempre la libertad solidaria y responsable, ese don precioso de la persona humana y fruto de su dignidad. Y que vuestro sistema de libertad se base en todo momento en la observancia de los valores morales de la misma persona. Así podrá ella realizarse de veras, individual y colectivamente.

5. No puedo concluir estas palabras sin renovar mi agradecimiento a Su Majestad el Rey y al Gobierno, por la invitación a venir a este nobilísimo país, y por todas las facilidades que están prestando al mejor desarrollo del mismo. Quiero asegurarles mi profundo aprecio por todo ello.

Que Dios bendiga a la Familia Real, a las Autoridades todas y al querido pueblo español, para que disfrute siempre de un clima de paz, prosperidad, justicia y concordia.







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

VISITA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA SEDE DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL TURISMO


Madrid, martes 2 de noviembre de 1982



Señor Secretario general, señoras y señores,

He aceptado con gusto la amable invitación a visitar la sede de la Organización mundial del Turismo, que tiene el cometido de promover el turismo, para facilitar la comprensión entre los pueblos y también la paz, dentro del respeto de los derechos y libertad del hombre, sin distinción de raza, lengua o religión (Cfr. Statuto della OMT, 3).

Me complazco de la dinámica actividad que esta Organización realiza en favor de los intereses turísticos de los países en vías de desarrollo, para promover en ellos un turismo que se traduzca en elevación social de sus poblaciones y en crecimiento cultural para los visitantes. Función compleja y delicada, si se quiere asegurar un desarrollo del fenómeno a dimensión humana, y que salvaguarde las sanas tradiciones de las diversas civilizaciones. Tal tipo de turismo será un instrumento privilegiado para reforzar y multiplicar las relaciones mutuas que enriquecen la comunidad humana (Cfr. Gaudium et Spes GS 61). Y ayudará a establecer esos vínculos de solidaridad, de los que el mundo actual, turbado por las guerras, tiene tanta necesidad.

Mérito vuestro es haber sabido indicar, con la colaboración de las delegaciones de más de cien países, las características necesarias para favorecer un salto de calidad del turismo. La Declaración de Manila (1980) puede muy bien ser considerada como un jalón esencial en la historia del turismo.

95 Un peligro en la expansión del fenómeno turístico es que su desarrollo esté motivado por meras preocupaciones económicas - descuidando su aspecto cultural y el debido respeto a la ecología - o por la tendencia a matar el tiempo, en vez de ser una pausa reparadora de las fuerzas psicofísicas gastadas en el trabajo. Ante ello hay que procurar la superación de estos hechos negativos, para favorecer los positivos valores potenciales del turismo (Cfr. Peregrinans in Terra, 8-12).

Pero no basta. En efecto, lo fundamental en la fenomenología del turismo es reconocer al hombre como su causalidad final: “El hombre contemporáneo en su única e irrepetible realidad humana” (IOANNIS PAULI PP. II Redemptor Hominis
RH 10), en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y de su ser comunitario (cfr. Ibid. 14); en una palabra, el hombre en la dignidad de su persona. Porque cuando se quiere valorizar lo “social”, conviene tener presente que lo “social” está contenido en lo “humano”.

Recordar, como se ha ratificado en la “Reunión mundial” de Acapulco (1982), que el hombre no debe caer en manipulaciones interesadas, sino ser el “protagonista de sus vacaciones”, no es un sueño, ni una utopía. Significa poner en el centro el elemento sin el cual la industria del turismo entraría en contradicción con una humanidad a la que pretendiera ayudar. Por otra parte, si el turismo es un derecho, es también verdad que es practicado por el hombre e implica su acción. Más que un simple descanso o una especie de evasión, es para el hombre una actividad compensadora que debe ayudarle a “re-crearse” a través de nuevas experiencias, derivadas de opciones rectas y libres.

De ahí la necesidad de una formación adecuada tanto del turista como del operador turístico a cuya honestidad y capacidad se confía, así como del que ofrece la hospitalidad. Como todo desarrollo social, también en del turismo, en sus diversas formas, exige un desarrollo proporcional de la vida moral. Ha sido por ello un acto coherente por parte de vuestra Organización haber discutido y recomendado la exigencia de tal preparación efectiva, apelándose a la responsabilidad de todos los educadores, sin la cual el turismo puede precipitar en una forma moderna de alienación, con derroche de dinero y de tiempo, en vez de ser un medio de perfeccionamiento integral de la persona.

Por lo que se refiere al trabajo, justamente considerado como presupuesto necesario del turismo, no es la única fuente de valores éticos. También el tiempo libre —y por consiguiente el turismo en cuanto su componente principal— es una posibilidad integradora; y si es bien aprovechado, se transforma para la persona en capacidad de auto-educación y de cultura; por lo tanto el turismo, por sí mismo, es un valor y no un banal hecho de consumismo.

Frente a un fenómeno social de tanta amplitud y complejidad, no ha de extrañar el interés que pone en él la Santa Sede. La Iglesia, en efecto, no es una sociedad cerrada, sino que posee el sentido del multiplicarse de las formas culturales. Ella se mueve día a día hacia la parusía, en continuo “espíritu nuevo” (Rm 7,6). Por esto quiere servir al hombre tal como se presenta en el contexto de las realidades de la civilización actual. Para acompañarlo en sus rápidos cambios (Cfr. Gaudium et Spes GS 2 Gaudium et Spes GS 3 Gaudium et Spes GS 54 Gaudium et Spes GS 55 Peregrinans in Terra GS 1); con amor y esperanza en un mañana mejor, en el que los pueblos se reconozcan más hermanos, gracias a la paz que presupone y favorece un turismo bien vivido.

Señores: Según Platón, el universo que vemos es una gran sombra que anuncia el sol que está detrás. Ojalá que vuestra concorde actividad ayude a humanizar cada vez más el turismo. Y también a habilitar a los hombres para saber intuir, más allá de las sobras de nuestro siglo, el verdadero Sol de verdad y de justicia, de amor y de inmortalidad que, proyectándose en el espacio, lo ilumina y espera a todos en su misterio infinito.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


Madrid, martes 2 de noviembre de 1982



Excelencias,
señoras y señores:

1. Es un motivo de satisfacción para mí que la visita pastoral a esta nación me ofrezca la oportunidad de encontrarme con vosotros, distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático, que estáis investidos de una misión tan importante en este noble país.

96 Vosotros constituís un Cuerpo especializado que, en su conjunto y en sus diversas actividades, presenta la imagen de aquella realidad amplia que es la comunidad de las naciones. Por eso, al tributaros el homenaje de mi cordial estima, saludo asimismo a cada uno de los países y de los pueblos de quienes sois los altos representantes.

La vuestra es indudablemente una gran misión. Si es verdad que la diplomacia es el arte de hacer la paz, es consecuentemente el arte de trabajar por la justicia entre los pueblos y por su bien común. Todo esfuerzo encaminado a la victoria de la justicia, fortalece de por sí la paz, la cual es condición indispensable para el verdadero progreso, es decir, para un uso ordenado de los bienes de la tierra. Vosotros, pues, participáis por profesión en la gran obra de la paz, de la justicia y del bien común.

2. Sabéis bien, por otra parte, que la Iglesia trabaja incesantemente por la consecución de tales objetivos, desde el momento en que su ministerio está orientado a establecer en los corazones no sólo la aspiración, sino la voluntad decidida de colaborar denodadamente en la realización de la justicia, de una fraternidad solidaria y de un bienestar difundido y justamente repartido.

En el gesto de cortesía manifestado con vuestra presencia, creo descubrir un signo de consideración hacia la actividad de la Iglesia y de la Santa Sede en favor de la humanidad. Es ciertamente un servicio de naturaleza trascendente, pero al mismo tiempo sumamente concreto, que se inserta en el contexto vivo de la convivencia humana.

En efecto, en presencia de las actuales crisis sociales, económicas y políticas; ante los dolorosos contrastes entre las naciones; frente a la soledad del hombre en su búsqueda de valores y significados auténticos y perennes, la Iglesia aporta sus verdades, afirmando la superioridad del espíritu, sosteniendo el sentido ético de la historia y alentando hacia metas trascendentes.

3. Vuestra misión os pone día a día en contacto con la realidad siempre interpeladora de la situación internacional: os incumbe el deber de defender los intereses legítimos de vuestros respectivos países, pero sois conscientes de que tales intereses están relacionados con los de los otros pueblos; que existe una estrecha interdependencia, que bien podemos llamar planetaria.

En efecto, los problemas que se presentan, las causas que constituyen su base, las soluciones que se imponen, han adquirido una dimensión mundial. Me atrevería a decir incluso que es peligroso para todos y cada uno de los países situarse fuera de una tal visión universal articulada.

Esta, a su vez, exige necesariamente la solidaridad entre los pueblos, es decir, la cooperación mutua. Como dije en Ginebra, el 15 de junio pasado, dirigiéndome a la Conferencia Internacional del Trabajo: “Para crear un mundo de justicia y de paz, la solidaridad debe destruir los fundamentos del odio, del egoísmo, de la injusticia, erigidos con demasiada frecuencia en principios ideológicos o en ley esencial de la vida en sociedad” (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio Genevae, ad eos qui LXVIII conventui Conferentiae ab omnibus nationibus de humano labore interfuere habita, 9, die 15 iun. 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 2 (1982) 2261).

Como podréis fácilmente comprender, la primera solidaridad requerida es la dirigida a la defensa de los valores morales; a ella habrá de estar unida la solidaridad ordenada a la solución de todos los problemas humanos, entre ellos, obviamente, los de índole económica.

Quisiera añadir: La solidaridad, no sólo por los objetivos que la reclaman, sino en sí misma, es un valor ético, una obligación moral, según la cual cada pueblo, al procurar el bien propio, debe preocuparse por el bien de todos los demás. Es una exigencia del principio de la interdependencia a la que antes me he referido.

4. Por otra parte, la función necesaria de la ética en las relaciones internacionales, no puede extrañar; detrás de cada Estado y Gobierno hay siempre unos pueblos, unos grupos humanos, y más concretamente unas personas revestidas de dignidad espiritual, sujetos siempre de derechos y deberes inalienables. La persona humana, con sus exigencias trascendentes y eternas, es criterio y medida de los esfuerzos de toda política incluso internacional.

97 A este respecto, me parecen apropiadas las palabras de la Encíclica “Redemptor Hominis”, inseridas en un contexto análogo: “Los derechos del poder civil no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos objetivos e inviolables del hombre” (IOANNIS PAULI PP. II Redemptor Hominis RH 17). En otras palabras, el poder de los Estados y las relaciones internacionales deben ser ejercidos según normas éticas exigidas por la dignidad de los pueblos y de las personas.

Reconocer, por otra parte, que las personas son sujetos de derechos y de deberes, y de un destino superior, es reconocer que son actores de la propia historia y de su progresiva humanización; que son responsables de las actividades dirigidas a realizar la vocación de la persona humana y dar un sentido a la existencia en cuanto existencia humana.

5. Excelencias, señoras y señores: Si he deseado compartir estas consideraciones con vosotros, que sois especialistas en el acuerdo y maestros en el diálogo, es porque estoy convencido de la insustituible contribución que estáis llamados a dar con el servicio diplomático.

Estos son los votos que formulo para vosotros, llamados a cooperar al bien de vuestros países, incrementando a la vez el bien de todos los demás: que sepáis desplegar vuestras fuerzas, experiencia y talentos en favor de la construcción de un mundo cada vez más solidario y humano.

Sobre vuestras personas, sobre vuestros nobles propósitos y esfuerzos, sobre vuestras familias, y finalmente sobre quienes confían en vuestro servicio, invoco copiosas bendiciones de Dios omnipotente.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS REPRESENTANTES DE MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


Madrid, martes 2 de noviembre de 1982



Queridos amigos, representantes de medios de comunicación social:

1. Recibid ante todo mi cordial saludo, lleno de estima hacia la importantísima función que desarrolláis en la sociedad moderna.

Mañana encontraré brevemente a los numerosos periodistas y profesionales de la televisión que cubren la información de mi viaje a España.

Ahora quiero entretenerme con vosotros, que representáis los centros programadores, colectores y difusores de esa ingente actividad del complejo mundo de la comunicación en sus varias formas. Un mundo de importancia capital en la vida de nuestro tiempo, por la delicadeza y extensión del fenómeno al que se refiere.

En efecto, a través de los organismos que dependen de vosotros, podéis recoger y ponderar el latido vital de nuestras sociedades. Transmitiendo esa “historia diaria”, y haciéndola en parte, a tantos millones de personas. Es un hecho que se nos hace habitual, pero no por eso resulta menos espectacular. Hoy el mundo es con frecuencia una inmensa audiencia y un único público, unido en torno a los mismos acontecimientos culturales, deportivos, políticos y religiosos.


Discursos 1982 90