Discursos 1982 98

98 La información y cultura han creado la necesidad de potenciarlas, y vosotros os dedicáis a esa hermosa tarea. Un servicio de incalculable trascendencia. Por las posibilidades enormes que encierra y la necesidad de no limitarse a informar, sino de promover los bienes de la inteligencia, de la cultura y de la convivencia, creando a la vez una recta opinión pública, tal como solicita el Concilio Vaticano II (Cfr. Inter Mirifica IM 8).

2. He pronunciado una palabra bien pensada: servicio. Porque, en efecto, con vuestro trabajo servís y debéis servir la causa del hombre en su integridad: en su cuerpo, en su espíritu, en su necesidad de honesto esparcimiento, de alimento cultural y religioso, de correcto criterio moral para su vida individual y social.

Se trata de una noble misión que enaltece a quien la ejerce dignamente, porque presta una valiosísima contribución al bien de la sociedad, a su equilibrio y enriquecimiento. Por eso la Iglesia atribuye tanta importancia al sector de la comunicación social y de transmisión de la cultura. Por ello no duda en invitar a los cristianos a adquirir la necesaria competencia técnica, y trabajar con buena conciencia en ese sensible campo, donde están en juego tan altos valores.

Al hacer con vosotros estas reflexiones, no puedo menos de pensar en que hay mucho de común entre vuestra misión y la mía, en cuanto servidores que somos de la comunicación entre los hombres. Me corresponde a mí, de manera singular, transmitir a la humanidad la Buena Noticia del Evangelio y con ella el mensaje de amor, de justicia y paz de Cristo. Valores que tanto podéis favorecer vosotros, en vuestro esfuerzo por hacer un mundo más unido, pacífico y humano, donde brille la verdad y la moralidad.

3. Un sector que tan de cerca toca la información y formación del hombre y de la opinión pública, es lógico que tenga exigencias muy apremiantes de carácter ético. Entre ellas están la de que quienes se dedican a la comunicación “conozcan y lleven a la práctica fielmente en este campo las normas de orden moral”(Ibid. 4), y que “la información sea siempre verdadera”, respetando “escrupulosamente las leyes morales y los legítimos derechos y dignidad del hombre” (Ibid. 5).

Así, desde una dimensión antropológica no reductiva, se podrá ofrecer un servicio de comunicación que responda a la verdad profunda del hombre. Y en la que las normas de la ética profesional hallen su sentido de convergencia con la Verdad que aporta el cristianismo.

La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero el responsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse la imposible objetividad. Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la verdad, la praxis de no manipular la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia ética y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal, político, económico o de grupo.

4. Para las personas de vuestra profesión existen numerosos textos deontológicos, la mayoría elaborados con gran sensibilidad ética. Ellos os animan a respetar la verdad, a defender el legítimo secreto profesional, a huir del sensacionalismo, a tener muy en cuenta la formación moral de la infancia y de la juventud, a promover la convivencia en el legítimo pluralismo de personas, grupos y pueblos.

Yo os aliento también a pensar en estos temas, no ya como protagonistas de la comunicación, sino como usuarios, como receptores. Pensad en vuestras familias y en vuestros hijos, receptores asimismo de un gran número de mensajes; algunos de los cuales no edifican, no construyen, sino que transmiten una idea degradada del hombre y de su dignidad, en aras quizá del permisivismo sexual, de la ideología de moda, de una crítica antirreligiosa de viejos resabios o de una cierta condescendencia ante fenómenos como la violencia.

No olvidéis nunca que de vuestra actuación depende a veces, al menos en buena parte, la conducta moral de tantos hombres y mujeres, en vuestra nación y aun fuera de ella. Según vuestro comportamiento, según el “producto” que aceptáis, pedís a vuestros colaboradores u ofrecéis, será motivo de mérito o de recriminación. Y nunca será algo exento de valoración moral, ante Dios, ante vuestra conciencia y ante la sociedad.

5. No puedo terminar este coloquio sin dirigir una palabra más específica a los sacerdotes, religiosos y laicos católicos aquí presentes, responsables de entes de comunicación de la Iglesia en los diversos campos.

99 Sabéis que vuestros Pastores siguen con interés y cariño esta preciosa actividad, imprescindible para que se oiga la voz de la Iglesia en la opinión pública, a través de esos medios de comunicación y cultura creados por la propia jerarquía, alguna familia religiosa, secular o por grupos católicos.

Muchas veces, por vuestra condición concreta y por el medio en el que trabajáis, los destinatarios de vuestros servicios pueden pensar que sois de un modo o de otro la voz de la Iglesia o de vuestros prelados. Ello os impone una mayor responsabilidad. De ahí la necesidad de afinar la sensibilidad, para identificarse plenamente, en las cuestiones fundamentales, dogmáticas y morales, con la auténtica voz del Magisterio, desde una actitud de amor a la Iglesia y de colaboración leal con ella. Sólo así se hace la labor constructiva, solo así se evita disolver el mensaje cristiano y confundir a los fieles con tomas de posición inaceptables o con críticas destructivas.

6. Queridos amigos: Permitidme que, con profunda estima y respeto por vuestra justa libertad, os aliente en vuestra alta misión humana y cristiana. La de servidores del hombre, hijo de Dios, y, cada vez más, ciudadano del mundo. La Iglesia aprecia y respeta vuestra labor. Pide también el respeto del vasto sector de la comunicación.

Que Dios bendiga vuestro trascendental trabajo y vuestra vida. Esta es mi oración por vosotros, por vuestras familias y por todos los que sirven la dignidad del hombre en la noble causa de la verdad.







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS RELIGIOSOS Y LOS MIEMBROS


DE LOS INSTITUTOS SECULARES MASCULINOS


Madrid, martes 2 de noviembre de 1982



Queridos hermanos,

1. El encuentro de oración en esta tarde, aquí en Madrid, casi al comienzo de mi peregrinación apostólica por España, es para mí un inmenso gozo. En efecto, se trata de un encuentro con personas muy queridas, cuya existencia, consagrada por los tres votos evangélicos, “pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia” (Lumen Gentium LG 44).

Pertenecéis a esa inmensa corriente vital que ha brotado con tanta generosidad en las tierras de España, y que ha hecho fructificar abundantemente la semilla evangélica en multitud de pueblos de todo el universo. Familias religiosas de antiguo abolengo y de más reciente creación, habéis servido con un corazón grande a todos los hombres, de todas las razas y de todas las lenguas; y, antes y ahora, habéis vivificado el tronco dos veces milenario de la Iglesia.

Os diré con palabras de San Pablo, que a continuamente estoy dando gracias a Dios por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Jesucristo: porque en El habéis sido enriquecidos con toda suerte de bienes . . ., habiéndose verificado así en vosotros el testimonio de Cristo” (1Co 4,6). El Papa agradece también la oportunidad de este encuentro que Santa Teresa de Jesús me ha facilitado, porque ella ha sido la ocasión que tanto esperaba para poder hablaros al corazón.

Sois una gran riqueza de espiritualidad y de iniciativas apostólicas en el seno de la Iglesia. De vosotros depende en buena parte la suerte de la Iglesia.

Esto os impone una grave responsabilidad y exige una profunda conciencia de la grandeza de la vocación recibida y de la necesidad de adecuarse cada vez más a ella. Se trata, en efecto, de seguir a Cristo y, respondiendo afirmativamente a la llamada recibida, servir gozosamente a la Iglesia en santidad de vida.

100 2. Vuestra vocación es iniciativa divina; un don hecho a vosotros y, al mismo tiempo, un regalo para la Iglesia. Confiados en la fidelidad del que os llamó y en la fuerza del Espíritu, os habéis puesto a disposición de Dios con los votos de pobreza, castidad consagrada y obediencia; y esto, no por un tiempo, sino para toda la vida, con un “compromiso irrevocable”. Habéis pronunciado en la fe un sí para todo y para siempre. Así, en una sociedad en la que con frecuencia falta la valentía para aceptar compromisos, y en la que muchos prefieren vanamente una vida sin vínculos, dais el testimonio de vivir con compromisos definitivos, en una decisión por Dios que abarca toda la existencia.

Vosotros sabéis amar. La calidad de una persona se puede medir por la categoría de sus vínculos. Por eso cabe decir gozosamente que vuestra libertad se ha vinculado libremente a Dios con un voluntario servicio, en amorosa servidumbre. Y, al hacerlo, vuestra humanidad ha alcanzado madurez. “Humanidad madura —escribí en la Encíclica “Redemptor Hominis”—, significa pleno uso del don de la libertad, que hemos obtenido del Creador, en el momento en el que El ha llamado a la existencia al hombre hecho a su imagen y semejanza. Este don encuentra su plena realización en la donación sin reservas de toda la persona humana concreta, en espíritu de amor nupcial a Cristo y, a través de Cristo, a todos aquellos a los que El envía, hombres o mujeres, que se han consagrado totalmente a El según los consejos evangélicos. He aquí el ideal de la vida religiosa, aceptado por las órdenes y congregaciones, tanto antiguas como recientes, y por los institutos seculares” (IOANNIS PAULI PP. II Redemptoris Hominis, 21).

Dad siempre gracias a Dios por la misteriosa llamada que un día resonó en lo íntimo de vuestro corazón: “Sígueme” (Cfr. Matth
Mt 9,9 Io Mt 1,45). “Vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme” (Mt 19,21). Esta llamada y vuestra respuesta —que Dios mismo con su gracia puso en vuestra voluntad y en vuestros labios— se encuentran en la base de vuestro itinerario personal; es —no lo olvidéis nunca— la razón de todos vuestros quehaceres.

Revivid una vez y otra en la oración ese encuentro pastoral con el Señor, que a lo largo de vuestra vida continúa insistiendo: “Sígueme”. Os diré con San Pablo: “Los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento” (Rm 11,26). Fiel es Dios, que no se arrepentirá de haberlos elegido.

Y cuando en la cotidiana lucha ascética se hagan necesarias la contrición y la conversión, recordad la parábola del hijo pródigo y la alegría del Padre. “Esta alegría indica un bien inviolado: un hijo, por más que sea pródigo, no deja de ser hijo real de su padre; indica además, un bien hallado de nuevo, que en el caso del pródigo fue la vuelta a la verdad de sí mismo” (IOANNIS PAULI PP. II Dives in Misericordia DM 6). Practicad la confesión frecuente, con la periodicidad que aconsejan y señalan vuestras reglas y constituciones.

Vuestra vocación forma parte esencial de la verdad más profunda de vosotros mismos y de vuestro destino. “No me habéis elegido vosotros a Mí —dice el Señor con palabras que se aplican a vosotros—, sino que Yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. ¡Dios os ha elegido!

3. Vuestro compromiso, adquirido hace decenios o quizá recientemente, ha de fortalecerse siempre en el Señor. Os pido una renovada fidelidad, que haga más encendido el amor a Cristo, más sacrificada y alegre vuestra entrega, más humilde vuestro servicio, sabedores —os lo diré con Santa Teresa de Jesús—, de que “quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la propia vida” (S. TERESA, Camino de Perfección, 11, 2).

Para eso se requiere la atenta escucha del misterio de Dios, el diario adentrarse en el amor de Cristo crucificado, cultivando con empeño la oración, bajo la guía segura de las fuentes limpias de la espiritualidad cristiana. Leed asiduamente las obras de los grandes maestros del espíritu. ¡Cuántos tesoros de amor y de fe tenéis al alcance de la mano en vuestro bello idioma! Y, por encima de todo, saboread con fe y humildad la Sagrada Escritura, a fin de alcanzar el “sublime conocimiento de Cristo” (Phil. 3, 8). Sólo en El, mediante su Espíritu, podréis encontrar la fortaleza necesaria para superar las debilidades experimentadas una y otra vez.

Mantened viva la seguridad de que vuestra vocación es divina, con una profunda visión de fe alimentada en la plegaria y en los sacramentos, especialmente en el sacrosanto misterio de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda vida cristiana auténtica. Así superaréis fácilmente toda incertidumbre acerca de vuestra identidad, y caminaréis de fidelidad en fidelidad, identificándoos con Cristo desde las bienaventuranzas y siendo testigos, al mismo tiempo, del reino de Dios en el mundo actual.

Esta fidelidad implica, antes que nada y como base de todo, un ansia creciente de trato con Dios, de unión amorosa con El. El consagrado —os digo con San Juan de la Cruz—, “de tal manera quiere Dios que sea religioso, que haya acabado con todo y que todo se haya acabado para él, porque El mismo es el que quiere ser su riqueza, consuelo y gloria deleitable” (S. Juan la Cruz, Carta, 9). Esas ansias de unión con Dios os harán experimentar la verdad de las palabras del Señor: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). Su yugo es el amor, y su carga es carga de amores. Y ese mismo amor os hará dulce su peso.

4. Esta dimensión de la entrega total y de la fidelidad permanente al Amor constituye la base de vuestro testimonio ante el mundo. De hecho, el mundo busca en vosotros un estilo de vida sincero y una forma de trabajo que responda a lo que verdaderamente sois. El testigo no es un simple maestro que enseña lo aprendido, sino que es alguien que vive y actúa conforme a una profunda experiencia de lo que cree.

101 Como personas consagradas sois, ante todo, consagrados precisamente por la profesión y práctica de los consejos evangélicos; y así vuestra vida tiene que ofrecer un testimonio esencialmente evangélico. Continuamente tenéis que volveros a Cristo, Evangelio viviente, y reproducirlo en vuestra vida, en vuestra forma de pensar y trabajar.

Hay que recuperar la confianza en el valor y actualidad de los consejos evangélicos, que tienen su origen en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo (Cfr. Perfectae Caritatis
PC 1). Pobres como Cristo pobre; obedientes, aceptando esa actitud del corazón de Cristo, que vino para redimir al mundo no haciendo su voluntad, sino la del Padre que le envió; y viviendo con todas sus consecuencias la continencia perfecta por el reino de los cielos, como señal y estímulo de la caridad y como manantial de fecundidad apostólica en el mundo. Hoy el mundo necesita ver los ejemplos vivos de aquellos que, dejándolo todo, han abrazado como ideal la vida según los consejos evangélicos. Es la sinceridad real en el seguimiento radical de Cristo la que atraerá vocaciones a vuestros institutos, ya que los jóvenes buscan precisamente esa radicalidad evangélica.

El Evangelio es definitivo y no pasa. Sus criterios son para siempre. No podéis hacer “relecturas” del Evangelio según los tiempos, conformándoos a todo lo que el mundo pide. Al contrario, es preciso leer los signos de los tiempos y los problemas del mundo de hoy, a la luz indefectible del Evangelio (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Episcopos, in urbe «Puebla» aperientis III Coetum Generalem Episcoporum Americae Latinae habita, I, 4-5, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 192-194).

5. Un factor decisivo en todas las épocas en que la Iglesia ha debido emprender grandes cambios y reformas, ha sido la fidelidad de los religiosos a su doctrina y normas. Hoy vivimos una de esas épocas en que es necesario ofrecer al mundo el testimonio de vuestra fidelidad a la Iglesia.

Los cristianos tienen derecho a exigir al consagrado que ame a la Iglesia, la defienda, la fortalezca y enriquezca con su adhesión y obediencia. Esta fidelidad no debe ser meramente externa, sino principalmente interna, profunda, alegre y sacrificada. Tenéis que evitar todo lo que pueda hacer creer a los fieles que existe en la Iglesia un doble magisterio, el auténtico de la jerarquía y el de los teólogos y pensadores, o que las normas de la Iglesia han perdido hoy su vigor.

No pocos de vosotros estáis dedicados a la formación teológica de los fieles, a la dirección de centros educativos o de asistencia y dirigís publicaciones de información y de formación. A través de todos estos medios, procurad educar integralmente, inculcar un profundo respeto y amor a la Iglesia y animar a una sincera adhesión a su Magisterio. No seáis portadores de dudas o de “ideologías”, sino de “certezas” de fe. El verdadero apóstol y evangelizador, declaraba mi Predecesor Pablo VI, “será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad” (PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 78).

Todo esto hay que tenerlo especialmente presente cuando vuestros oyentes son religiosas que siguen vuestros cursos y oyen vuestras conferencias. Ante todo, tenéis que transmitir con fidelidad la doctrina de la Iglesia, esa doctrina que ha quedado expresada en documentos tan ricos como los del Concilio Vaticano II. En la renovación de la vida de consagración, que los tiempos nuevos están exigiendo, hay que salvar la fidelidad al pensamiento y a las normas de la Iglesia; más concretamente, en campo doctrinal y en materia litúrgica, evitando ciertas posturas críticas llenas de amargura, que oscurecen la verdad, desconciertan a los fieles y a las mismas personas consagradas. La fidelidad al Magisterio no es freno para una recta investigación, sino condición necesaria de auténtico progreso de la verdadera doctrina.

6. La vida comunitaria es un elemento esencial, no de la vida consagrada en sí misma, pero sí de la forma religiosa de esa consagración. Dios ha llamado a los religiosos a santificarse y a trabajar en comunidad. La vida comunitaria tiene su fundamento no en una amistad humana, sino en la vocación de Dios, que libremente os ha escogido para formar una nueva familia; cuya finalidad es la plenitud de la caridad, y cuya expresión es la observancia de los consejos evangélicos.

Elementos de una verdadera vida comunitaria son el superior, quien goza de una autoridad (Cfr. Optatam Totius OT 14) que ha de ejercitar en actitud de servicio; las reglas y tradiciones que configuran cada familia religiosa; y, finalmente, la Eucaristía, que es el principio de toda comunidad cristiana; en efecto, cuando participamos en la Eucaristía, todos comemos el mismo Pan, bebemos la misma Sangre y recibimos un mismo Espíritu. Por este motivo, el centro de nuestra vida comunitaria no puede ser otro que Jesús en la Eucaristía.

La dimensión comunitaria debe estar presente en vuestro trabajo apostólico. El religioso no está llamado a trabajar como una persona aislada o por su cuenta. Hoy más que nunca es necesario vivir y trabajar unidos, primero dentro de cada familia religiosa y luego colaborando con otros consagrados y miembros de la Iglesia. La unión hace la fuerza. Por otra parte, la vida comunitaria ofrece un campo extraordinario para el sacrificio propio, para dejarse a sí mismo y pensar en el hermano, abrazando a todos en la caridad de Cristo.

7. El consagrado es una persona que, renunciando al mundo y a sí mismo, se ha entregado por completo a Dios y, lleno de Dios, vuelve al mundo para trabajar por el reino de Dios y por la Iglesia.

102 La persona del consagrado está marcada profundamente por esta pertenencia exclusiva a Dios, a la vez que tiene por objeto de su servicio los hombres y el mundo. La vida y actividad del consagrado no se pueden reducir a un horizontalismo terreno, olvidando esa consagración a Dios y esa obligación de impregnar el mundo de Dios. En todas vuestras actividades tiene que estar presente este fin teológico.

Dentro de la Iglesia existen diversos carismas, y consecuentemente diversos servicios, que mutuamente se complementan. No sería justo que los religiosos entrasen en el campo propio de los seculares: la consagración del mundo desde dentro (Cfr. Lumen Gentium
LG 31 Gaudium et Spes GS 43).

Esto no significa que vuestra consagración religiosa y vuestros ministerios eminentemente religiosos no tengan una repercusión profunda en el mundo y en el cambio de sus estructuras. Si el corazón de los hombres no cambia, las estructuras del mundo no podrán cambiar de una forma eficaz (Cfr. PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 18). El ministerio de los religiosos se ordena principalmente a obtener la conversión de los corazones a Dios, la creación de hombres nuevos y a señalar esos campos donde los seculares, consagrados o simples cristianos, pueden y deben actuar para cambiar las estructuras del mundo.

A este propósito, quiero expresar mi más profunda estima, acompañada de mi cordial saludo, a todos los miembros de los institutos seculares masculinos de España y a los aquí presentes. Vosotros tenéis vuestra forma peculiar de consagración y vuestro puesto propio dentro de la Iglesia. Alimentados con una sólida espiritualidad, sed fieles a la llamada de Cristo y de la Iglesia, para ser válidos instrumentos de transformación del mundo desde dentro de él.

Pensando en el tema del próximo Sínodo, quisiera invitaros, religiosos sacerdotes, a valorar como uno de vuestros primeros ministerios el sacramento de la confesión. Oyendo las confesiones y perdonando los pecados, estáis eficazmente edificando la Iglesia, derramando sobre ella el bálsamo que cura las heridas del pecado. Si ha de realizarse en la Iglesia una renovación del sacramento de la penitencia, será necesario que el sacerdote religioso se dedique con gozo a este ministerio.

8. Quiero, antes de terminar, recordaros una característica de los religiosos españoles que, tal vez, está padeciendo un pasajero eclipse y que es necesario restaurar en todo su antiguo esplendor: me refiero a la generosidad misionera con la que, miles de consagrados españoles, entregaron su vida a la tarea apostólica de establecer la Iglesia en tierras aún por evangelizar. No dejéis que los vínculos de la carne y sangre, ni el afecto que justamente nutrís por la patria donde habéis nacido y aprendido a amar a Cristo, se conviertan en lazos que disminuyan vuestra libertad (Cfr. PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 69) y pongan en peligro la plenitud de vuestra entrega al Señor y a su Iglesia. Recordad siempre que el espíritu misionero de una determinada porción de la Iglesia es la medida exacta de su vitalidad y autenticidad.

9. Mantened siempre, finalmente, una tierna devoción a la Santa Madre de Dios. Vuestra piedad para con Ella debe conservar la sencillez de los primeros momentos. Que la Madre de Jesús, que también es nuestra Madre, modelo de entrega al Señor y a su misión, os acompañe, os haga dulce la cruz y os otorgue, en cualquier circunstancia de vuestra vida, esa alegría y paz inalterables, que sólo el Señor puede dar. En prenda de ella os doy con afecto mi cordial Bendición.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD RELIGIOSA JUDÍA DE ESPAÑA


Miércoles 3 de noviembre de 1982



Estimados señores,

¡Shalom! Paz a vosotros y a todos los miembros de la Comunidad religiosa judía de España.

Deseo expresaros ante todo mi sincero aprecio por haber querido venir a encontrarme durante mi visita pastoral a esta nación. Vuestro significativo gesto es prueba de que el diálogo fraterno, orientado a un mejor conocimiento y estima entre hebreos y católicos, que el Concilio Vaticano II ha promovido y recomendado vivamente en la declaración “Nostra Aetate” (cfr. Nostra Aetate NAE 4), continúa y se difunde cada vez más, aun en medio de inevitables dificultades.

103 Tenemos un patrimonio espiritual común; y el Pueblo del Nuevo Testamento, es decir, la Iglesia, se siente y está vinculada espiritualmente a la estirpe de Abraham, “nuestro padre en la fe”.

Pido a Dios que la tradición judaica y cristiana, fundada en la Palabra divina, y que tiene una profunda conciencia de la dignidad de la persona humana que es imagen de Dios (cfr. Gen
Gn 1,26), nos lleve al culto y amor ferviente al único y verdadero Dios. Y que ello se traduzca en una acción eficaz en favor del hombre, de cada hombre y de todo hombre.

¡Shalom! y que Dios, Creador y Salvador, bendiga a vosotros y a vuestra Comunidad.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS CRISTIANOS DE OTRAS CONFESIONES EN ESPAÑA


Madrid, miércoles 3 de noviembre de 1982



1. El texto de la Carta a los Efesios (Eph. 4, 1-6) que acabamos de escuchar es, queridos hermanos, una exhortación a vivir la solicitud cristiana por la unidad en el amor.

Os saludo con gran afecto a vosotros, cristianos de otras Confesiones que, en España, os proponéis seguir el Evangelio de Jesucristo. La común profesión de este nombre hace de nosotros verdaderos hermanos. Al comienzo de nuestro encuentro de hoy evoco las palabras del Salmo: “Ved cuán bueno y deleitoso es convivir juntos los hermanos” (Ps 132,1).

En mi visita pastoral a España, como acostumbro hacer en mis viajes apostólicos, no he querido dejar de ponerme en contacto con vosotros, para orar juntos y para compartir nuestros afanes por la restauración de la unidad entre todos los cristianos. Desde el comienzo de mi pontificado, la causa del ecumenismo ha sido, y siempre es, uno de mis objetivos primordiales.

2. Tenemos estrechos vínculos comunes fundamentales en la Biblia, Palabra de Dios, en la fe apostólica que profesamos en los grandes Símbolos y que se hace vida en el bautismo. La profundización en la sacramentalidad bautismal descubre ante nosotros perspectivas extraordinariamente positivas en el camino de la plena unidad (Cfr. Unitatis Redintegratio UR 22). Y la oración por la unidad, hecha en cada una de nuestras comunidades, o también, cuando fuera posibles en fraterna unión de corazones, ¿no es el mejor medio para atraer sobre el compromiso ecuménico el Espíritu de concordia, que transforma nuestras voluntades y las hace dóciles a su inspiración?

Cada área geográfica tiene su propia historia religiosa, y las actividades ecuménicas tienen, en los diversos lugares, características distintas y peculiares. La configuración histórica de vuestro pueblo español hace que la tarea ecuménica tenga aquí matices especiales. Es ostensible el desequilibrio numérico entre los católicos y los cristianos de otras Iglesias y Comunidades. Pero el problema de la división en España, y su eventual solución, no se pueden desconectar de ese mismo problema y los intentos ya realizados para solucionarlo tal como ellos se presentan a nivel universal. Es muy importante para todo el quehacer ecuménico que, en esta nación de mayoría católica, sean fraternas las relaciones entre todos los que llevan el nombre de cristianos.

3. Sé que, por razones históricas bien conocidas, habéis sufrido en el pasado para poder mantener las convicciones de vuestra conciencia. Gracias a Dios, aquella situación ha sido superada, dando lugar a un progresivo acercamiento mutuo, basado en la verdad y en la caridad. Es conveniente seguir purificando la memoria del pasado, para lanzarse hacia un futuro de mutua comprensión y colaboración. Vuestra presencia en este acto demuestra claramente que estáis actuando en esa dirección.

Conozco —y estoy sumamente complacido de ello— que existen diversas formas de colaboración en España entre la Iglesia católica y las demás Iglesias y Comunidades. El Comité cristiano interconfesional que, por parte católica, ha sido siempre alentado por la comisión episcopal de Relaciones interconfesionales, se ha ocupado de cuestiones vivas y actuales que interesan a todos los cristianos: objeción de conciencia, problemática de los matrimonios mixtos, libertad religiosa, derecho a la libertad de enseñanza, organización y promoción de las Semanas de oración, la edición interconfesional del Nuevo Testamento en castellano —un trabajo admirable— y otras. Es menester continuar esforzándose por el cumplimiento del deseo del Señor, manifestado en la última Cena: que todos sean una sola cosa, para que el mundo crea (Cfr. Io. 17, 21).

104 4. Gracias por vuestra presencia, y mi saludo fraterno a todos los hermanos y hermanas a quienes representáis. Pido al Señor ardientemente que todos estemos “firmes en un mismo espíritu, luchando a una por la fe del Evangelio” (Phil.1, 27) para gloria de la Santa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS PERIODISTAS QUE CUBREN LA INFORMACIÓN


DE SU VIAJE A ESPAÑA


Madrid, miércoles 3 de noviembre de 1982



Queridos periodistas,

Me alegro de poder dirigir estas palabras, con mi cordial saludo, a vosotros los periodistas que cubrís la información de mi viaje a España.

Aunque ya tuve otro encuentro con el mundo de los medios de comunicación social, he aceptado con placer reunirme ahora brevemente con vosotros en este acto.

Con algunos de vosotros me he visto ya en otras ocasiones, durante el viaje en avión o en precedentes visitas a los diversos países. Por eso nuestro saludo es el de viejos conocidos.

Os expreso toda mi estima por vuestra importante y delicada misión, que exige tanta responsabilidad y respeto a la verdad, por respeto a vuestra ética profesional y a vuestros lectores.

Gracias por vuestro servicio y que no os canséis demasiado en estos días. ¡Hasta luego! Y que Dios bendiga a vosotros, vuestro trabajo y familias.







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS REPRESENTANTES DE LAS REALES ACADEMIAS,


DEL MUNDO DE LA UNIVERSIDAD, DE LA INVESTIGACIÓN,


DE LA CIENCIA Y DE LA CULTURA DE ESPAÑA


Madrid, miércoles 3 de noviembre de 1982



Excelentísimos e Ilustrísimos señores, señoras y señores,

1. Me es muy grato encontrarme hoy con un grupo tan calificado de hombres y mujeres, que representan a las Reales Academias, al mundo de la universidad, de la investigación, de la ciencia y de la cultura de España. Recibid ante todo mi más cordial agradecimiento por haber venido en gran número a encontrar al Papa.

105 Quiero expresaros con mi visita el profundo respeto y estima que nutro por vuestro trabajo. Lo hago hoy con especial interés, consciente de que vuestra labor —por las vinculaciones existentes y por la comunidad de idioma— puede también prestar una válida colaboración a otros pueblos, sobre todo a las naciones hermanas de Iberoamérica.

2. La Iglesia, que ha recibido la misión de enseñar a todas las gentes, no ha dejado de difundir la fe en Jesucristo y ha actuado como uno de los fermentos civilizadores más activos de la historia. Ha contribuido así al nacimiento de culturas muy ricas y originales en tantas naciones. Porque, como dije ante la UNESCO hace dos años, el vínculo del Evangelio con el hombre es creador de cultura en su mismo fundamento, ya que enseña a amar al hombre en su humanidad y en su dignidad excepcional.

Al crear recientemente el Pontificio Consejo para la Cultura insistí en que “la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe . . . Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (IOANNIS PAULI PP. II Epistula qua Pontificium Consilium pro hominum Cultura instituitur, die 20 maii 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 2 (1982) 1777).

3. Deseo reflexionar con vosotros sobre algunas de las responsabilidades que nos son comunes en el campo cultural, y a la vez tratar de descubrir los medios para enriquecer el diálogo entre la Iglesia y las nuevas culturas. Este diálogo es particularmente fecundo, si se dan las condiciones indispensables de colaboración y respeto mutuo, como lo demuestra la historia cultural de vuestra nación.

Vuestros intelectuales, escritores, humanistas, teólogos y juristas han dejado huellas en la cultura universal y han servido a la Iglesia de manera eminente. ¿Cómo no evocar a este respecto la influencia excepcional de centros universitarios como Alcalá y Salamanca? Pienso sobre todo en esos grupos de investigadores que han contribuido admirablemente a la renovación de la teología y de los estudios bíblicos; que han fundado sobre bases duraderas los principios del derecho internacional; que han sabido cultivar con tanto esplendor el humanismo, las letras, las lenguas antiguas; que han podido producir sumas, tratados, monumentos literarios, uno de cuyos símbolos más prestigiosos es la Políglota Complutense.

A la luz de esta noble tradición hemos de pensar en las condiciones permanentes de la creatividad intelectual.Me referiré brevemente a la libertad de la investigación hecha en común, a la apertura a lo universal y al saber concebido como servicio al hombre integral.

4. En España, como en otros países de Europa, generaciones enteras de investigadores, profesores y autores han tenido gran fecundidad gracias a la libertad de investigación, que les aseguraban comunidades universitarias de régimen autónomo; de ellas, el Rey o la Iglesia se hacían frecuentemente garantes.

Esos centros universitarios, reuniendo a maestros especializados en diversas disciplinas, constituían un medio propicio para la creatividad, la emulación y el diálogo constante con la teología. La universidad aparecía ante todo como un asunto de los mismos universitarios y, en la colaboración entre maestros y discípulos, se realizaban las condiciones favorables para el descubrimiento, la enseñanza y difusión del saber.

Los maestros sabían que, en campo teológico, la investigación implica fidelidad a la Palabra revelada en Jesucristo y confiada a la Iglesia. También el diálogo entre teología y Magisterio se reveló muy fecundo. Obispos y teólogos sabían encontrarse, en beneficio común de pastores y profesores.

Si en momentos como los de la Inquisición se produjeron tensiones, errores y excesos - hechos que la Iglesia de hoy valora a la luz objetiva de la historia - es necesario reconocer que el conjunto de medios intelectuales de España había sabido reconciliar admirablemente las exigencias de una plena libertad de investigación con un profundo sentido de la Iglesia. Lo atestiguan las innumerables creaciones de escritos clásicos que los maestros, sabios y autores de España supieron aportar al tesoro cultural de la Iglesia.

5. Se nota también en la tradición intelectual de vuestra nación la apertura a lo universal, que ha dado reputación y fama a vuestros maestros.

106 Vuestros sabios e investigadores han tenido los ojos abiertos a la historia clásica y bíblica, a los demás países de Europa, al mundo antiguo y nuevo. Vuestros autores han sido pioneros geniales en la ciencia de las relaciones internacionales y del derecho entre las naciones.

El rápido establecimiento de universidades de alto prestigio calcadas en la de Salamanca, de las que llegarán a implantarse hasta treinta en las nacientes Américas, es otra prueba del universalismo que durante largo tiempo ha caracterizado a vuestra cultura, enriquecida por tantos descubrimientos y descubridores, y por la influencia profunda de tantos misioneros en el mundo entero.

El papel que vuestro país ha reconocido a la Iglesia, ha dado a vuestra cultura una dimensión especial. La Iglesia ha estado presente en todas las etapas de la gestación y del progreso de la civilización española.

Vuestra nación ha sido el crisol donde tradiciones muy ricas se han fundido en una síntesis cultural única. Los rasgos característicos de las colectividades hispánicas se han enriquecido con aportaciones históricas del mundo árabe —vuestra armoniosa lengua, arte y toponimia dan prueba de ello— fusionándose en una civilización cristiana ampliamente abierta a lo universal. Tanto dentro como fuera de sus fronteras, España se ha hecho a sí misma, acogiendo la universalidad del Evangelio y las grandes corrientes culturales de Europa y del mundo.

6. Vuestros maestros y pensadores tenían también el sentimiento de servir al hombre integral, de responder a sus necesidades psíquicas, intelectuales, morales y espirituales. Nació así una ciencia del hombre, en la que colaboraban tanto los médicos como los filósofos, teólogos, moralistas y juristas.

Un lugar aparte corresponde a vuestros grandes maestros espirituales. Su obra tuvo una difusión que desbordó rápidamente vuestras fronteras para extenderse a la Iglesia entera. Pensemos en Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, doctores de la Iglesia, Santo Domingo, Fray Luis de Granada, San Ignacio de Loyola, figuras gigantes en el campo de la espiritualidad.

Ellos han prestado grandes servicios también a la cultura del hombre, continuando una larga tradición en la que destacan precursores eminentes como San Isidoro de Sevilla, uno de los primeros enciclopedistas católicos, y San Raimundo de Peñafort, autor de una de las primeras síntesis del derecho en vuestro país. Todos esos hombres y mujeres son maestros en el sentido pleno de la palabra, que han sabido, con una inteligencia excepcional y profética, servir al hombre en sus aspiraciones más altas. ¿Quién puede medir su influencia y el efecto duradero de sus enseñanzas, escritos y creaciones? Son testigos maravillosos de una cultura que concebía al hombre como creado a imagen de Dios, capaz de dominar el mundo, pero llamado sobre todo a un progreso espiritual cuyo modelo perfecto es Jesucristo.

7. Estas lecciones de la historia de España merecen ser recordadas. En primer lugar para rendir un homenaje a la contribución insigne que vuestros maestros, sabios, investigadores y vuestros santos aportaron a la humanidad entera, la cual no sería lo que es sin la herencia hispánica.

Otra razón nos invita hoy, en contextos históricos muy diversos, a reflexionar sobre las condiciones que pueden en nuestros días favorecer la promoción de la cultura y de la ciencia, y estimular las investigaciones sobre el hombre, de las que tanta necesidad tiene nuestra época.

Para los hombres y las mujeres de cultura es de gran provecho meditar sobre los presupuestos de la creatividad intelectual y espiritual. Y que, hoy como ayer, reclaman un clima de libertad y de cooperación entre investigadores, con una actitud de apertura a lo universal y con una visión integral del hombre.

8. La primera condición es que se asegure la libertad de espíritu. En la investigación, en efecto, es necesario tener libertad para buscar y anunciar los resultados.

107 La Iglesia apoya la libertad de investigación, que es uno de los atributos más nobles del hombre. A través de la búsqueda, el hombre llega a la Verdad: uno de los nombres más hermosos que Dios se ha dado a sí mismo. Porque la Iglesia está convencida de que no puede haber contradicción real entre la ciencia y la fe, ya que toda realidad procede en última instancia de Dios creador. Así lo afirmó el Concilio Vaticano II (Cfr. Gaudium et Spes GS 36). También yo le he recordado en varias ocasiones a los hombres y mujeres de ciencia. Es cierto que ciencia y fe representan dos órdenes de conocimiento distintos, autónomos en sus procedimientos, pero convergentes finalmente en el descubrimiento de la realidad integral que tiene su origen en Dios (Cfr. IOANNIS PAULI PP II. Allocutio in Cathedrali templo Coloniensi habita, die 15 nov. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 2,0 III 1200,0 ss).

Por parte de la Iglesia, como por parte de los mejores sabios modernos, tiende a establecerse un amplio acuerdo sobre ese punto. Las relaciones entre el mundo de las ciencias y la Santa Sede se han hecho cada vez más frecuentes, marcadas por una comprensión recíproca. Sobre todo desde los tiempos de mi predecesor Pío XII y luego de Pablo VI, los Papas han entrado en un diálogo cada vez más frecuente con numerosos grupos de sabios, de especialistas, de investigadores, que han encontrado en la Iglesia un interlocutor deseoso de comprenderles, de animarles en su investigación, manifestándoles a la vez una profunda gratitud por el servicio indispensable que la ciencia presta a la humanidad.

Si en el pasado se produjeron serios desacuerdos o malentendidos entre los representantes de la ciencia y de la Iglesia, esas dificultades han sido hoy prácticamente superadas, gracias al reconocimiento de los errores de interpretación, que han podido deformar las relaciones entre fe y ciencia, y sobre todo gracias a una mejor comprensión de los respectivos campos del saber.

En nuestros días, la ciencia plantea problemas a otro nivel. La ciencia, y la técnica derivada de ella, han provocado profundos cambios en la sociedad, en las instituciones y también en el comportamiento de los hombres. Las culturas tradicionales han sido trastornadas por las nuevas formas de comunicación social, de producción, de experimentación, de explotación de la naturaleza y de planificación de las sociedades.

Ante ello, la ciencia ha de sentir en adelante una responsabilidad mucho mayor. El futuro de la humanidad depende de ello. ¡Hombres y mujeres que representáis la ciencia y la cultura: vuestro poder moral es enorme! ¡Vosotros podéis conseguir que el sector científico sirva ante todo a la cultura del hombre y que jamás se pervierta y utilice para su destrucción! Es un escándalo de nuestro tiempo que muchos investigadores estén dedicados a perfeccionar nuevas armas para la guerra, que un día podrían demostrarse fatales.

Hay que despertar las conciencias. Vuestra responsabilidad y posibilidades de influjo en la opinión pública son inmensas. ¡Hacedlas servir para la causa de la paz y del verdadero progreso del hombre! ¡Cuántas maravillas podría llevar a cabo nuestro mundo, si los mejores talentos y los mejores investigadores se dieran la mano para explorar las vías del desarrollo de todos los hombres y de todas las regiones de la tierra!

Para ello, nuestra época tiene necesidad de una ciencia del hombre, de una reflexión e investigación originales. Al lado de las ciencias físicas o biológicas, es necesario que los especialistas de las ciencias humanas den su contribución. Está en juego el servicio del hombre, que hay que defender en su identidad, su dignidad y grandeza moral, porque es una res sacra, como bien dijo Séneca.

9. La amplitud de los temas enunciados podría desanimar a los investigadores o pensadores aislados. Por esto, hoy más que nunca, la investigación debe realizarse en común. Es tal hoy día la especialización de las disciplinas, que para la eficacia de la investigación, y más aún para servir al hombre, los investigadores han de trabajar en común. No sólo por exigencia metodológica, sino para evitar la dispersión y dar una respuesta adecuada a los complejos problemas que han de afrontarse.

Partiendo de las necesidades del hombre individual y social, los centros de investigación y las universidades habrán de superar el fraccionamiento de disciplinas, si es necesario metodológicamente, a fin de que los grandes problemas del hombre moderno, que se llaman desarrollo, hambre en el mundo, justicia, paz, dignidad para todos, sean afrontados con competencia y eficacia. Los poderes públicos y la comunidad internacional tienen necesidad de los talentos de todos y deben poder contar con vuestro trabajo común.

La Iglesia y los católicos desean participar activamente en el diálogo común con sabios e investigadores. Numerosos católicos realizan ya una función eminente en los diferentes sectores del mundo universitario y de la investigación. Su fe y su cultura les proporcionan fuertes motivaciones para continuar su tarea científica, humanística o literaria Son un testimonio elocuente de la validez de la fe católica y del interés de la Iglesia en todo lo que atañe a la cultura y a la ciencia.

La Iglesia sigue con particular interés la vida del mundo universitario, porque es consciente de que en él se forman las generaciones que ocuparán los puestos clave en la sociedad de mañana. Ella desea poder realizar también su tarea propia en el campo universitario, y por esto alienta la constitución y desarrollo de universidades católicas.

108 En un diálogo entre responsables de la Iglesia y de los poderes públicos, es deseable que se logren acuerdos prácticos que permitan a las universidades católicas dar a las comunidades nacionales el servicio original propio. Reconociendo esta aportación, los poderes públicos sirven en definitiva la causa de las identidades culturales, múltiples y diversas en la sociedad pluralista de hoy.

10. Una exigencia particularmente importante hoy para la renovación cultural es la apertura a lo universal. En efecto, se advierte con frecuencia que la pedagogía queda reducida a la preparación de los estudiantes para una profesión, pero no para la vida, porque, más o menos conscientemente, se ha disociado a veces la educación de la instrucción.

Y sin embargo, la Universidad debe desempeñar su función indispensable de educación. Esto supone que los educadores sepan transmitir a los estudiantes, además de la ciencia, el conocimiento del hombre mismo; es decir, de su propia dignidad, de su historia, de sus responsabilidades morales y civiles, de su destino espiritual, de sus lazos con toda la humanidad.

Ello exige que la pedagogía de la enseñanza se base en una imagen coherente del hombre, en una concepción del universo que no parta de concepciones apriorísticas y que sepa también acoger lo trascendente. Para los católicos, el hombre ha sido creado a imagen de Dios y está llamado a trascender el universo.

Las culturas que encontraron sus raíces y vitalidad en el cristianismo, reconocían además la importancia de la fraternidad universal entre los hombres. El nuevo humanismo, del que tanto necesita nuestro tiempo, ha de potenciar la solidaridad entre todos los seres humanos. Sin ello no pueden resolverse los grandes problemas, como la instauración de la paz, el intercambio pacífico de recursos naturales, la ecología, la búsqueda de empleo para todos, la implantación de la justicia social.

En la familia, en la escuela y en la Universidad, las nuevas generaciones aprenderán las exigencias de la comprensión internacional, del respeto mutuo y de la cooperación eficaz en las tareas de desarrollo del mundo. La paz internacional, que es hoy una-aspiración tan profunda de la humanidad, será el fruto de esta comprensión universal, capaz de acallar los prejuicios, los rencores y los conflictos. Sí, las raíces de la paz son de orden cultural y moral. Sí, la paz es una conquista espiritual del hombre.

11. Finalmente, el progreso de la cultura está unido en definitiva al crecimiento moral y espiritual del hombre. Porque es por medio de su espíritu que el hombre se realiza en cuanto tal. Para ello hay que tener una visión del hombre integral.

Por eso la Iglesia siente la responsabilidad de defender al hombre contra ideologías teóricas o prácticas que lo reducen a objeto de producción o de consumo; contra las corrientes fatalistas que paralizan los ánimos; contra el permisivismo moral que abandona al hombre al vacío del hedonismo; contra las ideologías agnósticas que tienden a desalojar a Dios de la cultura.

Séame permitido hacer una llamada a los hombres y a las mujeres que desean el progreso real de la cultura, para que mediten las páginas luminosas del Concilio Vaticano II, que ofrecen a nuestro tiempo una antropología capaz de orientar hacia la reconstrucción de una sociedad digna de la grandeza del hombre.

Nuestro Creador y Maestro nos dijo: “Conozco lo que hay dentro del hombre”. La Iglesia, después de El, enseña que el hombre, creatura sublime de Dios, es capaz de la santidad y también de cualquier maldad. La Iglesia, “experta en humanidad”, según la expresión de mi predecesor Pablo VI, sabe también lo que hay en el hombre.

A pesar de todos sus fracasos, él está llamado a la grandeza moral y a la salvación que se realiza en Jesucristo, Hijo de Dios, que amó al hombre hasta asumir su misma condición humana y ofrecerle su ayuda. Esta es la razón de nuestra confianza en la capacidad del hombre de superarse, de amar a sus hermanos, de construir un mundo nuevo, una “civilización del amor”.

109 A los teólogos e intelectuales católicos les exhorto a profundizar en estos datos fundamentales de la antropología cristiana y a ilustrar su significación práctica para la sociedad moderna.

Señoras y Señores: como dije ante la UNESCO, vuestra contribución personal es importante, es vital. Continuad siempre (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad eos qui conventui Consilii ab exsecutione internationalis organismo compendiariis litteris UNESCO nuncupati affuere, die 2 iun. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III,
III 1,0 III 1636,0 ss). La Iglesia alienta vuestro esfuerzo.

Y ojalá que en vuestro deber bien cumplido, en vuestro servicio a la humanidad, encontréis esa Verdad total, que da sentido pleno al hombre y a la creación. Esa Verdad que es el horizonte último de vuestra búsqueda. He dicho.









Discursos 1982 98