Discursos 1982 118

118 Hasta un cierto punto, no os extrañe esto. ¿Cómo puede comprenderse sin visión de fe lo que tiene fundamento en la panorámica de la eternidad? ¿Cómo puede comprender vuestro valor quien parte de ópticas distintas?

Pero no son mayoría, ni mucho menos, los que no aprecian lo que sois. Hay muchísimas personas, familias y grupos que esperan lo que vosotros podéis dar: la palabra de salvación, los sacramentos, el amor de Cristo, la orientación hacia una vida más moral y humana. Si sois portadores auténticos de ese don, veréis que vuestra vida se realiza plenamente en tal misión.

4. Por eso os animo a continuarla con entusiasmo y espíritu de fe. Con una visión llena de esperanza y optimismo. La que brota de saber que, en medio de las dificultades, está con nosotros Aquel que nos comprende, ayuda y recoge el valor de cada esfuerzo hecho por El.

Querría quedarme con vosotros toda la tarde, pero el deber de la caridad me reclama en la zona de las inundaciones y por eso he de dejaros, mis queridos sacerdotes y seminaristas.

Al levantar mis brazos para bendeciros, quiero alargarlos para abrazaros a todos, como padre y hermano. Para pedir a nuestra Madre común, la Madre de Jesús y nuestra, que Ella os haga los amigos fieles del Amigo fiel. Así sea.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

VISITA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS HABITANTES DE LA RIBERA DEL JÚCAR


Lunes 8 de noviembre de 1982




Amadísimos hermanos y hermanas,

He sentido como un deber y un impulso del corazón, antes de concluir mi estancia en Valencia, hacer una visita particular a vosotros, habitantes de la Ribera del Júcar. He venido aquí, para estar más cerca de los que sufrís por la pérdida de seres queridos y también por los ingentes daños materiales provocados por las inundaciones de los días pasados, sobre todo en las poblaciones de Alcira, Carcagente y otros centros de población.

Esta visita quiere ser un signo de mi cercanía y solidaridad con vosotros en momentos de dolor. Y deseo que las palabras que pronuncio en este lugar y a las personas aquí presentes, lleguen igualmente a las demás zonas afectadas y a cada uno de sus habitantes, porque he venido para todos.

Mi presencia quiere ser también una muestra de aprecio por la solidaridad que hasta ahora se os ha demostrado y que confío continuará en cuanto sea necesario, pues sobre todo para el hombre necesitado, los demás deben ser hermanos. Junto al hombre que sufre, debe haber siempre otro que lo asiste y acompaña. La caridad y el sentido humanitario no pueden permanecer indiferentes ante la muerte y la destrucción. Por eso, son de alentar todas las iniciativas encaminadas a reconstruir lo antes posible vuestros hogares y a recuperar vuestros puestos de trabajo, rehaciendo así el ambiente, para que vuestra vida recobre pronto la serenidad y esperanza.

Os aliento a elevar vuestra mirada hacia Dios, a la vez que a los presentes, así como a todos los habitantes de las otras zonas afectadas —especialmente a los heridos, enfermos y familias en luto— os dejo con afecto mi cordial Bendición.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS DIVERSOS CUERPOS DE SEGURIDAD


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Madrid, lunes 8 de noviembre de 1982



Señoras y señores,

Me alegra poder recibiros esta tarde, aunque sea brevemente, para saludaros de manera más personal.

Quiero manifestaros mi profundo aprecio y agradecimiento por todos vuestros sacrificios y desvelos, prestados durante mi viaje con competencia ejemplar y con profundo espíritu de devoción al Papa. ¡Gracias de corazón a vosotros, a todos vuestros compañeros de los diversos cuerpos de seguridad y a cuantos, quizás ocultamente, han dado su colaboración eficaz en tantas ciudades y lugares de España!

Encomiendo a Dios vuestras intenciones, las de vuestras esposas, hijos y familias. Dios os bendiga y ayude siempre. Yo también os bendigo, junto con vuestras familias.

En este saludo, agradecimiento y bendición incluyo también a todo el personal del protocolo y a sus familias, así como a cuantos han colaborado en la preparación y desarrollo de este viaje a España.

¡Que Dios os lo pague!







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LAS GENTES DEL MAR


EN SANTIAGO DE COMPOSTELA


Martes 9 de noviembre de 1982



Queridos hermanos y hermanas,

1. Sean mis primeras palabras de afectuoso saludo en el Señor para vosotros y cuantos en alto mar me escuchan por radio. Quiero deciros en seguida que me siento muy a gusto entre vosotros; es una sensación de íntimo agrado, de gozo correspondido, porque sé que también vosotros deseabais ardientemente ver y escuchar al Papa, y estar junto a él.

Que este sentimiento común que ahora estamos viviendo, se eleve, hoy y siempre, como un canto de alabanza perenne a la gloria de Dios Padre: a ello nos invita, con su encanto particular, este lugar donde nos encontramos: la espléndida Plaza del Obradoiro y la basílica compostelana.

120 2. “¡Ved, qué dulzura y qué delicia convivir los hermanos unidos!” (Ps 132,1). Unidos no sólo como peregrinos en busca de la “perdonanza”, sino también porque, aun perteneciendo a distintas regiones españolas —Galicia, Asturias, Cantabria y otras— sois conscientes de formar parte de una gran familia. Y cuando digo familia, pienso en una clase de hombres, los hombres del mar, vosotros, fuertemente unidos por esos lazos entrañables de solidaridad fraterna que distingue a cuantos habéis hecho del mar el escenario habitual de vuestra existencia.

De esta fraternidad tenéis experiencia directa en vuestra brega continua por el ancho mar, que surcáis como heredad común dando prueba de vuestro valor y habilidad profesional, Y compartiendo, con ánimo siempre dispuesto a “dar una mano”, horas de resistencia a la fatiga e interminables momentos de peligro y de lucha, cuando se vuelven rebeldes los vientos y las aguas del océano.

Son éstos, entre otros muchos, acontecimientos que acentúan en vosotros la nostalgia de la propia tierra y la lejanía del hogar; pero al mismo tiempo son momentos únicos que sacuden lo hondo del alma, y hacen experimentar la fuerza indispensable e invencible de la fe y de la confianza en Dios, que ama y protege a sus hijos.

3. Estas breves consideraciones alusivas a vuestra condición de hombres del mar, me llevan a revivir espontáneamente tantas escenas del Evangelio, junto al mar de Tiberíades, y que nos son familiares. Bien podéis decir que en aquellas páginas se habla ya de vosotros y que los primeros amigos de Jesús, sus predilectos, eran de vuestra familia. Entre ellos estaba San Pedro, de quien por designio divino soy humilde Sucesor; de aquel primer grupo formaba también parte el querido Apóstol de España, Santiago; estaban a su vez otros que, al igual que ellos, eran pescadores de profesión.

La convivencia y larga amistad con el Maestro, a quien, escuchando su llamada, fueron siguiendo primeramente por los alrededores del lago y después a través de Galilea y de Judea; por los altos, por los campos y pueblos, les fue abriendo poco a poco los horizontes insospechados: en las palabras y en los milagros obrados ante ellos, se revelaba la voluntad de Dios Padre de salvar a todos los hombres por medio de la muerte y resurrección de su Hijo.

A partir de entonces, aquel primer grupo de pescadores (aumentado hasta constituir el grupo escogido de los Doce) iban a ser los continuadores de la obra de Jesús a través del inmenso mar del mundo. Impulsados por el viento del Espíritu, recibieron la misión de transmitir a todas las gentes su propia experiencia —desde los días de Tiberíades hasta el acontecimiento renovador de Pentecostés—, sin otro objetivo que el de llenar de hombres la barca de la Iglesia.

4. Así comenzó su navegación la nueva barca de Pedro. Y continuando su misión, tenéis entre vosotros al Sucesor de aquel pescador de Galilea. Ha venido para animar vuestra fe y confianza en el Señor, que os ha agregado a El desde el día del bautismo.

No se me oculta que, en medio de vuestras afanosas tareas, pueda a veces insinuarse el desaliento o adensarse la neblina que cubre la fe. Es entonces cuando habéis de saber recurrir a la oración y recordar que el Señor no os abandona, que habéis sido llamados por Jesús para estar con El en su barca, donde El vela por vosotros; aunque a los ojos humanos pudiera dar la impresión de haberse rendido al sueño: “¡Hombres de poca fe! ¿Por qué teméis?” (Mt 8,26). La fe incondicionada y sin temores en la presencia cercana del Señor ha de ser la brújula que oriente vuestra vida de trabajo y de familia hacia Dios, de donde viene la luz y la felicidad.

El mundo en que vivimos necesita —como vosotros— esta fe, este faro de luz. Olvidarse de Dios, como pretenden las tendencias materialistas, significaría hundirse en la soledad y en la tiniebla, quedarse sin rumbo y sin guía. Por eso, queridos hermanos, os animo encarecidamente a que cultivéis la fe recibida. Conocéis ya cómo acercaros a Cristo, cómo estar con El, siendo discípulos de su persona y de su mensaje; y de esta experiencia propia han de beneficiarse vuestras familias y cuantos, en vuestros viajes por el mar, se acerquen a vosotros; aun los que quizá no han oído el mensaje evangélico.

5. Mi presencia aquí quiere ser, además, un signo vivo y fehaciente de la preocupación de la Iglesia por los hombres del mar. Todo lo que he dicho en mi Magisterio, especialmente en la Encíclica “Laborem Exercens”, acerca de la dignidad del trabajo humano, de su primacía sobre las cosas que produce, tiene su aplicación a vuestros problemas profesionales y laborales. “No hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, que está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mismo . . .: es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo” (IOANNIS PAULI PP. II Laborem Exercens LE 6).

No ignoro las dificultades que encontráis para el desarrollo de vuestras personas en lo humano y para la vivencia de vuestra fe cristiana: la prolongada permanencia en el mar, el aislamiento, los obstáculos para la defensa de vuestros derechos en el campo profesional y laboral, la peligrosidad de las faenas que realizáis, el choque con ambientes de otras culturas.

121 Es necesario que estas condiciones de vuestra profesión sean asumidas por vosotros y por cuantos influyen en las condiciones de vida y trabajo de vuestro sector, para que haya siempre una mayor valoración de la persona humana. Ello implica más amplias facilidades para vuestra elevación cultural y profesional; mejores condiciones de trabajo y de vida a bordo; mejores garantías de seguridad e higiene en los barcos; más equitativa distribución de las ganancias; adecuadas vacaciones que faciliten el contacto con la familia, la sociedad y la comunidad eclesial; mayores posibilidades para el ejercicio de vuestros derechos laborales y cívicos.

6. Quiero dirigir ahora mi pensamiento a aquellos componentes del núcleo familiar que ven cómo una parte suya —el marido, los hijos mayores— debe apartarse del hogar, quizá por largas temporadas. Si la madre es siempre una figura insustituible, aquí se manifiesta de una manera particular su incomparable dignidad, su inmenso valor social. El corazón de la madre es siempre el corazón del hogar. En situaciones como las que ahora comento es, por así decir, casi el hogar entero. Gracias a la madre, que hace entonces de madre y de padre, se mantiene la continuidad del hogar, se garantiza la educación de los hijos, se hace más llevadera para toda la familia la espera hasta que el padre vuelva.

Mujeres que me escucháis y que os encontráis en una situación como la que describo: Sentid el orgullo de vuestra maternidad. Sed leales a vuestra misión. Buscad en Dios la fuerza para la gran entrega que se exige a vosotras. Y cuando el marido regrese, o cuando os reunáis de nuevo con él, volcad el cariño de vuestro corazón. Superad las dificultades que nunca faltan, y tened como única meta el servicio a Dios y a los demás.

Y vosotros hijos, hijos mayores sobre todo, ayudad a vuestras madres en esa tarea, con amor filial, con sentido de familia, con espíritu cristiano.

7. Sensible a las inquietudes de las gentes del mar, la Iglesia ha instituido, entre sus actividades más esperanzadoras, el Apostolado del Mar.

Ya desde mucho antes, la Iglesia en España se ha preocupado de su asistencia espiritual. Esta hermosa iniciativa continúa aún hoy mediante la obra de tantos sacerdotes españoles que prestan su ministerio desde los mares fríos del Norte hasta las aguas de África del Sur.

Vaya a todos ellos el agradecimiento de la Iglesia, el afecto del Papa por su inapreciable servicio y el aliento a proseguirlo con generosidad.

8. Hemos llegado al final de estas palabras mías, de este momento que desearía prolongar. Hay muchas cosas de las que no hemos podido hablar, pero quedan en vuestros corazones. Una vez más nos acordamos de los miembros de vuestras familias que no están con nosotros. Nos acordamos de tantas personas que, aunque no naveguen, viven del mar y para el mar.

Todos están hoy aquí y a todos querría dirigirlos al Señor. Deseo hacerlo por el mejor camino para llegar a Dios, siguiendo el impulso de la brisa favorable que hace avanzar la barca. Me refiero al amor a María Santísima, la Virgen Madre de Dios.

Que la Virgen del Carmen, cuyas imágenes se asoman a las rías que hacen la belleza de esta tierra gallega, os acompañe siempre. Sea Ella la estrella que os guíe, la que nunca desaparezca de vuestro horizonte. La que os conduzca a Dios, al puerto seguro.

A todas as queridas xentes de Galicia, a todos vos que tedes a grande fortuna de custodiar nesta vosa terra o tesouro mais precioso entrañado na memoria do Santo Apóstolo Santiago, que El sexa sempre a vosa guía, nunha firme e fervente fe en Cristo, e sempre na vosa vida exemplarmente cristiana. Así sexa.







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

ACTO EUROPEO EN SANTIAGO DE COMPOSTELA


122

Martes 9 de noviembre de 1982



Majestades,
excelentísimos e ilustrísimos señores,
señoras, hermanos,

1. Al final de mi peregrinación por tierras españolas, me detengo en esta espléndida catedral, tan estrechamente vinculada al Apóstol Santiago y a la fe de España. Permitidme que ante todo agradezca vivamente a Su Majestad el Rey las significativas palabras que me ha dirigido al principio de este acto.

Este lugar, tan querido para los gallegos y españoles todos, ha sido en el pasado un punto de atracción y de convergencia para Europa y para toda la cristiandad. Por eso he querido encontrar aquí a distinguidos representantes de Organismos europeos, de los obispos y Organizaciones del continente. A todos dirijo mi deferente y cordial saludo, y con vosotros quiero reflexionar esta tarde sobre Europa.

Mi mirada se extiende en estos instantes sobre el continente europeo, sobre la inmensa red de vías de comunicación que unen entre sí a las ciudades y naciones que lo componen, y vuelvo a ver aquellos caminos que, ya desde la Edad Media, han conducido y conducen a Santiago de Compostela —como lo demuestra el Año Santo que se celebra este año— innumerables masas de peregrinos, atraídas por ?a devoción al Apóstol.

Desde los siglos XI y XII, bajo el impulso de los monjes de Cluny, los fieles de todos los rincones de Europa acuden cada vez con mayor frecuencia hacía el sepulcro de Santiago, alargando hasta el considerado «Fines terrae» de entonces aquel célebre «Camino de Santiago», por el que los españoles ya habían peregrinado. Y hallando asistencia y cobijo en figuras ejemplares de caridad, como Santo Domingo de la Calzada y San Juan Ortega, o en lugares como el santuario de la Virgen del Camino.

Aquí llegaban de Francia, Italia, Centroeuropa, los Países Nórdicos y las Naciones Eslavas, cristianos de toda condición social, desde los reyes a los más humildes habitantes de las aldeas; cristianos de todos los niveles espirituales, desde santos, como Francisco de Asís y Brígida de Suecia (por no citar tantos otros españoles), a los pecadores públicos en busca de penitencia.

Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de la «memoria» de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente. Por ello el mismo Goethe insinuará que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando.

2. La peregrinación a Santiago fue uno de los fuertes elementos que favorecieron la comprensión mutua de pueblos europeos tan diferentes, como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinación acercaba, relacionaba y unía entre sí a aquellas gentes que, siglo tras siglo, convencidas por la predicación de los testigos de Cristo, abrazaban el Evangelio y contemporáneamente, se puede afirmar, surgían como pueblos y naciones.

123 La historia de la formación de las naciones europeas va a la par con su evangelización; hasta el punto de que las fronteras europeas coinciden con las de la penetración del Evangelio. Después de veinte siglos de historia, no obstante los conflictos sangrientos que han enfrentado a los pueblos de Europa, y a pesar de las crisis espirituales que han marcado la vida del continente — hasta poner a la conciencia de nuestro tiempo graves interrogantes sobre su suerte futura— se debe afirmar que la identidad europea es incomprensible sin el cristianismo, y que precisamente en él se hallan aquellas raíces comunes, de las que ha madurado la civilización del continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansión constructiva también en los demás continentes; en una palabra, todo lo que constituye su gloria.

Y todavía en nuestros días, el alma de Europa permanece unida porque, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan.

3. Dirijo mí mirada a Europa como al continente que más ha contribuido al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes. Y mientras bendigo al Señor por haberlo iluminado con su luz evangélica desde los orígenes de la predicación apostólica, no puedo silenciar el estado de crisis en el que se encuentra, al asomarse al tercer milenio de la era cristiana.

Hablo a representantes de Organizaciones nacidas para la cooperación europea, y a hermanos en el Episcopado de las distintas Iglesias locales de Europa. La crisis alcanza la vida civil como la religiosa. En el plano civil, Europa se encuentra dividida. Unas fracturas innaturales privan a sus pueblos del derecho de encontrarse todos recíprocamente en un clima de amistad; y de aunar libremente sus esfuerzos y creatividad al servicio de una convivencia pacífica, o de una contribución solidaria a la solución de problemas que afectan a otros continentes. La vida civil se encuentra marcada por las consecuencias de ideologías secularizadas, que van desde la negación de Dios ola limitación de la libertad religiosa, a la preponderante importancia atribuida al éxito económico respecto a los valores humanos del trabajo y de la producción; desde el materialismo y el hedonismo, que atacan los valores de la familia prolífica y unida, los de la vida recién concebida y la tutela moral de la juventud, a un «nihilismo» que desarma la voluntad de afrontar problemas cruciales como los de e los nuevos pobres, emigrantes, minorías étnicas y religiosas, recto uso de los medios de información, mientras arma las manos del terrorismo.

Europa está además dividida en el aspecto religioso: No tanto ni principalmente por razón de las divisiones sucedidas a través de los siglos, cuanto por la defección de bautizados y creyentes de las razones profundas de su fe y del vigor doctrinal y moral de esa visión cristiana de la vida, que garantiza equilibrio a las personas y comunidades.

4. Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las. otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: «lo puedo».

5. Si Europa es una, y puede serlo con el debido respeto a todas sus diferencias, incluidas las de los diversos sistemas políticos; si Europa vuelve a pensar en la vida social, con el vigor que tienen algunas afirmaciones de principio como las contenidas en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en la Declaración europea de los Derechos del Hombre, en el Acta final de la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa; sí Europa vuelve a actuar, en la vida específicamente religiosa, con el debido conocimiento y respeto a Dios, en el que se basa todo el derecho y toda la justicia; si Europa abre nuevamente las puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salvífico los confines de los estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo (Cfr. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, I (1978) 35 ss), su futuro no estará dominado por la incertidumbre y el temor, antes bien se abrirá a un nuevo período de vida, tanto interior como exterior, benéfico y determinante para el mundo, amenazado constantemente por las nubes de la guerra y por un posible ciclón de holocausto atómico.

6. En estos instantes vienen a mí mente los nombres de grandes personalidades: hombre y mujeres que han dado esplendor y gloria a este continente por su talento, capacidad y virtudes. La lista es tan numerosa entre los pensadores, científicos, artistas, exploradores, inventores, jefes de estado, apóstoles y santos, que no permite abreviaciones. Estos constituyen un estimulante patrimonio de ejemplo y confianza. Europa tiene todavía en reserva energías humanas incomparables, capaces de sostenerla en esta histórica labor de renacimiento continental y de servicio ala humanidad.

Me es grato recordar ahora con sencillez la fuerza de espíritu de Teresa de Jesús, cuya memoria he querido especialmente honrar durante este viaje, y la generosidad de Maximiliano Kolbe mártir de la caridad en el campo de concentración de Auschwitz al que recientemente he proclamado santo. P

ero merecen particular mención los Santos Benito de Nursia y Cirilo y Metodio, Patronos de Europa. Desde los primeros días de mi pontificado, no he dejado de subrayar mi solicitud por la vida de Europa, y de indicar cuáles son las enseñanzas que provienen del espíritu y acción del « patriarca de Occidente » y de los «dos hermanos griegos», apóstoles de los pueblos eslavos.

Benito supo aunar la romanidad con el Evangelio, el sentido de la universalidad y del derecho con el valor de Dios y de la persona humana. Con su conocida frase «ora et labora» — reza y trabaja—, nos ha dejado una regla válida aún hoy para el equilibrio de la persona y de la sociedad, amenazadas por el prevalecer del tener sobre el ser.

124 Los Santos Cirilo y Metodio supieron anticipar algunas c?nquistas, que han sido asumidas plenamente por la Iglesia en el Con cilio Vaticano II, sobre la inculturación del mensaje evangélico en j las respectivas civilizaciones, tomando la lengua, las costumbres y el espíritu de la estirpe con toda plenitud de su valor. Y esto lo realizaron en el siglo IX, con la aprobación y el apoyo de la Sede Apostólica, dando lugar así a aquella presencia del cristianismo entre los pueblos eslavos, que permanece todavía hoy insuprimible, a pesar de las actuales vicisitudes contingentes. A los tres Patronos de Europa he dedicado peregrinaciones, discursos, documentos pontificios y culto público, implorando sobre el continente su protección, y mostrando a la vez su pensamiento y su ejemplo a las nuevas generaciones.

La Iglesia es además consciente del lugar que le corresponde en la renovación espiritual y humana de Europa. Sin reivindicar ciertas posiciones que ocupó en el pasado y que la época actual ve como totalmente superadas, la misma Iglesia se pone al servicio, como Santa Sede y como Comunidad católica, para contribuir a la consecución de aquellos fines, que procuren un auténtico bienestar material, cultural y espiritual a las naciones. Por ello, también a nivel diplomático, está presente por medio de sus Observadores en los diversos Organismos comunitarios no políticos; por la misma razón mantiene relaciones diplomáticas, lo más extensas posibles, con los Estados; por el mismo motivo ha participado, en calidad de miembro, en la Conferencia de Helsinki y en la firma de su importante Acta final, así como en las reuniones de Belgrado y de Madrid; esta última, reanudada hoy; y para la que formulo los mejores votos en momentos no fáciles para Europa.

Pero es la vida eclesial la que es llamada principalmente en causa, con el fin de continuar dando un testimonio de servicio y de amor, para contribuir a la superación de las actuales crisis del continente, como he tenido ocasión de repetir recientemente en el Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas (Cfr. IOANNIS Pauli PP. II Allocutio ad Consilium Conferentiarum Episcopalium Europae habita, die 5 oct. 1982: vide supra, pp. 689 ss.).

7. La ayuda de Dios está con nosotros. La oración de todos los creyentes nos acompaña. La buena voluntad de muchas personas desconocidas artífices de paz y de progreso, está presente en medio de nosotros, como una garantía de que este Mensaje dirigido a los pueblos de Europa va a caer en un terreno fértil.

Jesucristo, el Señor de la historia, tiene abierto el futuro a las decisiones generosas y libres de todos aquellos que, acogiendo la gracia de las buenas inspiraciones, se comprometen a una acción decidida por la justicia y la caridad, en el marco del pleno respeto a la verdad y la libertad.

Encomiendo estos pensamientos a la Santísima Virgen, para que los bendiga y haga fecundos; y recordando el culto que se da a la Madre de Dios en los numerosos santuarios de Europa, desde Fátima a Ostra Brama, de Lourdes y Loreto a Czestochowa, le pido que acoja las plegarias de tantos corazones: para que el bien continúe siendo una gozosa realidad en Europa y Cristo tenga siempre unido nuestro continente a Dios.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Labacolla Santiago de Compostela - Martes 9 de noviembre de 1982



Majestades,
hermanos en el Episcopado,
españoles todos,

1. Ha llegado el momento de despedirnos, al final de mi viaje apostólico a vuestra nación. Doy gracias a Dios por estos días intensos, que me han permitido realizar los objetivos previstos de anuncio de la fe y siembra de esperanza.

125 En cada uno de los lugares visitados, he encontrado con gozo una gran vitalidad de fe cristiana. Unida a inequívocas pruebas de amor a la Iglesia y afecto al Sucesor de Pedro.

2. Quedan impresos en mi alma tantas escenas y momentos de este viaje, que serán recuerdos imborrables de mi paso entre vosotros. Estoy seguro de que muchas veces aflorará en mi mente la memoria de estos días, y entonces la oración recogerá mi recuerdo agradecido.

De entre tantos momentos memorables, ¿cómo no mencionar el del encuentro con los obispos de España que cuidan la grey de Cristo; los de mi oración ante los sepulcros de esos Santos universales, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz; los encuentros con los superiores mayores religiosos, con el mundo del trabajo y los jóvenes; el acto sacerdotal con la ordenación de nuevos presbíteros; la primera beatificación hecha en tierras de España; el acto mariano y rosario junto a la Madre común? ¡Qué cúmulo de vivencias entrañables acuden a la mente, cuando evoco mi estancia en Madrid, Ávila, Alba de Tormes, Salamanca, Guadalupe, Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, Loyola, Javier, Zaragoza, Montserrat-Barcelona, Valencia y la última etapa en esta ciudad del Apóstol Santiago! Son nombres que han penetrado definitivamente en fibras muy hondas de mi ser, hechos imagen de un nombre querido: España.

3. Con mi viaje he querido despertar en vosotros el recuerdo de vuestro pasado cristiano y de los grandes momentos de vuestra historia religiosa. Esa historia por la que, a pesar de las inevitables lagunas humanas, la Iglesia os debía un testimonio de gratitud.

Sin que ello significase invitaros a vivir de nostalgias o con los ojos sólo en el pasado, deseaba dinamizar vuestra virtualidad cristiana. Para que sepáis iluminar desde la fe vuestro futuro, y construir sobre un humanismo cristiano las bases de vuestra actual convivencia. Porque amando vuestro pasado y purificándolo, seréis fieles a vosotros mismos y capaces de abriros con originalidad al porvenir.

4. Antes de dejar vuestro país, deseo reiterar mi agradecimiento a Su Majestad el Rey: por su invitación a visitar España, que se unió a la del Episcopado, y por venir a despedirme junto con la Reina. Mi reconocimiento también al Gobierno y Autoridades todas de la nación, por el esfuerzo desplegado para asegurar el éxito de la visita. Y vaya asimismo mi sincera gratitud a tantas personas, que han prestado un servicio precioso y anónimo, antes y durante mi viaje.

Queridos españoles todos: He visto millares de veces, en todas las ciudades visitadas, el cartel de quien esperabais como “testigo de esperanza”.

Los brazos abiertos del Papa quieren seguir siendo una llamada a la esperanza, una invitación a mirar hacia lo alto, una imploración de paz y fraterna convivencia entre vosotros.

Son los brazos de quien os bendice e invoca sobre vosotros la protección divina, y en un saludo hecho de afecto os dice: ¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!










A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO


SOBRE LA PASTORAL FAMILIAR EN EUROPA


Viernes 26 de noviembre de 1982



Señor cardenal,
126 queridos hermanos y hermanas:

Permitidme ante lodo manifestaros la alegría que tengo al recibiros hoy, a vosotros que habéis venido de diferentes países de Europa y que compartís conmigo una preocupación que llevo tan en el corazón, que se refiere al futuro de la familia en nuestro continente.

1. El objeto de vuestras reflexiones en estas jornadas de estudio, dedicadas a la pastoral del matrimonio y de la familia en Europa y preparadas conjuntamente por el Pontificio Consejo para la Familia y el Instituto de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, es de gran importancia. Habéis querido examinar la Exhortación Apostólica Familiaris consortio a un año de su publicación, para subrayar en ella los puntos más sobresalientes y evaluar la acogida que ha tenido en vuestras comunidades, en vistas a contribuir a la renovación espiritual de Europa. Esta Exhortación indica,. en efecto, las orientaciones funda-mentales según las cuales la Iglesia deberá velar sobre el matrimonio y la familia en. este final del segundo milenio.

La Iglesia está preocupada por llegar a tener una inteligencia cada vez más profunda de la verdad que tiene la misión de presentar. De este modo, la primera orientación dada por la Exhortación Apostólica es una invitación lanzada a toda la Iglesia u anunciar, con fidelidad e humilde valentía, esta verdad al hombre de hoy. Se trata del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, porque solamente en la fidelidad al mismo se encuentra la salvación de la institución matrimonial y familiar para todos los que se casan. Este deber primordial de la Iglesia debe expresarse claramente en la cultura europea que está todavía marcada por los valores humanos y cristianos auténticos oscurecidos sin embargo, con demasiada frecuencia, por desviaciones debidas ya a concepciones erróneas, ya al permisivismo moral. Es más urgente y necesario que nunca reconstruir en cada hombre y en cada mujer la certeza de una verdad que concierne a su matrimonio y a los valores éticos que deben mantenerlo. A través del anuncio de la verdad, la Iglesia está llamada a una estima más profunda del amor conyugal, entendido en todas sus dimensiones, a una estima de todas sus riquezas. Por otra parte, los esposos, solicitados por tan diferentes teorías acerca de la felicidad de la pareja y de la familia, ¿no es verdad que se dirigen hoy hacia la Iglesia en busca urgente de esta verdad, de esta sabiduría?

La verdad que la Iglesia anuncia es una verdad de vida: debe llegar a ser vida. Esta es una segunda orientación fundamental trazada por la Exhortación Apostólica,. Esta exigencia de la verdad concierne tanto a la vida personal de los cónyuges, como a la cultura en la que viven los esposos en Europa. En efecto, esta verdad intenta ser inspiradora de una cultura familiar. Los padres del Sínodo insistieron con razón sobre esta necesidad. El proceso de inculturación del que habla la Familiaris consortio, comporta dos momentos estrechamente ligados entre sí. Implica un juicio crítico para discernir lo que es conforme al plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, y lo que se separa de él. Cada creyente ha sido confiado al Espíritu de manera que esté en grado de elaborar un juicio semejante. Pero no es suficiente ejercer un juicio critico sobre las diversas propuestas culturales. Se debe crear una cultura matrimonial y familiar que realice en la Europa de hoy la identidad humana y cristiana del matrimonio y de la familia. Es un deber que forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia que, por otra parte, se debe esforzar en restaurar la unidad entre la fe cristiana y la cultura en Europa a propósito de la familia.

2. Pero, en vuestra reflexión no os limitáis a tener en cuenta las orientaciones pastorales fundamentales. Queréis también hacer una primera evaluación de la acogida que ha tenido la Exhortación Familiaris consortio en las comunidades cristianas de Europa.

En efecto, lo que el Sínodo de los Obispos enseñó y mi Exhortación Apostólica hizo suyo debe echar raíces en el espíritu y en el corazón de cada fiel, mediante su total asimilación. Porque es el mismo y único Espíritu el que ilumina a los Pastores de la Iglesia cuando enseñan la doctrina de Cristo, con la autoridad que les es propia, y el que habita en el corazón de los esposos para que realicen el proyecto de Dios sobre su matrimonio.

Así, pues, ayudando a los esposos a ser cada vez más fieles al Espíritu mediante la adhesión de la inteligencia y del corazón a lo que la Iglesia enseña, se intenta conseguir dos objetivos.

Se trata en primer lugar de esclarecer las razones profundas, el motivo de tal enseñanza. En efecto, no chocamos solamente con dificultades de orden práctico. Hay razones últimas que con frecuencia no son acogidas. Es, pues, necesario volver a sus fuentes que se encuentran en el corazón mismo de la Revelación, que nos desvela la verdad total sobre el hombre. Es preciso enseñar a los esposos a permanecer en este corazón, en este centro radiante en el que pueden comprender su vocación„ y por consiguiente los motivos de la enseñanza de la Iglesia. Así comprenderán que, en lo esencial, la enseñanza de la Iglesia procede de la visión evangélica del amor, de la sexualidad humana, en una palabra, de la persona humana. Deseo vivamente que muchas personas en la Iglesia se preocupen de propagar esta luz. Es por esta razón, para este trabajo de "inteligencia de la fe", de reflexión sobre las razones últimas de la doctrina cristiana, por lo que ha sido creado el Instituto de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, que quiere ser un centro cultural al servicio de toda la Iglesia.

El segundo objetivo al que tiende nuestro esfuerzo para que la enseñanza de la Iglesia sea acogida por los esposos, es ofrecerles los medios necesarios para ayudarles a ponerla en práctica. No hay duda que los esposos pueden encontrar dificultades no sólo en el plano de la pregunta, "¿por qué semejante enseñanza?", sino también cuando se preguntan, "¿cómo poner en práctica tal enseñanza?". En este contexto es preciso encuadrar todas las iniciativas encaminadas a ayudar a los cónyuges a profundizar en su vida espiritual mediante la oración, la puesta en común de sus alegrías y de sus dificultades, la recepción frecuente de los sacramentos, gracias a los Movimientos y Asociaciones familiares

3. Pero, vosotros reflexionáis sobre la familia en vistas también de la renovación espiritual de Europa.

127 Hoy más que nunca Europa tiene necesidad de reencontrar su identidad espiritual, que es incomprensible sin el cristianismo. El cristianismo no es algo que viene como suplemento, algo extraño a la conciencia europea, a esta conciencia que constituye el tejido unitivo profundo y verdadero del viejo continente, subyacente en la legítima diversidad de pueblos, de culturas y de historias. El cristianismo, el anuncio del Evangelio está en la fuente de esta conciencia, de esta unidad espiritual, como lo demuestran ya los orígenes de su historia a través de Benito. Patriarca del Occidente, y de Cirilo y Metodio, los hermanos eslavos. La reconstrucción de Europa exige, ante todo, este esfuerzo para hacerla de nuevo consciente de su identidad total, de su alma.

Esta renovación., que pone en juego todas las fuerzas de la Iglesia, halla en la familia uno de los sujetos más importantes.

Es precisamente en la familia, como ya lo he dicho, donde la persona humana encuentra la primera e irreemplazable escuela para ser verdaderamente humana. Es en la familia donde se da la primera transmisión de la cultura. Y es por lo que le corresponde a ella, originalmente, asegurar la continuidad en el desarrollo histórico de la conciencia y de la cultura de un pueblo.

La historia de Europa muestra cómo, en diversos momentos, hubo instituciones creadoras de cultura y de civilización, en una síntesis fecunda de cristianismo y humanismo. Baste pensar en el papel de los monasterios benedictinos y en las universidades que surgieron por toda Europa, desde París a Oxford, desde Bolonia a Cracovia, desde Praga a Salamanca. La institución familiar, ya que está llamada en el proyecto salvífico de Dios a ser la institución educativa original y primera, debe reforzar siempre su presencia en estas instituciones creadoras de verdadera cultura.

He aquí cómo veo yo vuestro encuentro europeo de pastoral familiar: es un simio y una promesa. Es signo de que la iglesia toma cada vez más conciencia de lo que es la familia, y es la promesa de un nuevo combate en favor de la persona humana, por la persona humana a la que Dios ha dado para siempre a su propio Hijo, a su único Hijo. Estoy seguro de que vuestra reunión será fructuosa, gracias a vuestro trabajo y al espíritu de comunión que os anima y que ha presidido la organización de este coloquio

Permitidme, antes de separarnos, invitaros, en lo que a vosotros se refiere, a hacer oración de lo que ha sido objeto de vuestras reflexiones. para que el mismo Señor haga crecer y germinar la palabra de esperanza que vosotros os esforzáis en propagar. Por esto, al daros mi bendición apostólica, le pido que bendiga vuestras personas y actividades al servicio de la familia cristiana.





                                                                                  Diciembre de 1982




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