Audiencias 1983




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Enero de 1983

Miércoles 5 de enero de 1983

El sacramento del matrimonio

1. "Yo, ... te quiero a ti, ..., como esposa"; "yo, ..., te quiero a ti, a ti, ..., como esposo": estas palabras están en el centro de la liturgia del matrimonio como sacramento de la Iglesia. Estas palabras las pronuncian los novios insertándolas en la siguiente fórmula del consentimiento: "...prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida". Con estas palabras los novios contraen matrimonio y al mismo tiempo lo reciben como sacramento, del cual ambos son ministros. Ambos, hombre y mujer, administran el sacramento. Lo hacen ante los testigos. Testigo cualificado es el sacerdote, que al mismo tiempo bendice el matrimonio y preside toda la liturgia del sacramento. Testigos, en cierto sentido. son además todos los participantes en el rito de la hada, y en "forma oficial" algunos de ellos (normalmente dos). llamados expresamente. Ellos deben testimoniar que el matrimonio se contrae ante Dios v lo confirma la Iglesia. En el orden normal de las cosas, el matrimonio sacramental es un acto público, por medio del cual dos personas, un hombre y una mujer, se convierten ante la sociedad de la Iglesia en marido y mujer, es decir, en sujeto actual de la vocación y de la vida matrimonial.

2. El matrimonio como sacramento se contrae mediante la palabra, que es signo sacramental en razón de su contenido: "Te quiero a ti como esposa ?como esposo? y prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida". Sin embargo, esta palabra sacramental es de por sí sólo el signo de la celebración del matrimonio. Y la celebración del matrimonio se distingue de su consumación hasta el punto de que, sin esta consumación, el matrimonio no está todavía constituido en su plena realidad. La constatación de que un matrimonio se ha contraído jurídicamente, pero no se ha consumado (ratum - non consummatum), corresponde a la constatación de que no se ha constituido plenamente como matrimonio. En efecto, las palabras mismas "Te quiero a ti como esposa ? esposo ?" se refieren no sólo a una realidad determinada, sino que puede realizarse sólo a través de la cópula conyugal. Esta realidad (la cópula conyugal)por lo demás viene definida desde el principio por institución del Creador: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gn 2,24).

3. Así, pues, de las palabras con las que el hombre v la mujer expresan su disponibilidad a llegar a ser "una sola carne", según la eterna verdad establecida en el misterio de la creación, pasamos a la realidad que corresponde a estas palabras. Uno y otro elemento es importante respecto a la estructura del signo sacramental, al que conviene dedicar el resto de las presentes consideraciones. Puesto que el sacramento es el signo mediante el cual se expresa y al mismo tiempo se actúa la realidad salvífica de la gracia y de la alianza, hay que considerarlo ahora bajo el aspecto del signo, mientras que las reflexiones anteriores se han dedicado a la realidad de la gracia y de la alianza.

El matrimonio como sacramental de la Iglesia, se contrae mediante las palabras de los ministros, es decir, de los nuevos esposos: palabras que significan e indican, en el orden intencional, lo que (o mejor: quien) ambos han decidido ser, de ahora en adelante, el uno para el otro y el uno con el otro. Las palabras de los nuevos esposos forman parte de la estructura integral del signo sacramental, no sólo por lo que significan, sino, en cierto sentido, también con el que ellas significan y determinan. El signo sacramental se constituye en el orden intencional, en cuanto que se constituye contemporáneamente en el orden real.

4. Por consiguiente, el signo del sacramento del matrimonio se constituye mediante las palabras de los nuevos esposos, en cuanto que a ellas corresponde la "realidad" que ellas mismas constituyen. Los dos, como hombre y mujer, al ser ministros del sacramento en el momento de contraer matrimonio, constituyen al mismo tiempo el pleno y real signo visible del sacramento mismo. Las palabras que ellos pronuncian no constituirían de por sí el signo sacramental del matrimonio, si no correspondiesen a ellas la subjetividad humana del novio y de la novia y al mismo tiempo la conciencia del cuerpo, ligada a la masculinidad y a la feminidad del esposo y de la esposa. Aquí hay que traer de nuevo a la mente toda la serie de análisis relativos al libro del Génesis (cf. Gn 1,2), hechos anteriormente. La estructura del signo sacramental sigue siendo ciertamente en su esencia la misma que "en principio". La determina, en cierto sentido, "el lenguaje del cuerpo", en cuanto que cl hombre y la mujer, que mediante el matrimonio deben llegar a ser una sola carne, expresan en este signo el don recíproco de la masculinidad y de la feminidad, como fundamento de la unión conyugal de las personas

5. El signo del sacramento del matrimonio se constituye por el hecho de que las palabras pronunciadas por los nuevos esposos adquieren el mismo "lenguaje del cuerpo" que al "principio", y en todo caso le dan una expresión concreta e irrepetible. Le dan una expresión intencional en el plano del intelecto y de la voluntad, de la conciencia y del corazón. Las palabras "Yo te quiero a ti como esposa - como esposo" llevan en sí precisamente ese perenne, y cada vez único e irrepetible, "lenguaje del cuerpo" y al mismo tiempo lo colocan en el contexto de la comunión de los personas: "Prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida". De este modo, el "lenguaje del cuerpo" perenne y cada vez nuevo, es no solo el "substrato" sino, en cierto sentido, el contenido constitutivo de la comunión de las personas. Las personas ?hombre y mujer? se convierten de por sí en un don recíproco. Llegan a ser ese don en su masculinidad y feminidad, descubriendo el significado esponsalicio del cuerpo y refiriéndolo recíprocamente a sí mismos de modo irreversible para toda la vida.

6. Así el sacramento del matrimonio como signo permite comprender las palabras de los nuevos esposos, palabras que confieren un aspecto nuevo a su vida en la dimensión estrictamente personal (e interpersonal: comunnio personarum), basándose en el "lenguaje del cuerpo". La administración del sacramento consiste en esto: que en el momento de contraer matrimonio el legumbre y la mujer, con las palabras adecuadas y en la relectura del perenne "lenguaje del cuerpo", forman un signo, un signo irrepetible, que tiene también un significado de cara al futuro: "todos los días de mi vida", es decir, hasta la muerte. Este es signo visible y eficaz de la alianza con Dios en Cristo, esto es, de la gracia, que en dicho signo debe llegar a ser parte de ellos, como "propio don" (según la expresión de la primera Carta a los Corintios 7, 7).

7. Al formular la cuestión en categorías socio-jurídicas, se puede decir que entre los nuevos esposos se ha estipulado un pacto conyugal de contenido bien determinado. Se puede decir además que, como consecuencia de este pacto, ellos se convierten en esposos de modo socialmente reconocido, y que de esta manera se ha constituido en su germen la familia como colarla social fundamental. Este modo de entender está obviamente en consonancia con la realidad humana del matrimonio, más aún, es fundamental también en el sentido religioso y religioso-moral. Sin embargo, desde el punto de vista de la teología del sacramento, la clave para comprender el matrimonio sigue siendo la realidad del signo, con el que el matrimonio se constituye sobre el fundamento de la alianza del hombre con Dios en Cristo y en la Iglesia: se constituye en el orden sobrenatural del vínculo sagrado que exige la gracia. En este orden el matrimonio es un signo visible y eficaz. Originado en el misterio de la creación tiene su nuevo origen en el misterio de la redención, sirviendo a la "unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad" (Gaudium et spes GS 24). La liturgia del sacramento del matrimonio da forma a ese signo: directamente, durante el rito sacramental, sobre la base del conjunto de sus elocuentes expresiones; indirectamente, a lo largo de toda la vida. El hombre y la mujer, como cónyuges, llevan este signo toda la vida y siguen siendo ese signo hasta la muerte.



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Miércoles 12 de enero de 1983



1. Analizamos ahora la sacramentalidad del matrimonio bajo el aspecto del signo.

Cuando afirmamos que en la estructura del matrimonio como signo sacramental, entra esencialmente también el “lenguaje del cuerpo”, hacemos referencia a la larga tradición bíblica. Esta tiene su origen en el libro del Génesis (sobre todo 2, 23-25) y culmina definitivamente en la Carta a los Efesios (cf. Ep 5,21-23). Los Profetas del Antiguo Testamento han tenido un papel esencial en la formación de esta tradición. Al analizar los textos de Oseas, Ezequiel, Deutero-lsaías, y de otros Profetas, nos hemos encontrado en el camino de esa gran analogía, cuya expresión última es la proclamación de la Nueva Alianza bajo la forma de un desposorio entre Cristo y la Iglesia (cf. Ep 5,21-23). Basándose en esta larga tradición, es posible hablar de un específico “profetismo del cuerpo”, tanto por el hecho de que encontramos esta analogía sobre todo en los Profetas, como mirando al contenido mismo de ella. Aquí el “profetismo del cuerpo” significa precisamente el “lenguaje del cuerpo”.

2. La analogía parece tener dos estratos. En el estrato primero y fundamental, los Profetas presentan la comparación de la Alianza, establecida entre Dios e Israel, como un matrimonio (lo que nos permitirá también comprender el matrimonio mismo como una alianza entre marido y mujer) (Cf. Prov Pr 2,17 Ml 2,14). En este caso la Alianza nace de la iniciativa de Dios, Señor de Israel. El hecho de que, como Creador y Señor, Él establece alianza primero con Abraham y luego con Moisés, atestigua ya una elección particular. Y por esto, los Profetas, presuponiendo todo el contenido jurídico-moral de la Alianza. profundizan más, revelando una dimensión de ella incomparablemente más honda de la del simple “pacto”. Dios, al elegir a Israel, se ha unido con su pueblo mediante el amor y la gracia. Se ha ligado con vínculo particular, profundamente personal, y por esto Israel, aunque es un pueblo, es presentado en esta visión profética de la Alianza como “esposa” o “mujer”, en cierto sentido, pues, como persona:

“...Tu marido es tu Hacedor;/ Yavé de los ejércitos es su nombre,/ y tu Redentor es el Santo de Israel/, que es el Dios del mundo todo.../ Dice tu Dios.../ No se apartará de ti mi amor/ ni mi alianza de paz vacilará” (Is 54,5 Is 54,6 Is 54,10).

3. Yavé es el Señor de Israel, pero se convirtió también en su Esposo.Los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de la completa originalidad del “dominio” de Yavé sobre su pueblo. A los otros aspectos del dominio de Yavé, Señor de la Alianza y Padre de Israel, se añade uno nuevo revelado por los Profetas, esto es, la dimensión estupenda de este “dominio”, que es la dimensión nupcial. De este modo, lo absoluto del dominio resulta lo absoluto del amor. Con relación a este absoluto, la ruptura de la Alianza significa no sólo la infracción del “pacto” vinculada con la autoridad del supremo Legislador, sino la infidelidad y la traición: se trata de un golpe que incluso traspasa su corazón de Padre, de Esposo y de Señor.

4. Si en la analogía utilizada por los Profetas, se puede hablar de estratos, éste es, en cierto sentido, el estrato primero y fundamental. Puesto que la Alianza de Yavé con Israel tiene el carácter de vínculo nupcial a semejanza del pacto conyugal, ese primer estrato de su analogía revela el segundo, que es precisamente el “lenguaje del cuerpo”. En primer lugar, pensamos en el lenguaje en sentido objetivo: los Profetas comparan la Alianza con el matrimonio, se remiten al sacramento primordial de que habla el Génesis 2, 24, donde el hombre y la mujer se hacen, por libre opción, “una sola carne”. Sin embargo, es característico del modo de expresarse los Profetas, el hecho de que, suponiendo el “lenguaje del cuerpo” en sentido objetivo, pasan simultáneamente a su significado subjetivo, o sea, por decirlo así, permiten al cuerpo mismo hablar. En los textos proféticos de la Alianza, basándose en la analogía de la unión nupcial de los esposos, “habla” el cuerpo mismo; habla con su masculinidad o feminidad, habla con el misterioso lenguaje del don personal, habla, finalmente —y esto sucede con mayor frecuencia—, tanto con el lenguaje de la fidelidad, es decir, del amor, como con el de la infidelidad conyugal, esto es con el del “adulterio”.

5. Es sabido que fueron los diversos pecados del pueblo elegido —y sobre todo las frecuentes infidelidades relacionadas con el culto al Dios uno, esto es, las varias formas de idolatría— los que ofrecieron a los Profetas la oportunidad para las enunciaciones dichas. El Profeta del “adulterio” de Israel ha venido a ser de modo especial Oseas, que lo estigmatiza no sólo con las palabras, sino en cierto sentido también con hechos de significado simbólico: “Ve y toma por mujer a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra, apartándose de Yavé” (Os 1,2). Oseas pone de relieve todo el esplendor de la Alianza, de ese desposorio, en el que Yavé se manifiesta Esposo-cónyuge sensible, afectuoso, dispuesto a perdonar, y a la vez exigente y severo. El “adulterio” y la “prostitución” de Israel constituyen un evidente contraste con el vínculo nupcial, sobre el que está basada la Alianza, lo mismo que, análogamente, el matrimonio del hombre con la mujer.

6. Ezequiel estigmatiza de manera análoga la idolatría, valiéndose del símbolo del adulterio de Jerusalén (cf. Ez 16) y, en otro pasaje, de Jerusalén y de Samaria (cf. Ez 23): “Pasé yo junto a ti y te miré. Era tu tiempo el tiempo del amor...; me ligué a ti con juramento e hice alianza contigo, dice el Señor Yavé, y fuiste mía” (Ez 16,8). “Pero te envaneciste de tu hermosura y de tu nombradía y te diste al vicio, ofreciendo tu desnudez a cuantos pasaban, entregándote a ellos” (Ez 6,15).

7. En los textos proféticos el cuerpo humano habla un “lenguaje” del que no es el autor. Su autor es el hombre en cuanto varón o mujer, en cuanto esposo o esposa, el hombre con su vocación perenne a la comunión de las personas. Sin embargo, el hombre no es capaz, en cierto sentido, de expresar sin el cuerpo este lenguaje singular de su existencia personal y de su vocación. Ha sido constituido desde “el principio” de tal modo, que las palabras más profundas de espíritu: palabras de amor, de donación, de fidelidad, exigen un adecuado “lenguaje del cuerpo”. Y sin él no pueden ser expresadas plenamente. Sabemos por el Evangelio que esto se refiere tanto al matrimonio como a la continencia “por el reino de los cielos”.

8. Los Profetas, como portavoces inspirados de la Alianza de Yavé con Israel, tratan precisamente, mediante este “lenguaje del cuerpo”, de expresar tanto la profundidad nupcial de dicha Alianza, como todo lo que la contradice. Elogian la fidelidad, estigmatizan, en cambio, la infidelidad como “adulterio”; hablan, pues, según categorías éticas, contraponiendo recíprocamente el bien y el mal moral. La contraposición del bien y del mal es esencial para el ethos. Los textos proféticos tienen en este campo un significado esencial, como hemos visto ya en nuestras reflexiones precedentes. Pero parece que el “lenguaje del cuerpo” según los Profetas, no es únicamente un lenguaje del ethos, un elogio de la fidelidad y de la pureza, sino una condena del “adulterio” y de la “prostitución”. Efectivamente, para todo lenguaje, como expresión del conocimiento, las categorías de la verdad y de la no-verdad (o sea, de lo falso) son esenciales. En los textos de los Profetas que descubren la analogía de la Alianza de Yavé con Israel en el matrimonio, el cuerpo dice la verdad mediante la fidelidad y el amor conyugal, y, cuando comete “adulterio”, dice la mentira, comete la falsedad.

3 9. No se trata aquí de sustituir las diferenciaciones éticas con las lógicas. Si los textos proféticos señalan la fidelidad conyugal y la castidad como “verdad”, y el adulterio, en cambio, o la prostitución, como no-verdad, como “falsedad” del lenguaje del cuerpo, esto sucede porque en el primer caso, el sujeto (=Israel como esposa) está concorde con el significado nupcial que corresponde al cuerpo humano (a causa de su masculinidad o feminidad) en la estructura integral de la persona; en cambio, en el segundo caso, el mismo sujeto está en contradicción y colisión con este significado.

Podemos decir, pues, que lo esencial para el matrimonio, como sacramento, es el “lenguaje del cuerpo”, releído en la verdad. Precisamente mediante él se constituye, en efecto, el signo sacramental.



Miércoles 19 de enero de 1983



1. Los textos de los Profetas tienen gran importancia para comprender el matrimonio como alianza de personas (a imagen de la Alianza de Yavé con Israel) y, en particular, para comprender la alianza sacramental del hombre y de la mujer en la dimensión del signo. El “lenguaje del cuerpo” entra —como ya hemos considerado anteriormente— en la estructura integral del signo sacramental, cuyo principal sujeto es el hombre, varón y mujer. Las palabras del consentimiento conyugal constituyen este signo, porque en ellas halla expresión el significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Este significado se expresa, sobre todo, por las palabras: “Yo te recibo... como esposa... esposo”. Por lo demás, con estas palabras se confirma la “verdad” esencial del lenguaje del cuerpo y queda excluida también (al menos indirectamente, implicite) la “no-verdad” esencial, la falsedad del lenguaje del cuerpo. Efectivamente, el cuerpo dice la verdad por medio del amor, la fidelidad, la honestidad conyugal, así como la no verdad, o sea, la falsedad. se expresa por medio de todo lo que es negación del amor, de la fidelidad, de la honestidad conyugal. Se puede decir, pues, que, en el momento de pronunciar las palabras del consentimiento matrimonial, los nuevos esposos se sitúan en la línea del mismo “profetismo del cuerpo”, cuyo portavoz fueron los antiguos Profetas. El “lenguaje del cuerpo”, expresado por boca de los ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia, instituye el mismo signo visible de la Alianza y de la gracia que —remontándose en su origen al misterio de la creación— se alimenta continuamente con la fuerza de la “redención del cuerpo”, ofrecida por Cristo a la Iglesia.

2. Según los textos proféticos, el cuerpo humano habla un “lenguaje”, del que no es el autor. Su autor es el hombre que, como varón y mujer, esposo y esposa, relee correctamente el significado de este “lenguaje”.Relee, pues, el significado nupcial del cuerpo como integralmente grabado en la estructura de la masculinidad o feminidad del sujeto personal. Una relectura correcta “en la verdad” es condición indispensable para proclamar esta verdad, o sea, para instituir el signo visible del matrimonio como sacramento. Los esposos proclaman precisamente este “lenguaje del cuerpo”, releído en la verdad, como contenido y principio de su nueva vida en Cristo y en la Iglesia. Sobre la base del “profetismo del cuerpo”, los ministros del sacramento del matrimonio realizan un acto de carácter profético. Confirman de este modo su participación en la misión profética de la Iglesia, recibida de Cristo. “Profeta” es aquel que expresa con palabras humanas la verdad que proviene de Dios, aquel que profiere esta verdad en lugar de Dios, en su nombre y, en cierto sentido, con su autoridad.

3. Todo esto se refiere a los nuevos esposos, que, como ministros del sacramento del matrimonio, instituyen con las palabras del consentimiento conyugal el signo visible, proclamando el “lenguaje del cuerpo”, releído en la verdad, como contenido v principio de su nueva vida en Cristo y en la Iglesia. Esta proclamación “profética” tiene un carácter complejo. El consentimiento conyugal es, al mismo tiempo, anuncio y causa del hecho de que, de ahora en adelante, ambos serán ante la Iglesia y la sociedad marido y mujer. (Entendemos este anuncio como “indicación” en el sentido ordinario del término). Sin embargo, el consentimiento conyugal tiene sobre todo el carácter de una recíproca profesión de los nuevos esposos, hecha ante Dios. Basta detenerse con atención en el texto, para convencerse de que esa proclamación profética del lenguaje del cuerpo, releído en la verdad, está inmediata y directamente dirigida del “yo” al “tú”: del hombre a la mujer y de ella a él. Precisamente tienen puesto central en el consentimiento conyugal las palabras que indican el sujeto personal, los pronombres “yo” y “a ti”. El “lenguaje del cuerpo”, relegado en la verdad de su significado nupcial, constituye, mediante las palabras de los nuevos esposos, la unión-comunión de las personas. Si el consentimiento conyugal tiene carácter profético, si es la proclamación de la verdad que proviene de Dios y, en cierto sentido, la enunciación de esta verdad en el nombre de Dios, esto se realiza sobre todo en la dimensión de la comunión interpersonal, y sólo indirectamente “ante” los otros y “por” los otros.

4. En el fondo de las palabras pronunciadas por los ministros del sacramento del matrimonio, está el perenne “lenguaje del cuerpo”, al que Dios “dio comienzo” al crear al hombre como varón y mujer: lenguaje que ha sido renovado por Cristo. Este perenne “lenguaje del cuerpo” lleva en sí toda la riqueza y profundidad del misterio: primero de la creación, luego de la redención. Los esposos, al realizar el signo visible del sacramento mediante las palabras de su consentimiento conyugal, expresan en él “el lenguaje del cuerpo”, con toda la profundidad del misterio de la creación y de la redención (la liturgia del sacramento del matrimonio ofrece un rico contexto de ello). Al releer de este modo “el lenguaje del cuerpo”, los esposos no sólo incluyen en las palabras del consentimiento conyugal la plenitud subjetiva de la profesión, indispensable para realizar el signo propio de este sacramento, sino que llegan también, en cierto sentido, a las fuentes mismas de las que ese signo toma cada vez su elocuencia profética y su fuerza sacramental. No es lícito olvidar que “el lenguaje del cuerpo” antes de ser pronunciado por los labios de los esposos, ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia, ha sido pronunciado por la palabra del Dios vivo, comenzando por el libro del Génesis, a través de los Profetas de la Antigua Alianza, hasta el autor de la Carta a los Efesios.

5. Empleamos aquí varias veces la expresión “lenguaje del cuerpos” refiriéndonos a los textos proféticos. En estos textos, como ya hemos dicho, el cuerpo humano habla un “lenguaje”, del que no es autor en el sentido propio del término. El autor es el hombre —varón y mujer— que relee el verdadero sentido de ese “lenguaje”, poniendo de relieve el significado nupcial del cuerpo como grabado integralmente en la estructura misma de la masculinidad y feminidad del sujeto personal. Esta relectura “en la verdad” del lenguaje del cuerpo confiere, ya de por sí, un carácter profético a las palabras del consentimiento conyugal, por medio de las cuales, el hombre y la mujer realizan el signo visible del matrimonio como sacramento de la Iglesia. Sin embargo, estas palabras contienen algo más que una simple relectura en la verdad de ese lenguaje, del que habla la feminidad y la masculinidad de los nuevos esposos en su relación recíproca: “Yo te recibo como mi esposa - como mi esposo”. En las palabras del consentimiento conyugal están incluidos: el propósito, la decisión y la opción. Los dos esposos deciden actuar en conformidad con el lenguaje del cuerpo, releído en la verdad. Si el hombre, varón y mujer, es el autor de ese lenguaje, lo es, sobre todo, en cuanto quiere conferir, y efectivamente confiere a su comportamiento y a sus acciones el significado conforme con la elocuencia releída de la verdad de la masculinidad y de la feminidad en la recíproca relación conyugal.

6. En este ámbito el hombre es artífice de las acciones que tienen, de por sí, significados definidos. Es, pues, artífice de las acciones y, a la vez, autor de su significado. La suma de estos significados constituye, en cierto sentido, el conjunto del “lenguaje del cuerpo”, con el que los esposos deciden hablar entre sí como ministros del sacramento del matrimonio. El signo que ellos realizan con las palabras del consentimiento conyugal no es un mero signo inmediato y pasajero, sino un signo de perspectiva que reproduce un efecto duradero, esto es, el vínculo conyugal, único e indisoluble (“todos los días de mi vida”, es decir, hasta la muerte). En esta perspectiva deben llenar ese signo del múltiple contenido que ofrece la comunión conyugal y familiar de las personas, y también del contenido que, nacido “del lenguaje del cuerpo”, es continuamente releído en la verdad. De este modo, la “verdad” esencial del signo permanecerá orgánicamente vinculada al ethos de la conducta conyugal. En esta verdad del signo y, consiguientemente, en el ethos de la conducta conyugal, se inserta con gran perspectiva el significado procreador del cuerpo, es decir, la paternidad y la maternidad de las que ya hemos tratado. A la pregunta: “¿Estáis dispuestos a recibir de Dios, responsable y amorosamente, los hijos y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?”, el hombre y la mujer responden: “Sí, estamos dispuestos”.

Y por ahora dejamos para otros encuentros profundizaciones ulteriores del tema.



Miércoles 26 de enero de 1983



4 1. El signo del matrimonio como sacramento de la Iglesia se constituye cada vez según esa dimensión que le es propia desde el “principio”, y al mismo tiempo se constituye sobre el fundamento del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia, como la expresión única c irrepetible de la alianza entre “este” hombre y “esta” mujer, que son ministros del matrimonio como sacramento de su vocación y de su vida. Al decir que el signo del matrimonio como sacramento de la Iglesia se constituye sobre la base del “lenguaje del cuerpo”, nos servimos de la analogía (analogía attributionis), que hemos tratado de esclarecer ya anteriormente. Es obvio que el cuerpo, como tal, no “habla”, sino que habla el hombre, releyendo lo que exige ser expresado precisamente, basándose en el “cuerpo”, en la masculinidad o feminidad del sujeto personal, más aún, basándose en lo que el hombre puede expresar únicamente por medio del cuerpo.

En este sentido, el hombre —varón o mujer— no sólo habla con el lenguaje del cuerpo, sino que en cierto sentido permite al cuerpo hablar “por él” y “de parte de él”: diría, en su nombre y con su autoridad personal. De este modo, también el concepto de “profetismo del cuerpo” parece tener fundamento: el “pro-feta”, efectivamente, es aquel que habla “por” y “de parte de” en nombre y con la autoridad de una persona.

2. Los nuevos esposos son conscientes de esto cuando, al contraer el matrimonio, realizan su signo visible. En la perspectiva de la vida en común y de la vocación conyugal, ese signo inicial, signo originario del matrimonio como sacramento de la Iglesia, será colmado continuamente por el “profetismo del cuerpo”. Los cuerpos de los esposos hablarán “por” y “de parte de” cada uno de ellos, hablarán en el nombre y con la autoridad de la persona, de cada una de las personas, entablando el diálogo conyugal, propio de su vocación y basado en el lenguaje del cuerpo, releído a su tiempo oportuna y continuamente, ¡y es necesario que sea releído en la verdad! Los cónyuges están llamados a construir su vida y su convivencia como “comunión de las personas” sobre la base de ese lenguaje. Puesto que al lenguaje corresponde un conjunto de significados, los esposos —a través de su conducta y comportamiento, a través de sus acciones y expresiones (“expresiones de ternura”: cf. Gaudium et spes
GS 49)— están llamados a convertirse en los autores de estos significados del “lenguaje del cuerpo”, por el cual, en consecuencia, se construyen y profundizan continuamente el amor, la fidelidad, la honestidad conyugal y esa unión que permanece indisoluble hasta la muerte.

3. El signo del matrimonio como sacramento de la Iglesia se forma cabalmente por esos significados, de los que son autores los esposos. Todos estos significados dan comienzo y. en cierto sentido, quedan “programados” de modo sintético en el consentimiento matrimonial, a fin de construir luego —de modo más analítico, día tras día— el mismo signo, identificándose con él en la dimensión de toda la vida. Hay un vínculo orgánico entre el releer en la verdad el significado integral del “lenguaje del cuerpo” y el consiguiente empleo de ese lenguaje en la vida conyugal. En este último ámbito el ser humano — varón y mujer — es el autor de los significados del «lenguaje del cuerpo”. Esto implica que tal lenguaje, del que él es autor, corresponda a la verdad que ha sido releída. Basándonos en la tradición bíblica, hablamos aquí del “profetismo del cuerpo”. Si el ser humano —varón y mujer— en el matrimonio (e indirectamente también en todos los sectores de la convivencia mutua) confiere a su comportamiento un significado conforme a la verdad fundamental del lenguaje del cuerpo, entonces también él mismo “está en la verdad”. En el caso contrario, comete mentira y falsifica el lenguaje del cuerpo.

4. Si nos situamos en la línea de perspectiva del consentimiento matrimonial que —como ya hemos dicho— ofrece a los esposos una participación especial en la misión profética de la Iglesia, transmitida por Cristo mismo, podemos servirnos, a este propósito, también de la distinción bíblica entre profetas “verdaderos” y profetas “falsos”. A través del matrimonio como sacramento de la Iglesia, el hombre y la mujer están llamados de modo explícito a dar —sirviéndose correctamente del “lenguaje del cuerpo”— el testimonio del amor nupcial y procreador, testimonio digno de “verdaderos profetas”. En esto consiste el significado justo y la grandeza del consentimiento matrimonial en el sacramento de la Iglesia.

5. La problemática del signo sacramental del matrimonio tiene carácter profundamente antropológico. La formamos basándonos en la antropología teológica y en particular sobre lo que, desde el comienzo de las presentes consideraciones, hemos definido como “teología del cuerpo”. Por ello, al continuar estos análisis, debemos tener siempre ante los ojos las consideraciones precedentes, que se refieren al análisis de las palabras-clave de Cristo (decimos “palabras-clave” porque nos abren —como la llave— cada una de las dimensiones de la antropología teológica, especialmente de la teología del cuerpo). Al formar sobre esta base el análisis del signo sacramental del matrimonio, del cual — incluso después del pecado original — siempre son partícipes el hombre y la mujer, como “hombre histórico”, debemos recordar constantemente el hecho de que ese hombre “histórico”, varón y mujer, es, al mismo tiempo, el “hombre de la concupiscencia”, como tal, cada hombre y cada mujer entran en la historia de la salvación y están implicados en ella mediante el sacramento, que es signo visible de la alianza y de la gracia.

Por lo cual, en el contexto de las presentes reflexiones sobre la estructura sacramental del signo del. matrimonio, debemos tener en cuenta no sólo lo que Cristo dijo sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio, haciendo referencia al “principio”, sino también (y todavía más) lo que expresó en el sermón de la montaña, cuando apeló al “corazón humano”.




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