Audiencias 1983 63

63 Pero se caracterizan por su polaridad. Esto es, implican una inevitable tensión dialéctica. Alma-cuerpo, varón-mujer, individuo-sociedad son tres binarios que expresan el destino y la vida de un ser incompleto. Son además un grito que se eleva desde el interior de la más íntima experiencia del hombre. Son súplica de unidad y de paz interior, son deseo de una respuesta al drama implícito en su mismo recíproco relacionarse. Se puede decir que son invocación a Otro que colme la sed de unidad, de verdad y de belleza, que emerge de su confrontación.

Incluso desde la intimidad del encuentro con el otro —podemos, pues, concluir—, se abre la urgencia de una intervención de lo Alto, que salve al hombre de un dramático, y por otra parte, inevitable, fracaso.

Saludos

Con mi cordial saludo y bendición a cada persona de lengua española aquí presente; en especial para la peregrinación procedente de Guatemala, para los marineros de Venezuela, así como para los grupos españoles de Castellón, de Calella y Mataró, de Barcelona, de Valencia y para las Antiguas Alumnas del Sagrado Corazón.



Miércoles 16 de noviembre de 1983

1. Le dijo Nicodemo: "¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?" (Jn 3,4)

La pregunta de Nicodemo a Jesús manifiesta bien la preocupada admiración del hombre ante el misterio de Dios, un misterio que descubre en el encuentro con Cristo. Todo el diálogo entre Jesús y Nicodemo pone de relieve la extraordinaria riqueza de significado de todo encuentro, incluso del encuentro del hombre con otro hombre. Efectivamente, el encuentro es el fenómeno sorprendente y real, gracias al cual el hombre sale de su soledad originaria para afrontar la existencia Es la condición normal a través de la cual es llevado a captar el valor de la realidad, de las personas y de las cosas que la constituyen, en una palabra, de la historia. En este sentido se puede comparar con un nuevo nacimiento.

En el Evangelio de Juan el encuentro de Cristo con Nicodemo tiene como contenido el nacimiento a la vida definitiva, la del reino de Dios. Pero en la vida de cada uno de los hombres, ¿acaso no son los encuentros los que tejen la trama imprevista y concreta de la existencia? No están ellos en la base del nacimiento de la autoconciencia capaz de acción, la única que permite una vida digna del nombre de hombre?

En el encuentro con el otro el hombre descubre que es persona y que tiene que reconocer igual dignidad a los demás hombres Por medio de los encuentros significativos aprende a conocer el valor de las dimensiones constitutivas de la existencia humana, ante todo, las de la religión, de la familia y del pueblo al que pertenece.

2. El valor del ser con sus connotaciones universales —la verdad el bien, la belleza—, se le presenta al hombre encarnado sensiblemente en los encuentros decisivos de su existencia.

En el amor conyugal el encuentro entre el amante y el amado, que tiene su realización en el matrimonio, comienza por la experiencia sensible de lo bello encarnado en la "forma" del otro. Pero el ser, a través de la atracción de lo bello, exige expresarse en la plenitud del bien auténtico. El deseo vivo y desinteresado de toda persona que ama verdaderamente es que el otro sea, que se realice su bien, que se cumpla el destino que ha trazado para él Dios providente. Por otra parte, el deseo de bien duradero, capaz de generar y regenerarse en los hijos, no sería posible, si no se apoyase sobre la verdad. No se puede dar la consistencia de un bien definitivo a la atracción de la belleza sin la búsqueda de la verdad de sí y la voluntad de perseverar en ella.

64 Y continuando: ¿Cómo podría existir un hombre plenamente realizado, sin el encuentro, que tiene lugar en su intimidad, con la propia tierra, con los hombres que han forjado su historia mediante la oración, el testimonio, la sangre, el ingenio, la poesía? A su vez, la fascinación por la belleza de la tierra natal y el deseo de verdad y de bien para el pueblo que continuamente la "regenera", aumentan el deseo de la paz, única que hace posible la unidad del género humano. El cristiano se educa para comprender la urgencia del ministerio de la paz por su encuentro con la Iglesia, donde vive el Pueblo de Dios, al que mi predecesor Pablo VI definió "...entidad étnica sui géneris".

Su historia desafía al tiempo desde hace ya dos mil años, dejando inalterada su originaria apertura a lo verdadero, a lo bueno, a lo bello, a pesar de las miserias de los hombres que pertenecen a ella.

3. Pero el hombre, más pronto o más tarde, se da cuenta, en términos dramáticos, de que no posee todavía el significado último de estos encuentros multiformes e irrepetibles, capaz de hacerlos definitivamente buenos, verdaderos y bellos. Intuye en ellos la presencia del ser, pero el ser, en cuanto tal, se le escapa. El bien por el que se siente atraído, la verdad que sabe afirmar, la belleza que sabe descubrir están efectivamente lejos de satisfacerle. La indigencia estructural o el deseo insaciable se detienen ante el hombre aún más dramáticamente, después que el otro ha entrado en su vida. Creado para lo infinito, el hombre se siente por todas partes prisionero de lo finito.

¿Qué camino puede hacer, qué misteriosa salida de su intimidad podrá intentar el que ha dejado su soledad originaria para ir al encuentro del otro, buscando allí satisfacción definitiva? El hombre que se ha comprometido con seriedad genuina en su experiencia humana, se halla situado frente a un tremendo aut-aut: o pedir a Otro, con la O mayúscula, que surja en el horizonte de la existencia para desvelar y hacer posible su plena realización, o retraerse en sí, en una soledad existencial donde se niega lo positivo mismo del ser. El grito de súplica, o la blasfemia: ¡Esto es lo que le queda!

Pero la misericordia con que Dios nos ha amado es más fuerte que todo dilema. No se detiene ni siquiera ante la blasfemia. Incluso desde el interior de la experiencia del pecado, el hombre puede reflexionar siempre y todavía sobre su fragilidad metafísica y salir de ella. Puede captar la necesidad absoluta del Otro, con la O mayúscula, que puede calmar para siempre su sed. ¡El hombre puede encontrar de nuevo el camino de la invocación al Artífice de nuestra salvación, para que venga! Entonces el espíritu se abandona en el abrazo misericordioso de Dios, experimentando finalmente, en este encuentro resolutivo, la alegría de una esperanza "que no defrauda" (
Rm 5,5).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia, en especial al grupo de Padres Redentoristas que han seguido un curso de historia y espiritualidad de la Orden; también saludo a las otras peregrinaciones procedentes de España y de algunos países latinoamericanos. A todos os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



Miércoles 23 de noviembre de 1983



1. "A éste que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio" (Ac 17,23).

l anuncio explícito de la redención, realizada por Cristo, que Pablo se atreve a hacer en el Areópago de Atenas, en la ciudad donde por tradición se daba el debate filosófico y doctrinal más sofisticado, está entre los documentos más significativos dé la catequesis primitiva.

65 La espontánea religiosidad de los atenienses es interpretada por Pablo como una profecía inconsciente del verdadero Dios en el que "...vivimos, nos movemos y existimos" (Ac 17,28). De modo análogo, la sed de saber de los atenientes la ve como brote natural en el que puede injertarse el mensaje de verdad y justicia que traen al mundo la muerte, resurrección y parusía de Cristo.

De este modo se pone de relieve la afirmación entrañable a la gran tradición cristiana, según la cual, la venida de la redención es conveniente y razonable para el hombre, que se mantiene abierto a las iniciativas imprevisibles de Dios.

Hay una sintonía profunda entre el hombre y Cristo, el Redentor.Verdaderamente el Dios vivo está cercano al hombre y el hombre, sin conocerlo, lo espera como a aquel que le desvelará el sentido pleno de sí mismo. El Concilio Vaticano II ha vuelto a proponer con vigor este convencimiento de la fe y de la doctrina eclesial cuando, en el precioso párrafo 22 de la Gaudium et spes, afirma: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Cristo... manifiesta plenamente el hombre al propio hombre..."

2. El episodio que cuentan los Hechos de los Apóstoles nos muestra, en la expectativa de los atenienses, la de todos los gentiles. El mismo libro de los Hechos (Ac 2,3 Ac 7 Ac 13 etc. ) prueba en los discursos de Pedro, de Esteban, de Pablo, la espera paradigmática y misteriosamente ciega de Israel, el pueblo elegido, preparado desde hacía mucho tiempo a la venida del Redentor, pero incapaz de reconocerlo cuando llega.

La historia humana está impregnada de esta espera, que en los hombres más conscientes se hace grito, súplica, invocación. El hombre, creado en Cristo y para Cristo, sólo en Él puede obtener su verdad y su plenitud. He aquí desvelado el sentido de la búsqueda de la salvación, que subyace en toda experiencia humana. He aquí explicado el anhelo de infinito que, fuera de la misericordiosa iniciativa de Dios en Cristo, quedaría frustrado.

La espera de Cristo forma parte del misterio de Cristo. Si es verdad que el hombre por sí solo, a pesar de su buena voluntad, no puede conseguir la salvación, el que afronta con seriedad y vigilancia su experiencia humana descubre al fin dentro de sí la urgencia de un encuentro que Cristo colma maravillosamente. El que ha puesto en el corazón del hombre el anhelo de la redención, ha tomado también la iniciativa de satisfacerlo.

Las palabras "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", con las que el "Credo" nos presenta el significado de la redención de Cristo, asumen, a la luz del misterio de la encarnación, un alcance concreto verdaderamente resolutivo: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre" (Gaudium et spes GS 22).

3. La Tradición cristiana llama misterio sobrenatural a la iniciativa de Cristo, que entra en la historia para redimirla y para indicar al hombre el camino de retorno a la intimidad original con Dios. Esta iniciativa es misterio también porque ni podía pensarla el hombre, en cuanto es totalmente gratuita, fruto de la libre iniciativa de Dios. Y, sin embargo, este misterio tiene la capacidad sorprendente de tomar al hombre en su raíz, de responder a su aspiración de infinito, de colmar la sed de ser, de bien, de verdad y de belleza que lo inquieta. En una palabra, es la respuesta fascinante y concreta, no previsible y mucho menos exigible, y sin embargo presagiada por la inquietud de toda experiencia humana seria.

La redención de Cristo es, pues, razonable y convincente, porque tiene a la vez las dos características de la absoluta gratuidad y de la sorprendente correspondencia a la naturaleza íntima del hombre.

Lo mismo que con los Apóstoles a lo largo de las riberas del "Mar de Galilea", o con todos los que se encontraron con Él —desde la samaritana a Nicodemo, desde la adúltera a Zaqueo, desde el ciego de nacimiento al centurión romano—, así Cristo se encuentra con cada uno de los hombres y de la historia humana. Y como para las personas que aparecen en el Evangelio, así para el hombre de todo tiempo, que tiene la valentía de acogerlo con fe y seguirlo, el encuentro con Cristo representa la oportunidad realmente decisiva de la vida, el tesoro oculto que no puede ser cambiado por nada.

"Señor, ¿a quién iremos?" (Jn 6,68). Verdaderamente no hay otra "dirección" válida, donde dirigirse para conseguir las "palabras de vida eterna" (ib.), las únicas que pueden apagar el anhelo ardiente del corazón humano.

Saludos

66 Amadísimos hermanos y hermanas:

Antes de terminar quiero saludar con afecto a los grupos de lengua española, venidos de España y de América Latina, de modo particular a la distinguida representación del Parlamento Colombiano y al grupo parroquial de Guatemala; así como a la peregrinación “Europa juvenil” y a las peregrinaciones de las diócesis de Tarragona, Gerona y Cartagena, venidas con motivo del aniversario de mi visita pastoral a España. Agradeciendo vivamente este recuerdo, imparto de corazón a todos mi Bendición Apostólica.







Miércoles 30 de noviembre de 1983



1. "Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum": "Cielos, destilad el rocío y las nubes lluevan al Justo". Con estas palabras que resuenan en el texto del Profeta Isaías, que acabamos de escuchar, la Iglesia abre el tiempo de Adviento, un período de fervor y de espera en el cual nos preparamos a la Navidad del Señor. Durante estas semanas estamos llamados a revivir la expectativa de todos los hombres que, puede decirse, desde los orígenes de la humanidad han dirigido la mirada a la redención y a la salvación.

La experiencia de la fragilidad, de la muerte, y el temor ante los innumerables peligros que amenazan la existencia son comunes a todos los hombres. Por esto, la llamada a la salvación resuena en toda la tierra y se encuentra presente de modo diverso en todas las tradiciones religiosas.

Ahora bien, nosotros sabemos que a este coro inmenso, a estos anhelos suplicantes que suben de toda la historia, les ha dado respuesta el Dios Uno y Trino, que es fuente y autor de la salvación para todos los hombres. La Biblia es el libro que contiene esta respuesta para todos, revelando que Dios es el Amor que viene a nuestro encuentro y se manifiesta en Jesucristo.

2. El Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Sagrada Escritura, ha recordado todo esto con palabras sencillas y autorizadas: "Dios, creando y conservando el universo por su Palabra (cf. Jn 1,3), ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de Sí mismo (cf. Rm 1 Rm 19-20); queriendo además abrir el camino de la salvación sobrenatural, se reveló desde el principio a nuestros primeros padres. Después de su caída, los levantó a la esperanza de la salvación (cf. Gn 3,15) con la promesa de la redención, después cuidó continuamente del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras (cf. Rm 2,6-7)" (Dei Verbum DV 3).

Este designio asumió una forma histórica concreta. "Hizo primero una alianza con Abraham (cf. Gn 15,18); después, por medio de Moisés (cf. Ex 24,8), la hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los Profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones... El fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, Redentor universal, y de su reino mesiánico, anunciarla proféticamente (cf. Lc 24,44 Jn 5,39 1P 10), representarla con diversas imágenes (cf. 1Co 10,11)" (Dei Verbum DV 14,15).

3. El tiempo de Adviento, en el que hemos entrado, nos llama a vivir con particular intensidad esta espera de la redención y a fijar nuestra mirada tanto en el amor misericordioso de Dios que, fiel a sus promesas, nos sale al encuentro, como en la profunda necesidad de salvación que descubrimos dentro de nosotros. Dirijámonos, pues, al amor misericordioso de Dios y al designio de salvación con que nos llama a Sí: Él quiere hacernos partícipes de su vida divina (cf. Ep 2,18 2P 1,4), liberándonos de las tinieblas del pecado y resucitándonos para la vida eterna (cf. Dei Verbum DV 4). En mi Carta Encíclica "Dives in misericordia" he vuelto a llamar la atención sobre el amor misericordioso de Dios, que ilumina como un sol toda la Biblia, comenzando por el Antiguo Testamento, y se irradia desde allí sobre toda la humanidad.

En este tiempo de Adviento la Iglesia nos invita a implorar la misericordia de Dios, que se nos ha revelado en la persona de Jesucristo Redentor. Por esto. repetimos: "Regem venturum Dominum venite adoremus": venid, vayamos al encuentro del Rey Salvador que viene: adorémoslo: pongámonos ante Él como el enfermo ante el médico, como el pobre ante el que posee la plenitud de los bienes, como el pecador ante la fuente de la santidad y de la Justicia.

Un Salmo conocidísimo, el 50, que la tradición bíblica atribuye a David, "cuando se le presentó el Profeta Natán a causa de su pecado con Betsabé", traza de manera existencial el acontecimiento admirable del encuentro entre la misericordia de Dios y la debilidad congénita del hombre, inclinado al pecado. El reconocimiento humilde y sincero de la propia enfermedad moral se transforma en una súplica confiada, y la esperanza de la regeneración interior es tan viva y cierta, que casi desborda en sentimientos de alegría interior y de acción de gracias: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa / ... Rocíame con el hisopo y quedaré limpio, / lávame y seré más blanco que la nieve /... Crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme /... Devuélveme la alegría de tu salvación / afiánzame con espíritu generoso".

67 Y la experiencia liberadora de la regeneración interior, la experiencia del encuentro con el amor misericordioso de Dios se traduce en propósitos y proyectos de vida nueva, comprometida en el servicio de Dios y en el testimonio de su mensaje entre los hombres: "Enseñaré a los malvados tus caminos, / los pecadores volverán a ti.../ Señor, me abrirás los labios / y mi boca proclamará tu alabanza".

Se delinea aquí todo un programa, capaz de inspirar no sólo el tiempo privilegiado de este Adviento del Año Santo, sino de hacer de nuestra vida entera un tiempo de adviento, en la espera solícita y confiada del gran acontecimiento de nuestro encuentro con el Señor "que, es, que era y que viene" (
Ap 1,8).

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo a todas las personas y grupos de lengua española; en especial al Consejo General de las Religiosas Mercedarias de la Caridad, al grupo de renovación espiritual de la Compañía de María procedente de América Latina y a las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor que cumplen sus 25 años de profesión. Queridas hermanas: Os saludo con afecto. Renovaos en vuestro propósito de fidelidad al Señor, que sigue esperando vuestra generosidad en el mundo de hoy. No os canséis de dar lo mejor de vosotras mismas a la causa de Cristo y, por El, a la causa de la humanidad. Con mi cordial Bendición.



Diciembre de 1983

Miércoles 7 de diciembre de 1983



1. La fiesta que celebramos mañana, queridísimos hermanos y hermanas, nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios con la redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente rescatada: mientras todos los demás seres humanos son liberados del pecado, Ella fue preservada de él, por la gracia redentora de Cristo.

La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquella que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar su Hijo al mundo, quiso que naciera de una mujer, por obra del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno y luego en sus brazos maternos al que es la santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiera barrera alguna; ninguna sombra debía ofuscar sus relaciones. Por esto María fue hecha Inmaculada: ni siquiera por un instante la rozó el pecado.

Esta es la belleza que el ángel Gabriel, en la Anunciación, contemplaba al acercarse a María: "Dios te salve, llena de gracia" (Lc 1,28). Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de todas las demás criaturas, es la plenitud de gracia que hay en Ella. María no sólo recibió gracias; en Ella todo está dominado y dirigido por la gracia, desde el origen de su existencia. Ella no sólo ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad. Es la criatura ideal, como Dios la había soñado; una criatura en la que jamás hubo el más pequeño obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada de la gracia, en el interior de su alma todo es armonía, y la belleza del ser divino se refleja en Ella de la manera más impresionante.

2. Nosotros debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, se muestra a María "preservada inmune de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano" (DS 2803). Ella, pues, se benefició, con anticipación, de los méritos del sacrificio de la cruz.

68 La creación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación producida, tanto en la mujer como en el hombre, a consecuencia del drama del pecado. Según el relato bíblico de la caída de Adán y Eva, Dios infligió a la mujer una sanción por la culpa cometida, pero incluso antes de formular esta sanción, comenzó a desvelar un designio de salvación en el que la mujer se convertiría en su primera aliada. En el oráculo, llamado Protoevangelio, Él dictaminó a la serpiente tentadora que había llevado a la pareja al pecado: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza y tú le acecharás al calcañal" (Gn 3,15). Al establecer una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifestaba su intención de tomar a la mujer como la primera asociada en su alianza, con miras a la victoria que el Descendiente de la mujer reportaría sobre el enemigo del género humano.

La hostilidad entre el demonio y la mujer se manifestó de la manera más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción contra la derrota sufrida por Eva en el pecado de los orígenes. En María se realizó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de manera que María misma no tuvo necesidad de ser reconciliada personalmente, porque habiendo sido preservada de la culpa original, vivió siempre de acuerdo con Dios.

Sin embargo, en María se realizó verdaderamente la obra de la reconciliación, porque recibió de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se manifestó el efecto de este sacrificio con una pureza total y una floración maravillosa de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la redención.

3. La perfección otorgada a María no debe causarnos la impresión de que su vida en la tierra haya sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana; vivió en la oscuridad que lleva consigo la fe. Ella, no menos que Jesús, experimentó la tentación y el sufrimiento de las luchas íntimas. Podemos imaginar cómo se vería sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería un error pensar que la vida de Aquella que era llena de gracia, haya sido una vida fácil, cómoda. María compartió todo lo que pertenece a nuestra condición terrena, con cuanto tiene de exigente y penoso.

Hay que observar, sobre todo, que María fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir perfectamente su misión de colaborar en la obra de salvación: dio el máximo valor a su cooperación al sacrificio. Cuando María presentó al Padre su Hijo clavado en la cruz, la ofrenda dolorosa fue totalmente pura.

Y ahora, la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón, nos ayuda a tender hacia la perfección que Ella ha conseguido. Por los pecadores, o sea, por todos nosotros, recibió una gracia excepcional. En su calidad de Madre, trata de hacer partícipes de algún modo a todos sus hijos terrenos en el favor con que fue personalmente enriquecida. María intercede ante su Hijo para obtenernos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que viven en la angustia espiritual para socorrerlos y llevarlos a la reconciliación. El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para cuantos la consideran como su Madre.



Miércoles 14 de diciembre de 1983




1. "Deus in adiutorium meum intende...; Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme".

El tiempo de Adviento, que estamos viviendo, hace brotar espontáneamente en nuestros labios esta súplica de salvación, en la que revive la espera implorante que cruza todo el Antiguo Testamento y continúa en el Nuevo. Porque nosotros en esperanza estamos salvados, dice San Pablo (cf. Rm 8,24), y "por el Espíritu, en virtud de la fe, aguardamos la esperanza de la justicia" (Ga 5,5). También las palabras con las que concluye toda la Sagrada Escritura, y que acabamos de escuchar, son un grito de súplica por la venida y la manifestación del Señor Jesús Salvador: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20).

¡La salvación! Es la gran aspiración del hombre. La Sagrada Escritura da testimonio de ello en cada página e invita a descubrir dónde está la salvación verdadera para el hombre, quién es su liberador y redentor.

2. La primera y fundamental experiencia de salvación la tuvo el Pueblo de Dios en la liberación de la esclavitud de Egipto. La Biblia la llama redención, rescate, liberación, salvación. "Yo soy Yavé, yo os libertaré de los trabajos forzados de los egipcios, os libraré de su servidumbre y os salvaré a brazo tendido... Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios" (Ex 6,6-7).

69 Esta fue la primera forma de redención-salvación experimentada colectivamente por el Pueblo de Dios en la historia. Y el recuerdo de esta salvación será el rasgo distintivo de la fe de Israel. Por esto Israel la vio siempre como la garantía de todas las promesas de salvación hechas por Dios a su pueblo, y la primera comunidad cristiana la puso inmediatamente en relación con la persona y la obra de Cristo. Él será el gran Liberador, el nuevo Moisés que lleva de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios, de la muerte a la vida, del pecado a la reconciliación y a la plenitud de la misericordia divina.

El segundo acontecimiento de salvación en la Biblia es la liberación de los deportados a Babilonia: los dos acontecimientos, el de la liberación de Egipto y el de la liberación de Babilonia, son entrelazados por los Profetas, y puestos en conexión entre sí. Se trata de una segunda redención o, mejor, de una continuación y de un cumplimiento de la primera, y su autor es nuevamente Dios, el Santo de Israel, el Liberador y Redentor de su pueblo. "He aquí que vienen días —dice Jeremías— en que yo cumpliré la buena palabra que yo he pronunciado sobre la casa de Israel y sobre la casa de Judá" (
Jr 33,14).

El apelativo de Salvador y Redentor, que se da a Dios, domina en la teología de los Profetas, para los cuales la experiencia de la redención ya obtenido, se convierte en prenda y garantía segura de la salvación futura, que todavía se espera. Por esto, siempre que Israel se halla en momentos críticos, invoca a Dios para experimentar la intervención liberadora. Sabe que fuera de Dios no hay salvador (cf. Is 43,11 Is 47,15 Jr 4,4 Os 13,4); por esto, le gusta invocarlo con la gran plegaria davídica.

"Yo te amo, Señor tú eres mi fortaleza; / Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. / Dios mío, peña mía, refugio mío escudo mío / mi fuerza salvadora, mi baluarte". (Ps 17,2-3).

3. En la predicación profética el anuncio-promesa de la salvación y de la redención coinciden cada vez más claramente con una persona: éste será el nuevo David, el Buen Pastor de su pueblo. Así habla de Él Jeremías: «He aquí que vienen días —oráculo de Yavé— en que yo suscitaré a David un vástago justo, y reinará como rey prudente, y hará derecho y justicia en la tierra. En sus días será salvado Judá, e Israel habitará confiadamente, y el nombre con que le llamarán será éste: "Yavé (es) nuestra justicia"» (Jr 23,5-6). También toma cuerpo progresivamente la idea de que la redención será ante todo un hecho espiritual. Tocará al pueblo en lo más íntimo, lo purificará, lo transformará en su mente y en su corazón. "Os aspergeré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas vuestras idolatrías. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo..."; (Ez 36,25-26).

De este modo la gran esperanza mesiánica se expresa en términos de redención, de justicia, de don del Espíritu, de purificación de los corazones, de liberación de los pecados individuales y sociales.

4. A través de los siglos, bajo la guía de Dios, la espera del pueblo se fue, pues, precisando en la esperanza de una liberación definitiva, capaz de tocar las raíces profundas del ser humano y de introducirlo en una vida nueva "de justicia y paz en el Espíritu Santo" (Rm 14,17). En los Salmos, y en todas las oraciones del Pueblo de Dios, la súplica de esta salvación se convierte en experiencia cotidiana. La salvación viene de Dios; es inútil y nocivo alimentar una confianza presuntuosa en las fuerzas humanas; el Señor mismo es la salvación; Él liberará a su pueblo de todos sus pecados. Un Salmo, que lleva como título "canto de las ascensiones", recoge en síntesis preciosa toda la fe y esperanza de la redención del Antiguo Testamento, y se ha convertido en el emblema mismo de la espera de la redención. Es el Salmo "De profundis". En la Iglesia prevaleció el uso de rezarlo por los difuntos, pero debemos apropiárnoslo también nosotros, peregrinos en la senda del encuentro con Cristo, en este Adviento del Año de la Redención: "Desde lo hondo a ti grito, Señor; / Señor, escucha mi voz..." (Ps 129 [130]).

Que el Señor escuche esta voz y haga sentir en cada corazón que lo invoca el consuelo de la omnipotencia salvadora de su amor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora a todas las personas y grupos de lengua española aquí presentes. Un particular saludo dirijo muy gustosamente al grupo de Superiores, alumnos y exalumnos del Colegio-Seminario del “Corpus Christi” de Valencia, acompañados por el Señor Arzobispo Monseñor Miguel Roca y por los Obispos formados en el mismo Centro.

70 Sé, queridos hermanos, que habéis venido a Roma para conmemorar el IV Centenario desde que el gran arzobispo valenciano San Juan de Ribera fundara el Colegio y su Capilla. El volcó en esa obra toda su sensibilidad y fineza de alma, para que los sacerdotes allí formados, siguiendo las directrices dadas poco antes por el Concilio de Trento, fueran ejemplares y doctos, y sirvieran fielmente a las iglesias como rectores y vicarios idóneos, como confesores y ministros útiles al servicio de Dios, como promotores de la devoción a la Eucaristía, que quiso ver vivida en la Capilla.

Al congratularme con vosotros os aliento y bendigo para que seáis siempre fieles a la válida inspiración de vuestro fundador.



Miércoles 21 de diciembre de 1983



1. El texto bíblico que hemos escuchado (Is 7,10-14), muy queridos hermanos y hermanas, nos es bien conocido. Está tomado del libro de Isaías. A este gran Profeta que nos ha guiado todo el tiempo de Adviento, se le ha llamado el quinto evangelista por la lucidez y clarividencia con que "saludó de lejos" (cf. He 11,13) la figura y obra del Redentor.

A un conjunto de vaticinios y profecías de Isaías se le llama comúnmente "libro del Emmanuel" (caps. 6-12), porque destaca en él la figura de un niño maravilloso, cuyo nombre "Emmanuel" está lleno de misterio pues significa "Dios-con-nosotros". Este Niño es anunciado como signo por el Profeta Isaías al rey Acaz en un momento de gran peligro para la casa reinante y para el pueblo, cuando el rey y la nación están a punto de ser avasallados por los enemigos.

El rey se siente desanimado y no piensa dirigirse a Dios; tiene planes humanos que desea llevar a efecto. "No la pido (la señal), no quiero tentar al Señor". Entonces Dios anuncia a Acaz el castigo, pero al mismo tiempo reafirma su fidelidad a las promesas sobre la descendencia de David: "El Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad, la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel" (Is 7,12-14).

Es un signo de salvación y prenda de liberación para los creyentes; pues se lee en el libro de Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo" (Is 9,1-2).

"Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva al hombro el principado y es su nombre Maravilla de Consejero, Dios potente, Padre perpetuo, Príncipe de la paz" (Is 9,5-6).

Y la profecía prosigue como en un crescendo. Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él posará el Espíritu del Señor, espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor" (Is 11,1-2). Se trata del Espíritu del Mesías que manará de Él como de fuente inagotable sobre cuantos creen en Él (cf. Jn 7,38). Gracias a este Espíritu, el conocimiento del Señor henchirá toda la tierra "como las aguas colman el mar" (Is 11,9). Por esto puede captar el Profeta: "Sacaré aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3 cf. Jn 4,13-14).

2. Otra colección del libro de Isaías (Deutero-Isaías) contiene vaticinios dirigidos a los exiliados de Babilonia y les anuncia el retorno por obra del poder de Dios, que es el único Señor de la historia y el Creador a quien están sometidos todos los seres animados e inanimados. Se le llama "liber consolationis", libro de la consolación, claramente vinculado al libro del Emmanuel. Si allí dominaba la figura del Emmanuel, aquí destaca la figura misteriosa del "Siervo de Yavé".

En los cuatro poemas siguientes se describe gradualmente el rostro misterioso de este operador de salvación suscitado por Dios, que restablecerá la alianza y hará justicia con métodos pacíficos. Nos es familiar su descripción: "Mirad a mi siervo, a mi elegido... Sobre él he puesto mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones... No gritará, no levantará la voz... no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra" (Is 42,1-4).


Audiencias 1983 63