Audiencias 1985 10

Miércoles 20 de febrero de 1985





Queridos hermanos y hermanas:

1. La audiencia de hoy tiene lugar el "Miércoles de Ceniza", que marca el principio de la Cuaresma. La lectura que acabáis de escuchar está tomada de la liturgia de este día. Todo lo que en ella se dice presupone la conciencia de que somos "polvo" a causa de nuestros pecados. De aquí la necesidad de humillarnos ante Dios. La "imposición de la ceniza" quiere significar precisamente este acto de humildad, animado por la esperanza del perdón divino.

"Eres polvo y al polvo volverás" (Gn 3,19).

Estas fueron las severas palabras dirigidas por Yavé‚ a nuestros primeros padres para hacerles comprender una de las tristes consecuencias del pecado cometido. Con el término "polvo", el texto sagrado quiere representarnos la fragilidad de la naturaleza humana a consecuencia del pecado original. Dios había "plasmado" ciertamente al hombre "con polvo del suelo", pero, en su intención creadora, también había "soplado en su nariz un aliento de vida" (cf. Gn 2,7), a fin de que la dimensión material, terrena, del ser humano estuviese animada y guiada por el "soplo" de esa vida espiritual, que constituye la persona humana "a imagen y semejanza de Dios" (cf. Gn 1,26-27).

11 Con el pecado, este divino "icono" quedó como ofuscado, el hombre perdió la "justicia" y la inmortalidad que tenía en el jardín del Edén, apareció en primer plano el aspecto "terreno" de su ser —lo que San Pablo llamará "carne"— en oposición al aspecto espiritual. El hombre se convirtió en "polvo": esto es, realidad frágil, caduca, mortal. Su sed de infinito, de vida perenne y duradera, quedó frustrada. El espíritu quedó hecho esclavo de las fuerzas inferiores. Nació el "hombre de la concupiscencia ".

2. La liturgia de hoy nos quiere recordar todas estas cosas no para que nos dejemos llevar de la angustia, al constatar nuestra triste condición de pecadores destinados a la muerte, sino para que, dándonos cuenta valientemente de esta condición, nos dispongamos con fe, buena voluntad y verdadero espíritu de penitencia, a poner en práctica todos los medios que Jesús Redentor nos ofrece a través de su Iglesia, con el fin de curar de nuestras enfermedades y reconquistar la dignidad perdida. El camino cuaresmal, que comenzamos hoy, nos enseña cómo hemos de hacer para que la "imagen de Dios" que, a pesar del pecado, ha permanecido en nosotros, pueda adquirir de nuevo su esplendor y, por lo mismo, nuestra existencia pueda volver a estar conforme al sapientísimo plan originario del Creador.

Lo que es necesario hacer, ante todo, es reconocer —como nos enseña la fe— la raíz primera de esta situación nuestra de miseria y de esclavitud: esta raíz de mal y de muerte es el pecado. Cada uno de nosotros, mediante la buena voluntad apoyada por la gracia, puede y debe dar su aportación para arrancar de sí mismo y del mundo esta raíz del mal. Puede y debe preparar, ya desde aquí abajo, la solución radical del problema de la infelicidad humana, que se realizará plenamente en el cielo.

Siguiendo con diligencia el camino cuaresmal que comienza hoy, cada uno de nosotros puede y debe prestar también una ayuda importante para la redención de las estructuras sociales, de los ordenamientos civiles, del conjunto de la comunidad eclesial, de toda la humanidad.

Si es verdad —como he dicho en mi reciente documento Reconciliatio et paenitentia
RP 16)— que hay verdaderas y propias "situaciones de pecado" entendidas como "comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios, o hasta de naciones y bloques de naciones", sin embargo, nunca debemos olvidar que estas situaciones son siempre "el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales", porque el pecado en sentido propio es siempre un acto del individuo, nunca un acto de la comunidad como tal. Por esto, cada uno de nosotros debe darse cuenta de la propia responsabilidad también en relación con las llamadas "situaciones sociales de pecado", y estar bien seguro de que su conversión personal comporta reflejos importantes, aún cuando no decisivos, en relación a la solución de dichas situaciones.

3. Lo segundo que hay que hacer, pues, es una lucha firme e inexorable contra el pecado. Este es siempre, aquí abajo, el primer paso que hay que dar para nuestra salvación. Es lo que tradicionalmente los maestros espirituales llaman el aspecto "ascético" de la vida cristiana. Sin esta lucha severa e intransigente contra los propios pecados, no se llega a la perfección cristiana de la comunión con Dios y del amor fraterno.

Mientras estemos en el mundo, donde el "hombre viejo" se hace sentir siempre de algún modo, jamás debemos pensar que haya terminado tal lucha, aún cuando hubiéramos llegado a los grados máximos de la unión con Dios y de la entrega a los hermanos. Más aún, como nos enseñan los Santos, un cristiano es tanto más perfecto cuanto más sepa mejorar su camino de penitencia y de conversión. La perfección cristiana crece paralelamente a la capacidad descubrir y realizar cada vez mejor nuestras exigencias de purificación y conversión.

Los Santos, hasta al fin de sus vidas, se han sentido pecadores, y esto precisamente porque la conciencia y el arrepentimiento de los pecados propios es un signo característico de la santidad cristiana.

Queridos hermanos y hermanas: Aprovechemos, pues, cada una de las ocasiones que la Iglesia nos ofrece para continuar en nuestro camino de conversión. Pidamos a Dios que nos ilumine cada vez más en nuestra condición interior y que nos haga comprender cada vez mejor cuáles son las exigencias de nuestra conversión.

Con este fin tratemos de escuchar con sencillez de corazón las invitaciones a la renovación y a la reconciliación que nos dirige la Iglesia. Abramos a ellas confiadamente nuestro corazón. Aprovechémonos del momento favorable: "Este es el momento favorable, éste es el día de la salvación" (2Co 6,2).

Que el misterio pascual, que nos preparamos a celebrar mediante esta santa Cuaresma, nos encuentre más adelantados en el camino de nuestra salvación.

Saludos

12 Y ahora deseo saludar cordialmente a todos los peregrinos de lengua española.

En particular saludo al grupo de Hermanas Carmelitas Misioneras que celebran el 25 aniversario de profesión religiosa. Sed siempre fieles a vuestra vocación y entrega a Dios.

Saludo igualmente al grupo de peregrinos de Madrid y de Río de Janeiro.

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina imparto de corazón mi bendición apostólica.



Marzo de 1985

Miércoles 6 de marzo de 1985

La enseñanza de la doctrina cristiana

1. Para la Iglesia, la labor de catequesis comporta una intensa obra de formación de los catequistas. También en esto nos da luz el ejemplo de Cristo. Durante su ministerio, Jesús se dedicó sobre todo a formar a los que habían de difundir su mensaje por el mundo entero. Consagró mucho tiempo a predicar a las multitudes, pero reservó un tiempo mayor a formar a sus discípulos. Les hizo vivir en su compañía para inculcarles la verdad de su mensaje no sólo con sus palabras, sino con su ejemplo y con el contacto diario. A sus discípulos les descubrió los secretos de su reino, les hizo entrar en el misterio de Dios, cuya revelación traía El. Suscitó en ellos la fe y la hizo crecer progresivamente con una instrucción cada vez más completa. Cuando les confirió la misión de enseñar a todas las gentes, podía confiarles esta tarea, pues les había dotado de la doctrina que debían divulgar, si bien la comprensión plena de ésta les iba a venir del Espíritu Santo que les daría la fuerza divina del apostolado.

Al recibir esta lección del Maestro, la Iglesia atribuye una gran importancia a la formación de quienes tienen la tarea de enseñar la verdad revelada. Entre éstos se cuentan en primer lugar los Pastores, los que en virtud del sacerdocio han recibido la misión de anunciar la Buena Nueva en nombre de Cristo. Figuran también todos los que comparten la misión de enseñar de la Iglesia, en particular los catequistas con dedicación plena y también los "voluntarios". La formación de los catequistas es un elemento esencial del interés de todos por el crecimiento vitalidad de la Iglesia. Es necesaria en todos los sitios; su valor resulta aún más significativo en ciertos países donde los catequistas desempeñan un papel importante entre las comunidades cristianas que no disponen de un número suficiente de sacerdotes. En algunos lugares puede decirse que la Iglesia vive gracias a la obra de los catequistas.

2. La formación catequética la asumen con frecuencia institutos especializados; es de desear que la formación de los catequistas se realice cada vez más en estos institutos donde reciben la instrucción doctrinal indispensable y la preparación en los métodos pedagógicos.

La formación doctrinal es una necesidad fundamental, puesto que la catequesis no puede limitarse a enseñar un mínimo de verdades aprendidas y repetidas nemotécnicamente. Si el catequista tiene la misión de inculcar toda la doctrina cristiana en sus oyentes, debe haberla aprendido bien previamente él mismo. No ha de ser mero testigo de su fe; debe comunicar su contenido. La enseñanza que ha recibido en la preparación al bautismo, la confirmación o la comunión, muy a menudo no es suficiente para un conocimiento exacto y profundo de la fe que ha de transmitir. Es indispensable un estudio más sistemático. En la práctica, a veces las circunstancias han forzado a los responsables de la catequesis a recurrir a la colaboración de personas de buena voluntad, pero sin una preparación adecuada. Estas soluciones resultan en general incompletas. Para garantizar una sólida catequesis en el porvenir, es preciso confiar esta obra a catequistas que han adquirido competencia doctrinal por medio del estudio.

13 Esta formación doctrinal es tanto más necesaria cuando el catequista vive en un mundo donde se difunden ideas y teorías de todo tipo, y con frecuencia incompatibles con el mensaje cristiano. Debe estar capacitado para reaccionar ante lo que ve y oye, y discernir lo que puede ser asumido de lo que debe rechazarse. Si ha asimilado bien la doctrina cristiana y ha entendido bien su significado, podrá enseñarla con fidelidad, a la vez que mantiene abierto el espíritu.

3. Si bien el conocimiento de la doctrina revelada requiere un esfuerzo de la inteligencia, la formación doctrinal debe ser al mismo tiempo una profundización en la fe. La finalidad esencial de la catequesis es la comunicación de la fe, y es ésta la que debe guiar el estudio de la doctrina. Un estudio que ponga en discusión la fe o que introduzca dudas sobre la verdad revelada no puede servir a la catequesis. El desarrollo de la ciencia doctrinal debe ir de acuerdo con un desarrollo de la fe. Por esta razón los institutos de formación catequética deben considerarse ante todo como escuelas de la fe.

La responsabilidad de los profesores de estos institutos es todavía mayor porque su doctrina tendrá múltiple repercusión a través de los catequistas que ellos forman. Es la responsabilidad de una fe que lleva consigo el propio testimonio y que manifiesta su afán en buscar el sentido auténtico de todo cuanto nos da la Revelación.

Además, los institutos de formación catequética tienen el deber de desarrollar el espíritu misionero en sus estudiantes. La catequesis no puede considerarse una mera actividad profesional, pues existe para difundir el mensaje de Cristo en el mundo; por este motivo es a la vez vocación y misión. Vocación, porque hay una llamada de Cristo a los que quieren dedicarse a esta labor. Misión, porque desde sus orígenes la catequesis se estableció en la Iglesia para cumplir la orden del Salvador resucitado: "Id, pues, enseñad a todas las gentes..." (
Mt 28,19).

4. La enseñanza de la doctrina cristiana tiene por objetivo la difusión de la fe y no un mero conocimiento de la verdad; tiende a suscitar una adhesión de la inteligencia y del corazón a Cristo y aumentar la comunidad cristiana. Por consiguiente, debe asumirse como una misión de la Iglesia y una misión para la Iglesia. Los catequistas contribuyen a la edificación del Cuerpo místico de Cristo, a su crecimiento en la fe y en la caridad.

Se espera que tengan este espíritu de misión no sólo los catequistas que despliegan su actividad en los llamados países de misión, sino igualmente todos los catequistas de la Iglesia, sea el que fuere el lugar donde enseñan. El espíritu de misión mueve al catequista a emplear todas sus fuerzas y talentos en la enseñanza. Lo hace más consciente de la importancia de su obra y lo hace capaz de afrontar mejor todas las dificultades, con mayor confianza en la gracia que lo sostiene.

Deseamos, pues, que los progresos en la formación de los catequistas contribuyan por doquier al desarrollo de la Iglesia y de la vida cristiana sobre la base de una fe sincera, convencida y coherente, a la que tiende la catequesis.

Saludos

Y ahora un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

En particular a los alumnos del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, con el equipo coordinador y acompañados por el Señor Cardenal de México. Os aliento a ser generosos en vuestra entrega al Señor y fieles a vuestros compromisos sacerdotales, mientras os preparáis sólidamente durante este tiempo de estudio y reflexión.

Saludo igualmente al grupo de peregrinos del Movimiento parroquial de los «Focolari»; a los alumnos y profesores del Colegio «Virgen de Europa» de Madrid, y del Instituto de Monzón; al grupo de peregrinos latinoamericanos residentes en San Francisco (California); al grupo de peregrinos de la Archidiócesis de Braga (Portugal).

14 A todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y de España, imparto de corazón mi bendición apostólica.



Miércoles 13 de marzo de 1985

¿Qué quiere decir “creer”?

1. El primero y fundamental punto de referencia de la presente catequesis son las profesiones de la fe cristiana universalmente conocidas. Se llaman también "símbolos de fe". La palabra griega "symbolon" significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo, de un sello) que se presentaba como el signo de reconocimiento. Las partes rotas se juntaban para verificar la identidad del portador. De aquí provienen los ulteriores significados de "símbolo": la prueba de la identidad, las cartas credenciales e incluso un tratado o contrato cuya prueba era el "symbolon". El paso de este significado al de colección o sumario de las cosas referidas y documentadas era bastante natural. En nuestro caso, los "símbolos" significan la colección de las principales verdades de fe, es decir, de aquello en lo que la Iglesia cree. En la catequesis sistemática se contienen las instrucciones sobre aquello en lo que la Iglesia cree, esto es, sobre los contenidos de la fe cristiana. De aquí también el hecho de que los "símbolos de fe" son el primero y fundamental punto de referencia para la catequesis.

2. Entre los varios "símbolos de fe" antiguos, el más autorizado es el "símbolo apostólico", de origen antiquísimo y comúnmente recitado en las "oraciones del cristiano". En él se contienen las principales verdades de la fe transmitidas por los Apóstoles de Jesucristo. Otro símbolo antiguo y famoso es el "niceno-constantinopolitano": contiene las mismas verdades de la fe apostólica autorizadamente explicadas en los dos primeros Concilios Ecuménicos de la Iglesia universal: Nicea (325) y Constantinopla (381).El uso de los "símbolos de fe" proclamados como fruto de los Concilios de la Iglesia se ha renovado también en nuestro siglo: efectivamente, después del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI pronunció la "profesión de fe" conocida como el Credo del Pueblo de Dios (1968), que contiene el conjunto de las verdades de fe de la Iglesia teniendo en especial consideración los contenidos a los que había dado expresión el último Concilio, o aquellos puntos en torno a los cuales se habían planteado dudas en los últimos años.

Los símbolos de fe son el principal punto de referencia para la presente catequesis. Pero ellos nos remiten al conjunto del "depósito de la Palabra de Dios", constituido por la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica, del que son una síntesis conocida. Por esto, a través de las profesiones de fe nos proponemos remontarnos también nosotros a ese "depósito" inmutable, guiados por la interpretación que la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, ha dado de él en el curso de los siglos.

3. Cada uno de los mencionados "símbolos" comienza con la palabra "creo".Efectivamente, cada uno de ellos nos sirve no tanto como instrucción, sino como profesión. Los contenidos de esta profesión son las verdades de la fe cristiana: todas están enraizadas en esta primera palabra "creo". Y precisamente sobre esta expresión "creo", deseamos centrarnos en esta primera catequesis.

La expresión está presente en el lenguaje cotidiano, aún independientemente de todo contenido religioso, y especialmente del cristiano. "Te creo", significa: me fío de ti, estoy convencido de que dices la verdad. "Creo en lo que tú dices" significa: estoy convencido de que el contenido de tus palabras corresponde a la realidad objetiva.

En este uso común de la palabra "creo" se ponen de relieve algunos elementos esenciales. "Creer" significa aceptar y reconocer como verdadero y correspondiente a la realidad el contenido de lo que se dice, esto es, de las palabras de otra persona (o incluso de más personas), en virtud de su credibilidad (o de la de ellas). Esta credibilidad decide, en un caso dado, sobre la autoridad especial de la persona: la autoridad de la verdad. Así, pues, al decir "creo", expresamos simultáneamente una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad, en consideración de la persona que tiene particulares títulos de credibilidad.

4. La palabra "creo" aparece con frecuencia en las páginas del Evangelio y de toda la Sagrada Escritura. Sería muy útil confrontar y analizar todos los puntos del Antiguo y Nuevo Testamento que nos permiten captar el sentido bíblico del "creer". Al lado del verbo "creer" encontramos también el sustantivo "fe" como una de las expresiones centrales de toda la Biblia. Encontramos incluso cierto tipo de "definiciones" de la fe, como por ejemplo: "la fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven" ("fides est sperandarum substantia rerum et argumentum non apparentium") de la Carta a los Hebreos (11, 1).

Estos datos bíblicos han sido estudiados, explicados, desarrollados por los Padres y los teólogos a lo largo de dos mil años de cristianismo, como nos lo atestigua la enorme literatura exegética y dogmática que tenemos a disposición. Lo mismo que en los "símbolos", así también en toda la teología el "creer", la "fe", es una categoría fundamental. Es también el punto de partida de la catequesis, como primer acto con el que se responde a la Revelación de Dios.

15 5. En el presente encuentro nos limitaremos a una sola fuente, pero que resume todas las otras. Es la Constitución conciliar Dei Verbum del Vaticano II. Allí leemos lo siguiente:

"Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf.
Ep 1,9); mediante el cual los hombres, por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina."(cf. Ep 2,18 2P 1,4)... " (Dei Verbum DV 2).

«"Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe" (cf. Rom Rm 16,26 comp. con Rm 1,5 2Co 10,5-6). Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el "homenaje total de su entendimiento y voluntad" (Conc. Vat. I, Dei Filius, 3), asintiendo libremente a los que Dios le revela» (Dei Verbum DV 5).

En estas palabras del documento conciliar se contiene la respuesta a la pregunta: ¿Qué significa "creer"? La explicación es concisa, pero condensa una gran riqueza de contenido. Deberemos en lo sucesivo penetrar más ampliamente en esta explicación del Concilio, que tiene un alcance equivalente al de una definición técnica, por así decirlo.

Ante todo hay una cosa obvia: existe un genético y orgánico vínculo entre nuestro "credo" cristiano y esa particular "iniciativa" de Dios mismo, que se llama "Revelación".

Por esto, la catequesis sobre el "credo" (la fe), hay que realizarla juntamente con la de la Revelación Divina. Lógica e históricamente la Revelación precede a la fe. La fe está condicionada por la Revelación. Es la respuesta del hombre a la divina Revelación.

Digamos desde ahora que esta respuesta es posible y justo darla, porque Dios es creíble. Nadie lo es como El. Nadie como El posee la autoridad de la verdad. En ningún caso como en la fe en Dios se realiza el valor conceptual y semántico de la palabra tan usual en el lenguaje humano: "Creo", "Te creo".

Saludos

Vaya mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española. En particular a los grupos de Religiosas Hijas de Cristo Rey y de Superioras de la Congregación de las Hermanas Mercedarias de la Caridad que están haciendo un curso de renovación espiritual. Que este tiempo de estudio y reflexión os afiance en vuestra entrega generosa al Señor.

A los peregrinos procedentes de México y de Argentina, así como de España y de los diversos países de América Latina, les imparto de corazón mi bendición apostólica.





Miércoles 20 de marzo de 1985

El hombre puede llegar con la razón al conocimiento de Dios

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1. En la anterior catequesis dijimos que la fe está condicionada por la Revelación y que ésta precede a la fe. Por consiguiente hemos de aclarar la noción de Revelación y verificar su realidad siguiendo la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II. Pero antes de esto, concentrémonos todavía un poco sobre el sujeto de la fe: sobre el hombre que dice "creo" respondiendo de este modo a Dios que "en su bondad y sabiduría" ha querido "revelarse al hombre".

Antes de pronunciar su "credo", el hombre posee ya algún concepto de Dios que obtiene con el esfuerzo de la propia inteligencia. Al tratar de la Revelación divina, la Constitución Dei Verbum recuerda este hecho con las palabras siguientes: «El Santo Sínodo profesa que el hombre "puede conocer ciertamente a Dios con la razón natural por medio de las cosas creadas" (cf. Rom
Rm 1,20) (Dei Verbum DV 6)».

El Vaticano II se remite aquí a la doctrina expuesta con amplitud por el Concilio anterior, el Vaticano I. Es la misma de toda la Tradición doctrinal de la Iglesia que hunde sus raíces en la Sagrada Escritura, en el Antiguo y Nuevo Testamento.

2. Un texto clásico sobre el tema de la posibilidad de conocer a Dios —en primer lugar su existencia— a partir de las cosas creadas, lo encontramos en la Carta de San Pablo a los Romanos: "... lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables" (Rm 1,19-21). Aquí el Apóstol tiene presentes a los hombres que "aprisionan la verdad con la injusticia" (Rm 1,18). El pecado les impide dar la gloria debida a Dios, a quien todo hombre puede conocer. Puede conocer su existencia y también hasta un cierto grado su esencia, perfecciones y atributos. En cierto sentido Dios invisible "se hace visible en sus obras".

En el Antiguo Testamento, el libro de la Sabiduría proclama la misma doctrina del Apóstol sobre la posibilidad de llegar al conocimiento de la existencia de Dios a partir de las cosas creadas. La encontramos en un pasaje algo más extenso que conviene leer entero:

"Vanos son por naturaleza todos los hombres, en quienes hay desconocimiento de Dios,/ y que a partir de los bienes visibles son incapaces de ver al que es,/ ni por consideración de sus obras conocieron al artífice.

Sino que al fuego, al viento, al aire ligero,/ o al círculo de los astros, o al agua impetuosa,/ o a las lumbreras del cielo tomaron por dioses rectores del universo.

Pues si, seducidos por su hermosura, los tuvieron por dioses,/ debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos,/ pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas.

Y si se admiraron del poder y de la fuerza,/ debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador.

Pues en la grandeza y hermosura de las criaturas,/ proporcionalmente puede contemplar a su Hacedor original.

17 Pero sobre éstos no cae tan grande reproche,/ pues por ventura yerran/buscando realmente a Dios y queriendo hallarle.

Y ocupados en la investigación de sus obras,/ a la vista de ellas se persuaden de la hermosura de lo que ven, aunque no son excusables.

Porque si pueden alcanzar tanta ciencia/ y son capaces de investigar el universo,/ cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?" (
Sg 13,1-9).

El pensamiento principal de este pasaje lo encontramos también en la Carta de San Pablo a los Romanos (Rm 1,18-21): Se puede conocer a Dios por sus criaturas; para el entendimiento humano el mundo visible constituye la base de la afirmación de la existencia del Creador invisible. El pasaje del libro de la Sabiduría es más amplio. En él polemiza el autor inspirado con el paganismo de su tiempo que atribuía a las criaturas una gloria divina. A la vez nos ofrece elementos de reflexión y juicio que pueden ser válidos en toda época, también en la nuestra. Habla del enorme esfuerzo realizado para conocer el universo visible. Habla asimismo de hombres que "buscan a Dios y quieren hallarle". Se pregunta por qué el saber humano que consigue "investigar el universo" no llega a conocer a su Señor. El autor del libro de la Sabiduría, al igual que San Pablo más adelante, ve en ello una cierta culpa. Pero convendrá volver de nuevo a este tema por separado.

Por ahora preguntémonos también nosotros esto: ¿Cómo es posible que el inmenso progreso en el conocimiento del universo (del macrocosmos y del microcosmos), de sus leyes y avatares, de sus estructuras y energías, no lleve a todos a reconocer al primer Principio sin el que el mundo no tiene explicación?. Hemos de examinar las dificultades en que tropiezan no pocos hombres de hoy. Hagamos notar con gozo que, sin embargo, son muchos también hoy los científicos verdaderos que en su mismo saber científico encuentran un estímulo para la fe o, al menos, para inclinar la frente ante el misterio.

3. Siguiendo la Tradición que, como hemos dicho, tiene sus raíces en la Sagrada Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento, en el siglo XIX, durante el Concilio Vaticano I, la Iglesia recordó y confirmó esta doctrina sobre la posibilidad de que está dotado el entendimiento del hombre para conocer a Dios a partir de las criaturas. En nuestro siglo, el Concilio Vaticano II ha recordado de nuevo esta doctrina en el contexto de la Constitución sobre la Revelación divina (Dei Verbum ). Ello reviste suma importancia.

La Revelación divina constituye de hecho la base de la fe: del "creo" del hombre. Al mismo tiempo, los pasajes de la Sagrada Escritura en que está consignada esta Revelación, nos enseñan que el hombre es capaz de conocer a Dios con su sola razón, es capaz de una cierta "ciencia" sobre Dios, si bien de modo indirecto y no inmediato. Por tanto, al lado del "yo creo" se encuentra un cierto "yo sé ". Este "yo sé " hace relación a la existencia de Dios e incluso a su esencia hasta un cierto grado. Este conocimiento intelectual de Dios se trata de modo sistemático en una ciencia llamada "teología natural", que tiene carácter filosófico y que surge en el terreno de la metafísica, o sea, de la filosofía del ser. Se concentra sobre el conocimiento de Dios en cuanto Causa primera y también en cuanto Fin último del universo.

4. Estos problemas y toda la amplia discusión filosófica vinculada a ellos, no pueden tratarse a fondo en el marco de una breve instrucción sobre las verdades de fe. Ni siquiera queremos ocuparnos con detenimiento de las "vías" que conducen a la mente humana en la búsqueda de Dios (las cinco "vías" de Santo Tomás de Aquino). Para nuestra catequesis de ahora es suficiente tener presente el hecho de que las fuentes del cristianismo hablan de la posibilidad de conocer racionalmente a Dios. Por ello y según la Iglesia todo nuestro pensar acerca de Dios sobre la base de la fe, tiene también carácter "racional" e "intelectivo". E incluso el ateísmo queda en el círculo de una cierta referencia al concepto de Dios. Pues si de hecho niega la existencia de Dios, debe saber ciertamente de Quién niega la existencia.

Claro está que el conocimiento mediante la fe es diferente del conocimiento puramente racional. Sin embargo, Dios no podía haberse revelado al hombre si éste no fuera ya capaz por naturaleza de conocer algo verdadero a su respecto. Por consiguiente, junto y más allá de un "yo sé", que es propio de la inteligencia del hombre, se sitúa un "yo creo", propio del cristiano: en efecto, con la fe el creyente tiene acceso, si bien sea en la oscuridad, al misterio de la vida íntima de Dios que se revela.

Saludos

Y ahora deseo presentar mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

18 En particular a las Religiosas Dominicas de la Anunciata a las que animo a una siempre mayor fidelidad en su entrega eclesial. Al grupo de peregrinos de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Sevilla y Granada. os aliento en vuestro amor a la Virgen Santísima, la Blanca Paloma, como os gusta llamarla. Que ella os obtenga de su divino Hijo la gracia de un continuo progreso en vuestra vida cristiana.

Saludo igualmente a los peregrinos de Calella, Castell d'Aro, Aravaca, Mondoñedo, Ferrol, Oviedo y a los peregrinos procedentes de Panamá y de los diversos países de América Latina. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.





Miércoles 27 de marzo de 1985

Dios que se revela es la fuente de la fe del cristiano

1. Nuestro punto de partida en la catequesis sobre Dios que se revela sigue el texto del Concilio Vaticano II: "Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ep 1,9) : por Cristo, la palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cf. Ep 2,18 2P 1,4). En esta revelación, Dios invisible, movido por amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11 Jn 15,14-15), trata con ellos (cf. Bar Ba 3,38)para invitarlos y recibirlos en su compañía". (Dei Verbum DV 2).

Pero ya hemos considerado la posibilidad de conocer a Dios con la capacidad de la sola razón humana. Según la constante doctrina de la Iglesia, expresada especialmente en el Concilio Vaticano I (Const. dogm. Dei Filius, 2), y tomada por el Concilio Vaticano II (Const. dogm. Dei Verbum DV 6), la razón humana posee esta capacidad y posibilidad: "Dios, principio y fin de todas las cosas —se dice— puede ser conocido con certeza con la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas (cf. Rm 1,20)", aún cuando es necesaria la Revelación divina para que "todos los hombres, en la condición presente de la humanidad, puedan conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error las realidades divinas, que en sí no son inaccesibles a la razón humana".

Este conocimiento de Dios por medio de la razón, ascendiendo a El "a partir de las cosas creadas", corresponde a la naturaleza racional del hombre. Corresponde también al designio original de Dios, el cual, al dotar al hombre de esta naturaleza, quiere poder ser conocido por él. "Dios creando y conservando el universo por su Palabra (cf. Jn 1,3), ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de Sí mismo" (cf. Rm 1,19-20)"(Dei Verbum DV 3). Este testimonio se da como don y, a la vez, se deja como objeto de estudio por parte de la razón humana. Mediante la atenta y perseverante lectura del testimonio de las criaturas, la razón humana se dirige hacia Dios y se acerca a El. Esta es, en cierto sentido, la vía "ascendente": por las gradas de las criaturas el hombre se eleva a Dios, leyendo el testimonio del ser, de la verdad, del bien y de la belleza que las criaturas poseen en sí mismas.

2. Esta vía del conocimiento que, en algún sentido, tiene su comienzo en el hombre y en su mente, permite a la criatura subir al Creador. Podemos llamarla la vía del "saber".Hay una segunda vía, la vía de la "fe". que tiene su comienzo exclusivamente en Dios. Estas dos vías son diversas entre sí, pero se encuentran en el hombre mismo y, en cierto sentido, se completan y se ayudan recíprocamente.

De manera diversa que en el conocimiento mediante la razón a partir "de las criaturas", las cuales sólo indirectamente llevan a Dios, en el conocimiento mediante la fe nos inspiramos en la Revelación, con la que Dios "se da a conocer a Sí mismo" directamente. Dios se revela, es decir, permite que se le conozca a El mismo manifestando a la humanidad "el misterio de su voluntad" (Ep 1,9). La voluntad de Dios es que los hombres, por medio de Cristo, Verbo hecho hombre, tengan acceso en el Espíritu Santo al Padre y se hagan partícipes de la naturaleza divina. Dios, pues, se revela al hombre "a Sí mismo", revelando a la vez su plan salvífico respecto al hombre. Este misterioso proyecto salvífico de Dios no es accesible a la sola fuerza razonadora del hombre. Por tanto, la más perspicaz lectura del testimonio de Dios en las criaturas no puede desvelar a la mente humana estos horizontes sobrenaturales. No abre ante el hombre "el camino de la salvación sobrenatural" (como dice la Constitución Dei Verbum DV 3), camino que está íntimamente unido al "don que Dios hace de Sí" al hombre. Con la revelación de Sí mismo Dios "invita y recibe al hombre a la comunión con El" (cf. Dei Verbum DV 2).

3. Sólo teniendo todo esto ante los ojos, podemos captar que es realmente la fe: cuál es el contenido de la expresión "creo".

Si es exacto decir que la fe consiste en aceptar como verdadero lo que Dios ha revelado, el Concilio Vaticano II ha puesto oportunamente de relieve que es también una respuesta de todo el hombre, subrayando la dimensión "existencial" y "personalista" de ella. Efectivamente, si Dios "se revela a Sí mismo" y manifiesta al hombre el salvífico "misterio de su voluntad", es justo ofrecer a Dios que se revela esta "obediencia de la fe", por la cual todo el hombre libremente se abandona a Dios, prestándole "el homenaje total de su entendimiento y voluntad" (Vaticano I, Dei Filius), "asintiendo voluntariamente a lo que Dios revela" (Dei Verbum DV 5).


Audiencias 1985 10