Audiencias 1985 19

19 En el conocimiento mediante la fe el hombre acepta como verdad todo el contenido sobrenatural y salvífico de la Revelación; sin embargo, este hecho lo introduce, al mismo tiempo, en una relación profundamente personal con Dios mismo que se revela. Si el contenido propio de la Revelación es la "auto-comunicación" salvífica de Dios, entonces la respuesta de la fe es correcta en la medida en que el hombre —aceptando como verdad ese contenido salvífico—, a la vez, "se abandona totalmente a Dios". Sólo un completo "abandono a Dios" por parte del hombre constituye una respuesta adecuada.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Quiero en esta mañana saludar con particular afecto a los estudiantes de diversas ciudades de España que son los más numerosos entre los hispanohablantes en esta audiencia. En especial a los procedentes de Madrid, Cartagena, Murcia, Barcelona, Lérida, Reus y Valladolid. También a las familias españolas residentes en Alemania y al grupo de peregrinos de Guatemala. A todo quiero alentaros a vivir con profundo sentido de fe el misterio de gracia de las próximas celebraciones de la Pasión y Resurrección del Señor.

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina imparto de corazón mi bendición apostólica.





Abril de 1985

Miércoles 3 de abril de 1985

Jesucristo es el cumplimiento definitivo del misterio de Dios que se revela

1. La fe —lo que se encierra en la expresión "creo"— está en una relación esencial con la Revelación. La respuesta al hecho de que Dios se revela "a Sí mismo" al hombre, y simultáneamente desvela ante él el misterio de la eterna voluntad de salvar al hombre mediante "la participación de la naturaleza divina", es el "abandono en Dios" por parte del hombre, en el que se manifiesta "la obediencia de la fe". La fe es la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela. Esta "obediencia" consiste ante todo en aceptar "como verdad" lo que Dios revela: el hombre permanece en armonía con la propia naturaleza racional en este acoger el contenido de la Revelación. Pero mediante la fe el hombre se abandona del todo a este Dios que se revela a Sí mismo, y entonces, a la vez que recibe el don "de lo Alto", responde a Dios con el don de la propia humanidad. De este modo, con la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela, comienza un modo nuevo de existir de toda la persona humana en relación a Dios.

La Revelación —y, por consiguiente, la fe— "supera" al hombre, porque abre ante él las perspectivas sobrenaturales. Pero en estas perspectivas está puesto el más profundo cumplimiento de las aspiraciones y de los deseos enraizados en la naturaleza espiritual del hombre: la verdad, el bien, el amor, la alegría, la paz. San Agustín expresó esta realidad con la famosa frase: "Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" (San Agustín Confesiones, I, 1).Santo Tomás dedica las primeras cuestiones de la segunda parte de la Suma Teológica a demostrar, como desarrollando el pensamiento de San Agustín, que sólo en la visión y en el amor de Dios se encuentra la plenitud de realización de la perfección humana y, por tanto, el fin del hombre. Por esto, la divina Revelación se encuentra, en la fe, con la capacidad transcendente de apertura del espíritu humano a la Palabra de Dios.

2. La Constitución conciliar Dei Verbum hace notar que esta "economía de la Revelación" se desarrolla desde el principio de la historia de la humanidad. "Se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a la vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (Dei Verbum DV 2). Puede decirse que esa economía de la Revelación contiene en sí una particular "pedagogía divina". Dios "se comunica" gradualmente al hombre, introduciéndolo sucesivamente en su "auto-Revelación" sobrenatural, hasta el culmen, que es Jesucristo.

20 Al mismo tiempo, toda la economía de la Revelación se realiza como historia de la salvación, cuyo proceso impregna la historia de la humanidad desde el principio. "Dios, creando y conservando el universo por su Palabra (cf. Jn 1,3), ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de Sí mismo (cf. Rm 1,19-20); queriendo además abrir el camino de la salvación sobrenatural, se revelo desde el principio a nuestros primeros padres" (Dei Verbum DV 3).

Así, pues, como desde el principio el "testimonio de la creación habla al hombre atrayendo su mente hacia el Creador invisible, así también desde el principio perdura en la historia del hombre la auto-Revelación de Dios, que exige una respuesta justa en el "creo" del hombre. Esta Revelación no se interrumpió por el pecado de los primeros hombres. Efectivamente, Dios "después de su caída, los levantó a la esperanza de la salvación (cf. Gn 3,15), con la promesa de la redención: después cuidó continuamente del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras (cf. Rm 2 Rm 6-7). Al llegar el momento, llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo (cf. Gn 12,2-3). Después de la edad de los Patriarcas, instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y los Profetas, para que lo reconociera a El como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez; y para que esperara al Salvador prometido. De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio" (Dei Verbum DV 3).

La fe como respuesta del hombre a la palabra de la divina Revelación entró en la fase definitiva con a la venida de Cristo, cuando "al final" Dios "nos habló por medio de su Hijo" (He 1,1-2).

3. "Jesucristo, pues, Palabra hecha carne, 'hombre enviado a los hombres', 'habla las palabras de Dios' (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (cf. Jn 5,36 Jn 17,4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cf. Jn 14,9); El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna" (Dei Verbum DV 4).

Creer en sentido cristiano quiere decir acoger la definitiva auto-Revelación de Dios en Jesucristo, respondiendo a ella con un "abandono en Dios", del que Cristo mismo es fundamento, vivo ejemplo y mediador salvífico.

Esta fe incluye, pues, la aceptación de toda la "economía cristiana" de la salvación como una nueva y definitiva alianza, que "no pasará jamás". Como dice el Concilio: "...no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor" (Dei Verbum DV 4)

Así el Concilio, que en la Constitución Dei Verbum nos presenta de manera concisa, pero completa, toda la "pedagogía" de la divina Revelación, nos enseña, al mismo tiempo, qué es la fe, qué significa "creer", y en particular "creer cristianamente", como respondiendo a la invitación de Jesús mismo: "Creéis en Dios, creed también en mí" (Jn 14,1).

Saludos

Deseo saludar ahora cordialmente a todos los peregrinos de lengua española.

En particular a las religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento que están haciendo en Roma un curso de formación; al grupo de miembros del Movimiento de Apostolado «Regnum, Christi» y al Consejo General de las Celadoras del Sagrado Corazón. Queridas religiosas: renovad cada día vuestro sentido de fe y la generosidad de la entrega al Señor.

Saludo igualmente a los grupos de peregrinos procedentes de Calella, Oviedo, Vigo, Zaragoza, Madrid y Barcelona, así como a los estudiantes de Sevilla, al Centro Cultural «Magdalena Aulina» del Colegio de la Pureza de María, del Liceo del Sagrado Corazón. También a las alumnas y profesoras de los Colegios de Caracas, Maracaibo y del colegio «Mater Salvatoris» que me recuerdan mi inolvidable viaje a Venezuela.

21 Y al grupo de jóvenes de la Arquidiócesis de Durango (México), de la parroquia de San Juan Bautista de Tibas (Costa Rica) y de la Asociación «Van-Clar».

Queridos jóvenes: sed siempre constructores de paz y fraternidad.

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina, imparto de corazón la bendición apostólica.



Miércoles 10 de abril de 1985

Con la fe el hombre, ayudado por la gracia sobrenatural,

responde de modo original a la “auto-revelación” de Dios

1. Hemos dicho varias veces en estas consideraciones, que la fe es una respuesta particular del hombre a la Palabra de Dios que se revela a Sí mismo hasta la revelación definitiva en Jesucristo. Esta respuesta tiene, sin duda, un carácter cognoscitivo; efectivamente, da al hombre la posibilidad de acoger este conocimiento (auto-conocimiento) que Dios "comparte" con él.

La aceptación de este conocimiento de Dios, que en la vida presente es siempre parcial, provisional e imperfecto, da, sin embargo, al hombre la posibilidad de participar desde ahora en la verdad definitiva y total, que un día le será plenamente revelada en la visión inmediata de Dios.
"Abandonándose totalmente a Dios", como respuesta a su auto-revelación, el hombre participa en esta verdad. De tal participación toma origen una nueva vida sobrenatural, a la que Jesús llama "vida eterna" (Jn 17,3) y que, con la Carta a los Hebreos, puede definirse "vida mediante la fe": "mi justo vivirá de la fe" (He 10,38).

2. Si queremos profundizar, pues, en la comprensión de lo que es la fe, de lo que quiere decir "creer", lo primero que se nos presenta es la originalidad de la fe en relación con el conocimiento racional de Dios, partiendo "de las cosas creadas".

La originalidad de la fe está ante todo en su carácter sobrenatural. Si el hombre en la fe da la respuesta a la "auto-revelación de Dios" y acepta el plan divino de la salvación, que consiste en la participación en la naturaleza y en la vida íntima de Dios mismo, esta respuesta debe llevar al hombre por encima de todo lo que el ser humano mismo alcanza con las facultades y las fuerzas de la propia naturaleza, tanto en cuanto a conocimiento como en cuanto a voluntad: efectivamente, se trata del conocimiento de una verdad infinita y del cumplimiento transcendente de las aspiraciones al bien y a la felicidad, que están enraizadas en la voluntad, en el corazón: se trata, precisamente, de "vida eterna".

22 "Por medio de la revelación divina —leemos en la Constitución Dei Verbum— Dios quiso manifestarse a Sí mismo y sus planes de salvar al hombre, para que el hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia humana" DV 6). La Constitución cita aquí las palabras del Concilio Vaticano I (Const. dogm Dei Filius , 12), que ponen de relieve el carácter sobrenatural de la fe.

Así, pues, la respuesta humana a la auto-revelación de Dios, y en particular a su definitiva auto-revelación en Jesucristo, se forma interiormente bajo la potencia luminosa de Dios mismo que actúa en lo profundo de las facultades espirituales del hombre, y, de algún modo, en todo el conjunto de sus energías y disposiciones. Esa fuerza divina se llama gracia, en particular, la gracia de la fe.

3. Leemos también en la misma Constitución del Vaticano II: "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede 'a todos gusto en aceptar y creer la verdad' (palabras del II Concilio Arausicano repetidas por el Vaticano I). Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la Revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones" (Dei Verbum DV 5).

La Constitución Dei Verbum se pronuncia de modo sucinto sobre el tema de la gracia de la fe; sin embargo, esta formulación sintética es completa y refleja la enseñanza de Jesús mismo, que ha dicho: "Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le atrae" (Jn 6,44). La gracia de la fe es precisamente esta "atracción" por parte de Dios, ejercida en relación con la esencia interior del hombre, e indirectamente de toda la subjetividad humana, para que el hombre responda plenamente a la "auto-revelación" de Dios en Jesucristo, abandonándose a Él. Esa gracia previene al acto de fe, lo suscita, sostiene y guía: su fruto es que el hombre se hace capaz ante todo de "creer a Dios" y cree de hecho. De este modo, en virtud de la gracia preveniente y cooperante se instaura una "comunión" sobrenatural interpersonal que es la misma viva estructura que sostiene la fe, mediante la cual el hombre, que cree en Dios, participa de su "vida eterna": "conoce al Padre y a su enviado Jesucristo" (cf. Jn 17,3) y, por medio de la caridad entra en una relación de amistad con ellos (cf. Jn 14,23 Jn 15,15).

4. Esta gracia es la fuente de la iluminación sobrenatural que "abre los ojos del espíritu"; y, por lo mismo, la gracia de la fe abarca particularmente la esfera cognoscitiva del hombre y se centra en ella. Logra de ella la aceptación de todos los contenidos de la Revelación en los cuales se desvelan los misterios de Dios y los elementos del plan salvífico respecto al hombre. Pero, al mismo tiempo, la facultad cognoscitiva del hombre bajo la acción de la gracia de la fe tiende a la comprensión cada vez más profunda de los contenidos revelados, puesto que tiende hacia la verdad total prometida por Jesús (cf. Jn 16,13), hacia la "vida eterna". Y en este esfuerzo de comprensión creciente encuentra apoyo en los dones del Espíritu Santo, especialmente en los que perfeccionan el conocimiento sobrenatural de la fe: ciencia, entendimiento, sabiduría...

Según este breve bosquejo, la originalidad de la fe se presenta como una vida sobrenatural, mediante la cual la "auto-revelación" de Dios arraiga en el terreno de la inteligencia humana, convirtiéndose en la fuente de la luz sobrenatural, por la que el hombre participa, en medida humana, pero a un nivel de comunión divina, de ese conocimiento, con el que Dios se conoce eternamente a Sí mismo y conoce toda otra realidad en Sí mismo.

Saludos

Y ahora un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

Amadísimos hermanos y hermanas:

En primer lugar saludo a los seminaristas de Barbastro. Os aliento, queridos seminaristas, a prepararos con fidelidad y esmero a vuestra futura misión de servidores del pueblo de Dios. un recuerdo ahora las religiosas de la Pureza de María y a los estudiantes de Monóvar, Madrid, Mataró, Orihuela y Vitoria.

Mi saludo también a los peregrinos de Córdoba (Argentina) dirigidos a Roma y Tierra Santa. Vivid conscientemente el misterio de fe de la resurrección de Cristo. Saludo asimismo a los peregrinos de la «Ciudad de los Niños» de Monterrey (México) y a los de Puerto Rico.

23 A todos los peregrinos de los varios países de lengua española le deseo continúen en la alegría y gracia de la Pascua, y los bendigo de corazón.





Miércoles 17 de abril de 1985

Con la fe el hombre acepta de modo convencido y libre las verdades contenidas en la revelación de Dios

1. Si la originalidad de la fe consiste en el carácter de conocimiento esencialmente sobrenatural, que le proviene de la gracia de Dios y de los dones del Espíritu Santo, igualmente se debe afirmar que la fe posee una originalidad auténticamente humana. En efecto, encontramos en ella todas las características de la convicción racional y razonable sobre la verdad contenida en la divina Revelación. Esta convicción —o sea, certeza— corresponde perfectamente a la dignidad de la persona como ser racional y libre.

Sobre este problema es muy iluminadora, entre los documentos del Concilio Vaticano II, la Declaración sobre la libertad religiosa que comienza con las palabras: "Dignitatis humanae" . En ella, leemos, entre otras cosas:

"Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que se revela a Sí mismo, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe. Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier género de coacción por parte de los hombres en materia religiosa" (Dignitatis humanae DH 10).

"Dios llama ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por este llamamiento quedan ellos obligados en conciencia, pero no coaccionados.Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana, que El mismo ha creado, y que debe regirse por su propia determinación y usar de libertad. Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús..." (Dignitatis humanae DH 11).

2. Y aquí el documento conciliar explica de que modo Cristo trató de "excitar y robustecer la fe de los oyentes", excluyendo toda coacción. En efecto, El dio testimonio definitivo de la verdad de su Evangelio mediante la cruz y la resurrección, "pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían". "Su reino... se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae los hombres a Sí mismo" (Dignitatis humanae DH 11). Cristo encomendó luego a los Apóstoles el mismo modo de convencer sobre la verdad del Evangelio.

Precisamente, gracias a esta libertad, la fe —lo que expresamos con la palabra "creo"— posee su autenticidad y originalidad humana, además de divina. En efecto, ella expresa la convicción y la certeza sobre la verdad de la Revelación, en virtud de un acto de libre voluntad. Esta voluntariedad estructural de la fe no significa en modo alguno que el creer sea "facultativo", y que por lo tanto, sea justificable una actitud de indiferentismo fundamental; sólo significa que el hombre está llamado a responder a la invitación y al donde Dios con la adhesión libre y total de sí mismo.

3. El mismo documento conciliar, dedicado al problema de la libertad religiosa, pone de relieve muy claramente que la fe es una cuestión de conciencia.

24 "Por razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo, la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar su vida según las exigencias de la verdad" (Dignitatis humanae DH 2). Si éste es el argumento esencial en favor del derecho a la libertad religiosa, es también el motivo fundamental por el cual esta misma libertad debe ser correctamente comprendida y observada en la vida social.

4. En cuanto a las decisiones personales, "cada uno tiene la obligación, y en consecuencia también el derecho, de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados, llegue a formarse prudentemente juicios rectos y verdaderos de conciencia. Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, mediante la libre investigación, con la ayuda del magisterio o enseñanza, de la comunicación y del diálogo, por medio de los cuales los hombres se exponen mutuamente la verdad que han encontrado o juzgan haber encontrado para ayudarse unos a otros en la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que adherirse firmemente a ella con el asentimiento personal" (Dignitatis humanae DH 3).

En estas palabras hallamos una característica muy acentuada de nuestro "credo" como acto profundamente humano, que responde a la dignidad del hombre en cuanto persona. Esta correspondencia se manifiesta en la relación con la verdad mediante la libertad interior y la responsabilidad de conciencia del sujeto creyente.

Esta doctrina, inspirada en la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae ), sirve también para hacer comprender lo importante que es una catequesis sistemática, tanto porque hace posible el conocimiento de la verdad sobre el proyecto de Dios, contenido en la divina Revelación, como porque ayuda a adherirse cada vez más a la verdad ya conocida y aceptada mediante la fe.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo dirigir ahora mi cordial saludo al Consejo General y a las Madres Provinciales Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús y a las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos. Que el Señor Resucitado aliente vuestro testimonio de amor a Dios y de entrega a la Iglesia.

Saludo igualmente al grupo de empresarios españoles y de empleados del Banco Español de Crédito, así como a los estudiantes procedentes de Vigo y de Bilbao. Finalmente deseo saludar al grupo de madres de familia del Movimiento de Schönstatt venidas de Chile; que la Madre de Cristo y de la Iglesia os guíe en vuestro camino.

A todos los peregrinos de España y de los diversos países de América Latina, mientras ruego para que Cristo, nuestra Pascua, ilumine sus vidas, imparto de corazón la bendición apostólica.





Miércoles 24 de abril de 1985

La transmisión de la Revelación divina



25 1. ¿Dónde podemos encontrar lo que Dios ha revelado para adherirnos a ello con nuestra fe convencida y libre? Hay un "sagrado depósito", del que la Iglesia toma comunicándonos sus contenidos.

Como dice el Concilio Vaticano II: "Esta Sagrada Tradición con la Sagrada Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en el que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como El es (cf.
1Jn 3,2)" (Dei Verbum DV 7).

Con estas palabras la Constitución conciliar sintetiza el problema de la transmisión de la Revelación divina, importante para la fe de todo cristiano. Nuestro "credo", que debe preparar al hombre sobre la tierra a ver a Dios cara a cara en la eternidad, depende, en cada etapa de la historia, de la fiel inviolable transmisión de esta auto-revelación de Dios, que en Jesucristo ha alcanzado su ápice y su plenitud.

2. Cristo mandó "a los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos" (Dei Verbum DV 7). Ellos ejecutaron la misión que les fue confiada ante todo mediante la predicación oral, y al mismo tiempo algunos de ellos "pusieron por escrito el mensaje de salvación inspirados por el Espíritu Santo" (Dei Verbum DV 7). Esto hicieron también algunos del círculo de los Apóstoles (Marcos, Lucas).

Así se formó la transmisión de la Revelación divina en la primera generación de cristianos: "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo e íntegro en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, "dejándoles su función en el magisterio" (según expresión de San Ireneo cf. Adv Haer III, 3,1)" (Dei Verbum DV 7).

3. Como se ve, según el Concilio, en la transmisión de la divina Revelación en la Iglesia se sostienen recíprocamente y se completan la Tradición y la Sagrada Escritura, con las cuales las nuevas generaciones de los discípulos y de los testigos de Jesucristo alimentan su fe, porque "lo que los Apóstoles transmitieron... comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios" (Dei Verbum DV 8).

"Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Lc Lc 2,19 Lc Lc 2,51), cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (Dei Verbum DV 8).

Pero en esta tensión hacia la plenitud de la verdad divina la Iglesia bebe constantemente en el único "depósito" originario, constituido por la Tradición apostólica y por la Sagrada Escritura, las cuales "manan la una misma fuente divina, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin" (Dei Verbum DV 9).

4. A este propósito conviene precisar y subrayar, también de acuerdo con el Concilio, que "...La Iglesia no saca exclusivamente de la Sagrada Escritura la certeza de todo lo revelado" (Dei Verbum DV 9). Esta Escritura "es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". Pero "la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación" (Dei Verbum DV 9). "La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon íntegro de los Libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos" (Dei Verbum DV 8).

"La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus Pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica..." (Dei Verbum DV 10). Por ello ambas, la Tradición y la Sagrada Escritura, deben estar rodeadas de la misma veneración y del mismo respeto religioso.

5. Aquí nace el problema de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, escrita o transmitida por la Tradición. Esta función ha sido encomendada "únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual la ejercita en nombre de Jesucristo" (Dei Verbum DV 10). Este Magisterio "no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído"(Dei Verbum DV 10).

26 6. He aquí, pues, una nueva característica de la fe: creer de modo cristiano significa también: aceptar la verdad revelada por Dios, tal como la enseña la Iglesia. Pero al mismo tiempo el Concilio Vaticano II recuerda que " la totalidad de los fieles... no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde los obispos hasta los últimos fieles laicos" prestan su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente "a la fe confiada de una vez para siempre a los santos" (Jds 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida guiado en todo por el sagrado Magisterio" (Lumen Gentium LG 12).

7. La Tradición, la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo de Dios forman ese proceso vivificante en el que la divina Revelación se transmite a las nuevas generaciones. "Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando con la esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (cf. Col Col 3,16) (Dei Verbum DV 8).

Creer de modo cristiano significa aceptar ser introducidos y conducidos por el Espíritu a la plenitud de la verdad de modo consciente y voluntario.

Saludos

Y ahora deseo dirigir mi cordial saludo , en la alegría de Cristo Resucitado, a todos los peregrinos de lengua española.

En particular, a las Religiosas Hijas de Jesús, que participan en un curso de renovación espiritual, y al grupo de jóvenes profesoras de la Institución Teresiana. Os aliento en vuestra vida entrega a Dios y de servicio al prójimo.

Saludo a la numerosa peregrinación de Huesca. Vuestra presencia hoy aquí trae a mi memoria la grata visita que hice a vuestra región aragonesa en octubre del año pasado. Que la Virgen del Pilar os proteja siempre.

Saludo igualmente a los peregrinos procedentes de la ciudad de México, de la Arquidiócesis de Medellín (Colombia) y de Argentina y a los Caballeros Damas de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén vendos de Puerto Rico.

A todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto de corazón la bendición apostólica.



Mayo de 1985

Miércoles 1 de mayo de 1985

La inspiración divina de la Sagrada Escritura y su interpretación

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1. Repetimos hoy una vez más las hermosas palabras de la Constitución conciliar Dei Verbum; "Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado (que es la Iglesia); así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col
Col 3,16)" (Dei Verbum DV 8)

Digamos, de nuevo qué significa "creer".

Creer de modo cristiano significa precisamente: ser introducidos por el Espíritu Santo en la verdad plena de la divina Revelación. Quiere decir: ser una comunidad de fieles abiertos a la Palabra del Evangelio de Cristo. Una y otra cosa son posibles en cada generación, porque la viva transmisión de la divina Revelación, contenida en la Tradición y la Sagrada Escritura, perdura íntegra en la Iglesia, gracias al servicio especial del Magisterio, en armonía con el sentido sobrenatural del Pueblo de Dios.

2. Para completar esta concepción del vínculo entre nuestro "credo" católico y su fuente, es importante también la doctrina sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura y de su interpretación auténtica. Al presentar esta doctrina, seguimos (como en las catequesis anteriores) ante todo la Constitución Dei Verbum.

Dice el Concilio: "La Santa Madre Iglesia fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20,31 2Tm 3,16 2P 1,19-21 2P 3,15-16), tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia" (Dei Verbum DV 11).

Dios —como Autor invisible y transcendente— "se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo... como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (Dei Verbum DV 11). Con este fin el Espíritu Santo actuaba en ellos y por medio de ellos (cf. Dei Verbum DV 11).

3. Dado este origen, se debe reconocer "que los libros de la Sagrada Escritura enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra" (Dei Verbum DV 11). Lo confirman las palabras de San Pablo en la Carta a Timoteo: "Toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena" (2Tm 3,16-17).

La Constitución sobre la divina Revelación, siguiendo a San Juan Crisóstomo, manifiesta admiración por la particular "condescendencia", es como un "inclinarse" de la eterna Sabiduría. "La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del Eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres" (Dei Verbum DV 13).

4. De la verdad sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura se derivan lógicamente algunas normas que se refieren a su interpretación. La Constitución Dei Verbum las resume brevemente:

El primer principio es que "porque Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, el intérprete de la Sagrada Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras" (Dei Verbum DV 12).

28 Con esta finalidad —y éste es el segundo punto— es necesario tener en cuenta, entre otras cosas, "los géneros literarios". "Pues la verdad se presenta y enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios" (Dei Verbum DV 12). El sentido de lo que el autor expresa depende precisamente de estos géneros literarios, que se deben tener, pues, en cuenta sobre el fondo de todas las circunstancias de una poca precisa y de una determinada cultura.

Y, por esto, tenemos el tercer principio para una recta interpretación de la Sagrada Escritura: "Para comprender exactamente lo que el autor sagrado propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los habituales y originarios modos de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces solían emplearse en la conversación ordinaria" (Dei Verbum DV 12).

5. Estas indicaciones bastantes detalladas, que se dan para la interpretación de carácter histórico-literario, exigen una relación profunda con las premisas de la doctrina sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura. "La escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita" (Dei Verbum DV 12). Por esto, "hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe" (Dei Verbum DV 12).

Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de cada una de las verdades de fe entre sí y con el plan total de la Revelación y la plenitud de la divina economía encerrada en él.

6. La misión de los exegetas, es decir, de los investigadores que estudian con métodos idóneos la Sagrada Escritura, es contribuir, según dichos principios, "para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia" (Dei Verbum DV 12). Puesto que la Iglesia tiene "el mandato y el ministerio divino de conservar e interpretar la Palabra de Dios", todo lo que se refiere "al modo de interpretar la Escritura, queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia" (Dei Verbum DV 12).

Esta norma es importante decisiva para precisar la relación recíproca entre exégesis (y la teología) y el Magisterio de la Iglesia. Es una norma que está en relación muy íntima con lo que hemos dicho anteriormente a propósito de la transmisión de la divina Revelación. Hay que poner de relieve una vez más que el Magisterio utiliza el trabajo de los teólogos-exegetas y, al mismo tiempo, vigila oportunamente sobre los resultados de sus estudios. Efectivamente, el Magisterio está llamado a custodiar la verdad plena, contenida en la divina Revelación.

7. Creer de modo cristiano significa, pues, adherirse a esta verdad gozando de la garantía de verdad que por institución de Cristo mismo se le ha dado a la Iglesia. Esto vale para todos los creyentes: y, por tanto —en su justo nivel y en el grado adecuado—, también para los teólogos y los exegetas. Para todos se revela en este campo la misericordiosa providencia de Dios, que ha querido concedernos no sólo el don de su auto-revelación, sino también la garantía de su fiel conservación, interpretación y explicación, confiándola a la Iglesia.




Audiencias 1985 19