Audiencias 1985 28

Miércoles 8 de mayo de 1985

El Antiguo Testamento

1. La Sagrada Escritura, como es sabido, se compone de dos grandes colecciones de libros: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento, redactado todo él antes de la venida de Cristo, es una colección de 46 libros de carácter diverso. Los enumeraremos aquí, agrupándolos de manera que se distinga, al menos genéricamente, la índole de cada uno de ellos.

2. El primer grupo que encontramos es el llamado "Pentateuco", formado por: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Casi como prolongación del Pentateuco se encuentra el Libro de Josué y, luego, el de los Jueces. El conciso Libro de Rut constituye, en cierto modo, la introducción al grupo siguiente de carácter histórico, compuesto por los dos Libros de Samuel y por los dos Libros de los Reyes. Entre estos libros deben incluirse también los dos de las Crónicas, el Libro de Esdras y el de Nehemías, que se refieren al período de la historia de Israel posterior a la cautividad de Babilonia.

29 El Libro de Tobías, el de Judit y el de Ester, aunque se refieren a la historia de la nación elegida, tienen carácter de narración alegórica y moral, más bien que de historia verdadera y propia. En cambio, los dos Libros de los Macabeos tienen carácter histórico (de crónica).

3. Los llamados "Libros didácticos" forman un propio grupo, en el cual se incluyen obras de diverso carácter. Pertenecen a él: el Libro de Job, los Salmos, y el Cantar de los Cantares, e igualmente algunas obras de carácter sapiencial-educativo: el Libro de los Proverbios, el de Qohelet (es decir, el Eclesiastés), el Libro de la Sabiduría y la Sabiduría de Sirácida (esto es, el Eclesiástico).

4. Finalmente, el último grupo de escritos del Antiguo Testamento está formado por los "Libros Proféticos". Se distinguen los cuatro llamados Profetas "mayores": Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Al Libro de Jeremías se añaden las Lamentaciones y el Libro de Baruc. Luego vienen los llamados Profetas "menores": Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Naún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.

5. A excepción de los primeros capítulos del Génesis, que tratan del origen del mundo y de la humanidad, los libros del Antiguo Testamento, comenzando por la llamada de Abraham, se refieren a una nación que ha sido elegida por Dios. He aquí lo que leemos en la Constitución Dei Verbum: "Deseando Dios con su gran amor preparar la salvación de toda la humanidad, escogió a un pueblo en particular a quien confiar sus promesas. Hizo primero una alianza con Abraham (cf.
Gn 15,18); después, por medio de Moisés (cf. Ex 24,8), la hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como el único Dios vivo y verdadero. De este modo Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los Profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones (cf. Ps 21,28-29 Ps 95,1-3 Is 2,1-4 Jr 3,17). La economía de la salvación anunciada, contada y explicada por los escritores sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros del antiguo Testamento; por eso dichos libros, divinamente inspirados, conservan para siempre su valor..." (Dei Verbum DV 14).

6. La Constitución conciliar indica luego lo que ha sido la finalidad principal de la economía de la salvación en el Antiguo Testamento: "preparar", anunciar proféticamente (cf. Lc 24,44 Jn 5,39 1P 1,10) y significar con diversas figuras (cf. 1Co 10,11) la venida de Cristo redentor del universo y del reino mesiánico (cf. Dei Verbum DV 15).

Al mismo tiempo, los libros del Antiguo Testamento, según la condición del género humano antes de Cristo, "muestran a todos el conocimiento de Dios y del hombre y de que el modo como Dios, justo y misericordioso, trata con los hombres. Estos libros, aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina" (Dei Verbum DV 15). En ellos se expresa "un vivo sentido de Dios", "una sabiduría salvadora acerca del hombre" y, finalmente, "encierran tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación" (ib). Y por esto, también los libros del Antiguo Testamento deben ser recibidos por los cristianos con devoción.

7. La Constitución conciliar explica así la relación entre el Antiguo y Nuevo Testamento: "Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el Antiguo" (según las palabras de San Agustín: "Novum in Vetere latet, Vetus in Novo patet."). "Pues, aunque Cristo estableció con su sangre la Nueva Alianza (cf. Lc 22,20 1Co 11,25), los libros íntegros del Antiguo Testamento, incorporados a la predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento (cf. Mt 5,17 Lc 24,27 Rm 16,25-26 2Co 3,14-16) y a su vez lo iluminan y lo explican" (Dei Verbum DV 16).

Como veis, el Concilio nos ofrece una doctrina precisa y clara, suficiente para nuestra catequesis. Ella nos permite dar un nuevo paso en la determinación del significado de nuestra fe. "Creer de modo cristiano" significa sacar, según el espíritu que hemos dicho, la luz de la Divina Revelación también de los Libros de la Antigua Alianza.

Saludos

Vaya ahora mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

En particular al grupo de Hermanos Maristas que están haciendo un curso de espiritualidad en Roma; a las Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús que se preparan para su profesión perpetua; y al grupo de profesoras de la Institución Teresiana.

30 Deseo dirigirme en modo especial a la nutrida representación de la “Cadena de Ondas Populares Española” (COPE). Me alegra profundamente y os felicito por la labor que estáis realizando, siguiendo las directrices del Episcopado y al servicio de la Iglesia en España.

Tenéis una labor muy importante que cumplir en el indeclinable servicio a la verdad, en la información serena y objetiva, en la tarea informativa y reconciliadora de los espíritus, en la necesaria promoción y tutela de los valores espirituales, morales y humanos del pueblo español. Buscad en esta línea metas cada vez más altas, en beneficio del hombre cristiano y de todos los ciudadanos de vuestra Patria. Vuestros Pastores y la misma sociedad os deberán mucho si sois fieles a ese programa.

Como aliento en vuestro camino, llevaos el testimonio de mi viva estima y mi cordial Bendición.

Saludo igualmente a los peregrinos procedentes de Colombia y Perú, que se dirigen también a Tierra Santa; estos últimos acompañados por el Señor Cardenal Juan Landázuri, Arzobispo de Lima.

Asimismo saludo a las peregrinaciones de la diócesis de Toluca (México), de Argentina, de Valencia y de Alcalá la Real.

A todos los peregrinos provenientes de España y de los diversos Países de América Latina imparto la Bendición Apostólica.



Miércoles 22 de mayo de 1985

El Nuevo Testamento

1. El Nuevo Testamento tiene dimensiones menores que el Antiguo. Bajo el aspecto de la redacción histórica, los libros que lo forman están escritos en un espacio de tiempo más breve que los de la Antigua Alianza. Está compuesto por veintisiete libros, algunos muy breves.

En primer lugar tenemos los cuatro Evangelios: según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Luego sigue el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuyo autor es también Lucas. El grupo mayor está constituido por las Cartas Apostólicas, de las cuales las más numerosas son las Cartas de San Pablo: una a los Romanos, dos a los Corintios, una a los Gálatas, una a los Efesios, una a los Filipenses, una a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, una a Tito y una a Filemón. El llamado "corpus paulinun" termina con la Carta a los Hebreos, escrita en el ámbito de influencia de Pablo.

Siguen: la Carta de Santiago, dos Cartas de San Pedro, tres Cartas de San Juan y la Carta de San Judas. El último libro del Nuevo Testamento es el Apocalipsis de San Juan.

31 2. Con relación a estos libros se expresa así la Constitución Dei Verbum: "Todos saben que entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen los Evangelios, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador. La Iglesia siempre y en todas partes ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios son de origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Jesucristo, después ellos mismos con otros de su generación lo escribieron por inspiración del Espíritu Santo y nos lo entregaron como fundamento de la fe: el Evangelio cuádruple, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan" (Dei Verbum DV 18).

3. La Constitución conciliar pone de relieve de modo especial la historicidad de los cuatro Evangelios. Dice que la Iglesia "afirma su historicidad sin dudar", manteniendo con constancia que "los cuatro... Evangelios... transmiten fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos, hasta el día de la Ascensión" (cf. Ac 1,1-2) (Dei Verbum DV 19).

Si se trata del modo como nacieron los cuatro Evangelios, la Constitución conciliar los vincula ante todo con la enseñanza apostólica, que comenzó con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Leemos así: "Los Apóstoles, después de la Ascensión del Señor, comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban los acontecimientos gloriosos de Cristo e iluminados por la enseñanza del Espíritu de la Verdad" (Dei Verbum DV 19). Estos "acontecimientos gloriosos" están constituidos principalmente por la resurrección del Señor y la venida del Espíritu Santo. Se comprende que, a la luz de la resurrección, los Apóstoles creyeron definitivamente en Cristo. La resurrección proyectó una luz fundamental sobre su muerte en la cruz, y también sobre todo lo que había hecho y proclamado antes de su pasión. Luego, el día de Pentecostés sucedió que los Apóstoles fueron "iluminados por el Espíritu de verdad".

4. De la enseñanza apostólica oral se pasó a la redacción de los Evangelios, respecto a lo cual se expresa así la Constitución conciliar: " ...los autores sagrados compusieron los cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús. Sacándolos de su memoria o del testimonio de los "que asistieron desde el principio y fueron ministros de la palabra, lo escribieron para que conozcamos la verdad (cf. Lc 1,2-4) de lo que nos enseñaban" (Dei Verbum DV 19).

Este conciso párrafo del Concilio refleja y sintetiza brevemente toda la riqueza de las investigaciones y estudios que los escrituristas no han cesado de dedicar a la cuestión del origen de los cuatro Evangelios. Para nuestra catequesis es suficiente este resumen.

5. En cuanto a los restantes libros del Nuevo Testamento, la Constitución conciliar Dei Verbum se pronuncia del modo siguiente: "...Estos libros, según el sabio plan de Dios, confirman la realidad de Cristo, van explicando su doctrina auténtica, proclaman la fuerza salvadora de la obra divina de Cristo, cuentan los comienzos y la difusión maravillosa de la Iglesia, predicen su consumación gloriosa" (Dei Verbum DV 20). Se trata de una breve y sintética presentación de contenido de esos libros, independientemente de cuestiones cronológicas, que ahora nos interesan menos. Sólo recordaremos que los estudiosos fijan para su composición la segunda mitad del siglo I.

Lo que más cuenta para nosotros es la presencia del Señor Jesús y de su Espíritu en los autores del Nuevo Testamento, que son, por lo mismo, medios a través de los cuales Dios nos introduce en la novedad revelada. "El Señor Jesús asistió a sus Apóstoles, como lo había prometido (cf. Mt 28,20), y les envió el Espíritu Santo, que los fuera introduciendo en la plenitud de la verdad" (cf. Jn 16,13) (Dei Verbum DV 20). Los libros del Nuevo Testamento nos introducen precisamente en el camino que lleva a la plenitud de la verdad de la divina Revelación.

6. Y tenemos aquí otra conclusión para una concepción más completa de la fe. Creer de modo cristiano significa aceptar la auto-revelación de Dios en Jesucristo, que constituye el contenido esencial del Nuevo Testamento.

Nos dice el Concilio: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos (cf. Gal Ga 4,4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14). Cristo estableció en la tierra el reino de Dios, se manifestó a Si mismo y a su Padre con obras y palabras, llevó a cabo su obra muriendo, resucitando y enviando al Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae todos hacia Sí (cf. Jn 12,32), pues es el único que posee palabras de vida eterna" (cf. Jn 6,68) (Dei Verbum DV 17).

"De esto dan testimonio divino y perenne los escritos del Nuevo Testamento" (Dei Verbum DV 17).

Y por lo mismo constituyen un particular apoyo para nuestra fe.



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Miércoles 29 de mayo de 1985



1. A Jesucristo, pastor y guardián de nuestras almas (cf. 1P 2,25), quiero tributar el debido homenaje de acción de gracias, encomendándole, por medio de la Madre de la Iglesia, el conjunto de mi servicio pastoral a los países del Benelux. Este servicio estaba vinculado con una visita y ha sido una respuesta a la común invitación de los Episcopados de Bélgica y de los Países Bajos, así como del obispo de Luxemburgo.

Hace ya un par de años que me habían hecho la invitación. Desde entonces se pusieron en marcha múltiples preparativos, por los cuales quiero dar las gracias tanto a mis hermanos en el Episcopado, como a todo el clero y a los laicos que en gran número y con generosidad han participado en ellos de diversos modos. Doy las gracias, al mismo tiempo, a los muchos sectores de la administración civil, que en todas partes han dado prueba de gran comprensión, benevolencia y competencia.

2. En particular, quiero expresar mi obligado reconocimiento al Rey de Bélgica, a la Reina de los Países Bajos y al Gran Duque de Luxemburgo, juntamente con sus respectivas familias, dándoles las gracias por los encuentros y por la participación.

Desde el 11 hasta el 21 de mayo he podido dedicar tres días y medio a la Iglesia que está en los Países Bajos, un día y medio a la que está en Luxemburgo y cinco días a la que está en Bélgica. Los católicos de los Países Bajos son numéricamente una minoría (son cinco millones de los 14 millones de habitantes). Bélgica y Luxemburgo, en cambio, son países en su inmensa mayoría católicos.

3. Estos tres países quedaron marcados, hace muchos siglos, por la primera evangelización. Esta está vinculada, ante todo, a la figura de San Servacio, que actuó allí a finales del siglo IV. La tumba del Santo obispo se encuentra en Maastricht, en los Países Bajos Meridionales. El ulterior proceso de propagación de la fe de Cristo tiene lugar en los siglos VI y VII, y está unido a San Wilibrordo, que fue obispo de Utrecht, y cuya tumba se halla en Echternach, en el territorio de Luxemburgo. Entre los padres de la cristiandad hay que incluir también a San Bonifacio, el apóstol de Alemania. Y la catedral de Malinas, en Bélgica, está dedicada a San Romboud.

4. El cristianismo, tan profundamente arraigado durante el primer milenio después de Cristo, dio frutos particulares en el período del Medioevo. Las Iglesias en la cuenca del Rin se caracterizaron, en aquel tiempo, por una gran floración de la vida monástica y de la vida mística, que constituye una corriente singular en la historia de la espiritualidad cristiana. Los grandes místicos de ese tiempo fueron mujeres y hombres, como Hadewych, el Beato Tan van Ruusbroec, Geert Groote y Thomas de Kempis. De este ambiente salió el libro "Imitación de Cristo, que desde hace muchas generaciones es una lectura clásica para la vida espiritual.

Otra expresión de la cultura cristiana en el Medioevo se manifiesta en las espléndidas iglesias de estilo gótico, característico de esas regiones; en las obras de pintores famosos como Van Eyck, Rembrandt, Memlic y otros no menos célebres.

5. La reforma del siglo XVI dividió a los cristianos, sobre todo en el territorio de los Países Bajos. Durante largo tiempo llegó a faltar allí la jerarquía católica. Sólo a partir de 1853 la Sede Apostólica pudo nombrar los obispos en la provincia eclesiástica neerlandesa, cuya sede metropolitana se encuentra en Utrecht.

Así, pues, la cuestión del ecumenismo se ha planteado de modo particular en los territorios de los Países Bajos, así como en la limítrofe Bélgica, donde encontró un gran pionero en la persona del cardenal Mercier, primado de Bélgica, a quien debemos los famosos "Coloquios de Malinas" con los representantes de la comunidad anglicana en los años veinte de este siglo.

Desde los tiempos del Vaticano II la cuestión del ecumenismo ha asumido una nueva actualidad, cuya confirmación, en esta circunstancia, han sido los encuentros ecuménicos y de oración que he tenido en Malinas y en Utrecht. El encuentro de Utrecht tuvo lugar en la casa de Adriano VI (muerto EN 1523) el Papa que los Países Bajos han dado en la historia, y precisamente en los comienzos mismos del período de la Reforma.

33 6. La visita a los países del Benelux ha confirmado de nuevo el enorme esfuerzo realizado allí por la Iglesia, sobre todo en la primera mitad de este siglo, en diversos sectores:

Ante todo, en el sector misionero. Religiosos y religiosas, sacerdotes del clero diocesano y laicos, hombres y mujeres, han trabajado y continúan trabajando hasta hoy en muchas Iglesias jóvenes. Esta amplia obra misionera, que se manifiesta con un gran número de vocaciones, da testimonio de un gran amor a la Iglesia y a la causa de la evangelización.

El florecimiento de estas vocaciones debe atribuirse tanto a la familia, como a una pastoral misionera, y a una red bien desarrollada de escuelas católicas, que continúan desenvolviendo su función también hoy, disfrutando de varios modos del apoyo de las autoridades estatales.

7. Un gran éxito, ya en el período Reconciliar, ha sido la acción ampliamente desarrollada por el laicado, que se manifiesta en las numerosas organizaciones. Ya se sabe que el apostolado de los laicos ha encontrado un fuerte apoyo en la enseñanza del Vaticano II.

Actualmente se hace notar, tanto en el campo "ad intra", es decir, dentro de la Iglesia: una notable participación de laicos en la catequesis y en los consejos pastorales, como también «ad extra", hacia el mundo: un interés muy vivo por los problemas de la sociedad, particularmente del llamado Tercer Mundo.

Entre los éxitos en la época reciente de la Iglesia en Bélgica se ha de mencionar la obra del padre Joseph Cardijn, llamado por Pablo VI a formar parte del Colegio Cardenalicio: ella ha inspirado las organizaciones cristianas de la juventud obrera y el método de apostolado (voir, juger, agir) vinculado con ellas. Al mismo ritmo ha ido el esfuerzo que miraba a introducir en la vida la doctrina social cristiana.

8. Hay que recordar también el gran esfuerzo en el campo de la cultura cristiana y de la ciencia universitaria. Durante mi visita he podido ser huésped de la universidad, en Lovaina y en Lovaina la Nueva. He tenido también la satisfacción de celebrar una Santa Misa "para los artistas" en Bruselas.

Además, han sido numerosos los encuentros con los jóvenes: en Amersfoort, en Echternach, en Nanur. Los encuentros con los enfermos en Utrecht y en Banneux. También me he reunido con los representantes del mundo del trabajo, por ejemplo, en Utrecht, en Luxemburgo, en Laecken y Lieja.

Por lo que se refiere a los encuentros con la juventud, merece un recuerdo especial el de Yprés, es decir, en el lugar donde descansan medio millón de víctimas de la primera guerra mundial. La visita tuvo lugar en el XL aniversario del final de la segunda guerra mundial y de la liberación de Bélgica, de los Países Bajos y de Luxemburgo. El encuentro en Yprés quiso ser un recuerdo de las víctimas de la guerra y, a la vez, una ferviente oración por la paz.

9. Una parte del programa estuvo dedicada también a los encuentros de carácter internacional: los que tuve con la Corte Internacional de Justicia en La Haya, con las Instituciones de la Comunidad Europea en Luxemburgo y en Bruselas, y el que tuve con el Cuerpo Diplomático.

10. Es difícil resumir en un breve discurso todos los detalles de un programa que ha sido muy rico.

34 En medio de ese pueblo cristiano, me he sentido feliz de orar largamente, de recordar la esperanza y las exigencias del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia, de dar los estímulos pastoralmente oportunos para que las iniciativas se desarrollen según criterios cristianos y den los mejores frutos. También he podido tener varios contactos interesantes, constatando frecuentemente el deseo de testimoniar la fe con respeto a la conciencia de los otros. En cada etapa he escuchado los testimonios, las dificultades y los interrogantes que me presentaban algunos laicos, en nombre de diferentes grupos, comunidades o movimientos. Tengo presentes esas preguntas, a algunas de las cuales ya ha respondido la Iglesia, de modo preciso, con su Magisterio; o después de madura reflexión durante los Sínodos de los Obispos; y estas respuestas en materia de fe, de moral o de disciplina eclesial valen evidentemente para toda la Iglesia. Otras peticiones eran llamadas a una presencia de la Iglesia o a un apostolado más adecuado a las necesidades actuales, o a una participación más responsable de cada miembro de la Iglesia, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, a una colaboración más profunda entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Estas llamadas pueden ser útiles, y deseo que los católicos queden impactados por las exhortaciones que les he dirigido. Es el Señor mismo, como al comienzo y en cada una de las etapas de la historia cristiana, el que los llama a convertirse, a responder mejor al Evangelio en comunión con toda la Iglesia, a progresar espiritualmente. En efecto, si es necesario afrontar condiciones externas difíciles, en un clima de secularización, es necesario, sobre todo, poner remedio a las causas de orden espiritual que obstaculizan la fidelidad o el vigor de la fe. Es necesario formar y robustecer el hombre interior.

En su conjunto, considero el servicio desarrollado particularmente importante no sólo con relación a cada una de las Iglesias visitadas, sino también respecto a la Iglesia universal.

Un agradecimiento especial expreso a mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y a las familias religiosas masculinas y femeninas.

La oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas ha sido uno de los hilos conductores de todos nuestros encuentros, así como nos ha acompañado siempre el tema tan significativo y hermoso del "Paternóster".

Además, cada día, grupos considerables de fieles han podido participar en la celebración de la fe común con la Palabra y con la Eucaristía. Estas celebraciones, todas bien preparadas, se han desarrollado en una atmósfera de intensa oración, de dignidad, de participación activa de todos, especialmente mediante la música y los cantos, gregorianos y contemporáneos.

Ante Jesucristo, Pastor y guardián de nuestras almas, que ha realizado obras tan grandes en el pasado y también en tiempos recientes en medio del Pueblo de Dios que está en Holanda, en Bélgica y en Luxemburgo, renuevo —por intercesión de la Madre de la Iglesia— una ferviente oración por la evangelización en los países visitados, a fin de que ésta corresponda a las exigencias de hoy y del futuro. Efectivamente, Cristo es "Padre del siglo futuro".

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Sed bienvenidos a este encuentro todos los peregrinos de lengua española. Están presentes un grupo de Superioras Mayores de las Religiosas Escolapias. Os aliento a continuar en vuestro servicio a la Iglesia y a los hermanos.

Saludo igualmente a los miembros de la Comisión del V Centenario del Descrubimiento de América y a los peregrinos procedentes de Palma de Mallorca, Madrid y Barcelona.

Asimismo saludo al grupo mexicano de la Pastoral del Espectáculo, la Diversión y el Descanso y a la peregrinación de la Arquidiócesis de Caracas. A todos los peregrinos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España, imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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Junio de 1985

Miércoles 5 de junio de 1985

Fe cristiana y religiones no cristianas

1. La fe cristiana se encuentra en el mundo con varias religiones que se inspiran en otros maestros y en otras tradiciones, al margen del filón de la revelación. Ellas constituyen un hecho que hay que tener en cuenta. Como dice el Concilio, los hombres esperan de las diversas religiones "la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre? Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y que es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio, y cuál es la retribución después de la muerte? ¿Cual es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?" (Nostra aetate NAE 1).

De este hecho parte el Concilio en la Declaración "Nostra aetate" sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Es muy significativo que el Concilio se haya pronunciado sobre este tema. Si creer de modo cristiano quiere decir responder a la auto-revelación de Dios, cuya plenitud está en Jesucristo, sin embargo, esta fe no evita, especialmente en el mundo contemporáneo, una relación consciente con las religiones no cristianas, en cuanto que en cada una de ellas se expresa de algún modo "aquello que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad" (Nostra aetate NAE 1). La Iglesia no desecha esta relación, más aún, la desea y la busca.

Sobre el fondo de una amplia comunión en los valores positivos de espiritualidad y moralidad, se delinea ante todo la relación de la "fe" con la "religión" en general, que es un sector especial de la existencia terrena del hombre. El hombre busca en la religión la respuesta a los interrogantes arriba enumerados y establece de modo diverso su relación con el "misterio que envuelve nuestra existencia". Ahora bien, las diversas religiones no cristianas son, ante todo, la expresión de esta búsqueda por parte del hombre, mientras que la fe cristiana que tiene su base en la Revelación por parte de Dios. Y en esto consiste —a pesar de algunas afinidades en otras religiones— su diferencia esencial en relación con ellas.

2. La Declaración Nostra aetate, sin embargo, trata de subrayar las afinidades. Leemos: "Ya desde la antigüedad y hasta nuestras días se encuentran en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se haya presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Sensibilidad y conocimiento que penetran toda la vida humana, y un íntimo sentido religioso" (Nostra aetate NAE 2). A este propósito podemos recordar que desde los primeros siglos del cristianismo se ha querido ver la presencia inefable del Verbo en las mentes humanas y en las realizaciones de cultura y civilización: "Efectivamente, todos los escritores, mediante la innata semilla del Logos, injertada en ellos, pudieron entrever oscuramente la realidad" , ha puesto de relieve San Justino (II, 13, 3), el cual, con otros Padres, no ha dudado en ver en la filosofía una especie de "revelación menor".

Pero en esto hay que entenderse. Ese "sentido religioso", es decir, el conocimiento religioso de Dios por parte de los pueblos, se reduce al conocimiento racional de que es capaz el hombre con las fuerzas de su naturaleza, como hemos visto en su lugar; al mismo tiempo, se distingue de las especulaciones puramente racionales de los filósofos y pensadores sobre el tema de la existencia de Dios. Ese conocimiento religioso implica a todo el hombre y llega a ser en él un impulso de vida. Se distingue, sobre todo, de la fe cristiana, ya sea como conocimiento fundado en la Revelación, ya como respuesta consciente al don de Dios que está presente y actúa en Jesucristo. Esta distinción necesaria no excluye, repito, una afinidad y una concordancia de valores positivos, lo mismo que no impide reconocer, con el Concilio, que las diversas religiones no cristianas (entre las cuales en el Documento conciliarse recuerdan especialmente el hinduismo y el budismo, de los que se traza un breve perfil) "se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados" (Nostra aetate NAE 2).

3. "La Iglesia católica —continúa el Documento— considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (Nostra aetate NAE 2).Mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, puso de relieve de modo sugestivo esta posición de la Iglesia en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. He aquí sus palabras que sintonizan con textos de los antiguos Padres: "Ellas (las religiones no cristianas) llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a orar. Todas están llenas de innumerables semillas del Verbo y constituyen una auténtica preparación evangélica" (Nostra aetate NAE 53).

Por esto, también la Iglesia exhorta a los cristianos y a los católicos a fin de que "mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos existen" (Nostra aeate, 2).

4. Se podría decir, pues, que creer de modo cristiano significa aceptar, profesar y anunciar a Cristo que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), tanto más plenamente cuanto más se ponen de relieve en los valores de las otras religiones, los signos, los reflejos y como los presagios de El.

36 5. Entre las religiones no cristianas merece una atención particular la religión de los seguidores de Mahoma, a causa de su carácter monoteísta y su vínculo con la fe de Abraham, a quien San Pablo definió el "padre... de nuestra fe (cristiana)" (Cfr. Rm 4,16).

Los musulmanes "adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia". Pero aún hay más: los seguidores de Mahoma honran también a Jesús: "Aunque no reconocen a Jesús como Dios, lo veneran como Profeta; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno" (Nostra aetate NAE 3).

6. Una relación especial —entre las religiones no cristianas— es la que mantiene la Iglesia con los que profesan la fe en la Antigua Alianza, los herederos de los Patriarcas y Profetas de Israel. Efectivamente, el Concilio recuerda "el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está unido con la estirpe de Abraham" (Nostra aetate NAE 4).

Este vínculo, al que ya aludimos en la catequesis dedicada al Antiguo Testamento, y que nos acerca a los judíos, se pone una vez más de relieve en la Declaración Nostra aetate, al referirse a esos comunes inicios de la fe, que se encuentran en los Patriarcas, Moisés y los Profetas. La Iglesia "reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca.... La Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento, por medio de aquel pueblo con el que Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza" (Nostra aetate NAE 4). De este mismo Pueblo proviene "Cristo según la carne" (Rm 9,5), Hijo de la Virgen María, así como también son hijos de él sus Apóstoles.

Toda esta herencia espiritual, común a los cristianos y a los judíos, constituye como un fundamento orgánico para una relación recíproca, aún cuando gran parte de los hijos de Israel "no aceptaron el Evangelio". Sin embargo, la Iglesia (juntamente con los Profetas y el Apóstol Pablo) "espera el día que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y le servirán como un sólo hombre (Sof 3, 9)"(Nostra aetate NAE 4)

7. Como sabéis después del Concilio Vaticano II, se ha constituido un Secretariado encargado de las relaciones con las religiones no cristianas. Pablo VI vio en estas relaciones uno de los caminos del "diálogo de la salvación", que la Iglesia debe llevar adelante con todos los hombres en el mundo de hoy (cf. Enc. Ecclesiam suam: AAS 56, 1964, pág. 654). Todos nosotros estamos llamados a orar y actuar para que la red de estas relaciones se haga más fuerte y se amplíe, suscitando en medida cada vez más amplia la voluntad de conocimiento mutuo, de colaboración y de búsqueda de la plenitud de la verdad en la caridad y en la paz. A esto nos impulsa precisamente nuestra fe.

Saludos

Y ahora presento mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española, en particular, deseo dar la bienvenida a este encuentro al Presidente del Tribunal Supremo de España y a los miembros del Consejo Superior de la Magistratura, junto con sus esposas.

Saludo al grupo de religiosas Oblatas de Santa María, procedentes de Saltillo (México) y a las personas integrantes del “Movimiento de Viudas de Naím” en Venezuela.

Asimismo, a los directivos de la Misión Católica Española en Suiza y a los peregrinos provenientes de Bilbao, San Sebastián, Madrid, Valencia y Palma de Mallorca.

A todos los peregrinos de España y de los diversos Países de América Latina imparto complacido la Bendición Apostólica.



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Miércoles 12 de junio de 1985


Audiencias 1985 28