Discursos 1983 75

75 Una de sus condiciones indispensables es el diálogo, el cual nos invita a la “búsqueda de todo aquello que ha sido y sigue siendo común a los hombres, aún en medio de tensiones, oposiciones y conflictos. Es hacer del otro un prójimo. Es aceptar su colaboración, es compartir con él la responsabilidad frente a la verdad y la justicia. Es proponer y estudiar todas las fórmulas posibles de honesta conciliación, sabiendo unir a la justa defensa de los intereses y del honor de la propia parte una no menos justa comprensión y respeto hacia las razones de la otra parte, así como las exigencias del bien general, común a ambas” (Mensaje para la Jornada Mundial de la paz 1983).

De ese modo se puede pedir la colaboración de todos los ciudadanos, sobre todo cuando hay que hacer frente a situaciones difíciles entre las que merece peculiar atención la grave crisis económica, que afecta de modo particular a las clases más humildes. Nadie puede sustraerse al deber de solidaridad, principalmente cuando se trata de defender el ejercicio de las libertades y de los derechos democráticos, merced a las adecuadas estructuras de participación, a fin de que se respeten los grupos culturales, étnicos y religiosos que forman el entramado de una nación.

Es de desear que estos mismos principios inspiren siempre la actividad de Costa Rica en el campo internacional. Que su acción, por medio del diálogo, se traduzca en una colaboración ineludible especialmente con los demás Países de Centroamérica, tan necesitada de paz, libertad y justicia.

Al renovarle mis mejores votos para el cumplimiento de su alta misión, invoco sobre Vuestra Excelencia y su familia, sobre las Autoridades que han tenido a bien confiársela y sobre todos los amadísimos hijos de Costa Rica abundantes y escogidas gracias del Altísimo.






A LOS OBISPOS DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 27 de mayo de 1983



Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Debo confesaros que deseaba mucho tener este encuentro colegial para manifestaros todo mi afecto y solicitud, acrecidos durante estos días en que habéis realizado la visita “ad Limina”, por vuestras personas y por el Pueblo de Dios que regís en la República Dominicana.

En las sucesivas audiencias con cada uno de vosotros he podido comprobar con viva complacencia cuán profundo y genuino es vuestro espíritu de comunión con esta Sede Apostólica, del que deriva sentido y firmeza, aliento y esperanza para vuestro ministerio eclesial. Firmeza y esperanza; que hallan a su vez correspondencia en mi ánimo y en mi servicio universal a la Iglesia, porque son fruto del mismo “amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones, en virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,3 ss.).

A dar mayor realce a estos comunes sentimientos contribuye la grata presencia entre nosotros del amadísimo Señor Cardenal Octavio Beras Rojas, a quien, en reconocimiento a su larga y fructuosa actividad pastoral y en testimonio de afecto, habéis querido rendir merecido homenaje con el título de Presidente de honor, vitalicio, de la Conferencia Episcopal. Así pues a Vuestra Eminencia, a vosotros pastores de la Iglesia, a vuestros infatigables colaboradores, sacerdotes, religiosos y religiosas, y al pueblo fiel que os ha sido confiado vaya mi saludo y mi abrazo de paz en Cristo Redentor.

2. Hace poco más de cuatro años, todavía en los albores de mi Pontificado romano, tuve la dicha, que considero una gracia especial del Señor, de pasar entre vosotros una jornada inolvidable, transparente de fe y de religiosidad cristianas. Era aquel mi primer viaje apostólico al Nuevo Continente y era también mi primer encuentro con la Iglesia local de un entero País, el vuestro, a la que me atrevería a llamar, sin ánimo ni temor de afectación, “la primogénita del Nuevo Mundo en la fe”, por haber sido la plantación primicial del evangelio en las tierras descubiertas.

A distancia de casi 5 siglos de ese acontecimiento, os estáis preparando a celebrarlo, con un adecuado programa decenal de renovación espiritual, cuyos objetivos más inmediatos son intensificar el dinamismo de la fe, consciente y operante, y dar vitalidad al clima de unidad eclesial, de comunión fraterna, con particular relieve en el ámbito de la familia cristiana y de los deberes impuestos por la convivencia en sociedad, en cuyo cumplimiento los hijos de la Iglesia han de ser en todo momento fuerza iluminante y propulsora.

76 Me congratulo con vosotros por esta iniciativa, de la que cabe esperar frutos abundantes. A este respecto, y con el deseo de confirmar vuestro propósito, yo quisiera hoy evocar, aunque sea brevemente, algo que considero primordial desde el punto de vista doctrinal y para la praxis pastoral: la verdad o, si preferís, el hecho basilar de la Redención y su significado concreto para vuestro pueblo.

3. La Iglesia en la República Dominicana puede sentirse agraciada ya que su nombre asume un matiz de primicia en el misterio de la economía divina de la salvación. Dios manifestó su voluntad misericordiosa guiando a hombres esforzados que llegaron hasta vuestras riberas y seguidamente implantaron el evangelio. Aquella hazaña de trascendencia histórica supuso un momento de conmoción en una época en que se abrían horizontes nuevos para los conocimientos y realizaciones humanas.

Pero no puede quedar en la penumbra el designio divino que, todavía hoy, os invita a reconocerlo y aceptarlo como evento único y esencial, por encima de tantas y tan diversas vicisitudes humanas.

En vuestro suelo y en medio de vuestras gentes, a la vez que se descubrió el Nuevo Mundo, nació también la nueva humanidad, purificada e injertada en Cristo por las aguas del bautismo. Desde entonces, el aliento divino ha inspirado la trayectoria de los dominicanos; la savia redentora de la gracia de Cristo no ha cesado de modelar a los hombres, al alma de vuestra Nación, confiriéndoles una impronta común de fe, vínculo imperecedero de unión en el seno de la Iglesia. Prescindir de esta realidad tan misteriosa cuanto espiritualmente vigorosa sería desfigurar la imagen interior y genuina del hombre nuevo, querido por Dios y llamado por él a liberarse de las ataduras del pecado y de la muerte, por mediación de su Hijo y bajo la acción constante del espíritu Santo.

4. Este año en que conmemoramos el MDCCCCL aniversario de la Redención de Cristo debe encontrarnos con las puertas abiertas a la gracia. Nuestra condición de Pastores, puestos por Dios a la guía de su rebaño, nos pide estar vigilantes y atentos a dispensar la auténtica novedad de vida en justicia y santidad. De distintas partes surgen, en continuación, propuestas y ofrecimientos de modelos de humanidad, que, bajo el signo ilusionador del cambio, no reparan en incluir a la Iglesia y su misión entre los frutos y obras de factura humana, como si la salvación personal y universal dependiera de la mente y de las manos del hombre mismo.

Sabéis muy bien, queridos Hermanos, y lo habéis experimentado en vuestras comunidades, cuán agobiante y angustiosa es la existencia cuando se pretende hacer callar a Dios, cuando los actos habituales de la conducta diaria, a nivel personal y social, no resuenan en la conciencia como la llamada de la voluntad divina que, mediante el orden moral, muestra el camino de la felicidad eterna, sino como eco de un mundo que no ve más confines que los de un fugaz disfrute de bienes terrenos.

En este sentido, quiero animaros en este día a intensificar por todos los medios vuestro programa pastoral de elevación espiritual y moral. Y al mismo tiempo apruebo vuestra determinación conjunta de dedicar atención especial a las familias y a la juventud. Ninguno mejor que estos dos sectores basilares de la Iglesia y de la sociedad puede ser portador de los valores genuinos de la humanidad regenerada en Cristo. La transmisión de la vida, del aliento divino, sigue pasando por los hogares cristianos, donde nacen y se educan para la vida los hijos de la Iglesia y los hombres que necesita nuestro tiempo. Infundidles pues la alegría y la verdad del hombre nuevo, para que sientan y obren como conviene a los que se saben miembros del Cuerpo de Cristo.

Que estos votos, que confío a la Virgen de Altagracia, sean para vosotros y también para vuestros sacerdotes, seminaristas y fieles fuente de luz y animen a todos a seguir trabajando por el cultivo del campo de la Iglesia, la humanidad nueva, en la República Dominicana.

A vosotros y a vuestras respectivas comunidades cristianas mi más cordial Bendición.





                                                                                  Junio de 1983




A LOS OBISPOS DE CUBA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 30 de junio de 1983



77 Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Habéis emprendido juntos el camino hacia Roma, amados Pastores de la Iglesia de Dios en Cuba, para encontraros con el Sucesor de Pedro en esta visita “ad Limina”, que constituye desde Mace siglos una característica de los contactos más significativos del Episcopado católico con el Papa.

La sucesión cada cinco años de esta visita, es un momento privilegiado para que los Pastores y, mediante ellos, las Iglesias particulares revivan y fortifiquen los vínculos de comunión que las unen con el centro de la catolicidad, con la Iglesia que “las preside en la caridad”.

En este espíritu de renovada vivencia del misterio de la Iglesia, que en Cristo se convierte en signo e instrumento de unión íntima con el Padre y de unidad del género humano (Cfr. Lumen gentium
LG 1), os recibo con profunda alegría. No sólo a vosotros, sino también, abrazados en los mismos lazos de afecto eclesial, a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que en las diversas diócesis de Cuba viven su fe cristiana con genuino espíritu de fidelidad al común Maestro y Señor.

Esta acogida se hace tanto más cordial, porque conozco bien que, aun en medio de los sacrificios, la comunidad eclesial cubana conserva su firme adhesión a esta sede de Pedro, vive unida interiormente al Obispo de la Iglesia y trata de seguir sus indicaciones con respetuosa y filial obediencia en la fe.

Sin pretender agotar la temática referente a vuestras comunidades eclesiales, de las que nos hemos ocupado en los precedentes coloquios separados con cada uno de vosotros, quiero que compartamos ahora algunas reflexiones que juzgo de especial interés para vuestra misión de guías de ese Pueblo de Dios concreto que la Providencia os ha encomendado.

2. Mi primer pensamiento se dirige a vuestros sacerdotes y religiosos, que con verdadero celo y entrega consagran sus mejores energías a la formación en la fe y a la animación pastoral de vuestras comunidades eclesiales.

Soy bien consciente de las dificultades no pequeñas que encuentran en su ministerio. Y conozco la generosidad de espíritu que ponen en su tarea, agravada por la escasez de ministros de la pastoral, en la que sólo la mayor entrega suple la falta de personal.

Quiero desde aquí compartir vuestro gozo de Pastores, que os sentís justamente felices ante ese ejemplo de dedicación por parte de vuestros sacerdotes. Y quiero encomendaros como encargo especial llevarles mi agradecimiento en nombre de la Iglesia. También mi palabra de aliento y la seguridad de mi recuerdo en la plegaria, para que permanezcan en una generosa y alegre actitud de servicio al pueblo fiel.

Con gran afecto los animo a resistir fuertes en la fe (2P 5,9 Ep 6,16), gozosos en la esperanza (1Jn 2,28 1P 4,13), ejemplares en el testimonio ante la grey (Ga 6,9 s; 2P 5,2-4), a fin de que ese mismo ejemplo anime a otros jóvenes a responder al llamado de Dios a la vida consagrada.

Y para que vuestros sacerdotes mantengan esa fidelidad alegre a su vocación, alentados a buscar el constante rejuvenecimiento de espíritu que procura la vida interior intensa, alimentada sin cesar en la oración y en las fuentes de la sana espiritualidad. Sin ella, el ministerio sacerdotal pierde su base e inspiración, o puede convertirse en activismo externo que, a la larga, se seca.

78 En esa línea, alabo los esfuerzos que se están haciendo en Cuba para procurar la renovación en la formación intelectual y espiritual de los sacerdotes, y exhorto a fomentar cursos apropiados u otros medios que ayuden adecuadamente en ese camino.

3. Juntamente con los sacerdotes, religiosos y seminaristas, recomiendo a vuestro particular cuidado las religiosas que trabajan en Cuba.

Son una parte importante de la Iglesia, que en ellas hace admirablemente presente la obra salvadora de Cristo en la actual sociedad cubana. Desde la vida contemplativa, dedicadas a los valores del espíritu en ambientes que con frecuencia se rigen por otros parámetros de vida, o dedicadas al trabajo directo en la pastoral o en las obras de asistencia social, son un testimonio estupendo y una sin par riqueza eclesial, que se transforman en amor y eficaz servicio al pueblo, el cual justamente las admira y aprecia.

Cuidadlas y sostenedlas, pues, en su vida personal y apostólica, como os decía al hablar de los sacerdotes y religiosos. El mismo ligero incremento que se va notando en las vocaciones femeninas, debe ser un acicate para renovar el empeño en la formación vocacional, cuyo elemento primordial será siempre el testimonio de una vida consagrada entusiasta y alegre.

4. Sé que vosotros, Obispos de la Iglesia en Cuba, apreciáis profundamente la contribución encomiable que prestan tantos laicos, conscientes de las exigencias de su bautismo (Cf. Apostolicam Actuositatem
AA 23) y comprometidos en las diversas responsabilidades eclesiales. Sé también que valoráis en todo su significado la presencia activa de los mismos en las tareas sociales de vuestro medio ambiente.

Mi voz quiere hoy unirse a la vuestra, para manifestar al laicado católico de Cuba mi vivo reconocimiento en nombre de Cristo, por su sentido de conciencia eclesial y social. Que no desfallezcan en su empeño, a pesar de los esfuerzos necesarios, a pesar de los reclamos que pueden venir de un comprensible deseo de ventajas materiales, sobre todo si éstas mediatizan o comprometen su condición cristiana.

Uno asimismo mi deseo al vuestro, para alentar una mayor presencia activa del laicado en la vida social, cuidando que se preserve siempre la propia identidad católica.

5. Un campo concreto en el que el laicado católico cubano debe hacer sentir su presencia activa es el de la familia, que ha de ser objeto de particular atención por parte de la Iglesia y de cuantos colaboran en el apostolado. La familia sigue siendo, en efecto, un campo de importancia primordial para la Iglesia y para la sociedad, y es a la vez objeto, hoy día, de una crisis que desborda vuestros confines locales.

No puede, por ello, dejar de atraer también vuestra solicitud de Pastores, para tratar de darle la solidez, la cohesión, la dinámica interna y social –en sus vertientes humana y cristiana– de la que tracé amplias líneas directivas en la Familiaris Consortio.

Ello os llevará a mirar con la debida ponderación el fenómeno del divorcio, por desgracia tan frecuente, que halla sus raíces en la irreflexión ante el matrimonio, en la falta de voluntad de compromiso perseverante, en la separación de los cónyuges por motivos de trabajo, en la escasez de vivienda y otros.

A los tantos daños causados por el divorcio, vienen a sumarse a veces los provocados por la falta de respecto a la vida ya concebida, con grave violación del orden moral, al atentar contra la existencia de seres inocentes; tanto en caso de mujeres casadas como cuando afecta al fruto de relaciones pre y extra-matrimoniales. Son problemas a los que vuestro celo pastoral y la sensibilidad de vuestros fieles más comprometidos os ayudará a ofrecer los progresivos remedios posibles.

79 6. No menor empeño por parte de vuestras comunidades eclesiales, parroquias, agentes de apostolado, laicos y familias merece la educación en la fe de los niños; y paralelamente también de los adolescentes y jóvenes.

Aquí halla un puesto de relieve la misión de la familia, tanto más cuando las condiciones externas no permiten la educación cristiana en otros ambientes, o cuando los niños se ven expuestos a posibles presiones en su horizonte religioso o moral.

Es digno de aprecio todo esfuerzo encaminado a lograr la máxima extensión posible de la formación intelectual. Pero ésta no puede disociarse de la correspondiente y correcta educación ética, cívica y religiosa. Se trata –como he indicado en diversas ocasiones y ambientes– de verdaderos derechos de las personas y de las familias, de acuerdo con el principio de la libertad religiosa como elemento reconocido en los textos internacionales y en la praxis ordinaria; asimismo en las normas admitidas en vuestra sociedad que confiamos se hagan, cada vez más efectivas. Ello favorece a la misma sociedad civil, al consolidar las bases de la moralidad, de la que aquella no puede prescindir sin grave menoscabo para el bien de todos.

Por lo que se refiere a la educación en la fe de vuestros fieles, no se podrá olvidar la adecuada atención a la piedad popular, para purificarla y darle todo su valor como “memoria cristiana de vuestro pueblo” (Cf. Puebla, 457 ss). Será por ello necesario aplicar una buena pedagogía evangelizadora en lo referente a la piedad católica, que halla especiales expresiones populares en el culto al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen María y a los Santos.

7. En esa línea de evangelización en profundidad se deberá situar la reflexión eclesial que está llevando a cabo la Iglesia en Cuba.

Se trata de un acertado discernimiento de la misión de esa Iglesia en el contexto socio-económico y político concreto en el que vive. Partiendo del Evangelio y en comunión profunda con la Iglesia entera, habrá de plantearse la tarea de la evangelización de la cultura, a la que el Documento de Puebla dedicó particular cuidado (Cfr. Puebla, 408 ss, speciatim 434-436).

Con ello, la Iglesia en Cuba no hará sino ser fiel a su propia tradición de estar activamente presente en la historia del pueblo cubano. Como lo hizo, desde los orígenes del nacimiento de la nacionalidad cubana, con figuras insignes como el sacerdote Félix Varela, verdadero maestro en lo referente a las posibilidades del pensamiento humano, en los valores de la libertad, de la independencia, de la justicia en toda su dimensión, y sobre todo verdadero hombre de Iglesia y cultivador de los valores del espíritu.

Al poner en práctica ese esfuerzo, la Iglesia sólo desea el ámbito de libertad que necesita para favorecer la causa del bienestar y de las aspiraciones profundas de su pueblo, del que se sabe gozosamente parte y colaboradora, desde su misión propia.

En este sentido está abierta al diálogo con la sociedad. Y aprecia todas las muestras de colaboración y buena voluntad que recibe de parte de las Autoridades de la Nación, como el permiso otorgado recientemente a algunos religiosos llegados de fuera, para ponerse al servicio estable de la comunidad cubana. Ojalá ese gesto sea un signo esperanzador para el futuro.

Porque la Iglesia en Cuba, con los 200 sacerdotes y religiosos y las 230 religiosas de que dispone hoy, es consciente de servir –aun en medio de una excesiva desproporción del personal dedicado a la Pastoral y al servicio asistencial frente a la población actual– al bien profundo de su pueblo, ayudando a preservar los valores que lo han animado y que se han plasmado en el alma y expresiones vitales de ese pueblo. Por mi parte, pienso con frecuencia en esa Iglesia, sigo sus pasos con particular solicitud y pido insistentemente a Dios, para que sea siempre fiel a su misión en las condiciones concretas en las que vive.

8. En el desarrollo de su misión, la Iglesia en Cuba tiene bien presente no sólo el contexto interno en el que actúa, sino también ese otro más amplio que afecta al área geográfica en la que está enclavada la vida e historia de sus fieles.

80 Por ello no puede menos de tener siempre en cuenta que Cuba se inscribe en un contexto latinoamericano; que está vinculada histórica, social y culturalmente a América Latina; y que, con sus características peculiares, el pueblo cubano tiene alma latinoamericana.

Ese pueblo ha experimentado no pocas dificultades para alcanzar, conservar y consolidar su independencia y su identidad cultural, tantas veces amenazada. No puede olvidarse, sin embargo, que la fe católica ha sido un elemento positivo y aglutinante de la identidad cultural y de la independencia de la nación cubana.

9. No puedo concluir este encuentro sin reiterar mi profunda estima a vuestra comunidad eclesial y vuestra nación.

A la Madre común, a la que el pueblo de Cuba invoca con fervor como Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, confío vuestras intenciones y personas, así como las de vuestros fieles. A Ella pido que os consuele, os proteja y dé fortaleza; que Ella os obtenga la paz y progreso integral para vuestra Patria, y que os corrobore como sólida comunidad de fe. Con mi cordial Bendición al querido pueblo de Cuba, a sus Pastores, almas consagradas, seminaristas y laicado católico.





                                                                                  Septiembre de 1983

VIAJE APOSTÓLICO A AUSTRIA


A LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE LA ONU


Viena, lunes 12 de septiembre de 1983



Distinguido Director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica,
Director general de la Oficina de las Naciones Unidas y Director ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para el desarrollo Industrial;
representantes y empleados de las varias Organizaciones internacionales que tienen el cuartel general aquí, en la Ciudad de las ONU:

A todos presento mi respeto y estima, y lo hago más gustoso aún al saber que los miembros de sus familias están siguiendo también con gran interés esta reunión nuestra al igual que siguen todas sus actividades y las apoyan como sólo la familia puede hacerlo.

1. Permítanme les diga el aprecio sincero en que tengo su invitación a visitar este lugar donde tantos Organismos importantes trabajan por proteger y promover la vida en espacios cruciales del comportamiento humano: uso pacífico de la energía nuclear, promoción de la industria especialmente en el mundo en vías de desarrollo, leyes comerciales, progreso social y humanitario, y serias cuestiones referentes al control de narcóticos.

81 Todos estos Organismos y Oficinas son prueba de la necesidad acuciante que tenemos hoy en el mundo, de trabajar juntos para actuar constructivamente en sectores complejos y polifacéticos de la vida humana. Trabajando en estos campos se ofrecen para bien o para mal, posibilidades en circunstancias que las generaciones precedentes no tuvieron que afrontar.

Por ello, la primera obligación que nos incumbe es la de trabajar juntos, compartir nuestras experiencias, construir consenso entre todos a través de un mismo esfuerzo y tesón. Los Organismos y Oficinas agrupadas aquí comparten la misma visión y espíritu propios de la Organización de las Naciones Unidas como tal que “une e incorpora, no separa ni opone”, como dije en Nueva York en 1979 (Discurso a la XXXIV Asamblea general de la ONU, 2 de octubre, 1979, n. 4). La característica más saliente que debe distinguir las obras que ustedes emprenden debe ser siempre unir e incorporar, no separar ni oponer. Esta característica nace del espíritu que hizo nacer a vuestras Organizaciones. Y se ha acentuado más por las demandas que les hace el contenido de sus campos de experiencia.

2. En mi Encíclica Laborem exercens hice reflexiones sobre el trabajo en sentido objetivo y me referí al desarrollo de la industria y tecnología modernas con toda la riqueza de sus expresiones en cuanto “base para plantear de manera nueva el problema del trabajo” y en cuanto “conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo”. Enfoqué “la justa afirmación de la técnica como coeficiente fundamental del progreso económico” (Laboren exercens, 5).

Pensando sobre esto y aplicándolo a sus intereses varios, se reta a ustedes a luchar con medios nuevos para explorar y desarrollar la relación del hombre con la tecnología. Porque sólo si examinamos los puntos de interacción mutua entre la persona humana y la tecnología, podemos conseguir criterios capaces de presidir los esfuerzos presentes y futuros que están ustedes llamados a hacer. A tal fin y consciente de que en estos puntos de acción recíproca hay abundantes elementos dignos de examen, quisiera atraer hoy su atención hacia dos factores indispensables que han de tener presentes constantemente.

3. La misma complejidad de sus trabajos exige un nivel de formación y preparación que puede llegar a acapararles su tiempo y talentos. Por ejemplo, dominar una sola de las disciplinas que nos ayudan a conocer la energía nuclear, supone una entrega y vocación que dura toda la vida. A causa de ello, puede ser grande la tentación a que el contenido y metodología de una disciplina determine con exclusividad nuestra visión de la vida, los valores que abrazamos y nuestras decisiones. A causa de ello, a causa de los fuertes reclamos sumamente absorbentes de estas disciplinas complejísimas, que tanto ofrecen a la humanidad, es importante en grado sumo que mantengamos siempre en nuestros juicios y decisiones el criterio de la primacía del hombre.

El hombre es el sujeto de todo trabajo y de todas nuestras disciplinas intelectuales y científicas. El hombre es, bajo Dios, la medida y finalidad de todos los proyectos que emprendemos en este mundo. Sea nuestro objetivo proyectos industriales para países en vías de desarrollo, reactores nucleares o programas de mejoras de la sociedad, la persona humana es el criterio que preside todo. Por muy perfecto que sea técnicamente o provechoso industrialmente un proyecto, jamás es admisible si pone en peligro la dignidad y derechos de las personas interesadas. Toda iniciativa de sus Organismos debe responder a la prueba de esta pregunta: ¿hace progresar la causa del hombre en cuanto hombre?

No será siempre fácil hacer esta reflexión, pero es necesaria. Nadie negará que la complejidad de la industria, tecnología y ciencia nuclear, y las muchas Organizaciones de la sociedad moderna deben abordarse con pleno respeto a todos los elementos que, a su vez, reclaman nuestra atención cuidadosa. A la luz de estas realidades y consciente del potencial que contienen, puedo y debo insistir en que el tesón y esfuerzo que con razón ponen ustedes en los aspectos intelectuales, tecnológicos, científicos y educativos, deben ir parejos siempre con la sensibilidad y dedicación a la causa del hombre, hecho —proclamamos— a imagen y semejanza de Dios y digno, por consiguiente, de total dignidad y respeto.

4. El segundo criterio que mencionaré brevemente nos sitúa en el contexto del mundo en que vivimos. Es la obligada preocupación por el bien de las personas en conjunto, el bien de la sociedad, lo que llamamos tradicionalmente bien común. Para ustedes significaría ver en su trabajo una aportación en favor de todas las personas de la tierra. Así, medirán el valor de un proyecto por el impacto que tenga en los valores humanos culturales o de otro tipo, y en el bien económico y social de un pueblo o nación. De esta manera ustedes enmarcarán su trabajo en el amplio y desafiador contexto del bien actual y futuro del mundo. Se interesan ustedes por todas las naciones de esta tierra. La promoción del bien común por medio de su trabajo, pide a las culturas de las naciones y pueblos respeto, unido a un sentido de solidaridad con todos los pueblos y naciones bajo la guía de un Padre común. Los avances de una nación nunca pueden hacerse a expensas de otro país. El progreso de todos con el uso equitativo de la experiencia que ustedes tienen, es la garantía mejor del bien común, que asegure a cada pueblo la disponibilidad de lo que necesita y merece.

5. Les brindo estas pocas palabras hoy para estimularles. Como jefe de la Iglesia católica cuyos miembros están esparcidos por el mundo entero, deseo animarles a ponerse al servicio de este mundo que necesita estar cada vez más unido gracias a los esfuerzos que estamos llamados a realizar cada uno de nosotros en nuestras esferas respectivas. Al servicio de la verdad sobre el hombre y de la verdad de nuestras disciplinas, al servicio del bien común de toda nación y pueblo, procuren estar cada vez más íntimamente unidos entre ustedes en las tareas en que emplean sus talentos y conocimientos, a fin de incrementar el bienestar, armonía y paz de todos los pueblos para las generaciones futuras.

6. Séame permitido aludir a una persona extraordinaria de una generación anterior, persona conocida y admirada como apóstol de la paz, cuya figura reproducida por el arte con frecuencia es familiar a muchos de ustedes, y cuyas ideas han cristalizado en manifestaciones que expresan prácticamente al mundo entero su espíritu. Sí, los ideales de San Francisco de Asís son lazos que unen generaciones ensamblando a hombres y mujeres de buena voluntad de todos los siglos en la búsqueda de la paz; y sus metas espirituales se alcanzan con esfuerzos honrados v trabajo duro y unido, realizado cada día por los expertos de muchos campos y disciplinas. Con este espíritu me permito hablarles de sus aportaciones al mundo, de lo que ustedes son capaces de hacer por la humanidad, trabajando juntos como hermanos y hermanas bajo una misma paternidad de Dios. ¡Señor!, haznos instrumentos de tu paz. Que donde hay odios, sembremos amor; donde hay ofensas, perdón; donde hay dudas, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde hay oscuridad, luz; donde hay tristeza, alegría; donde hay muerte, sembremos la vida; donde hay guerra, concédenos sembrar paz. ¡Señor! Haznos auténticos siervos de la humanidad, al servicio de la vida, al servicio de la paz.






A LA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS


DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO


Martes 20 de septiembre de 1983



82 1. Es para mí motivo de gran satisfacción recibir hoy a todos los que formáis esta nutrida peregrinación de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Al mismo tiempo, tengo la grata sensación de que nos envuelve con su presencia en espíritu la entera familia eclesial de la Rioja, bendecida abundantemente por Dios –aparte de su fértil suelo– en sus gentes laboriosas y emprendedoras, de cuyas cualidades naturales, nobleza de cristianas costumbres, fineza y apertura de ánimo se ha hecho esclarecido intérprete, ahora y en otras ocasiones anteriores, vuestro padre y pastor, Monseñor Francisco Álvarez; sus palabras han venido a corroborar en mí cuanto de bueno había oído hablar de los riojanos, alimentando así mi estima por vosotros, siempre cercanos en mi afecto.

A todos, pues, a los aquí presentes –entre los que destaca un grupo de la Cruz Roja–, y a cuantos os unen lazos de familia o amistad, vaya mi más cordial saludo y mi abrazo de paz en Cristo Redentor.

2. Juntos y con ilusión os habéis preparado para esta peregrinación a Roma, en el Año Jubilar de la Redención; ya durante el viaje habéis intensificado una atmósfera de duradera y saludable fraternidad; habéis rezado a solas y en unión; sin duda alguna, en el sacramento de la penitencia, habéis notado sorprendidos una vez más el tirón suave y compasivo de la mano divina que os ha liberado de tantas adherencias, extrañas al alma purificada por el bautismo y que empañaban la imagen y los rasgos propios de todo hijo de Dios, templo vivo del Espíritu Santo; con emoción aún más intensa habéis participado en el banquete eucarístico, conscientes y dispuestos a que este sacramento sea el mejor testimonio, la garantía fiable, de que vuestra existencia está cimentada sobre la fe y sobre el amor a Cristo y ofrendada gozosamente a él.

3. Haciendo esto, queridos hermanos, habéis cumplido realmente uno de los objetivos primordiales del Año Santo: dar a vuestra vida cristiana el anhelado remanso de paz, de felicidad interior, en medio de las inquietudes y zozobras de nuestro tiempo.

Será cometido vuestro, sobre todo de vosotros, sacerdotes y religiosos, mostrar al mundo con la palabra y el ejemplo, las virtualidades insospechadas de esta realidad maravillosa, la gracia divina, que redime del pecado, fecunda el apostolado y es semilla de vida eterna.

Vosotros, padres y madres de familia, dejad siempre abiertas las puertas de vuestro corazón a Cristo Redentor, para que habite en vuestros hogares y sean éstos expresión clara y pujante de una familia unida a imagen de la divina, amparados bajo la protección bondadosa de la Virgen de Valvanera, vuestra celestial patrona.

Y vosotros, jóvenes, no os conforméis simplemente con seguir la corriente. El apresuramiento y la rapidez, que os encantan y atraen por muchas razones, no son siempre signo de perfección del alma que lleváis dentro. Si seguís a Cristo, tendréis tiempo y lugar para colmar vuestras ansias e inquietudes de verdad y de justicia y contribuir a que éstas impregnen los criterios y actuaciones de los demás.

Volviendo a vuestras casas, contaréis a familiares y amigos, cuanto habéis visto y oído; hacedles participar también de vuestra experiencia religiosa. Y decid también a todos que el Papa los quiere, los estima y bendice de corazón.






Discursos 1983 75