Discursos 1983 82


A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO GENERAL


DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA


Viernes 23 de septiembre de 1983



Señor Cardenal y queridos miembros del COGECAL:

Doy gracias a Dios por este encuentro con vosotros, venidos a Roma para la X reunión del Consejo general de la Pontificia Comisión para América Latina. Conozco y valoro el trabajo que estáis realizando y me alegra constatar que perseveráis en el empeño de “hacer efectiva la comunión de las iglesias y sus instituciones, de las que sois dignos y cualificados representantes”, para bien de la Iglesia en Latinoamérica.

83 Este año habéis queridos fijaros en algunos conceptos y orientaciones contenidos en la encíclica “ Fidei Donum ” de mi predecesor Pío XII, al cumplirse el 25° aniversario de la publicación de la misma. Y si bien este documento no se fijaba especialmente en la porción eclesial que atiende el COGECAL, Pío XII ya la tuvo presente al pedir a los obispos que orientaran el celo de sus Iglesias y en particular de sus sacerdotes “hacia las vastas regiones de América del Sur, donde sabemos que las necesidades son grandes”.

Por otra parte, la “Fidei Donum” abrió camino a “un concepto nuevo de cooperación” entre las Iglesias, “entendida, no ya en un sentido único como ayuda dada por las iglesias de antigua fundación a las iglesias más jóvenes, sino como un intercambio recíproco y fecundo de energías y de bienes, en el ámbito de una comunión fraternal de iglesias hermanas, superando el dualismo de “Iglesias ricas”-“Iglesias pobres”, como si hubiera dos categorías distintas: iglesias que dan e iglesias que reciben solamente ”. Este enfoque es básico en el quehacer del COGECAL.

En sintonía con esta visión renovada por la “ Fidei Donum ” y atendiendo también a su posterior desarrollo, en particular en los textos conciliares, habéis reflexionado tanto desde un ángulo teológico y espiritual como desde la experiencia de muchas actuaciones pastorales.

La gran riqueza de elementos que se dan vitalmente en la Iglesia una y santa, se refleja en la intercomunicación entre las Iglesias particulares y entre los grupos eclesiales legítimos, es decir, que están en comunión con la Jerarquía. Conviene mucho, por ello, que el desarrollo práctico de la intercomunicación atienda a la totalidad de elementos, uniéndolos en una síntesis armónica. Ello ayudará a que se mantenga siempre la autenticidad eclesial en estos contactos y mutuas ayudas.

Es también preciso que “ todo se haga con decoro y orden ”, de modo que cada cual asuma las responsabilidades que le correspondan, coordinando luego las acciones con sentido práctico y espíritu fraterno.

Finalmente os ruego que en la intercomunicación entre comunidades eclesiales sintáis y manifestéis profunda solicitud por cuanto sirve al verdadero bien del hombre discernido desde la fe.

La atención que habéis prestado a los datos ciertos que la teología, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio –sobre todo las indicaciones del último Concilio– aportan a vuestro empeño en lo referente a la misión en comunión, unida a la revisión realista y serena de las realidades, lograda en los últimos años, ha de fructificar en nuevos propósitos y renovados planes, que os lleven a una comunión más profundamente sentida en vuestros corazones y comunidades, y que sea cada día más eficaz en realizaciones concretas.

Ya a partir de los datos bíblicos en los que percibimos claramente esta motivación, se conocen muchas y variadas maneras de intercomunicación entre Iglesias y grupos de fieles, fruto de “ la pluriforme gracia de Dios ”. Ello nos muestra caminos a seguir, adecuándolos al momento actual, y nos hace confiar en que el amor que el Espíritu “ derrama en nuestros corazones ” nos abrirá nuevas formas de caridad eclesial.

El hecho de reuniros en el Año Santo de la Redención es un nuevo estímulo en vuestro empeño. Mirando al Redentor tomamos conciencia de que hemos de continuar sin desfallecer jamás. Todo es poco para corresponder a lo que El ha hecho por nosotros. A El servimos en definitiva en nuestro ministerio eclesial y, más concretamente, en la intercomunicación de toda clase de bienes entre las comunidades de seguidores suyos. A El servimos en el hombre latinoamericano que sufre y espera nuestra ayuda.

Pero no podemos olvidar las espléndidas realidades eclesiales y humanas de América Latina. He podido constatarlo en mis visitas apostólicas a esas tierras tan queridas. Se trata para la Iglesia del continente de la esperanza, lo cual reclama una singular solicitud por parte de todos. Vosotros la sentís y la traducís en obras con vuestro propio esfuerzo. Ojalá logremos entre todos que se cumplan los designios de Dios sobre aquellas Iglesias. Abramos allí más y más las puertas a Cristo. Que avanzando en la clarificación de deseos y empeños, estas Iglesias vivan en una comunión cada día más viva entre sí y con la Iglesia universal, y puedan colaborar cada vez más a la evangelización del mundo entero.

La cooperación de todos vosotros con las diócesis e instituciones que representáis es muy importante. Yo acabo dándoos las gracias por vuestro trabajo, pidiendo al Señor que os ayude en vuestro cometido e impartiendo a cada uno mi cordial Bendición.






A LOS OBISPOS DE HONDURAS


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


84

Lunes 26 de septiembre de 1983



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con verdadero placer me entretengo esta mañana con vosotros, los Pastores de la Iglesia de Cristo que vive su esperanza, en el camino hacia el Padre, en tierras hondureñas.

Este encuentro conjunto viene a completar el coloquio separado tenido con cada uno de vosotros. Y creo que renueva en todos nosotros, el recuerdo de aquellos momentos que vivimos juntos, el día 8 de marzo pasado, en vuestra querida patria.

¡Cuántas veces sigo evocando los diversos instantes de mi inolvidable visita a Honduras, donde pude constatar los profundos valores humanos y cristianos de sus gentes! Por eso, desde el primer momento me sentí “ en un clima de familia ”!

Hoy, al daros la bienvenida a esta visita “ ad limina ”, que coloca en el centro de nuestro afecto y de nuestra mente a todos los miembros de vuestras diócesis, quiero dar gracias a Dios con vosotros y –como dije a mi llegada a Tegucigalpa– “ alabar al Señor por todas las maravillas que la gracia divina ha obrado en la Iglesia en Honduras ”.

2. Vuestro país, a pesar de lo limitado de su población, tiene una rica historia, sembrada de grandes tradiciones cristianas. Está enclavado en un área geográfica muy sensible, azotada hoy por fuertes tensiones socio-políticas y por un peligroso clima de violencia que provoca tantos sufrimientos y aprensiones.

Es necesario, por ello, que fieles a la constante tradición de la Iglesia y en conformidad con el espíritu del Evangelio, tratéis de sembrar en los ánimos de vuestros connacionales sentimientos de amor a la paz interna y de pacífica convivencia con los otros pueblos. Forma esto parte de la misión de la Iglesia, a la que yo también intenté prestar un apoyo con mi viaje pastoral a todas las Naciones del Istmo centroamericano.

Quiera Dios que sean una espléndida realidad, a breve plazo, las esperanzas de futuro suscitadas ante los acuerdos logrados recientemente por los Ministros de Relaciones Exteriores de los países centroamericanos, bajo los auspicios del llamado grupo de Contadora. Y ojalá se garantice así una sustancial reducción de las disensiones y se establezca un verdadero proceso de pacificación. Todo ello podrá facilitar, también en Honduras, un clima de mayor tranquilidad, liberando además abundantes recursos para su armónico desarrollo en campo educativo, económico y social.

3. Pero, aunque vuestra condición de formadores de la conciencia moral de vuestros fieles y el legítimo amor a vuestros pueblos os impone ese servicio a la causa de la paz, es la Iglesia como tal la que, en cuanto Pastores de la grey de Cristo, atrae vuestros cuidados prioritarios y vuestros esfuerzos más decididos.

Sé bien que miráis con la debida solicitud la vida eclesial de vuestras comunidades, que tiene aspectos tan consoladores, pero que presenta a la vez otros dignos de particular atención.

85 En efecto, la misma estructura eclesiástica adolece de una cierta debilidad, debido sobre todo a la grave escasez de clero. Ello plantea problemas serios para la educación en la fe de las comunidades eclesiales y para la guía pastoral de las mismas, que requiere la presencia de eclesiásticos idóneos en los diversos ministerios que exigen el orden sagrado.

4. Es cierto que en Honduras, gracias a vuestra acertada y previsora labor de Obispos identificados con las necesidades espirituales de vuestro ambiente, han surgido iniciativas pastorales muy laudables, como la institución de Delegados de la Palabra. Ellos, junto con los catequistas, componen en la Iglesia una organización capilar que está dando frutos de evangelización y manteniendo la fe del pueblo cristiano.

Sabedor de esa aportación valiosa que ofrecen a la causa eclesial tantos laicos conscientes de su vocación bautismal, quise dedicar a ellos el encuentro tenido en San Pedro Sula durante mi visita pastoral a Honduras.

Hoy quiero reiterar mi profundo aprecio y agradecimiento en nombre de la Iglesia a esos Delegados de la Palabra, catequistas y miembros de otros movimientos apostólicos. Al alentarlos de corazón en su apreciada labor, deseo darles también confianza, asegurándoles que adquieren un gran mérito ante Dios, ante la Iglesia y ante sus hermanos con la tarea que despliegan, unidos en verdadera comunión con sus Obispos y sacerdotes.

Por parte vuestra sé, queridos Hermanos, que estáis poniendo particular empeño en dar un nuevo impulso a la evangelización y catequesis, a la luz de las directrices pastorales que tracé durante mi viaje al área centroamericana. A este propósito quiero confiaros que sigo con viva simpatía vuestros propósitos, los aliento y bendigo, mientras pido al Señor que haga muy fecundos esos intentos.

5. Pero esta deseada y creciente tarea evangelizadora, así como la disponibilidad de preciosos colaboradores laicos, pone aún más de relieve la necesidad imperiosa de sacerdotes, para que dicha evangelización sea completa.

Ello nos conduce a mirar con cierta inquietud a la endémica falta de sacerdotes que sufre Honduras, el País más pobre en clero de toda América Central. Baste pensar en la proporción existente de un sacerdote por cada 15.000 habitantes, y en que todavía hoy las 3/4 partes del clero no es de origen hondureño. Doy gracias a Dios, porque con encomiable espíritu eclesial –ese que hace ver por doquier la única e idéntica Iglesia de Cristo– tantos sacerdotes, religiosos y religiosas de otra procedencia han hecho de la Iglesia en Honduras la de la propia patria de adopción.

Todo ello impone la puesta en práctica de un plan vocacional sistemático, como uno de los objetivos prioritarios de la Iglesia en vuestra Nación, a fin de buscar una progresiva solución a tan importante problema. En ese proyecto, asumido en primera persona por vosotros, habrá que comprometer e interesar a todos las fuerzas eclesiales: sacerdotes, personas de especial consagración y laicos, para que todos presten la colaboración posible en un objetivo que afecta tan vitalmente a cada miembro de la Iglesia.

Los ambientes de la parroquia, de las casas y centros religiosos, de la escuela, de los movimientos apostólicos, deberán ser sensibilizados con discreción y constancia. Y una labor decidida deberá ser desplegada en el ambiente de la familia, a fin de que no obstaculice, como sucede con frecuencia, la posible o incipiente vocación de uno de sus miembros, sino que la acoja con gozo, la favorezca y la ofrezca como un servicio generoso, aun sacrificado, a Dios y al bien de la misma sociedad.

6. Al mencionar el tema de vocación y familia viene a mi mente ese amplio campo familiar que tanto importa a la Iglesia. Sé que también vosotros le dedicáis buena parte de vuestros mayores desvelos.

No quiero repetir aquí conceptos tratados en la Familiaris Consortio, pero sí deseo alentaros en vuestro esfuerzo renovado en favor de la institución familiar y de su vida cristiana.

86 En concreto, os animo a proseguir vuestro deber pastoral, encaminado a formar correctamente las conciencias de los fieles, en lo referente al respeto absoluto de la vida concebida, aun no nacida. Sin que cualquier despenalización legal pueda nunca justificar moralmente un eventual atentado contra la vida naciente de un ser humano.

También las uniones formadas al margen del legítimo vínculo del matrimonio han de estar en vuestra constante solicitud de Pastores. Para educar a los futuros esposos sobre la responsabilidad con la que han de asumir y ser fieles a su nuevo estado, para ayudarles a valorar justamente la sacramentalidad del matrimonio y su unidad estable. Preservando los grandes valores de esa unión y defendiéndola contra los males que lo amenazan; entre ellos, contra los estragos provocados por el alcoholismo, que asume a veces peligrosas dimensiones sociales.

7. Aunque no puedo alargar más este encuentro, no quiero concluirlo sin manifestaros mi profunda alegría por la cohesión y sintonía de sentimientos y de propósitos que reinan entre vosotros. Mantened ese gran bien, queridos Hermanos, que tanto favorece vuestra misión individual y colectiva. Fruto de la misma han sido, entre otros, las oportunas directrices que habéis dado en campo social, para promover la justicia, superar la violencia, luchar contra la corrupción administrativa, favorecer en la vida comunitaria la elección de personas competentes y que sean sensibles a las necesidades de los más pobres. A este respecto quiero mencionar con agrado vuestra carta colectiva sobre “ Algunos aspectos de la realidad nacional de Honduras ” (del 22 octubre 1982). Esa misma apertura hacia los problemas todos de vuestro pueblo, os llevará a prestar la atención que merece, por la caridad eclesial, la situación de los numerosos prófugos y los casos de personas desaparecidas en vuestra Patria.

Ante la problemática que plantea para la fe de los católicos hondureños la actitud de ciertos grupos o sectas –cuyo programa de fondo tiene tantos elementos que no son conciliables con lo verdaderamente religioso– quiero asimismo expresaros mi apoyo por la exhortación pastoral que vuestra Conferencia Episcopal publicó en el mes de abril del año en curso.

8. Finalmente, recibid, queridos Hermanos, el agradecimiento más vivo del Sucesor de Pedro por vuestra entrega sacrificada a la Iglesia. En el abrazo de paz, que simboliza y estrecha la comunión, objetivo de esta vuestra visita, incluyo a los sacerdotes, personas de especial consagración, laicos comprometidos en la causa eclesial y miembros en general de vuestras Iglesias locales.

A todos saludo y bendigo de corazón; y con todos vuelvo a postrarme ante la Madre de Suyapa, para que acompañe nuestro caminar, restaure nuestras fuerzas y confirme nuestra esperanza, en la fidelidad a Cristo, Hijo suyo, hermano y Redentor nuestro. Así sea.





                                                                                  Octubre de 1983


AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS MEXICANOS


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 1 de octubre de 1983



Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Al recibiros hoy a vosotros, que formáis el primer grupo de Obispos de México en visita ad limina, viene a mi mente el pasaje evangélico en el que, al final de una misión apostólica, los discípulos vuelven a reunirse con Jesús “y le contaron cuanto habían hecho y enseñado. Y El les dijo: venid, retirémonos a un lugar desierto para que descanséis un poco”.

Es una imagen profundamente sugestiva para este momento que vivimos, en el que, como Pastores de vuestras diócesis, os reunís con el hermano en el episcopado que la Providencia ha querido constituir cabeza visible de toda la Iglesia de Cristo.

87 Como los apóstoles que contaron al Maestro cuanto habían hecho y enseñado, también vosotros me habéis confiado, en el encuentro privado tenido con cada uno de vosotros y que precedía a este momento de fraternidad alargada, tantas cosas referentes a la vida de las comunidades encomendadas a vuestro cuidado y celo. Y no sólo conmigo, sino también con las personas y Dicasterios que me ayudan en mi misión universal de Sucesor de Pedro, habéis podido tratar los detalles que más os preocupan o alegran en el cumplimiento de la tarea de guías de vuestras Iglesias particulares.

La solicitud común por el bien de esas Iglesias y el interés por su fidelidad a Cristo Señor, han sido el gran vínculo que nos ha mantenido unidos íntimamente, en una vivencia de intensidad eclesial renovada. Y en la que hallan expresión visible los objetivos que quiere lograr la visita ad limina.

2. Pero no es sólo vuestra misión eclesial en cuanto tal la que tengo presente en mis contactos con vosotros y con los demás Obispos. Están también en el centro de mi pensamiento vuestras propias personas e intenciones, las dificultades y sacrificios tantas veces desconocidos, los momentos de soledad o la sensación de impotencia que, en vista de la amplitud y gravedad de vuestro cometido, puedan alguna vez insinuarse en vuestro espíritu.

Quiero aseguraros, por ello, que estoy junto a vosotros, interesado en vuestras personas y trabajos; que os acompaño con afecto fraterno, apoyándoos y fortaleciéndoos en vuestra fe y entrega eclesial; y que esto se traduce en frecuente recuerdo en la plegaria. En ella presento al Señor las dificultades de vuestra vida y apostolado, junto con todas las intenciones y necesidades de los miembros de vuestras diócesis.

En esa corriente de comunión eclesial, que es unidad en la doctrina, unidad sustancial en la acción, unidad en la plegaria y en el amor de hermanos, hallan continuidad ideal las palabras antes recordadas, dirigidas por el común Maestro y Señor a sus apóstoles.

3. Antes de adentrarnos en la reflexión que quiero hacer con vosotros acerca de algunos puntos que considero oportunos, permitidme que os exprese mi sincera gratitud por vuestra visita, por las muestras de afecto y adhesión que me habéis dado en diversas formas y por la oración con la que acompañáis mi persona y ministerio.

De manera muy especial deseo agradeceros –en nombre de Jesucristo, el Buen Pastor– vuestro celo pastoral, vuestra dedicación y fatiga, puestas al servicio de ese Pueblo fiel que ha sido confiado a vuestro cuidado de Pastores.

Pensando en el bien de esos fieles, dentro de vuestro contexto eclesial, deseo llamar vuestra atención sobre algunos aspectos de la pastoral de la familia que adquieren particular significado en el momento actual.

4. Se trata de un campo de importancia primordial para la labor de la Iglesia en la sociedad de nuestros días.

En efecto, el desarrollo de la civilización moderna, marcada por un agudo proceso de secularización, provoca una creciente descristianización; a causa de ella, la transmisión y vivencia de la fe encuentran graves obstáculos.

Con algunos de esos procesos actuales, se ponen en juego valores humanos esenciales, ya que la familia continúa siendo “el fundamento de la sociedad” y “escuela del más rico humanismo”. Pero a la vez se pone en juego la evangelización “que constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda”.

88 Y sin embargo, la transmisión de una fe profunda, auténtica, vivida, sigue siendo un servicio valioso que la Iglesia ha de prestar al hombre y a la sociedad de hoy: a ese hombre que se busca con ansia creciente; que quiere descubrirse en su identidad radical; que olvida a veces que un humanismo encerrado en sí mismo rebaja los horizontes de su dignidad más honda, porque “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”.

En esa labor humanizadora y constructora de la sociedad el núcleo familiar halla la dimensión de su dignidad. Y ello requiere asimismo que se le haga centro evangelizado y ambiente evangelizador, para que realice en plenitud ese importante cometido que es imperioso también en vuestras diócesis.

5. No cabe duda de que el logro de estos trascendentales objetivos plantea una problemática bastante compleja y exigente a nivel pastoral.

Vosotros, maestros en la fe y primeros responsables de la formación moral de vuestros fieles, habréis de ofrecer una respuesta válida a sus necesidades y expectativas. Partiendo de una sólida doctrina, tendréis que presentarles el designio completo de Dios sobre el amor, el matrimonio y la familia. Procurando hacer accesibles a todo cristiano las enseñanzas propuestas por la Iglesia; con profundo sentido pedagógico-pastoral, con gran espíritu de amor y comprensión, con atención a las condiciones de cada persona o familia, pero con fidelidad al plan de Dios y a las normas señaladas por el Magisterio de la Iglesia.

Cuando sea necesario, junto con vuestra misión de maestros y guías deberéis ejercer la función profética de denuncia de los males que amenazan a la familia. Aunque no siempre sea fácil esa tarea; aunque no siempre sea comprendida. Habréis cumplido ante Dios, al menos por vuestra parte, vuestro deber de guías y testigos.

6. Por su particular incidencia en campo familiar, quiero decir una palabra sobre algunos puntos concretos, que están en vuestra solicitud de Pastores y en vuestras praxis orientadora.

Sé que con frecuencia habláis a vuestros fieles de la dignidad de la familia, de la alta misión de los esposos en la transmisión y el servicio a la vida, así como del respeto absoluto que deben a la vida humana, que desde el primer momento de existencia escapa al dominio de ellos. Seguid proclamando la sacralidad de esa vida, aunque esté todavía en el seno materno. Y animales a guardar escrupulosamente las reglas morales que protegen la vida humana y que ninguna norma legal externa puede modificar en su obligatoriedad para la conciencia.

En vuestro esfuerzo en favor de la unidad de la familia, no dejéis de insistir en la identidad sustancial de deberes que pesan sobre el esposo y la esposa dentro del matrimonio. Sin que cierta tolerancia introducida en la sociedad autorice al esposo a constituirse eventuales uniones extra-matrimoniales, que resultan una especie de familias paralelas. No justificaría moralmente tales uniones el hecho de que se atienda de algún modo a las necesidades materiales derivadas de las mismas.

Por idénticos motivos es imputable, desde el punto de vista de la moral cristiana, el recurso al adulterio; sin que pueda modificar la naturaleza ética del acto cualquier regulación jurídica positiva que se dé al mismo. Como tampoco carecen de profunda significación moral fenómenos como el del alcoholismo, que tanto inciden en la vida personal y familiar, rompiendo el equilibrio interno, la paz, el responsable sentido del deber, y provocando serios efectos de descomposición del hogar.

7. Obviamente, no pretendo trazar aquí un marco completo de orientaciones en campo familiar. Hay otros puntos y prioridades pastorales que no escapan a vuestro celo y al de vuestros colaboradores.

Es claro, por lo demás, que el desempeño de vuestra misión os impone un preciso deber de orientación moral del pueblo cristiano. La Iglesia, en efecto, cuando proclama las exigencias de la fe o ilumina con su juicio moral materias incluso de orden temporal, no invade competencias que le son ajenas, sino que ejerce su misión propia y con ello –como enseñó el último Concilio– “consolida la paz en la humanidad para gloria de Dios”.

89 El alto ejemplo de entusiasmo, de participación espontánea, de civismo y creciente búsqueda de esos valores humanos, morales y espirituales en los que cree, dado por vuestro pueblo durante mi inolvidable visita a vuestro país –el primer viaje apostólico de mi Pontificado a tierras lejanas– es una clara indicación de cómo la práctica de las propias creencias y sus ineludibles concreciones externas no sólo no dificultan, sino que pueden favorecer positivamente la armonía social y la ordenada convivencia en la legítima libertad.

8. A la Madre de Guadalupe, como peregrino de senderos ya conocidos, acudo con vosotros y con todo el pueblo de México. A sus pies pongo vuestras intenciones, vuestra acción pastoral, la de vuestros colaboradores, personas de especial consagración eclesial y fieles.

A la amada Señora del Tepeyac confío en particular las familias cristianas, para que las transforme en verdaderas “Iglesias domésticas” donde Ella desarrolle toda la eficacia de su acción educadora y materna. Con mi Bendición Apostólica para vosotros y vuestras Iglesias locales.






AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS MEXICANOS


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 28 de octubre de 1983

Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Después de haber conversado con cada uno de vosotros durante los días anteriores, me proporciona gran alegría recibiros hoy en grupo, para manifestaros algunas reflexiones que me han sugerido los encuentros individuales.

Os veo aquí, en este centro de la Iglesia, llegados de diferentes regiones de México al impulso de un mismo propósito: renovar por la “ visita ad limina ” la conciencia de ser Pastores de una Iglesia universal, unida en Cristo.

Al escuchar vuestras relaciones particulares, he percibido el celo que os anima para trabajar por el Reino de Dios en medios difíciles y ante situaciones no siempre favorables; pero urgidos, como Jesús, por la interpelación de las multitudes que gimen ante vuestros ojos, buscando en cada uno de vosotros al Pastor y guardián de sus almas.

Esta reminiscencia del Evangelio me lleva a recordar ahora los momentos de mi primer viaje apostólico, cuyo destino fue precisamente vuestra amada patria. Están frescas en mi memoria las imágenes de los diversos encuentros con el pueblo mexicano en la Catedral Metropolitana, en la Basílica de Guadalupe, en Puebla, Oaxaca, en Guadalajara, en Monterrey. Veo todavía la muchedumbre de niños, de jóvenes, de obreros, de campesinos, de indígenas, de sacerdotes, de religiosas, de seminaristas, que recibieron al Papa con tanta fe y afecto. Siento aún el palpitar de su devoción a la “ Madre de Dios por quien vivimos ”. Y al recordarla como Primera Evangelizadora de México y de América, paso al tema principal de mi reflexión de hoy: es preciso desarrollar por la catequesis el kerigma fundamental orientado a Cristo, pronunciado por Santa María de Guadalupe y recibido por vuestro querido pueblo en la predicación misionera.

2. La catequesis constituye el campo propio de la Iglesia, por lo que hace a la educación popular. La catequesis “ ilumina y robustece la fe, nutre la vida con el Espíritu de Cristo, conduce a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y excita a la acción apostólica ”.

Yo sé que en vuestras Iglesias locales habéis concedido un lugar privilegiado a la catequesis. Pero un pueblo de jóvenes como es México, requiere una expansión cada vez más amplia del mensaje catequístico y una constante renovación de los métodos, así como una permanente formación de formadores, cuidando siempre de conservar la pureza de la enseñanza contenida en la Biblia y en el Magisterio.

90 3. Para vosotros es especialmente importante la catequesis en las parroquias, en las casas pastorales, en las comunidades de base, en las familias. También en esto es necesario explotar las reservas de vida cristiana que hay en tantas familias mexicanas. Pero no debéis omitir la presentación humanista del mensaje cristiano en otros niveles de comunicación, como una aportación al enronquecimiento de una cultura cuyo núcleo esencial es católico.

La Conferencia de Puebla reconoció que “la catequesis no logra llegar a todos los cristianos en medida suficiente, ni a todos los sectores y situaciones; amplios ámbitos de la juventud, de las élites intelectuales y del mundo obrero, de las fuerzas armadas, de los ancianos y de los enfermos...” carecen de catequesis. Y una carencia semejante empobrece la fe, debilita la unidad y expone, sobre todo al pueblo humilde, a convertirse en campo abierto a la siembra de errores, en torno a los cuales proliferan las sectas.

Por esto es preciso, amados Hermanos obispos, renovar los esfuerzos para que la catequesis no se quede tan sólo en los niveles infantiles, como preparación inmediata a los sacramentos de la iniciación cristiana. Es preciso acompañar al joven durante las diversas etapas de su desarrollo intelectual, para que en la Sagrada Escritura, en la Catequesis y en la Ética Social Cristiana pueda encontrar la solución que ofrecen Cristo y su Iglesia a los problemas individuales y sociales. Y de ahí, por medio de la catequesis permanente, es preciso seguir acompañando al hombre en las diversas coyunturas de su vida.

4. Para todo esto es imprescindible contar también con la fuerza de los laicos, a quienes corresponde la responsabilidad de llevar a todos los ambientes el vigor evangélico de los valores del Reino. Su vocación específica los coloca en el corazón del mundo. Su campo propio es el vasto mundo de la cultura, de los medios de comunicación social, de la política, de lo socioeconómico. Estructuras a las cuales deben servir, sin descuidar otras realidades también necesitadas del Evangelio, como son la familia, la educación, el trabajo. Ya lo recordaba mi antecesor Pablo VI, cuando escribía en la Evangelii Nuntiandi: “La tarea primera e inmediata de los laicos no es la institución de la comunidad eclesial –esa es función de los pastores–, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas en las cosas del mundo”.

Entre los laicos deben atraer vuestra atención los jóvenes, no sólo como objeto de la catequesis, sino como agentes. Yo tengo confianza en la juventud. En una forma clara he manifestado la esperanza que deposito en ella. El joven que ama y vive su fe, será el mejor transmisor de la palabra que la expresa. Será el mejor catequista.

5. Todo esto exige elaborar planes y programas de formación y acción catequética. No es este el momento de sugerirlo. En mi Exhortación apostólica Catechesi tradendae, he dictado normas que vosotros conocéis y ponéis en práctica.

Seguid adelante hasta encontrar, conforme a las exigencias de vuestras Iglesias locales, lo que más se acomode al medio y a la condición de los agentes. Pero que en todas partes se busque una “ catequesis integrada ”, como se dijo en Puebla, recordando la enseñanza del Sínodo de los Obispos de 1977, proposición 11.

Hay que lograr, en efecto, una catequesis que sea conocimiento, celebración y confesión de la fe en la vida cotidiana:

– conocimiento de la Palabra de Dios, para lo cual será preciso unir los movimientos destinados al estudio de la Biblia con el movimiento catequístico nacional;

– celebración de la fe en los sacramentos, lo cual exige que los programas de renovación catequística no desconozcan las disposiciones universales y locales para la renovación de la liturgia;

– confesión de la fe en la vida cotidiana, que a su vez impone, sobre todo a los catequistas, un testimonio explícito de vida cristiana, de íntima adhesión al Papa, al Obispo y a la realidad de la Iglesia en que se vive, para que la fe sea en verdad una respuesta a los problemas sentidos por el hombre.

91 6. En esta línea de respuesta concreta desde la fe a los problemas vitales del hombre, quiero hacer ahora referencia a un tema muy importante para la vida del católico mexicano: la educación moral y religiosa en la escuela.

La Nación mexicana recibió en sus albores la fe cristiana junto con la educación y cultura. Bajo la guía de los Pastores, surgen en el siglo XVI centros de formación que han continuado su obra durante más de cuatro siglos. No es posible silenciar aquí una de las glorias de la Iglesia en México: la universidad pontificia, donde se formaron tantos hombres ilustres que mucho aportaron al bien de su patria. Con no pocos esfuerzos y dificultades, existen de hecho otras numerosas instituciones católicas donde se imparte enseñanza religiosa; y muchos son también los católicos que trabajan en centros oficiales.

Secundando, pues, los deseos de los padres de familia y de acuerdo con los derechos originarios e inviolables de aquéllos –recogidos también en la Declaración de los Derechos Humanos reconocida en vuestro país– la Iglesia no puede menos de ser fiel a su misión.

De ahí la necesidad de que los Pastores fomenten las auténticas vocaciones al apostolado educativo –que conserva toda su validez en el día de hoy y no debe ser abandonado por fáciles pretextos– tanto entre quienes se dedican a él desde la vida consagrada como entre los laicos. Para ello hay que promocionar tales vocaciones magisteriales, que transformen la sólida formación pedagógica en apostolado evangelizador.

Atención particular merecen los maestros procedentes del laicado y su formación; no sólo porque son la gran mayoría, sino porque a ellos corresponde una peculiar función de testimonio cristiano en la escuela, mediante su ejemplo y tarea.

Todo ello requerirá la unión de fuerzas y la ayuda mutua entre los diversos centros, así como la elaboración de un plan orgánico nacional de educación católica, a fin de dar cauce a los derechos legítimos y prestar una verdadera labor de servicio en beneficio del pueblo mexicano.

Pero la acción de la Iglesia no puede olvidar los otros ámbitos de la educación y formación de las nuevas generaciones, desde la escuela hasta la universidad. También a quienes asisten a centros no católicos procurará hacer llegar la formación moral y religiosa, dentro del justo respeto a la libertad de las conciencias. Una tarea y desafío para los Pastores y para las personas que colaboran con ellos en los Secretariados de Educación, que habrán de potenciarse en cuanto sea posible.

7. Hermanos Obispos: estamos reunidos al concluir el Sínodo sobre la Reconciliación y la Penitencia en la misión de la Iglesia. Quiero pues terminar estas palabras invitándoos a reconocer la necesidad de una profunda reconciliación del hombre consigo mismo, con Dios, con los hermanos y con la creación entera. Convertid vuestras Iglesias locales en centros de reconciliación y penitencia. Promoved la práctica del Sacramento del perdón, donde el hombre busca a Dios y Dios sale a su encuentro. Convertíos vosotros mismos en reconciliados-reconciliadores que den al mundo el testimonio vivo que hoy necesita para restablecer la paz.

Que María de Guadalupe, reconciliadora Ella misma para crear el mestizaje de dos pueblos y dos culturas, sea la constante inspiración de vuestra pastoral; que Ella os proteja y haga fecundos vuestros esfuerzos; y que, como primera Evangelizadora de América os ayude a seguir convirtiendo en “ educación ordenada y progresiva de la fe ” el mensaje guadalupano.

Termino agradeciéndoos vuestra visita. Con mi Bendición Apostólica para vosotros, para vuestras Iglesias locales y para las personas y proyectos pastorales que lleváis en vuestro corazón.








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