Discursos 1983 97


A LOS OBISPOS DE GUATEMALA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 5 de noviembre de 1983

: Queridos Hermanos en el Episcopado:

98 1. Después de haber escuchado a cada uno de vosotros por separado y de habernos ocupado de la vida de vuestras diócesis singularmente, tengo ahora la alegría de recibiros en conjunto.

Al daros el abrazo de paz en esta vuestra visita ad limina, siento que la realidad de la fe nos traslada a una esfera que trasciende nuestras personas. No es el solo encuentro entre el Papa y los Pastores de la grey de Cristo en Guatemala; es una cita entre la Iglesia que rige inmediatamente el Sucesor de Pedro y las Iglesias que vosotros guiáis hacia el Padre, y que se hermanan en un renovado propósito de fidelidad al común Fundador y Maestro, al Pastor Supremo de la Iglesia Santa.

Viéndoos en derredor mío sé que este instante nos acomuna también en momentos de recuerdo común y sentido a la vez que se hace más fraterno mediante la oración por el fallecido Cardenal Casariego. Vosotros prolongáis hasta aquí vuestras comunidades eclesiales, que para mí se hacen presentes en aquellos días de mi imborrable visita a Guatemala y Países cercanos. Es una evocación que trae en mi mente tantas imágenes de diversos lugares guatemaltecos, escenario de encuentro con vuestros fieles, clero, miembros de las familias religiosas, personas de la población indígena o ladina, y que suscitan siempre en mi interior sentimientos de afecto y de recuerdo en la plegaria. Al volver a casa, vosotros sabréis traducirles esta vivencia común, que perdura en el tiempo y a pesar de las distancias.

Precisamente de esa solicitud e interés por su vida de fe y por su dignidad como personas, brotan estas reflexiones que vamos a hacer juntos sobre algunos puntos principales, sin pretender agotar la vasta problemática de vuestro entorno eclesial.

2. El primer sector sobre el que queremos detenernos es el de la familia, en el que aparecen de inmediato riquezas religiosas y humanas de primera magnitud, junto con sombras no inconsistentes.

A través de vuestras confidencias y de las Relaciones quinquenales, he podido apreciar la preocupación pastoral que sentís por el bien de la familia. He podido constatar también vuestra aprensión ante las amenazas que incumben sobre la estabilidad de la misma.

Está en vuestro ánimo el hecho grave de que sean mayoría los católicos que crean su propia familia sin estar unidos por el sacramento del matrimonio. Os inquieta el aumento de divorcios, ante todo en las zonas urbanas, así como los crecientes casos de rupturas matrimoniales “ de facto ”, que crean relaciones posteriores ilícitas y el surgir de “ familias paralelas ”, especialmente por parte del esposo. A ello se añaden los casos frecuentes de uniones meramente civiles o de simple convivencia, sobre todo en las zonas rurales.

Aunque os conforta la fidelidad de los sacerdotes a la enseñanza de la Iglesia en esa materia, sé que seguís con el debido cuidado el problema de la práctica —favorecida a veces en ambientes oficiales— del uso de anticonceptivos o de las presiones para la esterilización de mujeres, especialmente indígenas.

Y no es menor la atención prestada al tema del aborto, abierto o clandestino; a la lacra perniciosa del alcoholismo, que tantas catástrofes familiares provoca; a las amenazas contra la estabilidad familiar derivadas del forzoso desplazamiento de trabajadores del altiplano a la costa, en busca de trabajo. Todo ello, agravado por el fenómeno, a veces frecuente, del trabajo de los menores y del alto índice de analfabetismo.

Ante esta situación, y animados por los frutos excelentes producidos por tantos casos de vida familiar ejemplar, quiero alentar los esfuerzos que estáis realizando para elevar el nivel humano y moral del importantísimo núcleo familiar. Poned energías redobladas en ese propósito, suscitando la colaboración de vuestros sacerdotes, del mundo religioso, de los movimientos familiares o de apostolado, de las comisiones de apostolado familiar. A este respecto, vuelvo a recomendaros las directrices que di desde Panamá en mi encuentro con las familias cristianas.

3. Otro sector que, por su gran trascendencia ocupa buena parte de vuestro celo, es el de la catequesis. Para tratar de mejorar la deficiente instrucción religiosa de tantos fieles, agravada por la escasez de sacerdotes y personas consagradas.

99 Hablando de este tema, no puedo menos de rendir un merecido elogio y alentar a los numerosos laicos, catequistas, delegados de la Palabra, ministros de la Eucaristía, que tanto contribuyen al mantenimiento de la fe en vuestro ambiente eclesial. ¡Con cuánto consuelo he visto en vuestras Relaciones quinquenales que “cada comunidad tiene su catequista o celebrador de la Palabra”; que ellos “son los verdaderos brazos del párroco” y que constituyen “la verdadera columna vertebral de vuestro trabajo pastoral”.

Seguid animando la colaboración madura y responsable de esos laicos, que tanto contribuyen a la labor evangelizadora. Y sean también vuestros presbíteros y almas de especial consagración quienes se empeñen en esa tarea, que reclama imprescindiblemente su aportación determinante.

Con esa conjunción de fuerzas se habrá de buscar, como una meta de la catequesis, la purificación de la piedad popular, de manera que refleje la pureza de la fe. Favoreciendo y reformando, cuando sea necesario, las cofradías y devociones populares, pero sin eliminar indiscriminadamente tantas formas de piedad popular que sostienen la vida religiosa del pueblo sencillo. ¿Quién no ve un válido camino de fe, debidamente orientado, en las devociones tan difundidas en Guatemala hacia Nuestra Señora del Rosario, al Santo Cristo de Esquipulas, al Hermano Pedro de Bethancourt, por no citar otras?

En esa línea de catequesis, para llevar a todos a la plenitud del misterio de salvación en Cristo, habrá que cuidar mucho los textos catequísticos empleados, recurrir a las modernas técnicas audiovisuales, aprovechando sobre todo –siempre que sea posible y mediante personas bien preparadas, celosas y fieles a las directrices de la Jerarquía– los poderosos medios de comunicación de masas, como la radio y la televisión. Tanto en programas propios de la Iglesia como en los otros a los que tenga acceso. Incluso para contrarrestar el influjo pernicioso de actividades proselitistas de grupos de bien poco contenido auténticamente religioso, y que tanta confusión crean entre los católicos.

4. Otro tema muy presente en vuestras Relaciones para la visita y en vuestra preocupación de Pastores es el de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, que sentís como uno de los problemas más acuciantes para la Iglesia en vuestro País.

Convencidos como estáis de que el papel del presbítero no puede ser sustituido por el catequista laico o por el delegado de la Palabra, veis con esperanza el lento progreso en el número de vocaciones; aunque es todavía muy insuficiente para las necesidades reales, suplidas gracias a la aportación generosa y encomiable de otras Iglesias.

Podrá aliviar la situación una buena distribución del clero, en beneficio de las zonas rurales; aunque ello comporte sacrificios no indiferentes a veces, y que merecen el máximo aprecio, por el amor eclesial que denotan.

Pero es una campaña sistemática y capilar la que hay que llevar a cabo en los diversos ambientes: parroquias, escuelas o colegios, familias o movimientos de apostolado. Ojalá que entre los mismos medios de la catequesis surjan también vocaciones a la vida consagrada en el celibato.

Conozco las iniciativas puestas en práctica en vuestras diversas diócesis para sensibilizar a los fieles en ese importante terreno. Las bendigo y aliento de todo corazón, exhortándoos a coordinarlas del mejor modo posible a nivel nacional, para que surtan los frutos que todos esperamos. Y por los que hay que continuar elevando una incesante plegaria al Dueño de la mies.

5. Otro punto que, como he podido constatar, ocupa vuestra atención de Pastores es el de la misión de la Iglesia respecto a las exigencias de la justicia y del respeto de los derechos humanos en vuestro País.

Sé que, fieles al Evangelio, veis justamente la misión propia de la Iglesia en el anuncio de Cristo y de su obra de redención; pero a la vez no olvidáis los aspectos integrantes e inseparables de esa misión, que se refieren a la defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos, a la causa de la promoción del hombre, a la denuncia de los abusos cometidos contra él, a la defensa de la justicia, a la hermandad entre los diversos grupos sociales y razas, a la ayuda al bien común, ante todo en favor de los más pobres. De ello os ocupasteis oportunamente en vuestra Pastoral colectiva “ Confirmados en la fe ”, del 22 de mayo de este año.

100 Os aliento a continuar en esa obra, sobre la que tanto insistí durante mi visita a Guatemala. Conozco las dificultades que esto ha creado a veces a la tarea eclesial, y los sufrimientos ocasionados dentro del episcopado, hasta el punto de que algunos Pastores se ven dolorosamente apartados de sus respectivas comunidades; así como tengo presente la larga lista de sacerdotes y miembros de familias religiosas que, en su testimonio de fe y de servicio a su pueblo, han pagado con la sangre o con el secuestro un gravísimo e injustificado tributo a la violencia. A ellos hay que añadir tantos catequistas y delegados de la Palabra, víctimas también de la violencia ciega. Ante ello vuelvo a repetir: “ Que nadie pretenda confundir nunca más auténtica evangelización con subversión, y que los ministros del culto puedan ejercer su misión con seguridad y sin trabas ” en todo el país.

En vuestro empeño incesante en favor de una mayor justicia y de la desaparición de hirientes desigualdades, basadas con frecuencia en estructuras duraderas de injusticia social, haced ver claramente que la Iglesia, sus Pastores y colaboradores buscan una finalidad pacificadora. Por ello, al dedicarse preferentemente a los más pobres y necesitados, ella no excluye a nadie y desea mantenerse —siempre y por parte de todos, sobre todo de los agentes primarios de la pastoral— por encima de confrontaciones de grupos o de partidos políticos. Sin embargo, como señalasteis en vuestra Pastoral colectiva antes citada, opción no violenta de la Iglesia “ no quiere decir pasividad y, mucho menos, complicidad silenciosa con el pecado, con la injusticia y con el dolor... significa compromiso activo para conseguir la justicia y la paz ”.

En esta línea, aliento y bendigo los esfuerzos que os inspira la caridad en favor de tantas personas desplazadas —dentro y fuera de vuestras fronteras— o víctimas de la violencia, a las que dedicáis toda la asistencia que os es posible.

6. Al invocar la paz y el cese de la violencia sobre vuestra querida Nación, pido a Nuestra Señora del Rosario que ponga en el ánimo de todos sentimientos de hermandad y de reconciliación.

Y recordando siempre con inmenso afecto a todos los hijos de vuestro pueblo, en primer lugar a los consagrados a las tareas eclesiales, os imparto en unión con ellos mi cordial Bendición.








A LOS PARTICIPANTES EN LA XXII SESIÓN DE LA CONFERENCIA


DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA ALIMENTACIÓN


Y LA AGRICULTURA- FAO




Señor Presidente,
Señor Director General, Excelencias,
distinguidos Delegados y Observadores:

1. Estoy muy Contento de que tantos expertos Representantes de Estados pertenecientes a la FAO y a Organizaciones Internacionales, venidos de todo el mundo, a participar en esta 22ª Sesión de la Conferencia, hayan aceptado la invitación a este encuentro, que se ha hecho ya tradicional desde el comienzo mismo de la presencia de la FAO en Roma. Esta es la segunda vez que tengo un encuentro personal con ustedes, además de mi visita a la Sede de la FAO en noviembre de 1979, acontecimiento del que guardo un grato recuerdo.

Me alegra tener la presente oportunidad para manifestar la profunda estima que tengo por el trabajo que se realiza en la FAO, y mi aprecio por el reciente documento acerca de la situación mundial en el campo de la alimentación y por los programas de trabajo y los aspectos operacionales de la FAO. Estoy seguro de que ustedes están cada vez más convencidos del especialísimo interés de la Santa Sede por el problema de la lucha contra el hambre y la malnutrición, y de que estudia atentamente todas las iniciativas y actividades dirigidas a este humanitario objetivo.

2. El derecho a tener lo suficiente para comer es, sin duda, un derecho humano inalienable, que impone la obligación de asegurar que cada uno tenga realmente alimento suficiente. Es obvio que el problema de la alimentación no puede ser considerado desde el punto de vista de una asistencia ocasional o de un mero aumento de la producción.

101 Sé que el tema de la seguridad de alimentación es el centro del programa de trabajo de la FAO, y que lo ha sido de manera especial desde la Conferencia Mundial de la Alimentación de noviembre de 1974. Pero hoy precisamente se está delineando una visión más detallada de la seguridad de la alimentación. Esta incluye tres objetivos específicos: garantizar una producción suficiente; estabilizar todo lo posible el flujo de los recursos, especialmente en caso de emergencias; poner al alcance de los que los necesitan todos los recursos necesarios para un desarrollo continuo y orgánico.

Para garantizar de modo permanente un adecuado abastecimiento para toda la población mundial, hay que hacer dos cosas: favorecer la producción y disponibilidad de alimentos, a precios accesibles, para una población que está en constante aumento; y, de manera más inmediata, afrontar las dificultades y crisis de determinados países y regiones.

3. Según las evaluaciones que hacen vuestros documentos, en los últimos diez años la producción ha crecido en un índice más alto que el crecimiento de la población. Del conjunto de los datos sobre los diferentes aspectos de la producción y del consumo emerge la consoladora afirmación de una suficiencia global de alimentos para las presentes y futuras demandas de la población mundial, aunque esta última esté en crecimiento. Pero, con relación a países concretos o a determinadas áreas, no se puede silenciar la gravedad de la situación presente, confirmada también por las previsiones para las próximas décadas, de un problema real de desequilibrio entre población y alimentos disponibles en este momento.

Causa una especial preocupación la divergencia cada vez más evidente en la práctica totalidad de los países en vías de desarrollo entre el crecimiento de la producción y las tasas de crecimiento de la población. Y esto en contraste con el hecho de que, en el conjunto de los países desarrollados, la producción alimenticia continuará creciendo y determinando así excedentes en relación a la demanda interna de estos países con población estable.

Pero es importante notar la afirmación de un estudio que os es familiar: “las tierras de los países en vías de desarrollo en su conjunto (exceptuando el Este Asiático) pueden producir alimentos suficientes para alimentar el doble de su población de 1975 y uno y medio más de su población del año 2000, incluso con bajo nivel de inversiones”: (FAO - UNFPA – IIASA, Informe FPA - INT /513).

4. Esta situación contradictoria nos lleva a subrayar los deberes morales que derivan de la relación entre los Estados y que deben estar muy presentes como criterio inspirador de las decisiones de la presente sesión de la Conferencia de la FAO.

Ciertamente continúa siendo importante la reafirmación de la primacía de la agricultura y de toda la serie de problemas que se refieren al crecimiento de la producción de alimentos. Pero es claro que, más que el crecimiento de la producción mundial considerada a escala universal, lo que resulta urgente es asegurar un crecimiento efectivo en cada uno de los países en vías de desarrollo. Es muy significativo que el énfasis se ponga hoy en el objetivo de la auto-suficiencia alimenticia de estos países, en el contexto de su auto-desarrollo, contando con la ayuda externa, pero conseguida según la definición hoy clásica de la autosuficiencia. A esto se añade la justificada preocupación de prevenir el agravarse del fenómeno de las nuevas formas de dependencia de los pueblos en vías de desarrollo, un fenómeno que se ha notado más en los años recientes con la creciente necesidad de importar alimentos por parte de esos países.

5. Por esto, repito de nuevo el tema central del Mensaje que envié con ocasión de la Tercera Jornada Mundial de la Alimentación: se trata de una nueva llamada a la solidaridad, dirigida a los gobiernos y pueblos de todos los continentes, y que lleva consigo el pronto establecimiento “de un orden económico internacional verdaderamente más justo y más fraterno, tanto a nivel de producción como de distribución de bienes (Mensaje del 12 de octubre de 1983).

Es necesario reafirmar la obligación de todos los países de aumentar la producción; esto vale también para los países más avanzados. Hay que tener también en cuenta que la concentración de reservas, que, por otra parte excede el límite considerado necesario por la FAO para un mínimum de seguridad, se concentra en un área geográfica restringida, en la que un pequeño número de países tiene casi la mitad de reservas mundiales de grano. Además, hay signos de una reducción del área de tierra cultivada, no sólo como resultado de la erosión y desertificación, sino también por una reducción artificial de la producción. Hay que hacer un esfuerzo para impedir que una renuncia a cultivar disminuya la capacidad de poner a disposición de los países necesitados los productos alimenticios básicos.

Pero es claro que en esta fase, el objetivo más obvio es, sin lugar a dudas, el de la distribución. Implica una distribución que sea favorable a los países en vías de desarrollo, y un control eficaz de los intercambios comerciales, sobre todo mediante la revocación de las tendencias proteccionistas.

6. La disponibilidad de géneros alimenticios, en condiciones aceptables, exige la reducción del consumo excesivo en ciertos países. Requiere también abandonar la defensa a ultranza de los precios alimenticios en los países de alta producción. Y reclama por otra parte unas especiales medidas en favor de los países con un bajo ingreso y con déficit alimenticio, para ayudar la importación ordinaria de productos alimenticios agrícolas, y, especialmente, para facilitar la importación requerida en necesidades de emergencia.

102 Es triste constatar que en esta fase se da una constante reducción de la ayuda alimenticia. Se constata una reducción de recursos ofrecidos por vías multilaterales, que son preferibles, mientras que al mismo tiempo no se da un incremento de la ayuda bilateral. Con relación a las reservas, por otra parte, se constata un laudable favorecimiento de la constitución de reservas locales en los países en vías de desarrollo. Pero esto no debe significar el abandono de la voluntad de constituir reservas efectivamente internacionales a la disposición de los Organismos multilaterales, o por lo menos un sistema de coordinación de las reservas nacionales.

Una buena distribución exige también un amplio acceso de todos los países a todos los factores, próximos o remotos, requeridos para un desarrollo real; especialmente la posibilidad de préstamos en términos favorables a los países pobres, efectuando así una redistribución efectiva de las rentas entre los pueblos. Esta estabilización de flujos de recursos y de programas de asistencia técnica ha cobrado una importancia primaria.

7. En mi Mensaje del 16 de octubre afirmaba explícitamente: “Evidentemente los primeros interpelados por la urgencia de dicha solidaridad internacional son todos los países de desarrollo más avanzados y sus Gobiernos”.

Quisiera añadir que esto implica también la aceptación de compromisos vinculantes. Como en otras materias, hay que invocar una renovada buena voluntad en la búsqueda de Convenios y Contratos, si es posible sobre puntos claramente delimitados y concretos, fijados con precisión y practicados. En este sentido es necesario repetir la invitación a realizar de nuevo las necesarias iniciativas en los foros apropiados, para renovar las Convenciones sobre el mercado del grano y sobre los pro gramas de asistencia alimenticia anexos; o, por lo menos, la adopción y aunque sea parcialmente, de los objetivos de la seguridad alimenticia, según la propuesta formulada por la FAO.

Las observaciones hechas hasta aquí valen no sólo para los productos de la tierra, sino también, especialmente en los momentos actuales, para los productos pesqueros, en conexión con la aceptación y puesta en práctica de las normas internacionales sancionadas por la Convención sobre la ley del mar.

8. Una prueba reciente de la voluntad de la Santa Sede de colaborar en todas las iniciativas adecuadas se ha dado con ocasión de la reunión de científicos de renombre mundial sobre la relación entre ciencia y lucha contra el hambre.

La Pontificia Academia de las Ciencias ha dado y continúa dando testimonio de la voluntad de la Iglesia, también a nivel científico, de colaborar en los objetivos específicos del desarrollo agrícola y alimenticio (cf. L’emploi des fertilisants et leur effet sur l’accroissement des récoltes, notamment par rapport à la qualité et à l’économie, P.A.S. Scripta Varia, 38, 1973; y Humanité et Energie, P.A.S. Scripta Varia, 46, 1981).

9. Entre los puntos de la agenda de esta sesión de la Conferencia de la FAO se ha dado particular énfasis a la urgente necesidad de formación, para desarrollar las capacidades de la gente de cara a su propio desarrollo, y para preparar profesionales competentes. En este campo quisiera repetir que las instituciones y asociaciones de la Iglesia están deseosas de poner a disposición sus diferentes recursos para ayudar en la enseñanza y la formación.

Quisiera añadir que la Iglesia puede colaborar en la formación de la opinión pública, de modo que los países en vías de desarrollo y más aún los países avanzados sean capaces de asumir los sacrificios que exige la solidaridad y que trabajen juntos de manera constructiva, utilizando los recursos puestos a su disposición.

Al expresarles la esperanza de que la presente sesión puede favorecer el cumplimiento del programa de trabajo de la FAO para los dos próximos años, invoco para sus trabajos la luz y el entusiasmo que proceden del Dios Todopoderoso, en el que “vivimos y nos movemos y existimos” (
Ac 17,28).








A LOS OBISPOS DE PANAMÁ


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 17 de noviembre de 1983



103 Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Llegados a Roma para cumplir el deber de la visita ad limina y reunidos en torno al Sucesor de Pedro, vosotros, Obispos de la Iglesia de Dios en Panamá que hacéis aquí presentes a vuestras respectivas comunidades eclesiales, vivís ahora conmigo un momento singular de esa realidad de fe que nos une a todos profundamente: el misterio de la Santa Iglesia, visible y espiritual a la vez, que se construye como sacramento de salvación para cuantos se adhieren a Cristo.

Por ello, al acogeros con fraterna cordialidad, en el espíritu de íntima comunión que vincula entre sí al “ Pastor de todos los fieles ” y “a quienes se ha confiado el cuidado de una Iglesia particular... bajo la autoridad del Romano Pontífice”, acojo también con sincero afecto a todos aquellos miembros de las circunscripciones eclesiales que guiáis “ como pastores propios, ordinarios e inmediatos de ellas ”.

Al regresar a vuestras diócesis, os ruego llevéis a los Sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas, colaboradores laicos y fieles todos mi saludo y mi aliento a perseverar en la fidelidad a su vocación cristiana; asegurándoles también mi recuerdo en la plegaria por ellos, por sus necesidades y trabajos apostólicos.

2. Al extender ahora mi mirada sobre la realidad eclesial en vuestro País, vienen ante todo a mi mente diversos logros que abren el corazón a la esperanza.

Después del Concilio Vaticano II y de las Conferencias de Medellín y Puebla, va insinuándose una etapa con aspectos nuevos en la vida de la Iglesia en Panamá. Las dos Asambleas Arquidiocesanas celebradas hace algunos años y la Asamblea Nacional Pastoral, son signos de vitalidad interior.

Así, mediante la reflexión y el diálogo, las fuerzas vivas eclesiales, a la luz de los documentos del Magisterio, han ido reconociendo los puntos positivos y detectando las necesidades o deficiencias de una Iglesia que se proyecta esperanzada hacia el futuro.

En esa línea quiso moverse la celebración del IV Congreso Eucarístico Bolivariano que se tuvo en Panamá el año pasado, con su entorno de misiones populares predicadas en toda la Nación.

Y no puedo menos de mencionar la Carta pastoral que publicasteis en febrero del año en curso, en la que recogíais las opciones pastorales que habían de orientar la marcha de la Iglesia en campos de interés general.

A ese esfuerzo eclesial quise dar mi propia aportación con el viaje apostólico que realicé, en el mes de marzo último, a las Naciones de América Central y más concretamente a vuestra Patria. De él y de la cordial acogida que se me dispensó, conservo gratísimos recuerdos, sobre todo de los encuentros con las familias cristianas y con las gentes del mundo rural.

Si he querido mencionar esas varias etapas de vuestra vida eclesial, es para alentar vuestras realizaciones y esperanzas, así como para animaros a un espíritu de estrecha colaboración en vuestros intentos ministeriales. De esa íntima comunión y fraterno intercambio brotarán, en efecto, muchos frutos de coordinación pastoral a escala nacional, con beneficio para cada una de vuestras circunscripciones eclesiales y para la tarea apostólica en su conjunto.

104 3. Hablando de los proyectos de formación cristiana para vuestros fieles, es obligado hacer referencia a los agentes de la pastoral que han de llevarlos a cabo o han de animar su ejecución.

Y en este sentido no puede dejar indiferentes el hecho de que de los 276 sacerdotes y religiosos que trabajan actualmente en Panamá, más de las dos terceras partes sean extranjeros; o que entre las 514 religiosas, sólo 65 sean panameñas. Ello comporta un deber de gratitud hacia las personas, diócesis y congregaciones religiosas de otros países que generosamente os prestan su colaboración. Así lo hacéis vosotros, ya que —como escribíais en vuestra Carta pastoral del pasado mes de febrero— “lo que somos como Iglesia, en gran parte lo debemos a ellos”.

Sin embargo, esa situación debe impulsar a un esfuerzo redoblado y unánime, en el que participen todas las fuerzas de la Iglesia, para tratar de aumentar las vocaciones nativas a la vida sacerdotal y religiosa. No poco podrá contribuir en ese terreno la elaboración de oportunos planes diocesanos de acción. Así como será de desear una labor paciente y bien preparada que coordine debidamente y busque la conveniente armonía entre las diversas fuerzas de la Iglesia, para que no se debiliten con la dispersión en la labor apostólica.

Una meta importante a perseguir es la de crear una tradición de clero diocesano propio, para la cual habrá que buscar la sólida formación de esos sacerdotes, a fin de que respondan a las exigencias del momento. Esto llevará consigo una labor que continúe después de la ordenación, para ofrecerles válidas ayudas en campo espiritual e intelectual, juntamente con los recursos necesarios para afrontar una sana acción pastoral. Sin olvidar tampoco, en cuanto sea posible, otras medidas con las que se atienda adecuadamente a sus necesidades de tipo asistencial o de seguridad social.

Será también empeño vuestro orientar a vuestros sacerdotes en la tarea eclesial que a ellos incumbe, manteniéndolos fuera de comportamientos dudosos en actividades políticas concretas que deben quedar para los laicos, debidamente formados en su conciencia cristiana.

4. Un campo que recomiendo a vuestro particular cuidado es el de los seminarios. Me alegra saber que el número de alumnos va en aumento, tanto en el Seminario mayor de San José, como en el Seminario Menor de San Liborio, a los que hay que añadir el Seminario de Cristo Sembrador para campesinos.

El hecho de que esos centros adquieran en la práctica una dimensión superdiocesana, os impone un interés común y colaboración, para lograr la mejor formación de los futuros sacerdotes. Esto deberá aplicarse ante todo a la selección de equipos de buenos formadores, que sigan las directrices emanadas de la Santa Sede a través de la Sagrada Congregación para la Educación Católica. Lo cual implica, entre otras cosas, la pronta disponibilidad de la “ ratio fundamentalis ” que oriente en los diversos aspectos de la formación sacerdotal.

Por lo que se refiere a la actividad a desplegar en dicho campo, habrá que tener en cuenta algunos principios fundamentales: aplicar los criterios de selección vocacional señalados por la Santa Sede, sin concesiones indebidas a la urgencia o necesidad que pueden crear problemas futuros; tratar de suscitar vocaciones en todos los niveles sociales, cuidando particularmente el ambiente de la escuela y de la familia; buscar una formación esmerada del clero local, para que esté a la altura que reclama el momento presente de la Iglesia.

5. Otro punto que quiero proponer a vuestra particular atención es el de la pastoral universitaria. Sé bien que sois sensibles a la gran importancia que tiene este sector de la actividad eclesial y por ello hace ya más de dos decenios que se inició una pastoral organizada en los medios universitarios de Panamá.

Sin embargo, en las circunstancias actuales es necesario que vosotros, Pastores responsables de la comunidad cristiana, toméis en forma colegiada la iniciativa en cuanto se refiere a este trascendental sector de la pastoral, a fin de lograr una dinámica presencia de la inspiración católica en el área de la enseñanza superior.

Para ello habéis de estudiar las formas de revitalización de la acción pastoral, dando el mayor impulso que sea posible a las capellanías universitarias, a través de equipos especializados en ese tipo de apostolado.

105 No son pocas las dificultades que se interponen en ese camino, debido a la complejidad de las circunstancias. Pero la vista del enorme potencial espiritual y humano que representan para la Iglesia y para la sociedad, esos miles de alumnos que tendrán en sus manos el futuro, debe alentar a una acción entusiasta y esperanzada. Esta deberá atender a la enseñanza de las verdades religiosas y éticas, al contacto con alumnos y profesores, a la promoción de los verdaderos valores humanos que son patrimonio común de toda recta conciencia y a otras actividades de presencia cristiana entre los estudiantes.

Es evidente que para ello hay que seleccionar cuidadosamente a los que han de asegurar esa presencia eclesial en el mundo universitario, encomendando tal misión a personas de reconocida competencia, de orientación doctrinal segura y fieles a las directrices de la Jerarquía.

Paralelamente a cuanto dicho antes, habéis de seguir prestando diligente atención a la educación católica en los niveles inferiores, en los que, gracias a la ayuda de buenos colaboradores y de asociaciones bien coordinadas, habéis logrado una vitalidad que ha ido dando sus frutos.

6. El tema de la familia es otro punto que frecuentemente atrae vuestra solicitud de Pastores, justamente preocupados por los fenómenos de desintegración que observáis en ese importantísimo campo y que hacen sentir sus nocivos efectos en la sociedad panameña.

Por desgracia, la aplicación sistemática de planes concebidos y financiados desde el exterior, y que van desde los anticonceptivos o la esterilización hasta los intentos de legalizar el aborto, inciden negativamente sobre la salud del núcleo familiar.

Por ello, quiero alentar cordialmente vuestros esfuerzos e iniciativas en favor de la familia, a la que habéis dedicado una de las opciones preferenciales en vuestra Carta colectiva de febrero del presente año. En esa línea se movían también las orientaciones que di durante mi visita a vuestro propio País, en el encuentro que tuve con las familias cristianas.

7. Queridos Hermanos: Me detendría sobre otros temas que ocupan vuestra solicitud y amor por la Iglesia, pero hemos de concluir este encuentro.

Sin embargo, no puedo menos de renovaros mi profunda estima fraterna, a la vez que agradezco en nombre de Cristo vuestros sacrificios y dedicación generosa a la Iglesia.

A los pies de Santa María, la Madre común, pongo todas vuestras intenciones personales y ministeriales. Que Ella os aliente, sostenga y consuele en vuestra entrega a la causa de la Iglesia. Y como prueba de benevolencia, imparto a vosotros y a cada uno de los miembros de vuestras Iglesias particulares, mi afectuosa Bendición.








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