Discursos 1983 105


A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS DEL PONTIFICIO


COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO DE ROMA


Lunes 21 de noviembre de 1983

Amadísimos hermanos:

106 En la fiesta de la Presentación de María santísima, vosotros, superiores y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma, habéis querido acompañarme en la celebración de la Santa Misa, en recuerdo de la visita que realicé a vuestra casa al comienzo del año pasado.

Este nuevo encuentro con vosotros, que procedéis de varios países de América Latina, es una ocasión más para recordar a todos vuestros hermanos sacerdotes, a las comunidades religiosas y pueblo fiel de esas Iglesias locales que he tenido la satisfacción de visitar y de las otras que espero poder hacerlo algún día.

La fiesta mariana de hoy nos acerca a cada una de vuestras naciones que están todas consagradas a la Virgen María bajo diversas advocaciones; y al mismo tiempo nos hace profundizar en el ejemplo de su vida totalmente entregada al Señor, ejemplo que vosotros estáis llamados a seguir con una respuesta total y generosa realizada en el sacerdocio ministerial.

Este tiempo de estancia en Roma, en el que principalmente os dedicáis al estudio de las ciencias sagradas y humanas, no debe constituir una interrupción de vuestro ejercicio pastoral, sino que os debe dar una mayor preparación y disponibilidad al volver a vuestras respectivas comunidades eclesiales que os esperan, y a las que vosotros tenéis que sentir y ayudar con total generosidad –como nos recordará el fragmento evangélico de esta eucaristía– ya que son hermanos y hermanas del Señor todos los que cumplen la voluntad del Padre celestial.








A LOS OBISPOS DE PUERTO RICO


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 24 de noviembre de1983

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. A través de vuestras Relaciones quinquenales y de los coloquios que he tenido con cada uno de vosotros he podido familiarizarme con los problemas que habéis de afrontar en el desempeño de la grave función de Pastores de vuestras Iglesias locales. He sentido también la satisfacción de saber que, a pesar de las dificultades provenientes de la falta de personal y de medios materiales suficientes, habéis logrado, con la ayuda de Dios, frutos apreciables de santificación en bien de las almas que se os han encomendado.

A los casi cinco siglos de haberse iniciado la evangelización de vuestra isla, con profundo gozo recibo colectivamente a los sucesores del primer obispo llegado a tierra americana, don Alonso Manso. La ininterrumpida labor evangelizadora comenzada por aquel ilustre Prelado está hoy confiada a vosotros, hijos todos de Puerto Rico. Y me satisface saber que el mismo espíritu de hombre de Iglesia del primer obispo, se ha mantenido vivo en vosotros, puestos por el Espíritu Santo para regir esa Iglesia a mí tan querida.

En este encuentro fraterno, deseo señalaros algunos temas que considero más importantes y merecedores de una especial reflexión.

2. El primero de ellos se refiere a la familia. El Sínodo dedicado a ese tema y mi Exhortación Apostólica Familiaris Consortio no pasaron inadvertidos en Puerto Rico; y el interés mostrado hacia dicho documento por vosotros y por vuestros colaboradores, concretizado en predicaciones, cursos de estudio, retiros, encuentros y otras iniciativas dirigidas a fortalecer la institución familiar, producirá sin duda óptimos frutos que ahora no es posible determinar.

Deseo pediros que comuniquéis a vuestros colaboradores: sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos de uno y otro sexo y seglares comprometidos, mi gozo de Pastor de toda la Iglesia ante esa generosa acogida del Magisterio pontificio.

107 Soy consciente de que las fuerzas privadas y públicas que militan, dentro de Puerto Rico, en contra de la familia son poderosas y altamente destructivas. Vuestros predecesores y vosotros mismos habéis tenido que afrontar por más de 80 años la realidad del matrimonio civil y del divorcio vincular, con el inevitable desarrollo de una mentalidad divorcista. En vuestra isla se ha venido promoviendo el control de la natalidad mediante el uso de medios inmorales, que han incluido la esterilización directa, por cerca de 50 años. El aborto legalizado es una realidad desde hace poco más de 10 años.

Sin embargo, las enseñanzas del Magisterio eclesiástico nunca han sido diluidas ni deformadas para acomodar la moral a la llamada “ mentalidad del hombre moderno ”, como lo demuestran los documentos emanados de vuestra Conferencia Episcopal y de los obispos individuales.

Os exhorto, pues, a que continuéis impartiendo, sin ambages ni disimulaciones, la enseñanza de la Iglesia acerca de la familia, núcleo de particular importancia para la sociedad civil y eclesial. A este respecto, no dejéis de enseñar en toda su riqueza y extensión las enseñanzas de mi predecesor Pablo VI, contenidas en la Encíclica Humanae Vitae.

Animad a los sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos, religiosas y laicos con especiales cualidades y espíritu de compromiso, para que os ayuden a crear un ambiente de profundo respeto y aprecio por la santidad de la familia.

3. Las vocaciones merecen también una especial atención. He podido observar con gozo un progreso en este campo, que se refleja en el aumento de alumnos en vuestros seminarios diocesanos y en las casas de formación religiosa, al igual que en los aspirantes a otras modalidades de vida consagrada.

No es superfluo recordar que el sacerdocio ministerial es indispensable para la vida de la Iglesia y que la vida consagrada ha sido, es y será un enriquecimiento irrenunciable para la vitalidad de la misma, con toda su extensa gama de carismas.

Sé que vosotros mostráis especial cuidado por el fomento de las vocaciones sacerdotales, diaconales y para la vida consagrada. No puedo menos tampoco de manifestar viva complacencia por los diálogos y encuentros que vuestra Conferencia ha instituido con los religiosos, para estudiar conjuntamente documentos de interés común, como el Mutuae Relationes.

Os exhorto a continuar esos diálogos y encuentros, a fin de alcanzar una colaboración generosa y sobrenaturalmente motivada, que encauce toda esa riqueza de carismas a la edificación del Pueblo de Dios.

Sé también que cada uno de vosotros ha tratado de liberar, aunque sea parcialmente, un sacerdote que promueva las vocaciones en vuestras diócesis. Alabo y bendigo esta importante labor. Ello no obstante, deberéis inculcar en vuestro clero la idea de que los sacerdotes que regentan las parroquias deben ser los promotores más eficaces de las vocaciones; por el frecuente contacto que tienen con los jóvenes y porque estos ven concretizado el ideal sacerdotal en los presbíteros con los que se encuentran en sus propias parroquias.

4. La formación permanente del clero y su vida de oración es otro punto sobre el que deseo entretenerme brevemente con vosotros. Porque los sacerdotes están llamados a un constante ejercicio del ministerio de la Palabra y de la administración de los Sacramentos, a dar razón de su fe y de su esperanza, y a dirigir las almas para llevarlas por caminos seguros de santificación. En efecto, los sacerdotes más fieles han puesto siempre mucho empeño en el estudio de las ciencias eclesiásticas y en la adquisición de ese cúmulo de conocimientos que capacitan para penetrar en las profundidades del alma humana.

La explosión del conocimiento de que somos testigos en nuestros días puede afectar adversamente a los sacerdotes, al llevarles a pensar que, o una formación cultural alta no está a su alcance, o que hay que dejar el pastoreo para dedicarse al estudio.

108 La solución está en un justo medio y en una elección de prioridades. En fin de cuentas se espera del sacerdote que sea, ante todo, maestro de la fe. Es en ese campo donde los fieles esperan especial competencia profesional de sus sacerdotes, y es en ese campo donde el sacerdote está llamado a poseerla.

Os exhorto, por ello, a que proveáis los medios necesarios, para que vuestros sacerdotes profundicen en su conocimiento de la Palabra de Dios y adquieran ese adecuado bagaje de ciencia no sagrada que les permita ser fieles transmisores del mensaje salvífico y seguros directores espirituales. A su vez, vuestro clero deberá responder con prontitud y diligencia, haciendo uso de los medios que pongáis a su alcance, no por mero deseo de ostentar ciencia, sino como una necesidad vital de su sacerdocio.

Las conferencias periódicas del clero han sido siempre un medio poderoso para mantener al día a los sacerdotes en los conocimientos necesarios para el digno y eficaz ejercicio de su acción pastoral y para alcanzar unidad de doctrina y disciplina en la Iglesia local, bajo la presidencia del Obispo diocesano. Nada indica que en el tiempo presente ese medio haya perdido su actualidad y eficacia.

Además, el sacerdote debe ser hombre de oración. Su bautismo lo requiere, lo exige su ministerio, lo esperan los fieles, que sostienen a sus sacerdotes para que oren por ellos. Soy consciente de que las grandes demandas que se hacen al tiempo y a las fuerzas del sacerdote constituyen una terrible tentación —en la que han caído muchos, por desgracia— de abandonar la oración en favor de ministerios de secundaria importancia o de un activismo estéril.

Animad, pues, a vuestros sacerdotes a crecer en su vida de oración, asegurándoles que con ello no sólo no disminuirá su efectividad pastoral, sino que, por el contrario, hará su ministerio más fecundo.

5. Las escuelas católicas son otro campo importante en vuestra solicitud pastoral. Con grandes esfuerzos y contando sólo con las aportaciones económicas de los padres de familia, habéis mantenido centros educativos católicos de nivel primario, secundario y universitario. Si bien son pocos en relación con los que dirige el Estado, constituyen un lugar privilegiado de integración de la fe con los conocimientos humanos.

En las normas del nuevo Código de Derecho Canónico encontraréis un apoyo a vuestro empeño en favor de las escuelas católicas, no solamente para continuar operando y mejorando las ya existentes, sino también para abrirlas, en la medida de lo posible, donde no las hay. Igualmente, para que vuestros colaboradores en ese campo, y también los padres de familia conozcan la verdadera posición de la Iglesia con respecto al valor singular de esos centros docentes en la vida de la Iglesia.

Ruego a Dios que vuestros sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos, religiosas y laicos profesionalmente competentes, muestren la necesaria disponibilidad y fidelidad sin reservas al Magisterio, para que vuestros centros, y aquellos a los que reconozcáis como católicos, sean, además de lugares de formación, los verdaderos medios de integración moral y evangélica que contempla la Iglesia.

El espíritu de catolicidad genuina que anima a vuestra Universidad Católica es motivo de gozo para el Papa. Sé que ello ha sido y es el resultado de una búsqueda institucional sincera, continuada a través de los años, dirigida a conocer las orientaciones pontificias expresadas en las directrices del competente Organismo de gobierno, y de una voluntad verdadera de acatarla.

Aprovecho esta coyuntura para animaros a continuar mejorándola y haciéndola un instrumento aún más eficaz de evangelización en el mundo profesional e intelectual, sin descuidar el proceso nunca interrumpido de evangelización interna, sin la cual no es posible lograr la primera.

Entre los logros de vuestra Universidad hay dos que considero merecedores de especial mención y que están en plena consonancia con su carácter de católica. Me refiero al diálogo interdisciplinar tantas veces recomendado y que allí es una realidad, y al Instituto de Doctrina Social de la Iglesia.

109 6. ¡Queridos Hermanos! Al regresar a vuestras diócesis encontraréis los mismos problemas que agobian a todo Pastor que es verdaderamente tal. Conozco las dificultades que tenéis que vencer cada día para cumplir cabalmente con vuestro triple oficio de predicar, santificar y gobernar. Sabed, por ello, que el Papa os tiene muy presentes en sus oraciones y sabe que no le faltan las vuestras.

Al encomendaros a la intercesión maternal de Nuestra Señora de la Divina Providencia, por vuestro medio quiero hacer llegar a vuestros sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos, religiosas y laicos colaboradores, al igual que a todas las almas confiadas a vuestro pastoreo espiritual, mi cordial recuerdo y saludo, acompañado de una especial Bendición.







                                                                                  Diciembre de 1983


A LOS OBISPOS DE MÉXICO


EN VISTA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 2 de diciembre de 1983



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Al acogeros en el Año Santo de la Redención en esta visita “ ad limina ”, quiero saludaros con las palabras del Apóstol San Pablo: “ La gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo que se entregó por nuestros pecados ”.

Es el saludo que de corazón extiendo a todos los cristianos de vuestras diócesis de origen y al querido e inolvidable pueblo de México, ya que esta visita es la expresión de una intensa comunión de vuestras Iglesias particulares con la Sede de Pedro, un intercambio de informaciones y vivencias a las que quiero responder también con el afecto cordial que nace de la solicitud por todas las Iglesias.

2. He tenido ya la oportunidad de proponer a la atención de otros Pastores de la Iglesia en México algunos temas doctrinales y pastorales que merecen estudio atento y solícita actuación.

En esta ocasión, al finalizar los encuentros conjuntos con los Obispos mexicanos, quiero proponer a vuestra consideración algunas reflexiones que tienen una estrecha relación con el ministerio pastoral de los sacerdotes y con la formación de los candidatos al sacerdocio. No es de extrañar que fije mi atención en este tema; lo exige la vida de la Iglesia y lo pide también la coyuntura vocacional de vuestras diócesis, que reclama de vosotros un cuidado especial por aquellos que el Señor os asocia como colaboradores de orden episcopal: los sacerdotes.

3. Es muy alentador saber que en la Iglesia en México se comprueba un aumento de vocaciones sacerdotales. Con profunda alegría y esperanza bastantes Obispos ven cómo en los seminarios se va superando una crisis que había llegado a ser preocupante.

A esto se añade la constatación de que los jóvenes con aspiración al sacerdocio se presentan hoy, no sólo con mayor generosidad para el servicio, sino también con mayor madurez por la conciencia de la vocación que experimentan, con resultados positivos de una mayor perseverancia. Ello suscita asimismo una mayor responsabilidad y cuidado en la selección de los formadores y en la orientación global de la formación sacerdotal en todos sus campos, tal como claramente ha expresado el Decreto del Concilio Vaticano II Optatam Totius.

110 Quisiera recordaros cómo el Concilio presenta la formación espiritual de los futuros sacerdotes, focalizando todo en lo que podríamos llamar el proyecto pedagógico de la Iglesia para los futuros ministros del altar: la persona de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, para unirse con El como amigos, para entrar en comunión con su misterio pascual del que tienen que ser anunciadores, viviendo en íntima unión con El, ya que tienen que ser configurados a Cristo por medio de la ordenación sacerdotal.

4. Por eso, la formación de los futuros sacerdotes debe modelarse según la misma pedagogía con la que el Señor quiso atraer y educar a sus discípulos.

Se trata de llevar personalmente a cada uno de los seminaristas a esa “ convivencia ” y “ discipulado ” con el Maestro que permite hacer una experiencia semejante a la de los Apóstoles: escuchar sus palabras de vida eterna, sentirse suavemente atraídos por la fascinación humano-divina de su persona; entrar decididamente en su seguimiento, quedar interiormente sellados por el encuentro con Alguien del que ya no se puede prescindir más en la vida.

La oración personal, en la que se escucha la palabra de vida y se confronta con la existencia cotidiana ¿no es en realidad una forma de convivencia con el Maestro y una escuela de todos los que quieren ser discípulos auténticos de Jesús? Una oración que sea comunión con el Señor y se traduzca en un compromiso de fidelidad evangélica, de opción radical por Cristo y por su causa que es el Evangelio, hará de los futuros sacerdotes discípulos de la Palabra vivida, según la exhortación de Jesús: “ Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando ”.

5. La oración asidua, que es central en la vida del sacerdote, debe ser como el crisol de la formación espiritual. No podemos olvidar que Cristo mismo hizo de la plegaria –desde su entrada en el mundo hasta su muerte en la cruz – el secreto de su comunión con el Padre y de su misión en favor de los hombres; a ella dedicaba momentos significativos de su jornada apostólica.

Podemos afirmar que Jesús ha vivido su misterio pascual de forma consciente y en plena adhesión a la voluntad del Padre por medio de su oración. Y así también el sacerdote, educado desde los años del Seminario, debe vivir como Cristo y con El misterio de su propia vocación y misión desde la experiencia de la plegaria, que es familiaridad y comunión de vida con Cristo, Señor y Maestro.

En la misma línea de lo que hemos llamado el proyecto educativo de Cristo para sus discípulos, cabe insistir en la creación de un ambiente de comunidad sencilla y acogedora en el Seminario, donde la presencia del Señor, que está presente en medio de sus discípulos, se traduzca en una experiencia de amor mutuo, de ayuda recíproca, de comunión sincera, que prepare a los futuros sacerdotes a esa “ fraternidad sacerdotal ” que es tan importante para mantener vivo el fervor de la vida espiritual y el estímulo de la misión apostólica.

Los sacerdotes que se formen en esta escuela del Maestro podrán ser a su vez los animadores de la oración que vuestro pueblo reclama y los promotores de comunión que la Iglesia necesita.

6. En el reciente Sínodo de los Obispos, se ha hablado del Sacramento de la Penitencia. Y, en efecto, una de las preocupaciones de los Padres sinodales, que es también el clamor del Pueblo de Dios, es la de formar a todos los sacerdotes –especialmente a los que ahora se acercan al sacerdocio– al aprecio de la belleza, urgencia y dignidad de este sacramento. No podemos olvidar que Cristo mismo ha conferido a sus discípulos el ministerio del perdón y que Pablo, sintiéndose investido de su gracia para el apostolado, reconoce: “Dios... por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación”.

Inculcad, pues, en vuestros sacerdotes, precediéndolos con vuestro ejemplo, la importancia de este ministerio que Cristo y la Iglesia han confiado exclusivamente a los presbíteros para bien de todos los fieles. Estos tienen el derecho de ser acogidos en la gracia del sacramento, para que puedan recibir luz y consuelo, orientación y estímulo, perdón y gracia, cuando se acercan al ministro de la reconciliación.

7. En el ejercicio de este ministerio sagrado, el sacerdote se identifica con Cristo Buen Pastor, actúa in persona Christi y con la fuerza del Espíritu Santo representa a la Iglesia, que acoge al pecador y lo reconcilia.

111 Toda esta realidad santificadora del sacramento, aunque tenga como destinatario al penitente, es también fuente de santificación para el confesor, ejercicio de caridad pastoral que requiere preparación espiritual, actitud orante en el mismo desempeño del ministerio de las confesiones, para pedir luz de lo alto y favorecer en el penitente el sentido de una verdadera conversión.

Por otra parte, los miembros del Pueblo de Dios, con instinto sobrenatural saben reconocer en sus sacerdotes a Cristo mismo que los recibe y los perdona, y agradecen de corazón la capacidad de acogida, la palabra de luz y consuelo con que acompañan la absolución de sus pecados.

8. El abuso de las absoluciones colectivas contra las prescripciones de la Iglesia, fijadas claramente en el nuevo Código de Derecho Canónico, es en realidad un atentado contra la verdadera dignidad del sacramento de la Penitencia; el ejercicio fiel del ministerio de las confesiones de cada uno de los cristianos, pone de relieve la atención amorosa de Cristo por cada uno de los hombres, su amor personal por cada bautizado, la capacidad de reconocer en cada uno la imagen de Dios, el drama personal e intransferible, para el que no pueden servir consejos generales y directrices anónimas.

El mismo sentido personal y secreto del pecado ¿no está pidiendo como consecuencia esa forma secreta y discreta, adecuada y personalizada de la confesión individual?

En el ejercicio del ministerio de la confesión, el sacerdote que ofrece su disponibilidad y su tiempo para cada uno de los fieles que requieren su servicio, es el testigo visible de la dignidad de cada uno de los bautizados; los más pobres —como son muchos de vuestros diocesanos— para los que nadie tiene tiempo en nuestra sociedad inquieta y apresurada, podrán dar testimonio —si son acogidos con amor y respeto por los sacerdotes en el sacramento de la Penitencia— de que la Iglesia acoge a todos, a todos respeta y escucha, con ese amor personal que traduce el cuidado y afecto de Cristo por cada uno de los hombres, que El ha redimido con su sangre.

9. Al ofreceros estas orientaciones pastorales, mi plegaria se dirige a la Virgen, nuestra Señora de Guadalupe, en la que cada mexicano y todo el pueblo de México tienen el signo eficaz de su esperanza en medio de las dificultades que atraviesa el país y de una reconciliación de todos sus hijos.

Estad seguros de que os acompaña siempre en vuestro trabajo mi afecto y recuerdo, junto con mi oración por todas vuestras diócesis, sobre las que imploro abundantes gracias del cielo, con mi Bendición Apostólica.










AL NUEVO EMBAJADOR DE HONDURAS


ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 16 de diciembre de 1983



Señor Embajador:

Al recibir las cartas credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Honduras ante la Santa Sede, quiero dar a Vuestra Excelencia mi más cordial bienvenida, a la vez que formulo los mejores votos por el feliz cumplimiento de la misión que hoy inicia.

Le agradezco, Señor Embajador, las nobles expresiones manifestadas, así como el deferente saludo transmitido de parte del Señor Presidente de la República, unido también al sincero afecto de los amadísimos hijos hondureños con los cuales he podido encontrarme en la tan recordada Visita pastoral a América Central.

112 Vuestra Excelencia se ha referido a los propósitos de su Gobierno en favor del mantenimiento de una paz estable basada en la justicia, ante la delicada situación que amenaza constantemente la misma paz en el área centroamericana, y que puede repercutir también en su País.

Esta Sede Apostólica no es menos sensible frente a tal situación por la que tantas veces ha manifestado y sigue manifestando una solícita preocupación. Por eso la Iglesia, desde el Sucesor de Pedro hasta cada uno de los Obispos que presiden las comunidades diocesanas, no cesa de proclamar la urgencia del mensaje de la paz.

Porque teniendo en cuenta que el designio de Dios sobre la humanidad es la formación de una sociedad fraterna y justa, no es posible pensar en una paz de Cristo, que no es como la del mundo, sin pensar en una paz social; ni es posible para la Iglesia proclamar una conversión del hombre que no se refleje en la vida concreta, social, política, económica y cultural, corrigiendo, por tanto, y superando las causas de la injusticia.

Para el cristiano, la paz en la tierra es siempre un desafío, a causa de la presencia del pecado en el corazón del hombre. Movido por su fe y esperanza, el cristiano ha de dedicarse a promover una sociedad más justa; debe luchar contra el hambre, la miseria y la enfermedad; y ha de preocuparse de la suerte de los emigrantes, prisioneros y marginados.

A este respecto, el Episcopado hondureño ve con no poca aprensión una serie de causas que pueden ser factores de desestabilización y contrarias a la causa de la paz tan ardientemente anhelada. Con esfuerzo no indiferente, dada su escasez de medios humanos y materiales, la Iglesia en Honduras trabaja por la promoción de la persona, especialmente saliendo en defensa de minorías étnicas y sociales que corren el peligro de ser olvidadas o anuladas ante intereses que no siempre respetan los derechos del individuo y de su cultura. Siente asimismo la repercusión del difícil problema del desempleo, agravado a veces por discriminaciones abusivas, así como la inseguridad de amplios sectores laborales en momentos de no fácil ni clara conyuntura económica para las empresas.

En el ejercicio de su misión, la Iglesia persigue fines que son también humanitarios y que no están en contradicción con las exigencias del bien común en cada sociedad. Ella se encarna en la realidad de los pueblos: en su cultura, en su historia, en el ritmo de su desarrollo. Vive en honda solidaridad los dolores de sus hijos, compartiendo sus dificultades y asumiendo sus legítimas aspiraciones. En tales situaciones anuncia el mensaje de salvación, que no conoce fronteras ni discriminaciones.

Incluso para evitar posibles divisiones internas en un País, la Iglesia alienta a los dirigentes públicos para que, en la formación de una sociedad política, tomen como objetivos prioritarios la instauración de la justicia, la promoción de los sectores más débiles y la participación de todos en el desarrollo de la vida social, imperativos éstos imprescindibles para la paz interna. En efecto, en la medida en que los dirigentes de una nación se dedican a construir una sociedad plenamente justa, contribuyen a la instauración de una paz auténtica sólida y duradera.

Señor Embajador: al pedir al Altísimo, dador de todo bien, que haga fructificar estos propósitos, para que sean fuente de concordia y bienestar social, invoco también la intercesión de la Virgen de Suyapa sobre el querido pueblo hondureño, sobre sus gobernantes y de manera especial sobre Vuestra Excelencia y familia, deseándole acierto en el cumplimiento de su alta y noble misión.






AL SEÑOR JOSÉ ALEJANDRO DEUTSCHMANN MIRÓN


NUEVO EMBAJADOR DE GUATEMALA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 17 de diciembre de 1983



Señor Embajador:

Las palabras que Vuestra Excelencia me ha dirigido al presentar las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Guatemala ante la Santa Sede, me han sido particularmente gratas, porque me hacen recordar el caluroso afecto de todos los amadísimos hijos de esa noble Nación, encontrados en la inolvidable visita pastoral a América Central.

113 Al agradecerle, Señor Embajador, la expresión de estos sentimientos, así como el deferente saludo que me ha transmitido de la República de Guatemala, le doy mi cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi benevolencia en el desarrollo de la alta misión que le ha sido confiada, al suceder al recordado Embajador Don Luis Valladares y Aycinena (q. e. p. d.).

Vuestra Excelencia se ha referido a los esfuerzos realizados por el Gobierno de su país para retornar a las instituciones democráticas, que sean reflejo de una paz duradera, indispensable para el buen desarrollo de la sociedad guatemalteca. Esta Sede Apostólica sigue siempre muy de cerca los avatares de toda la familia humana, movida por su solicitud por el bien y la promoción de cada persona.

Por esto también en mi visita pastoral a Guatemala he querido estar cerca de cada grupo social y étnico, y transmitirles el mensaje de salvación que es, a la vez, signo de esperanza y de leal convivencia ya en esta vida. Esa es igualmente la labor pastoral del Episcopado guatemalteco, inspirado en la doctrina social católica, sobre todo en el Concilio Vaticano II y en los documentos pontificios.

A este propósito es significativa la preocupación de los Padres conciliares, reflejada en la Constitución Gaudium et Spes, que, al reflexionar sobre la comunidad política, advierten las profundas transformaciones que se verifican en las estructuras y en las instituciones de los pueblos. De estas mismas transformaciones se derivan derechos y deberes de todos en el ejercicio de la libertad política y en el logro del bien común.

Por ello son tan precisas las palabras del mismo Concilio: “Con el desarrollo cultural, económico y social se consolida en la mayoría el deseo de participar más plenamente en la ordenación de la comunidad política. En la conciencia de muchos se intensifica el afán por respetar los derechos de las minorías, sin descuidar los deberes de éstas para con la comunidad política; además crece por días el respeto hacia los hombres que profesan opinión o religión distintas; al mismo tiempo se establece una mayor colaboración a fin de que todos los ciudadanos, y no solamente algunos privilegiados, puedan hacer uso efectivo de los derechos personales”.

Para que este anhelo del Concilio pueda ser una feliz realidad en cada comunidad política, es necesario fomentar el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común. Y para que la legítima pluralidad de pareceres ante las posibles opciones políticas tenga sus cauces de expresión y realización, “es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común... obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno”.

Para salir al paso de cualquier extremismo y consolidar una paz auténtica, nada mejor que devolver su dignidad a quienes sufren la injusticia, la marginación o la miseria. Por ello la Iglesia en Guatemala desea poder seguir defendiendo y promocionando a los hombres y culturas de cada grupo étnico, porque la obra evangelizadora se encarna en sus valores, los consolida y fortalece.

Y para que esa misión evangelizadora continúe en su deseado desarrollo, la Santa Sede espera vivamente que pueda llegarse pronto a la normalización en el gobierno de las circunscripciones eclesiales ahora privadas de sus Pastores, cuya obra e intentos no serán otros que los de trabajar por el Reino de Dios, favoreciendo con ello el bien del hombre y de la misma sociedad guatemalteca.

Señor Embajador: Pidiendo al Dador de todo bien que haga fructificar todos estos proyectos para que sean fuente de incesante concordia y bienestar social, invoco también el favor del Altísimo sobre el querido pueblo guatemalteco, sobre sus gobernantes y sobre Vuestra Excelencia y familia, deseándole acierto en el cumplimiento de su alta y noble misión.








AL SEÑOR JORGE SALVADOR LARA


NUEVO EMBAJADOR DE ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 19 de diciembre de 1983



Señor Embajador:

114 Sea bienvenido a este acto con el que, al presentar hoy las Cartas Credenciales, comienza su misión como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Ecuador ante la Santa Sede.

Le agradezco ante todo las expresiones de cordial estima dirigidas hacia esta Sede Apostólica, las cuales demuestran la cercanía moral de su noble pueblo que, fiel a su historia, sigue beneficiándose de un patrimonio cultural y espiritual, fruto de la secular presencia evangelizadora de la Iglesia.

Vuestra Excelencia ha hecho mención de algunas constantes que caracterizan y forman parte de la tradición de su País y que son al mismo tiempo un objetivo, búsqueda y defensa para el hoy y el mañana; tales son la Fe, la libertad y la cultura, la promoción del derecho y el anhelo de paz y justicia.

La gran mayoría de los ciudadanos ecuatorianos profesan la fe católica, fruto permanente de la primera evangelización, la cual —como indica el Documento de Puebla— es para la Iglesia su misión fundamental y no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy.

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y renovarla desde dentro, para lo cual es necesario que cada hombre reciba el don de la fe por el bautismo. Pero la Evangelización no se reduce únicamente a predicar el Evangelio, sino a transformar con su fuerza los criterios, las líneas de pensamiento y los modelos de vida de la humanidad, a fin de que estén de acuerdo con la Palabra de Dios y con su designio de salvación.

Por eso la Iglesia siente el deber de anunciar esa salvación y liberación, que están profundamente vinculadas con la promoción humana, “porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos”.

La Iglesia en Ecuador, fiel al mandato de Cristo, quiere seguir realizando su obra evangelizadora, iluminando y orientando a la comunidad de los creyentes en esta hora crucial de la humanidad, para construir un mundo donde imperen el necesario progreso, la paz, la justicia y la libertad; esos valores primarios del hombre y de su dignidad, que Cristo quiere para todos; porque Él mismo, con su encarnación, se ha unido en cierto modo a todo ser humano y “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.

Tampoco la cultura puede separarse de la evangelización, aunque no se identifica con ella, pero sí constituye un elemento indispensable; porque ayuda a la persona al alcanzar un nivel plenamente humano, cuando le sirve para desarrollar sus cualidades espirituales y corporales.

En Ecuador existe una pluralidad de culturas que forman parte de un rico patrimonio. La Iglesia no es indiferente a esta realidad y, continuadora de la labor de los primeros misioneros, aprecia en toda su extensión y favorece esos valores que desea ver promovidos. Así es como la fe cristiana, unida a la característica cultural local, ha calado profundamente y es una fecunda realidad no sólo a lo largo y ancho de Ecuador, sino también en las demás naciones del llamado “Continente de la Esperanza”.

Este hecho ha sido puesto en particular evidencia en las diversas celebraciones tenidas con motivo de la conmemoración del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, figura que tanto ha calado en el corazón de los ecuatorianos y que vio en la Iglesia un fuerte elemento integrador para una América libre y unida.

Señor Embajador: Al formularle mis mejores votos para un feliz desarrollo de la misión hoy iniciada, pido al Altísimo que bendiga al Señor Presidente de la República del Ecuador, a las Autoridades, a todos y cada uno de sus ciudadanos, así como a Vuestra Excelencia, a su familia y seres queridos.











Discursos 1983 105