Audiencias 1984 25

Miércoles 16 de mayo de 1984



1. Quiero hoy —juntamente con vosotros, queridos peregrinos y participantes en esta audiencia— manifestar mi gratitud a la divina Providencia por el servicio apostólico que he tenido la alegría de realizar en algunas Iglesias de Asia y Oceanía: Corea, Papua Nueva Guinea, Islas Salomón y finalmente Tailandia.

2. Dos siglos de fe y de vida de la Iglesia en Corea, he aquí el acontecimiento que nos hace arrodillarnos en adoración a las "grandes obras de Dios" (cf. Ac 2,11), que se han realizado en ese pueblo antiguo que, viviendo entre China y Japón, ha conservado su autonomía, lengua, cultura e identidad nacional.

Ese comienzo de la fe cristiana, que tuvo lugar hace dos siglos precisamente, nos hace reflexionar. Se considera como fecha de este acontecimiento el año 1784, ya que entonces el primer coreano, Yi Sunghun se hizo cristiano y dio comienzo a la primera comunidad cristiana. Era un laico, un hombre culto. La fe cristiana creció como fruto de una reflexión sobre el confucionismo tradicional en Corea, y se plasmó mediante el contacto con la Iglesia que ya existía en China y, particularmente, en Pekín.

Sin embargo, los primeros cristianos coreanos encontraron resistencia por parte de la religiosidad tradicional, lo que se convirtió en fuente de múltiples tormentos, torturas y muerte por martirio de muchos de ellos. Las persecuciones comenzaron pronto y duraron, en lugares diversos y con diversa intensidad, más de cien años. Persecuciones particularmente sangrientas tuvieron lugar en 1801, 1839, 1846, 1866.

Del número global de mártires coreanos, que se calcula en torno a los diez mil, se conoce y está documentado el martirio de ciento tres personas, a las que he tenido la dicha de inscribir a la vez en el catálogo de los Santos en Seúl, el 6 de mayo, III domingo de Pascua. Figura a la cabeza de la lista Andrés Kim Taegon, el primer sacerdote coreano, luego está Pablo Chong Ha-sang, luego vienen los otros, calificados con la denominación común de "compañeros", pero todos ellos conocidos por nombre y apellido. Entre ellos hay sacerdotes y laicos. La persona más anciana contaba 79 años, la más joven 13.

Entre los mártires coreanos hay diez misioneros franceses (de la "Mission Etrangère de Paris), entre los cuales los primeros obispos de la Iglesia en Corea.

Al leer las "Acta martyrum" del siglo XIX en la tierra coreana, nos viene a la mente una estrecha analogía con el "martyrologium romanum". Las "grandes obras de Dios" per martyres se repiten en diversas épocas de la historia y en diversos lugares del mundo.

3. En el arco de dos siglos de existencia la Iglesia en Corea, creciendo sobre la tierra hecha tan profundamente fértil por la sangre de los mártires, se ha desarrollado mucho. Actualmente cuenta con cerca de 1.600.000 fieles. Este desarrollo continúa, sobre todo en estos últimos años. Dan testimonio de ello las numerosas conversiones y bautismos. Casi 100.000 cada año. Da testimonio de ello el gran número de vocaciones sacerdotales y religiosas, tanto masculinas como, sobre todo, femeninas. Da testimonio de ello la profunda conciencia católica de los laicos y su vivo compromiso apostólico.

La estancia de algunos días en Corea me ha permitido verlo de cerca. El tiempo era muy breve para visitar todas las diócesis (son 14), por esto, han resultado para mí mucho más entrañables cada uno de los encuentros en Kwangju (el bautismo y la confirmación), en Taegu (las ordenaciones sacerdotales), en Pusán (encuentro con el mundo del trabajo), la visita al hospital para leprosos en la isla de Sorok, y, especialmente, el encuentro central y la solemnidad jubilar unida a la canonización de los mártires coreanos en la capital, Seúl.

Envío un cordial abrazo de paz a mis hermanos en el Episcopado, con el cardenal Kim a la cabeza.

26 Y vivo juntamente con toda la nación coreana el doloroso hecho de la separación entre Corea del Norte y Corea del Sur. Por desgracia, no podemos establecer contacto alguno con los cristianos de Corea del Norte. Por esto, los encomendamos mucho más a la oración de toda la Iglesia.

4. Quiero dar gracias también a la Santísima Trinidad porque he podido encontrarme, mediante la visita a Papua Nueva Guinea y a las Islas Salomón, en medio de la actividad misionera de la Iglesia. Esto fue como un segundo capítulo de mi peregrinación, que ha durado del 2 al 12 de mayo.

Manifiesto mi profunda alegría porque esta actividad misionera da frutos abundantes, de los que son prueba incluso las estructuras eclesiásticas ya formadas: en Nueva Guinea 14 diócesis y 4 sedes metropolitanas; y en las Islas Salomón 2 diócesis, vinculadas a la sede metropolitana de Honiara.

Durante 3 días he podido encontrarme con mis hermanos en el Episcopado y también con los misioneros de cada una de las diócesis y de las familias religiosas masculinas y femeninas. Doy gracias a Dios porque entre los sacerdotes y religiosas comienzan a aparecer gradualmente los hijos e hijas de los pueblos que habitan esas islas, dotadas de una naturaleza rica y hermosa.

Estos pueblos tienen una cultura propia tradicional, costumbres específicas, un singular sentido de la belleza y los profundos recursos de la religiosidad originaria. En este terreno el mensaje del Evangelio ha arraigado ya en notable medida, gracias al trabajo, a veces heroico, de los misioneros, así como de los catequistas del lugar y de los apóstoles laicos. Aquí hay que poner de relieve el carácter ecuménico de la evangelización. Así, por ejemplo, en las Islas Salomón los misioneros anglicanos y metodistas han conseguido obtener buenos resultados. Hay que subrayar de modo particular su mérito en el sector de la divulgación de la Biblia. La colaboración ecuménica en esas tierras se desarrolla a la luz de la enseñanza del Concilio Vaticano II.

Hay que alegrarse de que juntamente con el progreso de la evangelización ha llegado también el momento de la independencia de los pueblos que habitan en Papua Nueva Guinea y en las Islas Salomón. Las autoridades locales han demostrado una particular benevolencia hacia la visita del Papa, y por esto quiero expresarles un agradecimiento cordial; al mismo tiempo abrazo y doy las gracias a todo el Episcopado.

5. La última etapa —y a la vez el tercer capítulo— de este viaje pastoral fue la estancia de día y medio en Tailandia, sobre todo en Bangkok. Esta fue, en cierto modo, la respuesta a la visita que el Rey y la Reina hicieron en otro tiempo al Vaticano durante el pontificado de Juan XXIII, y a la que hizo después el Patriarca budista de Tailandia a Pablo VI. Efectivamente, Tailandia es el país donde el budismo, profesado por la gran mayoría de los habitantes (cerca del 95 por ciento), constituye la religión nacional. Al mismo tiempo, las leyes del Estado respetan la libertad religiosa de las otras confesiones, lo que permite también a la Iglesia católica desarrollarse. La visita a Tailandia se desenvolvió bajo el signo de una cordial hospitalidad de los dueños de casa. Numéricamente esta Iglesia es una "pequeña grey" (
Lc 12,32): cuenta alrededor del 0,5 por ciento del conjunto de los habitantes. Sin embargo, demuestra una vitalidad notable, comprometiéndose en las 10 diócesis bajo la guía de los obispos, entre los que está el arzobispo de Bangkok, que hace poco ha sido elevado a la dignidad cardenalicia. A él y a todos los hermanos en el Episcopado va mi saludo afectuoso y agradecido. Un testimonio de esta vitalidad de la Iglesia en Tailandia fue la celebración de la Eucaristía, la primera tarde y al día siguiente. En esta oportunidad tuvieron lugar también las ordenaciones sacerdotales de 23 nuevos sacerdotes tailandeses. La Iglesia desarrolla su actividad pastoral también con la ayuda de cierto número de instituciones, entre las cuales están las escuelas católicas y los hospitales, por ejemplo, el hospital de San Luis en Bangkok.

Un punto importante en el programa del último día en Tailandia fue la visita al campo de refugiados de Phanat Nikhom. El mismo día, hablando a los representantes del Gobierno, del Cuerpo Diplomático y del Episcopado (estaban presentes también los obispos de los países vecinos), me dirigí con una apremiante llamada a la opinión internacional, para que se pueda llegar finalmente a la solución del angustioso problema de los refugiados, que es de suma actualidad a gran escala, no sólo en Asia, sino también en otras partes del mundo.

6. Doy gracias a Cristo, Pastor Eterno, por esta multiforme experiencia de la Iglesia en Asia y Oceanía. Me ha permitido entrar en los caminos trazados por el Concilio Vaticano II, y no sólo en los documentos principales (Lumen gentium, Gaudium et ), sino también en documentos específicos, como el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, o la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Muy elocuente ha sido el encuentro con el budismo.

Pido a la Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia una gracia: que este servicio pastoral del Obispo de Roma dé frutos abundantes.

Saludos

27 Amadísimos hermanos y hermanas:

Y ahora un cordial saludo a las personas y grupos venidos de España, Argentina, México y otros países. En particular saludo a los Hermanos Maristas, a las religiosas de Jesús María y Carmelitas de la Caridad., quienes siguen cursos de espiritualidad. Os aliento, por ello, a llenaros del espíritu de Cristo y a ser verdaderos testigos de Cristo en el mundo de hoy. A todos doy con afecto mi bendición.



Miércoles 23 de mayo de 1984

El Cantar de los Cantares

1. Durante el Año Santo suspendí el desarrollo del tema referente al amor humano en el plan divino. Quisiera concluir ahora esta materia con algunas consideraciones, sobre todo acerca de la enseñanza de la Humanae vitae, anteponiendo algunas reflexiones sobre el "Cantar de los Cantares" y el libro de Tobías. Efectivamente, me parece que todo lo que trato de exponer en las próximas semanas constituye el coronamiento de cuanto he explicado.

El tema del amor nupcial, que une al hombre y a la mujer, conecta, en cierto sentido, esta parte de la Biblia con toda la tradición de la "gran analogía" que, a través de los escritos de los Profetas, confluyó en el Nuevo Testamento y, particularmente, en la Carta a los Efesios (cf. Ep 5,21-23), cuya explicación interrumpí al comienzo del Año Santo.

Este amor ha sido objeto de numerosos estudios exegéticos, comentarios e hipótesis. Respecto a su contenido, en apariencia "profano", las posiciones han sido diversas: mientras por un lado se desaconsejaba frecuentemente su lectura, por otro ha sido la fuente en la que se han inspirado los mayores escritores místicos, y los versículos del "Cantar de los Cantares" han sido insertados en la liturgia de la Iglesia[1].

Efectivamente, aunque el análisis del texto de este libro nos obligue a colocar su contenido fuera del ámbito de la gran analogía profética, sin embargo, no se puede separar de la realidad del sacramento primordial. No es posible releerla más que en la línea de lo que está escrito en los primeros capítulos del Génesis, como testimonio del "principio", de ese "principio" al que se refirió Cristo en su conversación decisiva con los fariseos (cf. Mt 19,4) [2]. El "Cantar de los Cantares" está ciertamente en la línea de ese sacramento donde, a través del "lenguaje del cuerpo", se constituye el signo visible de la participación del hombre y de la mujer en la alianza de la gracia y del amor, que Dios ofrece al hombre. El "Cantar de los Cantares" muestra la riqueza de este "lenguaje", cuya primera expresión está ya en el Génesis 2, 23-25.

2. Ya los primeros versículos del "Cantar" nos introducen inmediatamente en la atmósfera de todo el "poema", donde el esposo y la esposa parecen moverse en el círculo trazado por la irradiación del amor. Las palabras de los esposos, sus movimientos, sus gestos, corresponden a la moción interior de los corazones. Sólo bajo el prisma de esta moción se puede comprender el "lenguaje del cuerpo", con el que se realiza el descubrimiento al que dio expresión el primer hombre ante la que había sido creada como "ayuda semejante a él" (cf. Gn 2,20 y 23), y que había sido tomada, como dice el texto bíblico, de una de sus "costillas" (la "costilla" parece indicar también el corazón).

Este descubrimiento —analizado ya a base de Génesis 2 — adquiere en el "Cantar de los Cantares" toda la riqueza del lenguaje del amor humano. Lo que en el capítulo 2 del Génesis (vv. 23-25) se expresó apenas con unas pocas palabras, sencillas y esenciales, aquí se desarrolla como un amplio diálogo, o mejor, un dúo, en el que se entrelazan las palabras del esposo con las de la esposa y se completan mutuamente. Las primeras palabras del hombre en el Génesis, cap. 2, 23, a la vista de la mujer creada por Dios, manifiestan el estupor y la admiración, más aún, el sentido de fascinación. Y semejante fascinación —que es estupor y admiración— fluye de manera más amplia en los versículos del "Cantar de los Cantares". Fluye en onda plácida y homogénea desde el principio hasta el fin del poema.

3. Incluso un análisis somero del texto del "Cantar de los Cantares" permite darse cuenta de que se expresa en esa fascinación recíproca el "lenguaje del cuerpo". Tanto el punto de partida como el de llegada de esta fascinación —recíproco estupor y admiración— son efectivamente la feminidad de la esposa y la masculinidad del esposo en la experiencia directa de su visibilidad. Las palabras de amor que ambos pronuncian se centran, pues, en el "cuerpo", no sólo porque constituye por sí mismo la fuente de la recíproca fascinación, sino también y sobre todo porque en él se detiene directa e inmediatamente la atracción hacia la otra persona, hacia el otro "yo" —femenino o masculino— que engendra el amor con el impulso interior del corazón.

28 El amor, además, desencadena una experiencia particular de la belleza, que se centra sobre lo que es visible, pero que envuelve simultáneamente a toda la persona. La experiencia de la belleza engendra la complacencia, que es recíproca.

"Tú, la más bella de las mujeres..." (
Ct 1,8), dice el esposo, y hacen eco las palabras de la esposa: "Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén" (Ct 1,5) Las palabras del encanto masculino se repiten continuamente, retornan en los cinco cánticos del poema. Y encuentran eco en las expresiones semejantes de la esposa.

4. Se trata de metáforas que hoy pueden sorprendernos. Muchas de ellas están tomadas de la vida de los pastores; y otras parecen indicar el estado regio del esposo [3]. El análisis de ese lenguaje poético se deja a los expertos. El hecho mismo de utilizar la metáfora demuestra cómo en nuestro caso, el "lenguaje del cuerpo" busca apoyo y confirmación en todo el mundo visible. Se trata, sin duda, de un "lenguaje" que se relee simultáneamente con el corazón y con los ojos del esposo, en el acto de especial concentración sobre todo el "yo" femenino de la esposa. Este "yo" le habla a través de cada rasgo femenino, suscitando ese estado de ánimo que puede definirse como fascinación, encanto. Este "yo" femenino se expresa casi sin palabras; sin embargo, el "lenguaje del cuerpo" expresado sin palabras halla eco rico en las palabras del esposo, en su hablar lleno de transportes poéticos y de metáforas, que dan testimonio de la experiencia de la belleza, de un amor de complacencia. Si las metáforas del "Cantar" buscan por esta belleza una analogía con las diversas cosas del mundo visible (con este mundo, que es el "mundo propio" del esposo), al mismo tiempo, parecen indicar la insuficiencia de cada una de ellas en particular “Toda eres hermosa amada mía, y no hay en ti defecto” (Ct 4,7): con esta expresión termina el esposo su canto, dejando todas las metáforas, para volverse a la única, a través de la cual el "lenguaje del cuerpo" parece expresar lo que es más propio de la feminidad y el todo de la persona.

Continuaremos el análisis del "Cantar de los Cantares" en la próxima audiencia general.

Notas

[1] "Al Cantar hay que tomarlo, pues, sencillamente por lo que es de modo manifiesto: un canto de amor humano". Esta frase de J. Winandy, o.s.b., expresa la convicción de exegetas cada vez más numerosos (J. Winandy, Le Cantique des Cantiques. Poeme d'amour mué en écrit de Sagesse, Maredsous 1960, pág. 26).

M. Dubarle añade: "La exégesis católica, que ha insistido a veces en el sentido obvio de los textos bíblicos en pasajes de gran importancia dogmática, no debería abandonarlo a la ligera, cuando se trata del Cantar". Refiriéndose a la frase de G. Gerleman, Dubarle continúa: "El Cantar celebra el amor del hombre y de la mujer sin mezclar elemento alguno mitológico sino considerándolo sencillamente en su nivel y en su carácter específico. Está en él implícitamente, sin insistencia didáctica, lo equivalente a la fe yahvista (ya que las fuerzas sexuales no se ponían bajo el patronato de las divinidades extranjeras y no se atribuían a Yahvé mismo, que aparecía como trascendiendo este ámbito). El poema estaba, pues, en armonía tácita con las convicciones fundamentales de la fe de Israel.

"La misma actitud abierta, objetiva, no expresamente religiosa en relación con la belleza física y el amor sexual se vuelve a encontrar en alguna reproducción del documento yahvista. Estas diversas semejanzas demuestran que el pequeño libro no está tan aislado en el conjunto de la literatura bíblica, como a veces se ha afirmado" (A. M. Dubarle, "Le Cantique des Cantiques dans l'exégèse récente" in: Aux grands carrefours de la Révélation et de l'exégese de l'Ancien Testament, «Rechérches bibliques» VIII, Louvain, 1967, págs. 149, 151).

[2] Esto no excluye evidentemente la posibilidad de hablar de un "significado más pleno" en el Cantar de los Cantares.

Cf., por ejemplo: "Los amantes en el éxtasis del amor dan la impresión de ocupar y llenar todo el libro, como protagonistas únicos... " Por esto Pablo al leer las palabras del Génesis "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser" (Ep 5,31), no niega el sentido real e inmediato de las palabras que se refieren al matrimonio humano; pero añade a este sentido primero, uno más profundo con una referencia inmediata: "Lo aplico a Cristo y su Iglesia", cantando qué "gran misterio es éste" (Ep 5,32)...

"Algunos lectores del Cantar de los Cantares se han lanzado a ver inmediatamente en sus versos un amor desencarnado. Han olvidado a los amantes, o los han petrificado en ficciones, en claves intelectuales... han multiplicado las menudas correlaciones alegóricas en cada frase, palabra o imagen... No es ése el camino. Quien crea en el amor humano de los novios, quien tenga que pedir perdón del cuerpo, no tiene derecho a remontarse... En cambio, afirmado el amor humano es posible descubrir en él la revelación de Dios" (L. Alonso-Schökel, "Cántico del Cantici - Introduzione": en: La Bibbia, Parola di Dio scritta per noi. Testo ufficiale della CEI, vol. II, Torino 1980, Marietti, págs. 425-427).

29 [3] Para explicar la inclusión de un canto de amor en el canon bíblico, los exegetas judaicos, ya desde los primeros siglos d. C. han visto en el Cantar de los Cantares una alegoría del amor de Yahvé hacia Israel, o una alegoría de la historia del Pueblo elegido, donde se manifiesta este amor, y en el Medioevo la alegoría de la Sabiduría Divina y del hombre que la busca.

La exégesis cristiana, desde los primeros Padres hacía extensiva esta idea a Cristo y a la Iglesia (cf. Hipólito y Orígenes), o al alma individual del cristiano (cf. San Gregorio de Nisa) o a María (cf. San Ambrosio) y también a su Inmaculada Concepción (cf. Ricardo de San Víctor). San Bernardo ha visto en el Cantar de los Cantares un diálogo de la Palabra de Dios con el alma, y esto llevó al concepto de San Juan de la Cruz sobre los desposorios místicos.

La única excepción, en esta larga tradición, fue Teodoro de Mopsuestia, en el siglo IV, el cual vio en el "Cantar de los Cantares" un poema que canta el amor humano de Salomón por la hija del Faraón.

En cambio, Lutero refirió la alegoría a Salomón y a su reino. En los últimos siglos han aparecido nuevas hipótesis Por ejemplo, se ha considerado el "Cantar de los Cantares" como un drama de la fidelidad mantenida por una esposa hacia un pastor, a pesar de todas las tentaciones, o como una colección de cantos interpretados durante los ritos populares de las bodas o mítico-rituales, que reflejaban el culto de Adonis-Tammuz. Incluso se ha visto en el Cantar la descripción de un sueño, remitiéndose tanto a las ideas antiguas sobre el significado de los sueños, como también al sicoanálisis.

En el siglo XX se ha vuelto a las más antiguas tradiciones alegóricas (cf. Bea), viendo de nuevo en el Cantar de los Cantares la historia de Israel (cf. Jouon Ricciotti), y un midrash desarrollado (como lo llama Robert en su comentario, que constituye una "suma" de la interpretación del Cantar).

Sin embargo, a la vez, se ha comenzado a leer el libro en su significado más evidente, como un poema exaltante del natural amor humano (cf. Rowley, Young, Laurin). El primero que demostró cómo este significado se vincula con el contexto bíblico del cap. 2 del Génesis, fue Karl Barth. Dubarle parte de la premisa de que un fiel y feliz amor humano revela al hombre los atributos del amor divino, y Van den Oudenrijn ve en el "Cantar de los Cantares" el anticipo del sentido típico que aparece en la Carta a los Efesios 5, 23. Murphy, excluyendo toda explicación alegórica y metafórica, pone de relieve que el amor humano, creado y bendecido por Dios, puede ser tema de un libro bíblico inspirado.

D. Lys constata que el contenido del "Cantar de los Cantares" es, al mismo tiempo, sexual y sacral. Cuando se prescinde de la segunda característica, se llega a tratar al Cantar como una composición erótica puramente laica, y cuando se ignora la primera, se cae en el alegorismo. Solamente poniendo juntos estos dos aspectos, se puede leer el libro de modo justo.

Al lado de las obras de los autores antes citados, y especialmente por lo que se refiere a un esbozo de la historia de la exégesis del Cantar de los Cantares, cf. H. H. Rowley, "The interpretation of the Song of Songs" en: The Servant of the Lord and other Essays on the Old Testament, London 1952 / Lutterworth /, págs. 191-233; A.M. Dubarle, "Le Cantique des Cantiques dans l'exégese de l'Ancien Testament",en Aux grands carrefours de la Révélation et de l'exégese de l'Ancien Testament, Recherches Bibliques VIII, Louvain 1967, Desclée de Brouwer, págs. 139-151, D. Lys Le plus beau chant de la création - Commentaire du Cantique des Cantiques, en Lectio divina 51, París 1968, Du Cerf, págs. 31-35; M. H. Pope. Song of Songs, The Anchor Bible, Garden City N. Y., 1977, Doubleday, págs 113-234.



Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos llegados de España y de diversas naciones de América Latina, en especial a la peregrinación de Guatemala, país que ha dejado un profundo recuerdo en mí a raíz de mi visita pastoral. En mi plegaria diaria pido al Señor que la reconciliación y la paz sean una realidad permanente en esa zona del continente americano.

Mi más cordial saludo también a los religiosos y religiosas presentes en este encuentro. Os aliento a hacer de vuestras vidas una plena y generosa donación a Dios y a la iglesia.



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Miércoles 30 de mayo de 1984

El signo sacramental del matrimonio

1. Reanudamos nuestro análisis del "Cantar de los Cantares", con el fin de comprender de manera más adecuada y exhaustiva el signo sacramental del matrimonio, tal como lo manifiesta el lenguaje del cuerpo, que es un lenguaje singular de amor engendrado por el corazón.

El esposo, en cierto momento, al expresar una particular experiencia de valores, que irradia sobre todo lo que está en relación con la persona amada, dice:

"Me has enamorado, hermana y novia mía, / me has enamorado con una sola de tus miradas, / con una vuelta de tu collar. / ¡Qué bellos tus amores, hermana y novia mía..." (Ct 4,9-10).

De estas palabras emerge que es de importancia esencial para la teología del cuerpo y en este caso para la teología del signo sacramental del matrimonio saber qué es el "tú" femenino para el "yo" masculino y viceversa.

El esposo del Cantar de los Cantares exclama: ¡Toda eres hermosa, amada (amiga) mía" (Ct 4,7), y la llama "hermana mía, novia (esposa)" (Ct 4,9). No la llama con su nombre propio, sino que usa expresiones que dicen más.

Bajo cierto aspecto, respecto al apelativo de "amada", el de ''hermana" utilizado para la esposa parece ser más elocuente y arraigado en el conjunto del Cantar, que manifiesta cómo el amor revela al otro.

2. El término "amada" indica lo que siempre es esencial para el amor, que pone el segundo "yo" al lado del propio "yo". La "amistad" —el amor de amistad (amor amicitiae)— significa en el "Cantar" un particular acercamiento sentido y experimentado como fuerza interiormente unificante. El hecho de que en este acercamiento el "yo" femenino se revele para el esposo como "hermana" —y que precisamente como hermana sea esposa— tiene una elocuencia particular. La expresión "hermana" habla de la unión en la humanidad y, a la vez, de la diversidad y originalidad femenina de la misma con relación no sólo al sexo, sino al mismo modo de "ser persona", que quiere decir tanto "ser sujeto" como "estar en relación". El término "hermana" parece expresar, del modo más sencillo, la subjetividad del "yo" femenino en la relación personal con el hombre, esto es, en su apertura hacia los otros, que son entendidos y percibidos como hermanos. La "hermana", en cierto sentido, ayuda al hombre a definirse y concebirse de este modo, constituyendo para él una especie de desafío en esta dirección.

3. El esposo del Cantar acepta el desafío y busca el pasado común, como si él y su mujer descendiesen del círculo de la misma familia, como si desde la infancia estuvieran unidos por los recuerdos del hogar común. De este modo se sienten recíprocamente cercanos como hermano y hermana, que deben su existencia a la misma madre. De lo que se deduce un específico sentido de pertenencia común. El hecho de que se sientan hermano y hermana les permite vivir con seguridad la recíproca cercanía y manifestarla, encontrando apoyo en esto y sin tener el juicio inicuo de los otros hombres.

Las palabras del esposo, mediante el apelativo "hermana", tienden a reproducir, diría, la historia de la feminidad de la persona amada, la ven todavía en el tiempo de la infancia y abrazan todo su "yo", alma y cuerpo, con una ternura desinteresada. De aquí nace esa paz de la que habla la esposa. Se trata de la "paz del cuerpo", que en apariencia se asemeja al sueño ("no vayáis a molestar, no despertéis al amor hasta que él quiera"). Esta es sobre todo la paz del encuentro en la humanidad como imagen de Dios, y el encuentro por medio de un don recíproco y desinteresado ("Yo seré para él mensajera de paz". (Ct 8,10).

31 4. En relación con la trama precedente, que podría llamarse trama "fraterna", surge en el amoroso dúo del Cantar de los Cantares otra trama, digamos: otro substrato del contenido. Podemos examinarla partiendo de ciertas locuciones que parecen tener un significado clave en el poema. Esta trama jamás surge explícitamente, sino a través de toda la composición y se manifiesta expresamente sólo en algunos pasajes. He aquí que habla el esposo:

"Eres Jardín cerrado, hermana y novia mía; / eres jardín cerrado, fuente sellada" (
Ct 4,12).

Las metáforas que acabamos de leer: "jardín cerrado, fuente sellada" revelan la presencia de otra visión del mismo "yo" femenino, dueño del propio misterio. Se puede decir que ambas metáforas expresan la dignidad personal de la mujer que, en cuanto sujeto espiritual se posee y puede decidir no sólo de la profundidad metafísica, sino también de la verdad esencial y de la autenticidad del don de sí, que tiende a la unión de la que habla el libro del Génesis.

El lenguaje de las metáforas —lenguaje poético— en este ámbito parece ser particularmente apropiado y preciso. La "hermana-esposa" es para el hombre dueña de su misterio como "jardín cerrado" y "fuente sellada". El "lenguaje del cuerpo", releído en la verdad va junto con el descubrimiento de la inviolabilidad interior de la persona. Al mismo tiempo, precisamente este descubrimiento expresa la auténtica profundidad de la recíproca pertenencia de los esposos conscientes de pertenecerse mutuamente, de estar destinados el uno a la otra: "Mi amado es mío y yo soy suya" (Ct 2,16 cf. Ct 6,3).

Esta conciencia de la recíproca pertenencia resuena sobre todo en boca de la esposa. En cierto sentido ella responde con tales palabras a las del esposo con las que él la ha reconocido dueña del propio misterio. Cuando la esposa dice: "Mi amado es mío", quiere decir, al mismo tiempo: es aquel a quien me entrego yo misma, y por esto dice: "y yo soy suya" (Ct 2,16). Los adjetivos: "mío" y "mía" afirman aquí toda la profundidad de esa entrega, que corresponde a la verdad interior de la persona.

Corresponde además al significado nupcial de la feminidad en relación con el "yo" masculino, esto es, al "lenguaje del cuerpo" releído en la verdad de la dignidad personal.

El esposo pronuncia esta verdad con las metáforas del "jardín cerrado" y de la "fuente sellada". La esposa le responde con las palabras del don, es decir, de la entrega de sí misma. Como dueña de la propia opción dice: "Yo soy de mi amado". El Cantar de los Cantares pone de relieve sutilmente la verdad interior de esta respuesta. La libertad del don es respuesta a la conciencia profunda del don expresada por las palabras del esposo. Mediante esta verdad y libertad se construye el amor, del que hay que afirmar que es amor auténtico.

Saludos

Ya ahora un saludo a todas las personas y grupos aquí presentes venidos de España, de Puerto Rico, Guatemala, Colombia y Argentina. En particular a las Religiosas de Jesús-María y Adoratrices del Santísimo Sacramento, con mi palabra de aliento a ser fieles a su vocación consagrada

Un especial recuerdo a los miembros de la Asociación Latino-Mediterránea de Psiquiatría. Al expresaros mi viva estima por la generosa entrega a vuestra profesión, os animo a ejercerla con profundo sentido ético y con gran respeto a los valores de la persona humana. A todos os bendigo de corazón.



Junio de 1984

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Miércoles 6 de junio de 1984

La verdad sobre el amor según se expresa en el Cantar de los Cantares

1. También hoy reflexionaremos sobre el Cantar de los Cantares a fin de comprender mejor el signo sacramental del matrimonio.

La verdad del amor, proclamada por el Cantar de los Cantares, no puede separarse del "lenguaje del cuerpo". La verdad del amor hace ciertamente que el mismo "lenguaje del cuerpo" se relea en la verdad. Esta es también la verdad del progresivo acercamiento de los esposos que crece por medio del amor: y la cercanía significa también la iniciación en el misterio de la persona, pero sin que implique su violación (cf. Cant Ct 1,13-14 Cant Ct 1,16).

La verdad de la creciente cercanía de los esposos por medio del amor se desarrolla en la dimensión subjetiva "del corazón", del afecto y del sentimiento, que permite descubrir en sí al otro como don y, en cierto sentido, de "gustarlo" en sí (cf. Cant Ct 2,3-6).

A través de esta cercanía, el esposo vive más plenamente la experiencia del don que, por parte del "yo" femenino, se une con la expresión y el significado nupcial del cuerpo. Las palabras del hombre (cf. Cant Ct 7,1-8) no contienen solamente una descripción poética de la amada, de su belleza femenina, en la que se detienen los sentidos, sino que hablan del don y del donarse de la persona.

La esposa sabe que hacia ella se dirige el "anhelo" del esposo y va a su encuentro con la prontitud del don de sí (cf. Cant Ct 7,9-10 Cant Ct 7,11-13), porque el amor que los une es de naturaleza espiritual y sensual a la vez. Y también, a base de este amor, se realiza la relectura del significado del cuerpo en la verdad, porque el hombre y la mujer deben constituir en común el signo de recíproco don de sí, que pone el sello sobre toda su vida.

2. En el Cantar de los Cantares el "lenguaje del cuerpo" se inserta en el proceso singular de la atracción recíproca del hombre y de la mujer, que se expresa en frecuentes retornelos que hablan de la búsqueda llena de nostalgia, de solicitud afectuosa (cf. Cant Ct 2,7) y del recíproco encuentro de los esposos (cf. Cant Ct 5,2). Esto les proporciona alegría y sosiego y parece inducirlos a una búsqueda continua. Se tiene la impresión de que, al encontrarse, al juntarse, experimentando la propia cercanía, continúan tendiendo incesantemente a algo: ceden a la llamada de algo que supera el contenido del momento y traspasa los límites del eros, tal cual se ven en las palabras del mutuo "lenguaje del cuerpo" (cf. Cant Ct 1,7-8 Ct 2,17). Esta búsqueda tiene una dimensión interior: "el corazón vela" incluso en el sueño. Esta aspiración que nace del amor, sobre la base del "lenguaje del cuerpo" es una búsqueda de la belleza integral, de la pureza libre de toda mancha: es una búsqueda de perfección que contiene, diría, la síntesis de la belleza humana, belleza del alma y del cuerpo.

En el Cantar de los Cantares el eros humano desvela el rostro del amor siempre en búsqueda y casi nunca saciado. El eco de esta inquietud impregna las estrofas del poema:

"Yo misma abro a mi amado; / abro, y mi amado se ha marchado ya. / Lo busco y no lo encuentro; / lo llamo y no responde" (Ct 5,6). "Muchachas de Jerusalén, os conjuro / que si encontráis a mi amado / le digáis..., ¿qué le diréis?..., / que estoy enferma de amor" (Ct 5,9).

3. Así, pues, algunas estrofas del Cantar de los Cantares presentan el eros como la forma del amor humano, en el que actúan las energías del deseo. Y en ellas se enraíza la conciencia, o sea, la certeza subjetiva del recíproco, fiel y exclusivo pertenecerse. Pero, al mismo tiempo, otras muchas estrofas del poema nos obligan a reflexionar sobre la causa de la búsqueda y de la inquietud que acompañan a la conciencia de ser el uno de la otra. Esta inquietud, ¿forma parte también de la naturaleza del eros? Si fuese así, esta inquietud indicaría también la necesidad de la autosuperación. La verdad del amor se expresa en la conciencia de la recíproca pertenencia, fruto de la aspiración y de la mutua búsqueda, y en la necesidad de la aspiración y de la búsqueda, resultado de la pertenencia recíproca.


Audiencias 1984 25