Audiencias 1984 50

Miércoles 29 de agosto de 1984

La regulación de la natalidad según la Tradición de la doctrina y de la práctica cristiana

1. La Encíclica Humanae vitae, demostrando el mal moral de la anticoncepción, al mismo tiempo, aprueba plenamente la regulación natural de la natalidad y, en este sentido, aprueba la paternidad y maternidad responsables. Hay que excluir aquí que pueda ser calificada de "responsable", desde el punto de vista ético, la procreación en la que se recurre a la anticoncepción para realizar la regulación de la natalidad. El verdadero concepto de "paternidad y maternidad responsables", por el contrario, está unido a la regulación de la natalidad honesta desde el punto de vista ético.

2. Leemos a este propósito: "Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone, sin ningún género de duda, una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales..." (Humanae vitae HV 21).

3. La Encíclica ilustra luego las consecuencias de este comportamiento no sólo para los mismos esposos, sino también para toda la familia, entendida como comunidad de personas. Habrá que volver a tomar en consideración este tema. La Encíclica subraya que la regulación de la natalidad éticamente honesta exige de los cónyuges ante todo un determinado comportamiento familiar y procreador: esto es, exige a los esposos "adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia" (Humanae vitae HV 21). Partiendo de esta premisa, ha sido necesario proceder a una consideración global de la cuestión, como hizo el Sínodo de los Obispos del año 1980 ("De muneribus familiae christianae"). Luego, la doctrina relativa a este problema particular de la moral conyugal y familiar, de que trata la Encíclica Humanae vitae, ha encontrado su justo puesto y la óptica oportuna en el contexto total de la Exhortación Apostólica Familiaris consortio. La teología del cuerpo, sobre todo como pedagogía del cuerpo, hunde sus raíces, en cierto sentido en la teología de la familia y, a la vez, lleva a ella. Esta pedagogía del cuerpo, cuya clave es hay la Encíclica Humanae vitae, sólo se explica en el contexto pleno de una visión correcta de los valores de la vida y de la familia.

4. En el texto antes citado el Papa Pablo VI se remite a la castidad conyugal, al escribir que la observancia de la continencia periódica es la forma de dominio de sí, donde se manifiesta "la pureza de los esposos" (Humanae vitae HV 21).

51 Al emprender ahora un análisis más profundo de este problema, hay que tener presente toda la doctrina sobre la pureza, entendida como vida del espíritu (cf. Gál Ga 5,25), que ya hemos considerado anteriormente, a fin de comprender así las respectivas indicaciones de la Encíclica sobre el tema de la "continencia periódica". Efectivamente, esa doctrina sigue siendo la verdadera razón, a partir de la cual la enseñanza de Pablo VI define la regulación de la natalidad y la paternidad y maternidad responsables como éticamente honestas.

Aunque la "periodicidad" de la continencia se aplique en este caso a los llamados "ritmos naturales" (Humanae vitae HV 16), sin embargo, la continencia misma es una determinada y permanente actitud moral, es virtud, y por esto, todo el modo de comportarse, guiado por ella, adquiere carácter virtuoso. La Encíclica subraya bastante claramente que aquí no se trata sólo de una determinada "técnica", sino de la ética en el sentido estricto de la palabra como moralidad de un comportamiento.

Por tanto, la Encíclica pone de relieve oportunamente, por un lado, la necesidad de respetar en tal comportamiento el orden establecido por el Creador, y, por otro, la necesidad de la motivación inmediata del carácter ético.

5. Respecto al primer aspecto leemos: "Usufructuar (...) el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse, no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador" (Humanae vitae HV 13). "La vida humana es sagrada" —como recordó nuestro predecesor de s. m. Juan XXIII en la Encíclica Mater et Magistra—, "desde su comienzo compromete directamente la acción creadora de Dios" (AAS 53, 1961; cf. Humanae vitae HV 13). En cuanto a la motivación inmediata, la Encíclica "Humanae vitae" exige que "para espaciar los nacimientos existan serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores..." (Humanae vitae HV 16).

6. En el caso de una regulación moralmente recta de la natalidad que se realiza mediante la continencia periódica, se trata claramente de practicar la castidad conyugal, es decir, de una determinada actitud ética. En el lenguaje bíblico diríamos que se trata de vivir del espíritu (cf. Gál Ga 5,25).

La regulación moralmente recta se denomina también "regulación natural de la natalidad", lo que puede explicarse como conformidad con la "ley natural". Por "ley natural" entendemos aquí el "orden de la naturaleza" en el campo de la procreación, en cuanto es comprendido por la recta razón: este orden es la expresión del plan del Creador sobre el hombre. Y esto precisamente es lo que la Encíclica, juntamente con toda la Tradición de la doctrina y de la práctica cristiana, subraya de modo especial: el carácter virtuoso de la actitud que se manifiesta con la regulación "natural" de la natalidad, está determinado no tanto por la fidelidad a una impersonal "ley natural", cuanto al Creador-persona, fuente y Señor del orden que se manifiesta en esta ley.

Desde este punto de vista, la reducción a la sola regularidad biológica, separada del "orden de la naturaleza", esto es, del "plan del Creador", deforma el auténtico pensamiento de la Encíclica Humanae vitae (cf. Humanae vitae HV 14).

El documento presupone ciertamente esa regularidad biológica, más aún, exhorta a las personas competentes a estudiarla y aplicarla de un modo aún más profundo, pero entiende siempre esta regularidad como la expresión del "orden de la naturaleza" esto es, del plan providencial del Creador, en cuya fiel ejecución consiste el verdadero bien de la persona humana.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española, venidos de España y de algunos países latinoamericanos. En primer lugar, a las parroquias de Bañolas y Pozo Cañada, y especialmente a la de Cristo Rey de Zamora, que ha querido celebrar aquí los 25 años de su creación; en vosotros agradezco a todos los feligreses este gesto de comunión con el Sucesor de Pedro.

52 Un saludo particular a los representantes de la Federación Nacional de Charros y de la Compañía Aeroméxico, que celebran los 50 años de su fundación. Vuestra presencia me hace revivir los inolvidables momentos pasados en México; que en vuestro caminar por el mundo seáis portadores de paz y felicidad.

A todos vosotros y a vuestras familias doy de corazón mi bendición apostólica.



Septiembre de 1984

Miércoles 5 de septiembre de 1984

La práctica honesta de la regulación de la natalidad

1. Hemos hablado anteriormente de la regulación honesta de la fertilidad según la doctrina contenida en la Encíclica Humanae vitae (HV 19) y en la Exhortación Familiaris consortio. La cualificación de "natural", que se atribuye a la regulación moralmente recta de la fertilidad (siguiendo los ritmos naturales, cf. Humanae vitae HV 16), se explica con el hecho de que el relativo modo de comportarse corresponde a la verdad de la persona y, consiguientemente, a su dignidad: una dignidad que por naturaleza afecta al hombre en cuanto ser racional y libre. El hombre, como ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa "paternidad-maternidad" responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana. El concepto de regulación moralmente recta de la fertilidad no es sino la relectura del "lenguaje del cuerpo" en la verdad. Los mismos "ritmos naturales inmanentes en las funciones generadoras" pertenecen a la verdad objetiva del lenguaje que las personas interesadas deberían releer en su contenido objetivo pleno. Hay que tener presente que el "cuerpo habla" no sólo con toda la expresión externa de la masculinidad y feminidad, sino también con las estructuras internas del organismo, de la reactividad somática y sicosomática. Todo ello debe tener el lugar que le corresponde en el lenguaje con que dialogan los cónyuges en cuanto personas llamadas a la comunión en la "unión del cuerpo".

2. Todos los esfuerzos tendientes al conocimiento cada vez más preciso de los "ritmos naturales" que se manifiestan en relación con la procreación humana, todos los esfuerzas también de los consultorios familiares y, en fin, de los mismos cónyuges interesados, no miran a "biologizar" el lenguaje del cuerpo (a "biologizar la ética", como algunos opinan erróneamente), sino exclusivamente a garantizar la verdad integral a ese "lenguaje del cuerpo" con el que los cónyuges deben expresarse con madurez frente a las exigencias de la paternidad y maternidad responsables.

La Encíclica Humanae vitae subraya en varias ocasiones que la "paternidad responsable" está vinculada a un esfuerzo y tesón continuos, y que se lleva a efecto al precio de una ascesis concreta (cf. Humanae vitae HV 21). Estas y otras expresiones semejantes hacen ver que en el caso de la "paternidad responsable", o sea de la regulación de la fertilidad moralmente recta, se trata de lo que es el bien verdadero de las personas humanas y de lo que corresponde a la verdadera dignidad de la persona.

3. El recurso a los "períodos infecundos" en la convivencia conyugal puede ser fuente de abusos si los cónyuges tratan así de eludir sin razones justificadas la procreación, rebajándola a un nivel inferior al que es moralmente justo, de los nacimientos en su familia. Es preciso que se establezca este nivel justo teniendo en cuenta no sólo el bien de la propia familia y estado de salud y posibilidades de los mismos cónyuges, sino también el bien de la sociedad a que pertenecen, de la Iglesia y hasta de la humanidad entera.

La Encíclica Humanae vitae presenta la "paternidad responsable" como expresión de un alto valor ético. De ningún modo va enderezada unilateralmente a la limitación y, menos aún, a la exclusión de la prole; supone también la disponibilidad a acoger una prole más numerosa. Sobre todo, según la Encíclica Humanae vitae, la "paternidad responsable" realiza "una vinculación más profunda con el orden moral objetivo establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia" (Humanae vitae HV 10).

4. La verdad de la paternidad-maternidad responsable y su realización va unida a la madurez moral de la persona, y es aquí donde muy frecuentemente se manifiesta la divergencia entre aquello a que la Encíclica atribuye explícitamente el primado y aquello a lo que se da este primado en la mentalidad corriente.

53 En la Encíclica se pone en primer plano la dimensión ética del problema subrayando el papel de la virtud de la templanza rectamente entendida. En el ámbito de esta dimensión hay también un "método" adecuado para actuar según él. En el modo corriente de pensar acontece con frecuencia que el "método", desvinculado de la dimensión ética que le es propia, se pone en acto de modo meramente funcional y hasta utilitario. Separando el "método natural" de la dimensión ética, se deja de percibir la diferencia existente entre éste y otros "métodos" (medios artificiales) y se llega a hablar de él como si se tratase sólo de una forma diversa de anticoncepción.

5. Desde el punto de vista de la auténtica doctrina expresada en la Encíclica "Humanae vitae", es importante, por consiguiente, presentar correctamente el método a que alude dicho documento (cf. Humanae vitae
HV 16); es importante sobre todo profundizar en la dimensión ética, en cuyo ámbito el método por ser "natural" asume el significado de método honesto "moralmente recto". Y, por ello, en el marco de este análisis nos convendrá dedicar la atención principalmente a lo que afirma la Encíclica sobre el tema del dominio de sí mismo y sobre la continencia.Sin una interpretación penetrante de este tema no llegaremos al núcleo de la verdad moral ni tampoco al núcleo de la verdad antropológica del problema. Ya se ha hecho notar anteriormente que las raíces de este problema se hunden en la teología del cuerpo: es ésta (cuando pasa a ser, como debe, pedagogía del cuerpo) la que constituye en realidad el "método" moralmente honesto de la regulación de la natalidad entendido en su sentido más profundo y más pleno.

6. Expresando a continuación los caracteres de los valores específicamente morales de la regulación "natural" de la natalidad (es decir, honesta, o sea moralmente recta), el autor de la Humanae vitae se expresa así: "Esta disciplina... aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz, y facilita la solución de otros problemas; favorece la atención hacia el otro cónyuge; ayuda a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraíza más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles" (Humanae vitae HV 21).

7. Las frases citadas completan el cuadro de lo que la Encíclica Humanae vitae entiende por "práctica honesta de la regulación de la natalidad" (Humanae vitae HV 21). Esta es, como se ve, no sólo un "modo de comportarse" en un campo determinado, sino una actitud que se funda en la madurez moral integral de las personas, y al mismo tiempo la completa.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a todas las personas y grupos venidos de diversas partes de España. Un saludo especial dirijo a los Misioneros Claretianos que celebran su seminario sobre sus misiones. Reservo una particular acogida a la numerosa peregrinación de Costa Rica que lleva a Tierra Santa la imagen de su Patrona, Nuestra Señora de los Ángeles. Y saludo asimismo al grupo Fundación Padre Pío, de Caracas, ya los peregrinos venidos del Ecuador. A todos bendigo de corazón.



Miércoles 26 de septiembre de 1984


1. "Celebrons notre foi": Celebramos nuestra fe.

Este es el lema elegido por el Episcopado canadiense para la preparación de la visita del Papa a ese gran país, en los días 9-20 de septiembre.

Quiero agradecer cordialmente a mis hermanos en el Episcopado y también a toda la Iglesia en Canadá la intensa preparación y la invitación que me hicieron. Son muy numerosas las personas y las instituciones a quienes va de modo particular esta gratitud. Tengo presentes en mi pensamiento a todos los que han participado activamente en la preparación y desarrollo del rico programa de la visita.

54 Al mismo tiempo, quiero manifestar mi gratitud también a las autoridades canadienses, tanto locales como provinciales y federales. Las palabras pronunciadas en el momento de la llegada por la Señora Jeanne Sauvé, Gobernadora general de Canadá, han quedado profundamente grabadas en mi memoria.

2. La exhortación "celebremos nuestra fe" se ha manifestado en todo el programa de la visita, que comenzó en Quebec, primera histórica sede episcopal de Canadá, y terminó en Ottawa, sede actual de las autoridades federales.

Durante los doce días el camino de esta peregrinación ha tenido el siguiente recorrido:

De Quebec fui a Santa Ana de Beaupré, Trois-Rivières, Montreal, St. John's, Moncton, Halifax, Toronto, Midland, Unionville, Winnipeg / San Bonifacio, Edmontón. Hubiera deseado llegar a Fort Simpson, pero la niebla lo impidió. Así, después de un aterrizaje en Yellowknife con la esperanza de que se despejara el cielo, cosa que no sucedido, proseguí a Vancouver y luego a Ottawa-Hull.

3. La idea guía de la visita nos ha permitido hacer referencia a los comienzos de la evangelización y de la Iglesia en Canadá. El lema "Celebremos nuestra fe" encierra un sentimiento de gratitud por esos comienzos que se remontan al inicio del siglo XVII.

Los misioneros, al llegar al continente canadiense, encontraron allí la población india indígena y la religión tradicional que tenía dicha población. Esta recibió con alegría el Evangelio: efectivamente, una parte de tal población pertenece a la Iglesia católica, y otra parte a las varias comunidades de la cristiandad no católica.

Cada una de las comunidades y tribus indias, al acoger a Cristo, conservaron un vínculo con algunas tradiciones y ritos primitivos, en los cuales se pueden encontrar sin dificultad ciertos elementos de la profunda religiosidad natural, de los que hablan los Padres de la Iglesia, y que recuerda también el Concilio Vaticano II.

Bajo este aspecto, ha sido particularmente significativo el encuentro en Hurones, Ontario, en el santuario de los mártires canadienses. Ellos son San Juan de Brébeuf y otros miembros de la Compañía de Jesús, misioneros: juntamente con ellos dieron testimonio de Cristo también numerosos cristianos indígenas.

La fe de la Iglesia en Canadá va unida a este testimonio de sangre, dado en sus orígenes. No menos elocuente testimonio del Evangelio es la indígena india, Beata Catalina Tekakwitha que, por amor a Cristo, eligió la virginidad por el reino de los cielos.

4. Desde estos comienzos de la fe, el camino de la Iglesia en Canadá conduce a una gran "epopeya" misionera, cuyo primer centro fue la sede episcopal de Quebec. Estos hechos encuentran su verificación en los nombres de los Santos y Beatos, que en esta nueva tierra ejercieron, con dedicación total, tareas apostólicas de la Iglesia, tanto con los indígenas, como con los que habían llegado, hacía poco, de Europa. Se sirvieron primero, sobre todo, de la lengua francesa, y luego de la inglesa.

He aquí los nombres de los Santos y Beatos que venera, de modo particular, la Iglesia en tierra canadiense:
55 — los Mártires jesuitas,
— Santa Margarita Bourgeoys,
— el Beato Francisco de Montmorency-Laval, primer obispo de Quebec,
— la Beata madre María de la Encarnación,
— la joven beata Catalina de Tekakwitha,
— la Beata madre Margarita d'Youville,
— la Beata madre María-Rosa Durocher,
—el Beato hermano Andrés Bessette,
— el Beato Andrés Grasset y madre María Leonia Paradis, a quien tuve la alegría de beatificar en Montreal.

"La epopeya misionera" en tierra canadiense se extendió durante los siglos sucesivos, llegando a latitudes cada vez más lejanas hacia Occidente y hacia el Norte.

Quiero subrayar los grandes méritos de algunas órdenes y congregaciones religiosas. Junto a los jesuitas, ya mencionados, hay que recordar, entre otros, a los agustinos recoletos, las ursulinas, las hospitalarias agustinas de la Misericordia, la congregación de Nuestra Señora, las religiosas grises de la Caridad, los redentoristas y particularmente a los padres sulpicianos y a los misioneros oblatos de María Inmaculada.

56 5. En este trasfondo histórico fueron convocados, con el lema "celebremos nuestra fe", todos los que actualmente forman el Pueblo de Dios de la Iglesia canadiense sobre el enorme territorio que va desde el Atlántico hasta el Pacífico.

La Iglesia que vive en esta sociedad, caracterizada por la inmigración de personas provenientes de varias naciones, evoca las múltiples tradiciones culturales y religiosas que componen, en diversos lugares, el organismo vivo de la cristiandad y del catolicismo canadiense.

Esta diversidad y multiplicidad es fuente de enriquecimiento tanto de la sociedad como de la Iglesia. Constituyen un constante desafío a la actividad apostólica y pastoral de esta iglesia. Los contenidos fundamentales de tal desafío han sido formulados por el Concilio Vaticano II.

La profesión de fe que hemos hecho juntos durante la visita a Canadá, ha estado cargada de estos contenidos, remontándose simultáneamente a todo lo que constituye el eterno depósito de la fe en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia. Esto tiene una gran importancia, sobre todo con referencia a la actual secularización, propia de esta sociedad canadiense, rica y avanzada desde el punto de vista de la civilización.

6. A la luz del Vaticano II, la fe de la Iglesia en Canadá tiene una particular dimensión ecuménica, ligada a la pertenencia confesional de los cristianos en este país, donde los miembros de la Iglesia católica constituyen, más o menos, la mitad de la población.

Por esto, también la visita papal a Canadá ha tenido un carácter "ecuménico", que se ha manifestado sobre todo en la oración común con los hermanos separados.

A esta oración común se han unido en algunos lugares (como, por ejemplo, en Toronto) también los creyentes de las religiones no cristianas. El clima social de Canadá es útil para el desarrollo del diálogo con los representantes de todas las religiones, y con los hombres y los ambientes que no se identifican explícitamente con "credo" alguno, pero que, a la vez, tienen una gran estima de la religión y de la cristiandad por motivos, ante todo, de naturaleza ética.

7. "Celebremos nuestra fe". La llamada, que se encierra en estas palabras, a realizar la misión evangélica de la Iglesia, tiene su elocuencia "en el interior" de la misma comunidad católica y, luego, "hacia el exterior".

"En el interior" ("ad intra"), se une directamente con esa llamada el problema de las vocaciones: sobre todo, las sacerdotales y religiosas -masculinas y femeninas- e igualmente con el problema del apostolado de los laicos, que tiene muchas posibles direcciones, tareas y necesidades.

"Hacia el exterior" ("ad extra"), la Iglesia canadiense tiene un vivo sentido de su misión ante los problemas que angustien a toda la humanidad contemporánea. Y si estos problemas parece que afectan menos a la sociedad misma de Canadá, sin embargo, los cristianos en este País son conscientes de que no pueden cerrar los ojos ante las amenazas a la paz del mundo actual.

Estos problemas han estado, pues, presentes también en el programa de la visita pastoral, teniendo un eco muy vivo en la gran opinión pública.

57 8. Expresando mi gratitud una vez más a todos los que he podido encontrar en el recorrido de mi "peregrinación" a Canadá, quiero, juntamente con ellos y con toda la Iglesia, dar gracias al Buen Pastor, mediante el Inmaculado Corazón de su Madre, por este ministerio, que he podido cumplir, realizando el lema del Episcopado canadiense, contenido en las palabras "Celebremos nuestra fe".

Saludos

Deseo saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española, venidos de España y de diversos países de América Latina. En primer lugar, la peregrinación de Medellín, presidida por el Señor Cardenal Arzobispo, la cual después de Roma se dirige a Tierra Santa. Al grupo de la diócesis de Astorga, acompañados por su obispo, venidos aquí para concluir el 75 aniversario de la coronación de la Virgen de la Encina. Al grupo de sacerdotes de la diócesis de Logroño que, acompañados por sus familiares, celebran junto a la tumba de San Pedro su jubileo sacerdotal. También quiero saludar a los nuevos sacerdotes de Osma-Soria y al numeroso grupo de seminaristas de Badajoz. A vosotros sacerdotes y seminaristas os invito a dar gracias a Dios por el don inestimable de vuestra vocación y a ser siempre fieles a ella.

Y a todos vosotros y a vuestras familias os doy de corazón mi bendición apostólica.



Octubre de 1984

Miércoles 3 de octubre de 1984

La vida espiritual de los esposos

1. Refiriéndonos a la doctrina contenida en la Encíclica Humanae vitae, trataremos de delinear ulteriormente la vida espiritual de los esposos.

Estas son las grandes palabras de la Encíclica: "La Iglesia, al mismo tiempo que enseña las exigencias imprescriptibles de la ley divina, anuncia la salvación y abre con los sacramentos los caminos de la gracia, la cual hace del hombre una nueva criatura, capaz de corresponder en el amor y en la verdadera libertad al designio de su Creador y Salvador y de encontrar suave el yugo de Cristo.

"Los esposos cristianos, pues, dóciles a su voz, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el sacramento del matrimonio. Por lo mismo, los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio propio de ellos delante del mundo. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana " (Humanae vitae HV 25).

2. Al mostrar el mal moral del acto anticonceptivo, y delineando, al mismo tiempo, un cuadro posiblemente integral de la práctica "honesta" de la regulación de la fertilidad, o sea, de la paternidad y maternidad responsables, la Encíclica Humanae vitae crea las premisas que permiten trazar las grandes líneas de la espiritualidad cristiana de la vocación y de la vida conyugal e, igualmente, de la de los padres y de la familia.

58 Más aún, puede decirse que la Encíclica presupone toda la tradición de esta espiritualidad, que hunde sus raíces en las fuentes bíblicas, ya analizadas anteriormente, brindando la ocasión de reflexionar de nuevo sobre ellas y hacer una síntesis adecuada.

Conviene recordar aquí lo que se ha dicho sobre la relación orgánica entre la teología del cuerpo y la pedagogía del cuerpo. Esta " teología-pedagogía", en efecto, constituye ya de por sí el núcleo esencial de la espiritualidad conyugal. Y esto lo indican también las frases de la Encíclica que hemos citado.

3. Ciertamente, releería e interpretaría de forma errónea la Encíclica Humanae vitae el que viese en ella tan sólo la reducción de la "paternidad y maternidad responsables" a los solos "ritmos biológicos de fecundidad". El autor de la Encíclica desaprueba enérgicamente y contradice toda forma de interpretación reductiva (y en este sentido "parcial"), y vuelve a proponer con insistencia la comprensión integral. La paternidad-maternidad responsable, entendida integralmente, no es más que un importante elemento de toda la espiritualidad conyugal y familiar, es decir, de esa vocación de la que habla el texto citado de la "Humanae vitae", cuando afirma que los cónyuges deben realizar "su vocación hasta la perfección" (Humanae vitae
HV 25). El sacramento del matrimonio los corrobora y como consagra para conseguirla (cf. Humanae vitae HV 25).

A la luz de la doctrina, expresada en la Encíclica, conviene que nos demos mayor cuenta de esa "fuerza corroborante" que está unida a la "consagración sui generis" del sacramento del matrimonio.

Puesto que el análisis de la problemática ética del documento de Pablo VI estaba centrado sobre todo en la exactitud de la respectiva norma, el esbozo de la espiritualidad conyugal que allí se encuentra, intenta poner de relieve precisamente estas "fuerzas" que hacen posible el auténtico testimonio cristiano de la vida conyugal.

4. "No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los cónyuges cristianos; para ellos, como para todos, la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida (cf. Mt 7,14). Pero la esperanza de esta vida debe iluminar su camino mientras se esfuerzan animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo presente, conscientes de que la forma de este mundo es pasajera" (Humanae vitae HV 25).

En la Encíclica, la visión de la vida conyugal está, en cada pasaje, marcada por realismo cristiano, y esto es precisamente lo que más ayuda a conseguir esas "fuerzas" que permiten formar la espiritualidad de los cónyuges y de los padres en el espíritu de una auténtica pedagogía del corazón y del cuerpo.

La misma conciencia "de la vida futura" abre, por decirlo así, un amplio horizonte de esas fuerzas que deben guiarlos por la senda angosta (cf. Humanae vitae HV 25) y conducirlos por la puerta estrecha (cf. Humanae vitae HV 25) de la vocación evangélica.

La Encíclica dice: "Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y por la esperanza, que no engaña, porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Humanae vitae HV 25).

5. He aquí la "fuerza" esencial y fundamental: el amor injertado en el corazón ("difundido en los corazones") por el Espíritu Santo. Luego la Encíclica indica cómo los cónyuges deben implorar esta "fuerza" esencial y toda otra "ayuda divina" con la oración; cómo deben obtener la gracia y el amor de la fuente siempre viva de la Eucaristía; cómo deben superar "con humilde perseverancia" las propias faltas y los propios pecados en el sacramento de la penitencia.

Estos son los medios —infalibles e indispensables— para formar la espiritualidad cristiana de la vida conyugal y familiar. Con ellos esa esencial y espiritualmente creativa "fuerza" de amor llega a los corazones humanos y, al mismo tiempo, a los cuerpos humanos en su subjetiva masculinidad y feminidad. Efectivamente, este amor permite construir toda la convivencia de los esposos según la "verdad del signo", por medio de la cual se construye el matrimonio en su dignidad sacramental, como pone de relieve el punto central de la Encíclica (cf. Humanae vitae HV 12).

Saludos

59 Queridos hermanos y hermanas:

Y ahora un saludo cordial a todos los peregrinos de lengua española. En primer lugar a las religiosas Siervas de María y a los sacerdotes de Durango (México) que celebran sus bodas de plata de sacerdocio. Enhorabuena y sed siempre fieles a vuestra vocación. Saludo asimismo a los grupos de las varias parroquias y asociaciones venidos de España, de Argentina, Colombia y Puerto Rico. A estos doy un ¡hasta pronto en vuestra tierra! Y mi especial aliento en su vida cristiana para el grupo de renovación en el Espíritu Santo procedente de México. A todos los hispanohablantes de los varios países doy con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 10 de octubre de 1984

La espiritualidad conyugal a la luz de la Humanae vitae

1. Continuamos delineando la espiritualidad conyugal a la luz de la Encíclica Humanae vitae.

Según la doctrina contenida en ella en conformidad con las fuentes bíblicas y con toda la Tradición, el amor es —desde el punto de vista subjetivo— "fuerza", es decir, capacidad del espíritu humano, de carácter "teológico" (o mejor, "teologal"). Esta es, pues, la fuerza que se le da al hombre para participar en el amor con que Dios mismo ama en el misterio de la creación y de la redención. Es el amor que "se complace en la verdad" (1Co 13,6), esto es, en el cual se expresa la alegría espiritual (el "frui" agustiniano) de todo valor auténtico: gozo semejante al gozo del mismo Creador, que al principio vio que "era muy bueno" (Gn 1,31).

Si las fuerzas de la concupiscencia intentan separar el "lenguaje del cuerpo" de la verdad, es decir, tratan de falsificarlo, en cambio, la fuerza del amor lo corrobora siempre de nuevo en esa verdad, a fin de que el misterio de la redención del cuerpo pueda fructificar en ella.

2. El mismo amor, que hace posible y hace ciertamente que el diálogo conyugal se realice según la verdad plena de la vida de los esposos, es, a la vez, fuerza, o sea, capacidad de carácter moral, orientada activamente hacia la plenitud del bien y, por esto mismo, hacia todo verdadero bien. Por lo cual, su tarea consiste en salvaguardar la unidad indivisible de los "dos significados del acto conyugal", de los que trata la Encíclica (Humanae vitae HV 12), es decir, en proteger tanto el valor de la verdadera unión de los esposos (esto es, de la comunión personal), como el de la paternidad y maternidad responsables (en su forma madura y digna del hombre).

3. Según el lenguaje tradicional, el amor, como "fuerza" superior, coordina las acciones de la persona, del marido y de la mujer, en el ámbito de los fines del matrimonio. Aunque ni la Constitución conciliar, ni la Encíclica, al afrontar el tema, empleen el lenguaje acostumbrado en otro tiempo, sin embargo, tratan de aquello a lo que se refieren las expresiones tradicionales.

El amor, como fuerza superior que el hombre y la mujer reciben de Dios, juntamente con la particular "consagración" del sacramento del matrimonio, comporta una coordinación correcta de los fines, según los cuales —en la enseñanza tradicional de la Iglesia— se constituye el orden moral (o mejor, "teologal y moral") de la vida de los esposos.

La doctrina de la Constitución Gaudium et spes, igual que la de la Encíclica Humanae vitae, clarifican el mismo orden moral con referencia al amor, entendido como fuerza superior que confiere adecuado contenido y valor a los actos conyugales según la verdad de los dos significados, el unitivo y el procreador, respetando su indivisibilidad.


Audiencias 1984 50