Audiencias 1984 60

60 Con este renovado planteamiento, la enseñanza tradicional sobre los fines del matrimonio (y sobre su jerarquía) queda confirmada y a la vez se profundiza desde el punto de vista de la vida interior de los esposos, o sea, de la espiritualidad conyugal y familiar.

4. La función del amor, que es "derramado en los corazones" (
Rm 5,5) de los esposos como la fundamental fuerza espiritual de su pacto conyugal, consiste —como se ha dicho— en proteger tanto el valor de la verdadera comunión de los cónyuges, como el de la paternidad-maternidad verdaderamente responsable. La fuerza del amor —auténtica en el sentido teológico y ético— se manifiesta en que el amor une correctamente "los dos significados del acto conyugal", excluyendo no sólo en la teoría, sino sobre todo en la práctica, la "contradicción" que podría darse en este campo. Esta "contradicción" es el motivo más frecuente de objeción a la Encíclica Humanae vitae y a la enseñanza de la Iglesia. Es necesario un análisis bien profundo, y no sólo teológico, sino también antropológico (hemos tratado de hacerlo en toda la presente reflexión), para demostrar que en este caso no hay que hablar de "contradicción", sino sólo de "dificultad". Ahora bien, la Encíclica misma subraya esta "dificultad" en varios pasajes.

Y ésta se deriva del hecho de que la fuerza del amor está injertada en el hombre insidiado por la concupiscencia: en los sujetos humanos el amor choca con la triple concupiscencia (cf. 1Jn 2,16), en particular con la concupiscencia de la carne, que deforma la verdad del "lenguaje del cuerpo". Y, por esto, tampoco el amor está en disposición de realizarse en la verdad del "lenguaje del cuerpo", si no es mediante el dominio de la concupiscencia.

5. Si el elemento clave de la espiritualidad de los esposos y de los padres —esa "fuerza" esencial que los cónyuges deben sacar continuamente de la "consagración" sacramental— es el amor, este amor, como se deduce del texto de la Encíclica (cf. Humanae vitae HV 20), está por su naturaleza unido con la castidad que se manifiesta como dominio de sí, o sea, como continencia: en particular, como continencia periódica. En el lenguaje bíblico, parece aludir a esto el autor de la Carta a los Efesios, cuando en su texto "clásico" exhorta a los esposos a estar "sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ep 5,21).

Puede decirse que la Encíclica Humanae vitae es precisamente el desarrollo de esta verdad bíblica sobre la espiritualidad cristiana conyugal y familiar. Sin embargo, para hacerlo aún más claro, es preciso un análisis más profundo de la virtud de la continencia y de su particular significado para la verdad del mutuo "lenguaje del cuerpo" en la convivencia conyugal e (indirectamente) en la amplia esfera de las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer.

Emprenderemos este análisis en las sucesivas reflexiones del miércoles.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Y ahora quiero dirigir mi saludo cordial a todos los peregrinos de lengua española. A las Religiosas «Siervas de María»; al grupo «Renovación en el Espíritu» de México y a los cursillistas de Cristiandad de Colombia. Sed siempre fieles a vuestra vocación apostólica. Saludo asimismo a los grupos procedentes de las varias parroquias y asociaciones católicas de España, México y Guatemala.

A todos los peregrinos hispanohablantes de los diversos países doy con afecto mi bendición apostólica



Miércoles 17 de octubre de 1984



61 1. Hoy se me va el pensamiento con afecto especial a las etapas de mi viaje breve e intenso por la ruta de Cristóbal Colón y de los primeros misioneros del continente latinoamericano, viaje que comencé el miércoles pasado y concluí el sábado: poco menos de tres días. Como es sabido, el Episcopado de Latinoamérica ha decidido a través del Celam celebrar, con una "novena de años" de preparación, el V centenario del comienzo del anuncio del Evangelio en dicho continente.

El objeto de esta peregrinación mía era aceptar la invitación del Celam de que participara en el estadio olímpico de Santo Domingo, en la inauguración de esta novena de preparación a la celebración del descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo, porque aquel acontecimiento abrió una etapa decisiva en la historia de la humanidad, hasta el punto de clausurar una época y dar comienzo a otra; pero sobre todo es hecho de importancia incalculable para el Evangelio de Cristo y para la Iglesia que ha recibido del Divino Maestro la misión de anunciarlo a todas las gentes.

2. "¡Qué hermosos son sobre los montes / los pies del mensajero que anuncia la paz, / que trae la Buena Nueva, / que pregona la salvación!" (
Is 52,7).

Con estas palabras del Profeta Isaías, en Zaragoza di gracias a las familias de los misioneros que contribuyen a anunciar el Evangelio en aquel continente inmenso de América. Con ellos recé a Dios en la basílica de la Virgen del Pilar y di gracias porque Torobio de Mogroveio, Pedro Claver, Francisco Solano, Martín de Porres, Rosa de Lima, Juan Macías. Miguel Febres Cordero y muchas otras personas desconocidas que vivieron heroicamente su vocación cristiana, florecieron y florecen en el continente americano. Alabé a Dios porque muchos hijos de España y también de la vecina Portugal y de otras naciones abandonaron todo para entregarse enteramente a la causa del Evangelio.

Mi parada en tierra española no fue mera escala técnica, sino reconocimiento de la aportación prestada por esta nación a la evangelización del Nuevo Mundo e invitación reiterada con intenso afecto a seguir contribuyendo con sus energías mejores a la prosecución de esta tarea que le ha asignado la Providencia.

3. Una vez en Santo Domingo, en la tarde del día 11 de octubre, celebré la Misa para la evangelización de los pueblos, poniendo de relieve en la homilía, entre otras cosas, que mi presencia en tierra dominicana quería testimoniar mi aprecio y resaltar la iniciativa de conmemorar, con una adecuada preparación, un acontecimiento histórico de suma importancia, el cual tiene que comprometer a la Iglesia latinoamericana a acometer con mayor brío el anuncio del Evangelio y comenzar una misión más extensa y una movilización más intensa (cf. Homilía en Santo Domingo, página 8).

En la isla donde hace casi quinientos años se plantó la cruz y se pronunció por vez primera el nombre de Jesucristo, como Obispo de Roma y Sucesor del Apóstol Pedro y en unión de los obispos de toda la Iglesia de Latinoamérica y algunos representantes del Episcopado de España, Portugal, Filipinas, Estados Unidos y Canadá, di comienzo a la novena de años que quiere conmemorar una de las fechas más importantes para la humanidad y el comienzo de la fe cristiana y de la Iglesia católica en una tierra grávida de esperanzas.

En la reunión con los obispos del Celam del 12 de octubre por la mañana, día en que puso el pie Cristóbal Colón en un lejano 1492, entregué a todos los Presidentes de las Conferencias Episcopales de Latinoamérica acompañados cada uno por un joven y una joven, una gran cruz hecha de madera de árboles de la tierra dominicana y copia de la que plantó Colón en los albores del siglo XVI. Esta cruz quiere ser símbolo de la nueva historia del continente de la esperanza que ha de construirse con la fuerza de la cruz en verdad, justicia y amor.

4. La conmemoración inaugurada en Santo Domingo nace de la convicción de que la mirada a estos siglos de su historia lleva a la Iglesia a profundizar su identidad, alimentar la corriente vital de la misión y de la santidad que impulsó e impulsa su caminar, comprender más a fondo los problemas del presente y proyectarse con mayor realismo hacia el futuro (cf. Discurso a los obispos del Celam, página 11).

Por lo tanto, conmemorar lo que inauguró un período histórico nuevo y significativo, no es sólo recordar los hechos más importantes, sino transformarlos en fuente inspiradora del vivir de hoy, de nuestro modo de adherirnos a la fe en Cristo. El ejemplo de los numerosos santos americanos debe estimularnos a poner a Jesús en el centro de la vida, en cuanto presencia de la que saca nueva luz y nueva fuerza la cristiandad para construir una "civilización del amor" basada en los principios de verdad, libertad, justicia y paz.

Al recordar los albores de esta página de la historia del hombre y de la Iglesia, estoy cierto de que los latinoamericanos acrecerán su conciencia de ser cristianos. Acogerán plenamente el mensaje de la redención de que la salvación ha llegado a realidad y se cumple al hacerse carne en la historia el Dios trascendente.

62 5. Este viaje de carácter especialmente misionero se puso bajo la protección de María Santísima. Con el apoyo maternal de la Virgen di gracias a Dios por la fe de las sucesivas generaciones. Invité a meditar en el misterio de la visitación de María a Santa Isabel y a reflexionar en el hecho providencial con el que Dios transformó a Latinoamérica en "la tierra de la nueva visitación" (Homilía en Santo Domingo, página 8).

Y precisamente, según el modelo y ejemplo de la Virgen debemos llevar la presencia real y portadora de júbilo de Cristo al prójimo, al necesitado, ayudándole en las necesidades con que se tropieza.

No hay duda de que la Iglesia debe ser integralmente fiel a su Señor como la Madre de Cristo, poniendo en práctica la opción preferencial por los pobres, que no debe ser ciertamente ni exclusiva ni excluyente. Afirmé en Santo Domingo y lo repito de nuevo aquí "el Papa, la Iglesia y su jerarquía quieren seguir presentes en la causa del pobre, de su dignidad, de su elevación, de sus derechos como persona, de su aspiración a una improrrogable justicia social" (ib.). Con tal de ser conscientes de que la mayor caridad que se puede hacer al hombre es anunciarle que Cristo ha resucitado y es el Señor, a la vez que se comparte su necesidad.

Por ello, quien evangeliza debe tener conciencia clara de que cumple su misión de anunciar el Evangelio y elevar al hombre cuando le lleva a encontrarse con Cristo, cuando le presenta sobre todo la fe, la fe que mueve a reconocer en el hermano a un ser con una dignidad sin par y con derechos que se han de respetar por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn 1,26).

Oremos para que el novenario comenzado el 12 de octubre último produzca frutos de fe y de amor y justicia social en la vida de la Iglesia y de todas las naciones de Latinoamérica.

6. A la participación en la inauguración de los nueve años de preparación al V centenario de evangelización del Nuevo Mundo, uní una visita breve a Puerto Rico. Mi estancia en la arquidiócesis de San Juan iba dedicada a todos los católicos de esta isla, iba dedicada también a las demás diócesis de Arecibo, Caguas, Mayagüez y Ponce, y al clero, la universidad y a todos los fieles.

La visita había sido preparada por los obispos con gran solicitud pastoral. La mayoría de la población de la Isla había asistido con entusiasmo al encuentro.

La Misa que celebré en la Plaza de las Américas se dedicó a la Virgen María, Madre la Divina Providencia, pues bajo esta advocación se la venera como Patrona de la Isla.

El último encuentro fue dedicado a los que trabajan en la pastoral de la evangelización, en el palacio de los deportes de la universidad. Estaban presentes cerca de dos mil personas, entre sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas provenientes de todo Puerto Rico.

Como es sabido, el nombre de San Juan Bautista se lo dio Cristóbal Colón a la ciudad. A San Juan Bautista se dedicó también la primera basílica cristiana construida en tierra americana, basílica que tuve la alegría de visitar en Santo Domingo y detenerme a orar en ella.

7. Agradezco a Dios por intercesión de María Santísima todo lo hecho para preparar esta visita y cuanto ha sido fruto de ella por la gracia de Dios.

63 Reitero la manifestación de mi gratitud a las autoridades civiles y religiosas de España, República Dominicana, Estados Unidos y Puerto Rico por la acogida que me han brindado. Doy gracias a la Presidencia del Celam a la que se debe esta meritoria iniciativa: doy gracias a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y a la gran cantidad de gente con quien me he visto: les aseguro mi afecto agradecido y les deseo que la preparación del V centenario del inicio de la fe y de la Iglesia en el continente americano produzca abundancia de frutos de bien con el compromiso de santificación personal y esfuerzo por animar la sociedad con la luz y fuerza del Evangelio.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Y ahora deseo saludar cordialmente a los peregrinos aquí presentes de lengua española. Saludo a los grupos parroquiales de Sueca Calella, Vich (procedentes de España) y de la Parroquia de Cristo Rey de la Ciudad de México. Al coro «Capilla Davídica» de la catedral de Menorca. A los grupos de peregrinos de Monterrey (México), de Colombia y a la asociación «Antiguas civilizaciones» de México.

Vaya a todos ellos, junto con mi profundo afecto, la bendición apostólica.



Miércoles 24 de octubre de 1984

La virtud de la continencia

1. Conforme a lo que habla anunciado, emprendemos hoy el análisis de la virtud de la continencia.

La "continencia", que forma parte de la virtud más general de la templanza, consiste en la capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual (concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad psicosomática del hombre. Esta capacidad, en cuanto disposición constante de la voluntad, merece ser llamada virtud.

Sabemos por los análisis precedentes que la concupiscencia de la carne, y el relativo "deseo" de carácter sexual que suscita, se manifiesta con un específico impulso en la esfera de la reactivación somática y, además, con una excitación psicoemotiva del impulso sensual.

El sujeto personal, para llegar a adueñarse de tal impulso y excitación, debe esforzarse con una progresiva educación en el autocontrol de la voluntad, de los sentimientos, de las emociones, que tiene que desarrollarse a partir de los gestos más sencillos, en los cuales resulta relativamente fácil llevar a cabo la decisión interior. Esto supone, como es obvio, la percepción clara de los valores expresados en la norma y en la consiguiente maduración de sólidas convicciones que, si van acompañadas por la respectiva disposición de la voluntad, dan origen a la correspondiente virtud. Esta es precisamente la virtud de la continencia (dominio de sí), que se manifiesta como condición fundamental tanto para que el lenguaje recíproco del cuerpo permanezca en la verdad, como para que los esposos "estén sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo", según las palabras bíblicas (Ep 5,21). Esta "sumisión recíproca" significa la solicitud común por la verdad del "lenguaje del cuerpo", en cambio, la sumisión "en el temor de Cristo" indica el don del temor de Dios (don del Espíritu Santo) que acompaña a la virtud de la continencia.

64 2. Esto es muy importante para una comprensión adecuada de la virtud de la continencia y, en particular, de la llamada "continencia periódica", de la que trata la Encíclica Humanae vitae. La convicción de que la virtud de la continencia "se opone" a la concupiscencia de la carne es justa, pero no es completa del todo. No es completa, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que esta virtud no aparece y no actúa de forma abstracta y, por lo tanto, aisladamente, sino siempre en conexión con las otras (nexus virtutum), en conexión, pues, con la prudencia, justicia, fortaleza y sobre todo con la caridad.

A la luz de estas consideraciones, es fácil entender que la continencia no se limita a oponer resistencia a la concupiscencia de la carne, sino que mediante esta resistencia, se abre igualmente a los valores más profundos y más maduros, que son inherentes al significado nupcial del cuerpo en su feminidad y masculinidad, así como a la auténtica libertad del don en la relación recíproca de las personas. La concupiscencia misma de la carne, en cuanto busca ante todo el goce carnal y sensual, vuelve al hombre, en cierto sentido, ciego e insensible a los valores más profundos que nacen del amor y que al mismo tiempo constituyen el amor en la verdad interior que le es propia.

3. De este modo se manifiesta también el carácter esencial de la castidad conyugal en su vínculo orgánico con la "fuerza" del amor que es derramado en los corazones de los esposos juntamente con la "consagración" del sacramento del matrimonio. Además, se hace evidente que la invitación dirigida a los cónyuges a fin de que estén "sometidos los unos a los otros en el temor de Cristo" (
Ep 5,21), parece abrir el espacio interior en que ambos se hacen cada vez más sensibles a los valores más profundos y más maduros, que están en conexión con el significado nupcial del cuerpo y con la verdadera libertad del don.

Si la castidad conyugal (y la castidad en general) se manifiesta, en primer lugar, como capacidad de resistir a la concupiscencia de la carne, luego gradualmente se revela como capacidad singular de percibir, amar y realizar esos significados del "lenguaje del cuerpo", que permanecen totalmente desconocidos para la concupiscencia misma y que progresivamente enriquecen el diálogo nupcial de los cónyuges, purificándolo, profundizándolo y, a la vez, simplificándolo.

Por esto, la ascesis de la continencia, de la que habla la Encíclica (Humanae vitae HV 21), no comporta el empobrecimiento de las "manifestaciones afectivas", sino que más bien las hace más intensas espiritualmente, y, por lo mismo, comporta su enriquecimiento.

4. Al analizar de este modo la continencia, en la dinámica propia de esta virtud (antropológica, ética y teológica), nos damos cuenta de que desaparece la aparente "contradicción" que se objeta frecuentemente a la Encíclica Humanae vitae y a la doctrina de la Iglesia sobre la moral conyugal. Es decir, existiría "contradicción" (según los que plantean tal objeción) entre los dos significados del acto conyugal, el significado unitivo y el procreador (cf. Humanae vitae HV 12), de tal modo que si no fuera lícito disociarlos, los cónyuges se verían privados del derecho a la unión conyugal, cuando no pudieran responsablemente permitirse procrear.

La Encíclica Humanae vitae da respuesta a esta aparente "contradicción", si se la estudia profundamente. El Papa Pablo VI, en efecto, confirma que no existe tal "contradicción", sino sólo una "dificultad" vinculada a toda la situación interior del "hombre de la concupiscencia". En cambio, precisamente por razón de esta "dificultad", se asigna al compromiso interior y ascético de los esposos el verdadero orden de la convivencia conyugal, mirando al cual son "corroborados y como consagrados" (Humanae vitae HV 25) por el sacramento del matrimonio.

5. El orden de la convivencia conyugal significa, además, la armonía subjetiva entre la paternidad (responsable) y la comunión personal, armonía creada por la castidad conyugal. De hecho, con ella maduran los frutos interiores de la continencia. Por medio de esta maduración interior el mismo acto conyugal adquiere la importancia y dignidad qué le son propias en su significado potencialmente procreador; simultáneamente adquieren un adecuado significado todas las "manifestaciones afectivas" (Humanae vitae HV 21), que sirven para expresar la comunión personal de los esposos proporcionalmente con la riqueza subjetiva de la feminidad y masculinidad.

6. Conforme a la experiencia y a la tradición, la Encíclica pone de relieve que el acto conyugal es también una "manifestación de afecto" (Humanae vitae HV 16), pero una "manifestación de afecto" especial, porque, al mismo tiempo, tiene un significado potencialmente procreador. En consecuencia, está orientado a expresar la unión personal, pero no sólo ésa. La Encíclica, a la vez, aunque de modo indirecto, indica múltiples "manifestaciones de afecto", eficaces exclusivamente para expresar la unión personal de los cónyuges.

La finalidad de la castidad conyugal, y, más precisamente aún, la de la continencia, no está sólo en proteger la importancia y la dignidad del acto conyugal en relación con su significado potencialmente procreador, sino también en tutelar la importancia y la dignidad propias del acto conyugal en cuanto que es expresivo de la unión interpersonal, descubriendo en la conciencia y en la experiencia de los esposos todas las otras posibles "manifestaciones de afecto", que expresen su profunda comunión.

Efectivamente, se trata de no causar daño a la comunión de los cónyuges en el caso en que, por justas razones, deban abstenerse del acto conyugal. Y, todavía más, de que esta comunión, construida continuamente, día tras día, mediante conformes "manifestaciones afectivas", constituya, por decirlo así, un amplio terreno, en el que, con las condiciones oportunas, madura la decisión de un acto conyugal moralmente recto.

Saludos

65 Saludo ahora a todas las personas y grupos de lengua española. En especial a los miembros de las varias Instituciones y movimientos que forman la Familia Claretiana, reunidos en Roma para el estudio del propio carisma. Que este encuentro estreche más vuestros vínculos espirituales y os ayude a colaborar mejor en el apostolado, siguiendo la inspiración de san Antonio María Claret, cuya fiesta se celebra hoy mismo.

Saludo también, y animo en su vida cristianan, a los participantes en la peregrinación organizada por los Hermanos Misioneros de los Enfermos pobres, de Barcelona. Un particular aliento a su entrega eclesial a los sacerdotes de Colombia que están acompañados por algunos de sus obispos y de algunos seglares, y que han participado en el reciente retiro sacerdotal. A vosotros y a todos los hispanohablantes doy mi cordial bendición.



Miércoles 31 de octubre de 1984

La virtud de la continencia a la luz de la Humanae vitae

1. Continuamos el análisis de la continencia, a la luz de la enseñanza contenida en la Encíclica Humanae vitae.

Frecuentemente se piensa que la continencia provoca tensiones interiores, de las que el hombre debe liberarse. A la luz de los análisis realizados, la continencia, integralmente entendida, es más bien el único camino para liberar al hombre de tales tensiones. La continencia no significa más que el esfuerzo espiritual que tiende a expresar el "lenguaje del cuerpo" no sólo en la verdad, sino también en la auténtica riqueza de las "manifestaciones de afecto".

2. ¿Es posible este esfuerzo? Con otras palabras (y bajo otro aspecto) vuelve aquí el interrogante acerca de la "posibilidad de practicar la norma moral", recordada y confirmada por la Humanae vitae. Se trata de uno de los interrogantes más esenciales (y actualmente también uno de los más urgentes) en el ámbito de la espiritualidad conyugal.

La Iglesia está plenamente convencida de la verdad del principio que afirma la paternidad y maternidad responsables —en el sentido explicado en catequesis anteriores—, y esto no sólo por motivos "demográficos", sino por razones más esenciales. Llamamos responsable a la paternidad y maternidad que corresponden a la dignidad personal de los esposos como padres, a la verdad de su persona y del acto conyugal. De aquí se deriva la íntima y directa relación que une esta dimensión con toda la espiritualidad conyugal.

El Papa Pablo VI, en la Humanae vitae, ha expresado lo que, por otra parte, habían afirmado muchos autorizados moralistas y científicos incluso no católicos , que precisamente en este campo, tan profundo y esencialmente humano y personal, hay que hacer referencia ante todo al hombre como persona, al sujeto que decide de sí mismo, y no a los "medios" que lo hacen "objeto" (de manipulación) y lo "despersonalizan". Se trata, pues, aquí de un significado auténticamente "humanístico" del desarrollo y del progreso de la civilización humana.

3. ¿Es posible este esfuerzo? Toda la problemática de la Encíclica Humanae vitae no se reduce simplemente a la dimensión biológica de la fertilidad humana (a la cuestión de los "ritmos naturales de fecundidad"), sino que se remonta a la subjetividad misma del hombre, a ese "yo" personal, por el cual uno es hombre o mujer.

Ya durante los debates en el Concilio Vaticano II, relacionados con el capítulo de la Gaudium et spes sobre la "dignidad del matrimonio y de la familia y su valoración", se hablaba de la necesidad de un análisis profundo de las reacciones (y también de las emociones) vinculadas con la influencia recíproca de la masculinidad y feminidad en el sujeto humano . Este problema pertenece no tanto a la biología como a la sicología: de la biología y sicología pasa luego a la esfera de la espiritualidad conyugal y familiar. Efectivamente, aquí este problema está en relación íntima con el modo de entender la virtud de la continencia, o sea, del dominio de sí y, en particular, de la continencia periódica.

66 4. Un análisis atento de la sicología humana (que es, a la vez, un auto-análisis subjetivo y luego se convierte en análisis de un "objeto" accesible a la ciencia humana), permite llegar a algunas afirmaciones esenciales. De hecho, en las relaciones interpersonales donde se manifiesta el influjo recíproco de la masculinidad y feminidad se libera en el sujeto sico-emotivo en el "yo" humano, junto a una reacción que se puede calificar como "excitación", otra reacción que puede y debe ser llamada "emoción". Aunque estos dos géneros de reacciones aparecen unidos, es posible distinguirlos experimentalmente y "diferenciarlos" respecto al contenido o a su "objeto" .

La diferencia objetiva entre uno y otro género de reacciones consiste en el hecho de que la excitación es ante todo "corpórea" y en este sentido, "sexual"; en cambio, la emoción —aún cuando suscitada por la reacción recíproca de la masculinidad y feminidad— se refiere sobre todo a la otra persona entendida en su "totalidad". Se puede decir que ésta es una "emoción causada por la persona", en relación con su masculinidad o feminidad.

5. Lo que aquí afirmamos referente a la sicología de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad, ayuda a comprender la función de la virtud de la continencia, de la que hemos hablado antes. Esta no es sólo —ni siquiera principalmente— la capacidad de "abstenerse", esto es, el dominio de las múltiples reacciones que se entrelazan en el recíproco influjo de la masculinidad y feminidad: esta función podría definirse como "negativa". Pero existe también otra función (que podemos llamar "positiva") del dominio de sí: y es la capacidad de dirigir las respectivas reacciones, ya sea en su contenido, ya en su carácter.

Se ha dicho ya que en el campo de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad, la "excitación" y la "emoción" aparecen no sólo como dos experiencias distintas y diferentes del "yo" humano, sino que muy frecuentemente aparecen unidas en el ámbito de la misma experiencia como dos elementos diversos de ella. Depende de varias circunstancias de naturaleza interior y exterior la proporción recíproca en la que aparecen estos dos elementos en una experiencia determinada. A veces prevalece netamente uno de ellos, otras, más bien, hay equilibrio entre ellos.

6. La continencia, como capacidad de dirigir la "excitación" y la "emoción" en la esfera del influjo recíproco de la masculinidad y feminidad, tiene la función esencial de mantener el equilibrio entre la comunión con la que los esposos desean expresar recíprocamente sólo su unión íntima y aquella con la que (al menos implícitamente) acogen la paternidad responsable. De hecho, la "excitación" y la "emoción" pueden prejuzgar, por parte del sujeto, la orientación y el carácter del recíproco "lenguaje del cuerpo".

La excitación trata ante todo de expresarse en la forma del placer sensual y corpóreo, o sea, tiende al acto conyugal que (dependientemente de los "ritmos naturales de fecundidad") comporta la posibilidad de procreación. En cambio, la emoción provocada por otro ser humano como persona, aún cuando en su contenido emotivo está condicionada por la feminidad o masculinidad del "otro", no tiende de por sí al acto conyugal, sino que se limita a otras "manifestaciones de afecto", en las cuales se expresa el significado nupcial del cuerpo, y que, sin embargo, no implican su significado (potencialmente) procreador.

Es fácil comprender las consecuencias que de esto se derivan respecto al problema de la paternidad y maternidad responsables. Son consecuencias de naturaleza moral.

Saludos

Y ahora deseo dirigir mi saludo cordial a todos los peregrinos de lengua española procedentes de los diversos países de América Latina y de España. Y en especial a los componentes del grupo numerosos venido a Roma para agradecer mi reciente visita a España. Vaya a todos los hispanohablantes, junto con mi recuerdo en la oración, mi afectuosa bendición apostólica.


Noviembre de 1984

Miércoles 7 de noviembre de 1984

La continencia conyugal

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1. Continuemos el análisis de la virtud de la continencia a la luz de la doctrina de la Encíclica Humanae vitae.

Conviene recordar que los grandes clásicos del pensamiento ético (y antropológico), tanto pro-cristianos como cristianos (Tomás de Aquino), ven en la virtud de la continencia no sólo la capacidad de "contener" las reacciones corporales y sensuales, sino todavía más la capacidad de controlar y guiar toda la esfera sensual y emotiva del hombre. En el caso en cuestión, se trata de la capacidad de dirigir tanto la línea de la excitación hacia su desarrollo correcto, como también la línea de la emoción misma, orientándola hacia la profundización e intensificación interior de su carácter "puro" y, en cierto sentido, "desinteresado".

2. Esta diferencia entre la línea de la excitación y la línea de la emoción no es una contraposición. No significa que el acto conyugal, como efecto de la excitación, no comporte al mismo tiempo la conmoción de la otra persona. Ciertamente es así, o de todos modos, no debería ser de otra manera.

En el acto conyugal, la unión íntima debería comportar una particular intensificación de la emoción, más aún, la conmoción de la otra persona. Esto está contenido también en la Carta a los Efesios, bajo forma de exhortación, dirigida a los esposos: "Sujetaos los unos a los otros en el temor de Cristo" (
Ep 5,21).

La distinción entre "excitación" y "emoción", puesta de relieve en este análisis, sólo comprueba la subjetiva riqueza reactivo-emotiva del "yo" humano; esta riqueza excluye cualquier reducción unilateral y hace que la virtud de la continencia pueda realizarse como capacidad de dirigir las manifestaciones tanto de la excitación como de la emoción, suscitadas por la recíproca reactividad de la masculinidad y feminidad.

3. La virtud de la continencia, entendida así, tiene una función esencial para mantener el equilibrio interior entre los dos significados, el unitivo y el procreador, del acto conyugal (cf. Humanae vitae HV 12), con miras a una paternidad y maternidad verdaderamente responsables.

La Encíclica Humanae vitae dedica la debida atención al aspecto biológico del problema, es decir, al carácter rítmico de la fecundidad humana. Aunque esta "periodicidad" pueda llamarse, a la luz de la Encíclica, índice providencial para una paternidad y maternidad responsables, sin embargo, no se resuelve sólo a ese nivel un problema como éste, que tiene un significado tan profundamente personalista y sacramental (teológico).

La Encíclica enseña la paternidad y maternidad responsables "como verificación de un maduro amor conyugal" y, por esto, contiene no sólo la respuesta al interrogante concreto que se plantea en el ámbito de la ética de la vida conyugal, sino, como ya se ha dicho, indica además un trazado de la espiritualidad conyugal que deseamos, al menos, delinear.

4. El modo correcto de entender y practicar la continencia periódica como virtud (o sea, según la "Humanae vitae", n. 21, el "dominio de sí"), decide también esencialmente la "naturalidad" del método, llamado también "método natural": se trata de "naturalidad" a nivel de la persona. No se puede pensar, pues, en una aplicación mecánica de las leyes biológicas. El conocimiento mismo de los "ritmos de fecundidad" -aún cuando indispensable- no crea todavía esa libertad interior del don, que es de naturaleza explícitamente espiritual y depende de la madurez del hombre interior. Esta libertad supone una capacidad tal que dirija las reacciones sensuales y emotivas, que haga posible la donación de sí al otro "yo", a base de la posesión madura del propio "yo" en su subjetividad corpórea y emotiva.

5. Como es sabido por los análisis bíblicos y teológicos hechos anteriormente, el cuerpo humano, en su masculinidad y feminidad, está interiormente ordenado a la comunión de las personas (communio personarum). En esto consiste su significado nupcial.

68 Precisamente el significado nupcial del cuerpo ha sido deformado, casi en sus mismas bases, por la concupiscencia (en particular de la concupiscencia de la carne, en el ámbito de la "triple concupiscencia"). La virtud de la continencia, en su forma madura, desvela gradualmente el aspecto "puro" del significado nupcial del cuerpo. De este modo la continencia desarrolla la comunión personal del hombre y de la mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la plena verdad de sus posibilidades, únicamente en el terreno de la concupiscencia. Esto es lo que afirma precisamente la Encíclica Humanae vitae. Esta verdad tiene dos aspectos: el personalista y el teológico.

Saludos

Y ahora quiero dirigir mi saludo cordial a todas las personas y grupos de peregrinos de lengua española.

En particular a las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza que están realizando un curso de renovación espiritual. Sed siempre fieles a vuestra vocación religiosa.

Saludo igualmente a los grupos de peregrinos de Calella, Campodrón, Santa María Asumpta de Rosas en España, y de la ciudad de Montero (Argentina). A vosotros y a todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y España, vaya, junto con mi recuerdo en la plegaria, mi afectuosa bendición apostólica.




Audiencias 1984 60